-
Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/1971
Aprovechando que este Domingo se celebra el Día de los Mártires de la Tradición, y teniendo en cuenta que dentro de 2 años se cumplirá el 125º aniversario en que se viene conmemorando esta Fiesta ininterrumpidamente, he creído que podría ser oportuno reunir en este hilo los artículos que, con motivo del 75º aniversario de la Fiesta, se publicaron en el diario El Pensamiento Navarro, en torno al día 10 de Marzo de 1971.
Todo ello sin perjuicio de que puedan traerse, en próximas ocasiones (D. m.), nuevas recopilaciones de artículos de otros años, de los cuales está llena la rica bibliografía legitimista.
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 9 de Marzo de 1971, página 3.
Los Mártires de la Tradición y el progresismo
Por Manuel Ribera
Otra vez la fecha augusta del 10 de marzo nos enfrenta con la institución que el Rey Carlos VII designó para recordar a los Mártires de la Tradición. Fecha que está enlazada con el aniversario de Carlos V, el primero de la Dinastía carlista que se batió contra el liberalismo. Pero toda la historia del tradicionalismo, por encima de pequeñeces y personalismos, es una “lucha gigantesca sostenida contra la revolución por la verdadera España durante nuestro siglo”, como dijo Don Carlos en su carta al Marqués de Cerralbo, en 5 de noviembre de 1895. Y cada año debe renovarse el sentido del 10 de marzo. No como nostálgicos, convertidos en estatuas de sal, con la cabeza vuelta hacia el pasado, desconectados del presente y del futuro. Carlos VII pensaba en la juventud, en la perennidad de España. “Estímulo y ejemplo a los jóvenes” y para que “mantengan vivo en ellos el fuego sagrado del amor a Dios, a la Patria y al Rey”, eran los objetivos que nuestro Rey marcaba para siempre en esta sagrada conmemoración.
¿EXISTE EL INTEGRISMO?
El carlismo es esencial porque cuida de la esencia de España. Como es perenne e interminable la lucha revolucionaria contra los ideales sagrados encarnados en Dios, la Patria y el Rey, nuestro trilema glorioso y sintetizador de la mejor teología, historia y sentir del pueblo español. Pero hoy la revolución tiene un nombre y un contenido específicos. Hoy la revolución anticristiana y antinacional se llama simplemente el progresismo. Me sé de sobras que cuando se habla de progresismo, gente corta y simplona lo contrapone al “integrismo”. Hablando con rigor teológico e histórico, el “integrismo” que muchos se figuran, no existe. Lo que existe es el progresismo. Para fines dialécticos se ha creado este fantasma del “integrismo”, porque es más fácil decir que se ataca al “integrismo” a decir que se ataca a la fe, la moral y el dogma cristiano. Pero, ciertamente, en el magisterio eclesiástico de los Papas, nadie nos podrá mostrar una encíclica condenando el “integrismo”. Como se puede presentar el “Syllabus” de Pío IX, la “Pascendi” de San Pío X, la “Humani generis” de Pío XII, y la expresa condenación de Pablo VI al progresismo nombrándole como tal. Quizá podrán existir personas que tengan formas antipáticas en la defensa de la fe, cristianos que recorten la integridad de la fe que debe proyectarse a la vida social a un “integrismo” concretado sólo a la piedad y a la fe, con evidentes secuencias angelistas. Pero estas deformaciones o visiones incompletas de la fe católica no pueden compararse a la malignidad sustancial y totalitaria que tiene el progresismo.
¿QUÉ ES EL PROGRESISMO?
El progresismo es “una contaminación doctrinal de algunos medios cristianos por ese fenómeno capital de nuestro tiempo, que es el comunismo”, como lo define Bruno de Solages. O cae en el progresismo “todo hombre que, impedido por unas razones personales de dar al partido comunista una adhesión oficial y total, no queda por ello menos persuadido de la excelencia intrínseca y de la victoria inevitable del comunismo, y que, en consecuencia, se preocupa de hacer coincidir sus actitudes económicas, políticas y sociales con las de la URSS y de los partidos comunistas nacionales”, como decía Joseph Folliet. Pío XII, en 1954, denunciaba el gravísimo error de “pretender que se reconozca como verdad histórica el carácter colectivista del comunismo en el sentido de que también él corresponde a la voluntad de Dios”. Y en este progresismo, que ha tenido diferentes versiones, ya en el terreno teológico, ya en el apostólico, ya en lo político-social, se encuentra el enemigo peor de la Iglesia, del pueblo cristiano, del apostolado católico, de la tradición, y de la sociedad interpretada según el derecho cristiano con sus funciones de subsidiaridad y reconocimiento de los fueros de las regiones.
PABLO VI LO DEFINIÓ
Pablo VI, de una manera exhaustiva y definitiva, marginó del lenguaje católico y de la propia Iglesia a todo el progresismo. En su mensaje a los milaneses en 15 de agosto de 1963 afirmó rotundamente:
“La fe de San Ambrosio, la herencia de San Carlos, el esfuerzo apostólico de los últimos arzobispos, aparece comprometido no tanto por el uso natural del tiempo, sino también por algún cambio radical e irresistible que sustituye a la concepción de vida de nuestro pueblo una otra concepción que sólo se puede definir con el término ambiguo de progresista. Ella no es más ni cristiana ni católica”.
Evidentemente, según las palabras pontificias, el progresismo no es cristiano ni católico. Luego un carlista, un tradicionalista, jamás podrá pactar con el progresismo. Es de una ignorancia inconcebible o de una malicia luciferina admitir en el seno del carlismo el progresismo, ya manso, ya avanzado. Y parangonarlo con lo que se ha llamado “integrismo”, que no existe más que en la imaginación y la dialéctica del marxismo para entablar la lucha de clases dentro del seno de la Iglesia.
LA REVOLUCIÓN SIEMPRE INTENTÓ DENIGRAR AL CARLISMO
Claro que a los carlistas fieles a la doctrina que desde Carlos V ha mantenido siempre la Dinastía Legítima y los pensadores de la tradición, se les apellidará para denigrarlos como integristas dramatizantes y energúmenos. También a nuestros antepasados, que luchaban por la libertad cristiana y los fueros, los centralistas, los listos que se enriquecieron con la desamortización, los bien hallados con los poderes constituidos aupados por la masonería y lo más podrido de Europa, les estigmatizaban llamándoles absolutistas, ultramontanos, cerriles y otros adjetivos y eructos propios de la fauna liberal. Pero todos sabemos que no ha existido otro absolutismo ni otros enemigos de la libertad cristiana que los poderes liberales, ya conservadores, ya tecnócratas, ya claramente marxistas, aspirantes al dominio mundial y al rasero de las legítimas libertades en aras de la europeización y otras martingalas tiránicas y antinaturales.
“NO IMPORTA”
Los Mártires de la Tradición, el pueblo carlista, por definición y fidelidad a tanta sangre y sufrimientos vertidos, a estas horas nos alertan contra el peligro progresista que tantos estragos ha hecho y hace en la Iglesia de Dios y también en nuestras filas. Nada ni nadie nos puede desaminar en esta lucha en que nos encontramos solos, sin medios materiales, mientras el capitalismo sinárquico y el marxismo mundial quieren estrangular nuestra fe y lealtad. No importa. El carlismo nunca se ha apoyado en los poderes del dinero, de la fuerza y de la propaganda. Y en una fecha como el 10 de marzo hay que recordarlo. El carlismo ha sido y es pueblo. “De esos, de los desheredados de la fortuna; de los que carecieron de un pedazo de pan que llevarse a la boca y de un brazo amigo en que apoyarse; de los que después de atravesado este valle de lágrimas haciendo bien, como su Divino Maestro, no encontraron, quizá, ni un pedazo de tierra en que descansaran sus cuerpos en esta bendita y amada tierra española, por cuya libertad peleaban; de esos, de los pobres y los humildes, es principalmente la fiesta del 10 de marzo”, decía el Conde de Doña Marina. Que sean progresistas los falsos teólogos, los apóstatas, los que se venden al mejor postor, los perjuros a testamentos augustos, los protervos que engañan a multitudes, los que están conectados con las altas finanzas y hombres fuertes de la masonería, aunque con piel de oveja, a veces, lo disimulen con palabras desfiguradas del Concilio Vaticano II y lemas carlistas.
LO MÁXIMO QUE PUEDE LLEGAR ES EL MARTIRIO
Pero los que saben que el carlismo es primordialmente vocación a vivir la fe católica en privado y en público, en lo familiar y en lo social, en lo filosófico y en lo político, en lo nacional y en el derecho foral, en las relaciones con la Santa Sede y en política internacional, a la intemperie y resistiendo vientos y borrascas de todos los meridianos, debemos mantener el tesoro de nuestra doctrina, pase lo que pase. Lo máximo que puede llegar es el martirio. Mella nos decía, en 25 de julio de 1908, en Zumárraga:
“Si Dios lo premia todo, ¿cómo ha de olvidar a este pueblo carlista que le ofrece el ánfora hermosa de sus trabajos por Él, ánfora llena de sus lágrimas, de su sangre, que tres generaciones han derramado, y que la levanta como un cáliz purísimo ante Dios, diciendo: ¡Señor!, en los días funestos en que todos te escarnecían, en que tenías sed y nadie aplicaba a tu boca ni una gota de consuelo, el partido carlista te proclamó, te dio su sangre y su vida y te fue fiel hasta el martirio?”.
Los Mártires de la Tradición nos emplazan a seguir su combate contra el mismo enemigo que combatieron, que hoy es exactamente el progresismo. Nadie lo puede avalar dentro del carlismo. El solo hecho de querer aceptarlo como un ingrediente más, ya significa el divorcio total con sus ideales. Por esto el 10 de marzo es día de decisiones. La evocación de los Mártires de la Tradición, o sea, la fidelidad al carlismo, significa apartarse totalmente de quien quiera mezclar carlismo y progresismo. El progresismo es el peor anticarlismo dentro del carlismo. Éste es el mensaje de sangre y de luz que en esta fecha sacrosanta nos gritan nuestros Mártires. Y a ellos no los podemos traicionar.
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 1 (Editorial).
Mártires de la Tradición
MÁRTIRES, porque lucharon y murieron sin ninguna mira de interés particular. No tan sólo por una Dinastía sino también y primordialmente por el Ideal. Sin su abnegado sacrificio las esencias católicas y tradicionales de las Españas, tiempo ha hubiesen perecido ante el asalto de la Revolución triunfante en Europa. Si todavía no somos esta Europa descristianizada, amoral, envilecida por la corrupción de costumbres y el desmoronamiento de la familia, a la que algunos pretenden “integrarnos”, a ellos, a los Mártires de la Tradición lo debemos.
MÁRTIRES nuestros Reyes, cuyos restos, por Abanderados de la Santa Causa, cubren todavía tierras extrañas mientras otros usurpan el lugar a ellos debido en El Escorial.
MÁRTIR el Rey Santo, Carlos María Isidro, a quien por defender, con la misma entereza que frente a Napoleón en Bayona, sus legítimos derechos frente a la usurpación, y con ellos la Religión y la Patria, sigue denominándosele en textos legales no derogados con el infame apelativo de “Ex Infante”.
MÁRTIRES, los heroicos caudillos –Zumalacárregui, Rada, Francesch, Galcerán…–, cuyos nombres y gestas asombran la Historia.
MÁRTIRES, tantos y tantos oscuros Voluntarios, cuya entrega y heroísmo sólo conoce el Señor Dios de los Ejércitos en cuyas filas combatieron.
MÁRTIRES, quienes antes de doblegarse servilmente a la Dinastía usurpadora, optaron por el amargo, si bien digno, pan del destierro.
MÁRTIRES, las madres que, sangrando el corazón, pero sin una sola lágrima, ofrendaron con santo orgullo los hijos de sus entrañas para Soldados de la Causa. Mártires, las esposas, las novias, que sacrificaron su amor de mujer a un Amor más alto.
MÁRTIRES, quienes sufrieron persecución material en cárceles, checas y destierros. Mártires, quienes sufren la persecución todavía más dolorosa, más amarga, más trágica, del olvido, la incomprensión, la calumnia de la historia, toda ella escrita con escandalosa parcialidad por los vencedores.
MÁRTIRES, quienes habiendo arriesgado vida y hacienda en defensa de los derechos de la Iglesia, conculcados y desconocidos por la Revolución liberal tantas veces condenada en las Encíclicas pontificias, recibieron de la discutible diplomacia vaticana la injuria de ser concedida la Rosa de Oro a la representante de la Dinastía usurpadora, dócil instrumento de la Revolución, sin que por ello variaran su actitud de filial veneración y obediencia, hoy diríase “indiscriminada”, al Vicario de Cristo.
MÁRTIRES, en fin, quienes se ven humillados, despreciados y hasta insultados y escarnecidos por no pocos que nada serían ni nada tendrían –dignidades, jerarquía, patrimonio– sin su heroico y desinteresado sacrificio. Porque sin las Guerras carlistas del siglo pasado y el Alzamiento del 18 de julio, derrota también para el Carlismo –¿dónde están los círculos, periódicos, y organizaciones que por toda la geografía patria mantenía contra todo y frente a todos durante la II República?–, no habría en España sacerdotes ni obispos, ni habría Ejército ni Instituciones patrias, ni Bandera roja y gualda, ni habría España siquiera, porque de ella sólo quedaría el cadáver profanado por el rojo sudario de la hoz y el martillo.
Porque nada material buscaron, un premio material y humano a su generosidad hubiese sido indigno. Y como sería injusto que ningún premio recibiera su sacrificio, piadosamente creemos que Dios, para quien no hay héroes anónimos, les habrá resarcido con medida buena, apretada y sobreabundante, con la máxima recompensa deseable, que es Él mismo, de la derrota material, de la incomprensión, del olvido, de la ingratitud incluso de aquéllos que más les deben.
Y Dios, que con su dedo omnipotente conduce recta la Historia hacia la implantación del Reino de Cristo, a pesar de los renglones torcidos con que los hombres pretenden desviarla de su ineludible destino, hará que el sacrificio de los Mártires de la Tradición no resulte estéril. Sólo así se explica el misterio, histórica y humanamente incomprensible, de la pervivencia, durante siglo y medio, del siempre derrotado pero jamás vencido Carlismo.
Por más que no lo entiendan los que más obligación tienen de entenderlo, todavía quedamos quienes así lo creemos y sentimos: para nosotros, el ejemplo de nuestros Mártires es exigencia de emulación irrecusable.
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 3.
TESTIGOS DE LA TRADICIÓN
Por Francisco Puy
El martirio es un concepto que repele al hombre “europeo” de las tolerancias y las transigencias. ¿Por qué será que tiene un tan fuerte atractivo para el hombre hispánico? El hombre “moderno” tiembla ante la mera idea del martirio. No lo puede remediar, palidece, se desencaja, huye despavorido. Ya la sola idea de la muerte le encoge. Pero si encima es muerte cruenta, violenta, sacrificial, entonces su miedo es pavor y su temor es terror. Nosotros no somos así. No es que nos agrade la perspectiva de hacer o ser hecho mártires. Pero la repulsión ante la sangre inocente no es en nosotros enervante, sino estimulante catalizador. Tremenda condición la de este hombre hispano, hecho a golpe de martirios.
ACUSACIONES DE MARTIRIO
Esto es un hecho. El noventa por ciento de la leyenda negra antiespañola se basa en acusaciones de martirio. Ellos, los europeos, nos acusan de ser martirizadores, con nuestras cruzadas, nuestras inquisiciones, nuestras guerras civiles… Recientemente hemos visto temblar el orbe porque, a consecuencia de un proceso, podían surgir cuatro “mártires” (?) en España, mientras se pensaba tranquilamente en otros mártires mucho más reales, en los cinco continentes…
Bien. Dejémoslos a ellos con sus prejuicios. Pero defendamos “nuestro auténtico sentido del martirio”. Porque –y esto es más grave– también este formidable recurso racial está siendo objeto de una campaña de confusión entre nosotros. ¿No habéis visto cómo se nos intenta hacer populares, ídolos, como si fueran auténticos mártires, a esos Guevaras, Torres, Kings, Kennedys, etc., de nuevo cuño? Quienes conocen este extraordinario rasgo de nuestro talante, quieren suprimírnoslo por confusión. Dios no lo permita.
Entre nosotros, mártir auténtico sólo es el que padece muerte (o casi) por amor de Jesucristo y en defensa de su religión santa, católica, apostólica y romana. El que es capaz de hacer eso mismo por otra causa, será un héroe, a lo más, si la causa es objetivamente buena desde un punto de vista meramente humano y natural; y, en otro caso, será pura víctima de un acaso, o de un infortunio, o de su personal demencia. Y nada más.
POR ESO TIENE MÁRTIRES EL CARLISMO
Por eso tiene mártires el Carlismo, que es la tradición política de las Españas Católicas, mientras que no los tienen los miembros de otros grupos políticos. Por eso es el carlismo algo eterno: porque tiene auténticos mártires. Esto es, como dice la propia raíz griega del vocablo castellano, “testigos” de la fe de Cristo, “testimonios” de que la vida y todo lo que ella contiene sólo se puede ofrecer por Dios, el símbolo primero y la razón de ser de todo el ideario carlista.
Por eso, en esta fiesta de nuestros mártires, que nos pone el ceño sombrío y el alma tensa de emociones, acordémonos de los que han muerto por confesar a Cristo Rey, y no les hagamos la imperdonable ofensa de mezclarlos o confundirlos con los que han mantenido su hombría de un modo cuerdo o loco, pero por cosas que para nosotros cristianos no pueden tener sentido. Y que la sangre que derramaron generosamente y por millares en cuatro guerras de religión después de 1800, y en tantas otras con anterioridad, nos lave de las traiciones cometidas por otros infelices que salvaron la vida a costa del honor.
Porque mártir de la tradición es el testigo fiel de la tradición católica de las Españas: lo contrario del testigo de la herejía y el ateísmo; lo contrario de falso testigo, que es el traidor a la lealtad.
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 3.
El Rey Carlos VII y la Fiesta del 10 de Marzo
El Duque de Madrid dirigió a la Prensa carlista el siguiente documento autógrafo, con motivo del primer año de la fiesta de los Mártires de la Tradición, que fue publicado el 10 de marzo de 1896:
“Que la conmemoración de nuestros Mártires no se limite a satisfacer una necesidad del corazón y una deuda de gratitud.
Sirvan las sagradas memorias de los que en nuestros tiempos han sucumbido luchando heroicamente, primero contra el capitán del siglo (Napoleón), y después por los fueros de Dios, del Rey y la Patria, para mantener el verdadero amor a España en los que hoy pelean y mueren en Cuba bajo la bandera que simboliza uno de nuestros ideales. Y su recuerdo infunda en todos nosotros, los que aspiramos a continuar su obra, la fe y la resolución de proseguirla hasta el fin, ofreciéndonos como ellos, cuando el caso se presente, a la muerte, lo mismo si hemos de arrostrarla en los campos de batalla, que en las tristezas de la miseria o del ostracismo.– CARLOS.
Palacio Loredán, 28 enero 1896”.
En el hermoso documento institucional de una fiesta nacional en honor de los Mártires de nuestra Bandera, la gran figura católica y española que fue el Rey Carlos VII, decía a su Jefe Delegado, señor Marqués de Cerralbo, cosas tan sentidas como éstas, expresión fiel de lo que sentía su noble corazón:
“¡Cuántas veces encerrado en mi despacho, en las largas horas de mi largo destierro, fijos los ojos en el Estandarte de Carlos V, rodeado de otras 50 Banderas, tintas en sangre nobilísima, que representan el heroísmo de un gran pueblo, evoco la memoria de los que han caído como buenos, combatiendo por Dios, la Patria y el Rey!
Los Ollo y los Ulíbarri, los Francesch y los Andéchaga, los Lozano, los Egaña y los Balanzategui, nos han legado una herencia de gloria que contribuirá, en parte no pequeña, al triunfo definitivo que con su martirio prepararon.
Y al fin, cada uno de esos héroes ha dejado en la historia una página en que resplandece su nombre. En cambio, ¡cuántos centenares de valerosos soldados, no menos heroicos, he visto caer junto a mí, segados por las balas, besando mi mano, como si en ella quisieran dejarme con su último aliento su último saludo a la patria! ¡A cuántos he estrechado sobre mi corazón en su agonía! ¡Cuántos rostros marciales de hijos del pueblo, apagándose en la muerte con sublime estoicismo cristiano, llevo indeleblemente grabados en lo más hondo de mi pecho, sin que pueda poner un nombre sobre aquellas varoniles figuras!
Todos morían al grito de ¡Viva la Religión!, ¡Viva España! y ¡Viva el Rey!”.
Así era Don Carlos de Borbón para los suyos: para su gran familia de leales. ¡Bendita sea su memoria en el recuerdo y en nuestras oraciones!
FCO. LÓPEZ-SANZ
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 3.
«MÁRTIRES» Y «CAÍDOS»
Por Pablo Gaztelu
Entre tantas cosas como anualmente escribe el pueblo carlista en torno a la Fiesta de los Mártires de la Tradición, no se ha comentado nada, o muy poco, el matiz que diferencia los vocablos “mártires” y “caídos”, que han coexistido a partir de la aparición del último en los días de la Cruzada de 1936.
Merece la pena, aunque no sea más que apuntar el tema, porque ese matiz nace y se apoya no solamente en ciertos gustos estéticos implicados en la coyuntura internacional de entonces, sino también en torno a una concepción religiosa. Ahora que los vientos desacralizadores, laicistas y liberales han llegado hasta algún punto del Carlismo, su enemigo secular, parece especialmente oportuno resaltar el sentido religioso de la palabra “mártires”, como un dato más que confirme la piedad esencial de la Comunión Tradicionalista.
LAS PERSECUCIONES DEL CARLISMO
Cuando los Carlistas han luchado con las armas y han sufrido persecuciones, lo han hecho, al menos hasta la década de los años sesenta, por una concepción política sacralizada, por una civilización cristocéntrica, por la alianza del Trono y el Altar. De tal manera que, con variaciones individuales según el fuero interno inescrutable de cada uno, siempre había un componente religioso variable en la conducta que les acarreaba los sufrimientos; consecuentemente, tenían éstos una parte de martirio en el más estricto sentido de la palabra.
Pero el año 1936, siglo y medio de liberalismo doméstico, más la apostasía de las demás naciones, impidieron que el Alzamiento pudiera mantener exclusivamente, en incontaminada soledad, ese sentido sagrado esencial del Carlismo. Otras fuerzas políticas, admirables por su patriotismo, produjeron por su desinterés por lo religioso –nunca hostilidad–, una apertura, una desacralización parcial, una secularización, que treinta años después estamos padeciendo. Esta relajación en el rigor religioso, esta neutralidad espiritual, permitió complementar el esfuerzo carlista con masas de españoles que jugaron un papel tan decisivo como el nuestro. Apenas era aplicable a su sacrificio el término religioso de “mártires”, ni tenía para ellos especial atractivo. La palabra “caídos” resolvió la situación con eficacia política visible.
UNA PASTROAL DEL CARDENAL SEGURA
Pero en cuanto se extrapolaba de lo político a lo religioso, el término “caídos” perdía precisión y claridad. Ya muchos años antes de que se pensara en el enterramiento conjunto de rojos y nacionales en el Valle “de los Caídos”, el Cardenal Segura olfateaba ciertas imprecisiones que le llevaron a puntualizar en una Pastoral famosa (2-IV-40):
“Una cosa es el culto católico, y otra, esencialmente diversa, son los actos y homenajes de carácter cívico.
(…)
Son actos y homenajes de carácter cívico, entre otros: las Cruces llamadas de los Caídos, evocaciones de los muertos, desfiles militares o civiles ante dichas Cruces, discursos profanos, ofrecimientos de coronas de flores, saludos y gritos reglamentarios.
(…)
Dichos actos y homenajes, que antes que en España se practicaron en otras naciones, donde tuvieron su origen, pueden libremente, bajo su responsabilidad, ser organizados por las autoridades civiles: mas siempre cuidando que no sufra en ellos menoscabo la doctrina católica
(…)
Todos los que mueren en pecado mortal, donde quiera y como quiera que mueran, van al Infierno para ser en él eternamente atormentados. Los que mueren en gracia, sin haber enteramente satisfecho sus pecados, van al Purgatorio para ser allí purificados con terribles tormentos. Al Cielo… sólo van los justos ya plenamente purificados.
La Iglesia, única que puede prescribir oraciones, y a cuya aprobación deben someterse las verdaderas oraciones que se hayan de hacer en público, no usa la palabra “caídos” en su Liturgia. La Iglesia, cuando ora por los muertos, ora tan sólo por los “fieles difuntos”. No pueden estar unidos después de la muerte los que no han estado unidos en vida por la misma fe en Jesucristo
(…)
Es necesario distinguir perfectamente lo que por su naturaleza es un acto cívico o político, de lo que es acto estrictamente religioso”.
Muchas más cosas se pueden decir de este tema de costumbrismo político contemporáneo; queden para otras ocasiones. De momento, vemos en él un exponente inequívoco más del carácter religioso del Carlismo, que ahora algunos se empeñan en disimular.
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 6.
DE MI COLECCIÓN DE RECUERDOS CARLISTAS
Por Alberto Inchausti
Tengo en mi colección de recuerdos carlistas de la postguerra, numerosas tarjetas de invitación con el programa de actos a celebrar el día de los Mártires de la Tradición, en distintos años y lugares. He participado siempre en ellos, hasta que la invasión progresista llegó a nuestras filas. Conservo, pues, además, recuerdos vividos.
MISA, BANQUETE Y MANIFIESTO
Tres puntos principales comprenderá habitualmente tal conmemoración: una misa, un banquete y algún manifiesto o escrito político de tono menor. Los tres tenían una frontera reducida y difícil con el contexto político nacional. La misa propiamente dicha, no; pero sí la salida de la misma, porque ya en la calle, fuera del templo, los asistentes nos poníamos las boinas rojas y cantábamos el Himno “Oriamendi”, que, a pesar de estar reconocido en la legislación entonces vigente como uno de los oficiales, suscitaba fricciones y dificultades que, una vez iniciadas, crecían rápidamente en espiral, hasta que lo cortaba la fuerza pública.
El banquete, más bien simple yantar, porque el tesoro de la Tradición tuvo siempre sus arcas vacías, tenía también su pimienta política en los brindis, y en un cierto nerviosismo en función de lo que hubiera sucedido en la salida de la misa; pero todo atemperado por los saludables efectos de la comida y de la cordialidad que la acompaña cuando se comparte con buenos amigos.
Los escritos políticos que se repartían profusamente a la salida de la misa, y sigilosamente de mano en mano de los “enterados” desde unos días antes, nos parecen hoy inocentes “contrastes de pareceres”, pero entonces, no; de la circunstancia de estar hechos en imprentas modestas desconocidas del gran público, brotaba un halo de fantasía que les envolvía con picardía.
Día llegará en que se publiquen con honor destacado algunos nombres de los que participaron con más sacrificio en aquellas jornadas, que ya, con apenas perspectivas, se van dibujando como una cadena transmisora de los más puros ideales del Alzamiento hasta esta época europeizante y postconciliar, en la que constituyen un reducto inexpugnable del que habrá nuevamente de partir el fiel ajuste a nuestros mejores días del siglo XX.
UNA GRAN LECCIÓN
Estas líneas generales, tan someramente apuntadas, se interrumpen en el recuerdo y en la hoja anunciadora de la conmemoración en Madrid, el año de 1946, que termina diciendo:
“La Comunión Tradicionalista de Madrid se propone tener una misa, en el lugar y hora que aparte se indican, congregando a todos nuestros amigos dentro del mayor orden y evitando, en lo que esté de su parte, cualquier incidente; por lo cual, en atención a la gravedad del momento presente, no habrá ese día manifestación, repartos, ni cualquier otro hecho público, fuera del acto religioso”.
¿Cuál era esa “gravedad del momento presente” que impulsaba a los arriscados carlistas a esa autolimitación voluntaria? Era que, seis días antes, el día 4 de ese mismo mes de marzo de 1946, París, Londres y Washington dirigieron una nota conjunta al pueblo español, espoleándole a derrocar el régimen nacido de la Cruzada para volver a la República democrática. Entonces, y por eso, el Carlismo suspendió hasta la menor actividad que pudiera parecer fisura en la unidad de los españoles ante la Patria en peligro. Gran lección, infinitamente superior a cualquier otra que se hubiera querido dar, a la brava, en aquellas circunstancias.
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 6.
UN «CARLISMO» MODERNO QUE HA RENEGADO DE DIOS
Pablo Torres Jacoiste
Una vez más la Comunión Tradicionalista, secundada por nuestro querido periódico EL PENSAMIENTO NAVARRO, se dispone a conmemorar la fiesta de los Mártires de la Tradición.
Hace más de sesenta años que la instituyó nuestro inolvidable Rey Carlos VII, fiel defensor de la Dinastía Católica y Tradicional, y hasta hoy el Señor me ha permitido acudir a los funerales sin interrupción. Siempre se han celebrado con gran solemnidad y fervor religioso.
No puedo olvidar la grandeza con que se celebraban y la emoción que nos embargaba a aquéllos que, antes de la guerra, se realizaban en la iglesia de San Saturnino. Allí no acudía representación oficial, pero qué gloria daba ver a aquellos caballeros de la Legitimidad, a aquellas autoridades nuestras, viejos veteranos venerables de quienes aprendimos tanta lealtad y tanta claridad de doctrina. ¡Qué difícil me resulta describir la dignidad y señorío que daban al presbiterio!
Seguro que ya no queda un solo veterano. Pocos vamos quedando ya de aquéllos que de sus labios aprendimos nuestra noble historia guerrera, la generosidad de entrega y heroísmo. Pero sí los suficientes para advertir a nuestros jóvenes que el progresismo está corrompiendo nuestro ideario.
Un carlismo moderno, podrá renunciar a Dios, podrá convertirse en partido político, y, si se quiere, pactará con quienes ostenten ideologías diferentes y contrarias. Pero ese Carlismo nunca será el sucesor de aquella Monarquía Católica, Tradicional, enemiga por sus principios de toda unión con la Revolución, tal como nos enseñó el gran Rey Carlos VII, ni de aquel carlismo histórico que, con tanto heroísmo, salió a luchar por su Dios y por su Rey.
Después de la guerra, la fiesta creció en importancia. Muchos eran los muertos, los mártires, que, en la Cruzada, habían entregado su vida por Dios y por España, al grito de Viva Cristo Rey. Era un deber.
Porque no son los hombres, sino Dios, quienes rigen la historia, miro con esperanza el futuro del carlismo. No me baso en el momento presente, que tanto dolor nos está produciendo. Tengo mi fe puesta en que nunca fueron estériles la sangre de los mártires. Ellos permitirán que nuestra historia se prolongue para bien de España y del mundo.
Recemos confiados. Oraciones y gloria eterna para quienes nos señalaron la ruta a seguir al sacrificar sus vidas por Dios, por la Patria y por el Rey.
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 6.
LOS MÁRTIRES, ¿CULPABLES?
Por J. Oribe
Al instituir Su Majestad el Rey Carlos VII la fiesta de los Mártires de la Tradición, quiso que de una manera especial se recordara aquel día, no tan sólo a los que por su heroísmo, y los puestos que ocupaban, habían pasado sus nombres a la historia, sino también a tantos y tantos que, con los mismos o más méritos que aquéllos, y habiendo muerto con el mismo grito en los labios y el corazón de “viva la Religión, viva España, viva el Rey”, sus nombres habían quedado en el olvido de los hombres.
Para aquéllos que hoy nos hablan de “ponernos al día”, pero que no se atreven, aún, a dejar el nombre de carlistas, confesando su verdadera filiación socialista, el conmemorar esta fiesta les tiene que parecer, si son lógicos, una cosa “superada”.
En este mundo materializado, que nos ha tocado vivir, para justificar nuestras claudicaciones, se ha llegado a sugerir que los Mártires que dieron sus vidas, cumpliendo así con el precepto divino de que hay que servir antes a Dios que a los hombres, fueron tan culpables, por su intolerancia e intransigencia, como los martirizadores por su crueldad. ¿Qué no se dirá de aquéllos que, si en primer lugar morían por Dios, también lo hacían por su Patria y por su Rey?
Pero no nos dejemos engañar. Yo no sé si en los designios de Dios estará el pedirnos que derramemos la sangre por su Nombre, pero lo que sí nos exige es el martirio incruento del desprecio, del odio, el aislamiento y la persecución, a la que el mundo nos someterá si tratamos, en nuestros puestos, de ser de verdad sus discípulos.
“El pueblo español no ha nacido ayer, viene de antigua estirpe, y, como todas las razas nobles, necesita mirar atrás recibiendo inspiraciones y ejemplos de los que le formaron” (Carlos VII).
Nuestros antepasados morían por Dios, porque sabían que desterrado Él de la sociedad, ésta caería en el más espantoso materialismo.
Morían por su Patria, que eran sus libertades concretas, porque sabían que la libertad de la Revolución es la mayor de las tiranías.
Morían por su Rey, porque sabían lo que era la Legitimidad, y, por lo tanto, lo que ella significa y lo que a ella se le exige: ser los primeros servidores de Dios y de la Patria.
Sabían que el morir en Cristo, es nacer a una vida feliz y eterna.
Sabían que, si bien tenían que luchar y morir por tan santos ideales, no por ello podían odiar a sus enemigos, sino que tenían que amarlos.
Porque sabían todo esto, y lo sabían bien, se daban estas escenas, que son para nosotros una meditación y una lección:
* * *
Las sombras de la muerte se cernían sobre el genio de Somorrostro.
Y habla Ollo:
– Señor: ¡No volveré a ver más ese sol que se oculta, pero salí para morir, y es natural que muera! Sólo una pena me llevo de este mundo: no haber conocido a mi blanca Reina Margarita.
* * *
Es el caudillo del Centro, Miguel Lozano, quien, camino del suplicio, toma un lápiz y escribe a su Rey:
– Señor, si mi sangre vale algo, y Su Majestad quiere pagármela, pídole me permita fijarle precio: que no se derrame por ella ni una sola gota de la de mis enemigos. Muero satisfecho y recompensado con la seguridad de que mi Rey recogerá la postrera súplica de este fiel soldado.
* * *
Estamos ahora en el hospital de Durango:
– Señor –clama el moribundo Vizcaíno–. Déjeme besar la mano, postrera ilusión.
El Rey se arrodilla al pie de la cama del soldado y deposita en su frente un beso dilatado; en esta actitud, doblemente augusta, el voluntario nace para la Gloria.
–Recemos –murmura el Señor de Vizcaya a los no menos emocionados y silenciosos testigos–, pero no lloremos. Las lágrimas son pecado cuando festejan en el Cielo la subida de un mártir…
»Padre nuestro que estás en los Cielos…».
* * *
Y como éstos, tantos y tantos murieron, con espíritu tranquilo, fijas sus mentes en Dios, inundados sus corazones en el amor a los Fueros, y rendidas sus voluntades a la Majestad Real Legítima.
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 7.
YO CONOCÍ A LOS ÚLTIMOS
Por Rafael Gambra
Yo conocí a los últimos. (¿Los últimos de la Historia, o los últimos hasta ahora? Dios lo sabe).
Era el día en que cumplí dieciséis años, y el cuarto desde el Alzamiento Nacional. Tres semanas antes habíamos salido del Madrid del Frente Popular para dirigirnos a nuestra casa en la montaña de Navarra. Allá habían quedado, la víspera de nuestro viaje, las iglesias de San Ignacio y de San Luis en llamas sacrílegas, la última a cincuenta pasos del Ministerio de la Gobernación; allá las milicias, puño en alto, sedientas de sangre y de pillaje; allá los guardias de asalto, dispuestos a asesinar en el primero y más famoso de los “paseos”…
PROLONGACIÓN DE LOS SANFERMINES
De pronto, aquel día, vi por primera vez una compañía carlista, fusil y manta en bandolera, boina exhumada de viejos arcones. Venían a prevenir una posible resistencia al alzamiento por parte de los carabineros de frontera. Llegaban alegres y como de fiesta. Gritaban viva Dios, viva España, abajo la República, viva el Rey. Se ha dicho que el Alzamiento en Navarra –y toda la gran historia de las Brigadas de Navarra– fue como una inmensa prolongación de los “sanfermines” que acababan de terminar. Un viejo militar, con quien coincidí hace algunos años en el tren, me decía: “los navarros llevaron a la guerra la alegría y la fe religiosa; la seguridad, además, en la victoria; y, tal vez, la ayuda de Dios”.
Recuerdo aquél como uno de los días estelares de mi vida. Me incorporé a ellos feliz, como viviendo un sueño legendario. Les ayudé, ante el Ayuntamiento, a hacer una hoguera con la franja morada de la bandera republicana, con el retrato de Azaña que presidía la Sala de Sesiones, y con una alegoría de la República que sustituía en la escuela al Santo Cristo. Con la otra parte de la bandera reconstruimos la bandera de España, y la hicimos ondear, redimida, en el balcón de la Casa Municipal. Una fotografía de D. Alfonso Carlos, que recorté del Almanaque Tradicionalista, ocupó durante unos días el hueco presidencial que dejó el retrato de Azaña.
¿Cuántos de aquellos muchachos de tierra de Estella, de la Cuenca o de la Ribera, supervivirían a los tres años de cruel guerra que entonces comenzaban? Cuando un año después me incorporé al frente, encontré a alguno de ellos, y él me habló de tantos de sus compañeros que quedaron en las peñas de Lemona o en Brunete…
Recuerdo aquel himno ingenuo, resucitado de viejos tiempos, y tan popular en aquellos días:
No llores, madre, no llores
porque a la guerra tus hijos van,
¡Qué importa que el cuerpo muera,
si al fin el alma triunfará
en la eternidad!
A las armas, voluntarios;
a las armas a luchar por nuestra fe.
Moriremos defendiendo la bandera
de Dios, Fueros, Patria y Rey.
AMBIENTE DE AYER
Aquel espíritu inundó todos los frentes, y creó el ambiente de la retaguardia nacional. Recuerdo, tiempo después, en la Academia de Alféreces Provisionales de Granada, una de las canciones a cuyo son marchábamos al campo de maniobras:
Cantará mi sangre
en la noche clara
que he muerto en campaña
por Dios y Patria.
Era un tiempo en que muchachos adolescentes, casi niños, se escapaban de sus casas para incorporarse al frente, y huían de los frentes estabilizados para enrolarse en los tercios o unidades más combativos y peligrosos. (¡Tercios de Lácar y Montejurra, siete y más veces renovados por la muerte!).
(Hoy, en análogas familias, muchachos de parecida edad huyen de sus hogares para incorporarse al mundo hippy de las drogas, o a la “contestación” maoísta. No son mejores ni peores que aquéllos; la naturaleza humana no cambia: es el ambiente moral que los nutre y sostiene lo que ha cambiado. Aquel ambiente era hijo del catolicismo, del carlismo y de una vida familiar todavía arraigada. Éste se ha configurado por el socialismo, por la pseudo-fe progresista, y por el abandonismo de los más responsables).
LOS NIÑOS DE ABÁRZUZA
Aquella explosión de fe y de heroísmo respondía, sin duda, a una onda muy lejana. Sus raíces eran profundas en la tierra y en los corazones. Recuerdo cómo un venerable sacerdote, que murió no hace muchos años en la Casa Sacerdotal de Pamplona, me relataba el asalto de Estella por la columna del Marqués del Duero, al final de la segunda Guerra Carlista. Él lo había vivido de niño, creo que en Abárzuza. Ese asalto era, para el Gobierno de Madrid, el fin de la guerra. La expedición se preparó con todo lujo de efectivos, y se confió al más famoso de sus generales, el General Concha. La moral de la tropa era la de realizar un simple paseo militar. Proclamado Alfonso XII, y acosados los carlistas, Estella sólo podría rendirse. Pero, contra toda previsión, tras una aniquiladora preparación artillera, las oleadas de atacantes se vieron rechazadas a la bayoneta en las mismas trincheras carlistas. Los intentos se sucedían con gran mortandad y ningún éxito. El Marqués del Duero no podía ordenar la retirada porque se jugaba todo su prestigio y el de su ejército. ¡La más potente columna nunca organizada contra un puñado de hambrientos, faltos de munición! Un tiro que alcanzó mortalmente al ilustre militar resolvió la situación. Mucho se dijo de que el tiro había partido de las propias líneas liberales, con el fin de proporcionar a la columna el único pretexto válido para retirarse a Madrid, diezmada y sin cumplir su objetivo.
Cuando los soldados carlistas salieron de las trincheras, se asombraron de cómo los niños de aquellos pueblos –uno de ellos había sido aquel anciano sacerdote– se abrazaban a sus piernas como tomándolos por sus propios padres. En realidad es que, tras horas de angustia, para aquellos niños volvían “los suyos” –toda una vida y una esperanza casi perdidas–, y ellos lo sentían ya en su sangre.
Ya no volverían a reaparecer aquellos hombres, arma al hombro y plegaria en los labios, hasta ese julio de 1936, en momentos también de supremo dramatismo, como heraldos de una fe que nunca pereció ante el ataque exterior, ni perecerá tampoco ante el ataque interior de la perfidia o de la contaminación ambiental.
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 7.
A MI ABUELO LO ASESINARON POR CARLISTA
¿Qué podría decir un joven de veinticinco años, en este 10 de Marzo, festividad de los Mártires de la Tradición?
Dejadme recordar. Un paso atrás en esta mi corta vida.
Colegio de religiosos, Instituto, profesores, clases de Historia de España, textos “aprobados por el Ministerio de Educación Nacional”.
Universitario, Facultad… catedráticos. Diarios, revistas, televisión… películas… Perdonad, pero me parece que por aquí no va la cosa. Los Mártires de la Tradición no asoman por ninguna parte.
Un momento. Me parece que voy cogiendo el hilo de mi otra vida. Ahora sí podré deciros algo.
Tenía diez años. Mi abuela me enseñó un recordatorio, y dentro de él dos fotos. Una de un señor mayor, y la otra de un joven. Unas aspas rojas, y decía debajo: “fusilados por los comunistas el 23 de noviembre de 1936. Dios, Patria, Rey”. Mi abuela me dijo:
– Éste es tu abuelo, y éste es tu tío, y murieron al grito de “¡Viva Cristo Rey!”.
– ¿Por qué lo mataron?
– Por carlistas. Tu abuelo le compró a José María una pistola para defender las iglesias en tiempo de la República. Tu tío, cuando era del A.E.T…
Me entregó el recordatorio con toda solemnidad.
Ahora, al cabo de quince años, más consciente de la realidad política española, me doy perfecta cuenta que la propiedad recibida, SANGRE DE MÁRTIRES POR ESPAÑA, ha sufrido muchos intentos de expropiación forzosa. Aquí no valen recursos administrativos. Esta propiedad, cuya única depositaria es el CARLISMO, legitima toda legalidad, y, por la misma razón, será ilegítimo, por muy legal que sea, todo aquello que atente contra el ESPÍRITU DE LOS MÁRTIRES. Y que no me vengan ahora con sandeces y con intenciones engañosas; el “por qué” y el “por quién” lucharon y derramaron su sangre nuestros Mártires Carlistas, verdadera legitimidad, está lo suficientemente claro, a pesar de los “conscientemente olvidadizos”. Y, entiéndase bien, olvidar solamente lo puede hacer el que “vio” o “vivió” o “participó”; y la consciencia, se entiende política, no se puede pedir con igual exigencia a un campesino que a un “catedrático” (es un ejemplo).
Terminaré en seguida. Antes, voy a pedir una cosa: LIBERTAD.
Libertad para que mis futuros hijos “puedan” ser carlistas. Libertad para que ellos aprendan carlismo sin “coacciones educativas” escolares y universitarias. Libertad para los del “bando de los Mártires”. Con el cuento de los “dos bandos”, muchos carlistas lloran la comunistización de sus hijos, y yo no tengo ganas de llorar.
El título de carlista, y el título de ser descendiente directo de mártires, me parecen ser suficientes requisitos para pedir lo “poquito” que he pedido. ¿Les parece mucho pedir?
José M. Artola Gastaca
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 7.
Una página inmortal del heroísmo carlista
CODO
“El oficial que recibiera la orden de defender su posición a toda costa, lo hará”.
(Órdenes Generales para Oficiales)
“Ante Dios nunca serás héroe anónimo”.
(Ordenanzas del Requeté).
Verano de 1937; la ofensiva del Norte lleva una marcha inexorable hacia la derrota marxista. Los rojos quieren a toda costa colapsarla. En Julio, la ofensiva de Brunete, la ha paralizado momentáneamente, porque se han tenido que quitar tropas nacionales de aquel frente, entre ellas la “cuarta de Navarra”, para taponar la penetración roja. Los rojos diezman intensamente sus mejores tropas de choque, para conseguir un puñado de kilómetros cuadrados. Primero avanzaron, y luego tuvieron que retroceder. Han perdido unos hombres que ya no recuperarán, y material que pronto será reemplazado por otro. El oro lo puede casi todo. Pero insisten con otra operación de gran estilo, para ver de no perder totalmente las cuencas mineras y fabriles del Norte, que tiene por objeto Zaragoza. Eligen un sector de frente que, según los propios servicios de información rojos, “está mal guarnecido y con tropas de escasa calidad”. El primer escalón del avance es Belchite. Para llegar a él está prevista la previa ocupación de Codo.
* * *
Ciento ochenta hombres armados de fusiles y algunas armas automáticas (de origen francés, capturadas a los rojos) es todo lo que se dispone para la defensa de Codo y su sector. Militarmente, la situación se agrava porque las dos compañías del Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrrat (entonces en formación), está constituida por tropa bisoña, sin foguear. Los bisoños son siempre una incógnita para el mando; su comportamiento en combate violento es imprevisible. Muchos de los requetés del Tercio catalán aún llevan en sus cuerpos las huellas de la tortura roja, y en sus almas el dolor por la separación de los seres queridos que han quedado allá… si es que aún viven.
Por bisoños, se les ha asignado un sector tranquilo. El mando sólo sabe de ellos que son voluntarios, evadidos, requetés y católicos. Valor, se les supone.
Los servicios de descubiertas, guardias, instrucciones en orden cerrado y abierto, se alternan con la asistencia y la ayuda a las funciones litúrgicas de la iglesia de Codo. No tienen mala voz los catalanes, y hasta han formado un coro. El órgano ha sido sustituido por un piano de alquiler, aunque malas lenguas dicen que la forma de alquiler adolece de algunos defectos de forma.
SE INICIA LA OFENSIVA ROJA
Los rojos, a pesar de los descalabros sufridos, siguen siendo, materialmente, los más fuertes. Con una masa de maniobra de ochenta mil hombres, apoyada por abundante número de carros y artillería, iniciarán la ofensiva de Belchite.
Los rojos ocupan las bases de partida. Al amanecer, sin preparación artillera para que sea mayor la sorpresa, más de cincuenta mil hombres se lanzan a la toma de Codo. Cuestión de horas. El blindado que desde Belchite suministra a Codo, es sorprendido y destruido. Una descubierta de cuarenta falangistas, también es sorprendida y se repliega a Codo. Primer y único refuerzo del pueblo, que ya está sitiado. La desproporción en hombres y elementos de fuego no está prevista en ningún manual militar: uno contra treinta.
Los cañones de las ametralladoras enrojecen de tanto disparar; las más se encasquillan o se inutilizan. El material de que dispone el Tercio, no es de la mejor calidad; la mayor parte procede de recuperación o botín. Los oficiales y suboficiales recorren las posiciones alentando a sus hombres. Las posiciones más avanzadas son arrasadas. De los escombros emergen algunos supervivientes que se repliegan para seguir luchando desde el relativo parapeto de una pared de adobe semiderruida o del de alguna paridera. El P. Carreras, el “pater” o “el mosén”, que es como gustan llamarle los catalanes, sin miedo ni reposo, conforta a los moribundos. El Cuerpo de Cristo llega a todos los sitiados. Una larga letanía de apellidos catalanes va incrementando el Martirologio de la Tradición. En un puesto de ametralladoras, mueren un requeté y sus dos hijos. El sargento Estivill, muere erguido y desafiante sobre la tapia del cementerio, y los falangistas, admirados de tanto valor, rinden el sencillo homenaje de cantar el Oriamendi, con voces viriles, roncas por la pólvora y la emoción.
HEROISMO HASTA EL SACRIFICIO
El alférez médico, sin otros medios que su ciencia y voluntad, atiende a los heridos que se hacinan en condiciones indescriptibles. Muchos, después de una primera cura (?), vuelven a la lucha aun sin poder. Las municiones se agotan y se aprovechará la noche para municionarse de la típica intendencia carlista: la del enemigo.
Ya sólo queda un oficial con vida, el alférez médico, que, agotadas las municiones, como los pocos hombres que quedan en pie, ordena abrirse paso a la bayoneta, para replegarse al único sitio posible: Zaragoza. Aún caerán más requetés en esta salida. Sólo cuarenta y un requetés llegarán a su destino, después de una agotadora marcha de cincuenta kilómetros. Todos, en un alto ejemplo de valor y disciplina castrense, conservan sus armas. Entre todos, siete cartuchos.
La lucha ha durado dos días. No ha durado más porque ya no quedaban municiones, pero ha durado lo suficiente para evitar que Belchite sucumba en el tiempo previsto por los rojos. Ya no les será posible llegar a Zaragoza. No tienen suerte los rojos con Zaragoza; siempre hay un puñado de requetés que malbaratan las cartas.
En esta ocasión, el mando nacional ya no retirará fuerzas del frente del Norte. Se sacrificará la guarnición de Belchite, que, con su resistencia, acabará de frenar el ímpetu inicial del ataque rojo. Éstos ya no podrán pensar en la explotación del éxito, porque no ha habido ningún éxito.
LA LAUREADA PARA EL TERCIO DE MONTSERRAT
Por esta acción, el bisoño Tercio de Nuestra Señora de Montserrat ganó la Laureada, ¡en su primera acción de guerra! Por esta acción, sangre catalana iniciaba la reconquista de Montserrat. Los rojos pierden la última oportunidad de salvar el frente del Norte, piedra angular en el desarrollo de la Cruzada.
Todo esto, ellos, los que cayeron en la lucha por Dios y por España, sencillos soldados de la Tradición, que no conocen otra táctica que la de la Fe, ni otra estrategia que la del rezo del Rosario por escuadras, ya lo supieron de labios de Cristo, cuando, al subir al Cielo sus almas, daban la novedad al Redentor:
– Sin novedad en el Tercio, mi Señor. He muerto defendiendo la Fe que Tú me diste y que cultivaron mis padres.
– No has muerto todavía, requeté. ¿Ves aquellos soldados que avanzan por las breñas del Cantábrico?. Porque tu fuiste fiel a Mi llamada, pueden seguir avanzando sin otra preocupación que el enemigo que tienen enfrente: tu labor, aún después de muerto, perdurará.
– Señor, si Tú hubieses permitido que nosotros fuésemos más, hubiésemos hecho correr los rojos hasta el mar.
– Siendo pocos, podrán ver los hombres de buena voluntad que es mi Padre, y sólo Él, el único Señor de los Ejércitos. No olvides lo que aprendiste de tus mayores. Sólo mi Padre da la victoria a los que defienden Mi Iglesia, aunque éstos sean pocos y los enemigos muchos. Sólo quiere que seáis leales; leales hasta la muerte.
– A Tus órdenes, mi Señor.
José A. Hernández
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 8.
MEDITACIÓN DE UN JOVEN DE AYER
Juan de Echavacoiz
La Juventud Carlista de Pamplona celebraba en mis años mozos, con gran esplendor, la fiesta anual de su Patrona, la Inmaculada Concepción. Además de los actos de carácter religioso ante el altar de la Virgen del Camino, en la parroquia de San Saturnino, teníamos otros de afirmación de nuestros ideales, que se desarrollaban en medio del más grande entusiasmo.
Recuerdo que una vez, uno de nuestros oradores era el entonces joven y batallador tribuno don Esteban Bilbao. En su disertación tuvo un canto vibrante y elocuente para nuestros veteranos, los que en la última Cruzada del siglo XIX habían luchado bravamente bajo las banderas de Don Carlos. Decía el orador:
«Cuando veo pasar por esas calles un regimiento, miran mis ojos los colores vivos de la bandera de la Patria, y siento un amor instintivo hacia las más viejas, hacia las más acribilladas a balazos. Vosotros sois banderas vivientes, vuestras canas son rayos de luna que iluminan rostros de santo o de héroe. Veteranos, el Rey guarda en el salón de Loredán banderas; si se pudieran guardar vuestras canas, serían mucho más hermosas que aquellas banderas que ennobleció vuestra sangre».
En la sala de butacas del Teatro Gayarre había gran número de veteranos carlistas que, emocionados, derramaban visibles lágrimas de emoción por las palabras de don Esteban Bilbao. Todos aquéllos se fueron ya a la Eternidad, y, en este día de los Mártires de la Tradición, no les pueden faltar nuestras oraciones.
Pero hagamos un poco de historia. El 5 de noviembre de 1895, Carlos VII escribe al Marqués de Cerralbo:
«Propongo que se instituya una fiesta nacional en honor de los mártires que, desde el principio del siglo XIX, han perecido, a la sombra de la bandera de Dios, Patria y Rey, en los campos de batalla y en el destierro, en los calabozos y en los hospitales, y designo para celebrarlo el 10 de Marzo de cada año, día en que se conmemora la muerte de mi abuelo Carlos V. Nadie mejor que aquel antepasado mío personifica la lucha gigantesca sostenida contra la Revolución por la verdadera España durante nuestro siglo».
Y así quedó instituida la Fiesta de los Mártires de la Tradición. Pero esta fiesta, además de su carácter eminentemente religioso, tiene un significado de fuerte patriotismo. Por eso, al año de ser fundada, añadirá:
«Que la conmemoración de nuestros mártires no se limite a satisfacer una necesidad del corazón y una deuda de gratitud».
Y en esa misma línea ha de insistir, más tarde, a Barrio y Mier:
«Recomienda, pues, a los nuestros que, sin pompa dispendiosa ni gastos superfluos, antes bien, con la antigua y característica austeridad española, conmemoren este día, reuniéndose, sobre todo, al pie de los altares, y en los cementerios donde reposan las cenizas de nuestros mártires, y que no son Mansiones de muerte sino recintos de vida y foco de esperanzas legítimas».
En la mente de Carlos VII, la fiesta de los Mártires de la Tradición, sobre su doble raíz religiosa y patriótica, luce un penacho de optimismo. Al año de fundarla, días después de lanzar su Testamento Político, concreta:
«Descubríos con admiración ante los mártires carlistas. En los rigores del durísimo invierno, dieron a la tierra española, con su sangre, la semilla que nuestra primavera verá florecer gallarda».
Fue en Zumárraga, a principios del siglo, y en «la mayor concentración política hasta entonces vista en España, a la que acudieron más de 25.000 personas», como asegura Román Oyarzun en su «Historia del Carlismo» [1]. Veinticinco o treinta años antes de que la lista de los Mártires de la Tradición aumentara torrencialmente con la persecución de la República y en los días de la Cruzada, Mella dijo:
«Hemos de triunfar, y no solamente por la virtualidad de la verdad que defendemos, sino por el mérito que tenemos en servirla a costa de sacrificios innumerables. Si Dios lo premia todo, ¿cómo ha de olvidar a este pueblo carlista que le ofrece el ánfora hermosa de sus trabajos por Él, ánfora llena de sus lágrimas, de su sangre, que tres generaciones han derramado, y que la levanta como un cáliz purísimo ante Dios, diciendo: “Señor, en los días funestos en que todos te escarnecían, en que tenías sed y nadie aplicaba a tu boca ni una gota de consuelo, el pueblo carlista te proclamó, te dio su sangre y su vida, y te fue fiel hasta el martirio; y cuando te negaban los sectarios del paganismo, no te quedabas en el Calvario sólo con las mujeres, sino que te acompañaba en tu agonía este ejército de cruzados”».
¡Con qué emoción leería Don Carlos, en su Palacio de Loredán, la reseña del discurso de Mella! Tengo para mí por seguro que recordó su «¡Volveré!» de treinta años atrás, en el Puente de Arnegui. ¿Y por qué no, también, el principal motivo por el que instituyese la fiesta de los Mártires de la Tradición de este 10 de Marzo?
[1] Nota mía. La magna concentración de Zumárraga tuvo lugar el 25 de Julio de 1908.
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 8.
LA TRADICIÓN, VIDA Y BANDERA DE UN PUEBLO INCLAUDICABLE
Por J. Campos
TRADICIÓN Y MARTIRIO
Suena en los oídos y sentimientos de la Comunión Tradicionalista, como algo propio y familiar, la efemérides anual de los “Mártires de la Tradición”. Es, como pensó Don Carlos al instituirla, una conmemoración, de homenaje, de oración y de ejemplaridad. Pero los dos términos que la integran, Tradición y martirio, son algo más, mucho más que un mero recuerdo de los que murieron, y que una plegaria por ellos. Suponen y condensan un modo de ser al servicio de un ideario, noble y sustancial en la vida e historia de una nación, de España. Mas los espíritus rectos y conscientes, el que piensa y siente que es cada uno un anillo responsable en la cadena que enlaza el pasado con el futuro, no puede menos de preguntarse la razón y el fin, el por qué y para qué de esa Tradición, a la que esos mártires ofrendaron su sacrificio, oculto o despreciado para muchos, brillante y meritorio ante Dios y ante la humanidad, purificada por las luces de la resurrección universal.
HÉROES DE LA VIDA CRISTIANA
Cuando la Santa Madre Iglesia nos recuerda a lo largo del año litúrgico en el Santoral o Martirologio la vida y muerte de los héroes de la vida cristiana, de los Santos, nos pone delante, a la vez que el ideal y herencia de la Fe, a la que sirvieron, el modo de ser, hasta el sacrificio, con que testimoniaron y nos transmitieron esa sagrada herencia recibida de Jesucristo.
Indudablemente que esos dos modos de ser, heroísmo y santidad al servicio de un ideal y de una herencia, recibidos como un don, están hoy subestimados por debajo de los bienes tangibles y utilitarios, del dinero, de la cultura, del progreso humano, como bien exponía Nicolás Arilla en su artículo del 24 de febrero en EL PENSAMIENTO NAVARRO. Estos menguados resortes parecen ser los únicos sentimientos que arrancan vibraciones y notas al pobre corazón humano, que respira hoy la atmósfera de hedonismo y practicismo en que se hunden los espíritus rebajados y mutilados del día.
¿PARA QUÉ?
¿Para qué –se dicen los prosélitos del liberalismo y del capitalismo– tal derroche de vida, de esfuerzo y de tiempo, que es de goces presentes, si apenas habla nadie del pecado y de la gracia santificante, que no nos van a resolver la felicidad terrestre, ni nos van a traer el paraíso que, en cambio, nos lo proporciona el poderoso caballero, don dinero?
¿Para qué pensar, ni hablar, de la luz de la Fe, que ilumina nuestro corto entendimiento, ni del ardor de la caridad sobrenatural, que nos une a la voluntad santísima de Dios –se cuestionan los pseudosabios secularistas– si todos los problemas del espíritu, de su origen y de su fin, nos lo explica la ciencia y la cultura, nuevos y deslumbrantes mitos, que pueden llegar más allá de los confines del universo y descubrir las leyes de la evolución, del hombre y de la materia, para desacralizar los “mitos” del cristianismo?
¿Para qué pensar, ni hablar –se preguntan los progresistas actuales, herederos directos de la gran herejía del modernismo– de santidad, ni de doctrina perenne e inmutable, ni de Tradición subsistente e imperecedera, ni de teología dogmática, si la humanidad está en continuo cambio y desarrollo, y el progreso indefinido le traerá la plena ilustración de todo, al final de la evolución, con la escatología terrena y la libertad omnímoda?
INFIELES A SU MISIÓN
¿Para qué –se preguntan los clérigos y religiosos sofisticados y sofisticantes, desalienados de toda preocupación y traba, es decir, traidores a su Fe, a sus promesas, a su misión– para qué hablar ni pensar en antiguallas, como la piedad, la mortificación, el rosario, la moralidad púbica de las buenas costumbres, si hoy sólo cuenta y se cotiza el desarrollo social, el irenismo a ultranza, el ecumenismo difuso y descreído, el pluralismo aconfesional, la nueva cristiandad del humanismo integral; si todo esto es lo que predican y difunden muchos jerarcas de la Iglesia (infieles a su misión) antes que la doctrina de la Fe; antes que el orden político cristiano y confesional de las naciones católicas; antes que la defensa del depósito sagrado e intangible, a ellos encomendado, posponiendo la fe y las costumbres de los fieles, a un quimérico y falaz mesianismo social y económico, de inspiración determinista y marxista?
¿Significa algo hoy, ante esos omnipotentes ídolos, todo ese complejo de vinculaciones y contenidos que llamamos Tradición? Un profeta de Dios vio en visión una estatua colosal, que parecía inmoble e indestructible, pero una pequeña piedra desprendida del monte dio en sus pies y la derribó. Y un historiador inspirado de la Iglesia, llamado Lucas, narra cómo unos pocos hombres, apóstoles de Jesucristo, se enfrentaron y vencieron a los poderosos mitos de aberraciones y a los ídolos de todas las concupiscencias, que reinaban en su mundo, mediante la doctrina de Jesucristo y el martirio por Él. Los Mártires de la Tradición algo de esto significan también.
LA PERENNE LUCHA: TRADICIÓN-REVOLUCIÓN
La lucha, perenne e ininterrumpida en la Historia, desde la primera caída hasta la última apostasía del mundo, entablada entre el bien y el mal, está planteada en nuestros días entre la Revolución y la Tradición.
Ya sabemos lo que es la Revolución en su sentido esencial y en su valor histórico, a partir, sobre todo, desde la subversión protestante, y la del Derecho Nuevo de 1789, como se expuso en un artículo anterior. En pocas palabras, la Revolución es anti-ser, la negación de la ley natural, de la ley social, de la ley sobrenatural, que es la voluntad y la ley eterna de Dios. Por consecuencia, es destructora de lo que constituye el ser y fundamento de la sociedad, sin edificar por su parte, y, cuando lo pretende, se niega a sí misma, porque entonces quiere hacer tradición y transmisión de lo que innova e instaura, después de destruir lo que ha recibido.
En el polo opuesto está su antítesis, la Tradición, cuya nota esencial es algo vivo, moral y social, que sigue la ley natural, social y sobrenatural, si es sociedad cristiana. Es, por tanto, constructiva y transmisora de lo que recibe y de lo que acumula. Implica, por lo mismo, movimiento y avance, no fosilización, y el primer progreso del hombre fue el primer anillo de la Tradición. Lo que no debe cambiar es su núcleo sustancial, que es lo transmitido perennemente: creencias, sentimientos, instituciones, vinculaciones de un pueblo creado por la historia secular, y por la Providencia de Dios que la gobierna.
LA HERENCIA ESPIRITUAL
Como no puede negarse la herencia fisiológica, que se acusa en los rasgos físicos de las razas, no es menos verdadera la herencia espiritual y social, que se hace visible y activa en las instituciones concretas de las sociedades intermedias. Ese núcleo y contenido, que hemos señalado, caracterizado y definido por las costumbres, por los cuerpos sociales primarios, por la lengua, configurado por influencias seculares, arraigado por leyes humanas y religiosas de instituciones naturales, continuado por la herencia familiar; todo eso es el legado espiritual y moral de la Tradición de un pueblo, que le da conciencia y permanencia de su ser propio y personal.
La herencia de la Tradición, en la que se plasma el lazo social innato, es el progreso hereditario y social. Con el paso del tiempo en la historia de cada pueblo, esa Tradición se perfecciona y madura, no se destruye.
Todo lo que pretenda disolverla o demolerla con ideas aberrantes y antinaturales o antisociales, o con hechos violentos, no es reforma, ni renovación, sino rebelión y revolución. Precisamente la reforma auténtica es una prueba y manifestación de la vida y vigor de la Tradición, que se quiere restaurar, despojándola de sus desviaciones y excrecencias, ajenas a su naturaleza, como el podador corta ramas y brotes inútiles o parásitos, para robustecer el tallo y tronco representativo del árbol vigoroso y fecundo. El reformador es el más leal al orden y principios de esa Tradición, a la que consagra los mayores sacrificios.
El CARLISMO: PROTESTA ARMADA CONTRA LA REVOLUCIÓN
Cuando Carlos V rehusó en 1 de octubre de 1833 reconocer como soberana de España a Isabel, no hizo más que mantener la Tradición institucional de la Monarquía española. Cuando Carlos VII entró en España en julio de 1873 para levantar, como soberano legítimo, la protesta armada contra la Revolución, desencadenada por la República, no hizo más que defender la Tradición de la Monarquía y las tradiciones religiosas y sociales, destruidas por descreídos y extranjerizantes progresistas.
La Tradición no es la Historia como hoy la concibe el progresismo, como una corriente incontenible, que, en su aceleración vertiginosa, todo lo cambia y lo crea, como una necesidad fatalista. Así se convierte en la justificación, por la necesidad histórica, de todo hecho consumado, como el tópico de la experiencia del positivismo fenoménico trata de cohonestar todo cambio violento contra lo permanente y acreditado de la Tradición.
Ésta es tan natural a la condición social del hombre, que Jesucristo, Divino Fundador de la Iglesia, la hizo ley sobrenatural y constitutiva de ésta. Sin la Tradición sagrada y apostólica no se explican muchas doctrinas, prácticas litúrgicas y sacramentales, e instituciones de la Iglesia.
EL TESTAMENTO POLÍTICO DE CARLOS VII
Por decirlo en pocas palabras, la Tradición, tal como la concibe la Comunión Tradicionalista, es una síntesis lúcida y armoniosa de los principios, libertades, instituciones y aplicaciones sociales, que han constituido el ser y esencia de las Españas, formulada y condensada en el triple lema, Dios, Patria, Rey, en toda su integridad; tal como se contiene en el Testamento Político de Carlos VII, y en el Manifiesto de Don Alfonso Carlos de 6 de enero de 1932, y en sus documentos de 23 de enero y de 10 de marzo de 1936; tal como lo ha reproducido, junto a la tumba de los mártires de la lealtad fusilados en Estella, el Parlamento General de las Juntas Carlistas de Defensa, en octubre de 1970 [1].
Los que en esta fiesta son objeto de nuestro recuerdo y plegaria, hicieron ley y norma de su vida y sacrificio la fidelidad a esa Tradición. Si los mártires que venera la Santa Iglesia fueron testigos vivos de la Fe y Verdad de Jesucristo, dando el mayor testimonio que puede darse por ellas, el de la vida y la sangre, estos mártires fueron testigos de una fe religiosa-política, que confirmaron valerosamente con su abnegación.
ANTÍTESIS TRADICIÓN-EUROPEÍSMO
Claudicar, mutilar o adulterar el contenido de la Tradición, o renunciar a ella en aras de una europeización o de un aprecio de la Europa democrática, es despreciar los valores perennes que puede ofrecer España.
– Benditos los Reyes y Príncipes que sufrieron persecución, destierro y despojo de derechos y bienes por la Tradición.
– Benditos los héroes y caídos en las tres guerras civiles del siglo XIX por su adhesión a su Fe y a la Tradición.
– Benditos los inmolados en las luchas callejeras contra la Revolución, enemiga natural de la Tradición.
– Benditos los mártires anónimos, los del sacrificio moral, que sacrificaron honores, bienes, aspiraciones, por su lealtad a la Tradición.
– Benditos los que cayeron en la Cruzada de 1936 por defender los principios fundamentales de la España tradicional.
– Benditos los que, despreciados y olvidados, hacen frente a la Revolución del progresismo religioso y político, cáncer de la Tradición.
– Benditos los que lucharon y luchan contra la traición y claudicación internas, que corroen la pureza de la Tradición.
– Bendito el pueblo y nación que hace vida y bandera de la Santa Tradición.
Y es palabra imperecedera de la Verdad:
“Bienaventurados los que sufren persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos”.
[1] Nota mía. Tras salirse Francisco Elías de Tejada en 1962 de la disciplina oficial de la Comunión, surgieron en ese mismo año y en el siguiente las llamadas Juntas Carlistas de Defensa, que estaban coordinadas por un estrecho colaborador de Elías de Tejada: Joaquín García de la Concha.
Los días 11 y 12 de Octubre de 1970 celebraron una reunión en Estella con los jefes representativos del sivattismo. Según el historiador Francisco Javier Caspistegui (El naufragio de las ortodoxias, EUNSA, 1997), desde entonces dejaron de existir estas Juntas, integrándose en la formación política de Mauricio de Sivatte.
En esa reunión se aprobó una Declaración de Principios, que es a la que se refiere el articulista.
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 9.
MÁRTIRES DE LA TRADICIÓN: HÉROES ANÓNIMOS
Vistos, a tantos años, los hombres que pasaron por las pruebas de fidelidad a unos principios heredados y acrecentados con una vida ejemplar, toman su forma y se destacan con sus relieves peculiares a nuestra consideración.
Muchas veces pensamos que parece mentira… ¡qué hechos tuvieron que vivir, y cómo respondieron con su conducta! ¡Qué preponderancia tan enorme adquieren sus actos, analizados a la luz de nuestro conocimiento actual!
Lucharon denodadamente por sus ideales; vivieron con su conducta intachable, respondiendo a las insidias y dobleces; prefirieron perder su hacienda y sus vidas antes que rendir pleitesía y acatamiento a formas extrañas y denigrantes del honor.
Según quien enfoca la historia, y según sus gustos y prejuicios, pone a los seres su baldón; por eso, los hechos históricos debieran estudiarse a través de versiones variadas e imparciales, y sopesar las causas que han seguido a los hechos acaecidos y relevantes de nuestra historia.
Algunas personas, irreverentes, trocean la historia, y una misma causa, según un tiempo determinado, es diferente en su esencia. Para éstos, el mismo valor tiene el error que la verdad; sólo les importa lo que queda triunfante: lo aplauden, lo visten, lo glorifican, y se alzan en servidores y aduladores que presentan las cosas al agrado del que está por encima de ellos; protestan lealtad mientras les da la cuerda de sus puestos de privilegio; removidos de su función, protestan desacuerdos pretéritos.
HÉROES SIN CLAUDICACIONES
Por eso, al paso del tiempo, se agigantan esos héroes, para muchos anónimos, que no supieron de dobleces y sí de entrega; que no entró en ellos el cálculo de los beneficios y rentas; que privaba en ellos la esperanza en un mañana mejor para todos, aunque ellos dieran su juventud y su vida; contentos por el servicio prestado, quedaban satisfechos cuando les llegó la hora de morir por diferentes caminos: en los frentes, en las cárceles, en el exilio.
Desde aquí os honramos, porque vuestro esfuerzo no será baldío: los mártires engendran héroes; los héroes, hijos agradecidos; y siempre habrá gentes que reconozcan vuestro sacrificio y lo pongan en práctica, llenos de vuestro mismo ideal y espíritu cristiano.
Luchasteis en vuestro tiempo por la civilización cristiana (hoy tan mediatizada y perseguida); por vuestro ideal carlista, que nunca os faltó; así ganasteis la gloria por merecimientos propios, limpiamente, y el honor que os reconocemos como beneficiarios que somos de vuestros méritos.
«GLORIA Y HONOR A LOS MÁRTIRES DE LA TRADICIÓN CARLISTA»
A los héroes carlistas
henchidos de santa Fe
como el cantar de la jota
a los héroes carlistas
tenemos en la memoria
y su esfuerzo consumado
por su Dios y por su Rey
no se verá defraudado
por los que admiran su ley
honor y honra nos legaron
en testamento de amor
para luchar con denuedo
si llega un nuevo baldón.
GONZALO LÓPEZ
(Villafranca)
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 9.
EN EL DÍA DE NUESTROS MÁRTIRES
Por F. de Santodomingo
El viejo refrán popular dice: «El muerto al hoyo, y el vivo al bollo». Pero el pueblo carlista no dice eso, sino esto otro: «El mártir muerto nos exige responsabilidad; y el mártir superviviente, la exige a todos».
El recuerdo de nuestros Mártires, me trae ahora a la memoria este episodio de la vida real, que yo he vivido en un pueblo de Castilla.
Era médico, en el pueblo abulense llamado Adanero, un gran amigo que después prestó sus servicios en la Dirección General de Sanidad.
Estábamos comiendo en su casa de Adanero, cuando sentimos fuertes bocinazos junto a la casa; y, asomándonos al balcón, vimos llegar a un acreditado abogado de Madrid. Era muy amigo éste, de mi amigo el médico.
Juntos los tres, degustamos un buen café, y, charlando, dimos un paseo por un camino a cuyo borde está sito el Cementerio pueblerino.
Mirando todos nosotros hacia su interior, el Abogado madrileño dijo a mi amigo el médico: «Oye tú: cuando pasas por aquí y contemplas estos mausoleos, ¿no te remuerde la conciencia, al pensar en que, algunos de los aquí enterrados, pudieron haber seguido viviendo aún; y fallecieron, acaso, por tus errores profesionales…?». Y el médico le replicó: «Acaso tengas algo de razón; pero considero que alguno de esos que murieron, dejaron de sufrir para siempre; en tanto que, acaso tú, como abogado, les has arruinado en algún pleito judicial en que interviniste, y, después de arruinarles, siguen viviendo sufriendo él y su familia, por tu comportamiento profesional». No se me ha olvidado aún este episodio.
LOS OTROS MÁRTIRES
El Carlismo tuvo, durante más de un siglo, muchos Mártires; unos que ya murieron; y otros que seguimos viviendo y sufriendo los errores de los dirigentes, y los propios también. Pensemos filosóficamente hoy.
Nuestros Reyes carlistas, y nuestros Príncipes abanderados, han tenido grandes virtudes, indudablemente; pero también han cometido graves errores, por los que, acaso, Dios no ha consentido llevarles al Trono de San Fernando. Y no culpo exclusivamente a ellos; sino a los aduladores cortesanos, que saben, «con cara de sonrisa como la mona» –que diría Larra–, desviarles hacia errores funestos. Citemos un ejemplar recuerdo histórico.
Unos aduladores cortesanos lograron que nuestro REY DON CARLOS V concediera amplios poderes al General Maroto, y éste hizo fusilar en Estella a aquellos leales Generales, llamados GARCÍA; SANZ; GUERGUÉ; CARMONA; y al intendente URIZ, el 18 de febrero de 1839 –según nos recordaba hace días el admirado, querido y leal don Francisco López-Sanz, ex-director de este Diario–.
Muchos ejemplos podría recordar; pero…
«EL NEOCARLISMO» Y LOS «COMANDOS OPERATIVOS»
Considero que no sólo los que murieron por la Santa Causa merecen el calificativo de MÁRTIRES de la Tradición; que también somos MÁRTIRES los que seguimos viviendo, con hondo dolor; y, sacrificando nuestras haciendas, vemos la inutilidad de nuestros esfuerzos y lealtades, porque, los que hoy privan en los puestos de mando de la Comunión –salvo contadísimas excepciones– son arribistas de última hora, que dicen AMÉN a cualquier propuesta desvirtuadora y claudicante respecto a la doctrina tradicional, para aparecer ante la opinión pública como «PROGRESISTAS CONTESTATARIOS» (porque es la moda marxistoide), para imponernos una NUEVA LÍNEA POLÍTICA DEL CARLISMO. En esta nueva línea política, se ha comenzado por hacer desaparecer el glorioso e histórico REQUETÉ, sustituyéndolo por el modelo marxista de los «COMANDOS OPERATIVOS», y despreciando hasta el clásico nombre de «Guerrillas», que, en las históricas guerras carlistas, tanta gloria dieron bajo el mando de nuestros Generales.
NUEVOS TÉRMINOS: PARTIDO, COMANDOS, CONTACTOS…
Si el Carlismo de la nueva Línea ha de tener por esencia el olvido, y hasta el desprecio, de nuestra historia de más de un siglo; cuando se dice en CURSILLOS y SEMINARIOS, dirigidos y aleccionados los jóvenes por personas que saben muy poco de lo que es deber ser el Carlismo –imbuidas por lecturas de políticos extranjeros, que nada saben de nuestra idiosincrasia y de nuestros problemas prácticos nacionales–; cuando, al tratar de la «Postura actual del Carlismo», se quieren dar normas sobre nuestra «ACTITUD ANTE LA REPRESIÓN DEL RÉGIMEN (actual español) CONTRA OTROS GRUPOS POLÍTICOS», para añadir que «las principales misiones de nuestros equipos serán (entre otras) los CONTACTOS CON ESTOS GRUPOS…», los verdaderos carlistas tenemos que decir que NOS PARECE UNA FARSA política –dicho con todos los respetos– crear, hace pocos años, el CONSEJO REAL [1], para ser oído el Pueblo Carlista (el cual no ha sido oído para imponer una NUEVA LÍNEA POLÍTICA), y ahora CREAR UN CONGRESO DEL PUEBLO CARLISTA, ignorando las masas (así llamadas) del Pueblo Carlista quiénes forman parte de ese PRIMER CONGRESO, que se reunió en Arbonne (Francia), el siete de diciembre de 1970; ignorando esos dirigentes que el PRIMER CONGRESO CARLISTA se reunió en el Monasterio del Valle de los Caídos en febrero de 1966; y yo conservo una de las lujosas carpetas que allí nos dieron a los convocados por el Rey, en la que, con letras doradas impresas en el Skay, lo definen así. Es decir, que todo lo vemos como en «teje y desteje»; unos dirigentes actuales, improvisados y bisoños, que ignoran la historia antigua y moderna del Carlismo, y que de carlistas sólo tienen el «mote» que alguien les da, en lugar de llamarles «comparsas».
Lo cierto es que están desintegrando el Carlismo; que a la Comunión Tradicionalista la quieren llamar «PARTIDO CARLISTA»; y que hoy hay que pedir a Dios, no sólo por los MÁRTIRES MUERTOS, sino también por los MÁRTIRES SUPERVIVIENTES, y por nuestra Dinastía.
Hagámoslo así.
[1] Nota mía. El Consejo Real fue creado por Real Decreto de Don Javier, de fecha 8 de Diciembre de 1967. Raimundo de Miguel fue nombrado Presidente del mismo el 1 de Enero de 1968. A raíz del Congreso de Arbonne, y de la Declaración de D. Javier del 6 de Diciembre de 1970, Raimundo de Miguel presentó su dimisión.
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 9.
EL VETERANO
Por Dolores Baleztena
“Recordar es volver a vivir”, y esta acertada frase tiene especial veracidad en determinadas fechas del año, tales como aniversarios, santos, fiestas, etc. Una de ellas, es la que hoy celebramos: la fiesta de los Mártires de la Tradición, instituida por el Rey Carlos VII. En ella quiso honrar a quienes fueron sus bravos voluntarios y compañeros de armas, y cayeron en el campo del honor defendiendo la bandera de Dios, Patria, Fueros, Rey.
Recordando aquellos tiempos en los que nos reuníamos los carlistas el 10 de Marzo en la Misa de San Saturnino: margaritas, chiquillos, muchachos jóvenes, hombres maduros, no faltando nunca, entre aquella concurrencia, la noble figura del Veterano.
En su cara, surcada de arrugas, brillaban los ojos con destellos de juvenil entusiasmo, y su cuerpo encorvado pretendía presentar un plante de arrogancia. Sobre su zamarra lucía la medalla de Montejurra, y una boina roja desteñida cubría su venerable cabeza. Todos pasaban ante él estrechando su mano, con la fe con que se pasa ante la reliquia de un santo: estudiando virtudes, pidiendo gracias, recordando ejemplos…
El materialismo imperante del día dirá, escéptico, que aquello ya pasó; que corrientes modernas empujan al hombre a descubrir nuevos horizontes; y hablarán del nivel de vida, de estructuraciones, mercado común, de sociedad de consumos… y de muchas cosas más. Negar la necesidad de todo ello sería ponerse de espaldas a la realidad del momento. Pero suprimir radicalmente un pasado, y empezar de cero, será aceptable para quienes tienen a cero el pasado, la historia, las ideas y sentimientos religiosos y políticos.
La naturaleza que Dios creó para el sustento y recreo del hombre, y de la que le nombró rey, nos da continuamente un ejemplo sobre la renovación y desarrollo. Pero la tierra, aunque es siempre firme, brinda a las plantas, árboles y frutos un jugo especial para su cultivo, según el clima que le es necesario.
La naturaleza es sabia, y no se rebela nunca contra su Creador. Admite nuevas plantas, que son esquejes de las que antes sustentó. Recibe injertos, pero de otros árboles que en ella se enraizaron. Mas el ejemplo maravilloso de continuidad nos lo da el roble, símbolo de fortaleza.
Sus hojas, con diferencias de los demás árboles, no son arrebatadas por los vendavales del otoño, no; resisten a ellos sujetas a las ramas, aun después de muertas. Y sólo cuando la nueva savia las empuja, se desprenden de ella. Pero esa hoja, aun muerta, al caer a la tierra, allí se incrusta, y abona las raíces del árbol del que un día recibió la vida.
La tierra no empieza nunca a cero. Se desarrolla, se renueva en su propio ser. No le cae precisamente el apelativo de evolución. Esta palabra, respecto al hombre, está bastante desacreditada.
¿No dice Darwin que el hombre, por evolución, desciende del mono? Más de una vez estamos tentados a dar crédito a esta afirmación, al ver al ser racional recibir, de su presunto antecesor, el empeño de imitar y copiar. Copias en modas, maneras, lenguaje; copias en desvíos religiosos, dogmáticos, etc.
De todas estas modas, es la moda en el vestir de la mujer, la más inofensiva: maxis o minis no alteran la paz del mundo, aunque en el orden moral (si es que existe todavía) ya es otra cosa. Pero ese orden no saca a los grises a las calles, ni hace que los tanques rueden por ellas. No se puede decir lo mismo de la moda de las ideas, que empiezan por revoluciones y acaban en guerras sangrientas.
Aquel Veterano a quien veneramos el 10 de Marzo en la puerta de San Saturnino, no ha perdido actualidad. Bajo la tierra que piadosamente le cubre, sigue proyectando el brillo de las virtudes de la raza, y, como la hoja muerta del roble, sigue fecundizando la raíz del árbol.
Nos habla de Tradición, de esa tradición que no es un pasado vetusto, inmóvil, carcomido, que nos empeñamos en prolongar indefinidamente. No, la tradición es esencia de raza, savia de vida que extraemos del pasado para vivificar el porvenir. Eslabones de recia cadena, que alzamos en nuestras manos para aprender en ellos ejemplos que nos enseñan, esperanzas que nos alientan, métodos para aplicarlos a las necesidades de los tiempos. Aurora y crepúsculo de un día radiante; ayer y mañana de una vida fértil; pasado y futuro de un pueblo grande.
Eso fuiste tú, VETERANO, héroe anónimo que terminaste tus días en un asilo de caridad; “constante hasta la tenacidad, heroico hasta el martirio”. ¡Quiera Dios que tu savia siga fecundizando la tierra!
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 10.
AL HERMANO PEDRO SE LE SALTARON LAS LÁGRIMAS…
Corría el año 1944. La influencia del Frente de Juventudes imponía a los colegios de segunda enseñanza un determinado número de ejercicios de redacción cuyo tema fuera patriótico. A eso se debió el que aquella semana nos “tocase” un trabajo, cuyo título fue “Los Mártires de la Tradición”.
El Hermano Pedro era un religioso entrado en años. Explicaba literatura y latín. Era un tanto rudo de formas, y gruñón de carácter. Por su edad, había conocido otro tipo de disciplina, y no se avenía a las costumbres nuestras.
Como profesor de literatura, era él quien nos marcaba el tema de las redacciones. Tenía por costumbre darnos unas ideas para que las desarrollásemos después. Aquel día nos habló de los Mártires de la Tradición.
Jamás le habíamos oído hacer una manifestación política. Y eso que en aquella época las filias y fobias de la guerra mundial daban lugar a que los profesores expresasen sus simpatías por uno u otro bando. El Hermano Pedro, ni eso. Una vez nos puso en guardia, y nos dijo que no confundiéramos el patriotismo con la patriotería. Nada más. Pero aquel día…
Aquel día comenzó hablando de los que murieron por la Religión y la Patria. Hizo alusión a algunas figuras gloriosas del Carlismo. Se refirió a los hijos del pueblo, anónimos ante los hombres. Mencionó a los “abuelitos” que habían participado en las batallas de la tercera Cruzada carlista, y aún recordaba a los compañeros que, peleando junto a ellos, habían sucumbido. Entonces al Hermano Pedro se le saltaron las lágrimas. ¿Qué secreto se encerraba en aquel hombre brusco, a quien creíamos incapaz de sentimientos delicados? Nunca lo supimos. Terminó su explicación cuando, con voz velada, dijo: “y desde entonces, los carlistas no han dejado, bajo ninguna circunstancia, de recordar a los Mártires de la Tradición y de pedir por sus almas”.
* * *
Este año queremos dedicar un recuerdo especial a los mártires que no derramaron sangre. Se puede dar la vida por una Causa de una vez, o poco a poco. Los que mueren en combate, o de resultas de las heridas, son los primeros. Los otros también merecen nuestro recuerdo y oraciones, pues ésta fue la voluntad de Carlos VII al instituir la fiesta.
RECORDEMOS…
Recordemos, en primer lugar, a la Familia Real Proscrita. Todo lo dieron por la Causa; hasta su felicidad personal.
Recordemos a los cientos de miles de carlistas a quienes la simple confesión de sus ideales les cerró las puertas del éxito y la prosperidad.
Recordemos a nuestros pundonorosos militares que, después de jugarse la vida en el combate, prefirieron el destierro y la pobreza, o ambas cosas a la vez, antes de reconocer a la usurpación triunfante. Junto a Radica, Francesch y Galcerán, que figuran en el himno, deberían estar Lizarraga, Arévalo y Lerga. Arévalo murió en París, en un hospital, atendido por Doña Margarita; Lizarraga, acogido por caridad en un convento de Roma; y Lerga, en San Martín de Unx, recogido por caridad por el párroco don Clemente Gorri, después de haber trabajo de peón caminero.
Recordemos a los que, a causa de su mutilación, arrastraron dignamente y con orgullo la consiguiente miseria, durante años y años.
Recordemos a las familias campesinas que, durante décadas, hubieron de pelear para pagar las deudas que les había obligado a contraer la rapiña liberal.
Recordemos a los obreros que, por no sindicarse en grupos anticristianos, perdieron su trabajo y medio de vida.
Recordemos a los que rechazaron las insinuaciones del enemigo, que, “a cambio de prebendas” y “enchufes”, quería comprarles la Fe.
“Imitemos su santo heroísmo”. Sí, heroísmo, pues no merece otro nombre la lealtad mantenida durante tiempo y tiempo, en tan adversas circunstancias.
Y, ante su tumba, juremos imitarles. Convenzámonos que supieron elegir la mejor parte. Y, si luchamos como ellos, como ellos venceremos. Que, al fin y al cabo, a los mártires se les representa con la palma de la Victoria.
IGNACIO DE ORDUÑA
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 10.
MI RECUERDO EN LA FIESTA DE LOS MÁRTIRES DE LA TRADICIÓN
Por Joaquín Vitrián, Pbro.
Fue el gran Rey Carlos VII, prototipo de caballeros cristianos, quien estableció a perpetuidad esta conmemoración entrañable, que tanto ha calado en la gran familia carlista. Siempre se ha honrado el verdadero Carlismo con su glorioso Martirologio.
Pero honrar a los Mártires no ha de ser sólo enaltecer su memoria con bellas palabras; es, por encima de todo, aprender y poner en práctica la lección de ejemplaridad que nos legaron con su entrega al servicio de los grandes ideales de España. Los Carlistas deben ser siempre consecuentes con el ejemplo de sus Mártires. Frente a los que tratan de avanzar retrocediendo, es decir, volviendo la espalda al futuro, los hombres de la Tradición afirman que no hay otro camino posible de adelantar por el camino de la Historia que el de la consecuencia. El futuro de la Patria ha de ser condicionado por el sacrificio de nuestros héroes. Es preciso consolidar el triunfo de la Cruzada, para que la Patria no vuelva a estar en peligro. Hay que dar a España y al mundo entero testimonio de la más robusta vitalidad de la Causa, sostenida por tan leales y aguerridas multitudes. No podemos prescindir de la sangre de nuestros muertos. En esta hora crucial, en esta hora que puede ser dramática para el porvenir de la Patria, es necesario recordarlo una vez más. “El 18 de Julio de 1936” es algo más que un episodio glorioso y sangriento en la vida de la Patria; es algo más, con ser mucho, que la cifra y compendio de heroísmo y abnegación. Es un hecho irreversible que no puede explicarse sin unas raíces en el pasado; ni tampoco tendría razón de ser si se le pudiese relegar al olvido. Es, ante todo, una página grandiosa de lealtad a Dios y a España que no debe desvirtuarse. No se debe jugar, como quieren algunos malintencionados, con el futuro de la Patria. Sobre todo esto deberíamos reflexionar un poco, siquiera en esta efeméride gloriosa de los Mártires de la Tradición.
En el histórico Montejurra, al pie de las catorce Cruces, en la sencillez epigráfica de unos nombres de epopeya, está grabada la nueva página de la vieja historia de heroísmos del Carlismo. Son nombres de los 67 Tercios de Requetés de la Cruzada, que siguieron el ejemplo de los Batallones de Voluntarios del siglo XIX, y nos dejaron señalado el camino del honor. Tercios renovados muchas veces con frescas vidas, ofrendadas por el lema de Dios, Patria, Fueros y Rey. Todos ellos viven con su ejemplo constante en nuestro recuerdo y oraciones, pero, sobre todo, viven en Dios, para Quien no hay héroe anónimo ni sacrificio olvidado. Esperamos que el próximo mes de mayo, y en su primer domingo, día 2, podamos ofrendarles un año más el piadoso Vía Crucis Penitencial y el Santo Sacrificio de la Misa a lo largo del Calvario de Montejurra.
Pidamos, en esta fecha conmemorativa de los Mártires de la Tradición, diciendo con la Iglesia: “Dales Señor el descanso eterno, y brille para ellos la Luz eterna”. Ave Crux, Spes Unica.
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 10.
El día de los Mártires de la Tradición y Carlos VII, el fundador de la Fiesta
Por Francisco López-Sanz
El 10 de Marzo no es para nosotros, los carlistas, una fecha cualquiera, y, el haberla elegido para honrar piadosamente a los Mártires de la Tradición, tampoco fue una elección al azar y “porque sí”. Fue porque en ese día, del año 1855, moría en el destierro, y en su cristiano retiro de Trieste, el Conde de Molina, Don Carlos María Isidro de Borbón, el Rey de derecho de España, derecho que le fue usurpado por la falsedad y la injusticia de su hermano, Fernando VII, que no le asustó la felonía [1], con la colaboración de su cuñada Doña Carlota y de los liberales y masones, bien aligerados de escrúpulos y siempre inclinados a las malas acciones. Y más si favorecían sus propósitos políticos y revolucionarios de mala ley, aunque fueran ingratos y desgraciados para España. Como lo fue todo el desquiciado, doloroso y turbulento siglo XIX; porque la quiebra de todos los tradicionales sentimientos, y la cosecha natural de desdichas y amarguras para el país, parece que constituyeron el ideal primordial del caciquismo liberal, tan frívolo como descreído, revoltoso y afrancesado, y, en muchos casos, antiespañol.
Y Carlos VII, que fue el Rey más representativo y popular de nuestra Causa en el siglo pasado, el que hizo justicia a los suyos y no escatimó el amor para los que tanto le amaron y se sacrificaron por su Bandera y cuanto representaba, porque nada convence y estimula tanto como el ejemplo en el sacrificio –y éste lo dieron en alto grado nuestros Reyes–, creó la fiesta de los Mártires de la Tradición, hace 75 años, para este día, aniversario de la muerte de su ilustre abuelo, Carlos V, el primer Soberano de la Dinastía carlista, que tuvo un pueblo idealista, valiente y leal a su lado, cuando la conspiración liberal de los usurpadores entronizó, con su Revolución y felonía, una desdichada monarquía femenina, para someterla a sus caprichos, a la humillación, a la desconsideración y a la violencia.
Carlos VII, que defendió y amó a su egregio abuelo, que, por amor a España y a su Monarquía católica y tradicional, levantó en 1833 la bandera del Derecho frente a la turba injusta de todos los liberalismos que proclamó la ilegalidad usurpadora en contra de la legitimidad antiliberal, y no porque le acuciara ninguna ambición que tan noble Príncipe jamás la sintió. Porque no le movió otra, y en cumplimiento de un deber y en defensa de un derecho con el que había nacido, que el amor a las Españas, a la Patria tradicional, y que ésta no pereciera o que fuera víctima de las demasías y trastornos del envidioso caciquismo liberal y revolucionario, que había de ser tormento perenne para los españoles, porque la monarquía ilegítima, establecida contra derecho en 1833, sería derribada en 1868, y restaurada por sus enemigos para que en 1876 no triunfara la personificada por Don Carlos de Borbón; volvería a ser derribada, sin que nadie la defendiera, un triste y acusador 14 de abril de 1931, porque no tuvo a su lado a los carlistas, que, con tanto valor y lealtad, lucharon y murieron defendiendo para España la Causa de sus Reyes.
El Duque de Madrid, como continuador invariable de la obra empezada por Carlos V, y mantenedor de su Bandera, por la que pelearon y sucumbieron tantas legiones de voluntarios carlistas, creó la fiesta de los Mártires de la Tradición en honor de su ilustre abuelo, “el primer héroe y el primer mártir”, en frase justa y exacta de Vázquez de Mella, y de cuantos en el siglo XIX dieron su vida por el lema santo de Dios, Patria y Rey. Y, desde entonces, esta fiesta tan cristiana y conmemorativa ha venido celebrándose sin interrupción, porque el Carlismo ni ha muerto ni morirá, aunque haya visto pasar a todos sus piadosos enterradores, y a partidos que se creyeron eternos, y poderosas oligarquías, todo lo cual fue fulminado por el abandono, por su envidia, porque, según Rousseau, “la democracia es la envidia”, la deslealtad y ausencia del espíritu de sacrificio… Y creemos que, desde nuestra posición inalterable, todavía veremos otras novedades, teniendo en cuenta lo que ya hemos visto, y que, según el gran Balmes, todo en lo humano es caduco y “lo que no pasará es la palabra de Dios”.
Don Carlos de Borbón, como Rey y como caballero excepcional, con su gran corazón y su invariable lealtad al recuerdo del pueblo carlista y de los que, por lealtad a su Bandera, morían también fielmente en el campo de batalla, en los hospitales, en las prisiones o en la lejana amargura del destierro, quiso que todos los años, en esta fecha, toda la gran Familia Carlista, que “sois mi familia, el ejemplo y consuelo de toda mi vida” –como afirmó después en su hermoso Testamento Político, que no se conoció hasta después de su muerte en 1909–, fuese día de recuerdo piadoso, día de sufragios fervorosos, y de perfume de oraciones, en honor y homenaje vivo de los Mártires de la Tradición. De los Mártires de la Tradición, que no les dirán nada a los inconscientes, a los espíritus superficiales, ligeros y frívolos, de los que tampoco se podrá esperar nada aceptable, porque serían incapaces de seguir e imitar a aquellos españoles heroicos que, voluntariamente, con generosidad y renunciamiento admirable y ejemplar, combatieron hasta morir por su Dios, por su Patria y por su Rey, que es el sacrificio más grande, noble y sublime que se puede hacer por un Ideal.
Gratitud eterna le merecieron a Carlos VII los Mártires de la Tradición, que dejaron abundante semilla que había de tener sucesores dignos de sus gloriosos antepasados en los heroicos Tercios de Requetés, que lucharon valientemente en la Cruzada de este siglo, y en cuantos les acompañaron en ella con el mismo espíritu católico y español, contra la misma Revolución antiespañola, frente a la que murieron los inolvidables voluntarios carlistas. Y gratitud perpetua merece también el Duque de Madrid por establecer esta fiesta evocadora anual, tan cristiana, tradicional, y ya histórica, que no la puede olvidar ninguno de los que sientan bullir en su pecho el bendito ideal del Carlismo. Por eso, hace 75 años, y primero en que se celebraba esta piadosa conmemoración y recordatorio feliz, aquel ilustre varón y gran figura carlista, escritor, catedrático y parlamentario, Polo y Peyrolón, escribía desde Palma de Mallorca:
“La Iglesia canoniza a sus mártires, exaltándolos hasta la pública veneración en los altares; la Patria inmortaliza a sus héroes, erigiéndoles estatuas y monumentos; y Carlos VII, honrando la grata memoria de los hombres ilustres de la Comunión Tradicionalista, y de aquéllos que derramaron su sangre, prodigaron su ingenio y su valor, y dieron gozosos sus vidas en defensa de la Religión y del Derecho, lógicamente ha de merecer de la Historia los epítetos de buen católico, buen patricio, magnánimo y agradecidísimo”.
Y podríamos añadir: ¡Fiel y leal para los suyos, gran Rey para los españoles, y digno Caudillo y buen Señor para todos!
[1] Nota mía. Sobre el engaño sufrido por Fernando VII, al que se le presentó a la firma la simple promulgación de la reforma de la Ley Fundamental de Sucesión, reforma la cual se le dijo que supuestamente había sido ya aprobada por su padre Carlos IV en las Cortes de 1789, véase este hilo, en donde se explica de manera breve y resumida el aspecto jurídico relativo a la cuestión del golpe político perpetrado por los revolucionarios que apoyaban a la traidora Doña María Cristina.
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 11.
MURIERON SIN CEDER
Por Francisco Elías de Tejada
Murieron sin ceder.
Los Carlistas conmemoramos hoy, 10 de Marzo, la fiesta sagrada de los Mártires de la Tradición de las Españas; esto es, esperanzas asentadas en memorias. Conmemoramos el ejemplo de los pasados, que es elección de los presentes y certezas de lo venidero. Porque nuestros muertos fueron hacia la Verdad de Dios por los caminos de la vida, y nosotros aspiramos por los caminos de la Vida merecer poseer la Verdad de Dios que ellos poseen.
Por eso, no nos detenemos en la nostalgia de los visitantes de tumbas veneradas, perdidas por los vericuetos más apartados de la Historia. Ni somos plañideros descorazonados, cobardes que acuden a llorar delante de los idos el no saber o haber sido capaces de emularlos. Ni menos somos tampoco profanadores de tumbas, que buscan medrar entre los demasiado vivos enarbolando el recuerdo de ellos, nuestros muertos, que están demasiado muertos porque sobre sus huesos ha caído el olvido de cuanta hazaña levantaron.
IDEALES PERENNES
Los carlistas no somos así de superficiales, de paganos o de aprovechadizos. Los Carlistas no juramos en vano venerarles en la sola manera en que cabe venerarles: procurando que sus muertes no hayan sido en vano, logrando que vivan perennes los ideales por los que ellos supieron morir en pieza de héroes.
Nuestros muertos no están en el horizonte de las estrellas iluminadas de una noche de verano, ni son pedazos de polvo de un cuerpo que a la tierra vuelve. Nuestros muertos poseen un alma que salvar por encima de la carne perecida; nuestros muertos están más allá de las estrellas, están contemplando la gloria del Señor nuestro Dios.
* * *
Porque nuestros muertos murieron sin ceder. Habían plantado, en medio de la Historia, la decisión férvida de pelear católicas verdades, la de ser mártires al par que héroes, la de lidiar contra todos los enemigos de la Fe católica, esto es, del universalismo verdadero en la Verdad, que es el solo ecumenismo del cristiano.
Fueron los varones de las Españas misioneras y belicosas, los adalides de la catolicidad romana, que, con su sangre, se hizo un poco catolicidad, mantenida por los hispanos, en todos los rincones del planeta.
DEFENSORES DE LA UNIDAD CATÓLICA
Por eso hoy, cuando se agrieta la unidad católica de las Españas, unidad católica sin la cual ellos no hubieran concebido a las Españas, hemos de serles leales defendiendo la causa de esa unidad católica por ellos defendida hasta con sangre. Por eso hoy, cuando se olvida la misión, transformada en cómodos ecumenismos, hemos, como ellos, de sentirnos ardientemente misioneros. Por eso hoy, cuando dentro del cuerpo oficial de la Iglesia se discuten tantas cosas verdaderas por las que ellos perecieron, hemos de ser los carlistas fieles al Vicario de Cristo: con tamaña fidelidad que, si preciso fuese, pudiéramos dar en ser más papistas que el mismo Papa.
* * *
Porque nuestros muertos murieron sin ceder. Fueron los hombres de la Reconquista, de la Misión, y de la Contrarreforma. Fueron los santos héroes de la intransigencia; los que no dialogaron con herejes; los varones de la palabra hidalga al servicio de la palabra divina del Señor. Los que pelearon con los enemigos de las Españas cuando estaban fuera, y ahora hubieran peleado, en estos tristes tiempos de hoy, con los enemigos de las Españas entrados dentro de nuestra fortaleza.
LA SANTA INTRANSIGENCIA
Porque murieron por las causas santas que permiten el lujo de la santa intransigencia. Sin pactos ni diálogos en lo esencial, por más que admitiesen la caridad cristiana en el diálogo en las cuestiones discutibles. Soldados tridentinos de la teología; soldados misioneros de la evangelización; soldados que cumplieron el designio de Dios de salvar la Fe romana en el corazón de Europa; los soldados de Mühlberg y de Lepanto, de Otumba y de Montejurra. Sitios y horas en donde no hubo ocasión para la intriga ni el acomodamiento, en que la Verdad fue puesta en alto a punta de lanzas y de espadas.
Hoy día, en que ya van asomando por el horizonte los primeros amagos de la gran conjura; donde ya –lo estoy viendo en ocasión menuda que a mí afecta– se juntan alegres los liberales que fueron falangistas, los socialistas domesticados por la plutocracia, los demócratas cristianos de la derecha y de la izquierda, los que se llamaron carlistas para usar nuestro santo nombre en ocasión de medro, los vetustos anticlericales y los rondadores del oportunismo a corto plazo, seamos fieles a nuestros muertos. Y como ellos murieron sin ceder en la esperanza, digamos nuestro juramento de morir sin ceder en contubernios de traiciones a nuestros ideales.
FIDELIDAD A NUESTROS MUERTOS
Hoy día, en que todo cambia, todo se tambalea y todo se derrumba. Cuando todos pactan y todos ceden delante del enemigo, invocando motivos de mal menor y de políticas prudencias. Cuando el amigo fraterno falta a la palabra dada; cuando, quien debe todo, escupe la mano que le formó; cuando el honor se humilla delante del dinero; cuando la justicia ha de llegar necesariamente; cuando el aire berengueriano de la Revolución, que es la tormenta, electriza los nervios de las gentes; cuando el enemigo de las Españas ve otra vez la ocasión de aplastar a las Españas, muramos sin ceder, tal como murieron nuestros muertos.
Y, puesto que permanecieron, nosotros permanezcamos, fieles a lo que Cristo prometió en San Mateo, X, 22, que es palabra que no cambia. Y permanezcamos, porque nuestros muertos nos legaron el ejemplo de que ellos murieron sin ceder.
En el día de los Mártires de la Tradición de las Españas, juremos los Carlistas que moriremos sin ceder.
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 11.
ANTE LA FIESTA DE LOS MÁRTIRES
En defensa de la Tradición
Tú, soldado de la Tradición, habrás de tener puesto en el Reino de Dios (De la Ordenanza del Requeté).
En estos momentos de confusión y tristeza por los que pasa el Carlismo, no es extraño que el nerviosismo, y hasta el desánimo, cunda en sus filas, aunque, como siempre, acostumbrado a las más duras pruebas, sea momentáneo. Sin embargo, estimo que no es bueno para España que unos leales, siempre cubiertos de cicatrices, se vayan a sus casas, después de una vida ejemplar de insuperable abnegación y patriotismo, a esconder su amargura y desilusión. Y que otros se aparten por caminos antagónicos, olvidando toda esperanza. Aunque estos últimos sean los menos.
BAJO EL MALÉFICO SIGNO DEL APERTURISMO
Como obra humana, todo es posible cuando un mundo en contradicción, donde los mayores errores prosperan; dominado por las más absurdas y nocivas veleidades y perecederas modas, que invade toda la vida social, incluida la política; con una fe y moral titubeante bajo el signo del llamado aperturismo y la evolución, sólo piensa, a pretexto de combatir el inmovilismo, a olvidar las lecciones del pasado, como fuentes de experiencia para un mundo mejor. Por algo el hombre es el animal del que se dice que es capaz de tropezar dos veces en la misma piedra. Y, en nombre de un supuesto progresismo, más o menos liberal, parece no darse cuenta de que, en realidad, lo que pretende –nada hay nuevo en la política– es volver a retroceder a épocas ya superadas, en vez de avanzar. Y es que para muchos se considera más fácil vivir alegremente el oportunismo del momento, sin mirar al futuro, en vez de construir sólidamente sobre la roca inconmovible de las mejores virtudes y tradiciones patrias, en un progreso firme, austero y eficaz, que lleve la paz y la justicia social a todos los hogares, especialmente de los más necesitados y, como siempre, los más sufridos y con mejores cualidades humanas.
Por eso, me vais a permitir, amigos lectores, que, sin más títulos que uno de tantos ex combatientes requetés –ahora tan ignorados–, que, en la festividad de nuestros Mártires de la Tradición, os recuerde a todo el que se precie de buen carlista, que no debe olvidar a nuestros compañeros, que, tanto en la Cruzada, como en las guerras que le precedieron, dieron su vida por una España mejor, en donde se hiciera auténtica verdad los principios de Cristo.
LOS QUE TIENEN PRISA POR OLVIDAR
Y es que, para los que desean enterrar el pasado, es fácil olvidar. Pero no para los carlistas de corazón, especialmente los que, por voluntad divina, les hemos sobrevivido y consideramos un deber honrar su memoria, aunque sólo sea por medio de funerales y misas rezadas en sufragio de su alma, y demás actos organizados en su memoria, ya por los ex combatientes del Requeté, Comunión Tradicionalista, Círculos Mella, Margaritas, o, cuando no, agrupados espontáneamente, por muy reducido que sea el grupo de buenos carlistas, como nos lo pedía el gran Rey Carlos VII, en su Decreto de 5 de noviembre de 1895, al instituir dicha festividad de los Mártires de la Tradición, reafirmado en su Testamento Político, que continúa siendo el faro luminoso que guía al Carlismo español, y de los que vamos a reproducir, a continuación, los siguientes párrafos:
“¡Cuántos centenares de valerosos soldados, no menos heroicos, he visto caer junto a mí, segados por las balas, besando mi mano, como si en ella quisieran dejarme, con su último aliento, su último saludo a la Patria! ¡A cuántos he estrechado sobre mi corazón en su agonía! ¡Cuántos rostros marciales de hijos del pueblo, apagándose en la muerte con sublime estoicismo cristiano, llevo indeleblemente grabados en lo más hondo de mi pecho, sin que pueda poner un nombre sobre aquellas varoniles figuras!
Todos morían al grito de ¡Viva la Religión! ¡Viva España! ¡Viva el Rey!...”.
“Inmenso es mi agradecimiento a los vivos y a los muertos de nuestra Causa. Para probarlo y perpetuar su memoria instituí la fiesta nacional de nuestros mártires. (…). Congregaos, para estímulo y aliento recíprocos, y, en testimonio de gratitud a los que os precedieron en la senda del honor, el día 10 de Marzo de cada año, aniversario de la muerte de aquel piadoso y ejemplarísimo abuelo mío, que, con no menos razón que los primeros caudillos coronados de la Reconquista, tiene derecho a figurar en el catálogo de los reyes genuinamente españoles”.
Confío en que EL PENSAMIENTO NAVARRO, baluarte insobornable de los ideales carlistas, recoja estas modestas líneas, que espero continuar en otros artículos, en defensa de la Bandera de la Santa Tradición, como nos pide nuestro bendito himno, y como nos exige la lealtad a nuestros mártires.
Y que la sin par Navarra, España entera, y especialmente el noble pueblo carlista, honre en su festividad, repetimos, como se merece, el insuperado sacrificio y heroísmo de los gloriosos Mártires de la Tradición.
CARLOS HARVAS
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 11.
¡¡Mártires de la Tradición!!
Por Antonio de Iciar
Navarro, ¡carlista!, ¡¡español!!, ¡¡¡católico!!!, a ti me dirijo en estos momentos apocalípticos que te ha tocado vivir, desde las líneas de este querido PENSAMIENTO NAVARRO, para que refresques un poco tu memoria y te acuerdes de una fecha y un título gloriosos: 10 de Marzo, fiesta nacional de LOS MÁRTIRES DE LA TRADICIÓN. Quiero que pienses y medites sobre la trascendencia de lo que esto significa en estos tiempos en los que tratan de lavarte el cerebro desde la prensa y los medios audiovisuales, queriendo planificar tu pensamiento unidireccionalmente hacia la anti-España.
Fue Carlos VII, el Rey de las queridas Españas, quien tuvo la feliz idea de instituir esta honrosa fiesta en una carta que dirigió al Marqués de Cerralbo. He aquí sus palabras:
“Propongo que se instituya una fiesta nacional en honor de los mártires que desde el principio del siglo XIX han perecido a la sombra de la bandera de Dios, Patria y Rey en los campos de batalla y en el destierro, en los calabozos y en los hospitales, y designo para celebrarlo el 10 de Marzo de cada año, día en que se conmemora el aniversario de la muerte de mi abuelo Carlos V.
Nadie mejor que aquel inolvidable antepasado mío personifica la lucha gigantesca sostenida contra la Revolución por la verdadera España durante un siglo”.
Y en su inolvidable Testamento Político vuelve a referirse a dicha fiesta con estas frases:
“Inmenso es mi agradecimiento a los vivos y a los muertos de nuestra Causa. Para probarlo y perpetuar su memoria, instituí la fiesta nacional de nuestros mártires. Continuadla religiosamente los que hayáis de sobrevivirme”.
SON TIEMPOS DE CLAUDICACIÓN Y DESERCIÓN
Ya lo has oído, mi querido lector: ¡perpetúa!, con todos los medios a tu alcance, la inolvidable memoria de los mártires antepasados tuyos, en estos tiempos en que las claudicaciones y deserciones están a la orden del día. No permitas que traten de hacerte olvidar lo que representa de tu catolicidad y españolismo.
Pero este recuerdo no debe ser meramente pasivo sino activo y lleno de vitalidad, luchando por la causa que ellos defendieron hasta derramar la última gota de su sangre española.
Por tus venas corre sangre de mártires, ¡defiende con todo tu ímpetu los ideales por los que ellos murieron!; ¡lucha! por defender nuestra sacrosanta unidad católica española, que nuestros tecnócratas europeizantes, cuya competencia parece sólo extenderse a las “rentas per capita” y planificaciones económicas, intentan destruir. Éstos no han entendido nunca, a pesar de sus muchos títulos, de lo que es y ha sido España, y se avergüenzan de la sangre vertida por nuestros mártires.
¡Estudia y fórmate! en la doctrina de los Santos, de los Papas y doctores de la Santa Madre la Iglesia, así como de los grandes pensadores que defendieron con su pluma los grandes ideales de Dios, Patria y Rey, para que no te dejes engañar por esos “doctores” progresistas de teología barata, que te los encontrarás debajo de cada piedra, y que han bebido en las fuentes pestilentes de los Marcuse, los Teilhard de Chardin, los Ortega y Gasset, los “Ches”, los Camilo Torres, y demás secuaces, que ensucian el rostro de España con sus herejías, teniendo demasiadas veces a su favor la complicidad de los que debían reprimirlas.
SÉ ASTUTO COMO SERPIENTE
¡Sé astuto como la serpiente! para darte cuenta, en cada momento, dónde se encuentra y por dónde quiere infiltrarse el enemigo, cuyo nombre es Satanás, pero que en el mundo adopta el nombre de marxismo, progresismo, “puesta al día”, “apertura al Este”, “vientos de la historia”, etc.; y, sobre todo, fíjate que la batalla la libra fundamentalmente en el orden de las ideas. En el 36, el marxismo tuvo la osadía de pretender vencernos a nosotros, los españoles, por las armas; pero se dio cuenta que no tenía nada que hacer con el coraje y valentía españolas. Ahora, ha aprendido la lección, y trata de minar tu Fe, anestesiar tu inteligencia, y acabar con tu capacidad de resistencia física y moral; cuenta para ello con unos satánicos “panfletos para el diálogo”, con una revista que tiene un nombre muy “triunfalista”, y con poderosos medios audiovisuales.
¡POR DIOS, POR LA PATRIA Y POR EL REY!
Empieza desde ahora, si no lo ha hecho antes, a luchar por la salvación de España; no tienes tiempo que perder, te lo dijo ya el Papa Pío XII hace unos cuantos años, escúchale:
“Ya no hay tiempo que perder. El tiempo de la reflexión y de los proyectos ha pasado; es la hora de la acción. ¿Estáis dispuestos? Los frentes contrarios en el campo religioso y moral se van delineando siempre con claridad creciente cada día; es la hora de la prueba. La dura batalla de la que habla San Pablo, ya está empeñada; es la hora del esfuerzo intenso. Hasta unos pocos instantes pueden decidir la victoria”.
Y Pablo VI, más recientemente, te dice que debes tener una gran fortaleza de espíritu:
“Sin una fortaleza de espíritu y acción cada día más profunda y operante, podemos vernos arrastrados por culpa de nuestra inercia de creer que las causas del bien se defienden por sí solas. Los tiempos actuales son fuertes, y exigen hombres fuertes”.
Y también Carlos VII, el valeroso Rey de nuestros antepasados, nos dice:
“¡Adelante, mis queridos carlistas! ¡Adelante, por Dios y por España! Sea ésta vuestra divisa en el combate, como fue siempre la mía; y los que hayamos caído en el combate, imploraremos de Dios nuevas fuerzas para que no desmayéis.
Mantened intacta vuestra Fe, y el culto a nuestras tradiciones, y el amor a nuestra bandera…”.
“… Y aun así, si apuradas todas las amarguras, la Dinastía Legítima, que ha servido de faro providencial, estuviera llamada a extinguirse, la dinastía vuestra, la dinastía de mis admirables carlistas, los españoles por excelencia, no se extinguirá ¡jamás!”.
ANTE DIOS NUNCA SERÁS HÉROE ANÓNIMO
Pero no sólo basta combatir; es necesario que alimentes este espíritu de lucha por Dios y por España inflamando tu alma con una auténtica vida de oración. Pídele a la Virgen del Pilar, Patrona de las Españas, a nuestro Santo Patrono Santiago, y al glorioso San Miguel, para que te dé fuerza, valentía y coraje para defender, con todos los medios a tu alcance, los derechos de la Santa Causa. ¿Qué mayor gloria puedes desear que vivir y morir por estos ideales? ¿Qué sentido puede tener tu vida de católico y español sin esta inquietud? ¿Y qué mejor herencia puedes dar a tus hijos sino el ejemplo de una vida abnegada y entregada totalmente a la Causa? Pero, sobre todo, no desesperes, aunque te encuentres solo; aunque todos te abandonen; aunque nadie vea tu esfuerzo; piensa que, ante Dios, no serás nunca héroe anónimo, y Él nunca se dejará vencer en generosidad.
Pídele también a los gloriosos Mártires de la Tradición, antepasados tuyos, para que su recuerdo siga inflamando los corazones de quienes, sin desmayos ni claudicaciones, caminan por las rutas que sus sacrificios dejaron abiertas, y para que se pueda transmitir también a las generaciones futuras la Bandera inmaculada de las Santas Tradiciones.
Pídele, por último, al Todopoderoso, para que algún día llegue el Rey, seguidor de Carlos VII, y con él reine Cristo en España y se le dé el culto que merece; y todo esto para una mayor gloria, alabanza y honor de Dios y de las Españas inmortales.
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 11 de Marzo de 1971, página 3.
Todos los años, el 10 de Marzo…
Por Juan Rodríguez
El que firma, aunque lo político no es su fuerte, no puede eludir la amable invitación del Director de EL PENSAMIENTO NAVARRO de escribir sobre un tema grato –recuerdo de amor filial–, y dedicar unas humildes líneas, sinceras y llenas de amor, a los Mártires de la Tradición.
Prácticamente se ha dicho todo lo que se podía decir sobre los Mártires de la Tradición. Plumas maravillosas –Cirici y Ventalló, entre otros–, y oradores del Carlismo militante –un Vázquez de Mella, etc.–, han escrito unos, y alabado otros, lo que significa el sacrificio del Mártir del Carlismo, tanto los que lo han sido por haber sucumbido en los campos de batalla, como los héroes anónimos que lo fueron por haber muerto en el seno del Carlismo sin arriar en ningún momento la bandera que, en hora bendita, prometieron defender al entrar a formar parte de esa inmensa pléyade de hombres, mujeres y niños de todas las edades y estados que forman el Carlismo militante.
Si la festividad de los Mártires fue instituida por el Rey Don Carlos VII para honrar la memoria de los mismos –en comunicación a su representante en España, Marqués de Cerralbo–, antes de cerrar los ojos, el Rey de la barba florida, en su Testamento Político, ese maravilloso documento de sinceridad y honradez que tantos debieran conocer, reiteró a sus leales la celebración de la fiesta de los Mártires.
EL 10 DE MARZO, PRIMICIA DE LA PRIMAVERA
Por eso, al llegar el 10 de Marzo de cada año, primicias de una primavera que se nos echa encima, en los hogares carlistas –yo lo he podido comprobar muchas veces– se nota algo raro en el ambiente; algo que es distinto de los temas que, durante el transcurso de un año, se han tratado entre la familia; y ese algo es la próxima celebración de la fiesta de los Mártires de la Tradición. En casa, entre los correligionarios, según el lugar y las circunstancias que cada uno ocupa en la sociedad, y donde geográficamente habita, hombres que con premura se saludan al paso, se paran un momento para inquirir, para preguntar, para saber cómo se va a celebrar este año la festividad de los Mártires: ¿En qué iglesia tendrán lugar los actos religiosos en memoria de los Mártires? ¿Habrá orador sagrado? ¿Y después? ¿Iremos al Círculo? (donde lo hay). ¿Nos reuniremos para cambiar impresiones? ¿No habrá dificultades en exteriorizar nuestra alegría por reunirnos todos, los carlistas del pueblo, de la capital, para festejar la efeméride en honor de los Mártires? Todas estas cosas, y otras más, se comentan días antes del 10 de Marzo.
EL PELAYO, EL REQUETÉ Y EL VETERANO
La boina roja, que ha estado guardada algunos meses, quizá desde el acto de Montejurra del año último, es sacada del lugar donde está depositada, y manos amorosas, de madre o hermana, la abrillantan para que pueda ser lucida a la salida de la Misa por los Mártires.
La noche anterior al día 10, el imberbe Pelayo; el joven Requeté carlista; el hombre maduro, ex combatiente de la Cruzada; y el antiguo jaimista, y algún que otro veterano de los tiempos de Carlos VII, han sentido una inquietud interior, un desasosiego no natural, como el que se siente en los grandes momentos de la vida. Ese algo, ese airecillo vivificador, esa alegría que sienten desde el pequeño Pelayo al viejo veterano, es la alegría de ver acercarse la fecha en que se va a dedicar a honrar la memoria de los Mártires del Carlismo. Es un día grande, y significa, en el seno del Carlismo, la Tradición que no muere y los afanes de un pueblo que no se resigna a morir.
Llegado el día 10, los carlistas, en toda España, se dirigen al templo, donde han de tener lugar los oficios religiosos por la memoria de los Mártires, por los cuales rogarán y les pedirán su intercesión ante el Altísimo para el bien de la Causa, y, asimismo, por todos los Reyes de la Dinastía carlista, desde Carlos V hasta hoy.
DESPUÉS DE LA MISA, AL CÍRCULO
Después de finalizados los actos religiosos, en los lugares donde haya Círculos se reunirán para comentar, para cambiar impresiones, y para oír la voz autorizada de sus autoridades legítimas. Se hará balance de un año transcurrido, y planes para el futuro. Continuarán andando por la senda del deber, como les dijera Carlos VII; y de su decisión, unión, y amor y entrega al Carlismo, dependerá de que un año más tarde, cuando se vuelvan a reunir, un balance positivo haya podido contabilizarse en la marcha del Carlismo hacia el triunfo de los Ideales, tenazmente por él defendidos durante más de cien años. Y si así no lo han hecho; si la indecisión, la indisciplina –cáncer que frecuentemente se ha dado dentro del Carlismo– y el desánimo ha hecho presa en sus miembros, poco halagüeño podrán presentar el 10 de Marzo de otro año, cuando se reúnan para volver a honrar a los Mártires de la Tradición.
Lo primero es lo que debe privar en el ánimo del carlista, desde el Pelayo hasta el Veterano; lo primero, que es lo que hicieron los Mártires del Carlismo; y sólo así tendrán motivo y razón para volver a reunirse otro año, un 10 de Marzo…
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 12 de Marzo de 1971, página 3.
De dos tácticas
LA DE LOS MÁRTIRES Y LA DE LOS… NO MÁRTIRES
José M.ª Alsina
La conmemoración de la fiesta de los Mártires de la Tradición, con el significado que quiso darle Carlos VII al instituirla, es una magnífica ocasión para hacer una reflexión histórica que nos ayude a comprender lo que realmente es el carlismo, y el carácter de las crisis en las que, en la actualidad, se ve envuelto.
CAMBIO DE TÁCTICA
A lo largo de su historia se han acercado a los carlistas, o bien han surgido de su mismo seno, quienes han creído que para salvar a España había que aprovechar o aprovecharse de la fuerza que el carlismo había demostrado tanto en la guerra como en la paz. Pero, para que realmente fuera eficaz, era necesario un cambio de táctica. Para unos, este cambio llevaría a la dinastía legítima más fácilmente al trono; para otros, la cuestión dinástica no era esencial, y, por lo tanto, se podía transigir en ello, si a cambio era más factible el triunfo e implantación de los ideales religiosos y forales, o, por lo menos, se evitaba la Revolución que estaba continuamente amenazando y triunfando en España.
¿No ha sido éste el significado de las invitaciones que han hecho al carlismo los hombres de la Unión Católica, el “mal menor”, la C.E.D.A., y su versión contemporánea la democracia cristiana? Para éstos, lo que debía hacer el carlismo era aceptar la legalidad constituida, ya fuera la dinastía usurpadora o la república, y, desde ella, en unión con todos los católicos no carlistas –la unión de los buenos–, luchar para la salvaguarda de los principios religiosos.
UN HECHO SIGNIFICATIVO
Un hecho nos hará ver el alcance de esta “eficaz” táctica. Con el advenimiento de la República en 1931, los mismos que anteriormente habían aconsejado la necesidad de aceptar la monarquía alfonsina, propugnaban el acatamiento a la legalidad republicana como único medio para defenderse de la avalancha revolucionaria y antirreligiosa que amenazaba a España. El fracaso y esterilidad de esta política se hizo patente al aliarse la CEDA con el “clerical” Lerroux, y el naufragio ante el Frente Popular.
Lo único que fue capaz de detener aquella avalancha revolucionaria fue la reacción salvadora del 18 de Julio, que hubiera podido ser la solución a los males que aquejaron a España durante tantos años, de no haberse malogrado por recaer una y otra vez en las mismas tácticas que habían dado lugar a la situación que se pretendía remediar.
MIRANDO AL PASADO
En la primera guerra carlista, los mayores esfuerzos del grupo que en la Corte rodeaba a Fray Cirilo de Alameda, se dirigieron a intrigar contra la facción de los llamados apostólicos, acusándoles del fracaso de la guerra por sus ideales teocráticos, providencialistas, etc., en resumen, por su fanatismo religioso. Su labor dio lugar al nombramiento de Maroto; las fatales consecuencias para el carlismo de este nombramiento son de todos conocidas para tenerlas que recordar ahora. El resultado, semejante al anterior: la traición y el apoyo a la Revolución.
EN EL MOMENTO ACTUAL
En esta línea de reducción dinástica del carlismo, y olvido de los tradicionales principios religiosos, pertenece un reciente manifiesto en el que se nos dice, hablando de la historia del carlismo, que “todo fue evolución, todo fue cambio”; y, justificándose en ello, se nos presenta como doctrina carlista actual unos principios que están basados en los tópicos liberal-socialistas imperantes en el mundo político revolucionario de hoy.
Únicamente nos explicamos el sorprendente contenido de este manifiesto como fruto de una voluntad de hacer desaparecer el carlismo sembrando la confusión en él, o el intento de hacerse perdonar la secular lucha contra la Revolución adoptando sus principios [1].
NO QUERER SER MÁRTIRES
La doble vertiente de esta misma táctica, que se manifiesta en este transbordo ideológico y dinástico, recorre la historia del carlismo, y hoy la podemos contemplar con igual o mayor intensidad que en otros tiempos; en el fondo, no es más que un no querer seguir el camino que anduvieron los mártires, que no sólo lo fueron de los enemigos del carlismo, sino también de las cobardías, acomodaciones, deserciones y traiciones.
EL PENSAMIENTO NAVARRO, fiel a sí mismo, quiere, humildemente, ser fiel a la sangre que derramaron en la lucha de unos mismos ideales todos los mártires que nos precedieron, creyendo firmemente que esta fidelidad es la única esperanza para el carlismo y para España.
[1] Nota mía. El Manifiesto al que se está refiriendo el articulista es la Declaración que se le hizo firmar a Don Javier, de fecha 6 de Diciembre de 1970.
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
Fuente: El Pensamiento Navarro, 16 de Marzo de 1971, página 7.
Y mártires españoles fueron los que entregaron su vida en la Cruzada
Por Francisco López-Sanz
En el gran número del 10 de Marzo, tan espléndidamente nutrido de doctrina carlista, afectiva y justa en honor de los inmortales Mártires de la Tradición, se publicaba un artículo: «“Mártires” y “caídos”», firmado por Pablo Gaztelu, con unas atinadas precisiones sobre ambas palabras, tan antigua una y tan nueva otra, y tan distintas ambas en absoluto. Y el articulista robustecía su natural, adecuada y firme argumentación recordando una sonada Pastoral del inolvidable Cardenal Segura, publicada en Febrero [sic] de 1940. Por cierto, que, a raíz de aquel documento episcopal, un sujeto que entonces ocupaba un alto cargo político haciendo alardes de falangista, aunque después haya dado las más raras volteretas hasta la “rojez”, con irrespetuosidad agresiva, y con escándalo de la ciudad del Guadalquivir, ordenó a un equipo de manchaparedes que pintarrajearan unos letreros en la fachada del Palacio Arzobispal del Cardenal, con la piadosa intención de molestar a su autoridad, que allí permanecieron durante mucho tiempo, como los vimos todos cuantos en aquella época visitamos alguna vez la hermosa capital andaluza.
DIFERENCIAS IMPORTANTES
El autor del artículo al que me refiero, hablaba de la diferencia que existía entre las dos palabras de su título, afirmando, con razón, que para los carlistas el calificativo de “mártires”, y no otro, era con el que habían distinguido a los que murieron por la buena Causa.
Según el Diccionario, “caída” es acción o efecto de caer; y “caído” es un adjetivo que proviene de caer, o de la caída, y equivale a desfallecido, amilanado, que ha pasado, que está en el suelo. Es sinónimo de vencido, débil, postrado, flojo o abatido, etc., etc. Es una palabra que nunca la oímos en tiempos normales para referirse a los muertos, y por primera vez apareció después de estallar nuestra guerra, y durante la lucha, y con neto origen falangista. La estimaron de su gusto político, y casi la convirtieron en un dogma suyo. Porque a algunos tampoco les entusiasmó la palabra “Cruzada”. Recordemos, en la revista “Escorial”, las afirmaciones de Laín Entralgo, del que ya se le “volatilizó” el falangismo de otrora. Y recordemos también que, en ese aspecto, otros falangistas discreparon, y no estuvieron de acuerdo con él [1].
En esa cuestión fuimos francamente de otra opinión y no nos sedujo semejante novedad, porque encontramos más seria, más exacta y más a tono con el momento grave, respetuoso y cristiano de la muerte de quien daba la vida por unos ideales tan excelentes, y en una guerra tan santa que se proclamó “Cruzada” por personalidades eminentes civiles, militares y eclesiásticas, la palabra “mártir” que “caído”. Y esto, honrada y limpiamente, sin el menor asomo de ofensa para nadie. Porque estimamos que, si los calificados de “caídos” lo habían sido, como es natural, por aquellos santos ideales y frente a los que parecían mercenarios de Satanás, eran para nosotros unos mártires como los demás que, juntamente, habían sucumbido luchando por el lema que se hizo Ideal de “Dios y España”; combatiendo frente a los que, “en el otro lado”, profanaban y destruían las Casas del Señor, a sus voluntarios apóstoles y fieles servidores de Cristo y de su Iglesia, y sólo por eso los sacrificaban brutalmente, convirtiéndoles en Mártires.
POR QUÉ LUCHABAN LOS REQUETÉS
Caer es tropezar, moral o materialmente, como han caído, desde Luzbel, todos sus soberbios imitadores. Y los luchadores de nuestra Cruzada que se comportaron con aquel espíritu conmovedor, no cayeron, sino que, piadosamente pensando, se elevaron hacia lo Alto, a donde llegaban los ecos sublimes de sus renunciamientos y generosa conducta, y el rumor de su piedad y de sus fervientes oraciones. Confieso, sin jactancia alguna y en honor de la verdad, que en mi larga y activa vida, y nada cómoda, de periodista, jamás escribí la palabra “caído”, pero admiré a todos los muertos gloriosos españoles que alcanzaron su mayor grandeza en aquel largo empeño de valentía y heroicidad con el que ganaron la eterna gratitud de la Patria y el descanso eterno como cristianos. Y ante ello, para reforzamiento de mi opinión –que es la de muchísimos– ahí va un ramillete de elocuentes y hermosos testimonios, que no tienen vuelta de hoja, entre muchos más que tengo acotados de aquellos años de verdad, sacrificios y sinceridad ejemplares de la Cruzada.
¡QUÉ DICHA TENER HIJOS MÁRTIRES!
Arrodillado ante la Cruz de un camino solitario, con el fusil en la mano, un requeté se expresaba con esta firmeza: “Cristo: por Ti lo hacemos. Acuérdate en el día del Juicio”.
Un hijo, combatiente, decía a su padre: “Padre: si no nos volvemos a ver aquí, nos veremos y abrazaremos en el Cielo”.
A un sacerdote que le confesaba al salir para el frente, le rogaba un requeté: “Pida usted a Dios que me conceda el honor de morir por la Religión y por la Patria”.
Delante del cadáver de su marido, su abnegada esposa, emocionaba con estas palabras: “Cuanto más te quiero, más satisfecha estoy de que hayas muerto por defender a Dios y a España”.
“Lloro de gozo, no de tristeza, porque tengo dos hijos en el Cielo”. (Con esta santa y dulce sencillez hablaba doña María Luisa Baleztena, al morir el segundo de sus hijos, incorporados en el Tercio del Rey desde el Alzamiento).
“Todas las tardes rezamos el Rosario y, si Dios quiere, también pasado mañana tomaremos la Comunión; así que ya ves, ¿cómo vamos a temer a las balas estando con Dios, luchando con Dios y para su reinado?”. (De la carta de un requeté desde el Alto del León, a su hermana en Úcar).
“Lloramos, no de tristeza, sino de alegría, porque Dios ha aceptado nuestro ofrecimiento de tener un hijo mártir”. (Don Apolinar Lezaun, de Arazuri, muerto hace pocos meses, ante el cadáver de su hijo Marcos, requeté muerto en Jadraque vitoreando a Cristo Rey).
Exclamación de un padre, de Luquin, en presencia de dos hijos muertos: “Qué dicha para los padres tener dos hijos mártires”.
“¡Qué bueno eras! Yo no era digna de ti. Por eso Dios te ha llevado”. (La santa y resignada esposa de un requeté del pueblo de Arre, arrodillada junto al cadáver de su marido).
“Si Cristo murió por nosotros, ¿por qué no hemos de morir nosotros por Cristo?”. (Un requeté de Mañeru, herido de muerte en Durango).
Un requeté de Olite que moría al recibir un balazo: “¡Ay, me han matado! A ver si me queda tiempo para rezar la última Salve a la Virgen de Ujué”.
La madre de un requeté de Lezaun ante el cadáver de su único hijo: “Hijo mío. Te he dado a Dios, y Él te ha llevado. ¡Viva Cristo Rey!”.
“… Y si mueres, hijo mío, ¡alabado sea Dios! Seré madre de un mártir”. (De la carta que una madre dirigía a su hijo, y que éste leía en la trinchera).
* * *
Después de este emocionante preludio de sinfonía religiosa, sin postizos ni sombras, sino tan clara y luminosa como la más contundente de las afirmaciones, si, los que nunca lo hicimos, llamáramos “caídos” a los que voluntariamente quisieron ser mártires, y así les proclamaron los suyos y cuantos escribieron de ellos y de su cristianísima conducta, en conciencia, honradamente lo decimos, nos parecería cometer una ofensa con los que murieron santamente en una Cruzada.
FUERON CRUZADOS DE CRISTO
Porque no olvidemos nunca que aquellos católicos luchadores, como afirmó el Arzobispo de Valladolid, fueron “cruzados de Cristo y de España”. Y, según dejó escrito el doctor De Castro Albarrán, con sus “cruces, bien claro decían ellos que eran cruzados”. Recordando el testimonio del Obispo de Córdoba en aquel tiempo, “el pueblo español se ha puesto en pie para la Cruzada más heroica que registra la Historia”. Y, en frase del entonces Obispo de Salamanca y después Cardenal Primado, Doctor Pla y Deniel, “no se ha tratado de una guerra civil –que es otra palabreja del progresismo averiado de ahora– sino de una Cruzada por la religión, por la patria y por la civilización”. Y “nunca hubo enemigo más feroz ni más impío; ni jamás cruzados más sinceros ni más valientes”, como lo escribió el arzobispo Doctor Olaechea y Loizaga; y “los mártires de nuestra Cruzada”, les llamó, con su pluma prócer, el escritor y poeta Fray Justo Pérez de Urbel. Y, para robustecer tantos copiosos y justos testimonios, recordemos, por su valor y por su justicia, aquel bellísimo poema del ilustre académico francés, Paul Claudel: “A los mártires españoles”.
Y mártires españoles fueron los que murieron en nuestra Cruzada, luchando de corazón, y dando su vida por una España mejor, como la querían y soñaban, a la sombra protectora del Sagrado Corazón y proclamando el Reinado Social de Jesucristo.
[1] Nota mía. Sobre la famosa disputa que hubo en el seno de la familia falangista del franquismo en torno al uso de la palabra “Cruzada” para referirse a la guerra del 36, véase este hilo.
-
Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/
El día 10 de marzo se conmemora la festividad de los Mártires de la Tradición
Revista FUERZA NUEVA, nº 583, 11-Mar-1978
Mártires de la Tradición
El día 10 de marzo se conmemora la festividad de los Mártires de la Tradición, instituida por el gran rey carlista Carlos VII, en homenaje a los voluntarios que, en todos los confines de la Patria, dieron su vida en defensa de los gloriosos ideales de la Tradición, eminentemente católica y española, frente al materialismo liberal y marxista que tan nefasto ha sido para España.
Aquel gran rey (con sólo sus voluntarios llegó hasta las mismas puertas de Madrid, habiendo reinado en medio de clamor de multitudes en la austera Corte de Estella durante unos breves años, dando ejemplo en todo momento de profundo valor y patriotismo), en un rasgo de lealtad a esos sagrados ideales y a sus voluntarios, había de preferir morir en el destierro que abjurar de los mismos y aceptar la corona que le ofrecía Prim, y vivir y morir como abanderado de la Tradición antes que ser rey del partidismo y de una España postrada. Su máxima de “si la nación es pobre, empiece el Rey y sus propios ministros a vivir pobremente” no seducía, sin embargo, a los profesionales de la política, que en él encontraban uno de sus más encarnizados enemigos.
Pero su pueblo le quería y su ejemplo aún (1978) sigue vivo, especialmente a través de generaciones de antiguos veteranos, que transmitieron su fervor a sus hijos, que aún después de largos años leen con emoción su testamento político, que continúa siendo actual.
Es que la mística del Carlismo tradicionalista, que lleva casi siglo y medio de existencia, se basó, por encima de cualquier planteamiento dinástico, en el firme amor a Dios, a la Patria, a los fueros -verdaderas libertades concretas de las diversas regiones españolas reconociendo sus propias características, dentro de un inconmovible amor a España- y al rey, como el primer defensor de dichos ideales y de la Monarquía tradicional, auténticamente social y representativa. Digna continuadora de las épocas más gloriosas de la historia patria.
Por eso lucharon y murieron miles de voluntarios para que España viviera, intentando que alcanzara la cúspide de su grandeza.
Es sintomático que, frente a los voluntarios carlistas, luchara la Cuádruple Alianza formada por los liberales españoles, con Inglaterra, Francia y Portugal, interesadas entonces en que España -estratégicamente situada- no se convirtiera en una gran potencia. Por cierto que, salvando el honor nacional, habían de derrotar los carlistas en Oriamendi, muy cerca de San Sebastián, de manera estrepitosa a la brigada inglesa del general Lacy Evans. Igual que ocurrió en nuestra Cruzada de liberación nacional frente al comunismo, batiéndose los “boinas rojas” con singular bravura frente a las Brigadas Internacionales marxistas.
Muchos que conocen el carlismo a través de la historia deformada de los liberales y la masonería comprenderán, a la vista de la situación actual (1978) -con pérdida de la fe, en peligro la unidad de la Patria y al borde de un caos político, social y económico, atizado en buena parte desde el extranjero-, por qué lucharon y murieron tantos mártires de de la Tradición. Y es que creían un deber, como buenos católicos y patriotas, defender la libertad cristiana y a España frente al libertinaje, al caciquismo y las apetencias extranjeras, que ahora vuelven a manifestarse con toda claridad (…)
El lema del Requeté de “Ante Dios no serás héroe anónimo”, prueba su profunda y arraigada fe, que hacia exclamar al mismo Prieto en nuestra Cruzada que a quien más temía “era a un requeté recién confesado”.
Cuando las fuerzas del mal pretenden infiltrarse por todos lados, como humo del Averno, destruyendo los valores religiosos, morales y patrióticos, creemos un deber rendir un homenaje de gratitud a los que dieron el máximo ejemplo de sacrificio, poniendo por encima de los intereses materiales su ferviente amor a Dios y a la Patria.
Con ese ejemplo generoso de tantos héroes y mártires, mucha de cuya sangre derramada en nuestra inmortal Cruzada aún está fresca, estamos seguros que al prender el más puro idealismo en los más nobles de los corazones de la juventud española, España se salvará.
Por eso pedimos en ese día al Señor, para que tenga a esos mártires de Cristo en la Gloria y para que, desde el Cielo, nos den ánimos para continuar -frente a tanta traición y cobardía- leales la defensa sin desmayos de su Santa Causa.
Miguel Ángel VIEITEZ PÉREZ
Secretario de la Hermandad Nacional De Combatientes Requetés
|