Fuente: Ecclesia, Número 773, 5 de Mayo de 1956, páginas 12 – 14.
¿Debe defenderse la unidad católica en las naciones que todavía la conservan?
PROPAGANDA ERRÓNEA DE ALGUNOS CATÓLICOS SUIZOS
Por Monseñor Zacarías de Vizcarra, Obispo Consiliario General de la Acción Católica Española
Parece oportuno, en estos momentos, orientar el criterio de los socios de la Acción Católica, acerca de la errónea propaganda con que algunos católicos suizos combaten la actitud defensiva de nuestra nación, ante las tenaces ofensivas que desatan periódicamente las sectas internacionales contra la unidad católica de España.
Con ocasión de uno de los más recientes ataques de los protestantes contra la llamada intolerancia religiosa de los españoles, hemos visto con dolor a correligionarios nuestros de Suiza apoyando esa injusta campaña, “habiéndose unido en ella católicos con protestantes”, como dice el “Freiburger Nachrichten” del 22 de Febrero de este año.
Hemos visto también más tarde que un respetable diario católico suizo, que no queremos nombrar, dice que ha elevado por su parte, en el mismo sentido, “una nueva y enérgica protesta católica”.
Ignoran, por de pronto, esos católicos suizos, que no tenemos en España para los protestantes las leyes de excepción que ellos padecen en Suiza, de parte de sus aliados los protestantes, cuyas exigencias para con los protestantes de España tanto les preocupan.
Acabo de recibir el último número del bimestral suizo “L´Observateur de Genève” (Marzo-Abril de 1956), donde leo las siguientes palabras, escritas con sentido común, por el pastor protestante Jacques Courvoisier, Profesor de la Universidad de Ginebra: “Es para mí desagradable pensar que los Dominicos de Annemasse, siendo todos ellos ciudadanos suizos, no pueden establecerse en Ginebra y están obligados a residir fuera de la frontera, a causa del artículo 52 de la Constitución. Me es también desagradable pensar que, si algunas damas católicas, imitando a las que han fundado la comunidad reformada (protestante) de Grandchamp, quisieran fundar una parecida en nuestro país, podrían quizá caer bajo el golpe de este mismo artículo”. (Páginas 1-2).
El disgusto que experimenta el pastor ginebrino por la suerte de los Dominicos de Annemasse y de las piadosas damas católicas que quisieran imitar a las damas protestantes de Grandchamp, podría extenderse también a los Jesuítas, contra los cuales asesta este golpe el artículo 51 de la Constitución suiza: “La Orden de los Jesuítas y las sociedades que le están afiliada, no pueden ser recibidas en parte alguna de Suiza, y toda acción en la iglesia y en la escuela está prohibida a sus miembros”.
Por declaración oficial del Consejo Federal, las palabras “iglesia” y “escuela” no deben interpretarse en sentido restrictivo, como es norma general en todo el mundo para las leyes de carácter odioso, sino en su sentido más amplio. Por eso, un jesuita no puede predicar en ninguna iglesia católica de Suiza, ni enseñar en ningún centro docente suizo, ni hablar por radio. En una investigación ordenada por el Consejo Federal en doce Cantones, se llegó a descubrir la “enorme” infracción anticonstitucional de que, en un Cantón católico, un jesuita suelto prestaba servicios en una capilla católica y hasta hablaba a las niñas de un centro docente católico de la libérrima Suiza.
Pero aún es más amenazadora para los católicos la segunda parte de dicho artículo 51; porque autoriza al Gobierno Federal, para extender la misma prohibición a las otras Órdenes Religiosas, cuando su actividad, a juicio del mismo Gobierno, “turbe la paz entre las confesiones”. Dice así el artículo: “Esta prohibición puede también extenderse, por Decreto federal, a otras Órdenes Religiosas cuya actividad sea dañosa para el Estado o turbe la paz entre las confesiones”. Basta que chillen un poco algunos protestantes de algún Cantón, para que el Gobierno pueda asestar el golpe fatal a cualquier comunidad religiosa.
Esta legislación es la que trae tan asustados y acobardados a los católicos suizos ante sus compatriotas disidentes, aunque los católicos constituyan más del 41 por 100 de toda la nación.
Y estos católicos son los que se unen con los protestantes, para reclamar que tengan éstos en España lo que ellos mismos no tienen en Suiza. Con la diferencia de que ellos, como hemos dicho, son en Suiza más del 41 por 100, y los protestantes en España no llegan al 0,1 por 100, aun contando entre ellos a los protestantes extranjeros de todas las naciones, y a los individuos que acuden a las reuniones de las capillas protestantes por curiosidad, o por interés económico, o por resentimientos particulares.
Es difícil averiguar el número de los auténticos protestantes que hay en España. Los mismos protestantes dan cifras muy diversas, y apenas tenemos más estadísticas que las que publican ellos.
Según “The Star” del Canadá (19 de Enero de 1949), se calcula que habrá en España unos 20.000 protestantes. “Our Sunday Visitor” de Indiana (10 de Abril de 1949), decía que eran 21.900, aunque añadía que, según otros, eran 4.000, e incluso menos de 2.000. Todo consiste en apreciar quiénes han de considerarse como protestantes. Porque una gran parte de los que acuden a los cultos protestantes, son tan disidentes como aquel grupo de pobres mujeres que asistían en Ávila a las predicaciones de un pastor protestante, para recoger los regalos útiles de bolsillo y cocina que les hacía el orador al final de sus peroratas. En efecto, un día, una de aquéllas, llamada La Juana, dijo en nombre de las demás al predicador: “Señor, haga el favor de acabar pronto y repartirnos esas cosas que nos da, porque ya están tocando las campanas para la Novena de la Virgen”.
Sin embargo, si aun ese número tan optimista de 21.900 se reparte entre unos 29.000.000 de habitantes que tiene ahora España, faltan 7.000 españoles para llegar a la cifra del 0,1 por 100 de protestantes.
Puntos de meditación para los católicos suizos
Reflexionen ahora sobre los cuatro puntos siguientes los católicos suizos, que se sienten allí tan acobardados ante los protestantes de su patria, a pesar de tener ellos tan elevado tanto por ciento entre sus conciudadanos, incluyendo en este número, no sólo a todos los protestantes, sino también a todos los comunistas, marxistas, agnósticos e indiferentes.
1.º La Constitución suiza prohíbe la existencia de la Orden de los Jesuitas, amordaza a sus miembros sueltos, y autoriza al Gobierno para suprimir todas las demás Órdenes Religiosas, si cree que le causan daño o turban la paz religiosa.
En cambio, la Constitución española, en el artículo 6.º del “Fuero de los Españoles”, admite la existencia de todas las comunidades y sectas protestantes, y les permite la profesión de sus creencias y el ejercicio privado de su culto, excluyendo únicamente las ceremonias y manifestaciones externas, con estas palabras: “Nadie será molestado por sus creencias religiosas ni el ejercicio privado de su culto. No se permitirán otras ceremonias ni manifestaciones externas que las de la religión católica”.
2.º En Suiza, no puede predicar un jesuita, ni siquiera dentro de las iglesias católicas. En España, pueden predicar en las capillas protestantes todos los pastores de todas las sectas.
3.º En Suiza, está autorizada por la Constitución la supresión de todas las Órdenes Religiosas, siempre que el Gobierno juzgue que “su actividad sea dañosa para el Estado o turbe la paz entre las confesiones”.
¿Y no les parece mal a esos católicos suizos que en España puedan hacer daño al Estado o turben la paz religiosa con sus propagandas públicas todas las sectas protestantes, rompiendo la más preciosa de todas las unidades de nuestro pueblo, que es la unidad católica?
4.º En Suiza, la misma prensa católica ha protestado contra el diputado que abogó por la reforma de ese inicuo texto constitucional, juzgando inútil y perjudicial la defensa de los derechos de su Iglesia. ¿Y quieren que España cambie su texto constitucional, más suave que el de Suiza, para complacer precisamente a los opresores de los mismos católicos suizos?
Merece especial reflexión la actitud supertímida y superfloja de los católicos, en la mencionada defensa de sus derechos.
Cuando el Gobierno suizo hizo su declaración, ante la Cámara legislativa, sobre el alcance del artículo 51, el diputado antes mencionado pidió la palabra e inició un debate, demostrando la injusticia de esa disposición constitucional contra inofensivos y distinguidos ciudadanos suizos, cuando había en la misma Cámara un grupo de diputados comunistas que habían hecho profesión pública de que traicionarían a la patria, y gozaban sin embargo de todos los derechos constitucionales, con plena libertad para propagar sus ideas subversivas. Entonces un grupo de diputados derechistas abandonó la sala durante la discusión, dejando plantado al orador, con el pretexto de no perder el tren, para volver a tiempo a sus casas. Eso era peor que venderse por un plato de lentejas. El plato lo tenían seguro en casa. Se trataba sólo de no alterar la hora de la cena. ¡Valiente actitud para defender los derechos de la Iglesia Católica en su patria!
¿Les parecerá ahora a esos valientes que es un gesto más gallardo unirse humildes y temblorosos a los protestantes, para ayudarles a sitiar castillos imaginarios en España?
Inapreciable valor religioso y patriótico de nuestra unidad católica
Como estoy hablando a católicos suizos, que supongo sinceros, no hace falta encarecer la importancia de la unidad católica en cualquier país del mundo.
El anhelo de Jesucristo es que haya en todo el mundo “un solo rebaño, y un solo pastor” (San Juan, X, 16).
Jesucristo no fundó más que una Iglesia, diciéndole a San Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia” (San Mateo, XVI, 18). Esa única Iglesia de Jesucristo es la que está edificada sobre San Pedro, y gobernada por el sucesor de San Pedro. Todas las demás Iglesias, son Iglesias falsas, inventadas por falsos apóstoles; porque, como decía San Agustín, también las avispas saben hacer sus panales.
Los falsos apóstoles y las falsas Iglesias, fueron apareciendo y desapareciendo desde el principio del cristianismo, cuando aún vivían los Apóstoles verdaderos y durante las sangrientas persecuciones de los paganos.
Terminadas éstas, en tiempo de Constantino el Grande, tomaron las herejías mayores vuelos, a favor de la libertad de propaganda y con el estímulo de la ambición de puestos honoríficos.
La primera gran herejía de la Edad Antigua fue la de Arrio, clérigo de Alejandría, así como la primera gran herejía de la Edad Moderna ha sido la de Martín Lutero, fraile alemán.
Arrio fue excomulgado primeramente por su Obispo San Pedro de Alejandría, que fue condenado por el cruel Emperador Maximiano a ser degollado. Antes de que le fuese cortada la cabeza, se le presentaron en la cárcel dos presbíteros alejandrinos, intercediendo en favor de Arrio; pero les dijo el Santo que se le había aparecido Jesucristo con su túnica desgarrada y le dijo: “Arrio desgarró mi vestidura, que es la Iglesia”. Luego les predijo a los dos presbíteros compasivos que ocuparían sucesivamente la Sede Episcopal de Alejandría, y les mandó que no levantasen entonces la excomunión de Arrio.
No se pueden contar apenas ahora los desgarrones que han hecho los herejes en la túnica de Cristo. No hay más que mirar a las diversas naciones de Europa y América. Sólo en Norteamérica hay varios centenares de sectas, que se subdividen cada vez más, en virtud del principio del libre examen y la carencia de superior autoridad doctrinal.
Toda la Cristiandad tuvo en otro tiempo el precioso don de la unidad católica. Pero luego muchas naciones desgarraron la túnica de Cristo, y separaron de la única Iglesia verdadera a sus pueblos, estableciendo Iglesias falsas, fuera de la Piedra única sobre la que estableció Jesucristo la suya. Y ahora andan inventando angustiosamente maneras imposibles de restablecer la unidad perdida de la Iglesia, permaneciendo erróneamente fuera de la Piedra única, y prescindiendo de la obediencia debida al sucesor de San Pedro.
Oigamos las tristes declaraciones del Secretario General de la Asamblea Ecuménica de Amsterdam, en su discurso del 23 de Agosto de 1948:
“Somos un Consejo de Iglesias, no el Consejo de la Iglesia una e indivisa. Nuestro nombre indica nuestra debilidad y nuestra vergüenza delante de Dios, porque no puede haber y no hay en definitiva sino una sola Iglesia de Cristo en la Tierra. Pero nuestro nombre indica también que nosotros tenemos conciencia de esta situación, que no la aceptamos pasivamente, que querríamos ir en busca de la manifestación de la única Santa Iglesia”. (ECCLESIA, Núm. 411, pág. 24).
Lo extraño es que, mientras hay protestantes distinguidos que están buscando con ansia la unidad, aunque por desgracia fuera de la Piedra única, ese grupo de católicos suizos apoya a los disidentes que quieren desgarrar también la preciosa unidad que nos queda en España.
Vuestros antepasados rasgaron la túnica de Cristo, se apartaron de la Piedra única, constituyeron multitud de rebaños y rebañitos fuera del redil único del Buen Pastor; y ahora vosotros, al ver que España conserva la unidad antigua, perdida por vosotros, que España sigue firme sobre la Piedra, que España no ha desgarrado la túnica de Cristo, os juntáis con los desgarradores religiosos de vuestra Patria, y pedís libertad de propaganda herética en España, para atentar también aquí contra la unidad de la Iglesia verdadera, para separar también aquí de la Piedra a los pobrecitos ignorantes e incautos, con falsas doctrinas y sobornos económicos.
Asalto audaz contra la fortaleza católica de España
Otro día describiré, Dios mediante, lo que ha costado a España conservar su unidad católica, mientras la perdían casi todas las demás naciones.
Describiré también la extensión y el volumen de la ofensiva que se está desarrollando ahora, desde varias naciones de Europa y América, para acabar con nuestra unidad.
España, gracias a Dios, ha sabido mantener, desde el siglo I hasta el siglo XX, la unidad de la Iglesia fundada aquí por Santiago el Mayor, regada luego por San Pablo, y confirmada por San Pedro, que envió a ella a sus siete primeros Obispos conocidos. Esperamos en Dios que nos dará fortaleza para resistir los embates actuales de las sectas contra este baluarte católico.
España ha sabido resistir, hace poco, como nadie, al Comunismo agresor. España ha sabido hacer frente con valor a la conjura de casi todas las naciones, que le impusieron un inicuo bloqueo mundial, para complacer al resentido déspota Stalin, cuyos satélites y paniaguados fueron derrotados en nuestra Patria. La que ha hecho lo más, contra la acción conjunta de tantas naciones, hará lo menos, contra el griterío de sectarios parapetados en trincheras de papel.
Es verdad que los disidentes que merodean en torno a la fortaleza de nuestra unidad son audaces y cuentan con mucho dinero.
Según los informes y estadísticas de la Oficina especializada “Fe Católica”, los disidentes de España están respaldados económicamente por 25 sociedades extranjeras.
En 1928 actuaban en España 43 predicadores protestantes; en 1952, eran 145; en 1953, subieron a 206; en 1955, se cuentan ya 477. El chorro de oro tiene que aumentar en la misma proporción.
Uno de los pastores protestantes le dijo a un respetable amigo mío que había recibido cinco millones de pesetas para instalar capillas protestantes en el Sur de España. Al mostrar mi amigo su extrañeza, le aseguró que otro pastor, compañero suyo, había recibido siete millones para emplearlos en Cataluña.
Hay otro dato muy significativo. Se están buscando sacerdotes católicos de cierto prestigio que quieran venderse a los protestantes, para darles cargos muy distinguidos. Sabemos de muy buena fuente que a un sacerdote determinado, aprovechando un momento psicológico que juzgaban propicio, le han ofrecido un sueldo de 40.000 pesetas mensuales, si pasa al protestantismo. Ese sacerdote ha rechazado la oferta. Pero es de creer que seguirán buscando algún Judas, que se deje “evangelizar” con el brillo del oro extranjero.
(Se continuará).
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