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Tema: Textos de Ramiro Ledesma contra el separatismo y por la unidad nacional

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  1. #1
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    Re: Textos de Ramiro Ledesma contra el separatismo y por la unidad nacional

    ... BAJO EL REINADO DE ALFONSO XIII

    El reinado de Alfonso XIII—por notoria y personal voluntad del Rey—fué un forcejeo continuo por
    dotar a la Monarquía constitucional de bases de sustentación. Ese forcejeo aparece en su política militar
    (vigorización del Cuerpo de oficiales con una cierta conciencia y entusiasmo por la unidad de España y su
    grandeza); aparece también en la expansión marroquí, como posible suelo donde pudiese crecer con alguna
    lozanía el optimismo nacional; en la tentativa de Maura por sustituir la base anómala,caciquil, del Estado por
    un apoyo sincero de lo que él denominaba la ciudadanía:en el propósito de elevar el ritmo de la
    industrialización del país, superando así el único sostén agrario y terrateniente del régimen.

    Fuera del Estado y contra el Estado, las ideas y los grupos que operaban bajo un signo revolucionario
    construyeron sus tiendas de modo bien sencillo: recogieron los residuos ideológicos de sus antecesores del
    siglo XIX, orientaron en sentido crítico toda la vida intelectual de España, socavaron el espíritu militar naciente,
    alimentaron las tendencias disgregadoras y autonomistas, hicieron derrotismo integral en torno a Marruecos y
    mantuvieron una cierta tibieza e ignorancia hacia toda idea nacional o sentimiento de la Patria.

    Además, surgieron las organizaciones obreras, desarrollándose al ritmo mismo de la industrialización,
    naturalmente con un sentido de clase y una doctrina concordante en todos los aspectos prácticos con los
    anteriores enunciados.

    En 1923, fecha final de la vigencia constitucional de la Restauración, España tenía ante sí dos fracasos:
    el del Estado, el del régimen, que seguía sin haber ampliado lo más mínimo sus bases de sustentación, y el de
    los núcleos enemigos y contrarios al Estado, que no habían producido tampoco lo único que entonces hacía
    falta: un frente de sentido nacional, con angustia verdadera por los destinos históricos de la Patria española y
    por los intereses inmediatos y diarios de todo el pueblo.La salvación hubiera estado ahí, sobre todo si disponía
    de la intrepidez suficiente para acampar con toda audacia en el seno mismo del régimen, aun con este
    dubitativo propósito: el de hacerlo explotar si le alcanzaba la podredumbre misma del sistema o el de utilizarlo y
    conservarlo patrióticamente si su permanencia era valiosa.

    LA DICTADURA

    Como desde fuera no llegó ese remedio, el Rey lo extrajo del seno mismo del Estado: apeló al
    Ejército. Comienza así la dictadura militar de Primo de Rivera, cuyo defecto originario era ése, el de no venir ni
    proceder de una realidad nacional, de una acción directa nacional recogida o aceptada por el Rey. Venía y
    procedía del Estado mismo, y en cierto modo a continuar el sentido de la Restauración, a proporcionar a
    España un nuevo margen histórico, a ver si ocurría que cobrase o recobrase su conciencia de pueblo unido,
    ambicioso y de gran futuro.

    Pero con la dictadura el Estado ponía proa hacia el camino de los desenlaces. Hacia las horas decisivas.
    Pues si no lograba de veras robustecer y hacer más consistentes los derroteros oficiales del régimen, éste se
    hundiría, aunque en frente y en contra suya no se alzase nada respetable ni profundo.

    La dictadura militar aceleró el ritmo material, industrial de España. Logró la adhesión casi unánime del
    país, sobre todo en lo que éste tenía de opinión madura, sensata y conservadora. Alcanzó asimismo un éxito
    notorio en Marruecos. Duró casi siete años. Y a lapostre murió agotada, deshecha, de muerte natural, de
    vejez. La dictadura murió de vieja a los siete años. Como el período constitucional que la precedió murió
    asimismo de viejo a los cincuenta años de nacer.

    Primo de Rivera proporcionó a España siete años de paz—¡siempre la paz!—, durante los cuales tuvo
    lugar un auge económico verdadero, pero no hizo reforma agraria alguna—Seguía en el fondo la propiedad
    agraria constituyendo la base principal del régimen—y no consiguió nunca la colaboración de las juventudes, a
    pesar de coincidir con la época de ía dictadura el momento en que aparece por primera vez en España una
    conciencia juvenil operante, y a la que había precisamente que substraer al morbo disociador, antinacional y
    negativo.


    EL GOBIERNO DEL GENERAL BERENGUER

    La dictadura militar fué substituida por el Gobierno del general Berenguer, lo que venía a significar un
    intento de restaurar de nuevo la Restauración, en su signo antiguo, constitucional y ortodoxo. El fracaso fué
    fulminante, irremediable. Sirvió para que a toda prisa, en una atmósfera liberal, propicia y suave, se organizara
    la caída del régimen monárquico y su substitución por la República...
    Última edición por ALACRAN; 18/12/2020 a las 23:28
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

  2. #2
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    Re: Textos de Ramiro Ledesma contra el separatismo y por la unidad nacional

    LA REPÚBLICA. EL 14 DE ABRIL

    El fenómeno del 14 de abril de 1931, la proclamación de la República, inaugura la situación en que
    nos encontramos hoy, la realidad misma sobre la que ahora tienen que operar las juventudes, y por eso es de
    suma importancia que percibamos debidamente su sentido.

    Las grandes masas, las grandes mayorías electorales que votaron la República, llevaron al poder, no a
    unos hombres, a unas ideas y a una realidad política surgidas y emanadas de ellas, como un producto suyo,
    coherente, disciplinado y eficaz, sino que lo facilitaron a unos grupos, unas ideas y unos hombres que en aquel
    momento representaban, entre otras cosas, la oposición alviejo sistema monárquico de la Restauración y de la
    dictadura.

    Realmente, el 14 de abril de 1931 dio el poder a todo ese cortejo lacrimoso, crítico y disconforme que
    desde tiempos muy añejos y remotos venía siguiendo de cerca los pasos desafortunados y vacilantes de la
    España oficial y tradicional. Reconocer esto es de gran importancia porque significa que el movimiento
    republicano que dio vida a la Constitución de 1931 no era una superación de las pugnas antiguas, no
    representaba una aurora de algo nacional y nuevo, sino que se nutría casi por entero de una actitud ya
    ensayada, bien conocida, de signo decimonónico y perteneciente al mismo proceso político de la Restauración.

    La similitud de las dos fechas, 13 de septiembre de 1923 y 14 de abril de 1931, salta a la vista de un
    modo notorio. En ambas el pueblo español desertó de su deber de henchirlas con su signo propio, y quedó
    pasivamente al margen. El 13 de septiembre el pueblo español demostró parecerle una cosa excelente que un
    general o quien fuese, hiciera por él algo que de verdad creía necesario: barrer las pandillas caciquiles de la
    Restauración. En 1931, en vez de dar paso triunfal a un movimiento propio, encarnación de una hora histórica
    tan solemne como la del derrumbe de la Monarquía, actuó también desde fuera, como comparsa, y concedió
    un ancho crédito a las personas, los grupos y las ideas que hacía más de sesenta años venían ofreciéndose
    sin éxito a la consideración política de los españoles.

    La única fecundidad del 14 de abril consistió tan sólo quizá en permitir que esas personas, esos grupos y
    esas ideas saliesen de su tradicional y roedora actitud crítica para descubrir y exhibir desde el Poder sus
    portentos. Yo les asigno esa misión, que equivale realmente a la posibilidad de conocer, al fin, el segundo
    hemisferio de la luna. Su victoria, pues, está dentro del viejo y tradicional sistema. Fué lograda en virtud del
    mismo estilo polémico que puede reconocerse literalmente en las pugnas y polémicas del siglo xix. Victoria, en
    el fondo, de signo y carácter turnante.

    El 14 de abril de 1931 es, pues, el final de un proceso Histórico, no la inauguración de uno nuevo. Eso
    es su esencial característica, lo que explica su fracaso vertiginoso y lo que incapacita esa fecha para servir de
    punto de arranque de la Revolución nacional que España hará forzosamente algún día.

    En efecto, los grupos triunfadores en abril aportaban unos ingredientes de tal naturaleza que podía
    esperarse de ellos todo menos esto: una victoria nacional de España. ¡Ah! Si el 14 de abril se produce al grito
    de ¡Viva España!, el hecho revolucionario hubiera sido cosa distinta, y representaría evidentemente la fecha
    inauguradora de la Revolución nacional. Pero claro que no se hizo así, y si pasamos revista a los propósitos de
    las diversas fuerzas que dieron vida y realidad a esa fecha, nos encontramos además con que no podía
    hacerse así. Ni uno solo de los varios grupos del 14 de abril actuaba con el propósito de convertir la revolución
    en Revolución nacional. Ese fué el fraude y ese fué a la postre también el germen disociador de la República
    naciente.

    * * *

    Una Revolución nacional, el 14 de abril, tenía que haber representado para España la garantía de que
    precisamente todo lo que la vieja Monarquía ya no garantizaba iba a ser mediante ella posible: tenía que
    representar, frente a los tirones separatistas de Cataluña y Vasconia, la unificación efectiva de todo el pueblo.
    Frente a las dificultades en que se debatía la Monarquía para que tuviese España un Ejército popular y fuerte,
    su creación fulminante. Frente a la dispersión moral de los españoles, su unificación en el culto a la Patria
    común. Frente a un régimen agrario de injusticia inveterada (no se olvide que los terratenientes, como hemos
    dicho y repetido, habían sido desde muy antiguo el sostén único de las viejas oligarquías), la liberación de los
    campesinos y la ayuda inmediata a todos los pequeños agricultores. Frente a una industrialización de signo
    modesto, un plan gigantesco y audaz para la explotación de las industrias eléctricas y siderúrgicas. Frente a la
    despoblación del país, una política demográfica con tendencia a duplicar la actual población de España. Frente
    al paro y la crisis, la nacionalización de los transportes, la ayuda a las pequeñas industrias de distribución y el
    incremento rápido del poder adquisitivo del pueblo. Frente a una España satélite de Francia e Inglaterra, una
    política internacional vigorosa y firme, de independencia arisca.

    Eso hubiera sido una Revolución nacional, y todo lo contrario que eso fué, sin embargo, el 14 de abril de
    1931.

    Las perspectivas nacionales de esa fecha eran y tenían que ser por fuerza una cosa ilusoria, pues
    los intelectuales que le daban expresión representaban una tradicional discrepancia con el sentido
    histórico de las instituciones a quienes la unidad se debía en su origen, llegando así al absurdo de creer una
    equivocación nuestra historia entera. Los grupos disgregadores que influían y sostenían el régimen naciente
    desde la periferia española carecían naturalmente de una preocupación integral y total de España. Los
    marxistas eran ajenos por naturaleza al problema. Los viejos partidos demoliberales, como el radical,
    representaban la debilidad, la transigencia, el pacto. ¿Quién, pues, iba a dar a la revolución de abril un
    contenido nacional y quién iba a trabajar en su seno por extraer de ella consecuencias nacionales históricas?

    El 14 de abril nacía, pues, incapacitado, tarado, para obtener de él una vigorización nacional de España.

    * * *

    Ahora bien, reconocido eso, aceptada esa limitación,¿encerraba, en cambio, el 14 de abril perspectivas
    fecundas de convivencia social entre los españoles? O lo que es lo mismo, cercenada toda salida nacional,
    toda tendencia de la revolución a hacer de España ante todo una nación fuerte y vigorosa, ¿se logró, por lo
    menos, una ordenación social más grata para todos los españoles y una aceptación entusiasta por parte de los
    trabajadores, de los obreros, a la misma? La contestación no admite dudas: en absoluto.

    Pues hubo tres insurrecciones populares. Y hubo, sobre todo, una terrible fecha, el 6 de octubre, en la
    que tomaron las armas, no ya los obreros anarcosindicalistas, cuya disconformidad con el régimen databa
    desde sus orígenes, sino los obreros socialistas, edificadores y forjadores directos de la Constitución y de las
    instituciones todas de la República.

    El 14 de abril no supuso, pues, nada. Ni en el orden nacional ni en el orden social. Sus mismos
    creadores proclamaron su monstruosa equivocación ese 6 de octubre de 1934, fecha en que tuvo lugar la
    insurrección de la Generalidad y la subversión marxista de Asturias. El 6 de octubre tiene un sentido, y sólo
    uno: el torpedeamiento y hundimiento de la seudorrevolución de abril por los mismos que la efectuaron y
    alumbraron.

    Esa es, camaradas, la realidad, y ante ella no nos corresponden muchas lamentaciones. Pues también,
    entre esas posibilidades revolucionarias fallidas, está la traición a un cierto espíritu juvenil que se manifestó y
    surgió en España meses antes de la República. No encontró ese movimiento juvenil satisfacción alguna. No
    fueron los jóvenes comprendidos, y los gobiernos abrileños no le prestaron otro servicio que el de corromper a
    los que aparecían como dirigentes, incluyéndolos en las nóminas burocráticas de sus secretarías.

    Aquí nos encontramos, camaradas, y la realidad del régimen, la última, la que hoy tenemos ante
    nosotros, la surgida como contestación a las subversiones de octubre, es un digno remate a la esterilidad
    radical del sistema: España y la República, en manos de los grupos oligárquicos más viejos, desteñidos e
    inoperantes que fuera posible imaginar. Los gobiernos radical-cedistas sacan a la superficie lo que de veras
    llevaba dentro el 14 de abril junto con sus ingenuas erupciones seudorrevolucionarias: el girar en torno a las
    antigüedades conocidas y fracasadas de la España decimonónica, el estar ligado a ellas y el de ser realmente
    el final de una era, la culminación de una decadencia política. Y no una aurora, ni un comienzo, ni una
    inauguración fértil de nada.

    Resumimos así el panorama de los últimos cien años: Fracaso de la España tradicional, fracaso de la
    España subversiva (ambas en sus luchas del siglo XIX), fracaso de la Restauración (Monárquica
    constitucional), fracaso de la dictadura militar de Primo de Rivera, fracaso de la República. Vamos a ver cómo
    sobre esa gran pirámide egipcia de fracasos se puede edificar un formidable éxito histórico, duradero y
    rotundo. La consigna es: ¡Revolución Nacional!
    Última edición por ALACRAN; 19/12/2020 a las 13:18
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

  3. #3
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    Re: Textos de Ramiro Ledesma contra el separatismo y por la unidad nacional

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