En la década de los ´60 Manuel de Santa Cruz participó, junto con otras personalidades de la Legitimidad, en un acto en el que se juramentaron defender la unidad católica española. Desde entonces hasta hoy (siendo ya nonagenario, continúa, actualmente, defendiéndola desde las páginas de la revista quincenal navarra Siempre P´lante) no ha faltado a su juramento.
Manuel de Santa Cruz es plenamente consciente de la debacle del Concilio. En el Foro se han colgado numerosos artículos suyos como para no caber duda alguna (véase, por ejemplo, éste).
Que a un partido político se le pueda atenuar o eximir de culpa por incorporar en su programa la libertad religiosa o la neutralidad laica, porque esto lo permite el Vaticano desde el Concilio, es una farsa típicamente democristiana (del estilo del partido político C.T.C.).
La postura pública tradicional quedó fijada claramente en el Discurso de apertura del II Congreso de Estudios Tradicionalistas de 1968 (en donde no sólo asistieron tradicionales legitimistas de la Comunión, sino también tradicionales disidentes de todas las denominaciones):
Nosotros afirmamos tajantemente, jurándolo sobre las tumbas de nuestros muertos, luchar hasta el postrer hálito de nuestros pechos en defensa de la unidad católica de las Españas, por los medios que fueren y en el modo que fuere. Nosotros proclamamos que no existe en la tierra nadie –entiéndase bien: nadie– sea autoridad secular o sea autoridad religiosa por elevada que esté en el pináculo del mundo, con poder bastante para obligarnos a aceptar unas normas en las que sufra menoscabo, ni aun el menor rasguño, la túnica inconsútil de la unidad católica de las Españas. Nosotros declaramos, con todas sus consecuencias, que ante leyes así nuestra postura es la consabida de obedecerlas por respeto, pero de no cumplirlas, por imperativos de un deber que va más allá de todos los respetos y de todos los acatamientos que puedan afectar a un ser humano.
Por lo tanto, no deja de ser esta cuestión un buen criterio para dirimir rápidamente si a un determinado partido político se le puede apoyar o no en conciencia (aunque ese apoyo consista, meramente, en concederle el voto en la farsa de las elecciones).
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