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Tema: Las advertencias de Zacarías de Vizcarra

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    Las advertencias de Zacarías de Vizcarra

    Fuente: Ecclesia, Número 658, 20 de Febrero de 1954, páginas 8 – 11.



    PELIGRO PARA EL BIEN COMÚN

    Por Monseñor Zacarías de Vizcarra, Obispo Consiliario General de la Acción Católica Española



    Personas que merecen mi mayor aprecio me piden que escriba algunas líneas de orientación ideológica para nuestros jóvenes, sobre una peligrosa campaña de exaltación de ciertos ídolos intelectuales, que tuvieron parte principalísima en la incubación del último desastre nacional, que costó la vida a un millón de españoles.

    Esa campaña data ya de 1937, cuando España estaba empeñada en trágica lucha contra los efectos de aquella exaltación, que, según parece, se quiere continuar con incansable perseverancia, adaptándose a las circunstancias, con formas y procedimientos más o menos disfrazados, más o menos subterráneos.

    Muchos de aquellos que la secundan y apoyan lo hacen inconscientemente, creyendo que prestan con ello un servicio a la cultura, a la inteligencia y a la Patria. Pero sus ocultos y hábiles directores buscan el retorno a la situación anterior al Levantamiento Nacional de signo cristiano, en la cual predominaba la influencia intelectual de la Institución Libre de Enseñanza.

    En plena guerra, el actual Cardenal Arzobispo de Toledo, entonces Obispo de Salamanca, dio la voz de alerta contra estas tendencias, en su Carta Pastoral del 8 de Mayo de 1938, titulada “Los delitos del pensamiento y los falsos ídolos intelectuales”. Esta Pastoral conserva hoy plena actualidad.

    Decía en ella el vigilante Prelado: “La visión de tanta sangre derramada, de tanta devastación y ruina, de los dolores y punzadas en el corazón, que todos los buenos españoles, aun los no combatientes, hemos sufrido y estamos sufriendo, ¿no exigen que se piense, se hable y se obre con verdad, sinceridad y dignidad, que se arrumben los tópicos destituidos de fundamento, y se quemen, si es necesario, los falsos ídolos cuyo culto ha acarreado tan inconmensurables estragos?” (Cardenal Pla y Deniel, “Escritos Pastorales”, Tomo I, págs. 272-273, Madrid, 1946, Ediciones Acción Católica Española).

    Sería interesante averiguar de dónde venían las campañas en pro de los falsos ídolos, en circunstancias tan extemporáneas y tan reñidas con el ambiente heroico de los que vertían su sangre al grito de “¡Por Dios y por España!”.


    Consignas de la Masonería Internacional

    Por de pronto sabemos que la inmensa mayoría de los diputados que integraban el Parlamento del período anterior al Levantamiento Nacional eran, por confesión propia, hecha en sesión pública, masones. Pero su dominio sobre España se vio seriamente amenazado por dicho Levantamiento, a pesar de la enorme superioridad del bando rojo, tanto en armas como en medios económicos y en apoyos extranjeros.

    Como es notorio, antes de terminar el primer año de guerra, la Masonería Internacional previó la derrota del bando rojo, y comenzó a preparar la manera de robar su victoria a la Cruzada Nacional.

    Hizo lo mismo que nos dice Jesucristo sobre la táctica del espíritu impuro, cuando es arrojado del cuerpo de un poseso: “Cuando el espíritu impuro sale de un hombre –nos dice–, discurre por lugares áridos, buscando reposo, y no lo halla. Entonces se dice: Me volveré a mi casa de donde salí”. La encuentra ya “barrida y aderezada”, y, para asegurar el éxito del nuevo asalto, “toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrando, habitan allí, viniendo a ser las postrimerías de aquel hombre peores que sus principios” (San Mateo, XII, 43-45).

    En efecto, la Masonería Internacional buscó astutamente, entre los mismos combatientes de la zona antimarxista, colaboradores peores que ella, en el sentido de que eran más eficaces que ella para realizar sus propósitos, y maniobró hábilmente, con el pretexto de fomentar la unión y convivencia de todos los españoles, evitar nuevos desastres, y salvar para la Patria los “valores intelectuales” que podrían huir de otro modo al extranjero.

    Personas prestigiosas y fidedignas que se encontraban en Salamanca, en 1937, pudieron leer y copiar las consignas de la Masonería Internacional, dictadas por entonces desde París y divulgadas secretamente entre los elementos masónicos emboscados en la zona nacional. Sus tres puntos principales eran: A) Trabajar primeramente para lograr un armisticio entre las dos Españas en lucha, a fin de llegar al arreglo de una paz negociada; B) Cuidar luego de ir borrando el signo católico que ostentaba la España Nacional; C) Valerse de la táctica de exaltar en toda ocasión los valores intelectuales de los izquierdistas y guardar silencio acerca de los intelectuales católicos.

    Estas consignas, hábilmente difundidas en la zona nacional, tuvieron eco inmediato, hasta en ambientes que parecían estar al abrigo de toda sospecha.

    Personas respetables tomaron en serio la idea del armisticio; aunque prevalecieron las que vieron inmediatamente en estas sugerencias la mano de los que trataban de evitar la derrota definitiva de la trágica Anti-España.

    La campaña de silenciamiento de los intelectuales católicos y de exaltación de los izquierdistas tuvo dóciles ejecutores en algunos periódicos de la España Nacional, y hasta en actos públicos en que parecían estar más evidentemente fuera de lugar. Por ejemplo, en Marzo de 1938, más de un año antes del fin de la guerra, celebraron en Vigo los estudiantes-soldados la fiesta religiosa de Santo Tomás de Aquino, Patrono de los Estudiantes y Escuelas Católicas. En ella, uno de los oradores, que vino de fuera, comenzó su discurso con la declaración de que, para saber lo que es España, hay que leer las obras de Unamuno, Pío Baroja, Valle Inclán y otros varios autores del mismo estilo. ¡Sano manjar espiritual, para servírselo el día de Santo Tomás de Aquino a los estudiantes que estaban arriesgando sus vidas en los frentes de combate por una Patria mejor!

    Los efectos conseguidos con esta exaltación sistemática de los valores izquierdistas y el silenciamiento sistemático de los valores católicos los he podido apreciar personalmente dentro y fuera de España. Visitando en América una de sus Universidades Católicas, me dijeron, como cosa grata a un huésped español, que funcionaba en ella una cátedra de literatura española, con buen número de alumnos y alumnas. Les pregunté qué programas tenían y qué prácticas realizaban; y me contestaron que, fuera de los temas generales propios de toda literatura, se dedicaban especialmente a leer y comentar a los dos escritores más representativos de la moderna España literaria, Ortega y Unamuno. Es decir, que la España católica, en una Universidad Católica, estaba representada por dos heterodoxos.

    A muchos de nuestros jóvenes intelectuales, y sobre todo a los universitarios, les pasa lo mismo. Apenas oyen alabar más que a los autores izquierdistas; ésos son los que ven citados continuamente en las revistas literarias, en los ensayos filosóficos, en los libros de los autores que se precian de estar al día. Todos los reflectores de la propaganda literaria proyectan su potente luz casi exclusivamente sobre sus obras, dejando en la penumbra del olvido o del compasivo desdén los méritos de otros ingenios. Aquéllos les son presentados como “Maestros”; aquéllos constituyen para muchos casi el único “pan de su inteligencia”. El efecto que les producen esos libros, leídos sin las debidas cautelas y sin la necesaria preparación filosófica y teológica, nos lo describe el Capellán Nacional del Frente de Juventudes, Dr. D. Ramiro López Gallego, refiriéndose en particular a D. José Ortega y Gasset: “No hay que echar en olvido que, para valorar la obra de Ortega, no basta manejar sus libros: es preciso conocer el efecto en las almas de los que han recibido el impacto de esos libros. Personalmente conozco hombres por cuyo espíritu el aliento espiritual de Ortega ha pasado como un ciclón devastador de sus creencias religiosas. Otros, sin llegar a perder la fe, se enfriaron de tal manera, que fríos siguen todavía”. (En el Número 497 de la revista “Juventud”).

    Ahora bien: observando la continuidad y tenacidad con que se vienen cumpliendo, en una u otra forma, las consignas masónicas de 1937, se comprende lo que escribe el Excmo. Sr. Obispo de Astorga, buen conocedor del ambiente que se respira en los círculos intelectuales y en las Universidades, como Rector que ha sido de una de ellas, cuando dice: “Es todo un plan concertado para perder a España, con la impiedad en los libros, completada con la inmoralidad de los espectáculos, el que viene desarrollándose sistemáticamente en nuestro país, en sospechosa coincidencia con otra campaña de desprestigio que se realiza en el Extranjero, lo que hace pensar en la existencia de una verdadera conjura de hondas raíces internacionales, y de posible inspiración masónica, cuya finalidad esencial sería la destrucción de nuestra unidad católica, en defensa de la cual lucharon, y, muriendo, triunfaron nuestros mejores, en la por muchos olvidada, cuando no tergiversada, Cruzada Nacional” (Carta Pastoral del Excelentísimo Sr. D. Jesús Mérida, Obispo de Astorga, 7 de Diciembre de 1953, pág. 369 del “Boletín Diocesano” de dicho mes).


    Campaña paralela de tolerancia

    Antes de indicar cuál ha de ser nuestra actitud razonable y justa, con respecto a los intelectuales heterodoxos, llamaremos la atención sobre una campaña en pro de la tolerancia, que, por la forma en que se desarrolla y por el momento histórico en que se intensifica, nos parece perturbadora para muchas conciencias vacilantes.

    La tolerancia en ciertos órdenes de la convivencia humana puede ser hija de la virtud suprema de la caridad, y todos saben que la sexta de las Obras de Misericordia Espirituales es “Sufrir con paciencia las flaquezas de nuestros prójimos”. Pero hay que notar también que la misma virtud de la caridad nos obliga al mismo tiempo, según los casos, a poner en práctica la tercera de las mencionadas Obras de Misericordia, que es “Corregir al que yerra”. Lo cual, en los padres, superiores y gobernantes, no es solamente obligación de caridad, sino de estricta justicia. Y pecan ciertamente los que, por indiferencia, flojedad, pereza o malicia, toleran los errores o vicios que causan estragos en las almas y se podrían impedir sin daños de transcendencia superior.

    La tolerancia, por definición, es siempre permisión de un mal; y será virtud o vicio, según sean la naturaleza y circunstancias del mal que se tolera.

    Lo que en unas circunstancias es bueno y recomendable, puede ser en otras malo y condenable. Es bueno y recomendable el fomento del turismo y del arte; pero, en tiempo de peste, fomentar el turismo, para visitar los monumentos artísticos de la región apestada, puede ser una temeridad, y hasta un crimen.

    Estamos en tiempos de peste espiritual, en que ciertos elementos regresivos de altos círculos intelectuales preparan la vuelta a situaciones de triste recordación y causan estragos en nuestra juventud. En estas circunstancias, la insistencia en predicar las excelencias de la tolerancia puede perturbar muchas conciencias y servir indirectamente de apoyo para los planes de los mencionados elementos regresivos, aun contra toda la voluntad de los panegiristas de la tolerancia. No justificamos por ello las imprudentes exageraciones en que pueda incurrir la misma sana intolerancia.

    Pero dicha predicación será ciertamente muy grata a la Masonería. La Masonería histórica (no la fantástica y legendaria que venden en las logias a los infelices de los grados inferiores), nació predicando tolerancia, al abrirse en Londres la primera logia, el año 1717. Y esa línea de conducta la sigue hasta hoy, como han podido ver nuestros lectores en la prensa del 17 de Enero de 1954, con ocasión de haber sido condenado y puesto en el Índice de Libros Prohibidos, por la Suprema Congregación del Santo Oficio, una obra de Bernardo Heidelberg, sobre el aspecto conciliador de la masonería austríaca con respecto a la Iglesia Católica, con la defensa de la tolerancia en materia dogmática.


    Nuestra actitud con respecto a los intelectuales heterodoxos

    Lejos de nosotros negar ni desconocer los méritos científicos y valores literarios de los intelectuales heterodoxos.

    La Iglesia los ha reconocido siempre, como es razonable y justo. Los Santos Padres de los primeros siglos dieron el ejemplo de utilizar lo bueno que encontraban en los escritores paganos, separándolo cuidadosamente de lo inmoral y erróneo. El mismo Apóstol San Pablo citó, en su discurso ante el Areópago de Atentas, dos textos de los poetas paganos Epiménides y Arato (Hechos de los Apóstoles, XVII, 28). Santo Tomás de Aquino redujo a un cuerpo doctrinal ordenado, claro, sólido y ortodoxo, las verdades filosóficas y teológicas esparcidas entre selvas de errores por los sabios paganos, judíos y mahometanos.

    Todo lo bueno y verdadero es don de Dios, hállese donde se halle. Los Santos Padres comparan las cosas buenas de los libros malos a los vasos de oro y plata de los egipcios, que los hebreos pidieron prestados a sus esclavizadores, al trasladarse a la Tierra de Promisión. Dios, que era dueño de todas aquellas riquezas, se las regaló a los hijos de Israel. Y en cambio, a los egipcios, cuando pretendieron volver a esclavizar a los hebreos, no se lo consintió; y, ante su obstinación en perseguir a Israel, los sepultó en el Mar Rojo, con todos sus carros, caballos y caballeros. Utilicemos, pues, las riquezas de los heterodoxos, sin dejarnos esclavizar por ellos.

    Pero, para poder utilizar sin peligro esas riquezas intelectuales, la Iglesia exige, como condición, varias cautelas de sentido común.

    Primeramente, se requiere preparación intelectual y moral suficiente, para que los errores de los heterodoxos no lleguen a envenenar al lector o al oyente. La pérdida de la fe y de la ortodoxia no se compensa con nada, ni en el que la hace perder ni en el que la pierde. La palabra de Jesucristo es terminante y enérgica: “Al que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino de asno y le arrojaran al fondo del mar… ¡Ay de aquél por quien viniere el escándalo! Si tu mano o tu pie te escandaliza, córtatelo y échalo de ti; que mejor es entrar en la vida manco o cojo, que con manos o pies ser arrojado al fuego eterno” (San Mateo, XVIII, 6-8).

    Muchos de los que leen libros heterodoxos carecen de suficiente preparación filosófica y teológica para hacer inocua su lectura. Les pasa lo que sucedió, a pesar de su gran talento, a Ernesto Renan, que cayó en la incredulidad y en la apostasía, porque, siendo seminarista no formado todavía, leyó clandestinamente libros heterodoxos.

    En segundo lugar, para leer libros heterodoxos, se necesita permiso de la competente Autoridad Eclesiástica; porque de lo contrario es facilísimo engañarse a sí mismo, juzgándose suficientemente preparado y pretextando la consabida excusa: “A mí no me hace daño”.

    La Iglesia no niega permiso para leer libros heterodoxos a los que ofrecen garantías de hacerlo sin peligro. Yo mismo recibí de Roma licencia perpetua para leer libros prohibidos, apenas terminé mis estudios teológicos.

    En tercer lugar, se necesita ejercer atenta vigilancia sobre sí mismo, en el ejercicio de la misma licencia; porque con toda facilidad asimila uno inconscientemente el espíritu y no pocos errores del autor leído con admiración o gusto, si no se pone prudentemente a la defensiva contra el arrastre de su prestigio. Es oportuno recordar siempre lo que dice el sagrado libro del Eclesiástico: “El que con pez anda, se mancha; y el que trata con soberbios, se hace semejante a ellos” (Eccli., XIII, 1).


    Enfermedades intelectuales contagiosas

    El hombre es más prudente y juicioso en los asuntos corporales que en los espirituales. Nadie defendería, con respecto a las enfermedades contagiosas del cuerpo, las teorías que acepta fácilmente con respecto a las enfermedades contagiosas del alma.

    Si un sabio está atacado de peste bubónica, de cólera morbo, o de cualquier otra enfermedad contagiosa, se le aísla en un sanatorio, se prohíbe su circulación libre en la nación, se le cierran las fronteras de las demás naciones, y no se acercan a él más que los médicos y los practicantes, con todos los desinfectantes, caretas y precauciones del caso.

    Si el sabio está atacado de una enfermedad contagiosa de orden espiritual, no hay asilamiento de ninguna clase, no hay desinfectantes, ni caretas, ni precauciones; se le permite circular libremente por todas partes, se pone en contacto directo con todo el mundo, sin intermedio de médicos ni practicantes.

    Esto significa que, para los defensores de esta exagerada tolerancia, la salud del cuerpo vale muchísimo, y la salud del alma poquísimo, o casi nada.

    Pero lo razonable es que adoptemos para las enfermedades espirituales normas parecidas a las que se observan universalmente para las enfermedades corporales.

    Debemos extremar nuestra caridad para con la persona del enfermo, compadecernos sinceramente de su desgracia, rogar a Dios por su restablecimiento, reconocer todos los méritos que le adornan y que hacen doblemente sensible su enfermedad; pero sin llegar a contagiarnos con ella, ni exponer a otros al mismo contagio.

    Hay modo de aprovechar todo lo bueno que podemos esperar del enfermo, valiéndonos del asesoramiento y dirección de un buen médico, que para el caso puede ser un profesor experimentado u otra persona de reconocida solvencia intelectual y moral.

    Por otra parte, no todas las obras de los heterodoxos son heterodoxas; y autores que, en una época de su vida, escribieron libros censurables, pueden haber publicado en otra obras inofensivas o laudables. Es, pues, necesario tener en cuenta todas estas circunstancias, para acertar en la elección de sanas lecturas, sin exageraciones por carta de más ni por carta de menos.


    Ejemplo aleccionador de Ramiro de Maeztu

    Ramiro de Maeztu era uno de los valores intelectuales más sólidos y bien intencionados de la llamada Generación del 98. Aunque nunca renegó del catolicismo, anduvo muchos años alejado de las doctrinas católicas, entusiasmado con la filosofía de Kant, que aprendió con afán en Alemania, con los principios del liberalismo, con el superhombre de Nietzsche, y con las sentencias de Zaratustra.

    Pero su rectitud moral invariable, su honradez y su patriotismo, fueron abriendo poco a poco los ojos a su clara inteligencia, le hicieron renunciar a su ideología liberal y laica, le apartaron de las corrientes anticatólicas que arrastraban a muchos de los compañeros de su Generación, que militaban predominantemente en la Institución Libre de Enseñanza, y abrazó con la mayor sinceridad y la más decidida entrega los principios y prácticas de la Iglesia Católica.

    Sin embargo, como es más difícil bautizar la inteligencia que cristianar el corazón, desconfiaba de los rastros y reliquias que habían dejado en su entendimiento las pasadas lecturas, y me decía en Buenos Aires, cuando ejercía allí con gran prestigio el cargo de Embajador de España: “Cuando note que incurro en alguna inexactitud o error doctrinal, llámeme la atención; porque todavía me quedan traspapelados en la cabeza algunos conceptos viejos”.

    Esta honradez intelectual se manifestaba en otros muchos rasgos de su conducta, aun después de haber vuelto a Madrid, con el gran renombre adquirido en su Embajada. Me enviaba artículos para la prensa argentina, con ruego de que se los corrigiese libremente. Conservo, por ejemplo, la carta que me escribió desde Madrid, el 24 de Junio de 1930, donde me decía: “Espero que no escribiré cosa que no vaya bien en el periódico; pero, como no es ése mi propósito, queda usted facultado para hacer todas las tachaduras que pudiera creer usted convenientes. No es preciso que sean necesarias. Basta con que le parezcan convenientes”.

    Ejemplo doble para nuestros jóvenes: en él verán, por una parte, los daños causados en una inteligencia preclara por las lecturas de autores heterodoxos, hechas sin preparación suficiente; y admirarán, por otra parte, su vuelta sincera y generosa a la plenitud de la verdad católica, por haber preparado los caminos de la gracia divina, con una gran rectitud de corazón y una humildad ejemplar.


    La España que añoran las sociedades secretas

    El mismo D. Ramiro de Maeztu me describía, en la carta antes citada, el estado en que había encontrado a España a su vuelta de la Argentina. Su descripción tiene la especial importancia de proceder de un intelectual que conocía íntimamente a toda la Generación del 98, a todos los dirigentes de la Institución Libre de Enseñanza, a todos los líderes políticos y a los directores y redactores principales de toda la prensa nacional.

    Hay aquí –me escribía– un millar de personas, seguramente no pasarán de esa cifra, que ocupan las empresas de publicidad, las corresponsalías, las cátedras universitarias más vitales (en su mayoría), y actualmente son mayoría en media docena de centros culturales de Madrid, que, por los puestos que ocupan, a causa del descuido nacional, son actualmente los árbitros de los instrumentos de publicidad, así como de las reputaciones literarias y profesionales. Pero no podrá durarles mucho esta situación de privilegio, porque los demás no estamos ciegos a lo que sucede. Esta idea se la doy para su gobierno”.

    Esa “situación de privilegio” añoraban indudablemente las sociedades secretas internacionales, cuando dictaron las consignas que antes hemos indicado. Y la lástima es que sigan teniendo todavía tenaces seguidores, aun después de haber visto las desgracias acarreadas por esa situación a nuestra Patria.

    ¿Permitirá la actual juventud universitaria la vuelta a los horrores que preveía Ramiro de Maeztu desde 1930, y que, desgraciadamente, no pudo él evitar? “Puede usted estar seguro –me escribía– de que pondré lo que me queda de vida en tratar de evitar a mi país los horrores que le esperarían, si esa gente pudiera obrar a su gusto”.

    Por desgracia, “esa gente” pudo obrar a su gusto, y le asesinó miserablemente en Aravaca una noche de Octubre de 1936.

    Es necesario preparar ahora seriamente a los universitarios y a España entera para oponerse con energía y decisión al movimiento regresivo, patrocinado por las sectas. Es necesario contrarrestarlo también positivamente con un movimiento progresivo hacia el ideal de una nación católica, grande, unida y justa.

    La juventud universitaria, en lugar de ir a remolque de mentalidades que fracasaron trágicamente, debe aspirar a formarse bien, para empuñar ella misma el timón de la España renacida, y dirigir su rumbo hacia los nuevos y gloriosos destinos que le reserva la Providencia.

  2. #2
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    Re: Las advertencias de Zacarías de Vizcarra

    Fuente: Ecclesia, Número 773, 5 de Mayo de 1956, páginas 12 – 14.



    ¿Debe defenderse la unidad católica en las naciones que todavía la conservan?

    PROPAGANDA ERRÓNEA DE ALGUNOS CATÓLICOS SUIZOS

    Por Monseñor Zacarías de Vizcarra, Obispo Consiliario General de la Acción Católica Española



    Parece oportuno, en estos momentos, orientar el criterio de los socios de la Acción Católica, acerca de la errónea propaganda con que algunos católicos suizos combaten la actitud defensiva de nuestra nación, ante las tenaces ofensivas que desatan periódicamente las sectas internacionales contra la unidad católica de España.

    Con ocasión de uno de los más recientes ataques de los protestantes contra la llamada intolerancia religiosa de los españoles, hemos visto con dolor a correligionarios nuestros de Suiza apoyando esa injusta campaña, “habiéndose unido en ella católicos con protestantes”, como dice el “Freiburger Nachrichten” del 22 de Febrero de este año.

    Hemos visto también más tarde que un respetable diario católico suizo, que no queremos nombrar, dice que ha elevado por su parte, en el mismo sentido, “una nueva y enérgica protesta católica”.

    Ignoran, por de pronto, esos católicos suizos, que no tenemos en España para los protestantes las leyes de excepción que ellos padecen en Suiza, de parte de sus aliados los protestantes, cuyas exigencias para con los protestantes de España tanto les preocupan.

    Acabo de recibir el último número del bimestral suizo “L´Observateur de Genève” (Marzo-Abril de 1956), donde leo las siguientes palabras, escritas con sentido común, por el pastor protestante Jacques Courvoisier, Profesor de la Universidad de Ginebra: “Es para mí desagradable pensar que los Dominicos de Annemasse, siendo todos ellos ciudadanos suizos, no pueden establecerse en Ginebra y están obligados a residir fuera de la frontera, a causa del artículo 52 de la Constitución. Me es también desagradable pensar que, si algunas damas católicas, imitando a las que han fundado la comunidad reformada (protestante) de Grandchamp, quisieran fundar una parecida en nuestro país, podrían quizá caer bajo el golpe de este mismo artículo”. (Páginas 1-2).

    El disgusto que experimenta el pastor ginebrino por la suerte de los Dominicos de Annemasse y de las piadosas damas católicas que quisieran imitar a las damas protestantes de Grandchamp, podría extenderse también a los Jesuítas, contra los cuales asesta este golpe el artículo 51 de la Constitución suiza: “La Orden de los Jesuítas y las sociedades que le están afiliada, no pueden ser recibidas en parte alguna de Suiza, y toda acción en la iglesia y en la escuela está prohibida a sus miembros”.

    Por declaración oficial del Consejo Federal, las palabras “iglesia” y “escuela” no deben interpretarse en sentido restrictivo, como es norma general en todo el mundo para las leyes de carácter odioso, sino en su sentido más amplio. Por eso, un jesuita no puede predicar en ninguna iglesia católica de Suiza, ni enseñar en ningún centro docente suizo, ni hablar por radio. En una investigación ordenada por el Consejo Federal en doce Cantones, se llegó a descubrir la “enorme” infracción anticonstitucional de que, en un Cantón católico, un jesuita suelto prestaba servicios en una capilla católica y hasta hablaba a las niñas de un centro docente católico de la libérrima Suiza.

    Pero aún es más amenazadora para los católicos la segunda parte de dicho artículo 51; porque autoriza al Gobierno Federal, para extender la misma prohibición a las otras Órdenes Religiosas, cuando su actividad, a juicio del mismo Gobierno, “turbe la paz entre las confesiones”. Dice así el artículo: “Esta prohibición puede también extenderse, por Decreto federal, a otras Órdenes Religiosas cuya actividad sea dañosa para el Estado o turbe la paz entre las confesiones”. Basta que chillen un poco algunos protestantes de algún Cantón, para que el Gobierno pueda asestar el golpe fatal a cualquier comunidad religiosa.

    Esta legislación es la que trae tan asustados y acobardados a los católicos suizos ante sus compatriotas disidentes, aunque los católicos constituyan más del 41 por 100 de toda la nación.

    Y estos católicos son los que se unen con los protestantes, para reclamar que tengan éstos en España lo que ellos mismos no tienen en Suiza. Con la diferencia de que ellos, como hemos dicho, son en Suiza más del 41 por 100, y los protestantes en España no llegan al 0,1 por 100, aun contando entre ellos a los protestantes extranjeros de todas las naciones, y a los individuos que acuden a las reuniones de las capillas protestantes por curiosidad, o por interés económico, o por resentimientos particulares.

    Es difícil averiguar el número de los auténticos protestantes que hay en España. Los mismos protestantes dan cifras muy diversas, y apenas tenemos más estadísticas que las que publican ellos.

    Según “The Star” del Canadá (19 de Enero de 1949), se calcula que habrá en España unos 20.000 protestantes. “Our Sunday Visitor” de Indiana (10 de Abril de 1949), decía que eran 21.900, aunque añadía que, según otros, eran 4.000, e incluso menos de 2.000. Todo consiste en apreciar quiénes han de considerarse como protestantes. Porque una gran parte de los que acuden a los cultos protestantes, son tan disidentes como aquel grupo de pobres mujeres que asistían en Ávila a las predicaciones de un pastor protestante, para recoger los regalos útiles de bolsillo y cocina que les hacía el orador al final de sus peroratas. En efecto, un día, una de aquéllas, llamada La Juana, dijo en nombre de las demás al predicador: “Señor, haga el favor de acabar pronto y repartirnos esas cosas que nos da, porque ya están tocando las campanas para la Novena de la Virgen”.

    Sin embargo, si aun ese número tan optimista de 21.900 se reparte entre unos 29.000.000 de habitantes que tiene ahora España, faltan 7.000 españoles para llegar a la cifra del 0,1 por 100 de protestantes.


    Puntos de meditación para los católicos suizos

    Reflexionen ahora sobre los cuatro puntos siguientes los católicos suizos, que se sienten allí tan acobardados ante los protestantes de su patria, a pesar de tener ellos tan elevado tanto por ciento entre sus conciudadanos, incluyendo en este número, no sólo a todos los protestantes, sino también a todos los comunistas, marxistas, agnósticos e indiferentes.

    1.º La Constitución suiza prohíbe la existencia de la Orden de los Jesuitas, amordaza a sus miembros sueltos, y autoriza al Gobierno para suprimir todas las demás Órdenes Religiosas, si cree que le causan daño o turban la paz religiosa.

    En cambio, la Constitución española, en el artículo 6.º del “Fuero de los Españoles”, admite la existencia de todas las comunidades y sectas protestantes, y les permite la profesión de sus creencias y el ejercicio privado de su culto, excluyendo únicamente las ceremonias y manifestaciones externas, con estas palabras: “Nadie será molestado por sus creencias religiosas ni el ejercicio privado de su culto. No se permitirán otras ceremonias ni manifestaciones externas que las de la religión católica”.

    2.º En Suiza, no puede predicar un jesuita, ni siquiera dentro de las iglesias católicas. En España, pueden predicar en las capillas protestantes todos los pastores de todas las sectas.

    3.º En Suiza, está autorizada por la Constitución la supresión de todas las Órdenes Religiosas, siempre que el Gobierno juzgue que “su actividad sea dañosa para el Estado o turbe la paz entre las confesiones”.

    ¿Y no les parece mal a esos católicos suizos que en España puedan hacer daño al Estado o turben la paz religiosa con sus propagandas públicas todas las sectas protestantes, rompiendo la más preciosa de todas las unidades de nuestro pueblo, que es la unidad católica?

    4.º En Suiza, la misma prensa católica ha protestado contra el diputado que abogó por la reforma de ese inicuo texto constitucional, juzgando inútil y perjudicial la defensa de los derechos de su Iglesia. ¿Y quieren que España cambie su texto constitucional, más suave que el de Suiza, para complacer precisamente a los opresores de los mismos católicos suizos?

    Merece especial reflexión la actitud supertímida y superfloja de los católicos, en la mencionada defensa de sus derechos.

    Cuando el Gobierno suizo hizo su declaración, ante la Cámara legislativa, sobre el alcance del artículo 51, el diputado antes mencionado pidió la palabra e inició un debate, demostrando la injusticia de esa disposición constitucional contra inofensivos y distinguidos ciudadanos suizos, cuando había en la misma Cámara un grupo de diputados comunistas que habían hecho profesión pública de que traicionarían a la patria, y gozaban sin embargo de todos los derechos constitucionales, con plena libertad para propagar sus ideas subversivas. Entonces un grupo de diputados derechistas abandonó la sala durante la discusión, dejando plantado al orador, con el pretexto de no perder el tren, para volver a tiempo a sus casas. Eso era peor que venderse por un plato de lentejas. El plato lo tenían seguro en casa. Se trataba sólo de no alterar la hora de la cena. ¡Valiente actitud para defender los derechos de la Iglesia Católica en su patria!

    ¿Les parecerá ahora a esos valientes que es un gesto más gallardo unirse humildes y temblorosos a los protestantes, para ayudarles a sitiar castillos imaginarios en España?


    Inapreciable valor religioso y patriótico de nuestra unidad católica

    Como estoy hablando a católicos suizos, que supongo sinceros, no hace falta encarecer la importancia de la unidad católica en cualquier país del mundo.

    El anhelo de Jesucristo es que haya en todo el mundo “un solo rebaño, y un solo pastor” (San Juan, X, 16).

    Jesucristo no fundó más que una Iglesia, diciéndole a San Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia” (San Mateo, XVI, 18). Esa única Iglesia de Jesucristo es la que está edificada sobre San Pedro, y gobernada por el sucesor de San Pedro. Todas las demás Iglesias, son Iglesias falsas, inventadas por falsos apóstoles; porque, como decía San Agustín, también las avispas saben hacer sus panales.

    Los falsos apóstoles y las falsas Iglesias, fueron apareciendo y desapareciendo desde el principio del cristianismo, cuando aún vivían los Apóstoles verdaderos y durante las sangrientas persecuciones de los paganos.

    Terminadas éstas, en tiempo de Constantino el Grande, tomaron las herejías mayores vuelos, a favor de la libertad de propaganda y con el estímulo de la ambición de puestos honoríficos.

    La primera gran herejía de la Edad Antigua fue la de Arrio, clérigo de Alejandría, así como la primera gran herejía de la Edad Moderna ha sido la de Martín Lutero, fraile alemán.

    Arrio fue excomulgado primeramente por su Obispo San Pedro de Alejandría, que fue condenado por el cruel Emperador Maximiano a ser degollado. Antes de que le fuese cortada la cabeza, se le presentaron en la cárcel dos presbíteros alejandrinos, intercediendo en favor de Arrio; pero les dijo el Santo que se le había aparecido Jesucristo con su túnica desgarrada y le dijo: “Arrio desgarró mi vestidura, que es la Iglesia”. Luego les predijo a los dos presbíteros compasivos que ocuparían sucesivamente la Sede Episcopal de Alejandría, y les mandó que no levantasen entonces la excomunión de Arrio.

    No se pueden contar apenas ahora los desgarrones que han hecho los herejes en la túnica de Cristo. No hay más que mirar a las diversas naciones de Europa y América. Sólo en Norteamérica hay varios centenares de sectas, que se subdividen cada vez más, en virtud del principio del libre examen y la carencia de superior autoridad doctrinal.

    Toda la Cristiandad tuvo en otro tiempo el precioso don de la unidad católica. Pero luego muchas naciones desgarraron la túnica de Cristo, y separaron de la única Iglesia verdadera a sus pueblos, estableciendo Iglesias falsas, fuera de la Piedra única sobre la que estableció Jesucristo la suya. Y ahora andan inventando angustiosamente maneras imposibles de restablecer la unidad perdida de la Iglesia, permaneciendo erróneamente fuera de la Piedra única, y prescindiendo de la obediencia debida al sucesor de San Pedro.

    Oigamos las tristes declaraciones del Secretario General de la Asamblea Ecuménica de Amsterdam, en su discurso del 23 de Agosto de 1948:

    Somos un Consejo de Iglesias, no el Consejo de la Iglesia una e indivisa. Nuestro nombre indica nuestra debilidad y nuestra vergüenza delante de Dios, porque no puede haber y no hay en definitiva sino una sola Iglesia de Cristo en la Tierra. Pero nuestro nombre indica también que nosotros tenemos conciencia de esta situación, que no la aceptamos pasivamente, que querríamos ir en busca de la manifestación de la única Santa Iglesia”. (ECCLESIA, Núm. 411, pág. 24).

    Lo extraño es que, mientras hay protestantes distinguidos que están buscando con ansia la unidad, aunque por desgracia fuera de la Piedra única, ese grupo de católicos suizos apoya a los disidentes que quieren desgarrar también la preciosa unidad que nos queda en España.

    Vuestros antepasados rasgaron la túnica de Cristo, se apartaron de la Piedra única, constituyeron multitud de rebaños y rebañitos fuera del redil único del Buen Pastor; y ahora vosotros, al ver que España conserva la unidad antigua, perdida por vosotros, que España sigue firme sobre la Piedra, que España no ha desgarrado la túnica de Cristo, os juntáis con los desgarradores religiosos de vuestra Patria, y pedís libertad de propaganda herética en España, para atentar también aquí contra la unidad de la Iglesia verdadera, para separar también aquí de la Piedra a los pobrecitos ignorantes e incautos, con falsas doctrinas y sobornos económicos.


    Asalto audaz contra la fortaleza católica de España

    Otro día describiré, Dios mediante, lo que ha costado a España conservar su unidad católica, mientras la perdían casi todas las demás naciones.

    Describiré también la extensión y el volumen de la ofensiva que se está desarrollando ahora, desde varias naciones de Europa y América, para acabar con nuestra unidad.

    España, gracias a Dios, ha sabido mantener, desde el siglo I hasta el siglo XX, la unidad de la Iglesia fundada aquí por Santiago el Mayor, regada luego por San Pablo, y confirmada por San Pedro, que envió a ella a sus siete primeros Obispos conocidos. Esperamos en Dios que nos dará fortaleza para resistir los embates actuales de las sectas contra este baluarte católico.

    España ha sabido resistir, hace poco, como nadie, al Comunismo agresor. España ha sabido hacer frente con valor a la conjura de casi todas las naciones, que le impusieron un inicuo bloqueo mundial, para complacer al resentido déspota Stalin, cuyos satélites y paniaguados fueron derrotados en nuestra Patria. La que ha hecho lo más, contra la acción conjunta de tantas naciones, hará lo menos, contra el griterío de sectarios parapetados en trincheras de papel.

    Es verdad que los disidentes que merodean en torno a la fortaleza de nuestra unidad son audaces y cuentan con mucho dinero.

    Según los informes y estadísticas de la Oficina especializada “Fe Católica”, los disidentes de España están respaldados económicamente por 25 sociedades extranjeras.

    En 1928 actuaban en España 43 predicadores protestantes; en 1952, eran 145; en 1953, subieron a 206; en 1955, se cuentan ya 477. El chorro de oro tiene que aumentar en la misma proporción.

    Uno de los pastores protestantes le dijo a un respetable amigo mío que había recibido cinco millones de pesetas para instalar capillas protestantes en el Sur de España. Al mostrar mi amigo su extrañeza, le aseguró que otro pastor, compañero suyo, había recibido siete millones para emplearlos en Cataluña.

    Hay otro dato muy significativo. Se están buscando sacerdotes católicos de cierto prestigio que quieran venderse a los protestantes, para darles cargos muy distinguidos. Sabemos de muy buena fuente que a un sacerdote determinado, aprovechando un momento psicológico que juzgaban propicio, le han ofrecido un sueldo de 40.000 pesetas mensuales, si pasa al protestantismo. Ese sacerdote ha rechazado la oferta. Pero es de creer que seguirán buscando algún Judas, que se deje “evangelizar” con el brillo del oro extranjero.


    (Se continuará).

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    Re: Las advertencias de Zacarías de Vizcarra

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Fuente: Ecclesia, Número 774, 12 de Mayo de 1956, páginas 7 – 9.



    Ofensiva protestante contra la unidad católica de España

    PARÁBOLA DE LA CONFEDERACIÓN LIBERISTA

    Por Monseñor Zacarías de Vizcarra, Obispo Consiliario General de la Acción Católica Española



    Conviene recordar ante todo que le ha tocado a España, desde muy antiguo, reñir gloriosas batallas en pro de la unidad católica.

    La primera gran herejía de la era libre de la Iglesia, con la que Arrio desgarró la túnica inconsútil de Cristo, encontró su debelador definitivo en Osio el Grande, Obispo de Córdoba, catequista de Constantino el Grande y Santa Elena, organizador del primer Concilio Ecuménico de la Iglesia en Nicea, presidente de él en nombre del Papa, y autor del credo que aprobó allí el Concilio, y se canta en la Misa, desde hace diecisiete siglos, proclamando al Hijo Unigénito de Dios “consustancial” con el Padre.

    Fue Teodosio el Grande, Emperador español de Oriente y Occidente, el que proclamó la unidad católica de todo el Imperio Romano, poniendo fuera de la ley a todas las herejías y cerrando las iglesias disidentes, al mismo tiempo que ocupaba la cátedra de San Pedro otro gran español, el Papa San Dámaso.

    Cuando los bárbaros del Norte invadieron el Imperio Romano, penetraron en España los visigodos, inficionados con la herejía arriana. Los católicos españoles resistieron valientemente la propaganda herética. Hasta el Rey de Sevilla, San Hermenegildo, murió degollado, por no querer comulgar de manos de uno Obispo hereje. Pero la fecundidad de su sangre logró que el Rey Recaredo y todos los Próceres visigodos abrazasen luego solemnemente la unidad católica de España, reunidos con los Obispos católicos en el Concilio III de Toledo.

    A principios del siglo VIII, los árabes y bereberes invadieron a España con enormes ejércitos fanatizados, y clavaron las banderas de la media luna en casi todo su territorio. Pero los católicos españoles, pasada la primera sorpresa, iniciaron en Covadonga la guerra de reconquista de su patria, avanzando palmo a palmo durante ocho siglos de lucha, y realizando la mayor Cruzada Católica y la más admirable epopeya del mundo, hasta que se rindió a los Reyes Católicos Isabel y Fernando el último rey moro de Granada, y la cruz de plata del Cardenal Mendoza, levantada en la torre más alta de La Alhambra, anunció al mundo que estaba ya restablecida la unidad católica de España, el día 2 de Enero de 1492.

    El 12 de Octubre del mismo año 1492, la Divina Providencia, en premio de la anterior fidelidad católica de España, le entregó en América un Nuevo Mundo desconocido, para civilizarlo y evangelizarlo. Y es tan admirable la pureza católica de la fe sembrada en ese inmenso continente por España, que el Barón Alejandro de Humboldt, famoso naturalista alemán, amigo y compañero de Schiller y Goethe, que recorrió durante cinco años, en viaje de estudios, la América española, desde 1799 hasta 1804, en vísperas de la emancipación racional de aquellas regiones, y la describió luego en más de veinte volúmenes impresos en París, pudo declarar que en todos los pueblos hispanoamericanos que había visitado no encontró más de tres protestantes, y ésos extranjeros.

    España dejó así en dote a sus diecinueve hijas de América la preciosa herencia de la unidad católica, que también ellas deben defender, con el mismo celo y tesón que la que ellos llaman cariñosamente “la Madre Patria”.

    Imposible indicar, siquiera brevísimamente, la gigantesca labor desarrollada por España, paralelamente con la del Nuevo Mundo, para salvar del protestantismo en Europa a la mayor porción posible de regiones católicas, especialmente en los Estados que dependían entonces de la Corona de España, como los Reinos de Nápoles y Sicilia, el Ducado de Milán, la isla de Cerdeña, el Franco Condado, Luxemburgo, Bélgica y Holanda.

    Esto explica el odio inextinguible de los protestantes contra España, y la fruición con que compraron hace unos años en El Escorial la llamada Casa de Reposo de Felipe II, principal campeón de la catolicidad en Europa, a fin de convertirla en nido sectario vengativo.

    En nuestros días, una abigarrada minoría de liberales, socialistas, comunistas, masones, incrédulos y heterodoxos de diversas especies, se apoderó de los instrumentos de publicidad y de las riendas del Gobierno, hasta el punto de que el Presidente masón de la República Española, Don Manuel Azaña, se atrevió a proclamar que España había dejado de ser católica. Pero el auténtico pueblo español se levantó virilmente contra esta ficción y esta tiranía, al grito de “Por Dios y por España”, y derrocó a la funesta minoría dominante y a las masas nacionales e internacionales seducidas por ella, promoviendo y sosteniendo una dura y arriesgada Cruzada popular, con armas desiguales, coronadas por Dios con la victoria más completa.

    Esto no se lo quisieron perdonar las sectas a la España auténtica, y suscitan toda clase de dificultades y asechanzas contra ella.


    Importancia patriótica excepcional de la unidad católica en España

    Aun prescindiendo de la importancia suprema que tiene la unidad católica en el orden religioso, la más peligrosa de las campañas que se pueden hacer contra España, en el orden patriótico, es también la que atenta contra nuestra unidad católica. Éste es el vínculo más fuerte que, a través de los siglos, ha unido a España en su estructura nacional. Roto este vínculo, no tenemos otro que pueda impedir la disgregación de nuestra patria, integrada como está por regiones de orígenes raciales desemejantes, lenguas diversas, caracteres diferentes, e intereses locales distintos. En España, la pérdida de la unidad religiosa es a breve plazo la pérdida de la unidad nacional, con la siembra de ideales contradictorios, con la reaparición de separatismos regionales, guerras intestinas, y retorno al individualismo celtibérico, que terminaría con una directa o indirecta dominación extranjera.

    Por eso, todos los enemigos de España se han coaligado, para destruir esta unidad básica de nuestra Patria.


    Quiénes son los enemigos más peligrosos de la unidad católica española

    En el fondo, los enemigos más irreconciliables de España son las sectas masónicas, cuya regla fundamental es la destrucción del cristianismo, comenzando por el catolicismo.

    Pero las sectas masónicas no suelen ejercer acción pública a cara descubierta. Para ese fin, en países católicos, se valen ahora principalmente de las sectas protestantes, y especialmente de las más extravagantes y desaforadas.

    Por ejemplo, una revista suiza, citada por el P. Lavaud en su obra “Les sectes”, publicó una carta de un masón americano, escrita a un masón alemán, revelando concretamente el contubernio judío-masónico que apoya a la secta de los “Testigos de Jehová”, que actúa tranquilamente en nuestra Patria. La masonería suiza intentó llevar a los tribunales a dicha revista; pero ésta probó tan claramente la autenticidad de la carta, que no se atrevieron a entablar la querella judicial.

    Decía, entre otras cosas, la carta aludida:

    Querido hermano…: Tu segunda pregunta se refiere a los “Testigos de Jehová”, que tienen su sede principal en Brooklyn. Cierto que esta gente nos resulta útil. Nosotros les proporcionamos, de la manera indirecta que tú sabes, sumas considerables, entregadas por bastantes de nuestros hermanos, que se han “hinchado” durante la guerra. Ello, por otra parte, no les afecta a su cartera bien repleta. El medio de apoderarse de un país es utilizar sus debilidades y socavar sus cimientos. Nuestros enemigos en Europa son… los católicos. Sus dogmas trastornan nuestros planes. Así, pues, hemos de hacer lo imposible para reducir el número de sus fieles, ridiculizando su fe”.

    Pocas sectas tan aptas para ridiculizar la fe, como esos extravagantes “Testigos de Jehová”.

    No sé si pertenecerá a esta secta o a la luterana el protestante que se imaginó que había sido yo el promotor de los honores con que fue recibida una insigne reliquia en la Catedral de Madrid.

    En la carta que me escribió, me decía: “Espero que nos veremos a la hora de besar esas sagradas cochambres…, para lo cual Monseñor está preparando una ceremonia a rito bizantino por todo lo alto”. Y después de escribir otras insolencias que no quiero copiar, añadía: “He mentido cuanto he querido durante la semana, y me he divertido bárbaramente con los más deshonestos de los placeres. Con lo cual no he perjudicado a nadie, no he ofendido a Dios, porque el verdadero Dios (no el vuestro) no puede ofenderse por los actos de los hombres. Está muy por encima de esas idioteces; y, además, me he quedado tan fresco”.

    Éstos son los que quieren evangelizar a nuestro pueblo, recordándole los más escandalosos principios de Fray Martín Lutero, que escribió también muy frescamente a su teólogo Melanchton: “Sé pecador, y peca fuertemente; pero cree más fuertemente, y alégrate en Cristo[1].

    Programa facilísimo para salvarse, después de divertirse “bárbaramente con los más deshonestos de los placeres”, como me escribía el otro protestante de Madrid. Vean los padres y los gobernantes lo que será nuestra juventud, si se da curso libre a la enseñanza de estas teorías.


    Las sectas protestantes, convertidas en avisperos de comunistas

    La prensa de Estados Unidos, y especialmente la revista “Time”, nos ha informado de que, según las investigaciones hechas en el Senado, hay en aquella nación 7.000 pastores protestantes comunistas. Buen surtido, para regalarnos abundancia de ellos a los españoles.

    La prestigiosa revista romana “La Civiltà Cattolica” publicaba, el 18 de Febrero de 1956, las siguientes declaraciones del agitador comunista chileno Lafferte: “Yo deseo hacer una última indicación… Por nuestra parte, permitamos a las sectas abrir capillas y lugares de culto a plena luz del día… El producir esta confusión nos ayudará a hacer perder al pueblo la fe en la Divinidad y a destruir poco a poco la religión, que será considerada como residuo inútil de la Edad Media. Tal es la norma que nuestros compañeros deben llevar consigo a sus propias naciones y que deben comunicar a las células comunistas, para conseguir un triunfo final sobre la Iglesia católica”.

    He aquí cómo coinciden masones y comunistas en valerse de las sectas protestantes para destruir a su único enemigo serio, que es la Iglesia católica.

    A nadie extrañará, por tanto, que cuenten con tanto dinero las sectas que nos merodean. Ni se maravillará nadie de los siguientes datos que nos proporciona la diligente Oficina “Fe Católica”.

    Actúa en España un “Estado Mayor” de calificados pastores y dirigentes, con la siguiente composición ejemplar: 13 masones, 6 gravemente sospechosos de serlo, 68 marxistas, y 62 extranjeros.

    Forman su retaguardia moral y económica, 25 sociedades protestantes extranjeras.

    Se reparten gratis, o casi gratis, numerosos libros heréticos y una nube de folletos, de los cuales tiene coleccionados la mencionada Oficina 524 ejemplares distintos.

    Se reciben por correo, y quizá por intermedio de algunas Embajadas extranjeras, 137 revistas editadas en castellano, y otras 74 escritas en otros idiomas.

    En estos seis últimos años se han abierto en España, sin autorización gubernativa, 54 nuevas capillas y centros protestantes de reunión.

    Muchas de estas capillas, y otras anteriores, se han abierto utilizando el sistema de las comparsas teatrales y apareciendo reunidos en diversos sitios los mismos comediantes. Su finalidad es abrir tal número de capillas que justifiquen ante el Gobierno y ante el mundo su pretensión de ser reconocidos como minoría nacional considerable, con derechos iguales a los de los 29.000.000 de españoles.

    Los lugares de culto protestante, comparados con los católicos, son muy superiores a éstos en número, teniendo en cuenta la exigua proporción numérica de sus adeptos.

    Solamente en el verano de 1955 se celebraron en España los siguientes Congresos y Asambleas internacionales de las diversas sectas protestantes: 1) Asamblea Nacional de los “Testigos de Jehová” (Barcelona, 4 de Septiembre); 2) Convención Nacional Bautista (Madrid, 11 al 14 de Septiembre); 3) Asamblea de la Unión de Jóvenes Bautistas (Madrid, 14 al 17 de Septiembre); 4) Asamblea General de los Adventistas del Séptimo Día (Barcelona, 13 al 18 de Septiembre); 5) Asamblea General de los mismos Adventistas (Madrid, 19 al 24 de Septiembre); 6) Conferencia Internacional de la Iglesia Evangélica de los Países Latinos (Capdepera, Mallorca, 19 de Septiembre); 7) Asamblea General de la Iglesia Evangélica Española (Barcelona, 24 de Septiembre al 2 de Octubre).

    Es como para convidarnos a dormir tranquilos, ante una ofensiva anticatólica tan tenaz y tan audaz.


    Sistema empleado para tratar de acobardar al pueblo español

    No acobardaron a nuestros mayores los más bravos enemigos de nuestra unidad católica, aunque fueran necesarios ocho siglos de Cruzada para derrotarlos. Pero creen los protestantes de hoy, y hasta algunos católicos medrosos, que estamos ya muy degenerados, y que, haciendo un poco de ruido con las trompetas de la prensa extranjera, se va a derribar ahora fácilmente nuestra fortaleza católica.

    Así se lo promete alegremente un pastor protestante suizo, en una carta reciente dirigida a un pastor protestante español, residente en Valencia:

    La campaña anticatólica –le dice– llevada en los países anglo-sajones contra España, surte sus efectos… Es hora de emprender el camino y practicar la descatolización del país”.

    Creo que los paniaguados “evangélicos” de los masones y comunistas, nos tienen por más cobardes de lo que somos.

    Pienso que son aplicables a este propósito las palabras que pronunció, en la Embajada Española en Washington, el Secretario de Estado de Norteamérica, Foster Dulles, cuando dijo:

    La verdad es que España nunca estuvo sola. España vivía de acuerdo con sus principios.

    Estos principios han demostrado ser uno de los medios más efectivos de combatir al comunismo mundial.

    Mientras hay gente orgullosa sin razón, España tiene una historia y una civilización de las que puede estar orgullosa con motivo[2].

    Tomen nota los suizos, tanto los pastores, como el grupo de católicos que cantan desafinadamente con ellos.

    Vamos a terminar contándoles una parábola, que les sugerirá la razón de ser de nuestra posición, ante las naciones que han desgarrado tristemente la túnica de Cristo y quieren que nosotros permitamos que se desgarre también en nuestra Patria, traicionando la letra y el espíritu del artículo primero de nuestro Concordato con la Santa Sede, que dice así:

    Artículo 1.º– La religión católica, apostólica, romana, sigue siendo la única de la nación española, y gozará de los derechos y de las prerrogativas que le corresponden, en conformidad con la Ley Divina y el Derecho Canónico”.


    Parábola de la Confederación Liberista

    El doctor Eisleben, Profesor universitario de una rica y poderosa nación, comenzó a padecer ataques de epilepsia, con periodos de honda tristeza y depresión nerviosa, alternando con momentos de exaltado furor y trances de extremada relajación moral.

    En vez de ponerse en manos de un buen médico, se enfrascó en la lectura de unos libros de Medicina de difícil interpretación, sin ningún técnico que le asesorase, para evitar funestos errores de aplicación.

    Creyó encontrar el remedio de su enfermedad en ciertos alcaloides que clandestinamente había probado antes, y trató de sistematizar la importación y administración más cómoda de aquellas drogas, que proporcionaban satisfacciones inmediatas y sueños placenteros, para contrarrestar los sinsabores de este valle de lágrimas.

    La propaganda de aquellas drogas tuvo un éxito enorme. Por todas partes aparecieron vendedores y compradores de morfina, cocaína, opio, hachís, etc., etc. Y aquella rica y poderosa nación, se pobló de innumerables morfinómanos, cocainómanos, opiómanos y hachisómanos, según las preferencias de cada uno.

    Los desastrosos efectos que producían estas drogas en la salud pública alarmaron al Gobierno, y quiso éste prohibir la venta de todos ellos. Pero eran ya tantos y tan poderosos los ciudadanos dominados por el atractivo irresistible de la morfinomanía, cocainomanía, opiomanía y hachisomanía, que se sublevaron contra el Gobierno, le derrotaron, y decretaron la venta libre de todas las drogas que cada cual fabricase o importase.

    Hubo naciones extranjeras que adoptaron la teoría del Doctor Eisleben, y se llenaron también de morfinómanos, cocainómanos, opiómanos y hachisómanos.

    Pero otras naciones, y entre ellas España, quisieron defender la salud pública de la nación, y prohibieron la venta libre de esas drogas.

    Esto irritó a las naciones libero-droguistas, y constituyeron una liga llamada Confederación Liberista, para fomentar en todas partes la venta libre de las drogas y boicotear a las naciones atrasadas que trataban de defender con anticuados medios legales la salud y seguridad de su pueblo.

    Éste es el caso de España. Gracias a Dios, la inmensa mayoría de sus habitantes es católica, como lo declara el primer artículo fundamental de su Concordato, y goza de verdadera salud espiritual, con la profesión pública de la única religión verdadera.

    Ceder a la presión y al boicot de la Confederación Liberista, no corresponde a la gallardía tradicional de España. Lo contrario le sorprendería al mismo Foster Dulles. Porque España tiene principios; y, si ellos le acompañan, nunca estará sola.






    [1]
    Véanse en Tanquerey, “Synopsis Thelogiae Dogmaticae”, edición décimonona, Tomo III, pág. 121, las palabras latinas textuales de Lutero: “Esto peccator et pecca fortiter, sed fortius crede et gaude in Christo”.

    [2] Diario “Ya”, Madrid, 14 de Abril de 1956.

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