Revista ¿QUÉ PASA? núm. 198, 14-Oct-1967
DE SAN PABLO A PITI
(…) Vayamos al caso: Piti no lleva mantilla (si hasta algunas viejas la han reducido a una malla o trapito!). Como es muy instruida (pues algunas veces asistió al círculo de estudios... por compromiso, por bien parecer). Ella sabe, fiel intérprete de la Sagrada Escritura, más sabia que Jerónimo, Ireneo, Casiodoro, Eusebio, Simón, A Lápide, Janssens, Vigouroux Bacuez, Mayer, Dieckmann, Hetzenauer, etcétera, que Pablo (digo San Pablo) cuando escribió: «Toda mujer que ora o profetiza con la cabeza desvelada pone en vergüenza la cabeza de ella, porque una sola cosa y misma es con la rapada. Porque si la mujer no se vela, hágase también esquilar. Que si es feo para la mujer ser esquilada o rapada, póngase el velo. Porque el varón (para rezar) no debe cubrirse la cabeza, debe la mujer tener sobre la cabeza el emblema de la autoridad por razón de los ángeles. Juzgad por vosotros mismos: ¿Es decente que la mujer ore a Dios descubierta? El hombre si cría cabello le es afrenta. Mientras que la mujer si cría cabellera le es gloria. Si alguien con todo pretende ser porfiado, nosotros no tenemos tal costumbre ni las iglesias de Dios.» (I Carta a los Corintios, II, 4-16. Escrita el año 67.)
Según San Pablo, la mujer debe orar con la cabeza cubierta y el hombre con la cabeza descubierta; por lo tanto, hace justamente mil novecientos años que la Iglesia apostólica en su costumbrario lo ha practicado así, según las palabras de San Pablo. (¡Si habremos tardado casi dos milenios en saberlo interpretar!)
Dicen las “entendidas” que esto no es dogmático, sino disciplinar; entonces los hombres (según la torcedura que demos al texto) podremos entrar en las iglesias con el sombrero o con boina. Pues una disposición con un paralelismo contradictorio, al inutilizar una idea invalida la otra. Ahora, pues, a imitar a los judíos, que en sus escuelas los niños (como yo he visto) se ponen un gorro para leer la Biblia y los hombres todos entran en la sinagoga con la cabeza ensombrerada.
San Pablo pone unas palabras de pavor: «Una sola y misma cosa es con la rapada.» ¿De quién se trata? ¿Cuál es la rapada? En Grecia y Roma se rapaba la cabeza a las danzarinas desvergonzadas, a las meretrices como señal de su oficio ignominioso. Los hebreos y los godo-galos a las adúlteras… ¡Vaya!
Sigamos a San Pablo: «Debe la mujer tener sobre la cabeza el emblema de la autoridad por razón de los ángeles.» Aquí no sabemos quiénes son estos ángeles: si los espíritus que sirven a Dios presentes en la Casa del Señor, si los sacerdotes (ángeles en griego suena como enviados o si se trata de las almas puras llenas de virtud evangélica que están orando en la iglesia- Sea como quiera, indica el Apóstol que la mujer obediente y digna debe cubrirse la cabeza.
Insiste: «Juzgar por vosotros mismos. ¿Es decente que la mujer ore a Dios descubierta?» Continuemos con las palabras del Apóstol: «El hombre si cría cabellos le es afrenta.» ¡Oh Pablo! ¿Que no sabías vos que en el siglo del plástico, los hombres muñecoides, los beatneakers, criarían no sólo cabellos, sino greñas, y darían aullidos, sorbiendo alcohol sin sed y bailando no sobre una plancha crujiente como los osos, sino sobre verdaderas ascuas?
«Mientras que la mujer si cría cabellera le es gloria...» Dice cabellera, que es algo más que cabello. (…)
Añade el Apóstol, como escribía antes: «Si alguien pretende ser porfiado, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios» ¿Qué te parece, Piti? ¿Se debe ir a la iglesia: los hombres con sombrero y las mujeres con la cabeza descubierta? Al menos guardar el respeto como hace la gente sencilla, que en caso de necesidad se pone un pañuelito. ,
Mira, Piti, que San Pablo el glorioso San Pablo, que fue un converso y testigo de Cristo en cárceles, cinco veces en azotes, en hambre y sed, en naufragios, en fatigan, en lacería, hasta llegar a ser decapitado; mira que antes había predicado a los judíos de Roma y les había dicho: «Oír, oiréis, y no será que entendáis; y mirar, miraréis, y no será que veáis» (Actas de los Apóstoles, 28,26). ¡Palabras terribles!
A Dios, ¡pero con letra grande!
N. COSTA BRAVA
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