«Nación de naciones» por Juan Manuel de Prada para el periódico ABC, artículo publicado el 18/II/2019.
______________________
Ha provocado gran polvareda una entrevista que me hicieron en el diario La Vanguardia, en la que confronto el concepto tradicional de nación con el concepto liberal, a la vez que denuncio la incapacidad de la Constitución de 1978 para enfrentar la crisis catalana. O sea, lo mismo que he defendido en decenas de artículos.
Llegué a pensar que el entrevistador, el excelente Xavi Ayén, habría tergiversado mis palabras. Pero lo cierto es que, con la elección de un llamativo titular que sacado de contexto pudiera malinterpretarse, Ayén recoge con encomiable esfuerzo sintético mis declaraciones. Incluso tiene la gentileza de advertir que los conceptos que utilizo deben entenderse a la luz del pensamiento tradicional, que considera «naciones» a los pueblos ligados por una religión propia, por leyes e instituciones propias, por tradiciones propias, por una lengua y una literatura propias, etcétera.
Los catalanes siempre fueron, desde la baja Edad Media, considerados una «nación» como una catedral: así son designados en multitud de crónicas hasta el siglo XIX; y así también por todos nuestros autores clásicos, desde Miguel de Cervantes a Baltasar Gracián, pasando por Tirso de Molina.
Para el pensamiento tradicional, España se constituye como una «nación de naciones» que -como señala Vázquez de Mella- «han confundido parte de su vida en una unidad superior (más espiritual) que se llama España». En una fecha tan próxima como 1992, el gran jurista Juan Vallet de Goytisolo exponía esta tesis en un iluminador artículo publicado en ABC, donde explica la génesis
de España como una «nación de naciones», fácilmente distinguible de la «nación de Estados» (como los Estados Unidos de América) o el «Estado de naciones» (como la extinta Yugoslavia).
Esta
constitución histórica de España como «nación de naciones» será destruida cuando se imponga la visión liberal de nación, que incorpora conceptos tan disolventes como el de la soberanía bodiniana y hobbesiana y el de la autodeterminación hegeliana. Así se propicia la lamentable confusión moderna entre el Estado y la nación que alimenta los anhelos de los separatistas, quienes ven en España un «Estado de naciones» en el que Cataluña está integrada, como podría integrase en otro o bien autodeterminarse y constituir un Estado catalán. Frente a este virus corrosivo, el Estado español sólo puede defenderse con instrumentos tan ineficaces como el artículo 155, que además de ser una puerta abierta a la discrecionalidad (y, por lo tanto, lo contrario a lo que algunos, llenándose la boca, llaman «Estado de Derecho») en ningún caso sirve para establecer una auténtica comunidad política, que -como nos enseña Aristóteles- sólo puede subsistir cuando se funda en la deliberación, lo que exige: amistad entre sus miembros (homophilia), concordancia de pareceres (homonoia) y justicia política (to diakaion politiké). Nada de esto garantiza un concepto de nación que asume la ontología antagónica del hegelianismo, caracterizada por el desprecio del orden del ser, en vistas a suplantarlo por entelequias inventadas racionalmente. Así,
el ser histórico de España, una «nación de naciones» fundidas en amor y dolor por vínculos espirituales comunes, es sustituida por una nación fundada en una corrosiva religión secular que sólo provoca enemistad entre sus miembros, discordancia de pareceres e injusticia política.
Seguiremos defendiendo con denuedo la visión tradicional de España y profesando nuestro amor a
Cataluña, nación cuyo ser histórico funde su vida en una unidad más espiritual que se llama España. Y no callaremos, por más que los fanáticos, ya tocando la boca o ya la frente, silencio nos avisen o amenacen miedo.
Marcadores