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Tema: Sin Rey no hay Tradición (contra el veneno del ecumenismo político)

  1. #1
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    Sin Rey no hay Tradición (contra el veneno del ecumenismo político)

    Fuente: Siempre, Número 35, Abril 1963, página 1.


    [Editorial]

    Tradición, Instituciones, Estructuras…


    En todo problema político es imprescindible ajustarse a un orden estricto de valores. Y específicamente, cuando los tradicionalistas hablamos de la Monarquía, tenemos muy en cuenta que este orden jerárquico no puede ser otro que el defendido por el Tradicionalismo, contra viento y marea, durante más de siglo y cuarto. Esto es: Dios, Patria, Instituciones. Y en último término, como remate de la obra, la persona del Rey.

    Pero es que aún hay más. Hoy día, los pueblos se preocupan menos de las Instituciones o formas de gobierno y más, en cambio, de las estructuras sociales, económicas o políticas que las configuran. Y así, no se puede pensar, en modo alguno, que pueda haber la más pequeña semejanza, por el hecho de ser Monarquías, entre la sueca y la de la Arabia Saudita, pongamos por ejemplo. O que la República Popular China –por la sola razón de ser República– tenga la menor relación con la de los Estados Unidos de América. Esto quiere decir, a nuestro juicio, que lo que diferencia actualmente a los pueblos son sus estructuras internas y no el nombre que se dé a sus constituciones políticas.

    Porque pensamos así –y porque queremos ser leales a nosotros mismos– no tenemos más remedio que confesar que este orden natural está siendo invertido por los monárquicos españoles, que más que en monárquico, actúan en dinástico. Y lo que es peor, en la mayoría de los casos, al servicio de personalismos ridículos e inoperantes, olvidando que los Reyes son para el pueblo, y no los pueblos para los Reyes.

    Ésta es la realidad, en toda su crudeza, y esto, también, lo que no puede seguir sucediendo. Es más, creemos llegado el momento de iniciar un esfuerzo –al precio de las renuncias personales que sean necesarias– para abrir cauces verdaderamente populares a la Monarquía Tradicional, como consecuencia natural de nuestra ejecutoria y al margen de camarillas más o menos personales.

    Es decir, que estimamos más importante que se conozca nuestra posición actual con respecto a la Banca española –es un ejemplo– que los fundamentos filosóficos o legitimistas que puedan fundamentar la bondad de la Institución que defendemos. Y en este camino, tenemos que dejar a un lado lo secundario y hablar, sencillamente, de lo que importa.

    De lo que somos, de lo que pensamos. Es decir: Que se sepa que somos católicos, pero no clericales, y que tenemos muy presente aquello de «a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César». Que defendemos el derecho de propiedad, naturalmente subordinado al bien común, pero que en ningún caso somos servidores del gran capitalismo –sino por el contrario, enemigos, digámoslo claro– ni de los grupos de presión, en cualquiera de sus manifestaciones. Que el Tradicionalismo no significa, en modo alguno, el que nuestras fórmulas de solución para los problemas actuales tengan que ser, necesariamente, los de hace 150 años, sino que muy por el contrario, partiendo de aquello que defendieron nuestros antepasados –la esencia misma de España– se puede exigir hoy –y nosotros lo exigimos– una más justa distribución de la riqueza, llegando, si es que fuera necesario, incluso a la nacionalización de aquellos sectores de la economía que, por su actuación, estuvieran perjudicando a la comunidad.

    Todo esto no quiere decir, naturalmente, que cada español no pueda tener un candidato para la Corona de España, una vez rota la línea de descendencia directa de la Monarquía, pero lo importante es que España sea de verdad una Monarquía Tradicional, Social y Representativa. Y para ello es imprescindible, en primer lugar, la unidad de todos los españoles. Por encima de banderías, sectarismos o árboles genealógicos. Máxime en estos momentos de confusionismo mundial, cuando cualquier particularismo –o personalismo a destiempo– puede dar [a]l traste con tantas cosas como nos son a todos comunes.

    En resumen, que ha llegado para los monárquicos españoles el momento de rectificar. La Institución –si como nosotros creemos, todavía es viable– necesitará del esfuerzo y del calor popular de todos. Y al servicio de esta idea superior, debemos dejar al margen nuestros particularismos que, sentimos tener que decirlo, no interesan hoy a nadie.
    DOBLE AGUILA y Trifón dieron el Víctor.

  2. #2
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    Re: Sin Rey no hay Tradición (contra el veneno del ecumenismo político)

    Fuente: Siempre, Número 36, Julio 1963, página 1.



    [Editorial]

    DECÍAMOS AYER…


    Nuestro periódico ha iniciado con buena andadura las primeras etapas de su difícil camino. La llamada a la unidad que hacíamos en el número anterior, y los propósitos que enunciábamos como determinantes de lo que entendemos debe ser el Tradicionalismo enfrentado con los problemas sustantivos de esta hora, han merecido la atención –que agradecemos– de muy amplios sectores.

    Estos sectores se han manifestado en formas diversas. Uno –representativo y numeroso– se ha adherido incondicional y entusiásticamente a nuestros puntos de vista. Otro –en uso de su perfecto derecho– ha discrepado correctamente. Y un tercero –en nombre de la «santa intransigencia»– nos ha acusado del terrible pecado de heterodoxia.

    Pero nosotros, que creemos no haber inventado nada, nos atenemos, sencillamente, al contenido del editorial titulado «Tradición, Instituciones, Estructuras…». Y nada tenemos que rectificar.

    Sólo queremos dejar claro que ni constituimos un grupo, ni levantamos bandera de discordia. Como «hombres de nuestro tiempo», nos hemos impuesto la obligación de hacer que el Tradicionalismo esté presente en el acontecer político de España. Y en ello estamos.

    Porque nadie puede negarnos –si es sincero y tiene sentido crítico– que el Tradicionalismo –políticamente hablando– no ha estado servido hasta ahora, en la mayoría de los casos, con la eficacia y resolución que su realidad exige.

    El Tradicionalismo nació para continuar la Historia de España –quebrada en determinado momento–; no para crear grupos, ni mucho menos un partido. Por tanto, es la doctrina de España al servicio de todos los españoles. Y todo cuanto tienda a achicar este sentido generoso y amplio de unas ideas, que son patrimonio de todos, creemos no sirve a los auténticos intereses del país.

    Consecuentemente, nada más lejos de SIEMPRE que constituir una «capilla» más de las que tanto daño han hecho –y siguen haciendo– al Tradicionalismo. Nosotros, realmente, no discrepamos de las posturas personales. Preferimos ignorarlas. Únicamente, sentimos la necesidad ineludible de soltar –de una vez para siempre– el pesado lastre del «santonismo» que ha entorpecido, ininterrumpidamente, el natural desenvolvimiento de una causa justa.

    Por otra parte, nos sentimos solidarios de nuestra historia. Y de sus etapas guerreras. Es más, creemos que en determinadas circunstancias no fue posible otra alternativa. Pero es obligado que dejemos ya de constituir «una guerrilla de esforzados paladines a la antigua», para convertirnos en la realidad social y política que España espera de nosotros.

    Y –volvemos a repetirlo– somos monárquicos. Tenemos nuestras lealtades. Lo que sucede es que tenemos muy en cuenta que el pueblo español, separado durante mucho tiempo de sus auténticos caminos, no puede sentir –porque sí– la causa de ningún Príncipe. Pensamos que sólo cuando seamos capaces de interpretar de verdad el sentido profundo de la conciencia nacional –en la que todavía vive latente la fuerza viva de la tradición– ese pueblo nos seguirá con todas sus consecuencias. Pero sólo entonces.

    Mientras tanto, hacemos nuestras las consignas contenidas en el primer mensaje de Su Santidad Pablo VI: «El imperativo del amor al prójimo, banco de prueba del amor a Dios, exige de todos los hombres una solución más equitativa de los problemas sociales». Y como decíamos ayer… «debemos dejar al margen nuestros particularismos que, sentimos tener que decirlo, no le interesan hoy a nadie».

  3. #3
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    Re: Sin Rey no hay Tradición (contra el veneno del ecumenismo político)

    Fuente: Montejurra, Número 31, Agosto 1963, página 4.


    Sin Rey no hay Tradición


    Por Jesús Ignacio Astrain


    Las formulaciones, los axiomas rotundos, suelen muchas veces, tomados al pie de la letra, producir graves confusiones. A la claridad, a la letrilla de catecismo se sacrifican los matices, los porqués, los cómos, todo aquello que aclara, dibuja y perfila una idea.

    Por ello muchas veces pueden llegar a producir confusiones e incluso servir de escudo a posturas inaceptables si se toman al pie de la letra. El servilismo a la palabra, si es un error siempre, puede llegar a ser un engaño para incautos.

    Si es cierta la máxima dorsiana “lo que no es Tradición es plagio”, no es menos cierto que el plagio suele enmascararse bajo la caricatura de la Tradición.

    Porque plagio es toda actitud política racionalista que desconozca la vinculación histórica entre la Sociedad y el Estado dentro del cauce de la continuidad; la Tradición estancada o intelectualizada es una Tradición muerta o artificial, es decir, no es Tradición.

    Eugenio D´Ors, el más revolucionario de nuestros clásicos, nunca negó las nuevas corrientes, los cauces inventados, los caminos que se abren por primera vez; lo que quiso decir, y dijo, es que cuando estas sendas, aunque sean duras e insospechadas, llevan efectivamente a algún lado, están ya dentro de la Tradición, pues ésta es una especie de Guía de la Historia para andar el mañana. Cuando la Tradición se hace doctrinaria, cuando se convierte en objeto de estudio de unos iniciados, cuando se archiva en principios, entonces, se transforma en plagio, pues no tiene más posibilidad política práctica que la poltrona conservadora.

    La Tradición no son unos principios, ni una serie de hipótesis abstractas; la Tradición es marchar, construir, indagar nuevos sistemas, adaptarse al presente con continuidad. Si no es esto la Tradición, no es nada; la Tradición –mal llamada Tradición– enmascara el más profundo plagio.

    Que en el carlismo las ideas –los Ideales si se quiere– sean más importantes que las personas es un lema repetido, casi manido, pero como toda máxima es una verdad a medias.

    Es cierto que cuando las personas, incluso las llamadas a ocupar el Trono –como sucedió con D. Juan, padre de Carlos VII–, se desvían de la ruta del Ideal, el Carlismo las ha dejado sin consideraciones, con energía, en la cuneta de los que no sirven para el esfuerzo de la marcha.

    Es también cierto que el Carlismo nació como sistema político mucho antes de que se plantease en España el problema dinástico entre Carlos V e Isabel, pues el Carlismo surge con fuerza renovadora de la Tradición, como impulso, en el instante mismo en que España abrazaba el plagio liberal en las Cortes de Cádiz. Pero que en su nacimiento y en su Historia el Carlismo haya surgido y se haya revitalizado como un grito espontáneo de España no quiere decir que haya nunca vuelto la espalda, si lo hiciese se convertiría en plagio, a los Reyes, sus naturales Caudillos.

    El Carlismo es Monárquico, o no es Carlismo; el Carlismo es auténtico y por auténtico popular, o se convierte en simple idea; el Carlismo es fuerza política o se entierra en un Museo. Si es Monárquico, auténtico y político sólo puede actuar, desarrollarse, luchar y triunfar con, para y por un Rey. Y el Rey tiene necesariamente que ser un alguien concreto, determinado por la herencia y ungido por el servicio.

    El Rey nunca fue una idea abstracta para el Carlismo, sino una realidad concreta, actuante y tangible. En el momento histórico de más profunda crisis al que ya nos hemos referido, cuando el Pueblo Carlista repudia a D. Juan, inmediatamente, sin abandonar la Dinastía deposita la Corona en las sienes de D. Carlos, pues el Rey era y es una necesidad sustancial en el actuar político.

    También lo fue en el primer instante de la aparición del Tradicionalismo como fuerza coherente, aunque sólo parcialmente se manifestase dado que Fernando VII, legítimo Rey, era aclamado tanto por los tradicionalistas como por los liberales. Cuando la lucha Dinástica delimita los campos políticos, los carlistas prestan al Rey del destierro la misma fidelidad y lealtad que en 1814 tributaron al Rey que ocupó de hecho y de derecho el Trono de España.

    Por eso quedaron en nada los integrismos santones, adoradores de ideas. Cuando las Monarquías, por vicisitudes históricas, quedaron huérfanas de Rey, hubo que inventar –remedio de urgencia– la figura política del Regente, como algo transitorio que salvase la enfermedad hasta que el Rey nato, el Dux, el Hombre, surgiese.

    Nada hay más absurdo –y el absurdo en política es nefasto– que forzar voluntariamente situaciones críticas. Esto es lo que han hecho en la Historia los integrismos que por las razones que sean han prescindido del Rey, cuando el Rey ha estado en su puesto. Al prescindir del Rey no sólo han hecho gala de su deslealtad sino que han demostrado la más profunda incapacidad política, porque las ideas se concretan en un hombre que garantice su aplicación o quedan convertidas en simple objeto de estudio teórico. Prescindir del Rey es tanto como renunciar, en principio, a la aplicación de las soluciones políticas tradicionales.

    Todo esto viene a cuento de cierto movimiento patrocinado oportunamente por la revista SIEMPRE que intenta –en su propia versión– la unión de todos los tradicionalistas dejando de lado sus adscripciones personales al Rey, sus propias lealtades. Tal actitud es comprensible –aunque no justificable– cuando la lealtad, el servicio al Rey queda desdibujado por la ausencia, la distancia o la fatalidad; cuando el Príncipe es algo lejano y desconocido sin puesto palpable en la lucha; pero es ridícula, o, digámoslo de una vez, aunque la palabra no nos guste, traidora, cuando surge precisamente en el momento de toda la Historia del Carlismo en que con más decisión, con más entrega, con más clara visión de la meta y del camino, con más contacto el Rey y el Príncipe luchan y trabajan con su pueblo.

    Siempre hemos deseado la unión de todos los que se llaman tradicionalistas, pero como Carlistas no estamos dispuestos a sacrificar un Rey y un Príncipe providenciales por la vuelta de los que un día desertaron por ambiciones personales o por error. No podemos renunciar a nuestro Rey y a nuestro Príncipe por la razón sencilla de que estamos convencidos de que España los necesita.

    Sabemos quién ha asistido a las reuniones “conciliadoras” convocadas por SIEMPRE. Nada queremos decir de ellos en tanto la Jefatura de la Comunión no adopte las medidas que crea oportunas, pero nos atrevemos a asegurar que sólo la desesperanza, el orgullo o la ambición empujan hacia la deserción a los pretendidos conciliadores. Están de espaldas al Pueblo y toda política de espaldas al Pueblo no puede ser Tradición, tiene necesariamente que ser plagio.

    Tras el plagio, la Historia nos lo enseña, viene necesariamente el fracaso; el fracaso de los “estorilos” patrocinadores entusiastas de la idea, de los equivocados sin valor para rectificar y acatar la Legitimidad que antes desconocieron, de los carlismos sin Rey, sin popularidad, sin ilusión y sin garra.

    Parece que al aquelarre de SIEMPRE se unen hoy algún nuevo ambicioso y algún viejo santón. Lo sentimos, como se siente el triste espectáculo del viajero que pierde el tren por bajarse en una estación a tomar una cerveza, y hacemos lo único que se puede hacer en estos casos, tirar por la ventanilla las maletas del que se quedó en el camino.

  4. #4
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    Re: Sin Rey no hay Tradición (contra el veneno del ecumenismo político)

    Fuente: Montejurra, Número 32, Septiembre 1963, página 8.


    UNA CARTA DE “SIEMPRE”



    A punto de cerrar la presente edición recibimos una carta de la Redacción de SIEMPRE, que publicamos, ya que así nos lo piden, lo cual no quiere decir que compartamos los juicios que hacen respecto de nuestro colaborador D. Jesús-Ignacio Astrain Lasa; ni tampoco, claro está, cuanto en dicha carta se refiere al fondo del problema, tema muy propio de MONTEJURRA, que es un periódico carlista, sin ambigüedades. Por esto, precisamente, y por lo que al Sr. Astrain Lasa afecta, le hemos dado traslado de la carta, habiéndonos pedido espacio en el próximo número para contestar a la Redacción de «SIEMPRE», petición a la que hemos accedido por las mismas razones que atendemos, en el presente número, la publicación de esta carta, que los lectores carlistas juzgarán.


    Madrid, 8 de septiembre de 1963.

    Sr. Director de MONTEJURRA.
    Pamplona.


    Distinguido amigo y correligionario:

    En el número 31 de la revista que Vd. dirige, se publica un artículo con el título de «Sin Rey no hay Tradición», firmado por Jesús Ignacio Astrain, en el cual se alude, directamente, al periódico SIEMPRE y a su redacción.

    Dejando a un lado el fondo del mismo, que encontramos impropio de una publicación que se llama nada menos que MONTEJURRA, nos interesa considerar las afirmaciones que hace en torno a nuestra redacción, a cuyos miembros se nos tacha de «orgullosos, ambiciosos, desesperanzados y traidores».

    Y en consecuencia, queremos hacer constar:

    1.º Que no consideramos al autor del artículo con suficiente historial carlista para juzgar la conducta de personas que han demostrado, en todo momento, su total dedicación y lealtad a la Causa.

    2.º Que nuestra actuación política, que gustosamente sometemos al juicio del pueblo carlista, en ningún momento puede ser tachada de forma tan irresponsable, sin faltar a las normas más elementales de la ética y de la caridad cristiana.

    3.º Que el hecho de trabajar por la unidad de los carlistas, no creemos justifique estos ataques personales y fuera de tono.

    4.º Que nos extraña mucho que el autor del artículo se atreva a considerar a los redactores de SIEMPRE como ambiciosos, cuando éstos han demostrado –y siguen demostrando– una renuncia absoluta a toda clase de sinecuras políticas, desenvolviendo sus vidas, exclusivamente, dentro de sus respectivas esferas profesionales; y

    5.º Que al servicio de esa misma unidad del Carlismo –y puesto que SIEMPRE está especialmente dirigido a sectores no encuadrados dentro del Tradicionalismo–, renunciamos a toda polémica dentro de nuestras páginas.

    Muchas gracias por la inserción de esta carta y aprovechamos la oportunidad para quedar suyos atentamente,


    Por SIEMPRE – La Redacción.

  5. #5
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    Re: Sin Rey no hay Tradición (contra el veneno del ecumenismo político)

    Fuente: Montejurra, Número 33, Octubre 1963, página 8.


    CONTESTANDO A “SIEMPRE”


    Por JESÚS-IGNACIO ASTRAIN LASA


    La rectificación que la Redacción de SIEMPRE envió a MONTEJURRA, publicada en el número anterior de esta revista, a propósito de mi artículo “Sin Rey no hay Tradición”, me ha recordado un slogan que hicieron famoso las floristerías. Sí, “dígaselo con flores”, parece es la única preocupación de los que hacen SIEMPRE. De su negativa a entrar en el fondo de mi artículo hay que deducir que no se atreven con el mismo, no porque les falten ganas de destruirlo, ya que les deja al descubierto y en ridículo, sino porque no tienen argumentos que justifiquen su postura.

    Queda claro que el fondo de mi artículo queda en pie, ya que los redactores de SIEMPRE no han defendido la legitimidad de su actitud, probablemente porque en el fondo hasta para ellos es indefendible.

    Sólo le preocupa a SIEMPRE la dureza de algunos calificativos, por otra parte, naturales dentro de la lógica del artículo. Para protestar de ellos hay que destruir las premisas de que eran consecuencia, pero, en fin, no hay inconveniente por mi parte en repetirles los mismos argumentos –viejos, incontestados y rotundos argumentos de fidelidad y perseverancia– perfumados por el detalle siempre delicado, aunque a veces cursi por impropio, de unas flores por las que, al parecer, suspiran. Si se empeñan se lo diré con flores, aunque sigo creyendo que lo importante es lo que se diga, y lo secundario el cómo se diga.

    No entro a aclarar los conceptos que aparecían en mi artículo porque los mismos se ajustan a una crítica que sigo creyendo acertada, y que los lectores reputan igual, a juzgar por las muchas felicitaciones que he recibido. Y si saco a colación esto, no es por vanagloria, que resultaría ridícula, sino porque demuestra que el pueblo carlista, al que mis rectificadores apelan siempre, está con el Rey frente a la deslealtad, sea de quien sea, pues los prestigios adquiridos –ellos lo deben saber si tienen la experiencia de que blasonan– se pierden y se borran en el momento mismo de la primera infidelidad.

    Mis opositores intentan en su rectificación coger el rábano por las hojas. Sinceramente, quedarse a estas alturas a discutir esta palabra o aquel calificativo más o menos duro y ajustado, es muy poco serio cuando se están juzgando, guste o no guste, conductas que pueden tener cierta trascendencia. La forma en este caso es algo así como los soleados cerros de Úbeda por los que la Redacción en pleno de SIEMPRE quiere salir a pasear. Lo siento, pero no tengo ningún interés en seguirles por ese camino.

    Podemos discutir, y estoy dispuesto a hacerlo en cualquier lugar, el fondo del asunto, es decir, si se puede o no actuar dentro del Carlismo al margen del Rey, pero convertir la cuestión en un problema exclusivamente personal, cuyo tema central sean sus pretendidos y más o menos problemáticos méritos, eso no, ya que ni me interesa ni creo que pueda interesar a los lectores.

    Toda polémica requiere serenidad y seriedad. SIEMPRE ha demostrado en su respuesta que carece de serenidad, ya que desenfoca la cuestión al personalizar en dimes y diretes que no vienen a cuento; la seriedad ha brillado por su ausencia, al no rebatir con argumentos la falta de lealtad que su postura entraña.

    No se vayan por las ramas, que es la salida de quien no tiene justificación. Abracémonos al tronco del árbol y veamos quién está en la verdad. Yo sé que mi anterior artículo se encontraba dentro de la más absoluta ortodoxia, y por ello no rehúyo su discusión. Mis oponentes de SIEMPRE saben que ni doctrinal ni políticamente pueden defender con visos de éxito su postura, y por ello prefieren desviarse por derroteros personales escabullendo el bulto.

    Su postura, ese dejar de lado o en reserva “las propias lealtades” –confiesan que las han tenido– entraña una doble y grave deslealtad. Deslealtad al Rey, pues la lealtad dejada en suspenso es tanto como suspender el “cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien”, según entendieron siempre nuestros mayores y ratificó el Diccionario de la Lengua, y el suspender el cumplimiento es tanto como desoír esas leyes; y deslealtad, en fin, también hacia aquéllos con quienes pretenden unirse, ya que si no renuncian a sus anteriores fidelidades, hay una reserva y un fin oculto en su actuar que convierte todo ello en un juego poco claro. Son pues infieles al Rey y lo son también a aquéllos con quien[es] tratan de unirse, ya que su actitud lleva un cúmulo de reservas mentales, lo cual no es correcto.

    Todo esto nos ha apartado del problema fundamental. Siempre es conveniente ir al grano, sin entretenerse en charlas inútiles sobre los sacos en que se ha llevado al molino.

    El grano es pura y simplemente que la actitud de SIEMPRE es algo totalmente extraño a la Tradición y al Carlismo. Será posibilismo, será cansancio, será lo que sea, pero lo único cierto es que al dejar al margen al Rey, renuncia por ello a ser Carlismo, convirtiéndose, además, en un error político que no arrastra a nadie, como los de SIEMPRE lo están experimentando.

    Nadie cree que su postura conduzca, ni pueda conducir, a la unidad, porque la unidad está precisamente representada por el Rey. Su persona es, por encima de discrepancias accidentales personales, por encima de diferencias normales de criterios particulares, el vínculo firme de unión entre los hombres del Carlismo de hoy y será el día del triunfo la más alta representación y fundamento de la unidad de España por encima de las diferencias naturales de las regiones, comarcas e individuos, vinculados a su persona en ese hacer constante y común que es la Patria.

    La pretendida unidad del Carlismo al margen del Rey es el contrasentido de la rebelión de los pies contra la cabeza. Es el sumirse en la ineficacia política; es la condena eterna a una imposibilidad de atracción; es el cerrar inconscientemente en un gesto de orgullo ridículo –siempre el orgullo es ridículo– la posibilidad del triunfo. Porque a la España en que vivimos la convertiremos, y el Carlismo tiene su razón de ser en la conservación de la Tradición Española y en la atracción de los españoles hacia esa Tradición, no con ideas abstractas sino con realidades concretas y logros palpables. Los trabajos, las ideas, la verdad de la Tradición, tienen que estar encarnados en “un alguien” que dirija y represente; en un Rey de todos los españoles, que, por serlo de todos, pueda vincular a la Tradición el hacer de los que no hayan sido carlistas.

    Ese alguien que representa y vincula al Carlismo y a los españoles sólo puede serlo por derecho el Rey Legítimo y el príncipe que asegura la continuidad. Si se deja al margen al Rey, al tener que encarnar el ideario político en un hombre se cae necesariamente en el fascismo, en la teoría del Jefe, teorías éstas oportunistas, de urgencia, sin continuidad; teorías ensayadas y superadas, que poco tienen que ver con la Tradición.

    Ésa es la verdad cruda. O con el Rey, o en el plagio político de las posturas transitorias.

    SIEMPRE en su rectificación cierra sus páginas a la polémica pretextando que su Revista va dirigida principalmente a sectores no carlistas. ¿Es que quieren presentarse a esos sectores como respaldados por el Carlismo, y por ello no aceptan las voces que gritan el error de su postura? El secreto de nada sirve en este caso; tengan la seguridad de que hasta esos sectores llegará la verdad de que su postura, por no ser tradicional, no es popular.

    Como es natural, no tengo yo interés ninguno en continuar este monólogo, pues no puede ser diálogo aquél en que sólo una de las partes da razones, y en este caso sucede así por la negativa de SIEMPRE a entrar en el fondo. Los monólogos fatigan a quienes los soportan, así que, por mi parte, pongo punto final a esta cuestión, a no ser que en SIEMPRE estén dispuestos a discutir lo que en MONTEJURRA han evitado, es decir, que su actitud no es Carlista.

    Quiero hacer notar a SIEMPRE que sus desprecios por mi historial carlista me son indiferentes. Es conocido de muchos –como es conocido el de sus redactores–, por ello puedo asegurar que, a pesar de su pobreza –es difícil por comparación tener ricos historiales en el Carlismo–, resiste airosamente la confrontación con el de los miembros de esa Redacción, y por no ser esto mucho no me jacto de ello.

    Por último quisiera emplazar a SIEMPRE a que concrete qué “sinecuras políticas”, cuándo y de quién provenían, han rechazado sus redactores; la afirmación que en este sentido hacen en su rectificación tiene un vago aire de farol de juego, que espero con curiosidad ver, si se atreven a aclarar. Pero no sigamos por este camino personal, desprovisto de todo interés, donde SIEMPRE parece desear se realice la polémica. Por mí ésta ha terminado. Hasta cuando quieran, punto final.

  6. #6
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    Re: Sin Rey no hay Tradición (contra el veneno del ecumenismo político)

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    Fuente: Montejurra, Número 33, Octubre 1963, página 8.

    Nota oficial de la Comunión Tradicionalista

    SECRETARÍA GENERAL

    Circular S. G. núm. 15



    Por la simple lectura de los dos últimos números de la revista SIEMPRE y de las Hojas informativas que profusamente ha circulado su Cuerpo de Redacción, han visto nuestros Jefes y correligionarios todos, la línea política que ha emprendido y las posiciones que defiende, al margen completamente de las fijadas por S. M. y mantenidas por la Jefatura Delegada.

    Este irrebatible hecho, que tanto ha contrariado a la Comunión, pero que está al alcance de cuantos han recibido o leído dichas revistas y hojas informativas, no precisa comentario alguno ni otra justificación de esta Circular, encaminada únicamente a dejar constancia oficial de este proceder y a comunicar, de orden de la Jefatura Delegada a todos los Jefes Regionales, Provinciales, Comarcales, Locales y Carlistas todos que la revista SIEMPRE se ha separado de la disciplina de la Comunión, quedando por tanto rectificada la instrucción de nuestra Circular S. G. núm. 2 en lo que hace referencia a la mencionada revista, que queda fuera de nuestra disciplina.


    Madrid, 7 de Septiembre de 1963.

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