Fuente: La Actualidad Española, Número 945, 12 de Febrero de 1970, páginas 25 – 29.
«POR QUÉ ME FUI DE LA CEDA»
Por José María Valiente
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MI ÚLTIMA CONVERSACIÓN CON GIL ROBLES, A QUIEN NO HE VUELTO A VER
En el artículo anterior, José María Valiente, con la minuciosidad y rigor que le caracterizan, ha explicado cómo se realizó la entrevista con Don Alfonso XIII en Fontainebleau, cómo se enteró Daranas del encuentro, cómo Don Alfonso intentó que no se publicase la información del corresponsal de «ABC», y cómo Luca de Tena insistió en la oportunidad de tal publicación en el diario monárquico. Estamos seguros de que las puntualizaciones de Valiente son un verdadero testimonio histórico de primera magnitud.
* * *
Regreso a Madrid después de Fontainebleau
He dicho antes que mis acompañantes, el Marqués de Oquendo y José María de Alarcón, y yo, regresamos a Madrid en la tarde del 7 de Junio de 1934, y que la Marquesa de Oquendo nos esperaba en la Estación del Norte, y nos mostró el «ABC» que traía la noticia de nuestra visita. Nuestra sorpresa fue muy grande.
También nos enteramos, por la Prensa de aquella noche, que Gil Robles había dado un mentís tan rápidamente que no pudo esperar a nuestra llegada. Nuestro desconcierto no fue menor.
En cuanto llegué a mi casa, me llamó el Conde de Peñacastillo para decirme que Gil Robles me esperaba, aquella misma noche, en los Altos del Hipódromo. (Todavía se llamaba así el lugar en que está el Museo de Historia Natural). Subrayo el lugar solitario y la nocturnidad. Me extrañó entonces tanto misterio. De la conversación no debía quedar constancia, para que no pareciese que continuaba nuestra amistad.
Gil Robles debía aparecer despegado de ella. El despegue fue total, porque aquella conversación ha sido la última de nuestra vida.
Gil Robles se encontraba extraordinariamente nervioso. Me pidió con la mayor vehemencia que yo negase también la visita. No le costó mucho convencerme. Nuestra larga amistad al servicio de la Iglesia me hacía confiar en su criterio tanto como él había confiado en mí al encomendarme tal misión.
Pero no se limitó a pedir mi negativa. Sabía que no era bastante. Por eso, me pidió también, con exigencia, que yo hiciese el sacrificio de aceptar personalmente la responsabilidad, para dejar a salvo la responsabilidad suya y de la CEDA, porque eran momentos muy críticos para los intereses espirituales que defendíamos. Este planteamiento era el más eficaz para rendir a personas como yo, fundamentalmente de Acción Católica, que apenas había aterrizado aún en la acción política.
La entrevista terminó con las mayores muestras de amistad y emoción. No puedo olvidar la escena, pero no quiero recargar las tintas. Se despidió de mí con la más fervorosa palabra de agradecimiento por mi generosa actitud, de la cual Gil Robles estaba plenamente seguro. Aquella conversación, repito, fue la última de nuestra vida, aunque yo cumplí mi promesa.
Día 8.– Al día siguiente de mi regreso de París, empecé a cumplir mi promesa, y negué la noticia en unas manifestaciones que hice a la Prensa.
Día 10.– A los dos días, el Domingo 10, dije en un discurso en Burgos:
«No hemos de consentir que padezca en absoluto el prestigio de Gil Robles ni de Acción Popular».
Pero ya estaba yo abrumado por los comentarios y condenaciones que se me hacían en todo momento. La mayor parte de los amigos de la CEDA se mostraban esquivos y hoscos conmigo, sin atreverse a decirme nada, pero haciéndome una atmósfera irrespirable.
Nadie creía en mi negativa ni en la negativa de Gil Robles. Estaban convencidos de la verdad de la noticia, de mi inocencia y de la responsabilidad de Gil Robles, y por eso querían librarle a todo trance. Ello se conseguía, más que con negativas, haciéndome el responsable exclusivo de la gestión con Don Alfonso. No por aversión a mí, lo creo sinceramente, sino porque se consideraba inmediata la entrada de Gil Robles en el poder, y la noticia de sus relaciones con Don Alfonso lo hubiera desbaratado todo.
Me sentí obligado a dimitir
Día 11.– Aunque yo estaba cumpliendo mi promesa y guardando silencio, la presión fue tanta que dimití todos los cargos y me aparté de ellos el día 11 de Junio de 1934 con toda rapidez. Así lo hice en carta pública a Gil Robles:
«No obstante lo categórico de mis declaraciones sobre la visita que se me ha atribuido, veo que se acentúa la maniobra que, a base de mi nombre, se quiere realizar contra la CEDA y principalmente contra la Juventud de Acción Popular. Y no quiero consentirla por más tiempo.
Me aparto, pues, y con esta fecha dimito los cargos con que me habían honrado, a cuyo servicio he puesto hasta ayer mismo todo el esfuerzo de que soy capaz.
Te ruego lo comuniques a los compañeros y les pidas en mi nombre que acepten esta decisión irrevocable.
Porque creo que así sirvo al ideal y elimino obstáculos para su realización, no me creo obligado a insistir ni en la declaración de fe ni en la de mi adhesión personal».
No pude hacer más.
Durante algún tiempo creí que fue una ingenuidad seguir el juego de los que querían mi apartamiento total para defender a Gil Robles. Pero después me he alegrado muchas veces de haber actuado así.
Mi dimisión fue aceptada en el acto. Lo resolvía todo, al menos en apariencia, pero esta apariencia se admitió como verdad inmutable y resultó suficiente para mantener la luz verde en el camino de la CEDA dentro de la República. Gil Robles continuó su camino sin mayor quebranto, y llegó al poder pocos meses después.
Aquí Daranas me permitirá una nueva observación. Dice en el artículo de 1964, comentado antes, que la entrevista de Fontainebleau fue:
«[…] uno de los episodios más decisivos de la Segunda República».
No fue así. No decidió nada contra la CEDA ni contra Gil Robles. La CEDA llegó al Poder, con tres Ministros, en Octubre de 1934, a los cuatro meses de Fontainebleau, y Gil Robles, con cinco Ministros, un año después, en Mayo de 1935.
Se salió del peligro gracias a mi lealtad, sin más daño que el que sufrió mi buen nombre, no sólo entonces, sino también después, con injusticia e ingratitud no reparadas, como es ley de vida muchas veces.
Opiniones que tuve en cuenta para mantenerme en mi actitud y cargar con la responsabilidad
Voy a recordar algunas de estas opiniones. Lo hago con el principal designio de que el lector pueda evocar el clima espiritual y político en que entonces vivíamos.
1. PADRE GAFO.– Este Padre dominico era Diputado a Cortes. El primer día que yo llegué al Salón de Sesiones, después del incidente de Fontainebleau, el Padre Gafo saltó de su escaño, vino a mi banco y se sentó a mi lado. Quería hablarme con serenidad que no lograba dominar. Me hablaba con celo. Pero con celo amargo. Procuraba elegir palabras afectuosas para increparme. Me increpó tremendamente. Condenaba mi conducta con calificativos durísimos. Estaba convencido de que yo actué por mi cuenta y a espaldas de Gil Robles, con el peor espíritu y contra la gran obra espiritual de la CEDA y de su Jefe. El Padre Gafo creía en este cliché que me hicieron los rumores sordos de los que aún parecían mis amigos.
Su indignación era sincerísima. Parecía querer destruirme amontonando bajo mis pies la leña de Torquemada. Y no crea el lector que exagero ni dramatizo. Por el contrario, mi relato me parece pálido y desvaído al confrontarlo con el recuerdo que tengo de aquella escena. Salí de ella hundido para mucho tiempo. Estábamos envueltos en una mezcolanza religiosa, teológica y política que hoy nos parece imprudente, pero que entonces nos tenía enfervorizados y delirantes.
No tengo que decir que trataba de imponerme como gravísima obligación de conciencia que me callara para siempre y cargase con toda la responsabilidad de lo que él creía mi culpa.
2. SEÑOR OBISPO DE MADRID-ALCALÁ.– Pasado algún tiempo, mi Obispo, Don Leopoldo, me pidió que mantuviese la negativa de la entrevista de Fontainebleau pública y oficialmente. Me dijo que conocía todo el asunto, del que le habían informado con minuciosidad. Pero que había que insistir en la negativa porque las circunstancias del momento lo aconsejaban así. Don Ángel Herrera le había pedido que me llamase. Es de advertir que el Doctor Eijo y Garay trataba de no meterse en política y disentía de la mezcolanza político-religiosa a que aludí más arriba. Precisamente por eso, y para evitar un daño mayor, aceptó la petición hecha por Don Ángel Herrera –partidario de la política confesional– de que me llamase; pero en su conversación conmigo mantuvo su apartamiento de la tesis de política católica seguida por Herrera y sus discípulos.
El Gobierno de la República había nombrado Embajador en el Vaticano al Señor Pita Romero, gallego y amigo de Don Leopoldo. Las negociaciones con la Santa Sede podrían correr un grave peligro, y con ellas los más altos intereses espirituales. Añadió el Obispo que le había visitado el Embajador, inquieto con este asunto, porque podía temerse que yo flaqueara en mi decisión y lo echase todo a rodar en defensa propia. El Señor Obispo le respondió de mi lealtad.
No puedo hablar más de esta conversación. Basta recordar su alcance puramente espiritual, sin necesidad de referirme a comentarios políticos que el Señor Obispo quiso dejar al margen con la mayor delicadeza.
Dentro de la gravedad de la conversación, hubo un momento de buen humor. Al decir yo a Don Leopoldo:
– Cumpliré siempre el menor deseo de mi Pastor.
Me interrumpió con estas palabras:
– José María, el Pastor de Madrid no es pastor, es zagal.
Después, durante muchos años, Don Leopoldo me asistió con simpatía.
3. DON ÁNGEL HERRERA.– Aún era seglar. Recuerdo que me dijo:
– Moralmente, no tienes obligación de cargar con esta responsabilidad. No tienes obligación moral. Pero la prudencia política te pide aceptar este sacrificio.
»Creo que no habéis actuado bien. El Mariscal Mac Mahon fue más prudente en circunstancias parecidas.
»De todos modos, esto no ha de tener trascendencia mayor en la actual marcha política de los católicos si tú prestas este servicio. Y José Gil Robles sabrá corresponderte, como todos vuestros amigos.
»He hablado con el Señor Obispo, y le he pedido que te llame para tranquilizar tu conciencia.
»Yo ya estoy ultimando los preparativos de mi viaje a Friburgo, para hacer la Teología y recibir la ordenación sacerdotal».
4. PADRE GABINO MÁRQUEZ.– Este docto jesuita me estimaba mucho. Años más tarde me recordó la entrevista que voy a referir, y me envió su tomo de «Filosofía del Derecho» con una dedicatoria entrañable.
El Padre Márquez no compartía el criterio cedista. Era muy contrario al mismo. Pero en esta ocasión también le movió la misma emoción que nos movía a todos. No me condenó de ningún modo, ni tampoco a Gil Robles. Porque el Padre Márquez estaba enterado de todo. Como todos. Es sorprendente.
El Padre no creía en la eficacia de la CEDA, pero tampoco creía que debía interrumpirse su proceso en aquellos momentos. Pensaba que los intereses espirituales y de la Iglesia eran urgentes, y su defensa, inaplazable. Y que los problemas políticos podían aplazarse a momento más oportuno.
Aprobó mi conducta de callarme. Me pidió que ofreciera a Dios este sacrificio y que tuviese fe y esperanza en que mi buen nombre sería justamente reparado y mi conducta tendría la estimación de todos.
5. EL MARQUÉS DE LEMA.– El Marqués de Oquendo estaba preocupadísimo y dolorido. Procuraba verme con mucha frecuencia y me trataba siempre con muestras de generosa amistad. Un día quiso que viera yo al Marqués de Lema. Pensaba que el consejo de un hombre de Estado de experiencia me serviría de argumento de autoridad. Yo acepté y fuimos a casa de Lema.
Vivía por mi barrio, por cerca de la Calle de Sagasta. No recuerdo bien. Creo que vivía en la Calle de Álvarez Quintero. Era un primer piso, o piso bajo. Nos recibió en un despacho muy amplio, con los muebles enfundados de blanco. Me dijo:
– No se preocupen ustedes demasiado por este asunto. Pasará en seguida, y ya verá usted cómo no pasa nada más. De momento, todos tendrán interés en que sea así. Y más adelante ya habrá perdido fuerza. A usted le parece ahora que se le hunde el mundo encima, pero no tema demasiado, porque el mundo no se hunde y usted saldrá de esto con más experiencia y sin quebranto para su porvenir político. Tiene mucha vida por delante y esto debe animarle a usted. Crea que todos hemos tenido momentos parecidos. Ahora le toca a usted la peor parte. Afróntela con valor.
6. DON JUAN VENTOSA.– Antonio María de Aguirre, que después fue Embajador, nos reunió en un almuerzo en su casa, en la Calle de Martínez Campos. Antonio Aguirre estaba muy compenetrado conmigo y me acompañaba en aquella tribulación espiritual. Él veía la política desde alto y desde lejos. Era estudioso y culto. Tenía aficiones y gustos exquisitos. Quiso que yo oyera a Ventosa, porque su consejo podría tener autoridad para mí.
Don Juan Ventosa era un hombre muy equilibrado y distinguido. Y muy discreto. Con más personalidad que su Jefe, Cambó, que era teatral. Me recomendó que no me dejara llevar de apasionamientos, por legítimos que me pareciesen, y que mantuviese la sangre fría en la batalla. Que nunca me arrepentiría de obrar con generosidad y que podría arrepentirme de lo contrario. Añadió que mi secreto era un secreto a voces y que nadie me juzgaba mal. Añadió lo mismo que Lema, que la actuación política somete frecuentemente a pruebas similares.
7. EL CONDE DE ROMANONES.– Estaba una tarde con un grupo de Diputados en un pasillo de la Cámara, precisamente al pie de la escalerilla que sube al Salón de Sesiones por la Puerta del Reloj. Y como yo me acercase al grupo, me dijo con cierta violencia afectuosa:
– José María, ha sido una chiquillada, pero ya quisiera yo tener sus años, aun a costa de hacer chiquilladas, porque esto tiene remedio y aquello no. Para el porvenir, debe usted aconsejarse mejor. Ahora tiene usted que pagar las consecuencias.
Romanones no estaba informado, me creía culpable. Pero daba poca importancia al incidente.
Fontainebleau no cortó el camino de la CEDA
El incidente de Fontainebleau no fue decisivo, como piensa Daranas. No decidió nada. No fue obstáculo para la llegada al Poder de la CEDA, en Octubre de 1934, y de Gil Robles, en Mayo de 1935. Esta política fue generalmente respetada, aun por muchos que no la sentían. Pero coincidieron en este respeto mientras creyeron que era un servicio a la Patria. Así lo hemos visto en opiniones muy dispares, decididas a no perturbar y aun a proteger la marcha política de la CEDA:
La del corresponsal de «ABC», Señor Daranas.
La del Embajador de la Monarquía, Señor Quiñones de León.
La del Jefe monárquico, Don Antonio Goicoechea.
La del Marqués de la Vega de Anzo.
La de Don Alfonso XIII.
La del dominico Padre Gafo.
La del Señor Obispo de Madrid-Alcalá, Doctor Eijo y Garay.
La de Don Ángel Herrera.
La del jesuita Padre Gabino Márquez.
La del Marqués de Lema.
La de Don Juan Ventosa.
La del Conde de Romanones.
Después de dimitir de los cargos, continué en la CEDA (aunque apartado de todo) un año más. De Junio de 1934 a Junio de 1935
LA MINORÍA DE DIPUTADOS.– Pocos días después de mi dimisión de cargos, se reunió la minoría de Diputados en las oficinas de Serrano.
Asistió casi todo el centenar de sus miembros.
Gil Robles me había pedido que no asistiese, pero asistí. No pude dominarme. Entré en el salón por una puertecilla lateral que había junto a la Mesa de la Presidencia. Me adelanté hasta ella y dije a los Diputados, no con demasiada serenidad:
– Quiero decir a todos que yo he cumplido con mi deber, y ruego a los que van pidiendo mi cabeza, que la pidan ahora, delante de mí, y, sobre todo, delante de Gil Robles.
La respuesta fue unánime: el silencio total.
Nadie pidió la palabra para pedir mi cabeza, pero se produjo una conversación colectiva en que todos hablaban. Duró poco tiempo y se produjo con sosiego y calma. La opinión, que parecía ser general, es que no había ninguna razón para que yo dimitiera de nada, ya que la entrevista de Fontainebleau se había negado y nadie la sostenía. Salvo «ABC». Y en la Dirección de «ABC» se desahogaron los más violentos, que no fueron muchos, aunque sí violentos.
Al terminar la reunión, bastantes Diputados se acercaron a mí y me saludaron con muestras de afecto, pero con embarazo que no lograban superar. Hubo una excepción, la más sorprendente. El verdadero republicano de la CEDA era Don Manuel Giménez Fernández, y, a pesar de ello, vino a darme un abrazo ostentosamente efusivo y caluroso con estas palabras:
– De ti no puede dudarse.
Pero la actitud de los Diputados era distante, huidiza, más temerosa que hostil.
Una decisión al servicio de la CEDA
LA JAP.– Tres meses después, a fines de Otoño, estaba visitando un día mi Provincia electoral de Santander y me encontré una mañana con el Presidente de la JAP, José María Pérez de Laborda, y el Marqués de Navarrés, que le acompañaba. Fue en un cruce de carreteras en la Marina de Cudeyo, cerca de Rubayo. Mientras hablaba con algunos amigos a la puerta de un bar, en la carretera, se detuvo ante nosotros un coche, del cual se apearon Laborda y Navarrés. Me dijeron:
– Por fin te encontramos. Venimos directamente de Madrid. No logramos comunicar por teléfono. La cosa es urgente y teníamos que verte en seguida y hablar contigo.
»Dicen algunos en Madrid que te quieres apartar de la CEDA. No debes hacerlo. Podría interpretarse mal en relación con lo de Fontainebleau, y en estos momentos hay que evitar, a toda costa, que se pueda volver a hablar de un incidente tan dificultoso para la política de Gil Robles, la cual marcha muy bien, según nos ha dicho Gil Robles para que te lo dijéramos. Nos ha encargado que te viésemos en seguida.
»No nos han dado razón de tu paradero en Madrid. Únicamente han dicho que estabas en Santander. En Solares conseguimos averiguar que acababas de salir y que venías a Rubayo».
Laborda y Navarrés se mostraban preocupados. También yo. A los tres nos movía el mejor deseo de acierto. Para hablar con más calma y espacio, nos fuimos a almorzar a Santander.
Les dije que, efectivamente, había hablado con algunos amigos de la imposibilidad de continuar en la situación en que me encontraba. La situación era la siguiente: dimití de mi cargo a las pocas horas de regresar del viaje de Fontainebleau. Lo hice con la máxima rapidez para despejar la situación, que quedó despejada. Pero, al hacerlo, parecía dar a entender que era culpable. De modo que esta decisión, al servicio de la CEDA, fue a costa de mi buen nombre:
– Posteriormente se me han hecho constantes indicaciones prohibitivas para asistir a actos públicos, que he acatado siempre. Vosotros lo sabéis. Como también sabéis que esto se ignoraba en nuestras organizaciones y en Provincias.
»Nuestras organizaciones han seguido invitándome con toda naturalidad para asistir a dichos actos. Y como mis negativas son constantes, y sin explicación para ellos, me están tachando de abandono y hasta de deserción. Vosotros sois testigos de que algunas de estas increpaciones se me han hecho con dureza, sin que yo pudiera defenderme. Por ejemplo, cuando el acto de Covadonga.
»Habéis de reconocer que estoy en total indefensión si no puedo explicar mi actitud para ser fiel a mis Jefes y a la palabra dada. No puedo faltar a esta última, ni faltaré nunca, pero tengo derecho a recobrar la paz de mi espíritu. Ya me diréis vosotros lo que pueda hacer».
Éstas o parecidas palabras había empleado muchas veces en mis conversaciones con Navarrés. Navarrés me veía con frecuencia en aquel año. Pertenecía a mi oficina de Acción Popular y nos sentíamos compenetrados. También Laborda fue gran amigo. Por cierto, que era quizá el más tajante de todos en la JAP y el que discutía más la política de la CEDA. Pero lo hizo siempre con ejemplar disciplina y honradez.
Hablamos con mucha amplitud en una larguísima sobremesa, y después en un pequeño salón del hotel en que estábamos.
Para terminar, les prometí que no tomaría ninguna determinación hasta que llegase un momento oportuno, a fin de hacerlo sin el menor estrago.
Esperé un año más, hasta que Gil Robles alcanzase el Poder y quedara probado que el incidente de Fontainebleau no había ni siquiera interrumpido su proceso político.
Durante este año de apartamiento total pude observar a más altura y en conjunto el comportamiento del Régimen con la CEDA.
La CEDA llega al Poder. Se mantiene seis meses. Cómo se portó la República con la CEDA
La CEDA entra en el Gobierno de 4 de Octubre de 1934 con tres Ministros. La reacción y protesta de las izquierdas es fulminante: declaran la huelga general en toda España. Estalla la revolución en Asturias y Barcelona.
Los partidos de izquierdas publican notas en las cuales se solidarizan, oficialmente, con la revolución de Asturias, el 6 de Octubre (1934).
La represión en Asturias fue larga. Se hizo necesaria la intervención del Ejército. Hasta el 12 de Octubre (1934) no se tomó Oviedo. Las violencias, incendios, muertos y heridos causan profunda alarma nacional.
Cuando aún se luchaba en Asturias ya se habían impuesto en Cataluña veinte penas de muerte. Entre ellas, la del Comandante de los Mozos de Escuadra, Pérez Farrás.
En Asturias fue condenado a muerte el Diputado socialista González Peña. Los Tribunales impusieron la pena de muerte a otros agitadores.
Los Ministros de la CEDA se mostraron firmes sobre la ejecución de estas penas de muerte, pero acabaron vencidos por el Régimen.
La CEDA tiene que abandonar el Gobierno el 29 de Marzo de 1935. Había estado seis meses en el Poder.
Las izquierdas alzan la bandera de las responsabilidades por la represión de Asturias. Ésta es ya su bandera constante hasta el 18 de Julio (1936). Pocas horas antes del Alzamiento Nacional, en Sesión de la Diputación Permanente de las Cortes, Prieto involucraba el asesinato de Calvo Sotelo con la represión de Asturias.
Gil Robles, en el Poder. Se mantiene siete meses
Gil Robles entra en el Gobierno, con cinco Ministros, el 7 de Mayo de 1935. Se recrudece la subversión de las izquierdas. A los pocos días, el 29 de Junio (1935), Gil Robles tiene que ir personalmente a Barcelona a declarar el estado de guerra.
Se rompe el bloque ministerial del que formaba parte la CEDA y ésta es abandonada por todos sus compañeros de Gobierno y por el Régimen
A los siete meses de estar en el Gobierno, la CEDA tiene que salir del mismo, el 9 de Diciembre (1935), víctima de una maniobra de todos sus compañeros ministeriales, tanto de los partidos del centro como del Partido Radical de Lerroux. Gil Robles pierde su cartera de Guerra.
Maniobra del centro con la CEDA
El Jefe del Gobierno, Chapaprieta, maniobró cruelmente contra los Ministros de la CEDA. Quiso hacer ver que planteaba la crisis porque la CEDA se oponía a sus reformas tributarias y proyectos de austeridad. En esta maniobra para plantear la crisis estuvieron de acuerdo todos los partidos llamados del centro: agrarios, de Martínez de Velasco; centristas, de Chapaprieta; liberales, de Don Melquíades; conservadores, de Maura; y regionalistas, de Cambó. Resuelta la crisis con la expulsión de la CEDA, todos estos partidos del centro-derecha entraron en el nuevo Gobierno. Martínez de Velasco y Chapaprieta tuvieron la audacia de entrar personalmente.
Cambó dio un Ministro. Estaba de acuerdo no sólo con el Jefe del Gobierno saliente, Chapaprieta, sino también con el que le había de sustituir en la Presidencia del nuevo Gobierno, Portela, y con el Presidente de la República, para formar entre todos ellos el Partido Centro. Estos tres, así como Cambó, eran ex-Ministros de Alfonso XIII.
La idea de formar el Partido Centro había sido preocupación de Cambó. A finales de la Monarquía ya había iniciado estos trabajos, que ahora culminaban en esta crisis, en la cual estos centristas coincidieron en sacrificar a la CEDA, que querían dejar apartada del centro.
Todos estos centristas entraron en el Gobierno de 14 de Diciembre (1935) que sustituyó al de la CEDA. Gil Robles calificó dicho Gabinete de Secretarios de Despacho.
Pero sus componentes se sintieron vencedores, liberados de la prepotencia de la CEDA, que los empequeñecía, y eufóricos. Gil Robles dice en su libro: «La política española vivió un momento de verdadera euforia». Todos los centristas, con Cambó, se mostraban alborozados. Recuerda Gil Robles, como anécdota significativa, que, después de una gozosa reunión, Martínez de Velasco y Chapaprieta, para celebrar el triunfo, fueron al teatro: el uno a ver «¿Quién soy yo?», de Luca de Tena; y el otro, un éxito de Honorio Maura. Y que en casa de los liberales de Melquíades Álvarez, se compartía gozosamente el triunfo de la maniobra contra la CEDA.
Maniobra de los radicales
En este juego nada correcto de los centristas, llevó la iniciativa el Partido Radical de Lerroux, que pareció hasta ese momento el más cordial aliado. Así había de descubrirlo Gil Robles cuando sorprendió en el Palacio de Oriente, junto al despacho de Alcalá Zamora, al que había sido su compañero de Gabinete hasta unas horas antes, el Ministro de la Gobernación, De Pablo-Blanco, radical, que salía de ver al Presidente de la República. Al encontrarse con Gil Robles, que acudió a la consulta del Presidente con una antelación no prevista por De Pablo-Blanco, Gil Robles increpó a este último con dureza porque le había puesto vigilancia de Guardia Civil en el propio Ministerio de la Guerra. ¡El Ministro de la Guerra vigilado por la Guardia Civil! Ante el azoramiento del Ministro radical, Gil Robles comprendió que estaba maniobrando con el Presidente de la República en contra de él. Los radicales fueron los primeros en abandonar a la CEDA.
Ya en este Otoño de 1935, Lerroux no disimulaba su inquietud por despegarse de la alianza con Gil Robles. Le empujaba a ello la necesidad de superar la crisis del Partido Radical abierta por la disidencia de Martínez Barrio. Era este último quien arrastraba más poderosamente al Partido. Dentro del mismo cobraba cuerpo la especie de que la política de Lerroux estaba traicionando a sus ideales.
El empujón más fuerte en favor de la postura de Martínez Barrio, en este Otoño de 1935, lo dio el Congreso de las Juventudes del Partido (Noviembre 1935), que radicalizaron de modo extremo la política radical. Lerroux se sentía débil ante estos tirones hacia la izquierda. Se abre el abismo entre el ideario de los viejos radicales y el de la novísima CEDA.
Ya durante el primer Gobierno de la CEDA, unos meses antes, los radicales imponían sistemáticamente el indulto a las muchas penas de muerte que se iban dictando en las causas de la revolución de Asturias y Barcelona, contra la opinión de los Ministros de Gil Robles, que exigían la ejecución de dichas penas de muerte. Estos indultos que imponían los radicales eran obligados después de haber indultado al Comandante Pérez Farrás. Con todo ello, la erosión continuaba carcomiendo este Partido desde el 26 de Abril de 1934, en que Martínez Barrio produjo su disidencia, fundó la Unión Republicana y anunció que se opondría a la entrada de la CEDA en el Gobierno, porque la finalidad de la CEDA era «traicionar a la República».
A los pocos días de la disidencia de Martínez Barrio, el Gobierno de lerrouxistas, presidido entonces por Samper, tuvo que oír de Prieto las siguientes palabras, al presentarse a las Cortes el 2 de Mayo (1934):
«Habrá una lucha entre las dos Españas. Creíamos que los radicales estarían con nosotros, pero el Partido Socialista jura aquí impedir que la reacción se apodere de España».
Este Gobierno radical-lerrouxista de Samper era considerado ya como reacción. Y contra el mismo dijo Azaña el 1 de Julio (1934):
«Preferimos cualquier catástrofe, aunque nos toque perder y derramar sangre».
Los radicales tenían que volver a su punto de partida: la radicalización en el laicismo y el sectarismo, pero ya no tenían fuerza moral ni para una cosa ni para otra. En las Cortes Constituyentes de 1931 habían tenido noventa y tres Diputados, y en las Cortes de 1936 sólo tuvieron cuatro. Este número de Diputados es la característica de los partidos que están fuera de un Régimen.
Tal fue el tremendo precio que pagaron por su alianza con la CEDA. El Régimen se volvió contra ellos con el mismo odio que contra la CEDA.
Alcalá Zamora completa la maniobra de los centristas y de los radicales
Alcalá Zamora había servido la maniobra de centristas, de liberales, de regionalistas, de radicales y de conservadores, y maniobró en seguida contra todos ellos. El Gobierno que formó con ellos no fue más que un trampolín para saltar al Frente Popular. De este Gobierno trampolín para la revolución, dijo Gil Robles en la casa de Acción Popular, en la tarde del 11 de Diciembre (1935), estas o parecidas palabras:
«El Presidente ha arrojado, a las derechas, del camino de la legalidad y del acatamiento al Régimen. Triunfe quien triunfe, la única salida será la guerra civil».
Recuerdo que estas palabras se comentaban ardorosamente por los muchachos de la JAP, pero la censura de prensa, casi constante durante la República, ahogó su publicación.
El Gobierno trampolín eufórico de Secretarios de Despacho, formado el 14 de Diciembre (1935), quedó presidido por Portela, a quien Gil Robles acusó públicamente unos días después, en un discurso en Cataluña, de mandatario de las logias masónicas.
En aquel momento, los tres Presidentes del Régimen –el de la República, el de las Cortes, y el del Gobierno– eran tres ex-Ministros de la Monarquía.
Aislamiento de la CEDA dentro de la República
Si a todo este centro-derecha, contrario y vencedor de la CEDA, se suman las fuerzas de izquierda, puede preguntarse si era el Régimen mismo, la República, quien estaba contra la CEDA. Porque la CEDA había quedado aislada de todos en la República.
El Jefe de Unión Republicana, en Marzo de 1936, había de decir que la CEDA es incompatible moralmente con la República. Podemos pensar que el término “moralmente” no tiene un alcance ético, porque en esto nadie tachó a la CEDA. Sin duda, quiso decir “espiritualmente”. Martínez Bario intuía el problema de las dos Españas.
Los poetas contra la CEDA.– En cambio, el término “moral” es empleado en otra ocasión contra la CEDA con alcance extremadamente malévolo. Me refiero al manifiesto de los poetas contra la CEDA, en la lamentable peripecia del estraperlo. Nadie salpicó a la CEDA con tal motivo, pero a ello se atrevieron los poetas, sin explicación política aceptable. ¿Fue un zarpazo entre las dos Españas? Me refiero al Manifiesto contra la CEDA «en nombre del más elemental sentido de moral pública». Y lo firman los poetas Unamuno, Baroja, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado [1].
Situación violentísima de la CEDA.– Pero volvamos a la situación en que quedó la CEDA después de las maniobras contra ella de Diciembre de 1935.
El estado de ánimo entre las gentes de Acción Popular, y sobre todo entre los chicos de la JAP, era desolador. La situación de la CEDA resultaba violentísima. Gil Robles lo consideró todo tan roto que incluso se negó al acto de mera cortesía de dar posesión al nuevo Ministro de la Guerra, eliminado él de la importante cartera. El 14 de Diciembre (1935) dejó abandonado su despacho ministerial. El Subsecretario, General Fanjul, tuvo que dar posesión al nuevo Ministro.
Muerte de las Cortes de 1933
Pero estos Secretarios de Despacho sólo habían servido de compañeros de viaje para barrer a la CEDA. A los quince días fueron ellos barridos también por el otro compañero de viaje, que era el Presidente de la República.
(Entre paréntesis: el Presidente Alcalá Zamora fue también barrido pocos meses después. Siempre ocurre así en estos vulgares procesos. Acaban por devorarse todos a todos. Las Cortes del Frente Popular (1936) le destituyeron antes de terminar su mandato. Alcalá Zamora salió de España abandonado de todos. Diez días antes del Alzamiento Nacional embarcó en Santander, sin que nadie acudiera a despedirle).
Como digo, los Secretarios de Despacho cayeron a los quince días de su euforia. Portela formó otro Gobierno, pero sin representación en el Parlamento. Estaba dando las boqueadas la República parlamentaria.
El Gobierno extraparlamentario obtuvo el Decreto de disolución del Parlamento. Para eso se había formado. Así murieron las Cortes de 1933, que en dos años habían producido veintidós crisis ministeriales.
Estas Cortes no habían permitido gobernar, en serio, a la CEDA. Ni lo permitieron las izquierdas, feroces a muerte contra ella, ni tampoco los partidos de centro-derecha, que la traicionaron a los siete meses de la alianza.
El partido más fuerte del Parlamento era la CEDA, pero acabó por tener en contra a todos los partidos del Régimen. ¿Es aceptable este comportamiento de la República con la CEDA?
Los partidos extra-Régimen sólo tenían tres docenas de Diputados entre más de quinientos, y no se les puede hacer responsables de la marcha parlamentaria. Gil Robles nunca les culpó de ello en este momento. Después de la disolución, las minorías monárquicas piden la reunión de la Diputación Permanente para acusar al Jefe del Gobierno y a los Ministros de responsabilidad criminal. El primer firmante de la Proposición es Calvo Sotelo, jefe monárquico. Gil Robles le dio su firma.
La Diputación Permanente se reunió el 7 de Enero de 1936. Recuerdo la excitación en los pasillos de la Cámara. Al poco tiempo de empezada la Sesión, las izquierdas, con Martínez Barrio a la cabeza, se retiraron estrepitosamente. Lo hicieron para protestar contra unas palabras de Giménez Fernández, el Diputado más republicano de la CEDA. Manolo (Giménez Fernández) salió dando voces. Todo era ya violento en las instituciones del Régimen.
El Frente Popular, en el Poder
El Frente Popular llega al Poder en el Gabinete de Azaña de 19 de Febrero (1936), sin esperar siquiera los resultados de las elecciones del día 16 (Febrero 1936). Entre estos días, del 16 al 19, el Frente Popular había desatado ya la anarquía en la nación: el país quedó sumido en el desorden y las violencias. El proceso de desintegración era cada vez más rápido. Lo confirmó Azaña, el 30 de Abril (1936), ante las Cortes:
«El diecinueve de Febrero, el país quedó abandonado por sus autoridades. Cuando nosotros llamamos desde Gobernación por teléfono, no había Gobernadores en los Gobiernos Civiles».
El Gobierno Portela tuvo que declarar el estado de guerra contra los propios triunfadores en las elecciones, que, ensoberbecidos por su triunfo, quisieron arrollarlo todo con la violencia. Por este camino volvió Azaña al Poder.
El socialismo, el sectarismo y la República
A partir de este momento, las fuerzas revolucionarias, que siempre habían estado agresivas y provocadoras porque se sentían protegidas por el Régimen, se desbordaron de modo incontenible. Veamos algunos hechos que estimo de valor sintomático.
Pero antes quiero recordar unas palabras de Gil Robles en la primera Sesión del Parlamento a que yo asistí. Fue en Diciembre de 1933:
«Si vosotros queréis hacer consustanciales el socialismo, el sectarismo y la República, entonces el pueblo estará contra el Régimen, y nosotros no nos opondremos a ello. Servimos a nuestra Religión y a nuestra Patria».
¿Estábamos llegando a este supuesto previsto por el Jefe de la CEDA? ¿Nos acercábamos a una situación-límite provocada por el Régimen mismo?
Repito. Veamos algunos síntomas.
La subversión. Su primera bandera: la represión de Asturias
Ya con anterioridad, en una Sesión de Cortes de 1934, Prieto se lanzó contra los Diputados de la CEDA, pistola en mano, seguido de los Diputados socialistas.
En el mismo año, dicen los socialistas: «Nuestra solución está en el camino ruso por el poder soviético. Renunciamos a la revolución pacífica».
Se comprenderá fácilmente la situación de estos partidos de izquierda cuando la CEDA llega al poder en Octubre de 1934. Su protesta fue la revolución de Octubre, la revolución de Asturias, y de la represión de la misma hicieron la bandera más agresiva de la subversión contra los Ministros de la CEDA.
Entre las muchas penas de muerte dictadas, destacan la del Comandante Pérez Farrás, en Barcelona, y la del Diputado socialista González Peña. Ambos fueron indultados, e impusieron el indulto de todos los demás. Sólo fue ejecutado el Sargento Vázquez, que cargó con las culpas de todos.
El Comandante Pérez Farrás tuvo una entrada triunfal en Barcelona después de las elecciones de 1936. El Diputado González Peña, en las Cortes de 1936, se lanza a la agresión personal contra Gil Robles, entre constantes «vivas» a Asturias en los bancos de la mayoría, que amenazan de muerte a Gil Robles y piden justicia contra «los asesinos de Octubre, asesinos del proletariado español».
Grito constante en aquellos meses: «Somos los de Asturias. Ni olvidamos ni perdonamos. No se borrará nunca la tragedia de Asturias».
Socialistas, el Partido más fuerte en aquellas Cortes: «La revolución de Octubre de 1934 quiso ser revolución social en España para derribar al Gobierno capitalista y dar el poder a los trabajadores».
Comunistas, Sesión de Cortes de Abril 1936: «Gil Robles, el hombre de las torturas y de la represión más salvaje de la Historia del proletariado español».
En una discusión de Actas, Sala de Sesiones del Parlamento: «Gil Robles sin Acta y a la cárcel para responder de sus crímenes».
La prensa socialista decía que la revolución de Octubre (1934) sería como la del 7 de Noviembre de 1917 en Rusia.
Azaña, ahora Jefe del Gobierno, había dicho en el acto de Comillas (Octubre 1935) que: «Las derechas provocaron la revolución de Octubre en Asturias».
Hay que recordar que las pancartas de Comillas llevaban la hoz y el martillo.
Tanto se explotó esta campaña sobre la represión de Asturias que, en la Sesión de la Diputación Permanente de 15 de Julio de 1936, cuarenta y ocho horas antes del Alzamiento Nacional, todavía Prieto involucraba el asesinato de Calvo Sotelo con la represión de Asturias.
Diré, para terminar, que «Mundo Obrero» atacaba a Giménez Fernández: «Por haber mandado a los Regulares contra los mineros».
Avance de la revolución roja
Toda esta campaña feroz sobre la represión de Asturias no fue más que subversión, insinceridad e hipocresía. Digo esto porque nunca le dieron estado parlamentario. El Parlamento no admitía diálogo ni sobre cosa tan grave. Era ya un Parlamento entregado a la dictadura roja.
Socialistas: «El Gobierno de la República debe ser un monólogo apoyado en el ritmo del pueblo».
Bloque Obrero revolucionario (Enero 1936) «No tenemos ilusiones democráticas. Hemos de llamarnos comunistas, vamos a la dictadura del proletariado».
Fuera del Parlamento, las Milicias Obreras Socialistas, en Febrero de 1936, desfilaban militarmente por las calles con estas banderas: «El Estado innecesario» y «La crueldad necesaria». Mostraban armamento a la vista de todo el mundo. La Casa del Pueblo de Madrid, en la Calle del Piamonte, era un arsenal. Había mucha información sobre ello (Septiembre 1935).
Termino este capítulo con palabras del Jefe socialista Largo Caballero en el mitin de comunistas y socialistas en la Plaza de Toros de Madrid (5 de Abril de 1936):
«La clase obrera marcha a la dictadura del proletariado. Saltaremos por encima de todos los obstáculos. No ha nacido ningún Régimen sin que haya habido violencia y derramamiento de sangre».
La provocación y la agresión, desbordadas. Responsabilidad del Gobierno. Ley de Defensa de la República
Largo Caballero, Jefe socialista: «Si triunfan las derechas, iremos a la guerra civil declarada. No son amenazas. Son advertencias».
Azaña, futuro Presidente de la República: «Estamos seguros del triunfo del Frente Popular. Si las elecciones no son sinceras, nos saldremos del camino legal».
Prieto, Jefe socialista: «Venceremos en las urnas, y si no, iremos a la revolución social».
Socialistas (Abril 1936): «La Iglesia ha de ser aniquilada. Las armas han de estar en manos del pueblo trabajador. El Estado debe desaparecer».
Casares Quiroga, Ministro del Gobierno: «Si triunfamos las izquierdas, el Ministro de la Gobernación tendrá que ser sordo y ciego durante cuarenta y ocho horas».
Estas palabras son prueba bastante de la confabulación existente entre el Gobierno del Frente Popular y la subversión que estaba abriendo el camino a la revolución roja.
Prueba también de la responsabilidad del Régimen es por qué en estos meses no se aplicó la Ley de Defensa de la República. Esta Ley se discutió y aprobó en una sola Sesión, de 20 de Octubre de 1931, cuando aún se estaba discutiendo la Constitución. La citada Ley daba poderes extraordinarios al Gobierno. Pero ahora era el Gobierno el verdadero agresor de la paz social.
Hubo un momento en que las violencias y las agresiones de todo orden habían llegado a tales extremos, que alguien del propio Gobierno imputaba sarcásticamente el desorden a las gentes de orden. (Se repite constantemente el truco de los caramelos envenenados). Pero en la Sesión del Parlamento de 15 de Abril de 1936, Gil Robles pide a Azaña que renuncie a los agitadores. Azaña se calla, con su característico desprecio, y abandona el banco azul.
La anarquía de aquellos meses de la República ofrece estadísticas que se han publicado repetidamente. Hoy me limitaré a recordar algunos datos:
De 16 de Febrero a 2 de Abril (1936), cuarenta y cinco días: once huelgas generales, 178 incendios, 58 asaltos a centros políticos, 74 muertos.
De 16 de Junio a 13 de Julio (1936), veintisiete días: quince huelgas generales, 129 huelgas parciales, 19 incendios, 61 muertos, 139 bombas.
Todo esto bajo el Gobierno del Frente Popular. No podía estar más clara la revolución desde el Poder.
No fue posible la CEDA en la República
Es indudable que la CEDA se cargó de razón y llegó en su esfuerzo hasta el último límite. Ella misma estaba comprendiendo que no se podían forzar más las cosas. Se estaba ya levantando el telón de acero, y los golpes en los remaches retumbaban por toda la nación. El Estado rojo iba ya a implantarse en España, y las naciones de Occidente no hubieran hecho nada en nuestra defensa. Hoy estaríamos en el telón de acero, entre Yugoslavia y Cuba.
Puede decirse que la actuación de la CEDA gira alrededor de estos ejes:
a) Noche 13-14 de Octubre de 1931. De esa Sesión de las Constituyentes, dice Gil Robles:
«En ella se sembró el fermento de la discordia que acabaría por enfrentar a los hermanos con las armas en la mano». (Aquí se ven también las dos Españas).
b) Sesión 15 de Julio de 1936, Diputación Permanente. Termina Gil Robles:
«Se nos va expulsando de la legalidad. Nuestros esfuerzos caen en el vacío. Las masas españolas se convencen de que por el camino de la democracia no se consigue nada».
Sobre la Constitución de 1931 había dicho el Jefe de la CEDA:
«Es la menos viable que ha tenido España, nunca habrá paz entre los españoles. Ni estabilidad en el Régimen».
Y aquí había llegado el Régimen.
No se había permitido la revisión de la Constitución. La campaña revisionista, iniciada en la misma noche del 13 al 14 de Octubre de 1931, fue inmediatamente prohibida por el Gobierno el 13 de Noviembre de aquel año. Y ya no se volvió a hablar de ello porque las instituciones del Régimen consideraban intocables los principios que inspiran la Constitución. (Siempre las dos Españas).
Pertenecí, como Diputado tradicionalista, a la Comisión de Actas del Parlamento de 1936. Aquello fue un pucherazo gigante del que ahora no voy a hablar. Sólo quiero decir que la CEDA tuvo más votos y Diputados en estas elecciones de 1936 que en las anteriores de 1933, y, sin embargo, fue arrojada por la violencia del juego político del Régimen. Ésta es prueba de la deslealtad de la República contra la CEDA.
Siempre había sido desleal, más o menos reticente y solapada. Pero ahora había declarado ya la guerra abierta a la CEDA. El triunfo electoral de Febrero de 1936 fue un triunfo rojo marxista que les lanzaba a la violencia. Pero hay que decir que se debió a dos factores contradictorios:
A la CNT, que, contra su costumbre, dio a sus poderosas fuerzas orden de votar en favor del Frente Popular. Se debió esta decisión a las presiones para lograr la amnistía de los condenados por la revolución de Asturias.
Y a la burguesía liberal, que votó por el marxismo del mismo modo que había votado por la República el 12 de Abril de 1931. Esta clase media de nuestro país, anodina en todo, en dinero, en cultura y en ideales, está viviendo todavía la frivolidad política decimonónica.
En aquellos meses del año 36, la CEDA se retiraba constantemente del diálogo parlamentario: ni votó la confianza al Gobierno Azaña (3 Abril 1936), ni votó a Azaña para Presidente de la República, ni asistió al Parlamento para la toma de posesión. Esta actitud de la CEDA era calificada por las izquierdas de terrorismo político.
Para la segunda vuelta de las elecciones de 1936, tanto en la circunscripción de Granada como en la de Cuenca, la CEDA se alió en candidatura con Falange.
La disciplina en la CEDA
No es de extrañar que en Marzo de 1936 se tratara en la CEDA la cuestión de que, si no fuese posible vivir en un régimen democrático, la CEDA debería disolverse y dejar en libertad a sus miembros para que se dirigieran a los grupos de ideología más próxima. Pero no llegó a tomarse este acuerdo.
Aquí conviene decir que la disciplina nunca faltó, ni en la CEDA, ni en la JAP. La verdad es que la disciplina nunca falla en los partidos de pluralismo político. A veces se producen disidencias que dan nacimiento a nuevos partidos. Pero dentro de cada uno de ellos, la disciplina es inexorable.
La disciplina en la JAP fue también inconmovible, pero tenía otro color. Las juventudes siguen banderas tajantes, pero las siguen con disciplina fervorosa. Es la disciplina deportiva, la religiosa, la militar, la revolucionaria, si se quiere. La juventud ama lo difícil y duro. En cambio, con personas mayores no es posible esta disciplina, porque los mayores son los verdaderamente rebeldes al no estar interesados, aunque sea legítimamente.
La República parlamentaria ya no existe
A las Cortes de 1936 asistían ya poquísimos Diputados. Eran unas Cortes de predominio marxista, a las cuales no les interesaba el diálogo. Casi nunca había Dictámenes que discutir. Se celebraron Sesiones en las que hubo un Dictamen sobre la mesa.
A la República de aquellos días, repito que ya no le interesaba el diálogo. Quiero decir que ya lo declaraba descaradamente. Tan descaradamente como lo había dicho Azaña: «Necesito trescientos hombres decididos». Clara amenaza triunfalista.
La CEDA consideraba que aquel Parlamento estaba ya muerto. La República parlamentaria que Don Niceto Alcalá Zamora había puesto bajo la advocación de San Vicente Ferrer, era ya la República marxista del Frente Popular, que giraba vertiginosamente en la órbita de Rusia.
El más republicano de la CEDA, Giménez Fernández, dijo en el Parlamento a fines de Marzo de 1936:
«No os daremos ni la apariencia de una colaboración; quede en vuestras manos la suerte del sistema parlamentario».
Y añadió en otra Sesión del Parlamento, de 2 de Junio de 1936:
«Me he convencido de que las apelaciones a la convivencia, aquí, son inútiles».
[1] Este Manifiesto fue publicado en la Prensa el 30 de Octubre de 1935.
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