Hallar aquel refrán aún en uso me produce la más simple felicidad; es como escuchar a mi padre referirse a «la prensa», que siempre me ha parecido —por razones pueriles, admito yo— un término augusto. Si se fija usted, se pierde lo pintoresco con el pasar del tiempo; espero yo que el burdo anglicismo —la obcecada exaltación de todo lo extranjero— no permanezca en su lugar. Pero bueno, serán cosas de otro momento. Lo que sí le puedo decir es que ha leído bien, pues fue Adolfo Suárez el político que nos lo devolvió. He podido encontrar es esto, cortesía de Arcadi Espada, periodista de El Mundo:
El doble populismo español vocea ahora que viene a hacer la enésima transición y a limpiar a fondo. Hay que observar con atención este doble neofalangismo. La alcaldesa Carmena, sus labores, y su envilecedor tuteo a unos ciudadanos a los que Adolfo Suárez había devuelto el usted. Los saltos del protocolo que se permiten los que ignoran que también Girón de Velasco, aquel león de Fuengirola, fue vestido como le dio la gana a la proclamación del Rey. El resultado visual de comparar cómo la democracia arrancó el yugo y las flechas de Alcalá 44 y cómo el nacionalismo seccionó con cuatro hórridas columnas el bello skyline de Montjuïc.
No sé si tenemos una finalidad equis o un objetivo común; coincidimos todos (o casi todos) en querer engrandecer a España y, quizá, sus antiguas posesiones, pero no todos coincidimos en métodos e ideas. Discrepamos en lo que constituye engrandecer a España; arriesgándome a ser acusado de bolchevique, digo que carecemos de un programa. Fíjese que yo soy simplemente un criollo carente de identidad y reacio a loar su república; llego a España y presento un pasaporte azul, no color vino. ¡Muchos somos «españoles que no pudimos serlo»!
Si tú prefieres el tuteo, me comprometo a tratarte de esta forma; tampoco me causará molestia alguna que te refieras a mí como más cómodo te sientas. Asimismo, te pido que me entiendas; me inclino a favor del ustedeo para no causar molestia u ofensa, pues no quisiera exacerbar el efecto de mi ya inútil participación en este foro. Yo, que escribo con un estilo pésimo y me expreso —cuando me expreso— fatal, no puedo permitirme el lujo de también caer en la falta de respeto. Además, no me creerás si te digo lo joven lo que soy; me es natural guardar respeto hacia los mayores. «A tal señor, tal honor».
Pues claro, amigo Reyno de Granada. Se ha perdido la costumbre, pero me parece recordar que hasta mi padre se refería de usted a su padre (mi abuelo, claro está), y en aquel hogar no faltaba ni el amor ni la devoción familiar de la que carece esta época de vanagloria y placeres pasajeros. Menciono lo de la frialdad porque es algo de lo que se me ha acusado a menudo. Ya no hay concepto de la jerarquía. ¡Mejor iguales a lo que yace debajo del Tártaro que desiguales a las Islas de los Bienaventurados! Más no escribo porque estas reflexiones deprimentes ponen los ánimos por el suelo.
Saludos. Le dejo otra canción alemana, pero esta data al 1889.
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