Estimado Juan Vergara,

toda denuncia que se haga al modernismo nunca sobra, en eso estamos de acuerdo. Ahora bien, atribuir al Concilio Vaticano II el desastre postconciliar o considerar a dicho concilio como no magisterial o incluso peor, propagador del liberalismo, es un abuso en toda regla. Un concilio ecuménico, por muy pastoral que uno se lo quiera imaginar, no puede jamás proponer una doctrina que perjudique a la comunidad eclesial, esto sería en última instancia la victoria de satanás sobre la Iglesia y es obvio que eso no puede suceder (Mt.16,18). Es el Espíritu Santo el que guía el caminar de la Iglesia en su historia e impide con su asistencia que en un concilio de estas características, no olvidemos que se trata de documentos aprobados por el magisterio docente universal, se decreten doctrinas o reformas disciplinarias ruinosas para el pueblo de Dios. Si yo me colocara en la posición del disenso respecto a los textos del Concilio Vaticano II, me vería en la disyuntiva de hacer esto mismo con todo el Magisterio postconciliar que los mencionara o citara, lo cual incluiría sin duda al Catecismo de la Iglesia Católica de 1992 y otros documentos emanados de las distintas congregaciones, encíclicas, etc. Esto evidentemente no puede ser bueno, y me colocaría en una situación en la que sería yo quien decidiría que es Tradición y qué no, que es obligatorio y que no, etc., en pocas palabras, un magisterio a la carta y a mi gusto. Ni el Magisterio preconciliar ni el postconciliar ha permitido nunca la discrepancia, más bien ha hecho constatar el grave peligro en el que incurre aquel que se aparta de los dictamenes o sentencias aprobados por el Romano Pontífice, aunque se trate de Magisterio ordinario.


(Denz. 2113, Pío X, Motu proprioPraestantia Scripturae, 18 de noviembre de 1907)

«Pero vemos que no faltan en modo alguno quienes... no han recibido nireciben con la debida obediencia tales sentencias, por más que han sido aprobados por el Sumo Pontífice.

Por eso vemos que ha dedeclararse y mandarse, como al presente lo declaramos y expresamente mandamos que todos absolutamente están obligados por deber deconciencia a someterse a las sentencias de la Pontificia Comisión Bíblica, ora a las que ya han sido emitidas, ora a las que enadelante se emitieren, del mismo modo que a los Decretos de las Sagradas Congregaciones, referentes a cuestiones doctrinales yaprobados por el Sumo Pontífice; y no pueden evitar la nota dedesobediencia y temeridad y, por ende, no están libres de culpa grave, cuantos de palabra o por escrito impugnen estas sentencias; y esto aparte del escándalo con que desedifican y lo demás de que puedan ser culpables delante de Dios, por lo que sobre estas materias, como suele suceder, digan temeraria y erróneamente.»
Sobre esto mismo trata el artículo pre-conciliar y lleno de sabiduría teológica que he copiado de la Suma de Teología de la Compañía de Jesús, que no presenta ni el más mínimo resquicio de modernismo.

Entiendo que debido a la difusión de artículos, libros, etc., de autores modernistas, que deseaban una Iglesia distinta, una Iglesia nueva, intentaron un distorsionamiento del correcto sentido de los textos del concilio, y quisieron exhibirlos como el verdadero espíritu o interpretación del concilio. Evidentemente esto hizo mucho daño a la Iglesia. Esto no significa que los documentos mismos estuvieran envenenados o empapados de doctrinas licenciosas. No tendría sentido por ejemplo, que un Marcel Lefebvre y Antonio de Castro Mayer sancionaran con sus firmas la declaración Dignitates Humanae sino hubieran comprendido que aquello que aprobaban se conformaba con la Tradición. ¿Por qué después se empeñaron en denunciarla? Probablemente por el ambiente modernista que envolvía algunos ambientes. Gracias a Dios, la Administración Apostólica Personal de San Juan María Vianney (entre otras) cuyo fundador era el mismo Castro Mayer entraron en plena comunión con la Iglesia aceptando definitivamente el Concilio Vaticano II. No creo que nadie se atreva a tacharlos ahora de modernistas.


El problema principal está en querer ver contradicciones de Magisterios donde solamente se da desarrollo homogéneo. La seguridad o certeza subjetiva no justifica el rechazo al Magisterio aparentemente anti-tradicional. Lo que habrá que que hacer será estudiar los textos con la debida diligencia, o salir de dudas pidiendo una aclaración de la doctrina a la Santa Sede, que es en último término a quien debemos obediencia, y no a este o aquel obispo en particular.


(Donum Veritatis 38, Congregaciónpara la Doctrina de la Fe). Por último, el recurso al argumento del deber de seguir la propia conciencia no puede legitimar el disenso. Ante todo porque ese deber se ejerce cuando la conciencia ilumina el juicio práctico en vista de la toma de una decisión, mientras que a quí se trata de la verdad de un enunciado doctrinal. Además, porque si el teólogo, como todo fiel debe seguir su propia conciencia, está obligado también a formarla. La conciencia no constituye una facultad independiente e infalible, es un acto dejuicio moral que se refiere a una opción responsable. La concienciarecta es una conciencia debidamente iluminada por la fe y por la ley moral objetiva, y supone igualmente la rectitud de la voluntad en el seguimiento del verdadero bien.
Y quiero dejar claro que yo no acepto interpretaciones rupturistas del Concilio Vaticano II, ya sean en un sentido o en el otro. De hecho, no pocos me consideran un ultra-tradicionalista intransigente. Lo más difícil no es defender la ortodoxia de la doctrina católica, sino vivirla. Le voy a poner un ejemplo concreto; en estos mismo foros, en la sección de cine y teatro, puede usted observar como en algunos mensajes se recomienda la película Torrente 4, se da noticia sobre una película erótica de Vicente Aranda, otra sobre un video 'orgásmico' (con enlace incluido), y entre películas favoritas he visto que alguno/a ha mencionado incluso El exorcista (condenada por la Iglesia), etc. ¿Realmente esto es compatible con la moral tradicional de la Iglesia católica?, ¿por qué tanto relativismo moral?. Sin duda no será por el Concilio Vaticano II que dice muy claramente en el decreto Inter Mirifica:

6. La segunda cuestión contempla las relaciones que median entre los llamados derechos del arte y las normas de la ley moral. Dado que las crecientes controversias sobre este tema tienen muchas veces su origen en falsas doctrinas sobre la ética y la estética, el Concilio declara que debe ser respetada por todos la primacía absoluta del orden moral objetivo, puesto que es el único que trasciende y compagina congruentemente todos los demás órdenes de las relaciones humanas, por dignos que sean y sin excluir el arte. El orden moral es, en efecto, el único que abarca en toda su naturaleza al hombre, criatura racional de Dios y llamado a lo sobrenatural; y solamente tal orden moral, si es observado íntegra y fielmente, lo conduce al logro pleno de la perfección y de la bienaventuranza.

7.Por último, la narración, la descripción o la representación del mal moral pueden ciertamente, con la ayuda de los medios de comunicación social, servir para conocer y explorar más profundamente al hombre, para manifestar y exaltar la magnificencia de la verdad y del bien, mediante la utilización de los oportunos efectos dramáticos; sin embargo, para que no produzcan más daño que utilidad a la almas, habrán de someterse completamente a las leyes morales,sobre todo si se trata de asuntos que exigen el debido respeto o queincitan más fácilmente al hombre, herido por la culpa original, aapetencias depravadas.

9.Peculiares deberes incumben a todos los destinatarios, es decir, lectores, espectadores y oyentes que, por una elección personal y libre, reciben las comunicaciones difundidas por tales medios. Una recta elección exige, en efecto, que éstos favorezcan plenamente todo lo que destaque la virtud, la ciencia y el arte y eviten, encambio, lo que pueda ser causa u ocasión de daño espiritual,lo que pueda poner en peligro a otros por su mal ejemplo, o lo que dificulte las informaciones buenas y promueva las malas; esto sucedemuchas veces cuando se colabora con empresarios que manejan estos medios con móviles exclusivamente económicos.

Por consiguiente, para cumplir la ley moral, los destinatarios de los medios no deben olvidar la obligación que tienen de informarse a tiempo sobre los juicios que sobre estas materias emite la autoridad competente y de seguirlos según las normas de la conciencia recta; y para poder oponerse con mayor facilidad a las incitaciones menos rectas, favoreciendo plenamente las buenas, procuren dirigir y formar su conciencia con las ayudas adecuadas.
Esta enseñanza conciliar sigue exactamente las mismas directrices que las recomendadísimas encíclicas Vigilanti Cura (Pío XI) y Miranda Prorsus (Pío XII), pero parece que tales magisterios han quedado relegados a un segundo plano, ya no interesan, son un estorbo para los gustos cinéfilos inmorales. ¿Es que acaso no tienen la misma vigencia que en su día?, ¿es que ya no se ajustan a los esquemas del mundo moderno?. Como usted puede comprobar cuando uno empieza oponiéndose al Magisterio de la Iglesia, sea este ordinario o extraordinario, en aquello que no le parece congruente, acaba también negando las normas morales tradiciones y se cae fácilmente en el relativismo. Primero santidad de vida, devoción a la Stma. Virgen, mucha oración, adoración eucarística, mortificación, sacramentos, etc., y después de todo esto, lo demás viene solo.

Un saludo en Cristo