LA REPÚBLICA. EL 14 DE ABRIL
El fenómeno del 14 de abril de 1931, la proclamación de la República, inaugura la situación en que
nos encontramos hoy, la realidad misma sobre la que ahora tienen que operar las juventudes, y por eso es de
suma importancia que percibamos debidamente su sentido.
Las grandes masas, las grandes mayorías electorales que votaron la República, llevaron al poder, no a
unos hombres, a unas ideas y a una realidad política surgidas y emanadas de ellas, como un producto suyo,
coherente, disciplinado y eficaz, sino que lo facilitaron a unos grupos, unas ideas y unos hombres que en aquel
momento representaban, entre otras cosas, la oposición alviejo sistema monárquico de la Restauración y de la
dictadura.
Realmente, el 14 de abril de 1931 dio el poder a todo ese cortejo lacrimoso, crítico y disconforme que
desde tiempos muy añejos y remotos venía siguiendo de cerca los pasos desafortunados y vacilantes de la
España oficial y tradicional. Reconocer esto es de gran importancia porque significa que el movimiento
republicano que dio vida a la Constitución de 1931 no era una superación de las pugnas antiguas, no
representaba una aurora de algo nacional y nuevo, sino que se nutría casi por entero de una actitud ya
ensayada, bien conocida, de signo decimonónico y perteneciente al mismo proceso político de la Restauración.
La similitud de las dos fechas, 13 de septiembre de 1923 y 14 de abril de 1931, salta a la vista de un
modo notorio. En ambas el pueblo español desertó de su deber de henchirlas con su signo propio, y quedó
pasivamente al margen. El 13 de septiembre el pueblo español demostró parecerle una cosa excelente que un
general o quien fuese, hiciera por él algo que de verdad creía necesario: barrer las pandillas caciquiles de la
Restauración. En 1931, en vez de dar paso triunfal a un movimiento propio, encarnación de una hora histórica
tan solemne como la del derrumbe de la Monarquía, actuó también desde fuera, como comparsa, y concedió
un ancho crédito a las personas, los grupos y las ideas que hacía más de sesenta años venían ofreciéndose
sin éxito a la consideración política de los españoles.
La única fecundidad del 14 de abril consistió tan sólo quizá en permitir que esas personas, esos grupos y
esas ideas saliesen de su tradicional y roedora actitud crítica para descubrir y exhibir desde el Poder sus
portentos. Yo les asigno esa misión, que equivale realmente a la posibilidad de conocer, al fin, el segundo
hemisferio de la luna. Su victoria, pues, está dentro del viejo y tradicional sistema. Fué lograda en virtud del
mismo estilo polémico que puede reconocerse literalmente en las pugnas y polémicas del siglo xix. Victoria, en
el fondo, de signo y carácter turnante.
El 14 de abril de 1931 es, pues, el final de un proceso Histórico, no la inauguración de uno nuevo. Eso
es su esencial característica, lo que explica su fracaso vertiginoso y lo que incapacita esa fecha para servir de
punto de arranque de la Revolución nacional que España hará forzosamente algún día.
En efecto, los grupos triunfadores en abril aportaban unos ingredientes de tal naturaleza que podía
esperarse de ellos todo menos esto: una victoria nacional de España. ¡Ah! Si el 14 de abril se produce al grito
de ¡Viva España!, el hecho revolucionario hubiera sido cosa distinta, y representaría evidentemente la fecha
inauguradora de la Revolución nacional. Pero claro que no se hizo así, y si pasamos revista a los propósitos de
las diversas fuerzas que dieron vida y realidad a esa fecha, nos encontramos además con que no podía
hacerse así. Ni uno solo de los varios grupos del 14 de abril actuaba con el propósito de convertir la revolución
en Revolución nacional. Ese fué el fraude y ese fué a la postre también el germen disociador de la República
naciente.
* * *
Una Revolución nacional, el 14 de abril, tenía que haber representado para España la garantía de que
precisamente todo lo que la vieja Monarquía ya no garantizaba iba a ser mediante ella posible: tenía que
representar, frente a los tirones separatistas de Cataluña y Vasconia, la unificación efectiva de todo el pueblo.
Frente a las dificultades en que se debatía la Monarquía para que tuviese España un Ejército popular y fuerte,
su creación fulminante. Frente a la dispersión moral de los españoles, su unificación en el culto a la Patria
común. Frente a un régimen agrario de injusticia inveterada (no se olvide que los terratenientes, como hemos
dicho y repetido, habían sido desde muy antiguo el sostén único de las viejas oligarquías), la liberación de los
campesinos y la ayuda inmediata a todos los pequeños agricultores. Frente a una industrialización de signo
modesto, un plan gigantesco y audaz para la explotación de las industrias eléctricas y siderúrgicas. Frente a la
despoblación del país, una política demográfica con tendencia a duplicar la actual población de España. Frente
al paro y la crisis, la nacionalización de los transportes, la ayuda a las pequeñas industrias de distribución y el
incremento rápido del poder adquisitivo del pueblo. Frente a una España satélite de Francia e Inglaterra, una
política internacional vigorosa y firme, de independencia arisca.
Eso hubiera sido una Revolución nacional, y todo lo contrario que eso fué, sin embargo, el 14 de abril de
1931.
Las perspectivas nacionales de esa fecha eran y tenían que ser por fuerza una cosa ilusoria, pues
los intelectuales que le daban expresión representaban una tradicional discrepancia con el sentido
histórico de las instituciones a quienes la unidad se debía en su origen, llegando así al absurdo de creer una
equivocación nuestra historia entera. Los grupos disgregadores que influían y sostenían el régimen naciente
desde la periferia española carecían naturalmente de una preocupación integral y total de España. Los
marxistas eran ajenos por naturaleza al problema. Los viejos partidos demoliberales, como el radical,
representaban la debilidad, la transigencia, el pacto. ¿Quién, pues, iba a dar a la revolución de abril un
contenido nacional y quién iba a trabajar en su seno por extraer de ella consecuencias nacionales históricas?
El 14 de abril nacía, pues, incapacitado, tarado, para obtener de él una vigorización nacional de España.
* * *
Ahora bien, reconocido eso, aceptada esa limitación,¿encerraba, en cambio, el 14 de abril perspectivas
fecundas de convivencia social entre los españoles? O lo que es lo mismo, cercenada toda salida nacional,
toda tendencia de la revolución a hacer de España ante todo una nación fuerte y vigorosa, ¿se logró, por lo
menos, una ordenación social más grata para todos los españoles y una aceptación entusiasta por parte de los
trabajadores, de los obreros, a la misma? La contestación no admite dudas: en absoluto.
Pues hubo tres insurrecciones populares. Y hubo, sobre todo, una terrible fecha, el 6 de octubre, en la
que tomaron las armas, no ya los obreros anarcosindicalistas, cuya disconformidad con el régimen databa
desde sus orígenes, sino los obreros socialistas, edificadores y forjadores directos de la Constitución y de las
instituciones todas de la República.
El 14 de abril no supuso, pues, nada. Ni en el orden nacional ni en el orden social. Sus mismos
creadores proclamaron su monstruosa equivocación ese 6 de octubre de 1934, fecha en que tuvo lugar la
insurrección de la Generalidad y la subversión marxista de Asturias. El 6 de octubre tiene un sentido, y sólo
uno: el torpedeamiento y hundimiento de la seudorrevolución de abril por los mismos que la efectuaron y
alumbraron.
Esa es, camaradas, la realidad, y ante ella no nos corresponden muchas lamentaciones. Pues también,
entre esas posibilidades revolucionarias fallidas, está la traición a un cierto espíritu juvenil que se manifestó y
surgió en España meses antes de la República. No encontró ese movimiento juvenil satisfacción alguna. No
fueron los jóvenes comprendidos, y los gobiernos abrileños no le prestaron otro servicio que el de corromper a
los que aparecían como dirigentes, incluyéndolos en las nóminas burocráticas de sus secretarías.
Aquí nos encontramos, camaradas, y la realidad del régimen, la última, la que hoy tenemos ante
nosotros, la surgida como contestación a las subversiones de octubre, es un digno remate a la esterilidad
radical del sistema: España y la República, en manos de los grupos oligárquicos más viejos, desteñidos e
inoperantes que fuera posible imaginar. Los gobiernos radical-cedistas sacan a la superficie lo que de veras
llevaba dentro el 14 de abril junto con sus ingenuas erupciones seudorrevolucionarias: el girar en torno a las
antigüedades conocidas y fracasadas de la España decimonónica, el estar ligado a ellas y el de ser realmente
el final de una era, la culminación de una decadencia política. Y no una aurora, ni un comienzo, ni una
inauguración fértil de nada.
Resumimos así el panorama de los últimos cien años: Fracaso de la España tradicional, fracaso de la
España subversiva (ambas en sus luchas del siglo XIX), fracaso de la Restauración (Monárquica
constitucional), fracaso de la dictadura militar de Primo de Rivera, fracaso de la República. Vamos a ver cómo
sobre esa gran pirámide egipcia de fracasos se puede edificar un formidable éxito histórico, duradero y
rotundo. La consigna es: ¡Revolución Nacional!
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