«Cartas del sobrino a su diablo (V)» por Juan Manuel de Prada para el periódico ABC, artículo publicado el 02/05/2020.
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Leo en estos días -¡oh, dilectísimo tito Escrutopo!- los diarios de aquel ingrato de Baudelaire, que nunca renegó de nuestro Enemigo, a pesar de los muchos paraísos artificiales que le brindamos: «La gloria de Napoleón III -escribe- habrá sido probar que un cualquiera puede, apoderándose del telégrafo y de la imprenta, tiranizar a una gran nación». Desde la época de Baudelaire, los medios técnicos para tiranizar a una gran nación por medio del temor y la mentira se han centuplicado. Y si un botarate como Napoleón III pudo tiranizar Francia con ayuda del telégrafo y la imprenta, ¡imagínate qué no podrá hacer con España el doctor Sánchez, con ayuda de la interné y de los programas de cotilleo! Pero subsisten reductos que dificultan la tiranía, así que propuse al gobierno que desprestigiara a la Guardia Civil, ordenándola perseguir desafectos; y, para disimular este propósito, sugerí que se pusiera como excusa la lucha contra los «bulos. ¿Podrás creértelo, tito lindo? ¡Bulos! ¿No te parece desternillante que gentes que viven plácidamente instaladas en el bulo, como el niño gestante vive dentro de la placenta (siempre que su mami empoderada no decida triturarlo), se pongan a perseguir bulos? ¡Esta cruzada gubernativa por el monopolio del bulo merece considerarse, sin duda, una de las más vibrantes epopeyas democráticas!

Para que los bulos de los tiranos no despierten recelos me he preocupado de que todos tengan un aval científico. Así, he podido divertirme lanzando los bulos más estrafalarios, que los españoles se tragan tan ricamente, como si fuesen albóndigas de niño trituradito. Les he hecho creer que la plaga tiene su origen en un guiso imaginario que los chinos cocinan con los bichos más asquerosos y estrafalarios (del pangolín al murciélago, y estoy por añadir una guarnición de cagarrutas de ornitorrinco). Les he hecho creer también que las mascarillas no sirven para protegerse del contagio (y se lo han tragado como pipiolos); y, a continuación, les he dicho lo contrario (y se lo han tragado también, batiendo el récord de Linda Lovelace). Y ahora me he inventado un palabro ortopédico, «desescalada», para hacerles creer que la plaga coronavírica se va a retirar por fases (pero hará como en la despedida de aquel célebre soneto: «Me voy, me voy, me voy, pero me quedo»). Con esto de la «desescalada» añado, en amalgama con el bulo científico, la humillación lingüística, pues me procura un especial placer humillar a este pueblo, que antaño estaba bendecido por el genio del lenguaje y hoy, si así lo desea el tirano, repite como un rebaño sumiso los palabros más horrísonos, o acepta sin inmutarse el birlibirloque semántico (como ha ocurrido con «confinamiento»).

Y así, queridísimo tito Escrutopo, envuelto en patochadas de apariencia científica, he conseguido montar un estado de alarma mutante que permite todo tipo de experimentos de control social con el pueblo acogotadito. Primeramente, se le concedió la limosna de que sus hijos pudieran ser paseados, en trato de igualdad con los perros; y ahora aguarda expectante que lo dejen echar una carrerita, como a un perro al que se le afloja la correa. Para disfrutar de este momentazo gregario, tu sobrinito Orugario se acaba de embutir un disfraz de súcubo siliconado, con top melonero y mallas apretonas, de las que hacen sudar entre las peñas feroces, para tentar a todos los españolitos que salgan a corretear, impetuosos como miuras tras el encierro; y, a poco que arrimen cebolleta, les voy a pasar un cargamento coronavírico de magnitudes atómicas. En un par de días, volveré a escribirte, dilectísimo tito, para contarte mis aventuras trotonas; y, de paso, te revelaré cuán importante es la idolatría científica para nuestros propósitos.