Revista FUERZA NUEVA, nº 73, 1-Jun-1968
“EL SILENCIO DE DIOS” de Rafael Gambra
Por fray Miguel Oltra, O. F. M. (*)
Cuando los teólogos y filósofos progresistas se han convertido en juglares de las ideas; cuando la sofística ateniense, que combatió Sócrates, resulta un modesto resfriado al lado de la pulmonía doble que significa la locura de nuestro tiempo, segregando ídolos que destruyen nuestro propio ser, se hace necesario encontrar el camino firme que nos conduzca a la verdad y a la etiología del absurdo y del desorden. Por eso me ha parecido muy poca cosa hacer una simple reseña del libro de Gambra. Merece algo más: una síntesis de su pensamiento que invite a leer y a pensar a los que se resisten a ser esclavos o rebaños teledirigidos.
La “Ciudad de los hombres” es la idea que domina toda la obra. Esta “Ciudad” está constituida por un conjunto de lazos vivos y vividos que, a través de los diferentes niveles de la creación, mantienen al hombre unido a su origen y lo orientan hacia su fin: es como un eje inmóvil que lo eleva por encima del poder destructor del tiempo. La “huida hacia adelante”, sin crecimiento espiritual, hace del hombre una marioneta inconsciente llevada por “los vientos de la historia”; queda así reducido al más pobre y miserable de sus atributos, al más próximo a la nada: el cambio indeterminado, sin principio y sin objeto.
A este propósito ha escrito Françoise Chauvin: “Los hombres han deseado siempre cambiar; pero en otro tiempo deseaban ese cambio para acercarse a aquello que no cambia, al paso que hoy quieren cambiar para adaptarse a lo que de continuo cambia… Ya no se trata de ganar altura, sino de llevar la delantera: no de superarse, sino de no dejarse adelantar…”
Rafael Gambra analiza y profundiza la gran experiencia filosófica y humana de Saint Exupéry, sintetizadas en estas dos nociones básicas y elementales que esclarecen la actual situación del hombre desarraigado: ENGAGEMENT = compromiso y APPRIVOISEMENT = domesticación. Platón había dicho: “Es preciso meditar en las cosas que el alma anhela, en los objetos a que quiere comunicarse, en el enlace íntimo que por naturaleza tiene con lo que es divino e imperecedero. Estas ideas platónicas son realidad en el alma humana, aun en ese fenómeno universal del desarraigo que llamamos “turismo”, que puede servir de base a una nueva religación del hombre a su “Ciudad”. El turista busca siempre lo diferencial, lo típico y localizado, es decir, lo comprometido y vinculado a un tiempo histórico, a una situación, a un espacio concreto. Si el modo de vida y la desvinculación del turista se hicieran universales (y absolutos), el mundo humano no ofrecería ya nada a su contemplación, puesto que todo se habría hecho extrínseco, uniforme, anónimo.
El prologuista de la obra, Gustave Thibon, presencia la agonía de la “Ciudad de los hombres” actual con estas palabras: “El liberalismo, al aislar a los individuos, y el estatismo, al reagruparlos en vastos conjuntos artificiales y anónimos, han transformado a la sociedad en un inmenso desierto cuyas ciegas arenas son arrebatadas en los torbellinos del viento de la historia. El hombre, víctima de ese fenómeno de erosión, no tiene ya morada en el espacio; se ve, a la vez, en prisión y en destierro”. (…)
Rafael Gambra, que ha tratado en otros estudios sobre el mito y aceleración de la historia, analiza el concepto de “avanzado”, que conduce inexorablemente la sociedad de masas, sociedad homogénea carente de grupos históricos y aún de personalidades diferenciadas, que aplaude todo cambio por ser cambio, y el apresuramiento o anticipación de las estructuras, que destroza al día siguiente. La maduración, la lealtad, la tradición, se convierten en el progresismo en devenir sin sentido ni finalidad, incoherencia dinámica de un presente sin memoria ni sosiego. Es la hora histórica del insensato y de su eterno ¿por qué no?
Hombres y grupos de hoy se han puesto de acuerdo sobre el ideal inmediato del desarrollo económico, de los derechos del hombre, de la libertad y de la paz. Pero faltan dos cosas importantes: el arraigo y la continuidad, bien inicial de poseer un mundo propio, con figura y sentido humanos, de arraigarse en él. Sin eso, se responde a las necesidades de los hombres como se responde a las necesidades del ganado, al que se estabula sobre la paja. ¿Qué humanidad será ésta? Humanidad amorfa, educada en el solo ideal de la igualdad y de la envidia; de hombres empeñados en parecer mujeres, de mujeres empeñadas en parecer hombres, de clérigos empeñados en parecer seglares, de humanos en disimular su edad, su condición, su jerarquía, los límites y el sentido que aún conserve su vida…
Nuestro autor pasa al campo religioso y se pregunta: “En una mentalidad racionalista y desarraigada, ¿qué valor cabe otorgar al ministerio de la gracia? En una sociedad de masas, ¿qué lugar se puede conceder a los ritos, la comunión de las almas, la unción sacerdotal? En una moral de situación o de eficacia, ¿cómo mantener la rigidez preceptiva de una moral de principios o de religación? Y el progresismo católico, llevado por un complejo de inferioridad, tratará de limar cuantas aristas rocen a la mentalidad y formas del mundo moderno, para demostrar a ese mundo que ser católico es lo mismo que no serlo… Con ello se pierde todo el plano de referencia y no se sabe el suelo que se pisa; se ha dilapidado el tesoro de la verdad en artificios lingüísticos de juglar. Y el ¿por qué no? de los progresistas se convierte en lo que se ha llamado “traición de clérigos”…
El libro de Gambra debe leerse y meditarse. Dios sigue hablando con su silencio y está más cerca de nosotros que nosotros mismos. La Naturaleza se encarga de castigar lo que se hace en contra suya y la Humanidad no puede tolerar el error como sopa sempiterna; no se resigna a ser aniquilada ni a convertirse en rebaño de esclavos. Por otro lado, estamos convencidos de que “las puertas del infierno no prevalecerán” y después del silencio de Dios, vendrá la epifanía de la luz del Verbo. Y a usted, querido amigo Rafael Gambra, un cordial “Dios se lo pague” por su magnífico trabajo.
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