La Fe auténtica sí se puede imponer y debe imponerse. El problema es el “cómo”.

La tesis católica correcta, antes de la catástrofe conciliar y de la Ley de Libertad de Cultos en España derivada de la anterior, (ambas de mediados de los años sesenta), era la de que en las naciones de mayoría católica el Estado tenía obligación de ser católico y promulgar leyes que no fueran contrarias a la religión católica y a ser posible asentir a lo que la Iglesia dijera en las materias mixtas Iglesia-Estado.

Lo cual no quiere decir que se obligara a todo el mundo a ser católico (y a imponerle la fe), sino que el no-católico habría de serlo a pesar del entorno católico: es decir, que todo operaba para que el católico lo siguiera siendo y que el que no lo fuera o quisiera dejar de serlo lo fuera por convicción personal, pero sin violentarle la conciencia en absoluto: si no quería ir a misa no iba y se acabó; si no quería casarse por la Iglesia, que apostatara y se casara por lo civil…etc. Lo cual tampoco le daba derecho a publicar escritos anticatólicos y a ejercer públicamente otros cultos (eso podía hacerlo sólo en privado).
Se respetaba que una mayoría católica quería “democráticamente” una legislación en sentido católico.

El problema de “imponer” la fe y el evangelio dentro de ese contexto no tiene sentido, dado que se parte de que la mayoría de la población es católica. Lo que no se quería en absoluto era que se impusieran las tesis laicas de los anticatólicos.
EL TERMINO MEDIO ES CASI IMPOSIBLE entre unas y otras.

Pero repito que imponer forzosamente “en conciencia” siempre ha estado prohibido por la Iglesia, al menos en los tiempos modernos.

Lo cual no da derecho a pasar a la tesis contraria como se ha hecho (con los previsibles resultados catastróficos que padecemos): que para no “violentar” a una minoría de ateos, el Estado de una nación mayoritariamente católica (como España) ha de legislar en sentido laico; que es la nefasta tesis que desde el Vaticano II se ha inculcado a todos los católicos de naciones originariamente de mayoría católica, que ya lo tienen asumido como un dogma de fe.