Hace muy poco he compartido mesa con unos jóvenes amigos que asistieron varios años a los campamentos "Cruz de Borgoña". A consecuencia (probablemente) de lo cual, no son carlistas (ni siquiera lo fingen militando en el grupo tronovacantista que se pretende dueño exclusivo de las siglas CTC), ni católicos (uno de ellos, al menos, dirá que sí: pero si ser católico significa -y lo significa- creer sin sombra de duda todo lo que enseña la Santa Madre Iglesia, por supuesto que no).
Campamentos mixtos (contra el sentido común y contra el magisterio de la Iglesia), capellán no carlista por propia confesión, cuya liturgia tiene de católico lo que la de Taizé, y su enseñanza "juanpablosegundotequieretodoelmundo", lalalá, está seguramente acorde con lo de las chicas en pantalones y los niños varones blanditos, blanditos; pero no con pelayos ni con margaritas. Escudo real (véanse las fotos) con el Sagrado Corazón de Jesús, sí, pero sin el Inmaculado Corazón de María que mandó poner Javier I (en la línea de la falaz mentira de que el carlismo dinástico termina en 1936; en la línea antimariana, también, del Concilio Vaticano II y la cuarentena subsiguiente).
En fin: nada de que alegrarse, me parece. ¡Qué desperdicio!
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