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Tema: "El Silencio de Dios", de Rafael Gambra (1968)

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    Re: "El Silencio de Dios", de Rafael Gambra (1968)

    " ... Los consejeros “prudentes” van un poco más allá de la insensatez. Son los que crean la “opinión pública” artificialmente, por los medios de comunicación social, y la imponen a las masas gregarias; hablan de la “voluntad del pueblo”, que ellos han envenenado..."



    Revista FUERZA NUEVA, nº 126, 7-Jun-1969

    ¿INSENSATEZ O MALDAD?

    En ocasiones, uno no sabe cómo calificar las acciones y las palabras de ciertos personajes. La insensatez irrita más que la maldad, en el supuesto que no sean la misma cosa.

    Si el insensato es, en la vida social y religiosa, “D. Nadie”, los efectos de sus acciones y palabras son casi nulos y sin trascendencia alguna. Pero cuando el insensato se coloca en primera línea y está sobre el pódium que da la autoridad, civil o religiosa, los efectos son volcánicos en el ambiente que le rodea.

    He escogido la palabra “insensato” y no la palabra “estúpido”, porque la primera tiene su literatura en los Padres de la Iglesia. San Anselmo la utiliza con frecuencia, puntualizando con ella al contradictor de su diálogo íntimo. Porque insensato es aquél que falta a la lógica o normatividad objetiva del pensar, el que incurre en contradicción consigo mismo. ¿No será el insensato la “loca de la casa” de la que nos habla Santa Teresa de Jesús?

    Rafael Gambra descubre una diferencia notable entre el insensato de san Anselmo y el moderno insensato de Saint-Exupery. San Anselmo parte de un mundo preformado por la creencia y la costumbre, mundo de principios y normas; su insensato será una especie de “criada respondona” o “némesis” griega. En cambio, el insensato de Saint-Exupery no es el que se aparta de la lógica racional, sino el que desconoce el valor de lo establecido y de sus normas, el que razona desvinculado y nivela y difumina todo lo que tenía y tiene razón de ser y de existir. El insensato moderno no tiene límites ni barreras; para él todo es posible y, a fuerza de ser todo posible, nada puede ya hacerse. Ante la inesencialidad del existir aparecen estados depresivos o tendencias suicidas más o menos alarmantes.

    Desmonte de valores

    Un estado depresivo incapacita para una reacción sana y es impropio de los constituidos en autoridad. Tendencia al suicidio es el mutismo en que muchos están inmersos, permitiendo abusos, apostasías y blasfemias. Las primeras víctimas serán los que tienen sobre su conciencia el gran pecado de la omisión. Insensata complicidad y “desmonte de valores” es la siguiente manifestación de un alto Jerarca: “estoy encantado de que se presenten los sacerdotes a mí en mangas de camisa, hablándome de tú, con colilla en la boca y sin el desfasado respecto a la autoridad de antes…; ahora hay más sinceridad, naturalidad, autenticidad…” Cuando se examina de cerca a los “sinceros”, a los “auténticos” se convence uno de que, además de gamberros, fallan en la doctrina y niegan las verdades que impiden la Arcadia terrestre soñada.

    Todas las filosofías cínicas han hecho su entrada en la sociedad arropándose en los guiñapos de la “sinceridad” y “naturalidad”. Cualquier irresponsable, lleno de “sinceridad” y carente de razón, consigue en la beatería sin fe de las masas un puesto de honor en el tinglado de la farsa. Y se exalta al farsante y se le coloca en puestos claves de responsabilidad: el desmoronamiento no se hace esperar. Y los farsantes te hablarán de “¡abajo los triunfalismos!”, y ellos trepan como los monos, los unos sobre los otros, y se arrastran hasta el cieno y abismo para ocupar alturas… ¡es la gran comedia!, cuyo escenario es la plaza pública llena de bufones atronadores.

    Pero todo lo grande se realiza fuera de ese escenario de farsa. El mundo, sobre todo el mundo religioso, gira alrededor de la Santidad y de los valores espirituales. Es en la oración y contemplación donde los latidos del corazón de Dios golpean en el silencio del corazón del hombre.

    Una de cal y otra de arena


    Se encuentran, en el camino de la vida presente, consejeros insensatos que traspasan los límites de la insensatez para meterse en el campo de la maldad. Son los de “una de cal y otra de arena”, los “neutrales” sin neutralidad, revestidos de capa magna o pluvial, los que miran por el balcón para ver cuándo las turbas asaltan al edificio ministerial y entran por la puerta principal, para ellos descolgarse sigilosamente, entrar con las turbas y ocupar el sillón, que hace un momento abandonaron y que todavía está caliente. Su categoría social o religiosa los hace muy peligrosos: se oponen al error y a la herejía con tanta suavidad y delicadeza que más bien parece que están conformes; temen se les llame “reaccionarios” y “anticuados” y, por consiguiente, se dejarán llevar del ambiente para “ponerse al día” y no pasar por retrógrados.

    Estos consejeros insensatos no tienen consistencia doctrinal y se venden al mismo diablo con tal de estar en la avanzadilla del “progreso” y de la mentalidad mundana. Nadie mandaba a esos insensatos consejeros de ahora, que pueden ser obispos, sacerdotes o moralistas, aflojar las leyes de la moral natural y las del Evangelio, para entrar con sus rebaños en la inmensa corriente de corrupción general. Nadie ha pedido a esos señores que abriesen las puertas a este mundo y empujaran a los cristianos a vivir a lo pagano. A uno de sus insensatos y de categoría oficial, que quería justificarse ante mí invocando la prudencia, le tuve que decir que la prudencia es una virtud de la inteligencia y, por consiguiente, la “prudencia” de los tontos deberemos llamarla, piadosamente hablando, memez.

    Consejeros “prudentes”

    Los consejeros “prudentes” van un poco más allá de la insensatez. Son los que crean la “opinión pública” artificialmente, por los medios de comunicación social, y la imponen a las masas gregarias; hablan de la “voluntad del pueblo”, que ellos han envenenado; pronuncian palabras técnicas, que el pueblo no entiende, como escondiendo detrás de ellas la “celeste ciencia”. Pero el insensato clásico, que llamaremos “tonto inútil” o “estúpido” de profesión, no ve el engranaje de los insignificantes detalles con la idea destructora. Le atrae lo nuevo y no mide las consecuencias de sus acciones “accidentales”. Pero nosotros estamos en condiciones de advertir y medir la profundidad destructora de estas doctrinas iconoclastas:

    Se pretende sustituir la Unión Hipostática por un “kerygma” salvífico. Es decir, no es Dios, el Verbo Eterno, el que se une con la naturaleza humana para elevarla y redimirla, sino es el “Testimonio de Cristo” (kerygma) el que unifica y transfigura la historia. Esto significa la abolición del misterio de la gracia como realidad celeste santificante.

    La Iglesia dejará de ser “Católica” para convertirse en “ecuménica”. La primera tiene su origen frontal en la Vida Trinitaria; la “ecuménica” será una alianza del “kerigma” profético con la humanidad concreta; completamente desacralizada. La humanidad concreta será historia, sin raíces en lo eterno. Desaparecida la mediación hipostática de Cristo, todo será posible. La Iglesia será una sociedad más de hombres, a quienes no interesa el Pan de los Ángeles, sino el pan de los hombres. Lo que más le molestará será la Eucaristía, presencia divina entre los hombres para elevarlos a la categoría de hijos de Dios…

    Los insensatos no ven, quizás, las consecuencias prácticas de tan profundas remociones doctrinales. Pero día a día vemos nosotros el empuje de la ola iconoclasta, su exultante parodia religiosa, su pseudomística del hombre…, vemos la angustia de los pueblos, el estupor de los inocentes, la malicia de tantos dirigentes. Pero los iconoclastas se derrumbaran como los titanes de las teogonías. No sucumbiremos a la tentación de convertir las piedras en pan, como signo de la “nueva profecía”. Sabemos que todos los pinitos humanos, sin la fe, no son más que penosos descensos de buzos al fondo pelágico del misterio del ser, y que esos descensos, antes que conquistar la luz, logran conquistar un imperio de tinieblas.

    Para el insensato, que sólo ve con los ojos corporales, le será muy difícil o imposible superarse y reaccionar con fe ilimitada en Cristo y su Revelación. Comprendo que nuestro empeño, en las actuales circunstancias, comporta un inevitable martirio… Pero también el sosegado deleite de la más noble consagración.

    Fr. Miguel Oltra, OFM



    Última edición por ALACRAN; 18/09/2024 a las 13:10
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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