Fuente: El Pensamiento Navarro, 20 de Abril de 1976, página 3.
Una manera de decidir en política, pronto y bien
Por Manuel de Santa Cruz
Algunas personas me dicen que no tienen tiempo para leer y estudiar toda la propaganda política que llega a sus manos. Surge así un problema, porque, por otra parte, no se puede eludir, ni por acción ni por omisión, la responsabilidad que tiene el dar o el no dar el voto, o alguna clase de apoyo, a un grupo político; y no se puede afrontar esa responsabilidad sin un conocimiento profundo de esas propagandas.
Pero creo que hay un procedimiento de simplificar y reducir la tarea. Es ir derechamente a buscar en esas propagandas, antes que nada, qué es lo que dicen en la parte referente a las relaciones de la Iglesia y el Estado. Si se propone o anuncia la separación de la Iglesia y del Estado, ya no le hace falta a un católico seguir leyendo nada más; el asunto queda terminado y despachado en seguida; no debe de ninguna manera ayudar a ese programa. Porque, aunque el resto del escrito tuviera cosas buenas, aunque fuera todo él maravilloso, no serviría para nada, porque hay que amar a Dios (y a la Iglesia) «sobre todas las cosas». Lo cual quiere decir, según el Catecismo, estar dispuestos a perder todas esas cosas, antes que ofenderle.
¿Con qué cara se va a presentar un católico delante de Jesús Sacramentado después de apoyar, de algún modo, que sea expulsado de nuestra sociedad? Es doctrina cierta y firmísima de la Iglesia que «el liberalismo es pecado». Y la quintaesencia del liberalismo es esa separación de la Iglesia y del Estado. Todo lo demás, de cualquier programa político, es secundario.
Sucede a veces que algunos no caen en cuenta de todo el contenido y de todas las consecuencias de esa separación de la Iglesia y del Estado. Hay que explicarles que quiere decir legalización del aborto, del divorcio, de la pornografía y de toda clase de ataques teóricos y prácticos a la Religión. Hay que explicárselo antes de que vean esas consecuencias realizadas, porque entonces ya será tarde.
A los que deslizan en sus programas políticos esa frase de la separación de la Iglesia y del Estado como si nada; a los que la dejan caer sin darle todo el relieve que el asunto merece, hay que emplazarles públicamente a contestar, «sí o no», si son partidarios de la legalización del aborto, del divorcio, de la pornografía y de los ataques a la Religión. Para que sean ellos mismos los que les aclaren a las buenas gentes para qué cosas piden realmente su colaboración.
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Ha sido ejemplar la reacción de los intelectuales españoles ante la legalización del aborto. No se ha pedido aún descaradamente, ni en gran escala, entre nosotros; pero, de forma velada e implícita, sí que se encuentra ya dentro de otras peticiones que en la vecina Europa le abrieron paso y le sirvieron de vehículo, como ésa de la separación de la Iglesia y del Estado. Esto ha sido suficiente para que se hayan publicado muchos artículos muy buenos y se hayan dado muchas conferencias, explicando por qué el aborto es un crimen.
En tan magnífico conjunto se observa, sin embargo, el gran pecado habitual de los intelectuales, que es NO servir al pueblo. Ellos se quedan en las nubes de sus teorías sin explicar claramente a las personas corrientes cuál es la conducta práctica que tienen que seguir según se deduce de sus estudios. Todos esos artículos y conferencias terminan diciendo que el aborto es un crimen, y ya no siguen más adelante.
Creo que las situaciones políticas en que ya estamos entrando piden a los médicos, a los juristas, a los moralistas, y a todos los demás estudiosos del aborto, que añadan a sus conclusiones habituales esta otra: si el aborto es un crimen, ningún católico puede dar su voto o apoyo a un partido o grupo político que pida o acepte su legalización, aunque ésta viaje de incógnito en el proyecto de separar la Iglesia del Estado.
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