«Cartas del sobrino a su diablo (IX)» por Juan Manuel de Prada para el periódico ABC, artículo publicado el 16/05/2020.
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No pienses, ¡oh tito del mal consejo!, que descuido mi misión; pues, aunque soy amigo de las expansiones festivas, no olvido que el nombre de «diablo» me obliga a crear desunión e inquina entre los españoles, hasta convertirlos en perros rabiosos.
Desde que llegué a esta España arrasada por la plaga coronavírica no he parado, ¡oh tito inclemente!, de encizañar a sus pobladores. Aunque, desde luego, he de reconocer que nada habría podido hacer si antes los carcamales de tu generación no los hubieseis desgraciado mediante el invento infernal de la partitocracia, que los ha dividido gozosamente en facciones irreconciliables. Los veo enzarzados en sus rifirrafes resbalosos de vómito, mientras la plaga los diezma, y me emociono hasta las lágrimas. ¡Qué hermoso panorama de miserias hediondas, de vilezas purulentas, de odios enviscados y sulfurosos! ¡Y qué fácil es echarles cualquier piltrafilla sanguinolenta a modo de cebo sobre el que se abalanzan paulovianamente, olvidando al instante lo que nos conviene que olviden! Cada vez que tengo que enviscar a los españoles adscritos al negociado de derechas, les arrojo cualquier piltrafilla del vicepresidente de la coleta que prometía asaltar los cielos y se conformó con asaltar la poltrona: sus infracciones de la cuarentena, sus visitas al supermercado sin mascarilla, sus trajines con las becarias o sus mefistofelismos desde la tribuna. Y cuando quiero enviscar a los españoles del negociado de izquierdas les arrojo cualquier piltrafilla protagonizada por la presidenta madrileña, tan precoz que dejó de creer en nuestro Enemigo ¡a los ocho años! y tan rezagada que ¡a los cuarenta corridos! confunde la valentía con el agitprop tuitero (pero seguramente una cosa sea producto de la otra): sus lágrimas con rímel en misa, su nidito hotelero de convaleciente o sus posados superferolíticos. Y así, mientras unos y otros espumajean de rabia, se deja de hablar, por ejemplo, de las decenas de médicos y auxiliares sanitarios que han muerto porque tuvieron que atender a los infectados de coronavirus sin protección; o, para mayor escarnio tétrico, con la protección de pega que el Gobierno compró (a precio de oro y con remanguillé de comisiones) en el chino.
Y, en el colmo de la perfidia, ¡oh tito indigno de veneración!, he conseguido infiltrarme entre los propios médicos y auxiliares sanitarios, emponzoñándolos de ideología marrullera, para que se difumine la responsabilidad de los homicidios que han sufrido sus compañeros, haciéndolos clamar farisaicamente contra las mascarillas que ha repartido la presidenta madrileña (como si esos trapillos les fuesen a salvar del contagio), o jalear los aplausitos emotivistas que arreciaban desde los balcones y hacían olvidar la masacre médica. De nada me siento tan orgulloso como de esta infiltración en el gremio sanitario, que me parece una obra maestra de la perfidia ante la que hasta tú mismo, ¡oh tito del mal consejo!, tendrás que prosternarte. Y todas estas argucias cizañeras las urdo para que los españoles se fatiguen en sus querellas cainitas mientras se la meten doblada; pues, como dijo aquel capullazo llamado Chesterton, «el despotismo es el fin de las democracias fatigadas». Y no hay democracia más fatigada, ¡oh tito lindo, espejo de injusticia, trono de sofistiquería!, que la democracia degenerada en demogresca que instauraron las oligarquías partitocráticas. Ellas nos han hecho el trabajo sucio, ¡oh tito indigno de honor!, y a nosotros sólo nos resta poner la guinda al pastel, nombrando déspota de los españoles al doctor Sánchez, que en el infierno no serviría ni para escachar liendres, pero que en este mundo escachará y reducirá a fosfatina a España entera, para regocijo de nuestra Legión.
https://www.abc.es/opinion/abci-juan...1_noticia.html
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