La verdad DON COSME es que lo que conocía bien era Mallorca. Y digo conocía, porque ya hace bastantes años que no he vuelto a visitarla. Recuerdo muchos lugares y rincones pero, por las anécdotas que me sucedieron un día, quisiera recordar Deiá.
Circulaba por una carreterita de montaña, estrecha e infame, después de haber pasado por Banyalbufar y haberme desviado a la inefable y, por entonces, preciosa Valldemossa. Me acompañaba mi novia, -unos pocos años después se convertiría en mi mujer-, mallorquina y a la que yo había ido a visitar durante tres semanas. Cuando , de pronto, nos encontramos con otro automóvil que circulaba en sentido contrario. Era un Jaguar cabrio, modelo XJ12 de color blanco, a bordo del cual iba únicamente su conductor. Yo conducía un Seat Panda alquilado, también cabrio,-era verano-. La cuestión es que hubo que maniobrar con sumo cuidado, pues si bien yo tenía a mi derecha un terraplen, el otro tenía un precipicio: "¿pasas?" le preguntaba yo. "¡Oh, si! muy justo" me respondió en perfecto castellano aunque con acento extranjero un hombre algo maduro... "¡ Bien, bien, ya está!" "¡Gracias! ¡De nada, hasta pronto!"
De pronto me fijé que mi novia estaba como "lela" y muy nerviosa, y me dijo: "¿pero no te has dado cuenta de quén era? Pues no, que quieres que te diga estaba pendiente de la maniobra, no de quién era ese tío". Y ella muy alterada me replicó: "¡era Michael Douglas!".
Esto es algo, o lo era al menos entonces, bastante común en esa zona de la isla. Particularmente el cantante Jimmy Hendricks tenía la costumbre de canturrear sus temas con una guitarra en el bar de la plaza de Deiá en compañía de sus amigos, mientras se tomaba unas "birritas". Allí no había prensa cardiaca. Recuerdo que en vez de rock, no sé si del duro o del blando, si pude escuchar el ensayo que un cuarteto de cuerda interpretaba en la parroquia del pueblo, visita inexcusable siempre, para después visitar en el cementerio anexo la tumba de Robert Graves. La lápida era especialmente llamativa, un recuadro de cemento en el que alguien había escrito con un dedo en el cemento fresco: "Robert Graves, Poeta".
Desde entonces no he vuelto por allí, así que ignoro cómo le habrán afectado estos años de especulación y plaga urbanística.
En este mismo sentido, y años después aunque por motivos muy distintos -trabajo-, me tuve que desplazar a una aldea de La Montaña: San Sebastián de Garabandal. Perdida en las estribaciones del Valle de Cabuérniga, y con acceso desde Puentenansa y Cosío, era una aldehuela con una pista de cemento por carretera y pocos años antes ni eso. Cuando la conocí había un teléfono en toda la exigüa población, y una fonda con cuatro o cinco habitaciones en la que me hospedé. El desayuno, comida y cena, se hacía en unas mesas comunales en las que se ponía el puchero y cada uno se servía lo que quería, aunque lo más delicioso era el comienzo del día: un café con leche recién ordeñada, con pan horneado en casa y la mantequilla batida de la víspera, la mermelada había salido de los frutales de algún huertecillo local. En fin, de esos alimentos desconocidos en las ciudades, sin conservante alguno y con sabores muy distintos de los habituales. En el casco urbano no había una sola calleja asfaltada y, pese a estar acostumbrados a los forasteros, llamabas la atención de los lugareños quisieras o no.
Hace dos veranos volví a visitarla, donde había una de las dos tascas de techos ennegrecidos por los humos de la chimenea y los vapores de los pucheros, ahora hay un hotel moderno, orlado de banderas de los paises miembros de la Unión Europea y de Estados Unidos, curiosamente muchas banderas de este país. La fonda sigue existiendo y visité a su propietaria, ahora viuda, pero ya nadie se hospeda en su casa, pues junto a la edificación hay otro hotel propiedad de esta familia. Ví unos cuantos chalets que antes no existían, también, es verdad, casas tradicionales restauradas. Por supuesto la vía de acceso es ahora una carretera perfectamente asfaltada con su correspondiente señalización legal.
El sitio, el paisaje, siguen siendo privilegiados, pero la aldea ya no me pareció la misma. Y no podía ser de otro modo, pues cuando yo fuí por primera vez los lobos visitaban sus calles husmeando la comida, y esto no es una metáfora. Ahora es sólo un recuerdo, demasiadas farolas y un considerable aumento de la población lo impiden.
A falta de fotografías espero que os gusten estas anécdotas.
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