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Tema: El mal menor en política: doctrina satánica nacida de las entrañas del Infierno

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    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Re: El mal menor en política: doctrina satánica nacida de las entrañas del Infierno

    Fuente: Fragmento del Discurso pronunciado por Vázquez de Mella a raíz del Congreso Católico de Santiago de Compostela de 1902, El Correo Español, 14 de Febrero de 1906, página 1.



    La intransigencia y el mal menor

    (HABLA MELLA)

    Los medios legales y pacíficos


    ¡Que se deben emplear los medios legales y pacíficos! ¿Quién lo duda? Pero, ¿acaso esos medios son suficientes, no ya para restaurar la tesis católica, sino para mejorar de un modo estable de suerte y poder poner en peligro al adversario? ¿Cuándo se ha hecho una revolución católica, es decir, una restauración de la verdad, dentro de la ley enemiga y contra el poder que la ha establecido y que la mantiene violando los derechos de la Iglesia?

    Señores, las instituciones humanas sucumben en la Historia cuando niegan el principio a que deben la existencia, o degeneran los que las personifican hasta hacerse indignos de representarlas. Y eso sólo sucede cuando no combaten contra sus adversarios y se consumen en la inercia; pero cuando nacen en la lucha, y por la lucha y la violencia logran imponerse, y en la contienda viven, no se apaga en ellas el instinto de conservación, ni las ataca la manía del suicidio hasta el punto de dar a los adversarios armas a propósito para que las derriben y les den la muerte. Creer que el liberalismo radical o doctrinario, prudente o audaz, que es, como hecho, la secularización del Estado y la continua secularización de la sociedad, es tan generoso que, olvidándose de su historia y de los esfuerzos que ha tenido que hacer para realizar lo que llama sus conquistas, va a entregar a sus adversarios las armas y los medios que necesitan para que puedan vencerle y suplantarle en el mando, me parece una aberración que sólo puede ser explicada en uno de estos supuestos: o el de una ignorancia inverosímil de la Historia contemporánea y de la naturaleza del derecho nuevo –o el de una perfidia a la que no le importa sacrificar la verdad y sus defensores a cambio de un interés precario y mezquino–, o una de esas confusiones que se apoderan de algunas almas en víspera de las catástrofes y que las anegan en un escepticismo práctico y las llevan a acogerse, empujadas por el miedo, a un recurso del momento para vivir al día.

    Los que obedecen al primer motivo, están incapacitados para la lucha y no deben hablar de unión para realizarla, porque empiezan por desconocer la naturaleza, la historia y los propósitos del adversario. Obedecer al segundo motivo, implicaría la traición de reunir a los católicos que, conforme al espíritu tradicional, no ceden, ni transigen, ni consideran definitiva la obra revolucionaria, para entregarlos a los poderes liberales, haciéndolos formar en las filas de sus enemigos y diciéndoles: ahí los tenéis, eran vuestros adversarios, dispuestos siempre a amargar vuestros triunfos y a derribar vuestro poder; os los entregamos en rehenes; formad con ellos parte de vuestras milicias, y en cambio del servicio mejoradnos a nosotros de suerte. La perfidia en este supuesto, que sólo como uno de los extremos de la disyuntiva se puede discutir en una hipótesis imaginaria, sería la indignidad puesta al nivel de una torpeza que creería contar demasiado con el candor de los entregados y la gratitud de los vencedores libres de un enemigo enojoso. Y el tercer supuesto, el que obedece a un escepticismo práctico, incurre en la contradicción de creer, por un lado, en la verdad religiosa que se profesa en el orden privado, y por otro, de dudar de ella en el orden público, al suponer la perpetuidad de la obra revolucionaria y encerrarse en un pesimismo sombrío. Sin tener en cuenta, señores, que, aunque la catástrofe social, término de la Revolución, sea hipotéticamente inevitable dada la magnitud del mal y la marcha de los sucesos, detrás de ella está la reacción del orden cristiano contra el desorden pagano de la ateocracia moderna, y su restauración estará en razón directa del esfuerzo que hagamos para merecerla. Y como la catástrofe no será igual en todas partes, porque en el plan providencial la pena nunca deja de ser proporcionada al delito, y empezará en unas partes primero que en otras, y no será en todas tan difícil de conseguir la restauración, si no se quiere caer en la impiedad de suponer que la obra de la Redención es estéril aunque la voluntad la secunde, es necesario aceptar resueltamente el combate sin ceder nada al adversario, teniendo en cuenta estas dos cosas: que el éxito depende del deber como un galardón, y no el deber del éxito como un medio de alcanzarlo; y que las conquistas de nuestros enemigos no son más que las transacciones nuestras. (Aplausos).

    Señores, cuando tanto se habla y se ponderan los medios legales y pacíficos, no se repara ni se medita en qué consisten ni de qué dependen; ¿cuáles son esos medios? Tratándose de los españoles, las garantías y derechos que la Constitución reconoce a los ciudadanos. Todos podemos por igual emplearlos en teoría; pero en la práctica, por aquello que hace que las cosas caigan del lado a que se inclinan y no al opuesto, los mayores enemigos del orden social gozan de la preferencia en el ejercicio de esos derechos, porque cuentan con una benevolencia y una tolerancia que no disfrutan los católicos. Y si ya son desiguales en el ejercicio, porque las simpatías y el amparo de los Gobiernos, como hechos recientes lo demuestran, se inclinan, como es lógico, de parte de los que al fin, aunque más radicales, son discípulos de la misma escuela, y no de parte de aquéllos que mantienen la afirmación contraria, ¿cómo se han de lograr, no ya triunfos, sino ventajas positivas, si empiezan por ser las armas, primero insuficientes, y después inferiores a las que emplean, no sólo los adversarios que usufructúan el Poder, que ésas ya son de una superioridad evidente porque ellos que las forjan se reservan las mejores, sino hasta de aquellos otros enemigos que parecían estar equiparados bajo la tolerancia del mismo Poder? Pero todavía esa desigualdad práctica de medios, con ser importante, significaría poco si la dependencia de los medios legales no la agravase hasta hacerlos ineficaces. Porque, ¿de quién dependen esos medios?

    Harto lo sabéis, señores; los medios legales, las garantías constitucionales, dependen de la voluntad arbitraria de un Gobierno con Parlamento abierto o cerrado, sin más regla que su conveniencia, y conforme a la cual las suspende cuando quiere en toda la Nación o en parte para salir del paso y librarse de los obstáculos que le oponga el ejercicio de esos medios legales si no producen resultados bastante pacíficos, no necesitando para hacerlo más que señalar perturbaciones futuras, reales o imaginarias, o inventadas y preparadas con ese propósito.

    En suma; en la fórmula más comprensiva de la unión, se supone que el éxito de las campañas católicas depende de los medios legales; pero los medios legales dependen de la arbitrariedad de los Gobiernos enemigos que hay que combatir y que suspenden total o parcialmente, según les acomoda, las garantías constitucionales; luego es evidente que el resultado práctico de esa unión dependería de la voluntad de los adversarios. ¿Qué conquistas llevará a cabo un ejército comprometido a no emplear más que armas inferiores a las de sus adversarios, y por el tiempo y en la forma que ellos quieran, y teniendo que suspender las hostilidades cuando su voluntad se lo ordene?. (Muy bien, muy bien).

    Por esto creo, señores, que es una forma particular de locura, por no creer otra cosa, el intento de hacer triunfar, y poner como una enseña victoriosa en la cima del Estado, las proposiciones contrarias a las que condena el Syllabus, valiéndose como medio de la Constitución de 1876, que, por el espíritu que la anima y que se revela en varios de sus artículos, singularmente el onceno, está comprendida en aquel famoso catálogo de los errores modernos, según la declaración auténtica que, a manera de anatema, fulminó sobre ella, al nacer, la palabra infalible de Pío IX [1]. (Grandes aplausos).

    Señores: es una ley que confirman a un tiempo los principios y los hechos en la verdadera Filosofía de la Historia. Que el orden cristiano no se ha restaurado nunca en el mundo más que por medios semejantes a los que han servido para destronarle, pero jamás por los que ha proporcionado el desorden triunfante, como no sea sin querer y a pesar suyo. (Repetidos aplausos).

    Pero es que no se trata de restaurar todo el orden cristiano con sus atributos esenciales, ni de hacer triunfar la tesis católica en el Estado, dicen algunos varones y políticos prudentísimos, sino de pedir que se cumplan las disposiciones que nos favorecen, y de mejorar de condición dentro de lo existente, y aun de reformar hasta donde sea posible, parlamentariamente, la legalidad establecida. Después, si eso se consiguiera, ya se podría pensar en alguna otra prudente reforma para ir alejándose menos de la tesis; pero, por ahora, eso es el ideal. ¡Hermoso porvenir y luminoso ideal, señores, el de esos hombres prudentísimos! ¡Ya no se trata más que de mejorar un poco de suerte, y alcanzada con las armas que entrega el adversario y por los medios que dependen de su voluntad! Después, si se consigue, que no se conseguirá… (Risas), ya veremos de alcanzar alguna otra mejora legal.

    Pero, ¿no advierten esos hombres que, con semejante conducta, no hacen otra cosa que suspender todo litigio sobre la dominación de los enemigos, consolidar su soberanía, y animarlos con esa clase de reconocimiento a que prosigan sus conquistas? Si a un ejército colocado siempre a la defensiva, atacado constantemente por el adversario, y retrocediendo sin cesar, porque no toma la iniciativa nunca, al menos por el consejo de los que pretenden dirigirle, se le dice que hay que renunciar a la reconquista del territorio perdido por tiempo ilimitado, y que debe reconocerse la soberanía enemiga como un hecho que no se sabe cuándo dejará de ser inevitable y si dejará de serlo, y que todas sus empresas deben reducirse a mejorar de suerte, no empleando para lograrlo más medios que los que dependen de la voluntad del enemigo reconocido y victorioso, ¿habrá necesidad de preguntar lo que sucederá? Confesado el fracaso por los jefes, reconocida la victoria de los adversarios, y reducido el objetivo de la campaña a la posesión de un punto de etapa con el beneplácito del ejército enemigo, ¿no equivaldrá todo eso a una abdicación de la independencia, y a entregar en rehenes la esperanza? Es ley psicológica del espíritu humano que, en la medida en que se amengua el ideal, se disminuye el esfuerzo para recobrarle; y que, en la proporción en que aumenta el éxito del enemigo, mengua la energía del contrario. Cuando eso sucede, la derrota reconocida, que es el primer disolvente de la disciplina, rompe las filas y las dispersa. En vano será gritar entonces: ¡Unión, unión! El ideal, la tesis que se quería recabar, era el imán de las voluntades, la causa final que atraía los esfuerzos, la esperanza que hacía amable el combate. Sin ese estímulo, pronto la voluntad desfallece, y los que no supieron aprovechar el valor y lo mataron al cegar sus fuentes, querrán después, cayendo en el absurdo, exigir, cuando todo peligre, un heroísmo sobrehumano, como si no fuese aun el ordinario una excepción y nunca el patrimonio de los más. Las muchedumbres pueden ir electrizadas detrás de un imposible, con tal que se les haya infundido la opinión de que es una verdad que se puede aplicar sobre la Tierra; pero detrás de una duda, y a merced del capricho del adversario, nadie ha combatido jamás. (Muy bien).

    En resumen, señores, si se quiere restablecer el orden cristiano, si se quiere restaurar la tesis, hay que concluir por emplear medios radicales y semejantes a los que han empleado los enemigos para derrocarlo. Si no se quiere restaurar el orden, porque se reniega de los medios proporcionados para hacerlo, y se limita toda la empresa al intento de mejorar algo de suerte y a cambiar de postura, nadie gastará entusiasmos en cosas incapaces de engendrarlos, y el enemigo engrosará sus filas con los vencidos, que le reconocerán por señor, o pasará triunfante sobre su vileza, despreciando sus súplicas y sus lamentos.

    Pero, señores, querer restaurar el orden por medios desproporcionados e insuficientes para conseguirlo, o no querer restaurarlos, considerándolo como un ideal platónico, y limitándose por medio de armisticios a vivir al día, son dos maneras distintas de llevar a cabo, consciente o inconscientemente, una misma deserción, y de pasarse al enemigo. Ése es el resultado último de la estrategia defensiva y de la táctica sutil del dolo piadoso y del retroceso continuo, que parece que las han enseñado los adversarios como opuestas a las que ellos emplean para ganar sin peligro las batallas, encontrando auxiliares donde debieran encontrar enemigos.


    JUAN VÁZQUEZ DE MELLA







    [1] Se alude a la declaración solemne de Pío IX condenando el artículo 11 en la Carta al Cardenal Moreno, al discutirse la Constitución de 1876.

  2. #2
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    Re: El mal menor en política: doctrina satánica nacida de las entrañas del Infierno

    Fuente: El Correo Español, 5 de Diciembre de 1905, página 1.



    SOBRE EL MAL MENOR


    Tiempo hace que se debate con gran calor, entre los católicos españoles, la cuestión de la acción católica en las presentes circunstancias; y a propósito de ello, individuos de las Órdenes Religiosas, como el P. Muiños, el P. Minteguiaga, y últimamente el P. Abadal, han salido a la palestra, escribiendo largos artículos en defensa de lo que se llama el mal menor, teoría famosa que, si hoy ha recibido el bautismo, por lo menos antes, pocos años antes, era objeto de escándalo para todas las personas timoratas.

    Sin perjuicio de escribir acerca de estos asuntos por nuestra cuenta, que ya lo haremos con sumo gusto y con nuestra claridad de costumbre, nos limitamos hoy a reproducir uno de los brillantes y bien pensados artículos que sobre esto mismo ha escrito nuestro muy querido amigo D. Víctor Pradera.

    He aquí el de referencia:


    Un caso, no un ejemplo


    El P. Juan de Abadal, hermano en Religión del P. Minteguiaga, ha publicado en El Correo Ibérico, de Tortosa, un artículo titulado «Un buen ejemplo».

    Ya tiene el P. Conrado Muiños un voto más en pro de su fórmula de unión de los católicos; ya tengo yo, en frente de mí, una autoridad más. El P. Conrado Muiños va a triunfar… por el momento; a la larga, yo, sin autoridades, sin más escudo que mi lógica escolástica, sin más armas que mis principios inflexibles, sin más arte que el que me sugieren mis «recelos», esos recelos que no gustan al P. Abadal, triunfaré… por desgracia para el P. Muiños, para el P. Minteguiaga, para el P. Abadal, y para otras autoridades. Y no digo para la Religión, porque yo no formo, por mi ventura, en ese presumido ejército, dirigido por títulos del Reino en que, según la frase cáustica de Zahonero, protege a Dios…

    Con toda la libertad cristiana de los hijos de la Iglesia Católica Apostólica Romana, digo al P. Abadal que ha empequeñecido la cuestión y que la ha entenebrecido. El P. Abadal pretende «proponer un problema», y examina «un caso de conciencia», concreto, limitado, de escasa transcendencia, que no pasa de la jurisdicción de Tortosa, y de tan poca vida, que murió el mismo día que nació. El P. Abadal pretende «hablar del modo más claro que le sea posible», y sus palabras salen de su pluma veladas, oscuras, enigmáticas… Lo único claro es la finalidad del artículo; tiende a que los paladares católicos no sientan el amargor de las uniones con los liberales moderados en frente de los avanzados.

    ¿Quién ha negado que, por razones de momento, por motivos particulares, por causas especialísimas, estén permitidas a los católicos las uniones circunstanciales con los liberales?

    La Comunión Tradicionalista, igual hoy que ayer, lo mismo mañana que hoy, ha dicho y dirá siempre, pese a mezquinas insinuaciones contra la santidad e inconmovilidad de sus ideas, y a acusaciones malévolas e intrigas miserables contra su Augusto Jefe, que la unión con los liberales es lícita (aunque no materia adecuada de los entusiasmos de los católicos, y menos propia de ser cantada por Sacerdotes) en las condiciones expuestas en ese libro que se llamó áureo y que hoy está poco menos que arrinconado y olvidado por los mismos que le prodigaron aquel calificativo [1]. Por sostenerlo así, se ha acusado farisaicamente más de una vez de liberal al Carlismo, quizá, y sin quizás, por los mismos que hoy predican la doctrina, no con las atenuaciones, distingos y restricciones de la Moral, sino como regla general de conducta.

    ¿Es para dar testimonio de esa doctrina para lo que algunos Jesuítas (los de Tortosa) han abandonado su tradicional abstención «pública» de las luchas políticas y se han lanzado en el fragor de la lucha electoral en la forma que describe el P. Abadal? ¡Desgraciados de nosotros los carlistas! ¡Desgraciado de mí! ¡Con ser antiliberales obstinados, no hemos tenido la honra de que los Jesuítas nos diesen esos votos que tan pródigamente han otorgado a los liberales menos indignos!

    ¡Con haber luchado yo frente a frente a candidatos liberales, no pude vencer la resistencia feroz de más de un Sacerdote que se negaba a votarme por la poderosísima y alambicada razón de que yo «no representaba la unión de todos los católicos»! (Rigurosamente histórico).

    Pero ahondemos un poco en el artículo del P. Abadal. «Una era la idea de todos –dice el citado P. Jesuíta–: atrás esta ola de impiedad y de corrupción que amenaza anegarnos y anegar (decían los padres de familia) a nuestros hijos y pequeñuelos. Atrás, pues, en nombre de Dios, fue nuestro grito: a salvar nuestras escuelas, a salvar la libertad de pasear por las calles la imagen de Jesucristo y de cumplir en los templos nuestros deberes religiosos. A salvar también nuestras obras sociales incipientes, que han de ser el refugio donde se salven las almas de mil pobres obreros acechados y codiciados por la revolución».

    Bien he dicho al principio, que el P. Abadal, al pretender resolver un problema, no estudia más que un caso de conciencia. Se trataba en Tortosa, y «dentro de la legalidad vigente», de rechazar la ola de la impiedad que «la» anegaba, de salvar «sus» escuelas, «su» libertad de pasear la imagen de Jesucristo, «sus» obras sociales… No trata el P. Abadal de buscar los medios de que la ola no «se engendre»; de que las escuelas «de España» sean católicas; de que en la cumbre del Estado haya quien no tolere la vergüenza de que el Rey de los reyes quede reducido a mero motivo artístico con que adornar el alcázar del Poder; de que, en fin, se lancen «desde arriba» poderosas corrientes que fecunden las obras de carácter social concebidas por los ciudadanos…

    Caso concreto, limitado, caso de conciencia, propio de un libro de moral, no de un artículo periodístico, en el que se den reglas «generales» de orientación católica de un Sacerdote. Quiero llamar sobre este punto la atención de mis lectores… El artículo del P. Abadal no puede servir de norma de conducta a los católicos, porque en él no se plantea un problema, sino un caso. No nos dice cómo hemos de ser «político-católicos», sino qué es lo que han hecho «unos cuantos» católicos para salvar «unas cuantas obras católicas».

    Pero, aun así, limitado y empequeñecido el asunto, ¿puede el P. Abadal afirmar que los Jesuítas de Tortosa han conseguido lo que se proponían?

    Más que de cántico de victoria, regocijado y risueño, tiene trazas el artículo del P. Abadal de ser un alegato de justificación, porque todo él tiende a rechazar la acusación de haber consolidado el liberalismo, con su conducta, los católicos de Tortosa. De ello únicamente he podido deducir yo que los Jesuítas votaron en Tortosa a los liberales, pues el P. Abadal no nombra a los aliados de los católicos, limitándose a decir que éstos «se juntaron con quienes vimos resistirle (al enemigo), SIN MÁS AVERIGUACIONES».

    ¡Sin más averiguaciones! Pero, ¿es esto lícito? ¿Es eso recomendable? ¿Es ésa la doctrina y la práctica de la Iglesia?

    ¿Puede ponerse el Poder (aunque sea en el grado de la Administración municipal) en manos «desconocidas», sólo porque esas manos están aplicadas a derrumbar a los sectarios? ¡Ah, Padre Abadal! Si una partida de bandoleros asalta mi casa y me despoja de ella, yo sería un solemne imbécil si apoyase a quienes encontrara empeñados en la tarea de vencer a aquéllos, y no llevasen el tricornio de la Guardia Civil, porque con razón podrían alegar, después del triunfo, si son también bandoleros, que yo mismo, con mis hechos, he legitimado su conquista.

    No, y mil veces no. Enhorabuena que momentáneamente, SABIENDO QUIÉNES SON Y LO QUE QUIEREN, se unan los católicos a los liberales, «avanzados o no», para derribar a quienes se han hecho insoportables, que no siempre son los avanzados, sino no pocas veces los que forman en la burguesía moderada; pero no se cante como un triunfo el arrojar a los sectarios en unión con quienes no se sabe lo que son; menos se adopte esa táctica y se recomiende; y menos aún se limite el horizonte católico a salvar «unas» escuelas, a rechazar «una» ola, a defender «unas» obras sociales, y, digámoslo con claridad, que ya es hora de no encubrir la palabra con eufemismos, a impedir que la turba furiosa apedree las residencias, conventos y colegios de los Religiosos.

    Vayamos arriba, muy arriba, aunque padezcamos persecuciones, pedreas e incendios. Vayamos a descuajar el liberalismo de las instituciones sociales. La placidez del liberalismo moderado es la de la tuberculosis. De una puñalada puede curarse, aunque el sol de Mayo no reconforte por el momento al herido; de la tisis se muere, aunque las auras primaverales coloreen las mejillas del pobre tuberculoso…


    VÍCTOR PRADERA






    [1]
    Nota mía. Es de suponer que Pradera se refiere al libro Casus conscientiae his praesertim temporibus accommodati propositi ac resoluti, de Pablo Villada S. J., 3 Tomos, 1884-1887, Bruselas.

    Parte de esta obra se tradujo al castellano, en una edición titulada Casos de conciencia acerca del liberalismo sacados de la obra escrita en latín por P. V., 1886, Madrid.

  3. #3
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    Re: El mal menor en política: doctrina satánica nacida de las entrañas del Infierno

    Fuente: El Correo Español, 15 de Enero de 1906, páginas 1 – 2.



    El mal menor


    Asunto es éste tan manoseado que repugna discutirlo, por tratarse de verdades de sentido común casi; pero no hay más remedio que poner las cuestiones al alcance de las inteligencias vulgares, si queremos que nuestra propaganda sea eficaz y fructífera.

    Desde luego, el más y el menos no altera la esencia de las cosas. ¿Se trata de verdadero mal, aunque sea menor? Pues nunca la práctica del mal, ni mayor ni menor, es lícita en conciencia. Ni aun como medio para conseguir el bien, se puede nunca practicar el mal. En ningún caso, por ejemplo, es lícito mentir, ni aun para arrancar a un inocente del patíbulo, como en ningún caso es lícito cometer un pecado venial para evitar otro mortal.

    Todo esto lo saben, no solamente los profundos teólogos moralistas, sino también las viejas y los chiquillos que han aprendido, comprendiéndolo, el Catecismo de la Doctrina Cristiana.

    “Pero, hombre”, se dicen, “lícito y provechoso es cortar la pierna o el brazo gangrenados para salvar la vida; por consiguiente, lícito será también practicar un pequeño mal moral para evitar otro mayor y más grave”.

    No hay paridad en el ejemplo, porque aquí se trata de mal físico, absolutamente independiente del libre albedrío; del mal regulado por leyes naturales inflexibles, universales y constantes; del mal que, bien considerado, es un bien, pues bien, y bien precioso, es quedarse sin brazo o pierna, manco o cojo, para no perder la vida. Y aun en este orden de cosas, es cuestionable qué mal es preferible. Si a un condenado a muerte se le diera a escoger entre un veneno lento que le matara poco a poco, entre angustias y dolores cruentos, o la guillotina, es casi seguro que preferiría la segunda a la primera muerte, y eso que aquélla parece mal menor, pues alarga la vida del condenado por unos días y aun por unos meses.

    De análoga manera, en el orden moral, entre un liberal conservador que va aniquilando y desangrando a la Patria con sus procedimientos moderados, pero antipatrióticos e impíos, y un liberal radical que lo lleva todo a sangre y fuego y acaba con ella en un día, no sabemos dónde está el mal menor, ni es lícito decidirse por ninguno. Lo racional sería rechazar y condenar ambos, como se quedaría sin ninguno de los procedimientos, físicamente malos, el condenado a muerte.

    “Es que el acto de votar a un conservador, verbigracia, para que no triunfe un republicano, es en sí indiferente, no hay aquí mal, ni mayor ni menor: el mal resulta de la finalidad del acto; y desde este punto de vista, es preferible que empuñe las riendas del Gobierno un conservador que un republicano”. Tampoco esto es cierto: bonum ex integra causa, malum ex quocumque defectu. Si la finalidad del acto es menos nula en un caso que en el otro, todo el acto moralmente considerado es nulo, y tan ilícito es el mal menor como el mayor. O el conservador de que se trata es liberal, o no; en el primer caso, todo liberalismo es pecado, sin que pueda admitirse la doctrina de que hay un liberalismo bueno y otro malo; en el segundo, ya no ha cuestión, pues al llamarse el candidato conservador antiliberal, no es tal conservador a usanza española, y entonces debe titularse católico, con cuyo calificativo no habrá católico alguno que tenga escrúpulos al votarle.

    No falta quien compara el acto electoral a la venta de armas, que es lícita, y, sin embargo, se puede hacer y se hace mal uso de ellas. Tampoco esta comparación aclara el asunto. Al candidato, más o menos liberal, se le coloca en condiciones para infiltrar su liberalismo en las leyes y en los actos gubernamentales, y lo mismo da que parta uno de la libertad del error, o que sostenga el otro la libertad de conciencia: los dos son peores; y lo seguro, lo racional, y hasta lo de sentido común, es no votar a ninguno de los dos.

    Pero supongamos que convenga apoyar al menos radical, y que los moralistas, que encuentran cuando quieren argumentos para todo, han resuelto la cuestión a favor del conservador o del mal menor; estas soluciones serán aceptables, y aun defendibles, en el terreno de la tesis, pero nunca en el de la hipótesis, es decir, aplicables a los conservadores españoles, cuya conducta política se resume diciendo que son conservadores de todo lo malo, de todo los más antipatriótico, de todo lo más vergonzoso y perjudicial para la Nación.

    De manera que, si en tesis general no es lícito practicar el mal, ni mayor ni menor, ni en la hipótesis española encontramos defensa desde el punto de vista patriótico y religioso para los liberales conservadores, incluso los mauristas, los menos malos en sentir de los paladines del mal menor, es claro como la luz meridiana que los católicos españoles, entre dos liberales, el uno malo y el otro peor, harán como unos santos quedándose sin ninguno y enviando a los dos a freír espárragos.

    Que los egoísmos de ciertas clases bien avenidas con esta media legalidad, que marchan bien en el machito de las instituciones, las empujan en esta dirección para su propia tranquilidad y defensa. Buena pro les haga, y cuando las cosas se extremen en España como en Francia, y, por las sendas del reconocementismo, sean esos señores conducidos primeramente a la disolución y luego al extranjero, que apelen entonces a Poncio Pilatos; nunca podrán acusarnos a los enemigos del mal menor de haberlos empujado en esas direcciones.

    Pero hay más: todo esto son martingalas que se traen los defensores de las instituciones y del régimen, para apoyar y sostener lo que, a fuerza de descrédito y de vergüenza, se bambolea en la opinión pública; y para convencer a los católicos de que ninguna obligación tienen en conciencia de arrimar el hombro para sostenerlo y evitar que se hunda, basta llevar a su ánimo el convencimiento de que se han exagerado y hasta desnaturalizado las mal llamadas direcciones pontificias respecto al sostenimiento de los Poderes constituidos. De la misma manera que por el fruto se conoce al árbol, así también por sus desastrosos efectos se conocen las direcciones políticas, y el ralliement está históricamente juzgado en la reciente Ley de Separación entre la Iglesia y el Estado francés.

    No obstante, por si quedase algún iluso, léase el Capítulo V del Libro Blanco publicado por la Santa Sede [1], y allí se afirma y se prueba que fueron mal interpretadas las instrucciones pontificias sobre el particular, que nunca hicieron ni pudieron hacer los Papas violencia a los sentimientos íntimos de los católicos, ni prohibirles que, por todos los medios legales, trabajasen contra lo existente si lo consideraban funesto para la Patria. Ahora bien: ¿para la nación española ha habido nunca, ni puede haber, nada más funesto que lo existente? Entonces los católicos españoles podemos en conciencia, y hasta debemos, si se apura, hacerlo por todos los medios legales, entre los que figuran las elecciones en primer término; y cuando se nos pida el voto para un maurista, o para un liberal conservador de cualquiera otra casta, negarlo con la misma energía y fundamento que lo podemos y debemos negar a un republicano, socialista o anarquista.



    ESEVERRI





    [1]
    Nota mía. Se refiere Eseverri al Libro Blanco publicado por Roma a finales de Diciembre de 1905, referente a la Ley de Separación de la Iglesia y el Estado aprobada por la República francesa, la cual llevaba consigo la ruptura del Concordato de 1801. En dicho Libro se trataba de demostrar que la responsabilidad de la ruptura recaía únicamente sobre el Gobierno francés.

  4. #4
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    Re: El mal menor en política: doctrina satánica nacida de las entrañas del Infierno

    ¿Los católicos deben luchar en las elecciones?

    - Sí, sin duda ninguna.

    ¿Qué deben procurar en ellas?

    - Sacar siempre a los mejores, y siempre tener en cuenta sobre todo la calidad de los católicos.

    Cuando se presenta un católico ¿pueden votar a un liberal?

    -No pueden.

    Cuando se presenta un liberal solo, sin rival, ¿pueden votarle?

    -No pueden.

    Cuando se presentan dos liberales igualmente malos, ¿pueden votar a uno de los dos?

    -Tampoco.

    Cuando se presentan dos liberales y ningún católico, pero uno bastante peor que el otro, ¿pueden votar al menos malo de los dos?

    -Pueden en algunos casos, pero no por afecto al liberal menos malo, sino por aversión al peor.

    ¿Y están obligados a votar al menos malo en estos casos?

    -No están obligados a no ser que lo mande quien tenga legítima autoridad.

    Y ¿será al menos conveniente que se le vote aunque no sea obligatorio?

    - Tal vez en algunos casos sea conveniente. Pero de esto han de decidir los que tengan autoridad y los jefes de los partidos después de reflexionado.

    Y ¿qué casos son estos?

    - Cuando se junten las siguientes condiciones:

    1.- Que de salir elegido el peor se teman graves daños para la religión, para la moralidad o la Patria.

    2.- Que no haya modo de impedir las dos elecciones, sino que de todos modos habría de ser elegido uno de los dos malos.

    3.- Que no haya escándalo.

    4.- Ni resulte por otro lado algún mal mayor que el que se evita con derrotar al más malo.

    5.- Que, en fin, el que da el voto lo dé sin afecto al menos malo, porque a todo lo malo, aunque sea menos malo, se ha de tener odio.

    Y ¿cuál es menos malo?

    - De suyo, dicen, coeteris paribus, el republicano y socialista y anarquista es el peor, luego el liberal radical, luego el moderado. Dicen de suyo, porque puede ser que en muchos casos sea peor elegir a los moderados.

    Pero ¿no es verdad que los moderados y liberales católicos son peores que los demagogos?

    - De suyo, no; pero son más temibles, porque son más insidiosos y suelen ser más duraderos, por lo cual hay que andar con más cautela con ellos.

    Según eso, ¿se podrá transigir con estos liberales?

    - Jamás, ni tener con ellos sociedad ni liga ninguna, sino valernos de ellos para primero derribar a los más fieros, y luego derribarlos a ellos también.

    ¿Acaso por ser menos malos los moderados se les debe tener menos aversión?

    - Antes más en cierto modo, y proceder con ellos con más cautela y más empeño, por lo mismo que son más encubiertos y tienen más apariencia de bien.

    ¿Hay contra esa doctrina algo que se pueda oponer?

    - Nada.



    FUENTE: ¿Cuál es el mal mayor y cuál es el mal menor? El Magistral de Sevilla, 20 de febrero de 1912. LA EDITORIAL VIZCAÍNA, C/ Enao, 8 BILBAO. Págs. 6 y 7

    (La negrita y los subrayados son míos)

    ¿Y quién escribe en estos términos tan contradictorios que finalizan remitiendo de nuevo al comienzo? Pues reproduzco de nuevo:

    <<No quiero ser yo el que dé un resumen de los artículos citados. Sea el P. VILARIÑO, hermano en Religión de los PP. Villada y Monteguiada, y Director de El Mensajero del Corazón de Jesús, el que lo haga, para tener seguridad de no apartarme de su espíritu.>> (pág. 6)


    Es decir, el famoso Padre Remigio Vilariño, el mismo que publicó el Devocionario Completo del que tengo dos ejemplares, uno de ellos de la 10ª edición de 1934, salido del Convento de El Carmelo de Bilbao en 1937, y el segundo de la 19ª edición de 1956. Nada sospechoso pues, pero cuyos argumentos me llevan a ciertas consideraciones:

    1.- En base a la primera pregunta sobre sí los católicos deben luchar en las elecciones, y que el P. Vilariño responde rotundamente: "Sí, sin duda alguna"

    Yo pregunto a mi vez: ¿Dónde está la presentación en casi todos los comicios de candidaturas de la COMUNIÓN TRADICIONALISTA?

    Y la respuesta que se suele dar invariablemente suele ser ésta: No se quiere participar de este Sistema o de este régimen.

    Después de todo el argumentario ofrecido por el P. Vilariño, me llama especialmente la atención la conclusión final:

    ¿Hay algo contra esa doctrina que se pueda oponer? NADA.

    Lo que particularmente es descorazonador por cuanto él mismo afirma que se puede votar a alguien sí lo manda quien tenga la legítima autoridad, y han de decidirlo los que tengan autoridad, quedando claro que habla de jefes de partidos en plural y no de eclesiásticos, por sí quedase alguna duda al respecto.

    Y, finalmente, ¿qué se está haciendo por España, aparte de NADA?. Sí, mucha reflexión, mucho dedo acusador, mucha descalificación, mucho carnet de partido o de pureza ideológica no habiendo partido, etc., etc., etc. En resumen, nada de nada de nada y mucho bla,bla,bla..., totalmente inútil y huero.
    Última edición por Valmadian; 02/07/2020 a las 00:13
    "He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.

    <<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>

    Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.

    Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."

    En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47


    Nada sin Dios

  5. #5
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    Re: El mal menor en política: doctrina satánica nacida de las entrañas del Infierno

    Bien. Como prometimos en el primer mensaje de este hilo, vamos a proceder a reunir todos los artículos relacionados con el asunto del "mal menor", en donde Ramón Nocedal luchó denodadamente contra esta nueva doctrina política que, si bien había sido defendida históricamente por los liberalcristianos (capitaneados por el órgano oficioso en aquel entonces del ultramontanismo pidalino: El Universo), últimamente la había adoptado como propia buena parte del Episcopado español, lo cual le daría un empuje decisivo para su amplia (y nefasta) difusión en la Península.

    Dividiremos esta recopilación en tres bloques:

    1) El primer bloque se refiere al conjunto de artículos que Ramón Nocedal (bajo el pseudónimo quijotesco de Sansón Carrasco), encabezados con el título de "La cuestión del día", escribió para refutar esta neo-doctrina política que venían a defender ahora, sorprendentemente y con un giro de 180 grados, los Padres Jesuitas D. Venancio Minteguiaga y D. Pablo Villada, a través del órgano oficial de los Jesuitas españoles Razón y Fe, con ocasión de las elecciones municipales de Madrid en Noviembre de 1905.

    Los artículos de Ramón Nocedal suman un total de 27, que se extienden desde el 11 de Noviembre de 1905 hasta el 27 de Febrero de 1906.

    2) El segundo bloque se refiere al conjunto de comunicaciones mutuas que Ramón Nocedal tuvo con el entonces Arzobispo de Madrid D. Victoriano Guisasola y Menéndez, con motivo de la orden que este último le intimó para que se callara en sus polémicas contra los liberalcristianos, con ocasión de la publicación de la Carta de San Pío X titulada Inter Catholicos Hispaniae, de 20 de Febrero de 1906.

    Ramón Nocedal recoge estas comunicaciones también bajo el encabezamiento de "La cuestión del día", y aparecen numeradas en 8 apartados o capítulos, en 6 Números de El Siglo Futuro, que se extienden entre el 3 y el 9 de Abril de 1906.

    3) Por último, en el tercer bloque se recoge la orden final contra Ramón Nocedal para que se calle de una vez definitivamente, intimada por el recién llegado nuevo Arzobispo de Madrid D. José María Salvador y Barrera, así como los artículos o textos de El Siglo Futuro en los que dice basarse el Arzobispo para renovar la orden de silencio o de no beligerancia contra los liberalcristianos.

    Consta este bloque del Número de El Siglo Futuro en donde se recoge la orden del Arzobispo, y de otros tres Números correspondientes a los textos aducidos por el Arzobispo para la motivación de su nueva conminación contra Nocedal.

    Ramón Nocedal, tras esta última exhortación episcopal, se recogió en profundo silencio, terminando por enfermar pocos meses después, y, finalmente, falleciendo a principios de Abril de 1907. El Canónigo D. Celestino Bahillo Nevares, en un artículo titulado "Recuerdos de una visita a Nocedal", testimonia de manera resumida el estado de ánimo en que quedó Nocedal durante sus últimos meses de vida:

    Fuente: El Siglo Futuro, 19 de Marzo de 1925, página 9.


    Era el 23 de Enero del año 1907, fiesta de San Ildefonso; me encontraba en Madrid; y, cuando tantos se disponían a ofrecer sus respetos al Rey [1], agasajado aquel día tan justamente, en pública y espléndida recepción palatina, yo opté por hacer una obra de misericordia, visitando al ilustre fundador de EL SIGLO FUTURO y Jefe del Partido Católico Nacional, Don Ramón Nocedal, a quien suponía solo en aquellas horas, y sabía que se encontraba atribulado y enfermo.

    Cuando llegué a su domicilio y pregunté por él al portero, éste me contestó que no podía ver al señor, por no ser hora de visitas; era temprano ciertamente; contrariado yo de veras, porque no podía esperar, ni volver más tarde, di mi tarjeta para que se la entregase a Don Ramón; y, cuando me separaba apesadumbrado, hete aquí que el portero mencionado me llamó y dijo: que su señor, tan pronto como leyó mi tarjeta, le había ordenado que me pasara a su presencia; mi modesto nombre era completamente desconocido para Don Ramón, mas al pie de él ostentaba yo el honroso título de Presbítero, y éste sin duda fue el mejor que podía presentarle, para que me recibiera sin dilación alguna.

    En efecto, apenas entré, contestó a mi saludo cariñosamente y me ofreció un asiento a su derecha; y, comenzando nuestra conversación sobre los asuntos político-religiosos de entonces, me dijo lleno de amargura: “Ahora que todos los partidos políticos liberales se hallan tan desacreditados y podridos, que con el dedo meñique se los podía derribar, me sellan los labios para que no hable, y me atan las manos para que no escriba contra ellos. Y si eso lo hicieran nuestros enemigos de siempre, menos mal; pero es lo peor, que así se portan ahora conmigo los mismos que antes con sus palabras, escritos y ejemplos, me alentaron a lucha perpetua y guerra sin cuartel contra el maldito liberalismo; esto es lo más triste de suyo, y esto es lo que a mí más me apena”.



    [1] Nota mía. Se refiere al usurpador revolucionario Alfonso “XIII”.
    Kontrapoder y ReynoDeGranada dieron el Víctor.

  6. #6
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    Re: El mal menor en política: doctrina satánica nacida de las entrañas del Infierno

    I) Primer bloque: Artículos de Ramón Nocedal contra el "mal menor", publicados bajo el encabezamiento de "La cuestión del día", y con el pseudónimo de "Sansón Carrasco".



    1) El mal menor (El Siglo futuro, 11.11.1905) (I).pdf


    2) El mal menor (El Siglo futuro, 13.11.1905) (II).pdf


    3) El mal menor (El Siglo futuro, 15.11.1905) (III).pdf


    4) El mal menor (El Siglo futuro, 16.11.1905) (IV).pdf


    5) El mal menor (El Siglo futuro, 18.11.1905) (V).pdf


    .
    Última edición por Martin Ant; 27/10/2020 a las 17:54

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    Re: El mal menor en política: doctrina satánica nacida de las entrañas del Infierno


  12. #12
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    Re: El mal menor en política: doctrina satánica nacida de las entrañas del Infierno

    II) Segundo bloque: Comunicaciones entre el Arzobispo de Madrid D. Victoriano Guisasola y Menéndez, y Ramón Nocedal, publicados bajo el encabezamiento de "La cuestión del día".



    1) La nueva política del mal menor (El Siglo Futuro, 03.04.1906) (I, II).pdf


    2) La nueva política del mal menor (El Siglo Futuro, 04.04.1906) (III).pdf


    3) La nueva política del mal menor (El Siglo Futuro, 05.04.1906) (IV).pdf

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