Es cierto que todo lo que toca a la Encarnación del Verbo, como a su muerte y resurrección, entra en el ámbito del misterio insondable, como lo es, el creer que la segunda persona de la Santísima Trinidad se hace Hombre.
Pero no es menos cierto, que una vez que nos han predicado, o enseñado que Dios se hizo hombre, y se sacrificó por todos nosotros para redimirnos del pecado y que dio su vida por ello, resucitando al tercer día, dejándonos la buena nueva de los Evangelios y fundando una Iglesia, que se nos predica que es la “única verdadera”, nos preguntemos con que elementos contamos para algo tan maravilloso, portentoso, extraordinario, prodigioso, que por lejos prevalece, sobresale y predomina por encima de cualquier otra cosa.
Ya que de ello depende nuestra salvación eterna.
Y allí juega un papel trascendental y fundamental el relato de los cuatro evangelistas, las cartas de los apóstoles, los hechos de los apóstoles, las primera cartas de los padres apostólicos, (San Clemente, San Ignacio de Antioquía), los primeros escritos apologéticos, (San Ireneo, -discípulo de San Policarpo, que conoció a San Juan- Teófilo, san Justino, Orígenes, Tertuliano, los santos Padres, y los autores no católicos que hacen alguna referencia a Jesús o los primeros cristianos, como por ejemplo Flavio Josefo).
Precisamente, para rebatir los dichos de Donoso, a los que se pueden agregar otros, o los de Alacrán cuando señala que la, "lógica debería concluir cuando ese cuerpo desapareció milagrosamente del sepulcro".
Precisamente una vez que se acepta que, "ese cuerpo desapareció milagrosamente del sepulcro", es donde comienza a ser imprescindible examinar los hechos narrados en las obras que he citado a mero título ejemplificativo, pues hay muchas más.
Porque entonces se podrá apreciar –entre otras circunstancias- que ese cuerpo que, "desapareció milagrosamente" del sepulcro, había predicho antes de morir, que resucitaría al tercer día...
Y ese Hombre, antes de morir, había resucitado a varias personas, entre ellos a Lázaro, (Jn. 11/1-46), a la hija del jefe de la sinagoga llamado Jairo, (Mt. 9/18-26; Mc. 5/21-43¸Lc. 8/40-56), al hijo de la viuda de Naín, (Lc. 7/11-17), y también realizo milagros –curaciones de ciego, sordos, leprosos, mudos, paralíticos, multiplicación de panes y peces, etc.), que fueron constatados por cientos de testigos.
Y ese Hombre que "desapareció milagrosamente", estuvo enterrado tres día y se apareció, a las mujeres, a los apóstoles, a los discípulos, a los amigos, que fueron testigos de dicha resurrección.
Incluso El apóstol Tomas, que como casi todos los demás, desconfiaron al principio de la resurrección, solo lo reconoció cuando se apareció por segunda vez en el Cenáculo, y fue invitado a poner su mano en el costado.
“Señor y Dios mío”, (Jn. 20/28), confesara Tomas al contemplar las heridas de Cristo resucitado.
Y ese Hombre no era un mero "fantasma", pues comió con ellos, etc.
"Palpad y ved, un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo", (Lc. 24,39).
Cuadra entonces ver como “desapareció”, y si pudo haber resucitado, de lo contrario nos quedaríamos absolutamente en babia, sin poder replicar a quien niegan –incluso- que desapareció, y señalan que no murió, que robaron el cadáver, que todo es una mera impostura, etc.
En lo tocante a lo expuesto por Donoso, cabe aplicar el mismo discurrir.
Cuando se dan muchas "explicaciones" de como un cadáver que fue enterrado, luego aparece vivo, es necesario emplear la "lógica", para determinar si es factible -según los hechos históricos- que "no haya muerto", que dé, "alguna manera salió de la tumba", que "robaron el cuerpo", "que quien apareció es un hermano gemelo suyo", etc.
O por el contrario que murió, fue enterrado, y efectivamente resucito.
Así las cosas, Conforme a los principios lógicos, no aparecen siquiera nimiamente probable que se hayan robado el cuerpo, como lo afirmaron los judíos.
En primer lugar como lo sostuvieron los propios judíos, ellos se encargaron de que Pilato pusiera guardias en el sepulcro, pues como Jesús había dicho que resucitaría al tercer día, pensaron que sus discípulos iban a robar el cadáver para hacer cree que había resucitado.
“Pilato les respondió: Tenéis guardia, id y guardad como sabéis. Ellos fueron, sellaron la piedra y aseguraron el sepulcro con la guardia”, (Mt. 27/62-66).
No es lógico ni verosímil suponer que los discípulos que estaban aterrados y muertos de miedo, a tal grado que solo San juan estuvo al pie de la Cruz, junto a La Virgen María y algunas mujeres, “Pero todos sus amigos y las mujeres…estaban lejos contemplándolo sucedido” (Lc. 23,49), y que por temor a los judíos se escondieron y negaron siquiera conocer a Jesús, (Mt. 26/66 ss.; Mc. 14/66 ss.; Lc. 22/54 ss.; Jn.18/15 ss.), tuvieran el valor de robaran su cadáver.
A ello se agrega la congoja, desazón, y desconcierto ante la muerte de Jesús, entonces no resulta coherente pensar que iban a “comprar”, nada menos que a los guardias romanos, para robar el cadáver, como sostuvieron los príncipes de los sacerdotes, los pontífices y los ancianos, (Mt. 27/62,66; 28/11-15))
Por otra parte los discípulos y las mujeres no creyeron inicialmente en la resurrección, se turbaron y desconcertaron, “estaban poseídas de temor y espanto”, (Lc. 24/9), y su primer pensamiento es que habían llevado el cadáver a otro lugar.
San Pedro y San Juan no creyeron a las mujeres, hasta que se convencieron personalmente de ello, (Lc.24/4, 11, 12,24; Mc.16/8; Jn.20/2, 3, ss.).
“A los once”, cuando las mujeres le anuncian que Jesús resucito, “les parecieron estas palabras como un delirio y no las creyeron”, (Lc. 24/11).
Al aparecerse en el Cenáculo: “Les reprendió por su incredulidad y dureza de corazón, pues no habían creído a los que lo habían visto resucitado de ente los muertos” (Mc. 16,14).
“El mismo se presentó en medio de ellos y los dijo: Paz con vosotros. Quedaron sobrecogidos y llenos de miedo. Pero él les dijo: Porque os turbáis y porque dudáis en vuestros corazones. Ved mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tocadme y ved”, (Lc 24/36-39).
Tampoco se explicaría como los apóstoles, discípulos y los primeros conversos iban a sufrir toda clase de tormentos, suplicios, cárceles, persecuciones, etc., que finalmente a la mayoría le costara la vida, si la resurrección hubiera sido un mero “montaje” con un cadáver robado.
Como señalaba San Pablo, si Cristo no resucito vana es nuestra fe.
El caso de San Pablo, sin dejar de lado la temática del misterio, y lo sobrenatural, también ayuda en la cuestión “lógica”.
Veamos, se trataba de un prominente judío fariseo, “instruido conforme al rigor de la ley”, discípulo de Gamaniel, ciudadano Romano, y con una elevada cultura del mundo helénico. Era un contumaz perseguidor de cristianos, (Act. XXII, XXVI, etc.) y fue uno de los que lapidaron al protomártir San Esteban. (Act. VIII, 59).
San Pablo es convertido por Nuestro Señor cuando iba camino de Damasco: “Caí en tierra y oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, porque me persigues?”. Yo respondí Quien eres Señor? Y me dijo: Yo soy Jesús el Nazareno a quien tu persigues”. (Act. Cap. XXII)
Después de esta conversión, se puso en contacto con San Pedro y Santiago el mayor. Es decir que recibió la enseñanza directamente de los apóstoles.
Sus cartas en las cuales habla de la resurrección de Jesús al tercer día, son entonces un testimonio de vital significación, (I, Tes.I, 10; Gal. I, 1; Cor. VI, 14; II Cor. IV, 14).
En San Pablo, contamos con un testigo excepcional, a lo que se agrega que murió mártir.
Con respecto San Esteban, momentos antes de ser lapidado proclamo: “He aquí que veo los cielos abierto, y al Hijo del hombre que está de pie a la diestra de Dios.” (Act. 8/56), de modo que es otro testigo que dio testimonio con su vida de la resurrección de Jesús, a quien contemplo instantes antes de su martirio.
Es más hubiera bastado con que negara todo eso para salvar su vida y quedar libre.
Ya los apóstoles no serán los timoratos y temerosos, que se escondieron después de la muerte de Jesús, ahora proclamaran sin tapujos que fueron, "testigos de la resurrección de Cristo", (ver entre otros a San Pedro en Act.13/14 ss.).
En lo que hace a los que dicen que cristo no murió, los hechos históricos demuestran en forma concluyente que murió realmente.
En efecto, Luego de padecer crueles tormentos, sudar sangre, y pasar la noche en agonía, es sometido a un extenuante “juicio”, golpeado, azotado, coronado de espinas, etc.,
Se lo crucifica, y todo esto es visto por innumerables testigos, “los soldados llegados a Jesús lo encontraron ya muerto”, a pesar de eso uno de ellos, “atravesó su costado con una lanza”, de la herida mano sangre y agua. (Jn. 19/33-34). Esto lo cuenta san Juan que estuvo al pie de la cruz, de modo que es un testigo inmejorable.
José de Arimatea, “noble senador”, “barón justo y bueno”, que poseía riquezas, y era un hombre preeminente en la comunidad judía, “discípulo secreto de Jesús por temor a los judíos”, se apersono ante Pilato y “le pidió el cadáver de Jesús”, Pilato, “llamo a un centurión y le pregunto si había muerto ya. Informado por el centurión, concedió el cadáver a José”, (Mt. 27, 57-60; Jn. 19/38-42; Lc 23/50-54; Mc.14/42).
Esto es otra acreditación precisa de la muerte de Jesús atreves de la constatación de Pilato, por medio de un centurión.
José tomo “el cadáver” y lo “envolvió en una sábana”, y lo enterró en un sepulcro, “en el que todavía nadie había sido colocado”.
Consecuentemente la figura señera de José de Arimatea es un testigo capital de la muerte de Jesús.
“Las mujeres, que lo habían acompañado desde galilea siguieron de cerca y observaron el sepulcro y como era colocado el cuerpo” (Lc. 23/55-56)
Es decir que las mujeres también fueron testigos fieles de la efectiva muerte de Jesús.
Otro testigo significativo fue Nicodemo, “el que por temor, visitaba a Jesús de noche”, él fue quien compro y trajo la mirra y el áloe, “como cien libras” y le puso los aromas, envolvió a Jesús en los lienzos y colaboro con su entierro.
En Nicodemo encontramos a otro destacado judío que atestigua la concreta muerte de Jesús, cuyo testimonio es valiosísimo, ya que fue el que puso “los aromas” al cadáver.
Como dije los judíos pidieron guardias a Pilatos, quien los mandó, para que no se robaran el cadáver.
Y dicha afirmación, la mantuvieron con toda firmeza, como dice san Mateo: “Esta es la versión que se ha propalado entre los judíos hasta el día de hoy”, (Mt.28/15)
El testimonio de los judíos es primordial, ellos jamás pusieron en duda que Jesús hubiera muerto.
El centurión que estaba con los soldados cercano a la cruz, al ver los extraños prodigios que ocurrieron cuando expiro Jesús, según Marcos, y Mateos, “Exclamo: Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”, (Mt. 27/ 54; Mc. 15/39), Lucas comenta que: “Dio gloria a Dios diciendo: Este hombre era realmente justo”, (Lc 23/47), este es otro testigo de que Jesús murió.
La posibilidad de un “hermano gemelo”, no encuentra sustento absolutamente en ninguna probanza, y sería contrario al sentido común, a la lógica, y vulneraría los principios coherentes del razonamiento, que su madre, los apóstoles, los discípulos, los amigos, las mujeres que lo seguían, los testigos que se convirtieron, etc., se "tragaran" el anzuelo de un "gemelo", que nunca habían visto antes…
Además sería un gemelo con extraordinarios poderes sobrenaturales, y un “genial” farsante, usurpador de la vida de su “gemelo” Jesús.
Siguiendo los principios lógicos del pensamiento, cabría preguntarse:
¿Cuál sería el motivo para que este supuesto e inverosímil “gemelo”, siguiera actuando como si fuera Jesús?
Cuál sería su rédito personal de todo eso?
En que se beneficiaría para actuar así?
En definitiva porque hacia todo eso?
Además que ocurrió con este prodigioso “gemelo”, después de pentecostés?
Entonces no solo estaríamos ante un “gemelo” en su aspecto “físico”, conforme a la naturaleza propia de los gemelos, (con la particularidad de que este salió imprevistamente de la nada, y a los 40 días desapareció sin dejar rastro alguno), sino que se trataría en un gemelo con la misma e idéntica “misión” de Jesús, con su misma idiosincrasia, con una naturaleza interior y espiritual analógica, similar, e, idéntica a la de Jesús.
Bueno, ya es hora de que los deje en paz, no pretendo en modo alguno negar el valor primordial de la Fe, ni desconocer el misterio inescrutable, y todas las cuestiones sobrenaturales de la religión Católica.
Lejos estoy del “racionalismo”, “positivismo”, “enciclopedismo”, etc., en la temática religiosa.
Simplemente quería aclarar, y matizar los dichos de los amigos Donoso y Alacrán, porque entiendo que de lo contrario podríamos quedarnos exclusivamente con el “fideísmo”.
Así como es lícito y necesario para demostrar un milagro, examinar detenidamente todas las circunstancias que rodean al mismo, también lo es, en el caso de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Cordiales saludos.
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