Otro motivo para conocer el inglés es que es importante conocer el idioma del enemigo para que no te pille desprevenido.

Es una de las grandes lenguas de cultura (has nombrado a Shakespeare, por ejemplo, y podríamos nombrar a algunos más hasta llegar por lo menos a Chesterton), y vale la pena conocerlo, pero yo diría que, culturalmente, el peso de lenguas como el francés, el italiano o el ruso puede ser aún mayor (la novela rusa, por ejemplo, le da cuarenta vueltas a la norteamericana: en los grandes autores rusos hay filosofía, psicología y un inmejorable nivel literario). La verdad es que Shakespeare es un caso muy excepcional. Sorprende que una lengua como la inglesa haya llegado a dar una de las cumbres de la literatura universal (pero no olvidemos que el bardo de Avon era criptocatólico).

Es cierto que hay imperalismo cultural con el inglés. Se promociona porque es el idioma de las computadoras, de la electrónica. Se promueve para promover la globalización, el mundo único y unido, desdibujando los matices culturales que distinguen a unos pueblos de otros dándoles su encanto particular. El uso generalizado de los anglicismos, la moda de los nombres anglosajones que existía en Hispanoamérica desde hace años y ya ha llegado a España, el deslumbramiento ante lo foráneo, lo que viene del país que U.S.A. a los demás y que lleva a situaciones ridículas en las que hasta se utilizan anglicismos pero con un sentido con el que nunca se usan en inglés.

Hoy en día se ha llegado a una situación en la que si un médico o un científico cualquiera quiere hacer una labor de investigación tiene que publicar su trabajo en inglés porque de lo contrario no se le tiene en cuenta. Es que ni existe (claro que esto no tiene nada de nuevo: el nicaragüense Clodomiro Picado descubrió la penicilina tras doce años de esfuerzo e investigación, y sin embargo, toda la aclamación ha sido para Fleming --inglés, cómo no--, que lo descubrió por casualidad un año después de que Picado publicara su trabajo).

Por cierto, si no fuera porque el inglés se promociona tanto en el comercio, la industria, las relaciones internacionales (hasta la Segunda Guerra Mundial más o menos, el francés había sido durante mucho tiempo la lengua internacional de comunicación más utilizada), en la navegación marítima y aérea, la ciencia y el entretenimiento, es muy posible que se hubiera seguido utilizando el francés. Y ojalá no se hubiera abandonado el latín como lengua franca de cultura. De hecho, el latín es una lengua muy lógica y coherente, una lengua que ayuda a pensar, mientras que el inglés es una lengua muy pobre de vocabulario y de recursos (a pesar del mito en contrario, que ya lo desmontaré en otro hilo), sumamente caótica por poseer una gramática muy reducida y muy poco coherente y por tener que aprender a leer como en chino (palabra por palabra), aparte de numerosas incoherencias de vocabulario y de construcción.

Y volviendo a sud, aclaro que la palabra nos llegó del francés, y hace siglos, por lo que no se puede negar su casticidad. Para llegar a un origen anglosajón habría que retroceder más. En la Edad Media (o sea, no fue ayer por la mañana) hubo una época en que hubo mucho intercambio mutuo, cuando la corte inglesa hablaba francés, e incluso durante la Guerra de los Cien Años. En Francia se empezó a usar sud como sinónimo de midi, pero lo cierto es que en anglosajón (el inglés todavía no existía como tal) se escribía y pronunciaba de otra manera (el anglosajón tenía su propio alfabeto). No puede considerarse anglicismo, por tanto. Muchísimo peor me parece utilizar "ignorar" con el sentido de "to ignore" en vez de lo que siempre ha significado y sigue significando de "no saber". En muchos casos confunde, y además empobrece la expresión, ya que en castellano poseemos numerosos verbos y expresiones para decir lo mismo (Dios mediante, ya abriré otro hilo de anglicismos). Y sin embargo, la RAE, que como tantas otras instituciones está en decadencia y ya ni limpia ni fija ni da esplendor, ha admitido ese uso, del mismo modo que ampliado el significado de "latino" para que ya no incluya sólo a los europeos hablantes de romance. Desde que entró Cebrián, el de El País (periódico que popularizó en España expresiones como "Latinoamérica", "latinoamericano" y "América Latina", que muy poca gente había usado hasta entonces).