Fuente: ABC, 2 de Noviembre de 1977, página 19.
Críticas al Papa
El equipo de formación de Antiguas Alumnas del Sagrado Corazón nos envía una carta de la que recogemos a continuación los párrafos fundamentales:
Como equipo de formación de una asociación de la Iglesia con explícita adhesión a su jerarquía, nos sentimos en el deber de hacer público nuestro desacuerdo con el artículo del señor Palacios titulado «Monseñor Lefebvre».
Todos los argumentos del señor Palacios en pro de lo que denomina «catolicismo puro» convergen en la crítica al Papa. Así, llega a afirmar que «cabe la posibilidad, ya estudiada por los teólogos, de que este jefe pierda la confianza de sus fieles», y enumera los motivos de esa pérdida. Es significativo que la frase en cuestión sea lugar común de los que, desde las antípodas del señor Palacios, propugnan una Iglesia-Pueblo de Dios democrática y sin jerarquía que –según ellos– es la carcasa de que habría que desprenderla para recuperar su eficacia en el desarrollo de las comunidades populares.
Lefebvre se declara en perfecta comunión con el Pontífice, «pero solamente cuando el Papa sigue en unión con sus predecesores y transmite el depósito de la fe»: con lo que resulta que monseñor Lefebvre –cuya persona nos merece absoluto respeto– se convierte en última instancia para decidir qué sea «el depósito de la fe».
El Vaticano II, fiel en su contenido al Vaticano I, proclamó la absoluta primacía del Romano Pontífice no sólo sobre los fieles –tan miembros, por otra parte, de la Iglesia como el propio Papa–, sino incluso sobre el colegio o cuerpo de los obispos: «El Señor estableció solamente a Simón como roca y portador de las llaves de la Iglesia y le constituyó pastor de toda su grey». (Lumen Gentium, 22).
Critiquen, en hora buena, desde un extremo los posibles excesos que en la aplicación del Concilio se hayan cometido, y desde otro las posibles insuficiencias. Pero admitamos todos, como núcleo de unidad, el contenido del Concilio Vaticano II y la palabra del representante de Cristo; al cual, por otra parte, nos sentimos vinculados no por la necesidad «del apoyo moral de un jefe» como afirma el señor Palacios, sino por libre asunción del dogma fundamental y primordial del cristianismo: reconocimiento como valor absoluto de la presencia de Dios en Jesús Nazareth.
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