Uno de los últimos episodios de la difusión del español por el mundo tuvo lugar en 1609 con la expulsión de los moriscos, que llevaron consigo nuestra lengua a las tierras africanas a que se acogieron, en las cuales, por cierto, no era del todo desconocida, pues desde mucho se hablaba, aunque sólo fuera entre los cautivos cristianos o por los hebreos sefardíes en sus juderías.
Refugiados los moriscos en territorio tunecino y marroquí, conservaron tan vivo el recuerdo de su patria, que recitaban de coro poesías de Garcilaso y Lope, cantaban canciones populares españolas y recordaban asuntos y pasajes enteros de las comedias que en los Corrales de España vieron representar.
En general, la lengua arábiga la habían olvidado ya (1) mucho antes de su expulsión, pues casi tan sólo la había conservado una parte de los moriscos de Valencia. Su lengua era, pues, la española, que, al decir de Aldrete, “la hablaban tan cortada como el que mejor (2); tanto, que en algunas regiones, como Aragón, los que no los conocían en particular no sabían diferenciarlos de los moriscos. Decían, además –según Aldrete- cosas escondidas y extraordinarias, mucho mejor que muchos de los naturales.” (3)
Sin embargo, un tipo de morisco existía –perteneciente sin duda a núcleos de población muy modernamente incorporados a la civilización cristiana-, cuyo modo de hablar el castellano era imperfecto y cómico a la vez. Los dramaturgos, sobre todo Lope de Vega, gustaban de sacar a escena este tipo de morisco gracioso o zulemilla, haciéndole hablar en su característico castellano de media lengua, un castellano que –como propio de individuos que lo aprendían en aquellos días- se adaptaba a las características fonéticas y léxicas del árabe. Y así, por influencia del reducido sistema vocálico árabe, confundían las vocales (diciendo, verbigracia, Pemintel por Pimentel, cora por cura, conocemus por conocemos, resistiéndose además a la diptongación: ben por bien, logo por luego).
Asimismo, por carecer el árabe de p, ñ, y ll, las sustituían por b, ni y li, respectivamente (diciendo bécaros por pícaros, senior por señor, aliá por allá). A la s daban, además, el sonido de x en tal forma, que esa pronunciación influyó en la nuestra (diciendo xastre por sastre) (4). En cuanto a la morfología, por carecer de género el artículo árabe, dábanle una sola forma para todos los géneros (el mula); de la misma manera, por no poseer el árabe más que un solo verbo para ser y estar, confundían uno y otro (diciendo, por ejemplo, “los más de vosotros decendentes estar de ellos”).
En fin, empleaban la forma arcaica de la conjunción (e por y), y trastornaban las palabras por etimología popular en forma comicísima –como para provocar a risa en las comedias-, diciendo soneto por santo, apóstata por apóstol, sorber por absolver, según afirmaba Quevedo, quizá con exageración.
Claro es que este modo de hablar, propio de una minoría, no fue, como es natural, el que se oyó al otro lado del Estrecho, donde los moriscos conservaron un castellano puro por tanto tiempo, que en el siglo XVIII un inglés, viajero por tierras tunecinas, escucha en ellas nuestro idioma.
Como lengua escrita, conservaron también el castellano, sin utilizar siquiera ya las letras del alfabeto árabe que para la transcripción de los sonidos españoles empleaban todavía en el siglo XVI. Con letra española escribieron, en efecto, los literatos moriscos interesantes obras que, por la variedad de sus géneros, constituyen una hijuela de nuestra literatura. Libros doctrinales, novelas moralizadoras, poemas y poesías sueltas, compuestas a imitación de las de nuestros clásicos, extractos y copias de sus versos y comedias, sobre todo de Lope, circulaban profusamente en manuscritos entre los moriscos de Berbería y Marruecos.
Sus autores, por sus nombres híbridos, denunciaban su origen hispanomusulmán: uno se llamaba Abd al-Karim Pérez, y otro, Bencácim Bejarano. Citemos, en fin, a Juan Pérez Ibrahim Taibili, que había vivido entre estudiantes en Alcalá de Henares, y que ahora escribía en un pueblecito de Túnez un largo poema de polémica religiosa: “Contradicción de la Fe Cristiana”, en octavas reales, precedido de varios sonetos a Mahoma y a los mecenas tunecinos.
De aquellas gentes españolas, quedan todavía huellas y recuerdos en Túnez y más aún en Marruecos: industrias hispanomoriscas; arquitectura contramudéjar, que reproduce en Salé motivos españoles; cultivos peninsulares, como el del olivo (en Túnez especialmente); apellidos castellanos llevados por moros de Salé y Rabat (Marruecos) y de Testour y Solimán (Túnez); términos españoles de oficios diversos.
Todos estos vestigios y muchos otros pregonan todavía hoy el origen español de aquel pueblo al que Lope de Vega, admirado por los moriscos, atribuía la profunda convicción de considerarse incluidos, no solo dentro de la unidad nacional, sino también dentro de la unidad de raza.
Siglo todavía de esplendor para la lengua española fue, en resumen, el XVII. Por eso, durante aquel tiempo, no se borró de la conciencia de los españoles el legítimo orgullo por la excelencia (5) y universalidad de su lengua (6): Felipe IV, al felicitar oficialmente al papa Alejandro VII por su elevación al solio pontificio, lo hacía en castellano y aun se permitía justificar tamaña infracción del protocolo diciendo al Papa que su carta “la hubiera escrito en lengua latina, si en medio de ser la española su hija, no excediese aún a la misma madre en la gravedad de su carácter, precisión de sus lacónicas frases, majestad de sus palabras y en lo peregrino de sus exquisitos y vivaces conceptos”.
(1) “Con auer sido, pocos años ha, tan usada la lengua i letra arauiga, no sólo entre nosotros es ninguno el uso della, mas entre los mismos que descienden de los araues, con ser tan gran número, es mui raro el que la sabe: tanto, que en Córdoua, donde ai muchos, oi ninguno la sabe sabiendo la nuestra”. (Aldrete, Del Origen,.. III, XVIII.)
(2) “Los moriscos que vinieron a Córdoba, no sabían otra lengua, los más dellos, que la suya, que sacaron de Granada; maxcaban la nuestra, y no se alargaban en razones; no hizieron nueva lengua, y mucho menos sus hijos, que nos la ganaban en bachillerías, y la cortaban como los que más bien la hablan de los nuestros. Con curiosidad alguna vez los oí y consideré que dezían refranes y agudezas, alcançando cosas escondidas y estraordinarias, mucho mejor que muchos de los naturales. Tal vez me causó admiración, que nunca creí llegaban a tanto”. (Aldrete, “Varias antigüedades de España, Africa y otras provincias”. I, c. XIII )
(3) Los moros “que quedaron en lugares apartados con poco trato i comunicación con los christianos conseruauan su lengua aráuiga sin aprender la nuestra; mas los que de veras abraçaron la fe, i emparentaron con christianos viejos, la perdieron. Los que después de la rebelión del año 1569 fueron repartidos en Castilla y Andaluzía, meçclados con los demás vezinos, an recibido nuestra lengua, que en público no hablan otra ni se atreuen; sólo algunos pocos, que biuen, de los que se hallaron en aquella guerra, hablan la suia en secreto. Los hijos y nietos destos hablan la castellana tan cortada como la mejor, si bien otros de los más endurecidos no dexan de boluer a la lengua aráuiga. Lo mismo es en Aragón: los que no los conocen en particular no diferencian esta gente de la natural. En el reino de Valencia porque biuen en lugares de por sí, conseruan la lengua aráuiga. Bien clara es y manifiesta la causa porque se han aplicado tan mal a nuestra lengua, que es la auersión que casi les es natural que nos tienen i no digo más, pero creo que está se perderá con el tiempo. Júntasse a su voluntad el estar excluidos de las honras, cargos públicos, i el no procurar emparentar con castellanos ni tenerles afición” (Aldrete, “Del origen...”, I, XIII)
(4) “La s tiene el sonido mui cercano a la x, porque esta letra vale lo que ç i s... De capsa, roseo, sagma, Salone, sapone, semis, sepia, Setabi, Simone, simia, sinapi, succosus, Sucro, dezimos caxa, roxo, xaima, Xalón, xabón, xeme, xibia, Xátiva, Ximón, ximia, xenabe, que la dezimos mostaza, xugoso, Xúcar. Parece pegado de los araues que de ordinario, los de aquella lengua, mudan la s en x, i a las passas dicen paxas.” Aldrete, Del origen, II, XII.
Este pasaje tiene su precedente en otros de Nebrija y de Valdés. Aldrete atribuye además a los moriscos un especial ceceo en este pasaje, comentado ya por Navarro Tomás en su estudio “La frontera del andaluz”: “En la guerra del reino de Granada en la rebelión de los moriscos, a los aljamiados que no habían desde niños aprendido nuestra lengua y su pronunciación, para conocerlos, les hazían decir çebolla, y el que era morisco decía xebolia, no porque no pudiese ni supiese pronunciar la ç, que es frecuentissima en su lengua ... sino el uso de trocar una letra por otra no lo podían corregir”
(5) “Han levantado nuestros españoles tanto el estilo, que casi han igualado con el valor la elocuencia, como emparejado las letras con las armas sobre todas las naciones del mundo. Y esto de tal suerte, que ya nuestra España, tenida un tiempo por grosera y bárbara en el lenguaje, viene hoy a exceder a toda la más florida cultura de los griegos y latinos”. Fray Jerónimo de San José, “Genio de la Historia”, 1651.
(6) “Su extensión es sin comparación más que la latina, porque fue y es común nuestra castellana española a toda España, que es mayor que un tercio que Italia. Y hase extendido sumamente en estos 120 años por aquellas muy grandes provincias del Nuevo Mundo de las Indias Occidentales y Orientales, a donde dominan los españoles, que casi no queda nada del Orbe universo donde no haya llegado la noticia de la lengua y gente españolas”. Gonzalo Correas, Arte grande de la lengua castellana, 1626.
Historia de la lengua española (J. Oliver Asín)
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