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ALEMANES EN EL NORTE DEL SANTO REINO DE JAÉN
Pablo de Olavide, el volteriano, Superintendente de las Nuevas Poblaciones
Merodeando alrededor de la Historia de La Carolina -divertido con la idea que se me ocurrió el otro día, la de sugerir la instauración de una Oktoberfest-, los datos que van asomando son harto curiosos, por lo que espero que los amigos lectores de LIBRO DE HORAS pasen un agradable rato leyendo una relación de estos hallazgos que, por breve que sea, tanto nos descubren nuestro pasado.
TRANCO PRIMERO:
LOS PRIMEROS PASOS DE LA COLONIZACIÓN ALEMANA EN LA CAROLINA: EL ENCICLOPEDISMO REVOLUCIONARIO DE UN HEREJE
La colonización de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena se diseñó allá por 1766. El peruano Pablo Antonio José de Olavide (1725-1803) sería el protagonista indiscutible de la primera hora. Venido a la metrópoli peninsular, Olavide había escalado puestos en la administración, volteriano y nada es de extrañar que también fuese masón, Olavide fue nombrado Intendente de Sevilla, Subdelegado de todas las rentas de la Ciudad y Reino de Sevilla, así como Superintendente de las Nuevas Poblaciones.
En 1767 se trasladó de Madrid a Sevilla, desde donde desplegó el Plan de Repoblación de La Peñuela, Santa Elena y Guarromán. Desde 1766 se había apalabrado con un capitán bávaro, Juan Gaspar von Thürriegel, la captación de 6.000 colonos alemanes, flamencos y suizos: "todos católicos y labradores, artesanos jóvenes y de buena salud", prestos a colonizar Puerto Rico o cualquier punto español de América. Pero el Consejo de Castilla, convencido de la falta que hacían en los baldíos de Sierra Morena dispuso que repoblaran el Camino de Andalucía, levantando las Nuevas Poblaciones que modificarían el aspecto selvático de aquellos parajes que eran paso obligado de las Andalucías a la Villa y Corte de Madrid. Terrenos abruptos, montuosos y desolados, aquellos paisajes agrestes eran escondrijo de bandoleros y gente de mal vivir. Mediante el repoblamiento de aquellas tierras se pretendía civilizar ese tránsito de La Mancha a Andalucía.
THÜRRIEGEL, EL PÍCARO DE BAVIERA
Pero el aventurero Thürriegel no hizo honor a la buena fama de la honestidad alemana, y en vez de reclutar lo que en principio se había convenido, alistó en el convoy de colonos a gentes de bien y a otras gentes que no satisfacían las expectativas. Cada colono recibiría 38 hectáreas de tierra, para cultivar y sobre ellas levantar su cortijo, 1 yunta de vacas, 1 cerda de criar, 6 gallinas, un gallo, 20 fanegas de trigo, 6 de cebada, un azadón, una azada, un arado y dos rejas. Muchos de ellos, contra lo que se había estipulado, no habían sembrado jamás en su vida. Las poblaciones que habrían de levantarse serían:
La que por estas fechas y todavía hoy se llama La Carolina se alzó sobre el yermo otrora nombrado de La Peñuela (que desde el siglo XVI había sido paraje de eremitas, entre los cuales destaca San Juan de la Cruz), con sus aldeas: Fernandina, Isabela, Navas de Tolosa, Ocho Casas y Vista Alegre; Carboneros, con sus aldeas: Acebuchar, Los Cuellos, La Escolástica y La Mesa; Guarromán con sus aldeas: El Altico, Martín Malo, Los Ríos y El Rumblar; Santa Elena con las suyas: Las Correderas, La Aliseda, El Portazgo, Miranda del Rey y Venta Nueva; Arquillos Nuevo con sus aldehuelas: Buenos Aires y Santa Cruz.
Los documentos que existen apuntan que la decepción de los recién llegados fue monumental. Thürriegel había engañado a los ilustrados de Carlos III, pero también había embaucado a los pobres centroeuropeos que llegaron, sin que nadie les hubiera dicho que había que desmontar y trabajar duro para hacer labrantías lo que eran tierras bravías. Para evitar la deserción de estos, se instalaron entre ellos soldados de guarnición que lo mismo cooperaban con los colonos que los vigilaban estrechamente, para que ninguno escapara.
El masón y libertino Giacomo Casanova
LA "HEIMWEH" ALEMANA... SU NOSTALGIA POR LA "PATRIA CHICA"
El desencanto entre los alemanes, flamencos y helvéticos llegó a tales extremos que Olavide se hizo aconsejar por alguien que, debido a su mundología, podría darle alguna razón, Giacomo Girolamo Casanova (1725-1798), así nos lo cuenta el mismo aventurero seductor:
"En aquellos tiempos, el gabinete de España se ocupaba de una bonita operación. Se había hecho venir a mil familias de diferentes cantones de Suiza para enviarlas a vivir en la bella comarca desierta llamada Sierra Morena, nombre célebre en Europa y muy conocido de todos los que han leído la obra maestra de Cervantes, la soberbia novela que narra la historia de Don Quijote. Este lugar había recibido d ela naturaleza todas las condiciones necesarias para hacerlo habitable; clima excelente, tierra fértil, aguas puras, situación muy favorable, porque las sierras, que significa montañas, están entre los reinos de Andalucía y Granada; y, a pesar de ello, este hermoso país, esta habitación vasta y deliciosa se encontraba desierta.
[...]
Don Pablo Olavide, en las memorias que había presentado para la mayor prosperidad de esta colonia, había dicho que era preciso excluir todo establecimiento de frailes, y daba sus buenas razones; pero aunque hubiera demostrado su inhabilidad con el compás en la mano, no ha hecho falta más para convertir en enemigos suyos a todos los frailes de España, e incluso al obispo de cuya diócesis era parte Sierra Morena. Los curas españoles decían que tenía razón, pero los frailes le llamaban impío y ya empezaban las persecuciones; y de ello se habló a la mesa del embajador. Después de haberles dejado hablar cuanto quisieron, he dicho lo más modestamente que he podido que la colonia se esfumaría en pocos años debido a varias razones físicas y morales. La principal que he alegado fue que el suizo era un mortal diferente en especie de los demás hombres. Es -les dije- una planta que, trasplantada fuera de terreno en el que ha nacido, muere. Lo suizos son víctimas de una enfermedad que se llama Heimvéh (sic), que quiere decir regreso a la que los griegos llaman nostalgia; cuando se encuentran alejados de su país, al cabo de algún tiempo, la enfermedad en cuestión les sorprende y el único remedio es el regreso a su patria; si no lo emplean, mueren."
La "Heimweh", -forma correcta- (esto es: la nostalgia por el país natal -Heimat-), podía ser motivo incluso de muerte entre los colonos. Casanova ofreció un consejo a Olavide que, como receta de Casanova era la que de él cabía esperar: según Casanova, el mejor remedio para la "Heimweh" sería fomentar la cópula de colonos alemanes con aborígenes españoles; según explica Casanova más adelante: el maridaje de colonos con población autóctona paliaría la nostalgia de los colonizadores de Sierra Morena. Ya se ve que para Casanova no había cosa que no pudiera arreglar un "buen ayuntamiento carnal".
El mismo año en que fueron expulsados los jesuítas se consumó el asentamiento de los primeros colonos extranjeros. Era el año 1767. Costó mucho que los centroeuropeos se aclimataran a los rigores caniculares de Andalucía. En 1768 la mortandad, debida a los tabardillos y otras epidemias, causó estragos entre los alemanes. Por si fuera poco, los pueblos españoles que lindaban con las Nuevas Poblaciones vieron con malos ojos que aquellos extranjeros fuesen favorecidos por la Corona que, para repoblar Sierra Morena, le regalaba las hazas a la forastería: no faltaron episodios de ataques en que se les quemaron las barracas en que los alemanes, a falta de recio caserío, habían sido hacinados.
NUEVAS POBLACIONES, ¿UTOPÍA ENCICLOPEDISTA?
Llevamos dicho que Olavide era volteriano y que no nos extrañaría que se encontrase su plancha de masón. Bajo la égida de este ilustrado, el proyecto de las Nuevas Poblaciones era prácticamente la posibilidad de realizar una utopía: la construcción de nueva planta de unas ciudades llamadas a ser expresión acabada del espíritu de la Ilustración. Por eso, comprenderemos la fisionomía de La Carolina desde esos parámetros, como bien indica Chueca Goitia:
"En el urbanismo dieciochesco español merecen destacarse los nuevos poblados de la colonización de Sierra Morena y otras zonas andaluzas llevadas a cabo durante el reinado de Carlos III y con el impulso de Olavide. Urbanísticamente la planificación más interesante es la de La Carolina (Jaén). Dentro de un plano en cuadrícula se introducen ejes perspectivos relacionando plazas rectangulares, exagonales y circulares bien valoradas por una arquitectura sencilla y uniforme".
Olavide no podía prescindir del clero, pues -recordemos- los colonos eran católicos. Pero se aseguró que la atención espiritual -se entiende que católica- de aquellas colonias fuese la mínima, por lo que estableció obstáculos rigurosos para que los capuchinos españoles no pudieran misionar en las Nuevas Poblaciones. Según John Lynch: "había provocado a la elite social y religiosa de Andalucía, pero lo que causó su caída fue su determinación de mantener alejados de Sierra Morena a los capuchinos". Casanova también aludía a ello en su pasaje textual más arriba transcrito. El cuidado espiritual estaba a cargo de capuchinos alemanes, bajo Juan de Lanes y Duval.
En 1776 Olavide fue procesado por la Inquisición. Acusado de hereje, el Santo Oficio lo condenó a 8 años de reclusión en un monasterio de La Mancha, confiscándosele las muchas propiedades que había ido afanando durante los años de favor político. Con la ayuda de sus "contactos" no fue difícil para él escapar de la condena inquisitorial; la Suprema no era ya, por aquel entonces, ni sombra de lo que había sido. Olavide se exilió a Francia. Y en Francia le sorprendió la Revolución Francesa. Aquel episodio cruel le enseñó algo muy importante: "lo que no habría sospechado quince años antes, que existía bajo el sol algo más formidable que la Inquisición"... Y pudo comprobar que el Terro jacobino era, en todas sus dimensiones, peor que las mazmorras inquisitoriales. Olavide escapó también de la guillotina y, con el tiempo, regresó a España para morir en Baeza, muy cerca de La Carolina, en 1803.
Pero por mucho que la experiencia de la Revolución francesa hubiera atemperado en sus opiniones políticas a Olavide Las Nuevas Poblaciones habían sido. bajo el mandato del Superintendente Olavide, focos de enciclopedismo. Se había ensayado, durante su gobierno local, la puesta a punto de una sociedad racionalista, enajenada de la Santa Religión... Una sociedad que, según estos visionarios ilustrados, sería la residencia de la felicidad terrena. Y no decimos lo de "focos enciclopedistas" a la ligera. La polución revolucionaria puede constatarse si consideramos una anécdota muy elocuente: un ejemplar de la "Enciclopedia" -ese pestífero órgano revolucionario de Denis Diderot- fue escondida en el Altar Mayor de la Iglesia de La Carolina, donde fue descubierta ocasionando un grandioso escándalo. Se atribuyó esta profanación a Juan Miguel de Camaño, 1º oficial de la Secretaría del Superintendente Olavide. Olavide, laico masonizado que se fingía "católico reformista" (cuando en verdad era un hereje) también alimentaba en La Carolina el embrión de una Sociedad Económica que luego se trasladaría a Baeza. Olavide ridiculizaba a Fray Romualdo de Friburgo, capuchino tudesco que lideraba a los colonos católicos. Olavide (no olvidemos que no era ninguna jerarquía de la Iglesia, sino que Olavide era un laico cuya comunión con la Santa Iglesia estaba más que en dudas) Olavide, decimos, interfería en cuestiones litúrgicas, lo que ocasionó el enfrentamiento con el sector de católicos íntegros alemanes, liderado por el más arriba mencionado Fray Romualdo de Friburgo.
Pero, por mucho que Olavide hubiera conspirado para impedir la atención espiritual de los colonos, su caída en desgracia permitió que la Contra-Revolución llegara también a La Carolina, y la Contra-Revolución llegó de la mano de uno de los santos más grandes del siglo XVIII español: Beato Fray Diego José de Cádiz.
Lo veremos mañana, si Dios quiere.
Nota: Cuando en este texto decimos "alemanes" nos referimos a los colonos flamencos, alemanes y helvéticos que vinieron a Las Nuevas Poblaciones de Carlos III; sin entrar en mayores pormenores sobre su oriundez, bien hubiera que buscar ésta en un cantón germanófono o un land germánico.
Queremos también expresar que, debido a las prisas que nos acucian hoy, hemos redactado esta entrada de bitácora de una manera que, con mucha probabilidad, haya descuidado el estilo. Prometemos volver sobre este texto cuando tengamos tiempo, para dejarlo en plena forma. Mientras tanto, disculpen los descuidos y erratas que hayamos podido cometer. Gracias.
BIBLIOGRAFÍA A CONSULTAR:
"Jaén en el siglo XVIII", José Fernández García.
"Historia de mi vida", G. G. Casanova.
"La España del siglo XVIII", John Lynch.
"Breve historia del urbanismo", Fernando Chueca Goitia.
Publicado por Maestro Gelimer en 21:04 0 comentarios
ALEMANES EN EL NORTE DEL SANTO REINO DE JAÉN (TRANCO SEGUNDO)
Beato Fray Diego José de Cádiz, apóstol capuchino.
TRANCO SEGUNDO
TRAS LA COLONIZACIÓN DE LAS NUEVAS POBLACIONES...
THÜRRIEGEL, AGENTE DE LA LEYENDA NEGRA ANTI-ESPAÑOLA
En Europa se armó buena. El falaz Thürriegel había ganado un fortuna embaucando a los incautos reclutas que vinieron a colonizar Sierra Morena: casi 400 reales por persona en Alemania. Disminuidos físicos, ancianos y malhechores de la plebícula fueron alistados en mayor número que alemanes laboriosos y sanos. Thürriegel había engañado a España y a los colonos. Para llenar su bolsa, Thürriegel había silenciado a los potenciales reclutas de la repoblación las condiciones en que encontrarían los lugares que tenían que colonizar, con la misma frescura con la que -desoyendo las cláusulas del contrato con España- había incorporado a la expedición a lisiados, ancianos y gente de mal vivir. Se difundió en Europa la mala fama de estafador de Thürriegel. Y éste, para defenderse de ello, cargó contra España -acusándonos a los españoles de lo que hoy llamaríamos "xenofobia" y maltratos- haciendo gala de una ingratitud portentosa; pues se había convertido en un hombre rico a costa del erario español. Los déspotas ilustrados de Europa -sobre todo Austria y Rusia- se sirvieron de la leyenda negra que Thürriegel inventó, para de esta forma impedir la fuga de más alemanes a España y, sirviéndose de ellos, emplearlos en sus propias estrategias de colonización.
LA SINAPIA DE SIERRA MORENA
Con independencia de ello, ya los tenemos aquí asentados. Para 1770 se habían instalado 1.585 familias: más de 6.500 individuos. Se habían edificado 1.500 viviendas y los edificios públicos de estas poblaciones. En la mentalidad enciclopedista de los directores de la repoblación de Sierra Morena había un ingrediente utopista muy definido. En palabras de un estudioso, D. Miguel Avilés:
"No nos parece descabellado relacionar el modelo sinapiense con la Colonización de Sierra Morena. Releer la historia del plan de Olavide a la luz de la Sinapia, reserva, ciertamente, agradables sorpresas [...] Una sociedad donde se han suprimido los mayorazgos y manos muertas, donde la asistencia a la escuela primaria es obligatoria. Sin labradores que no fuesen ganaderos ni ganaderos que no fuesen labradores. Con viviendas diseminadas por los campos y concebidas con una jerarquía urbanística que recuerda de alguna forma la de Sinapia, etc."
Hemos de decir, para entender esta cita, que La Sinapia es una utopía de un autor español anónimo del siglo XVIII, inspirada en la "Utopía" de Santo Tomás Moro, en la "Ciudad del Sol" de Tomasso Campanella, y la "Nueva Atlántida" de Francis Bacon.
Aunque no fuese de forma declarada, Olavide había puesto -como referíamos en una entrada anterior a esta- serias trabas para el libre tránsito misionero de los capuchinos españoles, restringiendo muy severamente el radio de acción de los religiosos. También apuntábamos el escándalo de descubrirse un ejemplar de la "Enciclopedia" en el mismo Altar Mayor de la Iglesia parroquial de La Carolina. Con la caída en desgracia de Pablo de Olavide, tras su proceso inquisitorial en el que tanto tuvo que ver Fray Romualdo de Friburgo y el Señor Obispo de Jaén, La Carolina y las Nuevas Poblaciones podrán beneficiarse de las predicaciones misioneras de los capuchinos.
MIGUEL DE ONDEANO, NUEVO INTENDENTE DE LAS NUEVAS POBLACIONES
Y el apóstol capuchino por excelencia del siglo XVIII no era otro que el Beato Fray Diego José de Cádiz, gigantesca figura que se alza como voz profética de las calamidades que están por venir. Tras la defenestración de Olavide, fue nombrado nuevo Intendente Fernando de Quintanilla que fue destituido por sus exigencias en 1774, nombrándose a Miguel de Ondeano para tal desempeño. Con Ondeano se acometieron una serie de medidas que contribuyeron grandemente a la corrección de las condiciones en que, por la precipitación, se había instalado la colonia: construcción y reparación de viviendas, avance de los desmontes, un proyecto que pudiéramos calificar de paleo-ecologismo al cuidar -mediante la tala selectiva- la flora salvaje, el exterminio de las alimañas (lobos, zorros y aves granívoras) y Ondenado, por último, fue quien levantó la iglesia de Santa Elena. Fue mucho más eficaz en la práctica que Olavide, y un católico ejemplar que protegió a los misioneros que transitaban por La Carolina, hospedándolos en La Carolina.
BEATO FRAY DIEGO JOSÉ DE CÁDIZ... EL SANTO DE LA CONTRA-REVOLUCIÓN DEL SIGLO XVIII
Y tal fue el caso de Beato Fray Diejo José de Cádiz.
Este santo apóstol capuchino recorrió España predicando el Evangelio. Y varias veces predicó en el Santo Reino de Jaén con copiosos frutos espirituales.
En Andújar Fray Diego compuso, a la mayor gloria de Dios y honra de su Santísima Madre la Virgen María, el Oficio Canónico de la Divina Pastora, advocación mariana que le había sido revelada a Fray Diego; este Oficio contó muy pronto con la aprobación de la Sagrada Congregación de Ritos. Por experiencia perrsonal puedo decir que en Andújar el recuerdo de Fray Diego José de Cádiz está todavía vivo, y que hacemos todo por alentarlo para que no se extinga. Y es que son muchos los rincones de la vieja Andújar en los que predicó este varón apostólico. He tenido la gracia de rezar, cerca del Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza, en una ermita en que Fray Diego predicó a su paso por Andújar: las bendiciones que en esos lugares por los que pasó Fray Diego todavía se reciben son difícilmente comunicables a quien no tiene el don sobrenatural de la Fe.
El apóstol capuchino era andarín, y pocas veces -según revela en su epistolario- aliviaba el cansancio de las caminatas montando en el jumento que el P. Eusebio y él llevaban, como única caballería, para recorrer España. Su compañero de caminos, el también capuchino P. Eusebio, cayó enfermo de erisipela en Cabra, cuando se dirigían ambos a Andújar. Las cartas que envía Fray Diego al P. Francisco Javier González, su director espiritual, forman un anecdotario muy sabroso que nos permite contemplar una sociedad, la española, que en las últimas décadas del siglo XVIII todavía permanecía fiel a la Santa Iglesia, todavía sin corromper pese a los casos de herejes, extraviados por las modas masónicas de la Ilustración: Pablo de Olavide, pongamos por caso era uno de estos hasta que la Revolución Francesa lo convirtió.
Todos los estamentos se alborotaban a la llegada de Fray Diego. En los pueblos del Reino de Jaén por los que pasaba se recibía a los capuchinos con vítores: "¡Ave María Purísima! ¡Viva Fray Diego que Dios nos lo ha traído!". Y hasta tal punto llegaban las expresiones de fe popular que los dos frailes tenían que hacerse acompañar por una escolta de soldados que contenían a las multitudes, no siempre con éxito, protegiendo a los frailes de Dios del fervorín popular. Todos: los pobres, los tullidos, los sanos, las damas principales, los hidalgos, los labriegos, los pastores, todos querían allegarse a los frailes, para tocar el hábito, para besar sus pies, para recibir la bendición:
"Las ansias de las gentes por la misión -escribe relatando la misión de Andújar el mismo Fray Diego en carta a su director, el P. González- puede usted inferirlas de que algunos estuvieron dos o tres días antes esperando a muy larga distancia, hasta las doce o dos de la madrugada, en medio de los campos, con el escaso abrigo de algún fuego": era el crudo invierno de 1782, lluvias torrenciales y hasta nieve.
En Arjona y Arjonilla, se repite el fervor de las muchedumbres cristianas: "sería nunca acabar, Padre de mi alma, querer relacionar los excesos de las gentes del Reino Santo de Jaén y sus inmediaciones." -escribe en otra epístola.
No era para menos. La santidad de los santos varones que están llenos de Dios, como era Fray Diego José de Cádiz, tiene la propiedad de irradiar, contagiar, impregnar lo que toca. La virtud de encender los corazones está en ellos, por estar ellos repletos de Dios; y el fuego sagrado con el que incendian la tierra dura a través de las generaciones. Y tengamos en cuenta que Fray Diego José era un santo de armas tomar.
Hacía gala de una santidad combativa, belicosa, que poco tiene que ver con esa blasfema caricatura del santo melifluo y empalagoso; no existe el "santo-voluntario de una ONG", existen los santos guerreros que pugnan contra sus vicios y contra los vicios de sus contemporáneos. Fray Diego José era de los santos de verdad, y no de esos santurrones de almíbar para cretinos pacifistas. Fray Diego José de Cádiz predicaba la Santa Cruzada contra la Revolución. Así lo hizo en su libro "El soldado Católico en Guerra de Religión" que, escrito bajo la forma de epístola instructiva, lo dedicó a su sobrino, D. Antonio Ximénez y Caamaño, a la sazón soldado del Regimiento de Infantería de Saboya. Este texto ascético-histórico-político del Santo Apóstol capuchino es un documento harto elocuente de la contemplación y acción contra-revolucionarias de un santo predicador de la Cruzada contra los revolucionarios jacobinos.
Sí: Fray Diego José de Cádiz era un activo contra-revolucionario, consciente de serlo, perfecto cumplidor de la Voluntad de Dios, un Profeta del siglo XVIII para lo que estaba por venir: el revolucionario siglo XIX, liberalesco y descreído, corruptor y anárquico.
Para ello, para armarse contra el enemigo, Fray Diego fue durante su vida en religión una alma de fuego, inflamada en amor a Cristo, alimentando ese amor con sus mortificaciones y la oración mental. Y no sólo se mortificaba en las largas marchas por los caminos de España: con sol, con viento, bajo la lluvia o bajo la nieve. Estará bien que, en tiempo de Cuaresma, recordemos que las mortificaciones de Fray Diego José de Cádiz eran tan severas que su Padre Director tuvo que obligarlo a aflojar las duras penitencias que se aplicaba.
No obstante, oigamos a Fray Diego: "De mortificaciones corporales, hago muy pocas...". ¡¡¡Muy pocas!!! "Muy pocas...", para él eran: "Cilicios tres, para mientras estoy predicando: Disciplina el día que hay proporción, que son bien raros; dormir sobre las tablas, cuando se puede, sin reparo; excuso comer dulces y toda vianda preciosa o delicda, contento con usar o tomar un plato y algún postre, especialmente en ocasión de convite en la casa de los Síndicos o de alguna abundancia que pongan en la mesa; duermo por lo común cinco horas, sin el rato de la siesta...".
Uno de los cilicios lo tenía ceñido al pecho, rodeándole con sus púas la espalda. Con hombres así... ¿Cómo no iba a vibrar un pueblo?
Si nosotros y nuestros contemporáneos entendiéramos la profunda sabiduría de la mortificación, de esa oración que se hace con el cuerpo, muy otro sería nuestro mundo.
Pero, por hoy, aquí lo dejamos... Y mañana, si Dios quiere, veremos lo que hizo Fray Diego José de Cádiz en nuestra muy querida ciudad capital de Las Nuevas Poblaciones de Carlos III, La Real Carolina.
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