Fuente: El Correo Español, 5 de Diciembre de 1905, página 1.
SOBRE EL MAL MENOR
Tiempo hace que se debate con gran calor, entre los católicos españoles, la cuestión de la acción católica en las presentes circunstancias; y a propósito de ello, individuos de las Órdenes Religiosas, como el P. Muiños, el P. Minteguiaga, y últimamente el P. Abadal, han salido a la palestra, escribiendo largos artículos en defensa de lo que se llama el mal menor, teoría famosa que, si hoy ha recibido el bautismo, por lo menos antes, pocos años antes, era objeto de escándalo para todas las personas timoratas.
Sin perjuicio de escribir acerca de estos asuntos por nuestra cuenta, que ya lo haremos con sumo gusto y con nuestra claridad de costumbre, nos limitamos hoy a reproducir uno de los brillantes y bien pensados artículos que sobre esto mismo ha escrito nuestro muy querido amigo D. Víctor Pradera.
He aquí el de referencia:
Un caso, no un ejemplo
El P. Juan de Abadal, hermano en Religión del P. Minteguiaga, ha publicado en El Correo Ibérico, de Tortosa, un artículo titulado «Un buen ejemplo».
Ya tiene el P. Conrado Muiños un voto más en pro de su fórmula de unión de los católicos; ya tengo yo, en frente de mí, una autoridad más. El P. Conrado Muiños va a triunfar… por el momento; a la larga, yo, sin autoridades, sin más escudo que mi lógica escolástica, sin más armas que mis principios inflexibles, sin más arte que el que me sugieren mis «recelos», esos recelos que no gustan al P. Abadal, triunfaré… por desgracia para el P. Muiños, para el P. Minteguiaga, para el P. Abadal, y para otras autoridades. Y no digo para la Religión, porque yo no formo, por mi ventura, en ese presumido ejército, dirigido por títulos del Reino en que, según la frase cáustica de Zahonero, protege a Dios…
Con toda la libertad cristiana de los hijos de la Iglesia Católica Apostólica Romana, digo al P. Abadal que ha empequeñecido la cuestión y que la ha entenebrecido. El P. Abadal pretende «proponer un problema», y examina «un caso de conciencia», concreto, limitado, de escasa transcendencia, que no pasa de la jurisdicción de Tortosa, y de tan poca vida, que murió el mismo día que nació. El P. Abadal pretende «hablar del modo más claro que le sea posible», y sus palabras salen de su pluma veladas, oscuras, enigmáticas… Lo único claro es la finalidad del artículo; tiende a que los paladares católicos no sientan el amargor de las uniones con los liberales moderados en frente de los avanzados.
¿Quién ha negado que, por razones de momento, por motivos particulares, por causas especialísimas, estén permitidas a los católicos las uniones circunstanciales con los liberales?
La Comunión Tradicionalista, igual hoy que ayer, lo mismo mañana que hoy, ha dicho y dirá siempre, pese a mezquinas insinuaciones contra la santidad e inconmovilidad de sus ideas, y a acusaciones malévolas e intrigas miserables contra su Augusto Jefe, que la unión con los liberales es lícita (aunque no materia adecuada de los entusiasmos de los católicos, y menos propia de ser cantada por Sacerdotes) en las condiciones expuestas en ese libro que se llamó áureo y que hoy está poco menos que arrinconado y olvidado por los mismos que le prodigaron aquel calificativo [1]. Por sostenerlo así, se ha acusado farisaicamente más de una vez de liberal al Carlismo, quizá, y sin quizás, por los mismos que hoy predican la doctrina, no con las atenuaciones, distingos y restricciones de la Moral, sino como regla general de conducta.
¿Es para dar testimonio de esa doctrina para lo que algunos Jesuítas (los de Tortosa) han abandonado su tradicional abstención «pública» de las luchas políticas y se han lanzado en el fragor de la lucha electoral en la forma que describe el P. Abadal? ¡Desgraciados de nosotros los carlistas! ¡Desgraciado de mí! ¡Con ser antiliberales obstinados, no hemos tenido la honra de que los Jesuítas nos diesen esos votos que tan pródigamente han otorgado a los liberales menos indignos!
¡Con haber luchado yo frente a frente a candidatos liberales, no pude vencer la resistencia feroz de más de un Sacerdote que se negaba a votarme por la poderosísima y alambicada razón de que yo «no representaba la unión de todos los católicos»! (Rigurosamente histórico).
Pero ahondemos un poco en el artículo del P. Abadal. «Una era la idea de todos –dice el citado P. Jesuíta–: atrás esta ola de impiedad y de corrupción que amenaza anegarnos y anegar (decían los padres de familia) a nuestros hijos y pequeñuelos. Atrás, pues, en nombre de Dios, fue nuestro grito: a salvar nuestras escuelas, a salvar la libertad de pasear por las calles la imagen de Jesucristo y de cumplir en los templos nuestros deberes religiosos. A salvar también nuestras obras sociales incipientes, que han de ser el refugio donde se salven las almas de mil pobres obreros acechados y codiciados por la revolución».
Bien he dicho al principio, que el P. Abadal, al pretender resolver un problema, no estudia más que un caso de conciencia. Se trataba en Tortosa, y «dentro de la legalidad vigente», de rechazar la ola de la impiedad que «la» anegaba, de salvar «sus» escuelas, «su» libertad de pasear la imagen de Jesucristo, «sus» obras sociales… No trata el P. Abadal de buscar los medios de que la ola no «se engendre»; de que las escuelas «de España» sean católicas; de que en la cumbre del Estado haya quien no tolere la vergüenza de que el Rey de los reyes quede reducido a mero motivo artístico con que adornar el alcázar del Poder; de que, en fin, se lancen «desde arriba» poderosas corrientes que fecunden las obras de carácter social concebidas por los ciudadanos…
Caso concreto, limitado, caso de conciencia, propio de un libro de moral, no de un artículo periodístico, en el que se den reglas «generales» de orientación católica de un Sacerdote. Quiero llamar sobre este punto la atención de mis lectores… El artículo del P. Abadal no puede servir de norma de conducta a los católicos, porque en él no se plantea un problema, sino un caso. No nos dice cómo hemos de ser «político-católicos», sino qué es lo que han hecho «unos cuantos» católicos para salvar «unas cuantas obras católicas».
Pero, aun así, limitado y empequeñecido el asunto, ¿puede el P. Abadal afirmar que los Jesuítas de Tortosa han conseguido lo que se proponían?
Más que de cántico de victoria, regocijado y risueño, tiene trazas el artículo del P. Abadal de ser un alegato de justificación, porque todo él tiende a rechazar la acusación de haber consolidado el liberalismo, con su conducta, los católicos de Tortosa. De ello únicamente he podido deducir yo que los Jesuítas votaron en Tortosa a los liberales, pues el P. Abadal no nombra a los aliados de los católicos, limitándose a decir que éstos «se juntaron con quienes vimos resistirle (al enemigo), SIN MÁS AVERIGUACIONES».
¡Sin más averiguaciones! Pero, ¿es esto lícito? ¿Es eso recomendable? ¿Es ésa la doctrina y la práctica de la Iglesia?
¿Puede ponerse el Poder (aunque sea en el grado de la Administración municipal) en manos «desconocidas», sólo porque esas manos están aplicadas a derrumbar a los sectarios? ¡Ah, Padre Abadal! Si una partida de bandoleros asalta mi casa y me despoja de ella, yo sería un solemne imbécil si apoyase a quienes encontrara empeñados en la tarea de vencer a aquéllos, y no llevasen el tricornio de la Guardia Civil, porque con razón podrían alegar, después del triunfo, si son también bandoleros, que yo mismo, con mis hechos, he legitimado su conquista.
No, y mil veces no. Enhorabuena que momentáneamente, SABIENDO QUIÉNES SON Y LO QUE QUIEREN, se unan los católicos a los liberales, «avanzados o no», para derribar a quienes se han hecho insoportables, que no siempre son los avanzados, sino no pocas veces los que forman en la burguesía moderada; pero no se cante como un triunfo el arrojar a los sectarios en unión con quienes no se sabe lo que son; menos se adopte esa táctica y se recomiende; y menos aún se limite el horizonte católico a salvar «unas» escuelas, a rechazar «una» ola, a defender «unas» obras sociales, y, digámoslo con claridad, que ya es hora de no encubrir la palabra con eufemismos, a impedir que la turba furiosa apedree las residencias, conventos y colegios de los Religiosos.
Vayamos arriba, muy arriba, aunque padezcamos persecuciones, pedreas e incendios. Vayamos a descuajar el liberalismo de las instituciones sociales. La placidez del liberalismo moderado es la de la tuberculosis. De una puñalada puede curarse, aunque el sol de Mayo no reconforte por el momento al herido; de la tisis se muere, aunque las auras primaverales coloreen las mejillas del pobre tuberculoso…
[1] Nota mía. Es de suponer que Pradera se refiere al libro Casus conscientiae his praesertim temporibus accommodati propositi ac resoluti, de Pablo Villada S. J., 3 Tomos, 1884-1887, Bruselas.
Parte de esta obra se tradujo al castellano, en una edición titulada Casos de conciencia acerca del liberalismo sacados de la obra escrita en latín por P. V., 1886, Madrid.
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