Revista FUERZA NUEVA, nº 544, 11-Jun-1977
LA MASONERÍA Y EL TRONO DE ESPAÑA
“Es deber sacerdotal y de justicia levantar la voz ante la incomprensión injusta e irritante y la envidia de tantos contra España por su actitud cristiana y su lección de reproche a naciones impregnadas de laicismo ateo…”
Estas palabras y las circunstancias a que se refieren, ocurridas hace cincuenta y seis años, cobran un acento casi profético ante el panorama político actual del que parecieron ser como un toque de alerta.
***
Acababa de tener lugar, el 30 de mayo de 1919, la primera consagración de España al Sagrado Corazón, ante el monumento del Cerro de los Ángeles, a cuyo acto se refería con esas palabras el que fuera insigne propulsor de aquella obra, padre Mateo Crawley, recogiéndolo en su libro “El rey del amor”, fiel reflejo también de su gran amor a España y de la solemnidad de esta consagración. Pero, además, nos descubre en él algo que parece tener hoy una actualidad impresionante.
“Una semana después de ese memorable acontecimiento, me recibió S. M. el Rey en audiencia privada y don Alfonso XIII me dijo:
“Padre, he tenido un gran gusto en cumplir en el Cerro de los Ángeles un deber de rey católico, pues el enemigo de nuestra fe ya está dentro de la ciudadela, y le doy una prueba:
En este mismo salón me vi obligado a recibir una delegación de la francmasonería internacional, unos doce señores, y he aquí lo que me dijeron en una conversación de una hora: “Tenemos el honor de hacerle ciertas proposiciones y garantizar con ellas que V. M. conservará la Corona y España servirá fielmente a la Monarquía, a pesar de las tremendas crisis que la amenazan y que V. M. podría reinar en un ambiente de paz”.
Y al preguntar qué proposiciones eran, aquellos señores me presentaron un pergamino, diciéndome:
-Con su firma pedimos a V. M. dé su adhesión a las siguientes proposiciones:
1. Su adhesión a la masonería.
2. Decretar que España será un Estado laico.
3. Decretar el divorcio para la reforma de la familia.
4. Instrucción pública y laica.
Sin titubear un instante, respondí:
-Esto, ¡jamás! No lo puedo hacer como creyente. Personalmente soy católico apostólico y romano.
Y como quisieron insistir, les despedí con una venia. Al salir me dijo el mismo señor:
-Lo sentimos, pues V. M. acaba de firmar su final como Rey de España, y su destierro.
- Prefiero morir desterrado que conservar el trono y la Corona al precio de la perfidia y la traición que ustedes me proponen”.
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Justo es decir que, en efecto, desterrado en Roma, ratificó en más de una ocasión aquel gesto varonil de Monarca católico, del Cerro de los Ángeles, alabado por Pío IX en su visita de 1923 al Vaticano.
Después de esto, ¿podemos extrañarnos de la furia sectaria contra España que, a costa de la sangre de nuestro pueblo, consiguió alejar de nosotros durante largos años al laicismo masónico, aliado del comunismo, maquinando con furia contra lo que sintetiza ese monumento del Cerro de los Ángeles?
Seríamos culpables si olvidáramos que “el enemigo está dentro” y por eso tiene impresionante actualidad, a modo de grito de alerta profético, aquel párrafo enardecido del insigne apóstol del Sagrado Corazón, padre Mateo Crawley, de su escrito de 1957, en que alude a los sucesos de la República y de la posguerra:
“Católicos españoles, ¡alerta! Velad y montad la guardia, el arma al brazo, y puesto que los enemigos no han depuesto las armas, ¡alerta! No durmáis sobre vuestros laureles, que si otro tremendo cataclismo hiriera mortalmente a España, la Iglesia no pueda decirle con voz doliente: ¡Hija predilecta mía, llora como mujer la tierra bendita que no supiste defender como cruzado y apóstol!”.
J. C.
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