Respuesta: Muerte digna
Esta Ud. en Asia
Esta madrugada me he despertado presa de un gran espanto. Sin duda he tenido una de las pesadillas más rara que recuerdo. Lo cierto, es que a pesar de haber dado un par de 'voltios' por la casa, y de haber esperado prudentemente a que se me pasara la ansiedad, no he vuelto a pegar ojo.
El sueño que me turbó lo recuerdo con la misma nitidez que los pliegues de los labios de la primera chica con la que morreé en el instituto. Soñé que me despertaba siendo viejo. Me pitaban los oídos y tenía unos huecos enormes al pasarme la lengua por los dientes. Sabía (aunque no sé por qué) que era yo mismo pero dieciséis años mayor. En eso no tuve grandes problemas de aclimatación. Fui a la cocina —todo esto soñando–, y recuerdo que me preguntaba a mi mismo: ¿Todavía vivo aquí? Era evidente que sí, pues aparte de unos cachivaches muy futuristas “Made in RPDC” (República Popular Democrática de Corea del Norte) que no sé para que servían, el resto eran mis cosas de siempre en un estado bastante precario.
___—Pues vaya chasco. —me dije a mí mismo—. Aquí sigo viviendo; y es evidente que estoy soltero. Encima esto está hecho una pena.
Honestamente; siempre había supuesto que a partir de los cuarenta empezaría a tener responsabilidades en la empresa y a ganar más dinero. Eso me permitiría comprar un piso y sentar la cabeza. Está claro que no ha sido así. Me lo tomé con filosofía —Bueno, tampoco es un crimen ser pobre. —me dije —. ¿Pero por qué coño no hay luz en la casa? ¿Tampoco la pago?
Al rato volvió la luz. Sólo había sido un apagón, lo que por lo visto era algo habitual como luego averigüé. Estábamos en el 2025 y el cambio climático no había llegado para nadie. Es más, por el rato que estuve viendo la televisión entendí que la gente estaba realmente alarmada por el estancamiento climático. Para arreglarlo, el gobierno estaba embarcado en la 'revolución energética', nada económica, de los combustibles fósiles. Por el color de mis paredes y el olorcillo a ozono que venía de la calle, no había duda de que la contaminación era alarmantemente alta en Madrid.
Cambié de canal. Por desgracia para mí, lo que oí a continuación me impactó como una descarga eléctrica: José Luís Rodríguez Zapatero era el Jefe del Estado. Casi me muero allí mismo del susto —¡Una República! ¡Zapatero Jefe del Estado! Pobre España. ¿Seguirá entera? Tengo que enterarme. —me dije muy alarmado.
Mientras en mi sueño me sentaba para calmarme, la ansiedad de mi yo yaciente crecía por momentos. Empecé a dar medias vueltas en la cama presa de un estrés noctámbulo.
De pronto empecé a sentir unas punzadas fuertes en el pecho. ¿Sería un ataque? Bueno, ya superaba la cincuentena, no puede decirse que fuera un chaval. Tranquilicémonos —me dije–, tal vez sólo sea un achaque de la edad. De pronto vi a Zapatero en la pantalla vestido con un frac y un fajín, gordo, viejo y canoso, recibiendo a un Presidente africano. El dolor se reprodujo con más violencia. Esta vez me asustó de verdad.
Bajé a la calle sujetándome el brazo. Como no sabía si tenía coche, y en mi estado tampoco era inteligente conducir, busqué un taxi.
En seguida pararon dos, uno de ellos casi me atropella de lo cerca que frenó de mis piernas. Entré precisamente en ese que casi me deja el cuerpo como un toblerone. Ahora más que nunca necesitaba aquel tipo de agresividad al volante.
El taxi arrancó, no sin antes devolver replicas apropiadas a los gruesos insultos que había recibido del taxista despechado.
___—Lléveme al hospital más cercano. Rápido.— le apresuré.
Se giró extrañado y me espetó.
___—¿A un hospital? ¿Tú andas mal del ‘penjaus’? –respondió.
El tipo era todo un 'cibercheli'.
___—Por favor, me duele el pecho, necesito ir aun hospital. –le dije, de la forma más conmovedora posible.
___—‘Aptuyu’. Si eso es lo que quieres, te llevo. Yo no soy de esos que se aprovechan de la pobre gente.
No entendí nada. Eso sí; en seguida me di cuenta que la cobra con anteojos que para cogerme se dejó media goma en el asfalto, había soltado todo el veneno en el vaso de la bajada de bandera. Íbamos como caracoles sacando a un cristo de procesión. Ppara mí que en 2025 los taxis tarifarán por el tiempo de la carrera. Como no quería que el estrés empeorara mi estado me puse a mirar por la ventanilla del taxi.
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El panorama matritense era bastante desolador. Apenas había comercios abiertos y los transeúntes tenían un aspecto tirando a patibulario. Había mezcla de todas las razas. La mayoría superaba los cincuenta años. No había niños. El tráfico era espeso y caótico y apenas se veían coches nuevos, a muchos los pude reconocer por ser de la época de mi yo, ahora en fase REM. Lo cierto es que estaban casi todos para el desguace.
Llegamos. Afortunadamente tenía el euro con catorce céntimos que costaba la carrera, y digo afortunadamente, porque estoy convencido de que no me hubiera dejado salir del taxi aunque me estuviera desangrando por todos los poros de mi torturado cuerpo.
El exterior del hospital tenía una pinta horrible. Desconchones por todos lados, basura amontonada, médicos ofreciendo octavillas publicitarias en las escaleras. En resumen, algo bastante deprimente.
El interior era el fiel compadre del exterior. Una pocilga sovietizante que para compensar, lucía muchos carteles de publicidad institucional muy postmodernos y vistosos. En las sillas disparejas de la sala de espera de urgencias, solamente había una anciana vestida con una ridícula ropa deportiva.
___—Quiero que me atienda un médico, tengo un fuerte dolor en el pecho. —le dije al recepcionista.
___—Siéntate y espera detrás de esa señora. —añadió sin demasidos modales.
___—¿Qué? –le respondí, medio sordo como andaba y no para revivindicarme.
___—Vas detrás de ella. –me contestó, en cualquier caso, y me dejó allí sin hacerme una ficha ni nada.
Sin dar yo pie a la cosa, debido a que ya estaba bastante preocupado con lo mío, la señora empezó a trabar conversación.
___—Yo no quería venir pero me han traído los del SAMUR. Les pagan 3 euros por cada uno de nosotros. Eso les he oído. ¿Y tú? –dijo la anciana.
___—En taxi. –respondí, a pesar del tuteo, con la profunda necesidad de afecto y comprensión de quien sabe en menos de 15 minutos la puede espichar.
___—Sinvergüenzas. –contestó, sin más explicaciones–. Yo me desmayé en el economato popular. Desde que nos quitaron la pensión a todos los viejos tengo hacer muchas horas de cola allí y tengo la tensión muy baja.
___–¡Ah! –dije sin entender nada. Entonces se me encendió la bombilla patriótica –. ¿Sabe si España se ha desmembrado? ¿Se habla español en algún otro lado del Pais? ¿Por que esto es aún España, verdad?
No me iba a morir sin saberlo.
___—¿Estas loco? –me espetó.
Lo reconozco, fue un poco brusca la ocurrencia.
___—Mi hija va a venir a buscarme. No voy a hablar de política con desconocidos. –apostilló con aplomo.
Al rato de estar allí sin que entrara nadie, apareció una chavala oriental de veintipocos años. Era atractiva. Y mucho. Por un momento pensé que la pesadilla iba a trasmutar en sueño erótico, pero no iba a tener tanta suerte.
___—Hola mamá, me han avisado en la fábrica. ¿Estás bien? –contestó con un perfecto deje madrileño.
La verdad, es que a cualquiera de mi generación supongo que también le tendría que resultar chocante ver a una chica tan joven con una madre tan mayor, y encima oriental. Pero allí, desde luego, no llamó la atención de nadie. A los cinco minutos la chica empezó a aburrirse.
___—Voy a ver si saco alguna cosa por aquí. Ahora vuelvo. –dijo levantándose de la silla.
En esto llegó un médico y se llevó a la señora del brazo. Para mí que ella no iba muy de su agrado, pero al final con unas carantoñas paternalistas la vieja accedió. Al meter a la señora en una de las salas el médico volvió sobre sus pasos hasta el mostrador y le dijo confidencialemente al recepcionista.
___—Esta Ud. En Asia.
___—¿En Asia? –contesté para mí, sin poder creerlo. –. ¡Qué hijo de puta! ¡Nos ha metido en Asia!
En seguida recapacité: Asia es un continente. Europa, de los Pirineos en adelante, no puede desaparecer por las buenas. Entre el culo de la china y la falta de oído empezaba a tener serios problemas de adaptación al medio onírico.
___—Perdone. ¿Qué es lo que le ha dicho el doctor? –le pregunté intrigado al recepcionista.
___—Eutanasia. El tratamiento que nunca falla. 0% recaídas –respondió divertido el asistente del matarife.
En ese momento todo me daba vueltas. Era auténticamente de locos. Como en un delirio de drogas miré mi mano y vi que en la palma tenía un zafiro rosado que se hacía más blanco por momentos. ¡Santuario! –grité en la cama–. Mientras, en el sueño, los dolores del pecho volvieron a hacer mella.
Vi pasar a la hija y corrí dando tumbos hacia ella.
___—Para, para. –dije sin aliento.
___—¿Qué pasa? –respondió alarmada por mi actitud
___—Es tu madre. Dicen que le van a aplicar la eutanasia ¡Se la van a cargar! –añadí tan alarmado como estaba.
___—¿Y yo que puedo hacer? –contestó cándidamente.
___—¿Qué? Ve allí, a esa sala, y diles que es tu madre. –le dije.
___—Pero si lo hacen es por su bien. Es ya muy mayor. –respondió a modo de excusa.
___—¿Qué...? –balbuceé.
___—Tengo que irme o perderé el trabajo. Mi otro turno comienza ahora. –dijo a modo de colofón y se acercó al mostrador para decir que se marchaba.
En ese momento me asaltó un sentimiento de rabia incontenible, que se comunicaba por los cauces oníricos con mi yo ensobrado. Si por mor de las fantasías del sueño hubiese llegado en ese momento un arma a mis manos, no hubiera dudado en cargarme de dos tiros en la cabeza al médico y detrás al recepcionista. En vez de eso, sólo tenía un zafiro trasparente en la mano que debía simbolizar que el próximo al que le iban a dar matarile sería yo mismo.
Estaba claro que había que despertar.
Al prepararme el desuyuno de buena mañana he aprovechado para tomar las notas del sueño. Ha sido tan real que me resisto a no considerarlo premonitorio. El mensaje del sueño estaba claro: cualquier tiempo futuro no fue mejor.
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TINTÍN
"QUE IMPORTA EL PASADO, SI EL PRESENTE DE ARREPENTIMIENTO, FORJA UN FUTURO DE ORGULLO"
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