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Tema: El cardenal Gomá, Primado de España, conoció y trató al joven Blas Piñar en Toledo

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    El cardenal Gomá, Primado de España, conoció y trató al joven Blas Piñar en Toledo

    El cardenal Isidro Gomá (1869-1940), Primado de España, catalán y “franquista”, tuvo trato cordial con el joven Blas Piñar en Toledo…


    Revista FUERZA NUEVA, nº136, 16-Ago-1969

    EL CARDENAL GOMÁ

    Por Blas Piñar

    El 17 de agosto del año en curso (1969) se cumple el centenario del nacimiento en La Riba (Tarragona) del cardenal Gomá. Suponemos que ni a la jerarquía eclesiástica ni a las autoridades civiles pasará desapercibida la fecha, aunque las vacaciones estivales puedan desplazar a época posterior los actos conmemorativos.

    Todavía recuerdo mis contactos con el insigne cardenal, desde su entrada jubilosa en Toledo, durante la República. Le esperábamos en la Catedral primada. Una multitud inmensa se había congregado allí para recibirle y para escucharle, para entonar el espíritu, desasosegado por la persecución religiosa y por la expulsión del cardenal Segura.

    Su presencia, su aplomo, su energía templada por la dulzura, su señorío, que no mermaba su sencillez, cautivó a todos; como sedujo y tranquilizó su palabra grave, cuyo acento catalán ponía más peso en las ideas que fue expresando con serena lentitud.

    En la época anterior a la Cruzada, era yo demasiado chico para tratar a un personaje de la altura del cardenal. Asistí a las conferencias que el presidía con el Nuncio, y que se pronunciaron por distinguidas personalidades en el curso de la “Semana pro seminario”. Por la tribuna, improvisada en una de las parroquias más grandes de Toledo, la de San Marcos, desfilaron monseñor Pildaín, don Ángel Herrera, José María Pemán, Federico García Sanchiz…

    También antes de la guerra se celebró en el salón de Concilios del Palacio Arzobispal de la sede toledana, un Congreso nacional de la Juventud de Acción Católica. Se declaró en Toledo una huelga general revolucionaria, instigada por los partidos comunistas y socialistas, al objeto de impedir las reuniones.Carteles impresos, fijados en los muros de las casas, hacían patente la protesta brutal y la carencia de respeto a los católicos. En los carteles, con esa machaconería propia del método marxista de catequesis, se leía esta frase cargada de odio: “Ni pan ni agua para los perros fascistas”.

    A pesar de la huelga, el Congreso se celebró. Para eso estaba allí el Cardenal, defendiendo nuestra postura, alegando nuestros derechos, respaldando con la autoridad de sumisión la Obra de apostolado a que pertenecíamos.

    Bajamos a la estación del ferrocarril, distante del núcleo urbano, a esperar a nuestros compañeros. Subíamos aquellas largas y empinadas cuestas con alegría, llevando a hombros el equipaje de los amigos forasteros que llegaban sin dormir a una ciudad desierta por las amenazas bravuconas de unos y por la cobardía ciudadana de los más.

    Nos apiñamos en el salón.Los que estábamos embarcados en la aventura de poner todo aquello en marcha, con don Hernán Cortés a la cabeza, a la sazón Consiliario nacional de la Juventud católica, ya no teníamos sitio, y de puntillas atisbábamos a quienes presidían, mientras escuchábamos con fervor los discursos y aplaudíamos a rabiar a los oradores.

    Después de la guerra, de nuevo nos reunía el cardenal Gomá. Fue a fines de 1939. Muchos, la inmensa mayoría de los que acudieron antes, habían dado testimonio de su fe, entregando su vida en el frente nacional,en las checas rojas. 7.000 jóvenes de Acción Católica eran el largo memorial de nuestro sacrificio. La Asamblea de la obra fue un éxito.Yo era entonces presidente diocesano -ocupando el puesto de honor que había dejado “el ángel del Alcázar”- y tuve que hablar en el acto de clausura, con Domingo Sastre, presidente de Barcelona, y con el querido, inolvidable y llorado Manolo Aparici, que presidía el Consejo superior. El Cardenal Gomá, que nos había llamado hijos en su homilía, volvió a animarnos y a exigirnos que cumpliéramos los graves deberes que la Victoria y la paz, la Iglesia y España nos urgían.

    Todavía tengo presente en la memoria al cardenal Gomá cuando el incendio del Palacio. Las llamas lo consumían todo. Íbamos en cadena, pasándonos los cubos llenos de agua, mientras los bomberos hacían lo imposible para detener el fuego. El cardenal estaba allí en el salón de Concilios, en el coro, sentado, inmóvil, como el capitán de la nave que se niega a abandonar el puente mientras haya una posibilidad de salvamento.

    A mi padre le destinaron a Valencia. Fui a despedirme del Cardenal. Entré en sus habitaciones privadas. Tenía una gran biblioteca en la que abundaban las vidas de Cristo. Me habló de la claridad con que debían imprimirse los libros dedicados a temas espirituales, y especialmente sus portadas. Me invitó a que le acompañara en el rezo del santo rosario. Me hizo una detallada descripción de Valencia -la ciudad eucarística que conserva el cáliz del Señor-, me habló de Juan de Ribera y de Tomás de Villanueva, y me regaló uno de sus libros (del card. Gomá) más primorosos,“María, madre y señora”, en el que hacía público el trabajo que el Papa le había pedido sobre la posible definición dogmática de la Asunción de la Virgen a los cielos.

    Aquí se acaban mis contactos personales con el Cardenal. Pero su influencia a través de sus libros y pastorales, de su ejemplo en la vida y en la muerte, creo que ha sido decisoria para mí para muchos españoles que hoy (1969) participamos en la vida pública y que recibimos las lecciones de un maestro tan extraordinario.

    Su amor al Evangelio, que se manifiesta en los cuatro tomos de comentarios, y en la edición concordada y popular que tanto se divulgó en España; su volumen titulado “La Biblia y su predicación”; la “Carta colectiva” de nuestro episcopado, con ocasión de la contienda, tan esclarecedora, frente a un mundo hostil, de las razones que la hicieron necesaria, el profundo trabajo cuyo contenido tiene vigencia actualísima, que tituló: “Lecciones de la guerra y deberes de la paz”, cuya lectura y meditación aconsejamos, no son más que una muestra pequeñísima de su obra incansable de pastor en horas difíciles, ante las que supo reaccionar, sin rehuirlas con el magisterio y la conducta.

    El Cardenal Gomá se nos fue, dejando un vacío difícilmente llenable. España no ha cumplido todavía, con este sacerdote y con este español de primera fila, la deuda de honor que con él contrajo desde el inicio de la Cruzada. Su biografía -la de don Anastasio Granados, obispo auxiliar de Toledo- continúa inédita. No sé si hay en algún lugar una placa conmemorativa, un busto, un monumento dedicado a la memoria del Cardenal.

    Este centenario nos ofrece la oportunidad de cumplir con esa deuda, acrecentada con los intereses de la demora.

    El gran Cardenal fue enterrado delante de la capilla de la Virgen del Sagrario, patrona de Toledo y de su archidiócesis. Yo, al menos, iré a orar a esa capilla para pedir a Dios por nuestro Cardenal, y para que él, que tanto nos quiso y que tanto y tan desinteresadamente sirvió a la Iglesia y a España, pueda pedir desde el cielo por los que continuamos o queremos continuar su obra.

    Blas PIÑAR


    Última edición por ALACRAN; 18/11/2024 a las 12:58
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: El cardenal Gomá, Primado de España, conoció y trató al joven Blas Piñar en Toled

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    Oración ante la tumba del Cardenal Gomá, escrita por Blas Piñar



    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 148, 8-Nov-1969

    Ante el sepulcro del Cardenal Gomá, don Sixto de la Calle leyó la oración que transcribimos, obra de Blas Piñar.


    Oración ante la tumba del Cardenal Gomá

    ¡Cardenal Gomá, Cardenal de España, nuestro Cardenal!

    Sabemos que nos escuchas; que aquí, en este templo donde tantas veces tu palabra, encendida por el celo de la Casa de Dios, invitaba a los españoles a continuar fieles a Cristo y a su Iglesia, tu oído espiritual se hace más agudo, más sensible a la inquietud y a la zozobra, a la ilusión y a la esperanza de los que se humillan para pedir y para rezar.

    Por eso llegamos a esta Catedral Primada un puñado de hombres y de mujeres que aprendimos de ti la lección ejemplar de una existencia consagrada al servicio de Dios y al servicio de España, a rendirte, en este centenario de tu nacimiento, un homenaje sencillo, pero auténtico, porque todo lo que tú simbolizas y representas, nosotros lo hacemos nuestro y lo proclamamos sin disimulo ni cobardía.

    A la vez que pedimos por ti, te pedimos que pidas por nosotros. Sabemos que más allá de la muerte no hay otra jerarquía que aquella que depara la caridad florecida en obras, sin la que nada vale la fe dormida y en huelga. Por eso, porque la plenitud de tu sacerdocio y tu puesto elevado en la Iglesia jerárquica quedó transido de amor a Dios y de amor a los hombres, porque apuraste hasta las heces el cáliz del sufrimiento y de la calumnia, porque sublimaste en la desnuda entrega que pide el Evangelio, la plenitud de una vida dotada de las prendas mejores -aunque rogamos por ti-, te imaginemos en el cielo, gozando de la felicidad inagotable de un Dios contemplado en su riqueza inagotada.

    Te pedimos que intercedas por nosotros, para que en esta hora de incertidumbre y de confusión, nos mantengamos firmes, y como San Pablo deseaba, vestidos con la armadura de Dios, ceñidos los lomos con el cíngulo de la verdad, cubiertos con la coraza de la justicia, calzados los pies con la prontitud del Evangelio, embrazando el escudo de la fe, protegidos por el yelmo de la esperanza y empuñando la espada del Espíritu.

    Queremos recordar algunas cosas que en momentos trágicos nos dijiste: “Sin políticos de carne y hueso que encarnen los principios de la ciencia y del arte de gobernar -que esto es la verdadera política- no es posible a un pueblo seguir por los caminos de la paz y del progreso”.

    Pues bien, nosotros que sentimos esta vocación política, te pedimos que intercedas por nosotros, para que no nos aturda lo que tú llamaste “la soledad de España”, para que no nos olvidemos nunca, como tú nos señalaste, que aquello “que se alcanzó una vez (no) lo fue para siempre; (que) la civilización es un estado heroico, una lucha de todos los instantes contra la eterna barbarie; (que) hemos de permanecer en constante y avisada centinela ante el enemigo; (que acabada la guerra) deberíamos quedar arma al brazo para la construcción y defensa de la España nueva”.

    Nosotros -como tú lo querías- deseamos seguir siendo España. Por eso no es “nuestro espíritu el que ha de ser absorbido por el de la revolución sino que a ella debe imponerse”. Nosotros, como Franco dijo, “queremos una España católica” y por ello pedimos, como tú, nuestro Cardenal, pedías: “ni una ley, ni una cátedra, ni una institución, ni un periódico fuera o contra Dios y su Iglesia en España”.

    Nosotros queremos rehacer la autoridad cristiana, justa, suave, paternal y severa para todo y para todos”. Nosotros queremos la “justicia social informada por la caridad de Jesucristo, sin la que la justicia no puede salvar los puntos muertos de la vida colectiva” ni realizar el ambicioso proyecto de que “no haya un hogar sin lumbre, ni un español sin pan”.

    Nosotros, que creíamos no sólo que España había recobrado su territorio, con aquella juventud remozada de los fuertes que sucumbieron, sino que -como tú anhelaste- había hallado de nuevo su alma, tenemos la impresión de que fuerzas ocultas o conocidas, atrincheradas en el frente enemigo o enmascaradas en puestos directores, pretenden seducirla y adormecerla.

    Nosotros notamos un “descenso del sentido de Dios” a la vez que las intrigas larvadas de los políticos disociados de nuestra tradición y de nuestra historia, que se entretienen en fórmulas de transacción con el espíritu revolucionario, en escaramuzas que han debilitado la fuerza de resistencia, en pactos de mutua permeabilidad… que han borrado los contornos de una política cristiana”.

    Nosotros percibimos que “quienes debían ser los heraldos de Dios para meter su nombre, su doctrina y su ley en lo más vivo de la sociedad, han dejado vergonzosamente su oficio de orden espiritual” sin que apenas se oiga una protesta que despierte contra los halagos de la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos o la soberbia de la vida.

    Nosotros nos damos cuenta de que otra vez se pretende un “sentido extranjerizante de nuestro política, con orientación opuesta al espíritu nacional”, y que ciertos nacionalismos separatistas rebrotados tienden a “aflojar los… vínculos legítimos de la patria, a la que en buena doctrina cristiana nos ligan razones de caridad”.

    Pero nosotros recordamos que el dolor de España, como tú predijiste, no sería inútil. Si la España inmortal entregó a los hijos de un día de su historia, lo hizo para que esa historia siguiera la ruta de los siglos.

    Aquí venimos a buscar la fuerza de la creación, el temple del alma que se torna recia al contacto con Dios y con las cosas divinas.

    Aquí venimos con hambre de eternidad, para seguir trabajando por España para sabernos portadores y artífices de su destino en la vieja Europa, de su rectoría espiritual entre las naciones de nuestra estirpe, de su papel, que ha sido y quizás sea único, de salvar -cuando todos renuncian y claudican ante el esfuerzo- “a la civilización cristiana de la acción destructora y antisocial del marxismo” -incrustado allí donde menos podía esperarse- “como en otros tiempos la salvó de los horrores de la Media Luna y de la desviación de la reforma protestante”.

    Escucha, Señor, de nuestros labios que quieren ser humildes, junto a la tumba del que fue uno de tus elegidos, del Cardenal Gomá, de nuestro Cardenal, “esta plegaria viva por España” que sube al cielo desde una tierra empapada de sangre vertida en Tu nombre.

    Con el Cardenal Gomá, con nuestro Cardenal, nos atrevemos a suplicarte: “exurge Christe, adjuva nos. Te lo pedimos por tus méritos y hasta por los nuestros, como pueblo, ante Ti; porque ninguna nación ha hecho por Tu nombre y religión lo que España hizo”.

    ¡Señor!, que jamás olvidemos las palabras de Pío XII a los soldados victoriosos de la Cruzada: “España sin hogares cristianos y sin templos, coronada con la Cruz de Jesucristo no sería la España grande, siempre valerosa, más que valerosa, caballeresca, más que caballeresca, cristiana”.

    ¡Señor!, que por eso mismo, tampoco olvidemos las palabras de tu Cardenal, de nuestro Cardenal: “si un día sufriéramos una desviación…, porque el exceso del mal llevara a tolerancias indebidas, porque un equivocado concepto político del Estado cohíba o tuerza la vida colectiva o amenace deformar nuestra fisonomía histórica”, como católicos y españoles, tendréis la obligación de uniros para la defensa de la Religión y de la Patria”.

    Última edición por ALACRAN; Hace 2 semanas a las 12:57
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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