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Tema: Testimonios de conversos

  1. #1
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    Testimonios de conversos

    “Yo también me creí filósofo, porque he sido amante de la sabiduría humana y admirador de vanas doctrinas... he golpeado a las puertas de todas las escuelas humanas, me he entregado a todo viento de doctrinas, y no he encontrado sino tinieblas e incertidumbres, vanidades y contradicciones. “He raciocinado con Aristóteles, he querido rehacer mi entendimiento con Bacón, he dudado metódicamente con Descartes, he procurado determinar con Kant lo que me era imposible y lo que me era permitido conocer; y el resultado de mis raciocinios, ha sido que yo no sabía nada y que tal vez no podía saber nada. “Me refugié con Zenón en mi fuero interior, buscando la felicidad en la independencia de mi voluntad, y me hice estoico. En balde.

    “Me volví hacia Platón... y en medio de los sueños de virtud, yo sentía siempre en mi seno la hidra viviente del egoísmo que se reía de mis teorías y esfuerzos. “Estaba al punto de perecer, consumido por la sed de la verdad y el hambre del bien. Un libro me ha salvado, un libro que por largo tiempo había despreciado y que no creía bueno sino para los crédulos e ignorantes. He leído el Evangelio de Jesucristo, y he sido sobrecogido de admiración. Las escamas han caído de mis ojos. Ahí he visto al hombre tal cual es y cuál debe ser; he comprendido su pasado, su presente y su porvenir, y me he sentido inundado de júbilo al encontrar lo que la religión me había enseñado desde la infancia y al sentir renacer en mi corazón la fe, la esperanza y la caridad”. [...]"

    Bautaín, filósofo e ilustre literato.
    ALACRAN dio el Víctor.

  2. #2
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    Re: Testimonios de conversos

    "Giovanni Papini (1881-1956) era ateo convicto y confeso. En 1911, a los 31 años, publicó un libro Las memorias de Dios (Le memorie d’Iddio), en el que ponía irónicamente en boca de Dios estas palabras blasfemas: "Hombres: haceos todos ateos, y pronto, Dios mismo, vuestro Dios, os lo pide con toda su alma". En 1912, había publicado Un hombre acabado, en el que ya daba muestras de que su alma estaba desesperada y buscaba una luz. Dice: "Todo está acabado, todo perdido, todo cerrado. No hay nada que hacer. ¿Consolarse? No. ¿Llorar? Para llorar hace falta un poco de esperanza. Y yo no soy nada, no cuento nada y no quiero nada. Soy una cosa, no un hombre. Tocadme, estoy frío, frío como un sepulcro. Aquí está enterrado un hombre, que no puede llegar a ser Dios.

    Yo no quiero ni pan ni gloria ni compasión. Pido, humildemente, de rodillas, con toda la fuerza y la pasión de mi alma, un poco de certeza: una pequeña fe segura, un átomo de verdad… Tengo necesidad de algo verdadero. No puedo vivir sin la verdad. No pido otra cosa, no pido nada más, pero esto que pido es mucho, es una cosa extraordinaria, lo sé. Pero lo quiero de todos modos, a todo costo. Sin esta verdad, no consigo vivir y, si nadie tiene piedad de mí, si nadie me puede responder, buscaré en la muerte, la felicidad de la plena luz o la quietud de la eterna nada." (…) Y Cristo, que lo estaba esperando, le salió al encuentro.

    En 1921, ya era un ferviente católico, enamorado de Cristo. Y su amor lo manifestó en su gran obra “Historia de Cristo”, que quiere ser un acto de reparación por todos sus escritores anticristianos anteriores, en los que había insultado a Cristo con los términos más vulgares. Una vez convertido, le pidió a su hija Viola que buscara todas las copias de sus obras, especialmente, de “Las Memorias de Dios” para quemarlas. Y enamorado de Cristo decía: "Cristo está vivo. Es una experiencia emocionante, que encuentra todo convertido: Cristo está vivo. Oh Cristo, tenemos necesidad de ti, de ti solo. Tú nos amas… Viniste para salvar, naciste para salvar, te hiciste crucificar para salvar, tu misión y tu vida es la de salvar y tenemos necesidad de ser salvados.""

    "Ateos y judíos convertidos" - Padre Ángel Peña O. A. R.

  3. #3
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    Re: Testimonios de conversos

    “Si alguien me hubiera dicho en la mañana de aquel día: te has levantado judío y te acostarás cristiano; si alguien me hubiera dicho eso, lo habría mirado como al más loco de los hombres. Después de haber almorzado en el hotel y llevado yo mismo mis cartas al correo, me dirigí a casa de mi amigo Gustavo... Hablamos de caza, placeres, de diversiones del carnaval. No podían olvidarse los festejos de mi matrimonio... Si en ese momento, era mediodía, un tercer interlocutor se hubiese acercado y me hubiera dicho: Alfonso, dentro de un cuarto de hora adorarás a Jesucristo, tu Dios y Salvador; y estarás prosternado en una pobre iglesia; y te golpearás el pecho a los pies de un sacerdote, en un convento de jesuitas, donde pasarás el carnaval, preparándote al bautismo; dispuesto a inmolarte por la fe católica; y renunciarás al mundo, a sus pompas, a sus placeres, a tu fortuna, a tus esperanzas, a tu porvenir; y, si es preciso, renunciarás también a tu novia, al afecto de tu familia, a la estima de tus amigos, al apego de los judíos. ¡Y sólo aspirarás a servir a Jesucristo y a llevar tu cruz hasta la muerte! Si algún profeta me hubiera hecho una predicción semejante, sólo habría juzgado a un hombre más insensato que ése: ¡al hombre que hubiera creído en la posibilidad de tamaña locura! Y, sin embargo, ésta es hoy la locura, causa de mi sabiduría y de mi dicha (…)”

    Conversión de Alfonso de Ratisbona - “Milagros vivientes” – Padre Ángel Peña O. A. R.

    "Entre los hechos más notables de la medalla milagrosa, anotemos la conversión del judío Alfonso de Ratisbona (1812-1884), abogado y banquero muy hostil al cristianismo, que se encontraba en Roma por motivos de salud. El 20 de enero de 1842, su amigo Teodoro de Bussiers, convertido del protestantismo, iba a la Iglesia de Sant’Andrea delle Fratte y le invitó a entrar

    Previamente, le había dado una “medalla milagrosa” y una copia de la oración “Acordaos” de San Bernardo para que la rezara todos los días. Y allí se le apareció María. Al salir, le contó a su amigo, besando la medalla que tenía en su bolsillo: “La he visto, la he visto. Todo el edificio desapareció de mi vista, vi un gran resplandor y en medio de aquel resplandor, sobre el altar, se me apareció erguida, espléndida, llena de majestad y de dulzura la Virgen María, tal como está pintada en la medalla, y me sonrió, no me dijo nada, pero yo lo comprendí todo”. En esa misma Iglesia, en la capilla de la Virgen, se leen estas palabras: “El 20 de enero de 1842, Alfonso de Ratisbona de Estrasburgo, vino aquí judío empedernido. La Virgen se le apareció como la ves. Cayó judío y se levantó cristiano. Extranjero, lleva contigo este precioso recuerdo de la misericordia de Dios y de la Santísima Virgen”. Alfonso se hizo sacerdote y ahora es reconocido como un santo, San Alfonso de Ratisbona"

    "Apariciones y mensajes de María" - Padre Ángel Peña O. A. R.

  4. #4
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    Re: Testimonios de conversos

    A Douglas Hyde, periodista comunista, le encargan investigar un semanario católico con el fin de conocerlo mejor y atacarlo:

    “Para medir bien la fuerza del enemigo, hay que conocerlo (…) Si [leer] los artículos políticos [de la revista católica] excitan su sistema nervioso, los temas culturales que presentan (…) G. K. Chesterton y M. Belloc, le cautivan extrañamente. Muy pronto, espera cada miércoles, porque es el día en que aparece el semanario. Atraído por esas firmas, lee y relee a Chesterton y se procura las obras de Belloc. «Al llevarme a mi casa esos tomos, me sentía tan culpable como cuando en mi adolescencia introducía clandestinamente en casa revistas pornográficas… Para un jefe comunista, eso rozaba ya con la herejía. Mas yo estaba decidido a confinar esas ideas culturales, inspiradas por mis lecturas, en un oscuro rincón de mi cerebro. Los psicólogos podrán explicar, sin duda, por qué, durante esta época, trabajaba más que nunca por el Partido, al que servía hacía años (…) Cada vez lee más la prensa católica; adrede los deja abiertamente por la casa..., con el secreto designio de que su esposa Carol pueda irlos leyendo. La verdad es, con todo, que ella no suelta prenda..., «Una tarde, me encontraba ante la radio: el informador de la B. B. C. consagraba su editorial al desacuerdo cada vez más creciente en el seno de las Naciones Unidas, cuando bruscamente exclamó Carol: ¡Ya estoy harta de oír siempre a ese viejo Molotov decir no!» La miré aturdido, y fulgiendo algún enfado, respondí: «¡Buen lenguaje para la mujer de un jefe comunista!, «¡Peor para él! Yo digo lo que pienso; y estoy dispuesta a repetirlo.» »Se siguió una discusión; naturalmente llegamos a hablar del catolicismo. Al fin le dije: «¡Estás hablando como El Universo! ¿No será que estás pensando hacerte católica? «¡Quisiera ya serlo!», me contestó. «Y yo también», añadí. «Quisiera estar ya allí...» Entonces, por primera vez, me abrí a ella y le conté todos los pensamientos y aspiraciones que me iban por dentro; le dije que mis lecturas me habían abierto los ojos a la verdad. Ella, a su vez, me reveló el lento y doloroso camino que la había alejado de su ideal primero...

    (...) Jamás había entrado Hyde en una iglesia católica, a lo más, había hecho algunas rápidas incursiones por los pórticos, en sus correrías de propaganda, para sustituir los folletos católicos de las librerías parroquiales por propaganda comunista. Una biografía de Santo Tomás Moro —que era uno de los libros que había sustituido—, llegó a ser uno de sus libros favoritos. Un día no pudo contenerse. Al pasar ante una iglesia católica, se decide bruscamente, y entra. «Me detuve ante una imagen de la Virgen. Introduje unas monedas en el cepillo, encendí un cirio. Luego intenté rezar... ¿Cómo se reza a la Virgen?... Procuré recordar una oración, leída en Chesterton o en Belloc, pero no lo conseguí... Mi cirio se consumía lentamente, y las palabras de la oración no me venían... Y, con todo, no sentía ninguna preocupación; era feliz. Me daba cuenta de que mi dolorosa peregrinación había acabado. Al salir de la iglesia, recordé el estribillo de una canción de moda, y me puse a tararearlo.

    Señora, tan dulce y tan buena
    Oh Señora, sé buena para mí...

    "Convertidos del siglo XX" - F. Lelotte

  5. #5
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    Re: Testimonios de conversos

    [Eva] Lavalliére [destacada actriz francesa de principios de siglo XX], apartada de Dios por el pecado después de tanto tiempo, por vez primera en su vida, vino a sentir esa felicidad que produce la paz de la conciencia... Decidida a cambiar de vida... se confesó, y al apartarse del confesionario se desbordó en un torrente de lágrimas y de arrepentimiento y a su vez de agradecimiento a su Dios. Al salir del templo no pudo menos de exclamar y decir a su amiga Leo: « Verdad, que si la gente supiese la dicha que encierra... ¿no es cierto que se confesaría?» Esto le trae el recuerdo de los últimos instantes de una persona de su intimidad que murió durante la guerra europea. El cual, al acercarse la artista a su lecho en el hospital a donde había sido evacuado desde el frente, le dijo con profunda gratitud: «Llegas aún a tiempo, Eva; cuánto te lo agradezco. Me he confesado, ¿sabes? Porque a esta hora todo cambia. La realidad de la vida nos incita locamente a no pensar, pero no hay más realidad que esta, que todo termina. Ahora, limpia mi conciencia, al menos moriré tranquilo...» Esto me recuerda a mí también la confesión del gran compositor Chopin, «que en medio de la frívola sociedad francesa llegó a perder la religiosidad de su alma. Próximo a la muerte, recibió la visita de un amigo de la infancia, que era sacerdote. Al oír aquél las palabras de este antiguo amigo, volvió a la fe, e hizo con lágrimas confesión, y besando el crucifijo, dijo: «Ahora he encontrado la fuente de la felicidad». Ciertamente no hay felicidad sin Dios, y ninguna de las diversiones que buscan en este mundo los mortales, y ni cuanto halaga a los sentidos: cines, teatros, bailes, salones, concurrencias profanas,... llena el corazón humano. Sólo la religión, sólo la pureza de conciencia, puede aliviar nuestras penas en las desgracias o en la muerte. El alma no halla reposo fuera de Dios, y es que fue creada para Él, y «el corazón, según el dicho de San Agustín, está intranquilo mientras no descansa en Dios». Muchos jóvenes titubean en sus creencias al oír o al leer que tal hombre ilustre o sabio famoso era incrédulo. Y no piensan que la fuente o motivo de su incredulidad viene a ser un corazón corrompido, y no es una inteligencia cultivada ni lo que llaman sabiduría,... pues no es tal, ya que «la verdadera ciencia, como dice el Espíritu Santo, no anida en un alma manchada por el pecado». (Sab. 1, 4 ). La luz brillante de la fe arde solo en las almas que respiran un aire puro... Enrique Lavedan, escritor francés ateo, antes de la guerra mundial, que tanto se mofaba de Dios y de la Religión, hizo una confesión pública arrepintiéndose de sus escándalos, y dijo: «Me reía de la fe..., me juzgaba sabio a mí mismo... Era un engaño… Abandonar a Dios es perderse. No sé si viviré mañana... Lavedan no se atreve a morir ateo. Creo en Dios, creo»

    "De Pecadores a Santos, o, En Busca de la Felicidad" - P. B. Martín Sánchez

  6. #6
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    Re: Testimonios de conversos

    "El confesonario fue el lugar habitual de los «milagros» realizados por el Padre Pío. En los días de gran afluencia, llegaba a pasar diez o quince horas confesando. Para algunos penitentes, esa confesión era la ocasión de un verdadero vuelco interior. Entre las conversiones (...) una de las más clamorosas fue la del abogado genovés Cesare Festa. Festa era uno de los grandes dignatarios de la masonería italiana. Era primo del Dr. Giorgio Festa. Después de que éste hubo visto y examinado al Padre Pío, mencionó con frecuencia al religioso y a los prodigios de la fe con su primo Cesare. El abogado ateo, rabiosamente anticlerical, consideraba la religión como una superstición de otros tiempos. Giorgio, agotados los argumentos, le dijo un día: «Ve a San Giovanni Rotondo y encontrarás allí a un testigo que acabará de golpe con todas tus objeciones. Ve a verlo y después continuaremos hablando». En marzo de 1921, Cesare se decidió a seguir el consejo de su primo. Fue a San Giovanni Rotondo más que como escéptico, fue con la firme intención de desenmascarar la impostura y denunciar a su regreso, antes sus hermanos masones, la superstición de Gargano. El Padre Pío no sabía nada de Cesare Festa ni de su pertenencia masónica. Sin embargo, cuando llegó a la sacristía del convento entre otros peregrinos, el religioso se dirigió hacia él y le interpeló brutalmente: «¿Qué hace ése entre nosotros? Es un masón…». El abogado no lo negó. El Padre Pío añadió: «¿Qué papel desempeña ése en la masonería?». Festa respondió sin vacilar: «Luchar contra la Iglesia». Las cosas estaban claras. El Padre Pío no añadió ni una palabra. Miró fijamente a Cesare y le indicó con el dedo el confesonario. El abogado masón se arrodilló, abrió su corazón y, con la ayuda de aquel sacerdote al que se había podido resistir, examinó toda su vida pasada. Un perfume desconocido y suave se filtraba por la rejilla del confesonario y el ateo Festa veía sus prevenciones contra la religión caer una detrás de otra. La conversión fue una paz interior que lo invadía y le hacía recibir las palabras de misericordia y las exhortaciones prodigadas por aquel extraño capuchino. Permaneció tres días en el convento y después regresó a Génova. El ruido de su conversión se extendió y ocupó la primera página de los periódicos. El abogado arrepentido fue luego a Lourdes y después volvió a San Giovanni Rotondo para recibir de manos del Padre Pío el escapulario de la Orden tercera franciscana. De la masonería a la Orden tercera en pocos meses"

    "El Padre Pio, el capuchino de los estigmas" - Yves Chiron

  7. #7
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    Re: Testimonios de conversos

    "Si no conocéis al poeta Juan Richepin, os diré que ha sido francés y poeta que, durante muchos años, puso toda su inspiración al servicio del ateísmo y de la impiedad. Entre otras, escribió una poesía que se titula: La oración del ateo. Y en ella estampó tales blasfemias y hace alarde de tan estúpida y satánica arrogancia, que pone estremecimientos nerviosos en todo el cuerpo. Veamos algo de lo que dice en ella: «He entrado en una iglesia y, arrodillándome allí sobre el pavimento frío, recé de esta manera: «Te niego, y nunca, y nunca, nunca jamás inclinaré mi frente al yugo de tu voluntad. Mira. Aquí estoy de rodillas en tu casa. Mírame y manda que se terminen mis luchas espirituales. Si existes de verdad, envía un rayo mortal sobre mí para que tenga el justo castigo de mi incredulidad. Espero tu fuego celestial. Y, si el rayo me hiere, cuando me quede un aliento de vida, al despedirse mi espíritu de mi cuerpo, quiero gritar con todas mis fuerzas que realmente existes y que ha sido atrevimiento mío el negarte... Pero, si no cae el rayo, puedo levantarme sano y saldré de tu casa diciendo: Tú no existes». Así blasfema el desgraciado poeta. Y el alma humana se estremece y exclama: «¡Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo sufrirás tales injurias?» Ese es el lenguaje de la impaciencia humana. Aquél osado poeta pasó todavía muchos años en la blasfemia y en la impiedad. Al fin, un día lloró sus culpas y se encerró en la Trapa de Argel y allí hizo penitencia. Jesucristo no había esperado en vano"

    "De Pecadores a Santos, o, En busca de la Felicidad" - P. B. Martín Sánchez
    ALACRAN dio el Víctor.

  8. #8
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    Re: Testimonios de conversos

    “En un colegio regentado por los padres jesuitas en Latinoamérica, había un alumno, Jorge Lizar, que destacaba sobre los demás por sus dotes de artista y sus cualidades de líder. Lizar talló en madera un Cristo crucificado y se lo regaló al padre José Fernández, a quien apreciaba mucho. El padre, al recibirlo, le dio un beso a los pies del Cristo y Jorge quiso imitar su gesto y lo besó en su rostro.

    El padre Fernández le dijo:

    - Que siempre lo beses así, con amor.
    - Sí, jamás lo besaré como Judas.

    Pasaron los años, Jorge se hizo médico, viajó por muchas naciones y se dejó influir por las ideas revolucionarias de la época, haciéndose masón. El 3 de noviembre de 1896 fue encarcelado, acusado de revolucionario y promotor de rebelión, siendo condenado a muerte.

    En ese momento, era un furibundo anticatólico y a los sacerdotes, que se le acercaron, los rechazó sin contemplaciones. Pero el padre Fernández se enteró de su condena y acordándose de su querido discípulo fue a visitarlo a la prisión. Jorge no quería abjurar de la masonería ni confesarse. Entonces, el padre Fernández le llevó el Cristo que él había tallado de joven y le recordó aquel beso que le había dado, diciendo que nunca le daría el beso de Judas. Los ojos de Jorge se clavaron en el Cristo y recordó sus misas de colegial, sus comuniones... Y Jorge cayó de rodillas, besando de nuevo al Cristo y diciendo:

    - Mi beso no es como el de Judas. Perdóname, Señor.

    Abjuró de la masonería, se confesó, recibió la comunión e, incluso, se casó con su esposa por la Iglesia. El día de la ejecución, quiso que el padre Fernández lo acompañara con el Cristo. Poco antes de ser fusilado, besó de nuevo al Cristo y se entregó a la muerte con paz y alegría de corazón.

    El beso sincero a Jesús, cuando era joven, lo salvó. Jesús no olvida cualquier detalle que hagamos, con verdad y sinceridad, en su honor. (…)”

    "Luces en el camino" - Padre Ángel Peña O. A. R.

  9. #9
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    Re: Testimonios de conversos

    Conversión de Manuel Azaña

    "El 18 de octubre de 1940 se produjo el primer encuentro entre el prelado [francés] y un ya muy enfermo Azaña, reunión que se produjo a petición del español. "Vuelva a visitarme todos los días", le dijo el republicano español tras esta primera cita. El obispo le visitó a diario y le preguntó por algunos asuntos muy oscuros de su biografía. Así lo relata monseñor Théas: "hablamos de la revolución, de los asesinatos, de los incendios de iglesias y conventos. Él me hablaba de la impotencia de un gobernante para contener a las multitudes desenfrenadas".

    En estos escritos del obispo, rescatados por el sacerdote Gabriel M. Verd, Théas añade que "deseando conocer los sentimientos íntimos del enfermo, le presenté un día el Crucifijo. Sus grandes ojos abiertos, enseguida humedecidos por las lágrimas, se fijaron largo rato en Cristo crucificado". Tras esto, Manuel Azaña "lo cogió de mis manos, lo acercó a sus labios, besándolo amorosamente por tres veces y exclamando cada vez: ¡Jesús, piedad y misericordia!".

    (...) el obispo francés dio un paso más y le preguntó: "¿desea usted el perdón de los pecados?", a lo que el que fuera presidente durante la República dijo que sí. "Recibió con plena lucidez el sacramento de la Penitencia, que yo mismo le administré", dijo ya en 1952 monseñor Théas.

    Sin embargo, no todo llegó a poder hacerse con Azaña. "Cuando hablé a los que le rodeaban de la administración de la Comunión, en forma de Viático (comunión que se da a los enfermos ya moribundos), me fue denegado con estas palabras: ‘¡Eso le impresionaría!’ Mi insistencia no tuvo resultado". Pero Azaña sí recibió la extremaunción y murió el 3 de noviembre de 1940 en presencia de este obispo francés.

    Este repentino acercamiento al catolicismo también fue explicado por su viuda, que habló de la importancia de una monja que actuó como eslabón para que pudiera conocer al obispo. Además, contaba la esposa, tal y como aparece en La Conversión de Azaña, de G.M. Verd, que el día de la muerte del político "ya por la noche viéndole morir, por encargo mío salieron en búsqueda de la monja, y ésta, cumpliendo mis deseos igualmente, vino acompañada del obispo. Minutos después, nuestro enfermo expiraba"."

  10. #10
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    Re: Testimonios de conversos

    Conversión de Peter Van Der Meer (1880-1970)

    “Gran poeta holandés, que vivía en un ateísmo intelectual donde no cabía la idea de Dios. En su libro Nostalgia de Dios nos habla de sus luchas interiores por querer creer, pero sin poder hacerlo hasta que llegó el momento de la gracia divina, cuando se entregó totalmente a Dios con su esposa y sus hijos. Veamos algunos de sus pensamientos, cuando todavía era ateo:

    La tierra, dentro de miles o millones de años, será inhabitable y por fin perecerá. Entonces, será como si este planeta no hubiese existido jamás, todo será arrinconado en el vacío del olvido. Nadie llevará ya en sí la memoria de lo que aquellos extraños seres, que un día vivieron en la tierra y se llamaban hombres, realizaron y sufrieron... Todo habrá sido perfectamente inútil y esta comedia, que habrá durado miles de años y de la que nadie habrá sido espectador, podía igualmente no haber tenido lugar. ¿No es esto de una vertiginosa ridiculez? ¿No es para aullar de angustia y refugiarse en la muerte?

    Por espacio de un momento, breve como el zig-zag de un relámpago, estamos en la tierra, vivos, con los ojos abiertos, atormentados por todos los deseos y por todos los ensueños, queriendo alcanzar y abarcar lo imposible, interrogamos al pasado, leemos lo que los hombres han pensado antes de nosotros, nada sacamos en claro; interrogamos a la tierra, al cielo, a las estrellas, a los abismos de los espacios y a los de nuestra propia alma, lloramos de nostalgia por la belleza, gesticulamos apasionadamente y, de repente, caemos muertos y ya no hay nada más, nada, nada, nada, nuestros ojos están cerrados para siempre, los ojos con que ahora miramos las estrellas, esas estrellas que no nos recordarán.

    Poco a poco, empieza a dudar:

    ¿Qué significa la vida, a cuyo término está la muerte, ese inmenso agujero negro donde vamos cayendo uno tras otro como piedras? Decididamente es una perfecta estupidez tomarse la vida en serio si no existe el alma. Pero ¿acaso las religiones no son más que un hermoso sueño, bellas mentiras consoladoras a las que el hombre se aferra ante la perspectiva de desaparecer tragado por la noche espantosa de la muerte? ¿Contienen una realidad o no son más que quimeras? Sigo perplejo ante los enigmas. ¿Dónde puedo encontrar la verdad?

    Buscaba, pues tenía nostalgia de Dios. Y lo encontró leyendo los Evangelios y yendo a misa a la Trapa de West-Malle. Dice: “Leo la Biblia. Los místicos: Ángela de Foligno, Ruy Broeck, Catalina Emmerick y las vidas de santos como la de san Francisco y me ayudan a comprender cosas oscuras y maravillosas”.

    León Bloy me presentó a un sacerdote. Me dijo: “Debe orar, rezar el Padrenuestro y el Avemaría”. Después fui a postrarme ante el Santísimo Sacramento, expuesto todo el día y toda la noche. Le he dicho a Jesús: Dame la fe, quítame la ceguera de mis ojos para que pueda distinguir la verdad con toda claridad”

    El 24 de febrero de 1911, nuestro hijo y yo recibimos el bautismo. Cristina y yo nos unimos en matrimonio. Ahora soy cristiano por toda la eternidad.

    ¡Oh, delicia maravillosa y sin igual! Después de 12 años puedo decir que esta nueva vida es infinitamente más hermosa, más rica y más profunda de la que nunca hubiera podido sospechar ni siquiera en los primeros años de mi conversión” ".

    "Ateos famosos convertidos Tomo I" - Padre Ángel Peña O. A. R.

  11. #11
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    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
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    Re: Testimonios de conversos

    Muy interesante hilo.
    Pious dio el Víctor.
    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

  12. #12
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    Re: Testimonios de conversos

    Conversión de Wilbrodo Verkade, (1863-1946) pintor.

    "Nació en una familia calvinista holandesa. Su padre no quiso bautizarlo a él ni a su hermano gemelo. En su casa a veces se hablaba de Dios y de Jesucristo de modo frío e impreciso. A los 18 años se negó a bautizarse. Un día él con su hermano entraron por curiosidad en la catedral de Colonia. Tenía ya 21 años. Era el mes de agosto de 1884. En el coro había un grupo que cantaba a cuatro voces.Dice: Recuerdo que se oyó una campanilla desde el coro. Se adelantó un sacerdote llevando alguna cosa. Iba precedido de un muchacho que balanceaba un incensario. Otros dos llevaban cirios. La campanilla se acercaba más y más hacia nosotros. Dije a mi hermano: “Ahora larguémonos”, y emprendimos la huida ante el Santísimo Sacramento. Pero en su corazón había un vacío que quería llenar. Nos dice: Siempre la naturaleza ha ejercido en mí una influencia pacificadora y purificante. En la soledad y el silencio, el resplandor de la belleza que me rodeaba me hacía sentirme otro hombre. Un día de lluvia pasó cerca del caballete de pintor, donde había colocado un gran paraguas para protegerse de la lluvia, un desconocido y le contó que, lleno de cólera, había hecho añicos el mobiliario del dueño de un cabaret. Quizás la policía lo estaba buscando. Y le dijo: Dios castiga el mal ya en este mundo. Verkade le respondió: ¿Cree usted que hay Dios? El otro le contestó: Cuando tenía 17 años dudé muchas veces, pero ahora estoy cierto de que hay un Dios. Esto impresionó a Verkade. Escribió: Decidí apagar mi sed de verdad en la fuente misma de la Verdad. Leí y releí el Nuevo Testamento. Para mí fue claro: “Los evangelios amaban la verdad y querían decir la verdad. Cuando comparé lo que había leído con lo que se encuentra en el catecismo romano, tuve que confesar que concordaba el uno con el otro. En Huelgoat asistió por primera vez a una misa. Al Santo -dice él- todos se arrodillaron: ¿Cómo? ¿Yo arrodillarme? Mi orgullo protestaba con todas sus fuerzas contra semejante humillación. Pero yo estaba allí en pie sobresaliendo entre todos; no podía hacer otra cosa y me arrodillé como los demás. Cuando los hombres se levantaron, también yo me levanté. Pero, al levantarme, algo había cambiado en mí. Era ya católico a medias, pues mi orgullo se había quebrantado. Me había arrodillado... Después de unos meses de lucha interior, estando en el pueblecito de Saint-Nolff asistía con frecuencia a misa y leía el Nuevo Testamento. Pensaba: “Si me hago cristiano, entonces lo seré de verdad y de verdad para mí quiere decir ser católico”. Felizmente encontró en el padre Le Texier, un jesuita, encargado de predicar la misión en Saint-Nolff, un padre que le orientó en su paso a la Iglesia católica. El 26 de agosto de 1893 en la capilla de los jesuitas de Vennes, recibió el bautismo e hizo la primera comunión. Quiso entrar primero en los Cartujos, pero después se decidió por los benedictinos de la abadía de Beuron, donde había un grupo de pintores, que, bajo la dirección del padre Desiderio Lenz, trabajaban desde hacía varios meses en el decorado de la abadía. Como él era pintor, se entusiasmó con esa idea de pintar y entró en el monasterio. Su nombre era fray Wilbrordo. El 20 de agosto de 1902 recibía la ordenación sacerdotal y después de la guerra de 1914 ocupó varios cargos importantes en la abadía como el de hospedero, para recibir a las personas que querían visitar el monasterio. Murió el 19 de julio de 1946, lleno de méritos y con la alegría de haber encontrado la paz y la vocación de su vida en ese monasterio benedictino"

    "Ateos famosos convertidos Tomo I" - Padre Ángel Peña O. A. R.
    Última edición por Pious; 08/03/2023 a las 19:57

  13. #13
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    Re: Testimonios de conversos

    Conversión de Adolfo Retté

    (…) gran escritor, poeta y periodista, muy conocido en Francia en los primeros años del siglo XX. (…) ateo convencido, un materialista militante (…) Si cualquiera (…) proponía “vamos a gozar” yo respondía enseguida: “Ir solamente, no, corramos a ello” (…) sembraba el odio a la iglesia católica e insultaba a Cristo (…) Andaba errante (…) en el laberinto de un oscuro subterráneo (…) la misma literatura comenzaba a molestarme. Lo dejaba todo para no leer más que algunos autores, mis favoritos (…) Un día me fui al bosque (…) Llevaba conmigo “La divina Comedia” y releía quizás por 10ª vez los primeros cantos del purgatorio... ¿Qué es lo que me sucedió entonces? Se me cayó el libro de las manos y tuve que apoyarme en el tronco de un haya. Estaba como ofuscado por una luz interior. Me pareció que se disipaban las nubes negras que oprimían mi alma. No sé qué intensa y dolorosa claridad me manifestó mis vicios, como sapos acurrucados en el fango de mi corazón. Un remordimiento a la vez que un gozo indecible embargaban mi alma. En aquel momento pronuncié las palabras: ¿Es posible que una inspiración, tan sublime, sea testimonio de la verdad? ¿Será posible que esta religión católica tan vilipendiada para mí esté en lo cierto cuando afirma que un pecador arrepentido se hace digno de subir al cielo? ¿También yo podría lavarme de mis culpas y salvarme? ¿Será cierto que existe Dios? Oh, si Dios existiera, ¡qué suerte la mía!

    (…) Una tarde entré en la iglesia de “Notre Dame” (…) 2 o 3 mujeres rezaban delante de la imagen de la santísima Virgen. Me paré a mirarlas y su fervor me conmovió y decía: “Ya quisiera yo hacer como ellas”. Otro día fui al santuario de Cornebiche. Me puse a contemplar la imagen de la santísima Virgen, tan blanca y tan suave en aquel cielo azul sin nubes que el sol envolvía en rayos de oro fluido, y me sentí con el alma transportada por una fuerza irresistible. Junté las manos y, dirigiéndome a ella, le dije: “Señora, algo extraordinario me ha obligado a venir y aquí estoy. Oh, Señora, a quien yo no he invocado hasta este día, y a quien los fieles vuelven sus ojos en sus aflicciones. Si realmente sois Vos la mediadora omnipotente, interceded con vuestro santísimo Hijo para que se digne inspirarme qué debo hacer en la hora presente”. En aquel momento una dulce voz (interior) me respondió: “Busca un sacerdote. Desembarázate del peso que te agobia y luego entra con resolución en el seno de la Iglesia”.

    (…) no se atrevía por vergüenza a buscar a un sacerdote, creía que lo podía tratar mal y se avergonzaba de poder decir todos sus errores y pecados. Se sentía afligido por el deseo de hacerlo y la impotencia que sentía de realizarlo. (…) Acudió a su amigo Francisco Coppée (…) y su amigo le proporcionó una cita con un sacerdote anciano pero santo (…) se confesó con él y nos dice: A medida que confesaba mis pecados me parecía que nuestro Señor en persona estaba presente. Me figuraba que con una mano dulce e imperiosa a la vez, arrancaba los pecados de mi alma y los aventaba convertidos en polvo delante de sus pies adorables. Y mi alma, doblada bajo el peso de mis pecados, se enderezaba poco a poco y se ponía derecha. Cuando terminé, el sacerdote pronunció sobre mi cabeza inclinada la fórmula de la absolución y me levanté. Me abrió los brazos y me precipité en ellos con lágrimas de amor. Tan emocionados estábamos el uno como el otro; porque, si de mi parte ponía en este abrazo toda mi gratitud hacia él, por haberme ayudado tanto, él daba gracias a Dios por haberle elegido para llevar al aprisco la oveja rebelde que había huido en cuanto recibió el bautismo... Al ir por la calle, marchaba yo lleno de alegría, diciendo: “Ya estoy perdonado. Ya estoy perdonado. ¡Que dicha!

    Puedo decir que los placeres más refinados de los sentidos ni aún los triunfos intelectuales, que proporcionan el arte y la poesía, tienen nada que ver comparados con este éxtasis en que el alma, al unirse a su Dios, se funde por completo. "

    "Ateos famosos y convertidos - Tomo I" - Padre Ángel Peña O. A. R.

  14. #14
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    Re: Testimonios de conversos

    Leonardo Mondadori (1946-2002) Fue el presidente del principal grupo editorial italiano. En su libro titulado Conversione, publicado por la propia editorial, la famosa editrice Mondadori, cuenta su extraordinaria experiencia religiosa: de ateo sin remedio a creyente que ha decidido vivir en castidad. (…) Su conversión no ha sido fruto de una experiencia extraordinaria como en otros casos. Ha sido un largo y pacífico proceso que le ha hecho redescubrir el amor de Dios. Todo ello a los 55 años y después de muchas peripecias personales a lo largo de su vida. El cambio comenzó en 1992, cuando su empresa se disponía a publicar Camino, en el año de la beatificación de su autor, san José María Escribá de Balaguer, fundador del Opus Dei.

    (…) Todo empezó en 1992. En aquella época yo no me interesaba lo más mínimo por la religión y mucho menos por la Iglesia. Pero sentía que mi vida estaba, ¿cómo decir? llena de errores. Llevaba a mis espaldas dos divorcios, tres hijos de mujeres distintas. Pippo Corigliano, responsable de relaciones públicas del Opus Dei, me dijo: “Si estás abierto a estas cosas, te propongo que vayas a hablar con un sacerdote que conozco”. Era un sacerdote excepcional. Me tuvo un gran respeto. Empecé a fiarme de él y a seguir sus sugerencias. Y, poco a poco, siguiendo lo que me decía, me di cuenta de que encontraba las respuestas que buscaba. Fui presa de un gran entusiasmo. Él, con gran realismo me frenaba: “No tengas prisa, Dios no te pide imposibles, procede con calma”. No he dejado nunca a este sacerdote, que es en este momento, mi director espiritual. Lo que más me ha convencido del cristianismo es que Jesucristo es de verdad la respuesta a todos nuestros interrogantes; que sólo quien sigue a Cristo se realiza plenamente.

    Sé que paso por ser una persona extravagante, cuando por ejemplo, hablo de castidad prematrimonial. Pero ¿acaso darse entero a sí mismo por primera vez, sólo después de la boda, no es un cemento extraordinario para un matrimonio? ¿Es que la lógica de hoy por la cual todo está permitido en este campo, ha hecho a los hombres más felices? También aquí la realidad de la vida me ha demostrado que quien sigue la ortodoxia católica, presente desde hace 2.000 años, no es defraudado. En su libro dice textualmente: La vida para algunos es oscura, para otros, gris. Para mí es luminosa. Son muchos los elementos que hacen luminosa mi vida actual. Hace cuatro años, una mañana, descubrí de golpe, que tenía un tumor a la tiroides y un carcinoma al páncreas y al hígado. Debido a esto, debo someterme al tratamiento de interferon. Pero ahora gozo de una vida cristiana vibrante. Y esta fe es la que, a pesar de todo, hace luminosa mi existencia. Siento que la misa me da fuerza y esperanza. Es el centro de mi vida religiosa, que me recuerda que la muerte ha sido vencida, que Jesús ha resucitado de verdad, que las tinieblas no tendrán la última palabra y que más allá de lo que nuestros sentidos ven, hay una realidad maravillosa, de la cual nosotros formaremos parte. Y por toda la eternidad.

    La confesión bien hecha, sincera, completa, es una de las fuentes de mayor alegría que un hombre puede experimentar. Tienes la certeza de ser recibido en la casa del Padre, reconciliado con Él, contigo mismo y con los otros... Después de muchos años, hice mi primera confesión y mi primera comunión en Nueva York, en la vigilia de Navidad, en la catedral de san Patricio, en 1993. Sentí una emoción muy fuerte de alegría. Nosotros los creyentes debemos tener coraje de proponer nuestras perspectivas (de fe) que, siendo verdaderas, no pueden hacer mal sino bien a nuestros hermanos. Debemos tener el coraje de mostrar alegría y de sentir el orgullo de ser católicos. Leonardo Mondadori, un hombre que ha sabido entregar su vida a Cristo, que siente el orgullo de ser católico y desea para todos la alegría que él experimenta en Cristo, a pesar de su enfermedad.

    “Ateos famosos convertidos Tomo II” - Padre Ángel Peña O. A. R.

  15. #15
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    Re: Testimonios de conversos

    Conversión de Ignace Lepp

    “francés, comunista, de los máximos dirigentes de los intelectuales revolucionarios de Europa [con] contactos con los más altos dirigentes soviéticos (…):

    Cuando más desorientado me hallaba, se manifestó el Signo... Al volver una noche a casa, no conseguía conciliar el sueño. Para pasar el tiempo fui a buscar la novela que la hija de la propietaria de la casa había olvidado en la mesa del salón... Era mediodía del día siguiente, cuando acabado el libro, lo cerré. Tenía los ojos inundados de lágrimas. El título de la novela era “Quo vadis” (...) Lo apasionante para mí fueron los numerosos datos que “Quo vadis” proporcionaba sobre la vida de las comunidades cristianas primitivas. Súbitamente, tuve la impresión de que todo aquello, a que más o menos confusamente había aspirado desde los quince años, buscándolo en vano en el comunismo, no era, a pesar de todo, pura utopía, ya que los primeros cristianos lo habían vivido... Después comencé a leer otros libros sobre el tema. Me lo tragué todo: “Los últimos días de Pompeya”, “Fabiola” del cardenal Wiseman, luego novelas francesas, alemanas e italianas (sobre el primitivo cristianismo). Leí la “Vida de Jesús” de Ernesto Renan... Después de Renan, leí las obras de los racionalistas Harnack, Strauss, Guignebert, Loisy, del protestante Sabatier, de los católicos Batifol, Duchesne, Prat, Lagrange... Tanto católicos como protestantes y no creyentes pintaban la primitiva comunidad cristiana casi con los mismos colores... Todos los libros leídos se referían a una misma fuente: el Evangelio. Era ya hora de que lo leyese por mi propia cuenta...

    A continuación, pasé varias semanas, frecuentando asiduamente reuniones de bautistas, metodistas, adventistas, pentecostales y otras iglesias... Después de haber asistido a la reunión, solía pedir una entrevista con el pastor-predicador de la comunidad. Le decía quién era y qué buscaba, rogándole que me hablase de su Iglesia. En la mayoría de casos, me sorprendía desagradablemente la mediocridad intelectual de mis interlocutores, incapaces de responder con precisión a mis preguntas... También me chocaba la extraña intolerancia de todos aquellos hombres, por lo demás piadosos y caritativos, hacia las demás iglesias, especialmente, cuando se trataba de quienes ellos denominaban con desprecio los “papistas” (católicos). Era aún peor que la intolerancia de los comunistas. Entonces, comprendí el sentido exacto de la palabra sectario... Los pastores de las grandes iglesias de la Reforma: la luterana, la anglicana, la calvinista, eran hombres de una cultura más amplia y refinada. Discutir con ellos era ya harina de otro costal, porque hablábamos el mismo lenguaje... Pero tampoco el protestantismo, en ninguna de sus formas, respondía completamente a lo que del cristianismo esperaba, ni pudieron los pastores convencerme de la continuidad histórica entre el cristianismo primitivo y sus iglesias respectivas. A menudo, tuve la impresión de que les costaba comprender mi insistencia en este punto. Tales Iglesias, de estructuras demasiado estrictamente nacionalistas, me parecían carentes de universalidad... Empezaba ya a desanimarme (de encontrar la verdad), cuando el azar, o si se prefiere la providencia, puso en mi camino a un sacerdote católico excepcional, un teólogo jesuita... Con gran consuelo, vi que su Iglesia daba tanta importancia como yo a la cuestión de la continuidad ininterrumpida con la Iglesia fundada por Jesús hace dos mil años en Palestina. Durante varias semanas, pasé casi cada día dos o tres horas hablando con él... Por fin, la tarde del 14 de agosto, pronuncié la fórmula de abjuración de todo error y herejía e hice mi profesión de fe católica (…) A partir del día de mi bautizo, quedé sólidamente anclado en la fe. Apenas sabía rezar, conocía mal las exigencias de la vida cristiana, pero la gracia había comenzado ya a obrar en mí (…) Estudié en la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Lyon... y el 29 de Junio de 1941, en la basílica de Fourvière, la Iglesia me confirió el sacerdocio.

  16. #16
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    Re: Testimonios de conversos

    Conversión de Manuel García Morente

    "Fue un gran filósofo español. Era ateo, aunque de niño había hecho la primera comunión, pero sus estudios de filosofía lo habían alejado de Dios y de la religión. Al comenzar la guerra civil española (1936-1939) tuvo que huir a Francia. Estaba en París desesperado por no encontrar medios para conseguir que su familia llegara a París y preocupado por lo que les podía suceder. En estas circunstancias en la noche del 29 al 30 de abril de 1937, ocurrió lo inesperado. En su desesperación ante los acontecimientos, optó por algo que nunca hubiera hecho en circunstancias normales. Se puso a orar.

    Él escribió en su testimonio de conversión: Por mi mente empezaron a desfilar imágenes de la niñez de Nuestro Señor Jesucristo. Poco a poco se fue agrandando en mi alma la visión de Cristo clavado en la cruz. Me dije a mí mismo: “Este es el Dios verdadero, el Dios vivo. Él entiende a los hombres, vive con ellos, sufre con ellos, los consuela y les trae la salvación. A rezar, a rezar”. Y puesto de rodillas empecé a balbucir el padrenuestro, pero se me había olvidado. Recordé mi niñez, recordé a mi madre a quien perdí cuando yo contaba nueve años. Me representé claramente su cara, el regazo en que me recostaba, estando de rodillas para rezar con ella y lentamente con paciencia fui recordando el padrenuestro y el avemaría.

    Una inmensa paz se adueñó de mi alma...Pensé: lo primero que haré mañana será comprarme un libro devoto y algún manual de doctrina cristiana. Aprenderé las oraciones, me instruiré mejor. Compraré los santos Evangelios y una vida de Jesús. Debí quedarme dormido.

    Me puse en pie, todo tembloroso y abrí de par en par la ventana. Una bocanada de aire fresco me azotó el rostro. Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba Él. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí. En la habitación no había más luz que la de una lámpara eléctrica, de esas diminutas de una o dos bujías en un rincón. Yo no veía nada, no oía nada, no tocaba nada. No tenía la menor sensación. Pero Él estaba allí. Yo permanecía inmóvil, agarrotado por la emoción. Y le percibía; percibía su presencia con la misma claridad con que percibo el papel en que estoy escribiendo y las letras que estoy trazando. Pero no tenía ninguna sensación ni en la vista, ni en el oído ni en el tacto ni en el olfato ni en el gusto. Sin embargo, lo percibía allí presente con entera claridad. Y no podía caberme la menor duda de que era Él, puesto que lo percibía, aunque sin sensaciones ¿Cómo es eso posible? Yo no lo sé. Pero sé que Él estaba allí presente y que yo, sin ver ni oír ni oler, ni gustar, ni tocar nada, lo percibía con absoluta e indubitable evidencia... No sé cuánto tiempo permanecí inmóvil y como hipnotizado ante su presencia. Sí sé que no me atrevía a moverme y que hubiera deseado que todo aquello —Él allí— durara eternamente, porque su presencia me inundaba de tal y tan íntimo gozo que nada es comparable al deleite sobrehumano que yo sentía...

    Era una caricia infinitamente suave, impalpable, incorpórea, que emanaba de Él y que me envolvía y me sustentaba en vilo, como la madre que tiene en sus brazos al niño...¿Cómo terminó la estancia de Él allí? Tampoco lo sé. Terminó. En un instante desapareció. Una milésima de segundo antes estaba Él aún allí y yo lo percibía y me sentía inundado de ese gozo sobrehumano que he dicho. Una milésima de segundo después, ya Él no estaba allí, ya no había nadie en la habitación... Debió durar su presencia un poco más de una hora.

    Y fue tal el impacto recibido que decidió dedicar toda su vida al servicio de Dios. Fue ordenado sacerdote en 1940 y murió en Madrid el 7 de diciembre de 1942"

    “Ateos famosos convertidos Tomo I” - Padre Ángel Peña O. A. R.

  17. #17
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    Re: Testimonios de conversos

    Conversión Regina García

    “Yo he sido marxista": El 4 de mayo de 1936 había circulado en Madrid el rumor de que las religiosas y las damas catequistas estaban repartiendo entre los niños de los obreros caramelos envenenados para destruir de este modo la simiente comunista; y, en represalia, las turbas habían asaltado los conventos y cometido toda clase de crímenes dentro y fuera de ellos con las religiosas y las damas de Acción católica. Lo trágico para Regina fue que una de las personas maltratadas y dejadas por muerta, después de varias horas de maltrato, incluso darle varias puñaladas, fue la misma madre de Regina. No murió y pudo salvarse después del mucho tiempo que necesitó para curar las costillas rotas y todas las graves heridas recibidas.

    Su madre le dijo al verla: “Todo mi martirio lo ofrecí por ti para que Dios te envíe su gracia y te conviertas. Porque tú eres buena, pero estás ciega”. Yo sonreí con mi superioridad de mujer fuerte sobre aquella, para mí, entonces ingenua fe de mi madre. La admiraba por su amor a un Dios que solo enviaba a sus elegidos penas y tormentos, que ellos recibían como lo que hoy comprendo que son: regalos dilectísimos, ya que a cambio de ellos les da la purificación suprema que les haga merecedores de la suprema felicidad sin sombra de mal alguno.

    Regina, durante la guerra, ocupó puestos importantes en el gobierno Central sobre todo como directora de prensa (…) Tenía dos hijos pequeños. Refiere: Una madrugada, al volver del periódico, encontré mi niña con fiebre alta. Al ponerle el termómetro, se despertó de su modorra y me dijo: —Mami, estoy muy malita. Orino sangre y me duele la cintura por detrás.

    Al día siguiente, el doctor Muñoyerro diagnosticó una hematuria de carácter grave, dada la temprana edad de la niña, y recomendó un régimen alimenticio de frutas frescas, pescados blancos y zumo de uva sin fermentar.

    ¿Dónde hallar todo esto? De la Intendencia rusa, que era la mejor abastecida, sólo podía traer conservas y bebidas alcohólicas, que no me servían para mi enfermita. De los suministros españoles, nada había tampoco aprovechable para el régimen impuesto a mi hijita. El pescado, ni blanco ni azul lo veíamos desde hacía más de un año. Las frutas habían desaparecido. El zumo de uva, sin fermentar ni fermentado, no se encontraba en parte alguna, y sólo en la bodega del Ritz, convertido en hospital militar, en la posición “Jaca” y en el bar de Pedrero, había botellas de vinos y licores que no me servían en aquella ocasión.

    La niña, falta de los cuidados necesarios, empeoraba. Cada vez que regresaba de mi trabajo y hallaba a la niña peor, me volvía loca de pena. Mi hija era mi ilusión máxima.(…) Una noche la fiebre llegó a cuarenta y un grados y tres décimas… Yo lloraba, sin ánimo ya para nada. Recordaba mis tiempos de felicidad, con mi hijita sana, a mi lado y mi casa confortable, en la que nada faltaba para nuestra comodidad y regalo, en una España floreciente y en paz. ¿Qué había sido de todo aquello?

    ¿Encontraría una mano piadosa que me lanzase a través del balcón negro a buscar un mundo mejor? ¿Quién podría ser esa mano poderosa que así cambiase mi destino? Sólo Dios. Dios, que me castigaba ahora en la que yo más quería, en mi hijita, que seguía debatiéndose con la fiebre y la enfermedad; Dios, que existía y me hacía sentir su poder.

    Caí de rodillas y recé. Desde el fondo del corazón subían a mis labios las palabras aprendidas en la infancia: “Padre nuestro, que estás en los cielos”... De pronto, me di cuenta de que no tenía ninguna imagen ante la que orar. Yo quería un crucifijo. Sí, yo creía en Dios y necesitaba adorar la cruz y pedirle perdón por mis errores pasados; pedirle que no me castigase en la carne inocente de mi hijita y ofrecer la mía propia al castigo por cruel que fuese.

    En puntillas, fui a la habitación de mi madre y la desperté:

    —¿Qué pasa? —me preguntó con sobresalto— ¿La niña? ¿Está peor?
    —No lo sé, mamá; tiene mucha fiebre; pero no vengo por ella. Vengo a pedirte un crucifijo. Necesito rezar por mi hija…. y por mí.

    Mi madre se levantó de la cama, me abrazó llorando, fue a la cómoda donde guardaba sus cosas, y del fondo de un cajón sacó un crucifijo de madera incrustado de nácar, con la imagen del Redentor tallada finamente en marfil, valioso recuerdo de familia que mi madre estimaba mucho, y me lo entregó, diciendo, hecha un mar de lágrimas:

    —Sabía que este momento había de llegar. El Señor escuchó mis súplicas. Tómalo y consérvalo toda la vida en recuerdo de este instante, el más grande de tu existencia. Recemos juntas, para que no vuelva a abandonarte la fe.

    Juntas rezamos de hinojos. Mi alma subía a mis labios en la súplica emocionada. “Que no vuelva a dudar, Dios mío”, suplicaba mi madre entre sollozos. Y yo: “Señor, por mi hija y por mi fe, que no las pierda” (...) con el rosario en la mano, pasé rezando el resto de la noche (...) Encontraba tanto consuelo en rezar... Me parecía que alguien me escuchaba, que ya no estaba sola en mi pesar, que todo se arreglaría, porque Dios me admitía en su amor, como al hijo prodigo. La niña se fue calmando, la fiebre remitió, y a la mañana siguiente no se acordaba de nada de lo ocurrido en la noche, ni de su malestar.

    Cerca de las once, cuando yo me disponía a ir al Comisariado, vino a verme Ibrahim de Malcervelli, el caballero periodista americano. Me traía una botella de “Mostelle”, zumo de uva sin fermentar, procedente de la Embajada argentina, donde la había adquirido para mi hija, y me prometió proporcionarme cuantas necesitase, mientras la niña siguiese enferma. Por si esto fuese poco, por la tarde, Pedrero, extrañado de que no fuese a verle en tantos días, me llamó por teléfono preguntando la causa de mi retraimiento; y al saber que mi hija estaba enferma y necesitaba alimento especial, me ofreció un volante para que me dieran pescado blanco, de las raciones suministradas a los hospitales. ¡Dios escuchaba mis súplicas! ¡Dios me manifestaba su amor y me admitía por hija! Aquel día me sonaron peor los dislates y blasfemias de los milicianos: “Perdónales, Señor, que no saben lo que dicen”, rezaba desde el fondo de mi corazón, y sentía un consuelo ¡tan hondo!

    La niña entró en franca mejoría, y yo me prometí a mí misma cambiar de vida, buscar otro medio de subsistencia, dejar el Comisariado y el Estado Mayor, alejarme de los centros militares y políticos y dedicarme a una actividad civil.

    Después de la guerra la metieron en la cárcel por sus actividades a favor del gobierno marxista. Nos dice: Estando en la cárcel después de la guerra, donde estuve internada por once meses, los domingos y fiestas después de la misa asistía a las lecciones que nos daba don José Collado y una mañana, hablando del sacramento de la penitencia, hizo en mí tal impresión la palabra de este sacerdote que me pasé la noche meditando sobre la gracia. Al domingo siguiente, después de una confesión general hecha el día anterior, en la que puse a los pies de Dios todos mis errores y caídas, recibí al Señor en la Eucaristía.

    “Ateos famosos convertidos Tomo I” - Padre Ángel Peña O. A. R.

  18. #18
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    Re: Testimonios de conversos

    Conversión de Paul Claudel

    “«Así era el desgraciado muchacho que el 25 de diciembre de 1866, fue a Notre-Dame de París para asistir a los oficios de Navidad. Entonces empezaba a escribir y me parecía que en las ceremonias católicas, consideradas con un diletantismo superior, encontraría un estimulante apropiado y la materia para algunos ejercicios decadentes. Con esta disposición de ánimo, apretujado y empujado por la muchedumbre, asistía, con un placer mediocre, a la Misa mayor. Después, como no tenía otra cosa que hacer, volví a las Vísperas. Los niños del coro vestidos de blanco y los alumnos del pequeño seminario de Saint-Nicholas-du-Cardonet que les acompañaban, estaban cantando lo que después supe que era el Magníficat. Yo estaba de pie entre la muchedumbre, cerca del segundo pilar a la entrada del coro, a la derecha del lado de la sacristía. Entonces fue cuando se produjo el acontecimiento que ha dominado toda mi vida. En un instante mi corazón fue tocado y creí. Creí, con tal fuerza de adhesión, con tal agitación de todo mi ser, con una convicción tan fuerte, con tal certidumbre que no dejaba lugar a ninguna clase de duda, que después, todos los libros, todos los razonamientos, todos los avatares de mi agitada vida, no han podido sacudir mi fe, ni, a decir verdad, tocarla. De repente tuve el sentimiento desgarrador de la inocencia, de la eterna infancia de Dios, de una verdadera revelación inefable. Al intentar, como he hecho muchas veces, reconstruir los minutos que siguieron a este instante extraordinario, encuentro los siguientes elementos que, sin embargo, formaban un único destello, una única arma, de la que la divina Providencia se servía para alcanzar y abrir finalmente el corazón de un pobre niño desesperado: «¡Qué feliz es la gente que cree! ¿Si fuera verdad? ¡Es verdad! ¡Dios existe, está ahí! ¡Es alguien, es un ser tan personal como yo! ¡Me ama! ¡Me llama!». Las lágrimas y los sollozos acudieron a mí y el canto tan tierno del Adeste aumentaba mi emoción.

    ¡Dulce emoción en la que, sin embargo, se mezclaba un sentimiento de miedo y casi de horror ya que mis convicciones filosóficas permanecían intactas! Dios las había dejado desdeñosamente allí donde estaban y yo no veía que pudiera cambiarlas en nada. La religión católica seguía pareciéndome el mismo tesoro de absurdas anécdotas. Sus sacerdotes y fieles me inspiraban la misma aversión, que llegaba hasta el odio y hasta el asco. El edificio de mis opiniones y de mis conocimientos permanecía en pie y yo no le encontraba ningún defecto. Lo que había sucedido simplemente es que había salido de él. Un ser nuevo y formidable, con terribles exigencias para el joven y el artista que era yo, se había revelado, y me sentía incapaz de ponerme de acuerdo con nada de lo que me rodeaba. La única comparación que soy capaz de encontrar, para expresar ese estado de desorden completo en que me encontraba, es la de un hombre al que de un tirón le hubieran arrancado de golpe la piel para plantarla en otro cuerpo extraño, en medio de un mundo desconocido. Lo que para mis opiniones y mis gustos era lo más repugnante, resultaba ser, sin embargo, lo verdadero, aquello a lo que de buen o mal grado tenía que acomodarme. ¡Ah! ¡Al menos no sería sin que yo tratara de oponer toda la resistencia posible!

    Esta resistencia duró cuatro años. Me atrevo a decir que realicé una defensa valiente. Y la lucha fue leal y completa. Nada se omitió. Utilicé todos los medios de resistencia imaginables y tuve que abandonar, una tras otra, las armas que de nada me servían. Esta fue la gran crisis de mi existencia, esta agonía del pensamiento sobre la que Arthur Rimbaud escribió: «El combate espiritual es tan brutal como las batallas entre los hombres. ¡Dura noche!» (…) Pero el gran libro que se me abrió y en el que hice mis estudios, fue la Iglesia ¡Sea eternamente alabada esta Madre grande y majestuosa, en cuyo regazo lo he aprendido todo!».”

  19. #19
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    Re: Testimonios de conversos

    Conversión y bonito testimonio de Narciso Yepes

    Narciso Yepes (1927-1997) (…) historia universal de la guitarra (…)

    -Narciso, dígame una cosa con toda sinceridad.- ¿Qué es el triunfo para usted?

    -Me pide sinceridad total ¿no? Pues así le hablaré. Jamás me he preocupado por el éxito, ni por el triunfo, ni por el aplauso... Todo lo que me ha ido viniendo de aceptación, por parte del público o de la crítica, lo he recibido con las mismas dosis de alegría que de humildad. Yo soy humilde de cuna y creo que soy humilde de espíritu. Y en eso no pienso cambiar. Nunca me he envanecido, ni me he endiosado. El éxito no afecta al interior de mi ser. Dicho con más crudeza: mis entrañas no saben qué es la fama. Y eso es bueno. Uno sigue siempre aguijoneado por el instinto de superación. No considero jamás que en nada de lo que hago haya llegado a la cumbre.

    -Pero usted trabaja con sus partituras y su guitarra para dar esa música a otros...

    -Sí, ¿y qué?

    -Luego... está buscando un eco, y que le sea favorable.

    -Yo recreo la música, primero, para mi gozo solitario. Y, sólo después, para darla a oír a los demás. Cuando doy un concierto, sea en un gran teatro, sea en un auditórium palaciego, o en un monasterio, o... tocando sólo para el Papa, como hice una vez en Roma ante Juan Pablo II, el instante más emotivo y más feliz para mí es ese momento de silencio que se produce antes de empezar a tocar. Entonces sé que el público y yo vamos a compartir una música, con todas sus emociones estéticas. Pero yo no sólo no busco el aplauso, sino que, cuando me lo dan, siempre me sorprende..., ¡se me olvida que, al final del concierto, viene la ovación! Y le confesaré algo más: casi siempre, para quien realmente toco es para Dios... He dicho «casi siempre» porque hay veces en que, por mi culpa, en pleno concierto puedo distraerme. El público no lo advierte. Pero Dios y yo sí.

    -Y... ¿a Dios le gusta su música?

    -¡Le encanta! Más que mi música, lo que le gusta es que yo le dedique mi atención, mi sensibilidad, mi esfuerzo, mi arte..., mi trabajo. Y, además, ciertamente, tocar un instrumento lo mejor que uno sabe, y ser consciente de la presencia de Dios, es una forma maravillosa de rezar, de orar. Lo tengo bien experimentado. (…)

    -¿Siempre ha tenido usted esa fe religiosa que ahora tiene?

    -No. Mi vida de cristiano tuvo un largo paréntesis de vacío, que duró un cuarto de siglo. Me bautizaron al nacer, y ya no recibí ni una sola noción que ilustrase y alimentase mi fe... ¡Con decirle que comulgué por primera vez a los veinticinco años! Desde 1927 hasta 1951, yo no practicaba ni creía, ni me preocupaba lo más mínimo que hubiera o no una vida espiritual y una trascendencia y un más allá. Dios no contaba en mi existencia. Pero... luego pude saber que yo siempre había contado para Él. Fue una conversión súbita, repentina, inesperada... y muy sencilla. Yo estaba en París, acodado en un puente del Sena, viendo fluir el agua. Era por la mañana. Exactamente, el 18 de mayo. De pronto, le escuché dentro de mí... Quizás me había llamado ya en otras ocasiones, pero yo no le había oído. Aquel día yo tenía «la puerta abierta»... Y Dios pudo entrar. No sólo se hizo oír, sino que entró de lleno y para siempre en mi vida.

    -¿Una conversión a lo Paul Claudel, a lo André Frossard.... a lo san Pablo?

    -¡Ah..., yo supongo que Dios no se repite! Cada hombre es un proyecto divino distinto y único; y para cada hombre Dios tiene un camino propio, unos momentos y unos puntos de encuentro, unas gracias y unas exigencias... Y toda llamada es única en la historia...

    -Dice usted que «le escuchó», que «se hizo oír»... ¿he de entender, Narciso, que usted, allí junto al Sena, «oyó» palabras?

    -Sí, claro. Fue una pregunta, en apariencia, muy simple: «¿Qué estás haciendo?» En ese instante, todo cambió para mí. Sentí la necesidad de plantearme por qué vivía, para quién vivía... Mi respuesta fue inmediata. Entré en la iglesia más próxima, Saint Julian le Pauvre. Y hablé con un sacerdote durante tres horas... Es curioso, porque mi desconocimiento era tal que ni me di cuenta de que era una iglesia ortodoxa. A partir de ese día busqué instrucción religiosa, católica. No olvide que yo estaba bautizado. Tenía la fe dormida Y... revivió. Y ya desde aquel momento nunca he dejado de saber que soy criatura de Dios, hijo de Dios... Un hombre con una cita de eternidad que se va tejiendo y recorriendo ya aquí en compañía de Dios. Así como hasta entonces Dios no contaba para nada en mi vida, desde aquel instante no hay nada en mi vida, ni lo más trivial, ni lo más serio, en lo que yo no cuente con Dios. Y eso en lo que es alegre y en lo que es doloroso, en el éxito, en el trabajo, en la vida familiar, en una pena honda como la de que te llame la Guardia Civil a media noche para decirte que tu hijo ha muerto...

    -Esa noticia, ese desgarro, ¿no le hizo encararse con Dios y... pedirle explicaciones? ¿Lo aceptó a pie firme?

    -¿Pedirle explicaciones? ¿Por qué iba a hacerlo? Sentí y sigo sintiendo todo el dolor que usted pueda imaginarse..., y más. Pero sé que la vida de mi hijo Juan de la Cruz estaba amorosamente en las manos de Dios... Y ahora lo está aún con más plenitud y felicidad. Por otra parte (…) cuando se vive con fe y de fe, se entiende mejor el misterio del dolor humano. El dolor acerca a la intimidad de Dios. Es... una predilección, una confianza de Dios hacia el hombre.

    -Dios trata duro a los que quiere santos...

    -Pues... sí. Así es. Pero no es el trato duro, áspero e insufrible de un todopoderoso tirano, sino..., ¿sabré hacerme entender? la caricia de un padre que se apoya en su hijo. Y esa caricia... limpia, sosiega y enriquece el alma. Y se obtiene la certeza moral y hasta física de que la muerte ha de ser un paso maravilloso: llegar, por fin, a la felicidad que nunca acaba y que nada ni nadie puede desbaratar... ¡Empezar a vivir de verdad! (…) Es tremendo que el hombre, por cuatro cachivaches técnicos que ha conseguido empalmar, se haya creído que puede prescindir de Dios y trate de arreglar esta vida con su solo esfuerzo... Pero ¿qué está consiguiendo? No es más feliz, no tiene más paz, no se siente más seguro, no progresa auténticamente, pierde el respeto a los demás hombres, utiliza mal los recursos creados..., y él mismo es cada vez menos humano. La sociedad tecnificada y postindustrial de este siglo que vivimos ha perdido su norte. Está equivocada. Marcha fuera del camino...; por eso no avanza verdaderamente. Y esto lo afirmo y, si me lo pone por escrito, lo firmo

    -Otra cuestión: de un tiempo a esta parte, y refiriéndose a terroristas que han asesinado, se dice «no es posible estrechar unas manos manchadas de sangre». Mi pregunta es comprometedora. Yepes, ¿usted daría la mano a un etarra asesino?

    -Hay manos que se manchan de sangre apretando un gatillo, hay manos que se manchan de sangre provocando una guerra o practicando un aborto... Hay manos que se manchan firmando leyes que van contra la Ley Natural... Pero no hay ninguna mano definitivamente indigna. El hombre, por muy abyecto que sea, siempre está a tiempo para dejar de serlo. Vivir es eso: estar todavía a tiempo. (...)”

  20. #20
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    Re: Testimonios de conversos

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    "Maurice Caillet, médico ginecólogo ateo y masón. Practicó muchos abortos y la esterilización en hombres y mujeres. Iniciado como masón cuando ya estaba divorciado de su mujer con la que tenía tres hijas, empezó una nueva relación con Claude (…) pero debía pasar a su esposa una cantidad de dinero que consideraba exagerada (…) los hermanos masones le ayudaron. El Venerable me confió en secreto que uno de los presidentes del tribunal de apelación que debía juzgar mi divorcio era “hermano nuestro”, pero que por razones de discreción no venía a nuestras reuniones. Contactó con él y, contraviniendo las normas vigentes en Francia, el juez me recibió en su casa (…) Estudió mi expediente, me aconsejó mi defensa y me garantizó su apoyo. El año que siguió, el tribunal (…) se pronunció (…) ordenando costas compartidas en lugar de ponerlas todas a mi cargo, y redujo la pensión alimenticia… Pude entonces casarme (por lo civil) con Claude. Esta boda se completó en la logia con una ceremonia de reconocimiento conyugal.

    Mi esposa padecía trastornos en forma de úlceras en todo el aparato digestivo, que eran muy dolorosas y reducían a casi nada su alimentación. Ni mis colegas de la facultad ni un curandero famoso encontraban explicación ni remedio. Tuvo que permanecer en cama durante varios meses (…) se me ocurrió una idea impropia de un masón ateo: proponer a Claude que, durante nuestro camino de regreso a Bretaña, nos detuviéramos en Lourdes. Llevé a Claude al santuario... Se celebraba una misa. Yo no había seguido nunca una eucaristía y no había prestado atención en las bodas y funerales en los que había asistido como parte de la obligada vida social... En un momento dado, el sacerdote se levantó y leyó con solemnidad: “Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis... Palabra de Nuestro Señor Jesucristo”. Me quedé estupefacto: esta frase, que había escuchado durante la primera iniciación [como masón], eran palabras de Jesús... De repente, escuché con claridad en mi cabeza una voz dulce que me decía: “Está bien, pides la curación de Claude, pero ¿qué ofreces tú?”. Durante un tiempo, que no puedo determinar, quedé fascinado por esta locución interior, incapaz de seguir el desarrollo de la misa... Sólo recobré, de alguna manera la conciencia, cuando el sacerdote elevaba la hostia en la cual, por primera vez en mi vida, reconocí a Jesús bajo las apariencias de pan. Era la luz que había buscado en vano a lo largo de múltiples iniciaciones… Al terminar la misa, seguí al sacerdote hasta la sacristía y, sin más preámbulos, le pedí el bautismo sin saber que para los adultos es indispensable una preparación.

    Claude se sorprendió, creyendo que se trataba de una broma o que me había vuelto loco... Sin embargo, en el camino de regreso mi curiosidad insaciable sobre las cuestiones de la fe y la vida cristiana, sobre la forma de rezar y mi insistente deseo de ser bautizado, terminaron por convencerla (…) para sorpresa mía, algunas de mis convicciones más arraigadas se derrumbaron en unas horas (…) al manifestar su conversión, los hermanos dejaron de dirigirle la palabra. El sábado de Pascua recibió el bautismo y confirmación. Claude estaba presente y curada sin que se hubiera aplicado ningún nuevo tratamiento. A partir de su conversión, el hermano jefe de su trabajo comenzó a hostilizarlo para que dimitiera, bajándole de categoría. Quiso acudir a los tribunales para que respetaran sus derechos. Pero un día recibí la visita de un “hermano”, quien, con la mayor frialdad, me dijo que, si pleiteaba ante la magistratura laboral, ponía en peligro mi vida y él no podría hacer nada para protegerme… Nunca imaginé que se pudiera estar amenazado de muerte por conocidos y honorables “hermanos” masones de nuestra ciudad...

    En ese tiempo, continuaba levantándome pronto cada mañana para rezar el rosario y leer los Evangelios. Poco tiempo después de mi bautismo, me apunté a un curso por correspondencia para obtener un diploma de propedéutica en teología."

    “Ateos famosos convertidos Tomo II” - Padre Ángel Peña O. A. R.

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