"El confesonario fue el lugar habitual de los «milagros» realizados por el Padre Pío. En los días de gran afluencia, llegaba a pasar diez o quince horas confesando. Para algunos penitentes, esa confesión era la ocasión de un verdadero vuelco interior. Entre las conversiones (...) una de las más clamorosas fue la del abogado genovés Cesare Festa. Festa era uno de los grandes dignatarios de la masonería italiana. Era primo del Dr. Giorgio Festa. Después de que éste hubo visto y examinado al Padre Pío, mencionó con frecuencia al religioso y a los prodigios de la fe con su primo Cesare. El abogado ateo, rabiosamente anticlerical, consideraba la religión como una superstición de otros tiempos. Giorgio, agotados los argumentos, le dijo un día: «Ve a San Giovanni Rotondo y encontrarás allí a un testigo que acabará de golpe con todas tus objeciones. Ve a verlo y después continuaremos hablando». En marzo de 1921, Cesare se decidió a seguir el consejo de su primo. Fue a San Giovanni Rotondo más que como escéptico, fue con la firme intención de desenmascarar la impostura y denunciar a su regreso, antes sus hermanos masones, la superstición de Gargano. El Padre Pío no sabía nada de Cesare Festa ni de su pertenencia masónica. Sin embargo, cuando llegó a la sacristía del convento entre otros peregrinos, el religioso se dirigió hacia él y le interpeló brutalmente: «¿Qué hace ése entre nosotros? Es un masón…». El abogado no lo negó. El Padre Pío añadió: «¿Qué papel desempeña ése en la masonería?». Festa respondió sin vacilar: «Luchar contra la Iglesia». Las cosas estaban claras. El Padre Pío no añadió ni una palabra. Miró fijamente a Cesare y le indicó con el dedo el confesonario. El abogado masón se arrodilló, abrió su corazón y, con la ayuda de aquel sacerdote al que se había podido resistir, examinó toda su vida pasada. Un perfume desconocido y suave se filtraba por la rejilla del confesonario y el ateo Festa veía sus prevenciones contra la religión caer una detrás de otra. La conversión fue una paz interior que lo invadía y le hacía recibir las palabras de misericordia y las exhortaciones prodigadas por aquel extraño capuchino. Permaneció tres días en el convento y después regresó a Génova. El ruido de su conversión se extendió y ocupó la primera página de los periódicos. El abogado arrepentido fue luego a Lourdes y después volvió a San Giovanni Rotondo para recibir de manos del Padre Pío el escapulario de la Orden tercera franciscana. De la masonería a la Orden tercera en pocos meses"

"El Padre Pio, el capuchino de los estigmas" - Yves Chiron