«Cartas del sobrino a su diablo (XXII)» por Juan Manuel de Prada para el periódico ABC, artículo publicado el 27/06/2020.
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A tu sobrinín Orugario, ¡oh puritanísimo tito Escrutopo!, le gusta más la sicalipsis que a un tonto una tiza. Y en la España coronavírica disfrutamos ahora de una amenísima historia sicalíptica, protagonizada por el vicepresidente coletudo y una de sus becarias, con la que tal vez echó alguna guedeja al aire y se cruzó por guasá comentarios procaces. Alguno de estos comentarios acabó saliendo publicado, para escarnio público del vicepresidente coletudo, porque a la becaria le gustaba presumir entre sus amistades. Pero tan chusco enredo ha tenido un estrambote soberbiamente diseñado por tu sobrinín. Ya sabes, ¡oh castísimo titopótamo!, que nada me procura tanto placer como humillar a los humanos, haciendo burla de sus debilidades carnales; pues así la arcilla que nuestro Enemigo empleó para modelarlos se embadurna de babosos flujos genitales.
De este modo, los abogadetes del vicepresidente coletudo cayeron en la misma trampa que aquellos censores de la película Mogambo que, por querer tapar un adulterio, aliñaron un incesto. Y aquí, por querer tapar las guedejas al aire de su líder carismático y las indiscreciones de la becaria cotorrona, los abogadetes aliñaron diversos chanchullos que remataron combinándose con el fiscal (risum teneatis) anticorrupción. Ahora los ingenuos se escandalizan de este contubernio, como si en España los fiscales que cuspidean no fuesen jenízaros al servicio de la ideología gubernativa, nombrados a dedo para que puedan hacer todas las barrabasadas que convienen al poderoso de turno.
Los españoletes atrapados en el bucle partitocrático no saben que -como desvelase el hijodelagrán de Donoso-, a medida que desciende el termómetro religioso, asciende el termómetro político. Y en la España coronavírica, donde el termómetro religioso marca temperaturas glaciales, no hay institución del Estado que no sea pasto de la más despepitada bandería política. Y del mismo modo que, en las sociedades religiosas, los mozos se metían a curas, para administrar al pueblo los sacramentos, en las sociedades infestadas por el veneno de la bandería política, los mozos se meten a jueces y fiscales, para administrar a las masas una parodia ideologizada de la Justicia (pues el Derecho se ha convertido en un barrizal positivista al servicio del poderoso de turno). Naturalmente, del mismo modo que en las sociedades auténticamente religiosas se colaba algún cura descreído, en las sociedades infestadas por el veneno de la bandería política puede colarse algún juez o fiscal probo que no está dispuesto a convertirse en jenízaro de la ideología gubernativa; pero para estos intrusos el sistema destina los puestos más subalternos, negándoles toda promoción. Mientras que los jueces y fiscales que cuspidean son todos jenízaros despepitados, que forman asociaciones partitocráticas y salen en las televisiones escupiendo consignas atufadas de ideología de garrafón, que disfrazan con una grotesca jerga leguleya. Consignas que el consejo de la magistratura o jenizatura no castiga, sino que premia con ascensos.
Pero los españoles habitan en un Mátrix democrático y se niegan a aceptar que son esclavos de la más formidable forma de totalitarismo, que es la que convierte el Derecho en una monstruosa «Gorgona del poder», según la expresión de Kelsen. Y donde los fiscales son las culebrillas que la Gorgona del poder exhibe, a modo de cabellera, para imponerse; culebrillas que ahora salen en auxilio de unas guedejas al aire. Y así, las culebrillas fiscales y las guedejas al aire pueden entrelazarse amorosamente, cual vid que entre el jazmín se va enredando; pues en España el poder ejecutivo y el judicial se amanceban más que las becarias cotorronas.
https://www.abc.es/opinion/abci-juan...9_noticia.html
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