Clemente Serna, abad de Santo Domingo de Silos:
«Me preocupa la intolerancia que se manifiesta al tirar un Belén a la papelera»
El abad benedictino cree que la vida monástica tiene hoy más sentido que nunca y que los monjes están llamados a servir de «alerta» ante la situación del mundo
José R. Navarro Pareja Silos (Burgos)- En Silos, el tiempo transcurre a un ritmo más lento, lo que permite apreciar con intensidad cada momento de la vida. Clemente Serna, el abad, no tiene prisa cuando analiza la actual situación del monacato y, desde ese privilegiado observatorio, la sociedad que nos ha tocado vivir.
- Cada vez parece que se haga más grande la brecha que separa nuestro mundo occidental de la clausura del monasterio. ¿Sigue teniendo sentido la vida monástica en la actualidad?
- La vida monástica en estos momentos tiene más sentido que el que pudo tener en etapas anteriores. La razón es bien sencilla: vivimos en la sociedad del movimiento, del ruido y de la novedad inmediata. Lo que por la mañana es noticia, por la tarde ya es viejo. Ante esto el monacato sigue siendo una referencia. Hay riadas de personas que llegan hasta aquí sin haber sido invitados, sin hacer publicidad, sencillamente porque reciben tantos mensajes al día que al final se plantean ¿quien soy yo? El ser humano deja de serlo si no es capaz de pasar grandes momentos de silencio, se convierte en una marioneta a merced del viento que sopla. Ante esta situación, los monjes estamos llamados a ser como una especie de alerta, diciendo que el mucho hablar, el mucho discutir, el mucho querer imponer mis propios puntos de vista sobre el otro, va contra la propia dignidad del ser humano. La vida monástica parte del hecho de que cada persona es única e irrepetible, por lo tanto tiene su propia dignidad y yo no puedo permitirme el lujo de imponerle cualquier cosa. Se la propondré y si no la acepta no se la voy a meter como con un mazo en la cabeza. Con esos mazos de ahora que proceden más bien de la lengua, pero que hieren tanto como los reales.
- ¿Qué ofrecen hoy los monasterios?
- La vida monástica parte de un hecho fundamental: hay una Trascendencia, creemos en la vida del más allá y estamos para cumplir una misión: la realización tanto personal como comunitaria de las personas. En la vida cenobítica esta misión se lleva a cabo de una manera que puede ser paradigmática para la sociedad plural. En esta comunidad los monjes somos muy distintos. Afortunadamente no somos clones. Y sin embargo conseguimos crear una comunidad, crear una comunión, un saber ayudarnos, estar cerca del más necesitado, del que está enfermo, del que sufre por motivos no sólo físicos, sino también psíquicos, morales, espirituales. Es saber no perder nada de la propia personalidad y compartir con los demás toda la riqueza que cada persona tiene.
- Un ejemplo que bien podría trasladarse a la vida política, al Parlamento...
- En realidad el primer parlamento que ha existido desde la época griega y latina es el monasterio. Nuestra comunidad se caracteriza, entre otras cosas, porque, aunque tiene un abad, éste ha sido elegido por los miembros del monasterio. De ser un hermano entre hermanos llega un día en que estos te dicen: queremos que seas nuestro padre. Y a partir de ese momento pasas a estar al servicio total de la comunidad. Pierdes tu propia dirección, tus proyectos -en mi caso eran los estudios teológicos y monásticos- para servir a tus hermanos. Desde un monasterio no se entiende a personas que se aprovechen de una autoridad o de un puesto para sacar tajada.
- Hay quien piensa que el monasterio es un lugar cerrado al mundo. Pero en realidad es un observatorio privilegiado de todo lo que ocurre en nuestra sociedad. Hace poco, nuestros obispos denunciaban que «una fuerte oleada de laicismo» azota nuestro país. ¿Cómo llegan a la clausura los ecos de esta mentalidad laicista?
- En esta cuestión me gusta decir una frase que para algunos puede parecer dura:
la persecución siempre ha hecho bien a la Iglesia. En cambio el bienestar, la comodidad, el sentirse arropada siempre ha terminando siendo negativo. Es lo que ocurrió hace unas décadas, un cristianismo social en el que está mal visto quien no va a misa. Es muy diferente cuando la Iglesia es combatida, y hoy sigue siendo combatida en muchas partes del mundo y la prueba es que todos los meses hay un mártir en defensa de la fe.
- Y ¿cómo reaccionar ante quienes tienen estas actitudes contra los cristianos?
- Lo que no tenemos que hacer es entrar en su juego. Si hay personas que piensan distinto de nosotros, yo les pediría respeto, que además de cristiano es humano. Lo que me preocupa es la intolerancia, que a veces se manifiesta en tirar un Belén a la papelera o retirar crucifijos. Tendríamos que respetarnos recíprocamente. Si respetamos a las señoras árabes que llevan velo, por qué no vas a respetar a un señor monje que lleva hábito. Mientras yo no ofenda con mis comportamientos, debería ser libre para opinar sin imponer y llevar adelante las formas de vida que para mí son fundamentales. La intolerancia va en contra de la propia democracia y acaba siendo motivo de sufrimientos, de tiranteces que no llevan a ningún lado y crean un mal ambiente social. A mi modo de ver, en España lo que nos une es mucho más de lo que nos separa. Lo que es propio de cada uno estamos llamados a ponerlo en común para crear una convivencia donde realmente estemos a gusto y no con unas tiranteces tremendas.
- En la misma pastoral los obispos aluden a la utilización de la «memoria histórica» con una mentalidad selectiva que reabre viejas heridas. ¿Cómo ve esta cuestión?
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Frente a los que quieren reescribir la historia les recordaría la máxima evangélica: «Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra». Porque cuando hay revuelos, unos podrán ser más culpables que otros, pero la responsabilidad hay que repartirla. La historia nos tiene que enseñar a no caer en los errores ya cometidos, en lo que tristemente ya hemos vivido. Además la historia es muy sensata y muy objetiva y al final nos pone en nuestro propio sitio. Tenemos que saber que es lo qué hacemos, cómo lo hacemos, porque nuestros sucesores nos van a pedir cuentas.
- En ese intento de cambiar o borrar el pasado también se encuadra la pretensión de negar las raíces cristianas de Europa...
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Eso me parece tendencioso. Que yo sepa, hasta ahora ningún árbol ha sobrevivido si le quitan la raíz. Por eso, queramos o no queramos, las raíces cristianas actuales de Europa son cristianas. Yo siempre pongo un ejemplo que para mí es aleccionador. Por un momento, en nuestra mente, quitemos de Europa catedrales, iglesias y monasterios. Estaríamos en otro continente. Entonces, si queremos desraizamos qué ponemos a cambio, qué ofrecemos a cambio. Podemos estar de acuerdo o no con la Iglesia católica, hasta ahí lo comprendo. Yo la amo, pero hablando más laicamente la respeto porque entre otras cosas tiene dos mil años. ¿Que a hecho alguna cosa que no esté bien? A ver que institución humana lo ha hecho todo bien. Por qué tenemos un rasero para juzgar a la Iglesia y otro para juzgarnos a nosotros mismos o la sociedad. Usemos el mismo rasero y veremos quién llega hasta dónde.
-Y en esas raíces, los monasterios han tenido un papel fundamental cuando trasmitieron toda la tradición grecolatina a los pueblos bárbaros que acabaron con Roma.
- Ésta es una labor que objetivamente no se puede negar. Nunca los monasterios han escondido el saber. Al contrario, lo han preservado, han conservado la tradición grecolatina gracias a la fe cristiana. Porque los pueblos que llamamos bárbaros eran jóvenes, enérgicos, pero sin cultura escrita.
Hoy tenemos un reto muy parecido, y tenemos que ver cómo lo hace nuestra sociedad europea. Con la emigración ocurre algo muy similar a lo que sucedió al final del Imperio Romano. Ante la debilidad de Europa, que además ofrece el oro y el moro, es irresistible la atracción de todos los emigrantes que vienen. ¿Vamos a saber nosotros también transmitirles nuestra cultura y enriquecerlos con ella? ¿Vamos a conseguir que se inserten en nuestra sociedad como unos ciudadanos más en lugar de relegarlos a miembros de segunda clase? Esto sería imperdonable para una sociedad culta como la nuestra. Éste es un reto que tiene Europa y ojalá lo cumpla aún mejor que lo hicieron los monjes en la Edad Media. A ver qué cultura les vamos a transmitir, qué puestos de trabajo les vamos dar. Hay que recordar que entonces los monjes no sólo conservaron la cultura, sino que les trasmitieron cuestiones tan concretas como las técnicas para cultivar la tierra.
- Y aquí los monasterios ¿siguen cumpliendo esa tarea de acompañamiento?
- La siguen teniendo, no en primer plano como se hizo en la Edad Media, sino sencillamente con lo que yo denomino «el poder del no poder». Los monasterios no cuentan hoy en ninguna instancia de decisión como la Unión Europea o, en ocasiones en la misma Iglesia, porque somos pocos. Pero siempre somos como una luz encendida. Un grupo de abades hemos creado el Groupe de Chevetogne, un equipo de reflexión sobre el alma de Europa. Y a pesar de nuestro no contar y el estar al margen hablamos en foros importantes. Vamos caminando en este itinerario de insistir en cuál es el alma de Europa. Y ciertamente es cristiana, otra cosa es que se quiera renunciar a esa alma. Pero ¿a cambio de qué?
- ¿Teme por el futuro del monacato? ¿Les faltan vocaciones?
- Cada monasterio es independiente y él recluta sus candidatos, si vienen, porque es el joven quien llega aquí atraído por la voluntad de Dios. De todas formas, en una sociedad en la que los números parece que es lo que más cuenta, no deberíamos nunca preocuparnos de las vocaciones, sino más bien ocuparnos de ser auténticos. Si hemos hecho esta opción debemos vivirla con radicalidad, con autenticidad y coherencia. Estamos seguros de que esa manera nunca nos faltarán vocaciones. Y si nos faltan es por que nos ha llegado la hora, porque ningún monasterio está llamado a vivir de forma indefinida. Mayores monasterios han terminado su ciclo.Yo sí que insistiría más en la calidad de los miembros de una comunidad. En su calidad humana, intelectual y sobrenatural. En si realmente somos coherentes con ese dejarlo todo por amor a Jesucristo. Por eso yo prefiero a cinco monjes auténticos antes que a cincuenta medianos.
-¿Cómo van a celebrar las próximas fiestas de Navidad en Silos?
-Desde aquí sí percibimos que hay una Navidad muy desnaturalizada, muy consumista, que empieza incluso antes del Adviento. Al ser tan consumista nos podemos distraer de lo esencial, que muy sencillo en su origen, pero tan profundo, que toda una vida no sería suficiente para poder vivir este gran misterio: como todo un Dios que es perfección suma, que no le falta nada, por amor y todo por amor, se encarna, se hace uno como nosotros, sufriendo como nosotros, muriendo como nosotros para recuperarnos a una vida que nosotros mismos nos habíamos quitado, que es la vida de gracia, que es la vida de amor a Dios. Nosotros ese día lo hacemos un poco extraordinario, es el único en que hablamos en el reflectorio, nos comunicamos y nos felicitamos la Navidad. Pero a las diez y media de la noche ya estamos en el coro cantando los maitines que duran hasta la media noche. Entonces celebramos la Eucaristía, porque el Señor se merece eso y mucho más.
Desde los trece años dedicado al «ora et labora»
Desde que Clemente Serna entró en Silos a los trece años el «ora et labora» de san Benito ha ordenado toda su vida. Primero centró su labor en el estudio de la Teología y la tradición monástica. Alcanzó el doctorado en esta disciplina en el Pontificio Ateneo San Anselmo de Roma, la universidad de los Benedictinos. Luego, en 1988, sus «hermanos» de Santo Domingo le eligieron como padre Abad. Reivindica la vigencia de san Benito, porque «cuando uno está directamente conectado con Dios su mensaje es perenne, y el suyo es sencillo y profundo a la vez. Ante todo pide capacidad de escucha». «Nosotros intentamos escuchar varias horas al día a Dios a través de la Sagrada Escritura», afirma. Sin embargo, no por ello, los monjes viven aislados del mundo. Al contrario, desde su misión de alerta, «de ser el corazón de la Iglesia», también aporta su privilegiada visión de la sociedad. Hace un mes dio buena muestra de ello cuando en un desayuno con periodistas contestó a una pregunta tramposa: «Los monjes no nos preocupamos, nos ocupamos».
http://www.larazon.es/noticias/noti_rel1074.htm
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