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La reconquista del concepto de España

Julio Valdeón documenta que la fragmentación de los reinos cristianos no impidió que todos se consideraran españoles

Julio VALDEÓN



Una vez presentadas las principales líneas de la evolución histórica de las tierras hispanas, caracterizadas en el transcurso de los siglos XI al XIII por el extraordinario avance territorial de los reinos cristianos del norte, resulta oportuno que hagamos algunas someras observaciones a propósito del concepto que existía en aquellos siglos del término «España», palabra que procedía, como ya vimos, de la «Hispania» de origen latino. Por de pronto, es muy frecuente encontrar en las crónicas de aquella época expresiones tan significativas como las de «reges Hispaniae», es decir, «reyes de España», o también «reges vel principes Hispaniae», es decir, «reyes o príncipes de España».
Pero la España cristiana no estaba en aquellos tiempos ni muchos menos unificada, pues contaba con un variado mosaico de núcleos políticos, desde el reino de Galicia, situado en la zona noroccidental, hasta el condado de Barcelona, que se hallaba al Este, próximo al Mar Mediterráneo, pasando por los reinos de León, Castilla, Navarra y Aragón. Sin embargo, esta diversidad no impedía que todos pensaran en la posibilidad de una unificación de los reinos cristianos de la Península Ibérica. Así pues, el concepto de España se proyectaba sobre el pasado visigodo, pero a la vez se pensaba en un futuro de unidad, cuando los diferentes núcleos políticos cristianos se juntaran. Esto explica que en los textos de aquellos siglos se empleara, como término de indudable proyección colectiva, la expresión «España».


En plural

Comenzaremos a referirnos al destacado cronista Rodrigo Jiménez de Rada, quien llegó a ser nada menos que arzobispo de la diócesis de Toledo. Dicho autor escribió una significativa obra que se titulaba «Historia de rebus Hispaniae», es decir, «Historia de los hechos de España». En un momento dado, el autor escribió lo siguiente: «Me he esforzado con honestidad, en la medida de mis posibilidades, para poner en pie la historia de España». En algunos párrafos utiliza la expresión «las Españas», por ejemplo cuando presenta al monarca Alfonso VII de Castilla y León como «rey de las Españas», cuando dice que los árabes habían ocupado «las Españas» o cuando manifiesta que el legado pontificio Jean de Abbeville «se encontraba en las Españas». Está claro que la expresión «las Españas» se utilizaba en el transcurso de la Edad Media con bastante frecuencia, sobre todo por parte de los autores eclesiásticos, según demostró en su día el destacado historiador José Antonio Maravall.
Veamos, no obstante, algunos otros ejemplos. A propósito del rey visigodo Leovigildo, Jiménez de Rada afirma que dicho monarca «dilató los límites de España siendo ya señor de gran parte de ella». Unas páginas más adelantes señala que el Suintila fue «el primero entre los godos que consiguió, tras expulsar a los romanos, el control de toda España». [...]

Otro brillante cronista catalán de la segunda mitad del siglo XII fue Bernat Desclot. Para comenzar es preciso señalar lo que Desclot, quien utilizó en sus obras la lengua propia del territorio de Cataluña, es decir, el catalán, dijo a propósito del rey de Aragón y conde de Barcelona: «Yo són I chomte d´Espanya que apela hom le chomte de Barcelona». ¿No se trata de una expresa muy significativa? ¿No aceptaba Desclot que el Conde de Barcelona formaba parte del conjunto de España, término con el que se aludía a todas las tierras de la península Ibérica? En otro párrafo de su «Crónica», el autor afirmó lo siguiente con motivo de una visita realizada ante el que entonces era nada menos que el emperador de Alemania: «yo son I cavaler d´Espanya». ¿Y cuando Bernat Desclot habla de «II cavalers d´Espanya, de la terra de Catalunya? Todas estas afirmaciones ponen de relieve cómo en aquel tiempo se pensaba, sin duda alguna, que el territorio del futuro principado de Cataluña era una parte inequívoca del conjunto de lo que se llamaba «España», expresión que hacía referencia al pasado reino de los visigodos, pero también a las expectativas abiertas de una unión política de los diversos reinos cristianos en el futuro.

Cuando Bernat Desclot alude al fallecimiento del rey aragonés Pedro III el Grande, protagonista en 1825 de la expansión catalano-aragonesa hacia la isla de Sicilia, situada el sur de la península italiana, señala que causó un grandísimo dolor entre los caballeros, los burgueses y los ciudadanos de su reino, «més que hanch rey fos en Spanya». Y presenta a Valencia, incorporada a la Corona de Aragón unas décadas atrás, como una de las más importantes ciudades del conjunto de las tierras de España cuando dice que «Anaren tant ves Espanya, tro que vengren a la ciutat de Valància». En otro momento, Bernat Desclot habla de la «costuma d´Espanya» y de las «osts d ´Aspanya». El autor mencionaba, obviamente, diversos rasgos, costumbres o hábitos de vida que eran comunes al conjunto de los ciudadanos de los diversos núcleos políticos españoles. ¿No dijo también que los musulmanes, o si se quiere, los soldados sarracenos, pasaron «de Barberia en Espanya»? Concluiremos estas referencias citando lo que dijo un grupo de nobles al monarca aragonés: «Que en Spanya parrà tots tempos ço que vós e vostres antecessor hi ha fret».

En definitiva, el concepto de España estaba vivamente presente en la mente de los intelectuales de aquellos siglos medievales, tanto en los que eran originarios de los territorios occidentales de la península Ibérica como en los que habían nacido en tierras orientales.


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El concepto de España nunca se diluyó en la cultura invasora, permaneció entre los mozárabes que bajo el dominio caldeo, siguieron rigiéndose para ellos por las leyes visigóticas "Liber Iodiciorum", permaneció intacto e indeleble entre los Astures, Cantabros, Vaceos y la marca hispánica, donde se empezarían a formar los primeros reinos cristianos que inexorablemente iran recuperando la tierra hispano-goda perdida. Estas leyes visigodas promulgadas por el Rey Recesvinto hacia el 654 dC fué traducida al romance por Fernando III El Santo que conforme avanzaba en la reconquista iba aplicando a los territorios liberados.
Hacia el 750 un anónimo mozárabe se lamentaba de la pérdida de Hispania " aunque todos los miembros se convirtieran en lenguas, no podrían expresar los males y unguentos que aflijieron a Hispania".
El Rey de Asturias Alfonso II 792-842, según la crónica Albedense, hacia el 883, "construyó en Oviedo el templo de San Salvador.... Al mismo tiempo decoró los palacios regios con diversas pinturas. Y todo el orden de los Godos, tal y como había estado en Toledo, lo estableció en Oviedo, en todas partes, así en la iglesia como en el palacio."