Nuestra aversión
Pero la independencia de nuestra española contextura y la reciedumbre de nuestro catolicismo nos mandan vivir frente a otros aspectos del complejo hitleriano con no menos severidad en esto que en lo otro entusiasmo.
Hablamos concretamente del extravío filosófico, de la
aberración cultural racista llevada a los extremos de doctrina y aplicaciones que personifica su más conocido fanático Rosenberg.
Por estimar que la salvadora revolución alemana del nacionalsocialismo es muy superior en contenido y fines al racismo propiamente dicho, es por lo que creemos en la dignidad y el mérito ante la civilización y el mundo cristiano- de esa revolución. No es pequeño servicio a la cultura occidental el haber resucitado la unidad alemana, hundiendo en el centro de Europa el avance fatídico de la barbarie roja.
Pero, como decía el cardenal Faulhaber, si mal no recordamos,
para nada serviría haber salvado a un gran pueblo de ese paganismo, si a seguido caen los salvadores y con ellos el pueblo en otro paganismo: el de la herejía racista.
Somos por tradición y por principio diametralmente opuestos a ese extravío filosófico: Extravío que supondría, llevado a sus últimas consecuencias, el derecho de los diversos pueblos de todos los continentes a encerrarse en sus errores, en sus bajezas y en su postración ancestral. El África bereber o numídica y el Asia arábiga buscarían quizá como ideal eterno conforme a la doctrina racista permanecer en el infierno ideológico y moral de Mahoma. Del que tampoco cuida de sacar a esos pueblos el positivismo anglofrancés que los sojuzga. El Asia propia y la India inmensa tendrán como destino según la ideologia racista recluirse en su anonadamiento oriental, por respetar eternamente las desgraciadas creaciones de su cultura quince o treinta veces centenaria.
Y posiblemente las naciones españolas del continente nuevo habrían de buscar su ruta futura en las tinieblas de su progenie azteca, araucana o caribe...Tantas razas como prados de latitud.
Todo lo contrario es la visión del mundo simbolizada en nuestro haz de flechas recogido del escudo isabelino. Nuestra Isabel, la abuela de Carlos V no era racista ni lo fue el emperador. Al contrario: su insuperable figura histórica, agigantada por días, resume ante el mundo el afán superior de reunir a todas las razas en una comunidad de Fe y Destino".
Onésimo Redondo, Libertad, Año V, 28 de Enero de 1935.
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