Fuente: Cruzado Español, Números 148-149, Junio de 1964, páginas 10 – 19.
CARTA PASTORAL SOBRE EL REGLAMENTO PARA ACATÓLICOS, PREPARADO POR EL MINISTERIO DE ASUNTOS EXTERIORES
Por Su Excelencia Reverendísima Dr. Antonio Pildaín, Obispo de Canarias
Venerables Hermanos y Amados Hijos:
Es ya del dominio público, por entero, la existencia de un Proyecto de Reglamento para Acatólicos, preparado por el Ministerio de Asuntos Exteriores.
El asunto, como comprenderéis, es gravísimo.
Tanto que, más de una vez, ha puesto nuestra pluma sobre las cuartillas, y éstas en la imprenta, de donde han vuelto a nuestra mesa de trabajo, convertidas en galeradas.
No hemos solido publicarlas, sin embargo, por varias razones, siendo una de ellas la de que no nos cabía en la cabeza el que el Ministerio de Asuntos Exteriores se lanzase a una innovación de tanta trascendencia, en los momentos éstos en que, según se sabe de público, está sobre el telar del Concilio Vaticano II la cuestión de la libertad religiosa.
Pero, recortes de Prensa de diversa procedencia, que llegaron a nuestras manos ayer mismo, parecen presentar el anunciado Proyecto de Reglamento para Acatólicos como de implantación inminente.
Y, a la verdad, nos remordería vivamente la conciencia si viésemos que adquiría realidad legal un Reglamento que reputamos gravemente nocivo para el pueblo que Dios nos ha confiado sin que hubiésemos dado nuestra modesta, pero vibrante, voz de alerta a nuestros fieles, para que cooperen a impedir que caiga sobre nuestra Diócesis, así como sobre las del resto de España, una desgracia tan enorme.
Nos impulsa vehementemente a ello nuestro amor de Pastor a nuestra grey, por la que estamos dispuestos a sacrificar, ayudados de la gracia de Dios, no tan sólo nuestra tranquilidad, sino, si fuese preciso, hasta nuestra vida.
LOS «PROGRESISTAS» Y NOSOTROS
Al redactar esta Carta Pastoral, no habremos de ocuparnos en consideraciones de carácter general sobre la libertad religiosa y de cultos.
Entre sus manos tiene, según acabamos de recordar, esta gravísima cuestión, el Concilio Vaticano II.
No sabemos cuáles habrán de ser sus decisiones sobre la misma. Pero creemos que no será temerario el augurar que no van a coincidir con lo que sueñan ciertos sedicentes «progresistas» de allende y aquende los Pirineos, y de aquende y allende los mares, quienes todavía no han caído en la cuenta de que ciertas posturas liberales, que ellos celebran como gallardos gestos de progresismo ultranovísimo, no pasan de ser anacrónicas vetusteces lammenesianas, orquestadas con músicas tan vetustas como las del «Himno de Riego» y similares.
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Pero basta esta mera insinuación de nuestra discrepancia con el sentir de esos «progresistas internacionales», verdaderos dictadores, hoy día, de las inteligencias nacionales, que les han hipotecado la suya; bastará, digo, lo que acabamos de insinuar, para que le nieguen a uno la sal y el agua, esto es, el derecho a ser escuchado, considerándole cual inveterado conculcador de los derechos inherentes a la dignidad de la persona humana.
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No estará de más, por lo tanto, que, antes de entrar a tratar el tema de la presente Carta Pastoral, empecemos por dejar bien constatado que nosotros aceptamos, jubilosos y entusiastas, todos esos derechos consignados solemnemente por el Papa Juan XXIII en su Encíclica «Pacem in terris».
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Más aún: que nosotros aceptamos, radiantes, y ponemos sobre nuestras cabezas, hasta un derecho, proclamado a través de los siglos por la Teología Católica, y que no ha sido mentado siquiera, que sepamos, hasta la fecha, ni por la O. N. U. ni por el W. C. C., y cuya simple enunciación al oído, suele poner livideces de angustia y congojas de agonía en la faz de más de cuatro «progresistas».
NOSOTROS AFIRMAMOS TODOS LOS DERECHOS HUMANOS DE LA «PACEM IN TERRIS»
Nosotros afirmamos, por lo tanto, el derecho de todo ser humano a la existencia, a la integridad física, a los medios indispensables y suficientes para un nivel de vida digno, especialmente en cuanto se refiere a la alimentación, al vestido, a la habitación, al descanso.
Nosotros afirmamos el derecho a la seguridad en caso de enfermedad, de invalidez, de viudez, de vejez, de paro, y de cualquiera otra eventualidad que le prive, sin culpa suya, de los medios necesarios para su sustento.
Nosotros afirmamos el derecho al trabajo, al trabajo en condiciones que no sufran daño la integridad física ni las buenas costumbres, y el derecho al seguro de paro.
Nosotros afirmamos el derecho a un salario que proporcione al trabajador y a su familia un nivel de vida conforme a la dignidad humana.
Nosotros afirmamos el derecho de cada familia a una vivienda decorosa, higiénica y moral.
Nosotros afirmamos el derecho de reunión y de asociación, como también el derecho de dar a las asociaciones la estructura que se crea conveniente, y el derecho de libre movimiento dentro de ellas, bajo la propia iniciativa y responsabilidad.
Nosotros afirmamos el derecho a la libertad para buscar la verdad y para obtener una objetiva información de los sucesos públicos, y, dentro de los límites del orden moral y del bien común, el derecho a manifestar y defender sus ideas.
Nosotros afirmamos el derecho natural de todo ser humano al debido respeto a su persona, a la buena reputación, y a la defensa jurídica de sus propios derechos: defensa eficaz, imparcial y defendida de todo ataque arbitrario.
Nosotros afirmamos, en una palabra, todos los derechos reconocidos en la citada Encíclica, a los individuos, a las asociaciones, a los pueblos y a las minorías étnicas, consignando que los deberes principales de los Poderes públicos consisten, sobre todo, en reconocer, respetar, armonizar, tutelar y promover aquellos derechos.
NOSOTROS AFIRMAMOS, SOBRE TODO, EL DERECHO DEL HOMBRE A VENERAR A DIOS
Y, por lo tanto, nosotros afirmamos, sobre todo, entre los derechos del hombre, el derecho que tiene de venerar a Dios según la recta norma de su conciencia, entendiendo esto de «recta» como debe entenderse a tenor del contexto próximo y remoto de la propia Encíclica «Pacem in terris», esto es, «verdadera», que responde a los datos de la verdad objetiva.
Porque en ese sentido toma siempre el Papa el adjetivo «recta», cuando lo emplea en otros lugares de su Encíclica.
Y porque en ese mismo sentido lo toma también, evidentísimamente, aquí, donde, al proclamar el derecho del hombre de poder venerar a Dios según la recta norma de su conciencia y de profesar la religión en privado y en público, la entiende como la entendía León XIII, cuyas palabras cita haciéndolas suyas, a saber, como la libertad verdadera, digna de los hijos de Dios, para profesar la verdadera Religión, que es la que reivindicaron intrépidamente los Apóstoles, confirmaron con sus escritos los Apologistas, y consagraron los innumerables mártires cristianos con su sangre.
Es la libertad de las conciencias cristianas, que han sabido proclamar que, si las leyes o los preceptos de los gobernantes estuviesen en contradicción con la voluntad de Dios, «es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres», por cuanto la voluntad de Dios está sobre todas las voluntades cesáreas o democráticas, absolutistas o parlamentarias, totalitaristas o liberales, habidas y por haber.
NOSOTROS PROCLAMAMOS, ADEMÁS, OTRO DERECHO TRASCENDENTALÍSIMO
Más aún: Nosotros afirmamos y reconocemos otro derecho trascendentalísimo que, llevado a la práctica, bastaría para dar solución a uno de los problemas más espantosamente trágicos del mundo de hoy, al horrendo problema del hambre en el mundo.
Un derecho que fluye inmediatamente de un principio de Derecho Natural, que los juristas y teólogos católicos han mantenido enhiesto siempre, siglo tras siglo, y del que no ha hecho mención todavía ninguno de nuestros flamantes «progresistas», europeos ni americanos.
Y aludimos a aquel fundamental e inconmovible principio teológico-jurídico que los teólogos y juristas de la Iglesia Católica han venido proclamando impertérritos a través de los siglos, y que el Príncipe entre todos ellos, Santo Tomás de Aquino, dejó consignado, en su monumental «Summa», con aquellas lapidarias palabras: «IN NECESSITATE SUNT OMNIA COMMUNIA».
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«IN NECESSITATE SUNT OMNIA COMMUNIA».
Ese principio, tan fundamental como formidable, que debiera figurar, con enormes letras, en el frontis del Salón de Sesiones de la O. N. U., para que se les grabase en el fondo del alma a los representantes de todas las naciones que la integran.
Porque de ese principio jurídico fluye, lógico e innegable, el derecho que les asiste a los pueblos hambrientos de la Tierra, a irrumpir en los pueblos y Estados rebosantes de millones y sobreabundantes de riquezas, para saciar su hambre y remediar todas sus demás necesidades esenciales, sin que éstos tengan derecho a oponerles la menor violencia o resistencia.
Y, en cuanto aquéstos se diesen vívida cuenta de este derecho, que a los pueblos hambrientos les asiste, procurarían resolver su problema con medidas más eficaces que las de las limosnas de unos cuantos millones que rezuman de sus cajas de caudales, rebosantes de miles y miles de millones, amén de otras riquezas incalculables.
He aquí el tema que brindamos a nuestros «progresistas», tan silenciosos, apocados y cerrados cuando de él se trata, como intrépidos y abiertos y arrojados cuando se trata de pregonar la libertad religiosa, cual si quisieran distraer o acallar con ésta el clamoreo ingente de esas inmensas muchedumbres hambrientas, que, lo que piden ante todo, no es la libertad religiosa, sino la libertad de la esclavitud horrenda de la miseria y del hambre.
LO QUE JUZGAMOS DEL REGLAMENTO PREPARADO POR EL MINISTERIO DE ASUNTOS EXTERIORES
Como afirmamos, con idéntica rotundidad, que, entre los derechos inherentes a la dignidad de la persona humana, y consignados en la Encíclica «Pacem in terris», hay, no sólo uno, sino varios, cuya implantación práctica en España es incomparablemente más necesaria, más urgente, y más ardientemente anhelada y más justísimamente exigida por la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles, que la libertad de cultos de que el proyectado Reglamento trata.
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Harto larga nos ha resultado esta introducción, pero la reputamos necesaria para defender nuestra retaguardia de la pedrea de epítetos, tan poco gratos, como el de «enemigos de los derechos del hombre», con que suelen obsequiar los «progresistas» a quienes no comparten sus vetusteces, celebrándoselas cual si fueran novísimas novedades.
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Y vamos a formular ya, serenamente, el juicio que nos merece el Proyecto de Reglamento para Acatólicos preparado por el Ministerio de Asuntos Exteriores.
Nada más lejos de mi ánimo que el ponerme a tratar una cuestión, tan eminentemente práctica y pastoral como la presente, con filosofías, generalidades y abstracciones, propias de esos teorizantes que viven en la torre de marfil, o en la Luna, de sus elucubraciones.
Así como tampoco vamos a tratarla con el criterio de algunos Obispos de otras latitudes, totalmente desconocedores de lo que sucede en éstas nuestras.
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Nuestro propósito es enfocarla a la irrefragable luz experimental de Obispo que lleva más de un cuarto de siglo al frente de esta española Diócesis de Canarias, y que más de cuatro veces ha tenido que llorar con lágrimas de sangre el hundimiento de almas, y hasta de familias enteras católicas, en el negro abismo de la herejía y del cisma, cuando no en el de una total apostasía.
Y ello a consecuencia de la nefasta labor realizada por ciertas Asociaciones de ésas, que, hasta ahora, sólo actuaban en la penumbra de la extra-legalidad, y a las cuales se intenta darles ahora plena carta de naturaleza y personalidad jurídica a todos los efectos, dotando de inviolabilidad garantizada los lugares de sus falsos cultos, y otorgándoles omnímodas facultades, incluso para abrir seminarios en los que se formen en sus falsas doctrinas los ministros de esas falsas religiones, a los que, a fin de que puedan dedicarse con plena holgura a su ministerio anti-católico, se les eximirá, si lo solicitan, hasta del servicio militar.
Porque todo eso y más está dispuesto a concederles el Reglamento para Acatólicos preparado por el Ministerio de Asuntos Exteriores, que es el que nos proponemos enjuiciar.
El asunto es de tal gravedad y trascendencia que no pidáis que vayamos a tratarlo con precauciones oratorias, ni con amortiguaciones literarias. Los estragos que habría de causar en nuestra Diócesis y en España entera, el referido Reglamento, serían enormes.
* * *
Ante un problema de tal categoría, no me pidáis, por lo tanto, sino que lo trate con verdad, justicia y caridad. Verdad, justicia y caridad, que exigen os hable con toda libertad.
Y, hablándoos con esa libertad plena, os digo:
I.– El proyectado Reglamento sería gravísimamente nocivo para el Catolicismo en España.
II.– Sin ninguna compensación ventajosa para el Catolicismo mundial.
III.– Y habría de dar origen, entre nosotros, a una espantosa guerra civil espiritual.
I
EL REGLAMENTO PROYECTADO SERÍA GRAVÍSIMAMENTE NOCIVO PARA EL CATOLICISMO EN ESPAÑA
Dice el proyectado Reglamento, en su apartado C):
«Los españoles, aunque no pertenezcan a la Iglesia Católica, podrán reunirse y asociarse libremente con fines religiosos.
Las Asociaciones religiosas no católicas, una vez inscritas legalmente, podrán celebrar, sin previo permiso de las Autoridades, todas las reuniones de carácter religioso que verifiquen en sus templos, lugares de culto, cementerios o centros debidamente reconocidos».
Y, como dándose cuenta del fortísimo impacto que tales disposiciones legales han de causar en los católicos, que ven la imponente propaganda anticatólica que descargaría sobre España al amparo de semejantes disposiciones, añade, sin duda para nuestra tranquilidad:
«En atención de la Unidad Católica de España, no se permitirá ninguna forma de proselitismo religioso por parte de las confesiones no católicas, ni la utilización de cualesquiera medios de difusión que puedan servir de instrumento para el mismo».
¿Puede esta añadidura darnos tranquilidad?
¿Tranquilidad, mientras esté vigente eso de que «las Asociaciones no católicas… podrán celebrar, sin previo permiso de las Autoridades Civiles, todas las reuniones de carácter religioso que verifiquen en sus templos, lugares de culto, etc.»?
Menester sería, para ello, una dosis de ingenuidad tan ingente, que sólo pueden recetarla o ingerirla quienes estén completamente ayunos de experiencia en estas lides.
Pero, ¡si son cabalmente, los lugares del culto, los centros en los que las confesiones no católicas ejercen su labor de proselitismo más persistente y eficaz!
LOS LUGARES DEL CULTO, CENTROS MÁXIMOS DE PROSELITISMO
No es menester aducir, para demostrarlo, el testimonio de cuantos tienen conocimiento experimental de estas cosas, contestes todos ellos en hacer suya la afirmación del eminente P. Janvier, cuando, desde las alturas del púlpito de Notre Dame de París, aseveraba que
«el Protestantismo recluta sus adeptos, casi a diario, llevando a ciertos católicos a frecuentar sus capillas, a oír a sus pastores».
Ni es necesario recordar el testimonio, más reciente, de la acreditadísima revista «La Civiltà Cattolica», que, hablando precisamente de las capillas protestantes en España, las calificaba con la certerísima denominación de «centros de proselitismo».
A todo el que tenga experiencia, siquiera mediana, en estos asuntos, le consta, en efecto, que son precisamente los lugares de culto los principales y más eficaces focos de propaganda anticatólica y de proselitismo heterodoxo.
Porque es ahí –y no sólo en las energuménicas sesiones de algunas de las sectas más rabiosas, sino hasta en la placidez de algunas capillas–, y durante los actos de sus cultos, donde, sobre los Católicos a ellas atraídos, se vierten los sofismas más falaces contra nuestros dogmas, y las más calumniosas acusaciones contra Nuestra Santa Madre la Iglesia Católica.
Es desde ahí donde se han venido dando toda una serie de conferencias en las que se ha venido enseñando y predicando, entre otras múltiples atrocidades, las siguientes:
1) Que «la Iglesia Católica es idólatra y politeísta»;
2) Que «es una diabólica secta que comercia con la Preciosa Sangre de Cristo»;
3) Que «es imposible comprender lo que entre bastidores se oculta en su negra doctrina de ídolos y rosarios»;
4) Que «los Católicos son unos secuaces de Satanás que han tergiversado la Iglesia de Dios»;
5) Que «el Catolicismo es una patraña»;
6) Que «enseña innumerables monstruosidades sobre la Religión de Cristo»;
7) Que «es una Religión que, para poder subsistir, hace de los hombres “guiñapos”»;
8) Que «es la Religión que tiene, como símbolo, la guerra y el robo»;
9) Que «es una secta que ampara a la perniciosa Compañía de Jesús, de gangsters perfectamente organizados, que emplea el robo, la prostitución y el crimen para alcanzar su siniestra meta»; etc.
10) Que «es el Anticristo personificado», etc., etc.
Y para que nadie crea que éstos son cuentos que han venido a contárselos al Obispo, vamos a dar aquí la transcripción literal de dos de las conferencias dadas en una de las capillas heréticas de nuestra Diócesis.
UNA CONFERENCIA DADA EN UNA DE LAS CAPILLAS HERÉTICAS EN NUESTRA DIÓCESIS
En una de ellas, el conferenciante aducía un texto del Libro del Éxodo. Y abusando deslealmente de la incultura bíblica de su auditorio, sin aportarle ni los datos históricos y etnológicos, ni siquiera los demás textos y hechos bíblicos, absolutamente indispensables todos ellos para la recta interpretación del texto en cuestión, se desataba contra la Iglesia Católica en los siguientes párrafos que literalmente transcribimos:
«Recapacitad, hermanos, sobre la grandeza de estas palabras, sobre el sereno pero firme mandamiento sagrado en que Dios se muestra ante el hombre revelándole su voluntad, en el que marca las directrices que debe seguir para alcanzar la vida eterna; y he aquí también, hermanos, uno de los puntos más divergentes entre la Iglesia Católica y la verdadera doctrina cristiana; he aquí claramente reflejado un mandamiento tan vilmente violado por la iglesia diabólica que desgraciadamente domina hoy en nuestra patria.
He aquí violada con tanta impunidad, no una recomendación, no una sugerencia, sino una orden, una manifestación emanada desde el Altísimo y que tan pérfidamente ha sido traicionada por la Iglesia Católica; vemos a qué ha sido arrastrada la ley natural por la Iglesia Católica; aquí vemos lo insulso de sus creencias, vemos aquí en todo su terrible desnudo la patraña, egoísmo y diabolicidad contenida en la doctrina de los Borgias y de Loyola; vemos el espíritu de odio y maquiavelismo encerrados en una religión que, desde sus mismos principios, se enfrenta con los principios más elementales de la doctrina cristiana, del mandamiento más severo en que Dios nos prohíbe terminantemente la adoración a los fetiches; he aquí una de las innumerables monstruosidades de la Iglesia Católica contra la religión de Cristo.
Ahora bien, ¿puede considerarse verdadera una religión que comete tales monstruosidades? ¿Puede llamarse verídica a una religión que se opone de manera tan rotunda a las leyes sagradas? De ninguna manera. Como decía Jesús: “Son muchos los que me llaman Señor, y no todos de corazón”. “Vendrán muchos en mi nombre diciendo yo soy el cristo, y a muchos engañarán, mas yo os digo que son lobos con piel de corderos”. Y aquí tenemos el anticristo personificado en la Iglesia Católica».
Así, como suena. La transcripción es literal. ¿Cabe proselitismo de peor laya?
Pues aún lo hay.
El pudor natural y la decencia cristiana nos prohíben, por otra parte, reproducir aquí otra de las conferencias pronunciadas en la misma «capilla», y cuyo autor, extranjero por cierto, y de los de más alta categoría de la secta –uno de esos propagandistas extranjeros que, en frase feliz de un insigne Cardenal, se jactan de venir a «evangelizar» los países de donde salió para ellos la luz del Evangelio–, hubo de elegir, para su labor evangelizadora en este pedazo de tierra española, un tema tan «auténticamente evangélico» y tan positivamente patriótico como el de la «licitud del aborto».
OTRA CONFERENCIA DADA EN LA MISMA CAPILLA
Pero sí queremos, aunque sobreponiéndonos a la repugnancia que ello nos inspira, y con el fin de que todos caigan en la cuenta del género de proselitismo que se ejerce en los lugares del culto, que son el principal centro y foco del mismo; queremos reproducir aquí literalmente otra de las conferencias pronunciadas en la misma capilla.
Una conferencia en la que el conferenciante, a fin de sugerir a sus oyentes católicos la doctrina, tan fundamentalmente luterana cuanto pasionalmente halagadora, de la suficiencia de la fe sola para la salvación, empieza por aducir dos textos evangélicos, enteramente desenfocados y desconectados de sus respectivos contextos; interpreta sofísticamente otros dos; y silencia innoblemente, faltando a la probidad científica más elemental, los otros varios en los que Nuestro Señor Jesucristo enseña taxativamente una doctrina diametralmente opuesta a la sustentada por el proselitista protestante.
Y, a continuación, se desata el orador en un reguero de insolentes denuestos contra la Iglesia Católica, desde el llamarla «diabólica secta que comercia con la Sangre de Cristo»; «idólatra y politeísta iglesia» de «secuaces de Satanás»; «patraña de religión que para poder subsistir hace de los hombres unos “guiñapos”»; «negra doctrina de ídolos y rosarios»; «religión que tiene como símbolo la guerra y el robo»; y «secta que ampara la perniciosa Compañía de Jesús, de gangsters perfectamente organizados», para acabar por atribuirle, con la más monstruosa de las calumnias, la doctrina de que, para salvarse, por muchos pecados que se hayan cometido, no es menester el arrepentimiento de los mismos, sino que bastan una bula y unos solemnes funerales.
He aquí el texto literal de esa exquisita joya evangélica y literaria:
«Queridos hermanos:
Llegamos con esta charla al fin del ciclo que, con el título de “La Verdad sobre la Iglesia Católica”, hemos venido dando con tanto éxito en esta capilla.
Hasta aquí nos hemos limitado a dar las charlas sobre un determinado tema, analizando, como si dijéramos, una parte, un miembro de la Iglesia Católica; en esta última charla nos dedicaremos a exponer el cuerpo entero, a presentar con todos sus defectos a la Iglesia Católica Romana; hoy procuraremos ir juntando todos esos miembros mutilados de los que hemos hablado en anteriores charlas, para presentar el defectuoso tronco de la Iglesia, su monstruoso cuerpo.
Hemos visto en cuántas partes, en cuántos pasajes difiere el rito católico del rito cristiano: la confesión, el bautismo, la comunión, el matrimonio, etc.; veamos ahora lo secundario de los sacramentos, lo casi innecesario, pudiéramos decir, en la vida del cristiano. En diferentes circunstancias y ocasiones, Jesucristo nos daba una idea, nos daba una luz, un derrotero. Para alcanzar la vida eterna, nos dijo en múltiples ocasiones: “Hijo, tu fe te ha salvado”. Vemos aquí que el punto básico, quizás único, para la salvación del alma, es la fe. En otra ocasión nos dice: “Tened fe, y seréis salvados”.
Basta de pamplinas, basta de ritos. Para la salvación sólo hay un camino: la fe. Vemos a qué altura quedan otras partes, cómo los sacramentos quedan casi innecesarios; vemos lo sencillo, lo simple del camino de la salvación, cuyo único pasaporte es tener fe…
Qué enorme diferencia existe de estas sublimes enseñanzas del Maestro a los ritos actualmente practicados por los católicos; vemos cuánta tergiversación ha sufrido la Iglesia de Dios en manos de esos secuaces de Satanás; si nos detenemos por un momento, podemos ver cuánta comedia, cuántas galerías, cuántos subterráneos nos pone la Iglesia Católica como necesarios para la salvación del alma.
Labor poco menos que imposible sería reseñar el complicado rito que Loyola y sus secuaces han inventado como indispensable para la salvación del alma. Imposible reseñar completa la liturgia de la diabólica secta que comercia con la Preciosa Sangre de Cristo, derramada en la Cruz del Calvario por todos nosotros, vendiendo una bula.
Imposible reseñar toda la patraña de una religión que, para poder subsistir, hace de los hombres “guiñapos”, encerrándolos en conventos donde, bajo coacción, se les priva de cuanto es digno e indispensable en la vida social del hombre, en donde aprenden a odiar a la sociedad que les rodea; imposible comprender los “entre bastidores” que se ocultan en la negra doctrina de ídolos y rosarios, de la religión que tiene como símbolo la guerra y el robo, de esta secta que ampara a la perniciosa Compañía de Jesús, gangsters perfectamente organizados que emplean cuantos métodos estén a su alcance, el robo, la prostitución, el crimen, para alcanzar su siniestra meta: el dinero, que más tarde irá a las cajas del Gesù.
He aquí, hermanos, la corrupción a que ha llegado la idólatra y politeísta Iglesia Católica, de una religión que nos pone la salvación eterna como algo difícil de conseguir, como algo tan lejano, casi imposible, sin la ayuda del dinero; con él, la Iglesia Católica nos vende nuestra salvación.
No importa que hayamos sido unos idólatras, que hayamos sido enemigos de Cristo, que hayamos violado los preceptos más elementales de la moral única y cristiana; la Iglesia Católica nos ofrece fácil salvación: no hace falta sacrificios, no hace falta arrepentimiento, sólo hace falta una bula, sólo hace falta unos solemnes funerales a nuestra muerte, para que todos nuestros pecados hayan sido perdonados; la salvación es entonces privilegio de los ricos, la Sangre Preciosa de Cristo está siendo objeto de tráfico, se vende como una vulgar mercancía, ya no ha sido derramada por todos nosotros, sino por aquéllos que podamos comprarla; queda así explicada la complicada red de ayunos, funerales, cofradías y preceptos que sólo tienden a hacer de la salvación algo inalcanzable por medio de la fe, algo inalcanzable por los méritos propios del individuo, como algo que sólo podrá ser logrado por medio del dinero».
Hasta aquí la transcripción literal de la conferencia dada, como decimos, en el mismo lugar del «culto» de una de las «capillas» heréticas en nuestra Diócesis.
¿Cabe proselitismo, ni más falsario, ni más sofístico, ni más calumnioso, ni más procaz?
CONSECUENCIAS Y ESTRAGOS DE ESTAS PREDICACIONES EN LOS LUGARES DEL CULTO
Las consecuencias de tamaños proselitismos ya os las podéis imaginar cuáles puedan ser en auditorios sin cultura, y más o menos propensos a abrir sus oídos a quienes les prediquen cristianismos que aseveren que para salvarse basta la fe; que, en ocasiones, pueden ser lícitos el divorcio, el onanismo conyugal, y hasta el aborto; que, en todo caso, se perdonan los pecados sin confesión; y que los sacerdotes católicos son unos señores de los que ellos no necesitan para nada, como no necesitan para nada de la Virgen, arrancándoles de ese modo la Fe católica que llevaban en el alma, para hundirlos en los abismos de la herejía y del cisma.
De los estragos que semejantes enseñanzas, dadas en los lugares del culto, han causado en España, podemos ser testigos Obispos como el que esto escribe.
Hombres y mujeres, y hasta familias enteras bautizadas en la Iglesia Católica, y practicantes fieles del Catolicismo, que ya ni comulgan, ni confiesan, ni van a Misa, ni ponen el pie en la iglesia, porque le han enseñado otras religiones, incomparablemente más cómodas, según las cuales, para salvarse, no hay obligación ni de confesar los pecados al sacerdote, ni de obedecer al Papa en nada, quedando, además, cada cual, en plena libertad para interpretar la Biblia como le parezca.
¡Pobres almas de católicos, tan inicuamente seducidas!
¡Y pensar que, si se da fuerza de Ley al proyectado Reglamento, van a multiplicarse numerosísimos esos lugares de cultos falsos y de falsas religiones a lo largo y a lo ancho de todo el suelo de España!
ESCARMENTEMOS EN LO DE AMÉRICA. UNA CARTA CANDENTE
Resultaría en extremo contundente, si no fuera porque la prudencia aconseja silenciar algunos de sus extremos, la transcripción literal de una carta que recibimos de un ejemplar religioso y distinguido escritor, a su regreso de Hispano-América.
Volvía aterrado de los estragos que allí está causando la libertad de cultos y religiones que ahora se trata de implantar en España.
«Allí pudimos ver –venía a decirnos– lo que será España dentro de unos años, si nos obligan a aceptar eso que parece forjado por extranjeros contra España. Dentro de unas semanas le remitiré un número de la Revista, que recoge el cuadro estremecedor que esa libertad ha producido en esta bella isla y en toda Hispano-América. Una torre de Babel que, por lo visto, es el ideal de estos teólogos de nuevo cuño. No se dan cuenta de que a España vendrán sectas rabiosas, que, vestidas con piel de oveja, no tienen otro fin que meterse en todos los Rediles de Cristo, para dislocar y triturar el alma de la Hispanidad, para restarle a la Iglesia Católica toda esta fuerza que aquí tiene.
Este proyecto no tiene nada de pastoral; es abrir la puerta a los lobos, lobos auténticos, dirigidos por una organización satánica de X.X., instalada en X.X.X., que ha montado una gigantesca organización a escala mundial para destruir el Catolicismo. Todos esos teólogos debían ir a Puerto Rico a misionar, o venir a estudiar aquí el problema español en carne viva, y no hablar sin conocimiento de la realidad. Le digo esto como a Padre Conciliar, que pueda informar a otros, para que se pare el golpe, o se tomen medidas que lo neutralicen».
Hasta aquí algunas frases de la citada carta.
¿CÓMO SE LES VA A PROHIBIR DESPUÉS, LO QUE SE LES HA PERMITIDO HASTA AHORA?
Y que no se nos venga diciendo –repetimos– que «no se permitirá ninguna forma de proselitismo religioso por parte de las confesiones no católicas».
Conque no se les ha impedido hasta ahora, cuando los templos y lugares de culto y reunión de esas confesiones no católicas son pocos, ¿y se les va a impedir cuando, al amparo del proyectado Reglamento, se multipliquen en proporciones que no es temerario imaginar?
Conque no se les ha impedido su proselitismo a esas asociaciones y confesiones no católicas, cuando actuaban casi ilegalmente, ¿y se les va a impedir cuando se desenvuelvan con todas las de la Ley, es decir, cuando, de conformidad con el proyectado Reglamento, estén reconocidas por la Ley como personas jurídicas a todos los efectos, y puedan, no sólo ser representadas ante los Tribunales y disfrutar los derechos de que gozan las demás personas jurídicas, sino además poseer sus propios lugares de culto, dotados de inviolabilidad garantizada, y sus propios cementerios, y sus escuelas de formación religiosa para sus hijos, y hasta sus seminarios o centros de formación religiosa para los ministros del respectivo culto, quienes, si lo solicitan, hasta estarán exentos del servicio militar?
Porque todo eso está expresa y literalmente consignado en el proyectado Reglamento.
II
Y TODOS ESTOS TREMENDOS ESTRAGOS EN EL CATOLICISMO DE ESPAÑA, SIN COMPENSACIÓN NINGUNA VENTAJOSA PARA EL CATOLICISMO MUNDIAL
Porque aquí brota espontánea la pregunta: ¿Y a título de qué se les va a conceder, a las confesiones y demás asociaciones o religiones no católicas, todo eso?
Y es que, según la doctrina católica, al Gobierno de un Estado, como el Español, en el que la casi totalidad de los que practican algún culto, sólo practican el católico, NO LE ES LÍCITO implantar la libertad de cultos.
* * *
– Es que son exigencias del Extranjero –se me dirá tal vez.
– ¿Exigencias del Extranjero? Pues no menos vehementes las ha habido, y más extendidas, desde luego, reclamando la implantación en España de indiscutibles derechos humanos, reclamados a su vez por la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles.
Y sin embargo…
* * *
Pues, entonces, ¿por qué?
Porque no creemos que exista, ni aun entre todos aquéllos que debieran celebrar su onomástica el día 28 de Diciembre, ni uno solo capaz de creer que la Iglesia Católica va a tener libertad para predicar su doctrina en todo el mundo, aun en las naciones en que hoy se encuentra aherrojada o reducida al silencio, el día que se implantase en España el Reglamento para Acatólicos preparado por el Ministerio de Asuntos Exteriores.
Y decimos esto preparando la respuesta a una aseveración rotunda que se hace al final del proyectado Reglamento, y que nosotros estamos en el deber de negarla con la misma rotundidad.
Y la aseveración es ésta:
«Estamos en el caso que el Santo Padre Pío XII preveía en su Discurso de 6 de Diciembre de 1953 al V Congreso de la Unión de Juristas Italianos» –se dice en el proyectado Reglamento.
Y eso, no. Rotundamente no.
Además de que, aunque lo estuviéramos, el referido Discurso no da pie para que a las confesiones y demás asociaciones no católicas se les conceda todo lo que en el proyectado Reglamento se les concede.
Pero, sobre todo: Es que no, no estamos en el caso.
NO ESTAMOS EN EL CASO HIPOTÉTICO AL QUE SE REFERÍA PÍO XII
Porque el caso que el Papa Pío XII en su citado Discurso prevé, y las circunstancias hipotéticas que supone, son las de la existencia de «una Comunidad de Estados», compuesta de Estados miembros, ligados con idénticos deberes. Y, en esa hipótesis, plantea la cuestión de si uno de esos «Estados miembros» puede aceptar la norma o fórmula de tolerancia de que, cualquier creencia o práctica religiosa que goce de libertad en uno cualquiera de los Estados miembros, la goce también «en todo el territorio de la Comunidad» de Estados, sin que se lo «impida por medio de leyes o providencias estatales coercitivas», considerando si «en tales circunstancias (…), las consecuencias dañosas que surgen de la tolerancia (quedan) parangonadas (y contrapesadas) con aquéllas que, mediante la aceptación de la fórmula de la tolerancia, se ahorrarán a la Comunidad de Estados (…), e indirectamente al Estado que es miembro de ella».
Así, y «en tales circunstancias» hipotéticas, y en esos términos literales, es como se plantea el Papa Pío XII la cuestión.
* * *
Es decir, y concretando y aplicando lo expuesto al caso presente: surge la cuestión de si un Estado miembro de la Comunidad de Estados, que posea el gran tesoro de la Unidad Religiosa Católica, puede permitir la entrada y existencia en sus dominios a las otras religiones y cultos que gozan de libertad en los demás Estados, parangonando las ventajas que se le seguirían a la Religión católica, única verdadera, si se le concediera idéntica libertad en todos los otros Estados, esto es, en todo el territorio de la Comunidad de los mismos.
Éstas son las supuestas circunstancias, y éste es el caso hipotético en que surge y se plantea el Papa la cuestión.
* * *
Y a esto decimos y aseveramos taxativamente que, ni son éstas las circunstancias, ni es éste el caso actual y real en que se plantea la cuestión en España hoy.
Porque, ni existe todavía en el mundo esa Comunidad de Estados en la que, cada uno de los que la componen, tenga el carácter de Estado-miembro; ni, aunque uno quisiera bautizar caprichosamente con el nombre de Comunidad de Estados a la O. N. U. por ejemplo, goza hoy la Religión Católica, en todos los Estados pertenecientes a la misma, de la plena libertad a que tiene derecho.
Sino que, por el contrario, la libertad a que tiene derecho la Religión Católica, está coartada, por de pronto, en un gran número de Estados.
Y no creemos que existe en el mundo mente tan ingenua que juzgue que se concedería plena libertad a la Religión Católica en todos los numerosos Estados aludidos, ni en uno solo de ellos tan siquiera, en cuanto se concediese plena libertad a todos los falsos cultos y religiones en España.
No se dan, por lo tanto, ni las circunstancias, ni el caso que preveía o suponía el Papa Pío XII en su citado Discurso, sino que las circunstancias y el caso en que se planeta la «quaestio facti», hoy, son de signo totalmente contrario.
Por lo tanto, es evidente que no quedarían en manera alguna compensadas las «consecuencias dañosas» que la libertad de falsos cultos acarrearía a España, parangonándolas, cual lo exigía el Papa, con las que se ahorrarían a la Comunidad de Estados, e indirectamente al Estado-miembro de la misma.
Y a la verdad, constituiría el colmo del desacierto religioso político el que, sin ventaja alguna para el Catolicismo, ni en España, ni el resto del mundo, se encendiese aquí la espantosa guerra civil espiritual a que daría origen la implantación de la libertad de cultos entre nosotros.
III
EL PROYECTADO REGLAMENTO DARÍA ORIGEN, ENTRE NOSOTROS, A UNA ESPANTOSA GUERRA CIVIL ESPIRITUAL
Y no hablemos de la guerra civil que iría incubando en el alma de ciudadanos españoles, férvidamente católicos, el hecho de que, mientras a ellos les está vedado organizar un partido, fundar un sindicato, o sencillamente abrir un centro político, en el que los conferenciantes pudieran exponer doctrinas políticas o sociales plenamente conformes con la doctrina católica…, vean que a grupos de herejes, presididos por cualquier cura o religioso “défroqué”, se les autoriza para fundar asociaciones religiosas heréticas, que podrán celebrar, sin previo permiso de las Autoridades, todas las reuniones de carácter religioso que quieran en sus templos o centros…, en los que lo primero que expondrán será las razones que han tenido para separarse de la Iglesia Católica y fundar aquella Asociación y aquel centro, que, según ellos, no serán otras sino las de que la Iglesia Católica Romana no es la Iglesia auténtica de Jesucristo, sino una iglesia falsaria por lo tanto.
Pero no; no hablamos de esa guerra. Hablamos de otra espantosa guerra civil espiritual.
UNA ESTREMECEDORA PÁGINA DE BALMES
Espantosa guerra civil espiritual hemos dicho, y no somos nosotros quienes lo decimos. Fue el talento genial de Balmes, profundo conocedor del alma española y de la Filosofía de la Historia, quien la predijo en una estremecedora página profética.
Página profética cuya realización infundía pavor al propio Balmes; realización que tendría el triste sino de llevarla a cabo el propio Reglamento, si se aprobara.
Bien merece la pena de que la releamos, poniendo nuestra alma entera en la lectura.
Sobre todo aquéllos que tienen sobre sí la tremenda responsabilidad de dar o no legalidad al proyectado Reglamento.
Son frases de Balmes, cada una de las cuales, si las meditan despacio, les pondrá estremecimientos de pavor en el alma.
Dice, entre otras cosas, así:
«No fuera imposible que, en alguno de los vaivenes que trabajan a esta nación desventurada, tuviéramos la desgracia de que se levantasen hombres bastante ciegos para ensayar la insensata tentativa de introducir en nuestra Patria la religión protestante.
Estamos demasiado escarmentados para dormir tranquilos, y no se han olvidado sucesos que indican a las claras hasta dónde se hubiera llegado algunas veces si no se hubiese reprimido la audacia de ciertos hombres con el imponente desagrado de la inmensa mayoría de la nación.
Y no es que se conciban siquiera posibles las violencias del reino de Enrique VIII; pero sí podría suceder que, aprovechándose… del pretexto de aclimatar en nuestro suelo el espíritu de tolerancia o de otros motivos semejantes, se tantease, con este o aquel nombre, que eso poco importa, el introducir entre nosotros las doctrinas protestantes.
Y no sería, por cierto, la tolerancia, lo que se nos importaría del extranjero, pues que ésta ya existe de hecho, y tan amplia que seguramente nadie recela el ser perseguido ni aun molestado por sus opiniones religiosas; lo que se nos traería, y se trabajaría por plantear, fuera un nuevo sistema religioso, pertrechándole de todo lo necesario para alcanzar predominio y para debilitar o destruir, si fuera posible, el catolicismo.
Y mucho me engaño si, en la ceguedad que han manifestado algunos de nuestros hombres que se dicen de Gobierno, no encontrase en ellos decidida protección el nuevo sistema religioso, una vez lo hubiéramos admitido.
Cuando se tratara de admitirle, se nos presentaría quizás el nuevo sistema en ademán modesto, reclamando tan sólo habitación, en nombre de la tolerancia y de la hospitalidad; pero bien pronto le viéramos acrecentar su osadía, reclamar derechos, acrecer sus pretensiones, y disputar a palmos el terreno a la Religión Católica.
Resonarían entonces con más y más vigor aquellas rencorosas y virulentas declaraciones, que tan fatigados nos traen por espacio de algunos años… las Pastorales de los Obispos serían calificadas de insidiosas sugestiones, el celo fervoroso de los sacerdotes católicos acusado de provocación sediciosa, y el concierto de los fieles para preservarse de la infección sería denunciado como una conjuración urdida por la intolerancia y el espíritu de partido, y confiada en su ejecución a la ignorancia y fanatismo…
Siendo tan frecuente entre nosotros que los principios dominantes en el orden político sean enteramente contrarios a los dominantes en la sociedad, sucedería a menudo que el principio religioso, rechazado por la sociedad, encontraría su apoyo en los hombres influyentes en el orden político, reproduciendo con circunstancias agravantes el triste fenómeno, que tantos años ha estamos presenciando, de querer los gobernantes torcer a viva fuerza el curso de la sociedad…
De esa falta de armonía ha resultado que el Gobierno en España ejerce sobre los pueblos muy escasa influencia, entendiendo por influencia aquel ascendiente moral que no necesita andar acompañado de la idea de la fuerza…
Mucho hay que esperar del buen instinto de la nación española; mucho hay que prometerse de su proverbial gravedad, aumentada, además, con tanto infortunio; mucho hay que prometerse de ese tino que le hace distinguir tan bien el verdadero camino de su felicidad y que la vuelve sorda a las insidiosas sugestiones con que se ha tratado de extraviarla.
Entre tanto, es altamente importante que, todos los hombres que sientan latir en su pecho un corazón español, que no se complazcan en ver desgarradas las entrañas de su patria, se reúnan, se pongan de acuerdo, obren concertados para impedir el que prevalezca el genio del mal, alcanzando a esparcir en nuestro suelo una semilla de eterna discordia, añadiendo esa otra calamidad a tantas otras calamidades, y ahogando los preciosos gérmenes de donde puede rebrotar lozana y brillante nuestra civilización remozada, alzándose del abatimiento y postración en que la sumieran circunstancias aciagas.
¡Ah! Oprímese el alma con angustiosa pesadumbre al solo pensamiento de que pudiera venir un día en que desapareciese de entre nosotros esa Unidad Religiosa, que se identifica con nuestros hábitos, nuestros usos, nuestras costumbres, nuestras leyes; que guarda la cuna de nuestra Monarquía en la Cueva de Covadonga; que es la enseña de nuestro estandarte en una lucha de ocho siglos con el formidable poder de la Media Luna…».
SERÍA LAMENTABLE
Sería, en verdad, lamentable, que ese tristísimo día, cuyo posible advenimiento tanta congoja ponía en el alma de Balmes, hubiese llegado ya; y que el instrumento encargado de acabar definitivamente con la Unidad Religiosa de España fuese el Reglamento para Acatólicos preparado por el Ministerio de Asuntos Exteriores.
SERÍA ABSURDO HABLAR DE LA UNIDAD CATÓLICA DE ESPAÑA UNA VEZ IMPLANTADO ESTE LAMENTABLE REGLAMENTO
Porque es menester disponer de una capacidad elaboradora de las más absurdas síntesis hegelianas, cual la que no tenía ciertamente la mente genial de Balmes, para poder hablar de la Unidad Religiosa y Católica de un Estado que abra sus puertas a las confesiones y religiones no católicas, y se disponga a conferirles lo siguiente:
a) el reconocimiento por la Ley como personas jurídicas a todos los efectos;
b) el poder comprar, vender, administrar bienes muebles e inmuebles, y aceptar legados y herencias;
c) el poder ser representadas ante los Tribunales, y poseer, en general, los derechos de que gozan las demás personas jurídicas reconocidas por las leyes españolas;
d) el poder celebrar, sin previo permiso de las Autoridades, todas las reuniones de carácter religioso que verifiquen en sus templos, lugares de culto, cementerios o centros debidamente reconocidos;
e) el poder publicar anuncios o convocatorias de los actos que celebren en los lugares del culto o en los cementerios, utilizando los medios de difusión establecidos;
f) el poder utilizar las publicaciones que se editen con arreglo a la Ley de Imprenta y demás disposiciones vigentes, y las que autorizadamente se importen del extranjero;
g) el poder mantener centros para la formación religiosa de los hijos de sus miembros;
h) el poder mantener centros de formación de los ministros del culto respectivo:
i) el que estos ministros del culto realicen, bajo la protección de la Ley, las tareas propias de su ministerio, sin obligación de asumir cargos públicos o funciones incompatibles con su actividad, y, si lo solicitan, quedando exentos del servicio militar.
Porque todo eso y más, está expresa y literalmente consignado en el proyectado Reglamento.
CÓMO HABRÁN DE CRUJIR…
¡Oh, y cómo habrán de crujir en sus tumbas, el día que ese Reglamento se implante, los huesos de Balmes, de Manterola, de Monescillo, de Vázquez de Mella, y de Menéndez y Pelayo…, y los de todos los millares y millares de españoles que, en defensa de la Unidad Católica de España, y a fin de impedir la entrada en ella de los falsos cultos y falsas religiones, han venido dando su sangre a través de los siglos!
Venerables Hermanos y Amados Hijos: Trabajad con toda vuestra alma para que ese día no llegue. Y, a fin de que nuestros esfuerzos sean eficaces,
ORDENAMOS:
que en todas las iglesias parroquiales de nuestra Diócesis se rece, a continuación del Santo Rosario de cada día, un Padrenuestro, con la intención expresa de que no llegue a implantarse en España el Reglamento para Acatólicos preparado por el Ministerio de Asuntos Exteriores.
Cordialmente os bendecimos a todos en el nombre del † Padre, del † Hijo, y del Espíritu † Santo.
Las Palmas de Gran Canaria, a 11 de Abril del año del Señor de 1964.
† ANTONIO, Obispo de Canarias.
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