Memoria, Verdad y Justicia
Jorge Rafael Videal junto a su Ministro de Economía, Martínez de Hoz
Las primeras horas de la mañana del día de ayer nos sorprendieron con la noticia de la muerte de Jorge Rafael Videla, ex jefe del Ejército y presidente de la República Argentina, en calidad de líder del Proceso de Reorganización Nacional, que derrocó el 24 de marzo de 1976 al gobierno de Isabel Martínez de Perón. Una de las principales tareas a que hubo de abocarse el nuevo gobierno cívico-militar en aquel entonces, y que incluso motivó en buena medida el golpe de Estado por el caos social que se había generado, fue la de hacer frente a la guerrilla subversiva, de inequívoca orientación marxista, por lo demás confesa, que al mismo tiempo azotaba distintas regiones del mundo, muchas de ellas de nuestro continente.
Suena a perogrullada traer a colación este dato histórico evidente, pero resulta necesario hacerlo, por cuanto su inexplicable olvido conduce inevitablemente a un enfoque sesgado y parcial de la realidad que vivió nuestro país en la década del 70; lo cual sucede con demasiada frecuencia. De manera que, ante todo, conviene dejar bien sentado que la "dictadura" hubo en todo caso de hacer frente a una amenaza real, cuyo saldo en número de víctimas solamente se puede constatar con facilidad, con tal de que no nos lo impidan los prejuicios ideológicos. Lamentablemente, empero, se verifica a este respecto una notable coincidencia (una más) entre el sector identificado como liberal, de nuestra patria, y el del pensamiento de izquierda, que convergen en la aplicación de los más duros epítetos a todo lo que tenga que ver con el Proceso de Reorganización Nacional. Con distintos matices en cada caso, parece que se trató meramente de una persecución política, basada en la "intolerancia" hacia una postura de pensamiento distinta; quienes vivieron ese momento saben, por el contrario, que se trató de una verdadera guerra...
Consideración aparte merecen los métodos empleados por el gobierno de turno en orden a la aniquilación necesaria del elemento subversivo. Es sabido que el dilema que se planteó desde un primer momento a las autoridades militares fue el de optar entre la eficacia y la legalidad, vale decir, entre la represión rápida y eficiente de la guerrilla, aunque ello supusiera dejar parcialmente de lado las vías legales, y la escrupulosa observancia de las normas procesales, en desmedro de la agilidad de una solución que se consideraba urgente. En modo alguno pretendemos justificar la opción elegida, que fue la primera, cuyas consecuencias habrían de pagar muy caro quienes en su momento la llevaron adelante, alcanzando, eso sí, la eficacia esperada, al menos desde el punto de vista militar; lo que no pudieron evitar fue la derrota en el plano cultural, que tenemos ante nuestros ojos.
Además del comprensible reproche (atizado e instrumentalizado por la ideología, por otra parte) que suscita la estrategia adoptada como plan sistemático, existen los errores lamentables en los distintos niveles de las fuerzas armadas a la hora de realizarla, dejándose llevar por los excesos con mayor o menor frecuencia, sufriendo por ello en más de una ocasión personas inocentes, o al menos no lo suficientemente involucradas con los crímenes de los subversivos como para hacerse acreedoras de sus penas. Ahora bien, es preciso reconocerlo, no debemos dar crédito a todo lo que "se dice" en materia de testimonios, cifras, etc. En efecto, como recién lo señalamos, los hechos no sólo han sido instrumentalizados por la ideología imperante, sino también, y con no poca frecuencia, lisa y llanamente distorsionados. Nos preguntamos, por ejemplo, cuál es el origen de la cifra de 30.000 desaparecidos, cuando el informe oficial de la CONADEP arroja un número que no alcanza los 10.000. Si se trata de una verdadera injusticia, una sola víctima constituye un hecho grave; así, pues, ¿cuál es el motivo para "inflar" números? Nos inclinamos a pensar que se busca apoyar en un número ficticio lo que no puede ser sustentado plenamente en la realidad de los hechos.
La periodista Beatriz Sarlo, columnista del diario La Nación, ha publicado hoy un breve artículo, en que ubica a Jorge Rafael Videla en el Séptimo Círculo del Infierno, haciéndose referencia a la descripción que el Dante hace del mismo en la Divina Comedia. Es posible que dicha referencia haya sido un tanto forzada, a los fines de vincular la fisonomía "siniestra" de Videla a su condición de católico y hacer alarde de la suya de no creyente. Si es no creyente, como se encarga de subrayar casi con agresividad, lo lamentamos por ella; creemos que, en ese caso, hubiera hecho mejor en omitir toda alusión a lo que no conoce. Con todo, y a pesar ignorar quien está y quien no en ese lugar de tinieblas (en esto no sabemos tanto como ella), permítasenos dudar de que "el símbolo de la dictadura", como lo califica con altisonancia la portada del matutino porteño, esté allí: sólo Dios lo sabe. Por nuestra parte, y sin negar por ello la magnitud de los errores que pudiere haber cometido en cualquier materia, tendemos a pensar que afrontó sus últimos momentos con espíritu cristiano, lo cual nunca puede ser en vano. Es probable que ese espíritu lo haya acompañado durante todos estos años, y fortalecido contra los embates de sus infames enemigos, ahora en el poder, que mientras honraba con los más altos cargos y señaladas distinciones a los criminales de antaño, no dejaba pasar ocasión para denostar todo aquello que oliera a militar.
No son éstas, al menos en nuestra intención, líneas de adhesión incondicional ni a Jorge Rafael Videla ni al gobierno militar de los ´70, cuyas deficiencias reales no queremos ni podemos ocultar en modo alguno; mucho menos lo son de canonización o bendición de lo que no fue ciertamente santo. Simplemente se inscriben las mismas en el noble proyecto, llevado adelante desde hace pocos años por algunas mentes menos prejuiciosas y más despiertas, de llegar a una visión equilibrada y objetiva de la realidad histórica nacional, de alcanzar el contenido verdadero de aquellas dos palabras tan excelsas, aunque tristemente usurpadas por los embusteros del momento: la Verdad y la Justicia.
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