"Si no conocéis al poeta Juan Richepin, os diré que ha sido francés y poeta que, durante muchos años, puso toda su inspiración al servicio del ateísmo y de la impiedad. Entre otras, escribió una poesía que se titula: La oración del ateo. Y en ella estampó tales blasfemias y hace alarde de tan estúpida y satánica arrogancia, que pone estremecimientos nerviosos en todo el cuerpo. Veamos algo de lo que dice en ella: «He entrado en una iglesia y, arrodillándome allí sobre el pavimento frío, recé de esta manera: «Te niego, y nunca, y nunca, nunca jamás inclinaré mi frente al yugo de tu voluntad. Mira. Aquí estoy de rodillas en tu casa. Mírame y manda que se terminen mis luchas espirituales. Si existes de verdad, envía un rayo mortal sobre mí para que tenga el justo castigo de mi incredulidad. Espero tu fuego celestial. Y, si el rayo me hiere, cuando me quede un aliento de vida, al despedirse mi espíritu de mi cuerpo, quiero gritar con todas mis fuerzas que realmente existes y que ha sido atrevimiento mío el negarte... Pero, si no cae el rayo, puedo levantarme sano y saldré de tu casa diciendo: Tú no existes». Así blasfema el desgraciado poeta. Y el alma humana se estremece y exclama: «¡Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo sufrirás tales injurias?» Ese es el lenguaje de la impaciencia humana. Aquél osado poeta pasó todavía muchos años en la blasfemia y en la impiedad. Al fin, un día lloró sus culpas y se encerró en la Trapa de Argel y allí hizo penitencia. Jesucristo no había esperado en vano"

"De Pecadores a Santos, o, En busca de la Felicidad" - P. B. Martín Sánchez