La toma de Cartagena por Morillo fue un asunto feo, clásico de las guerras civiles. En mi foto, en San Felipe, puede verse que el cañón apunta a tierra firme… y es que, desde el punto de vista militar, este era el asunto.
El 11 de noviembre de 1811 se declaró de forma unilateral la independencia de la ciudad de Cartagena de Indias (en España el último ejército de campaña que quedaba había sido destruido por los franceses en Sagunto el 25 de octubre) y la causa de Fernando VII se dio por perdida, estableciendo los “patriotas” al poco tiempo, un lucrativo negocio de piratería encubierta, vendiendo patentes de corso a todo piratuelo que pasara por allí…
Sin embargo, con el final de la guerra en Europa, el chollo se acabó, pues se envió un ejército desde España para reestablecer la autoridad del rey en Nueva Granada, que no era sino un fracasado estado federal envuelto en guerras civiles entre diversas republiquetas basura.
Buen conocedor de las defensas de Cartagena, el ataque de Morillo fue mucho más inteligente que el del inglés Vernon. Francisco Tomás Morales desde Santa Marta, tenía que incomunicar la ciudad por tierra, y la flota del capitán Pascual Enrile Acedo bloqueó el auxilio desde el mar, desde La Boquilla, al norte de la ciudad hasta Barú, al sur de la Bahía. En julio de 1815 el frente terrestre había ocupado la línea del Río Magdalena, que era la entrada de alimentos, correo y mercancías, y en los siguientes días las tropas realistas ocuparon toda la provincia, desde Bocas de Ceniza hasta la punta de Arboletes (actuales departamentos colombianos de Atlántico, Bolívar, Sucre y Córdoba) y habiendo cortado completamente a Cartagena sus campos de abastecimiento, buscando la rendición de Cartagena por el hambre.
Durante el asedio el aprovisionamiento de alimentos fue el principal problema que afrontó la ciudad sitiada. Además de las tropas, había que alimentar a la población civil, que sumada al ejército, eran unas 20 000 personas. Al mes del sitio los cartageneros tuvieron que recurrir a caballos, perros, ratas y todo tipo de animal para alimentarse. A eso se sumó una terrible peste derivada de la insalubridad. Cada día cientos de personas morían en las calles y como no alcanzaban las fosas comunes, muchos se corrompían a la intemperie.
El 6 de diciembre de 1815 Morillo ocupó Cartagena, y la vanguardia formada por el Regimiento León entró a la ciudad después de 105 días de asedio: «Hombres y mujeres, vivos retratos de la muerte, se agarraban de las paredes para andar sin caerse; tal era el hambre horrible que habían sufrido…veinte y dos días hacía que no comían otra cosa que cueros remojados en tanques de tenería.» (Rafael Sevilla).
Un tercio de la población había muerto y Cartagena de Indias, en 1800 la cuarta ciudad más importante en la América española después de Ciudad de México, La Habana y Lima, quedó arrasada, perdiendo toda su importancia anterior, pues si bien los independentistas la recuperaron de forma definitiva el 10 de octubre de 1821, tardó más de un siglo en volver a tener la población de 1815.
La pregunta es ¿mereció este horror la pena?
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Fuente
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