Fuente: La Actualidad Española, Número 944, 5 de Febrero de 1970, páginas 75 – 78.
«POR QUÉ ME FUI DE LA CEDA»
Por José María Valiente
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«MI ENTREVISTA CON ALFONSO XIII EN FONTAINEBLEAU» (1934)
En el artículo anterior, José María Valiente, el hombre que fue comisionado por Gil Robles para entrevistarse en París con Alfonso XIII, en nombre de la CEDA, nos ha contado, con toda suerte de datos, cómo fue preparada la entrevista en una reunión en la propia casa de Valiente. En este segundo artículo, Valiente cuenta la entrevista con el Rey.
* * *
Se prepara el viaje a Fontainebleau. Personas que habían de ir conmigo
Había que extremar las precauciones, porque algunos monárquicos de Don Alfonso estaban ya muy agresivos contra la CEDA. Pensaban que la CEDA lo tenía ya todo perdido, que se estaba perdiendo el tiempo con la famosa táctica, y que era llegada la hora de alzar y desplegar la bandera monárquica. Como estos monárquicos obraban de tan buena fe y estaban movidos de tan sincero entusiasmo, su peligrosidad era mayor. Creían cosa legítima hacer todo lo posible por liberar a la CEDA de su esterilidad y sumar su fuerza a la causa de la Monarquía. Pero solían manifestarse de modo violento.
Como digo, todos aconsejaban que se extremasen las precauciones, a fin de asegurar la total reserva.
Oquendo estaba muy en ello, y se encargó de continuar las gestiones con el Duque de Miranda para preparar la entrevista, que se celebraría durante la estancia de Don Alfonso en París.
José María de Alarcón iría para acompañar y ayudar a Oquendo en sus gestiones, como Secretario suyo. En cuanto a mí, se pensó que fuera con mi familia, como si se tratase de un viaje particular. No recuerdo quién sugirió la idea.
Proyectado así el viaje, lo hicimos los tres juntos en todo momento. Fuimos y vinimos de París; fuimos y vinimos de Fontainebleau, siempre los tres juntos, en el tren. Y nos alojamos en el mismo hotel de la Avenida de la Ópera.
En París. Gestión de Oquendo con el Duque de Miranda
Ya en París, Oquendo se puso en seguida en relación con el Duque de Miranda, y con la casa del Conde de Aybar, ambos amigos suyos, conocedores de la proyectada entrevista, que había sido concedida por Don Alfonso. Cuando volvió al hotel, nos dijo que la audiencia no sería en París, sino en Fontainebleau, al día siguiente, por la mañana, 3 de Junio de 1934. Las precauciones se tomaban hasta este extremo para asegurar la reserva.
Viaje a Fontainebleau
Tomamos un tren de cercanías hacia las ocho de la mañana. Tren larguísimo. En el andén de la estación de Fontainebleau no había nadie en el momento de apearnos.
Pero inmediatamente vino hacia nosotros el Duque de Miranda, que salía del edificio de la estación, y nos llevó directamente a la carretera que pasa por detrás. Hacia la izquierda, vimos avanzar, a bastante velocidad, un coche, que frenó bruscamente junto a nosotros. Don Alfonso venía al volante, y abrió la portezuela y nos llamó. A mí me hizo sentar a su lado. En el asiento de detrás se acomodaron Miranda, Oquendo y Alarcón. Arrancamos en seguida.
Las primeras palabras de Don Alfonso fueron para hacer algunas preguntas sobre Santander, Provincia por donde yo era Diputado, y recordó los veranos felices de La Magdalena.
Nos dijo que daríamos la vuelta a las afueras de la población. En aquel momento, salían de la Academia, y andaban con sus familias por las calles, los cadetes de Artillería. Esta circunstancia, junto con la de los turistas que frecuentemente se ven en aquel Sitio Real para visitar el histórico Castillo, aconsejaban tomar la precaución de salir al parque, en donde podríamos estar aislados al fondo de sus largas y umbrosas avenidas.
La entrevista se celebra en el bosque de Fontainebleau
Llegados al sitio del parque que Don Alfonso eligió, nos apeamos y anduvimos paseando un breve espacio, todos juntos, hasta que Miranda, respetuosamente, fue retrasando sus pasos, con Oquendo y Alarcón. Yo seguí con Don Alfonso, y cuando quedamos solos, me planteó el tema de la entrevista.
Para empezar, saqué las cuartillas con las notas de Gil Robles. Se las ofrecí para que las leyera él mismo, pero prefirió que las leyera yo. Según yo iba leyendo, él las iba comentando y aprobando. Aunque yo no lo había dicho a nadie, preví y temí una entrevista difícil. No fue así. Hubiera sido difícil o quizá imposible con algunos monárquicos a quienes yo conocía y de quienes sufría ataques muy violentos. Aun personas de la mejor educación, perdían los estribos en aquellos años. No sé cómo estarán ahora. Entonces lo tenían a gala, como prueba de sinceridad y fervor. En Fontainebleau fue distinto.
Observaciones de Don Alfonso a las notas de Gil Robles
Creo recordar algunas de las observaciones que hizo: Debía mantenerse la cortesía entre todos. Él recomendaba constantemente a sus leales este respeto para los hombres de la CEDA. No creía que ello fuera inconveniente para la defensa de las posiciones de cada uno. Pero sin incurrir en excesos, ni siquiera en las palabras. Recordó que él había lamentado siempre estos excesos, en relación con algunas personas que habían sido amigos suyos. Nombró a Don Santiago Alba y a Don Niceto Alcalá Zamora. Recuerdo que me sorprendió la consideración con que hablaba de estos dos políticos, y especialmente de Don Niceto. Y que entre españoles había que llevar mucho cuidado con los excesos verbales y las burlas. Entre ingleses, añadió, esto no tiene mayor importancia, pero entre nosotros suele tener graves consecuencias políticas. Con este motivo se extendió en algunas consideraciones sobre las normas educativas de las Public Schools de Inglaterra y de sus grandes Universidades.
Siguió hablando un largo rato sobre problemas de España. Hizo una referencia rapidísima a la Dictadura –me pareció especialmente rápida– y mostró interés por el modo de pensar de las juventudes. Yo era entonces el Presidente de la Juventud de Acción Popular.
Terminó la audiencia con palabras expresivas de aprobación para las cuartillas que le leí, y me encargó saludos afectuosos para Gil Robles y otras personalidades de la CEDA.
Don Alfonso nos llevó en su coche hasta un pequeño restaurante, enfrente de la fachada principal del Palacio. Nos dejó allí, y, sin salir del coche, se fue con el Duque de Miranda. Oquendo, Alarcón y yo, almorzamos en dicho restaurante, y, a primera hora de la tarde, tomamos el tren para París.
Regreso de Fontainebleau a París. Breve reunión en casa del Conde de Aybar
Durante el viaje de regreso de Fontainebleau a París comentamos los tres el buen éxito de la entrevista, y, sobre todo, la total reserva con que se había celebrado.
Al llegar a París, fuimos Oquendo y yo a casa del Conde de Aybar, en la Avenida de La Bourdonnais. Tuvimos una pequeña reunión con el Duque de Miranda, que mostró su satisfacción con pocas palabras y se felicitó por el buen resultado de las precauciones tomadas para mantener el secreto de la misión.
Pero Don Mariano Daranas se había enterado de todo
A pesar de tantas precauciones tomadas, y de las que vengo hablando tan reiteradamente, Don Mariano Daranas se había enterado de todo, según las palabras de su artículo de 12 de Marzo de 1964. Incluso de los términos de la conversación, y de que se celebró no en París, sino en Fontainebleau.
Empieza por decir:
«Tan pública y directamente me cita por único testigo, en carta a la Prensa, Don José María Valiente, evocando su visita a Don Alfonso XIII en Fontainebleau, siendo Diputado y mensajero de la CEDA, hace treinta años, que por vez primera en tanto tiempo me decido a contar “ce” por “be”, en “ABC”, el proceso en virtud del cual una gestión que, concebida y realizada con la mayor reserva, recibe de la posteridad trato de entrevista histórica.
[…] Pero lo menos que debo a la caballerosa persona que me llama “feliz superviviente” (y lo soy, a despecho de una generación que no es la mía y de muchas unidades acuñadas) es deponer no sólo como espectador, sino como agente en el atestado de uno de los episodios más escandalosos y decisivos de la Segunda República.
Como corresponsal de “ABC” en París, supe, en efecto, por Don José Quiñones de León, Embajador hasta la caía de la Monarquía, y antes y después vasallo fidelísimo y amigo predilecto de Don Alfonso XIII, que el Diputado cedista, acompañado por las personas que él mismo acaba de nombrar en su comunicado, había hablado a Su Majestad de parte de un Jefe político cuya adhesión a la República “no tendría más consecuencias que la del paraguas para el transeúnte”: se abre si llueve, con el ansia y la predeterminación de cerrarlo en cuanto cese el aguacero. Me acuerdo del símil.
El astuto y leal Quiñones me refirió los términos de la conversación de Fontainebleau, exigiéndome palabra de honor: primero, que no dijera nada mientras el propio Valiente no me confirmara su visita al Rey; segundo, que nadie sabría por mí, ni pública ni privadamente, que él (Quiñones) me puso al corriente mientras hubiese República en Madrid.
[…] Comprendí en seguida la “peligrosidad”, como obtusamente se escribe ahora, de la bomba que el ex-Embajador había puesto entre mis manos. Esto de que un periodista esté obligado a contar al público todo lo que sepa…, vamos a dejarlo; dejémoslo, y ya está bien, en la obligación de no mentir.
El caso es que, al preguntar yo en la conserjería por Valiente, su esposa y él, acompañados por otro de los matrimonios, bajaban la escalera. Tras un abrazo, entré en materia. Valiente negó la entrevista y se hizo redomadamente el ignorante, dicho sea en su elogio, de lo que yo sabía de sobra; pero al comprobar todo el alcance, si no el origen, de mis informes, confesó, sonriendo con embarazo y precipitando la despedida: “Ya veo que te han enterado bien”».
Añade después Daranas:
«A lo largo de los años transcurridos, Valiente ha tenido la delicadeza de no recordarme el lance, y yo tal vez la soberbia de no darle explicaciones».
Debo puntualizar algunas afirmaciones de Daranas
Como Daranas ha reconocido en dos pasajes de su artículo mi caballerosidad y mi delicadeza, espero que acepte una rectificación que quiero hacer al relato de su entrevista conmigo, en el hotel de París. Recuerdo, efectivamente, que me quedé desconcertado al oír la puntual versión que me daba de la entrevista, celebrada fuera de París, en el recato del bosque de Fontainebleau. Daranas lo recuerda también; dice que yo sonreí con embarazo y precipitando la despedida. Pero la aclaración que quiero hacerle es la siguiente:
La persona que me acompañaba era el Marqués de Oquendo, quien me cogió del brazo y me alejó rápidamente, al tiempo que decía a Daranas, de muy mal humor:
– Veo que no le han enterado a usted muy bien.
Daranas vaciló un segundo y añadió, en voz más alta, mientras nos alejábamos:
– Bueno, José María, sólo he querido verte y comprobar que estás en París.
Porque del contenido, circunstancias, incluso del lugar de la entrevista y de los términos de la conversación, estaba minuciosamente informado por el Señor Quiñones de León, según acabamos de leer en su artículo.
Extraña actitud del Señor Gutiérrez-Ravé a pesar de conocer el libro de Gil Robles cuatro años antes de su publicación
En su artículo publicado en el año 1964 sobre esta visita a Fontainebleau, dice también Daranas:
«Me he callado profesionalmente, se entiende, a pesar de que en libros, revistas y diarios se exhuma la histórica gestión con irresponsabilidad y desconocimiento tales que por sí solos desautorizan la libertad de información y hasta la invención de la imprenta».
Una de estas informaciones, en que se exhuma la histórica gestión de modo irresponsable, según dice Daranas, es la del Señor Gutiérrez-Ravé, en «ABC» de 28 de Febrero de 1964.
El Señor Gutiérrez-Ravé escribe un artículo para contar «algunas entrevistas históricas de Don Alfonso XIII». Fueron las de Don Melquíades Álvarez, Don Benito Pérez Galdós, Don Alejandro Lerroux, Don Miguel de Unamuno y Don José María Gil Robles. Entre ellas destaca la mía. Es cosa seria.
El Señor Gutiérrez-Ravé conocía este asunto en 1964, cuatro años antes de que se publicara el libro de Gil Robles.
Dice lo siguiente, al hablar de las entrevistas del Jefe de la CEDA:
«Las entrevistas –de las que vamos a dar aquí por primera vez alguna referencia, ya que sus detalles complejos quedan para un libro en preparación–…».
Ya ve el lector cómo el Señor Gutiérrez-Ravé conoce estas entrevistas que se habían de publicar en el libro en preparación, de Gil Robles.
Lo conoce todo cuatro años antes de que se publicara el libro «No fue posible la paz».
Su información era completísima sobre las relaciones entre la CEDA y Don Alfonso XIII. Al hablar de las entrevistas de Gil Robles con el monarca, dice:
«[…] se celebraron en el domicilio que tenía en París el Conde de Aybar, prócer figura con brillante historial de valiosísimos servicios al Rey, por iniciativa de Don Alfonso, a quien los monárquicos de Renovación Española pedían declarase incompatible el pertenecer a Acción Popular y ser monárquico. Antes de adoptar una decisión en problema tan delicado, quiso el soberano conocer directamente el pensamiento de Gil Robles, y, hecha la oportuna invitación al Jefe cedista, éste se confió a la caballerosidad del monarca al indicarle la importancia que tenía el silenciar totalmente la celebración de sus conversaciones. El propio Señor Gil Robles, al referirnos más tarde todo lo que aconteció entonces, nos ha afirmado que el Rey cumplió tan rigurosamente lo ofrecido, que nadie, absolutamente nadie, supo de estas entrevistas, aun muchos años después, ni siquiera personas de toda confianza, ni las españolas que vivían en la misma casa o en las inmediatas.
En el domicilio del Conde de Aybar se había dado asueto a la servidumbre, y abrió la puerta a los visitantes la hija del palatino, María González de Castejón. El Rey llegó, acompañado del Duque de Miranda, con unos minutos de retraso, excusándose porque los había invertido en despistar a la Policía de su escolta.
El Señor Gil Robles explicó a Don Alfonso la experiencia arriesgadísima que hacía y que creía condenada al fracaso, pero que tenía el deber de llevarla hasta el fin. Si fracasaba, como era de presumir o de temer, todos se convencerían y quedaría probado que las derechas no cabían en la República, donde habían intentado actuar legalmente. La Monarquía, según su entender, recobraría entonces toda su fuerza y toda su autoridad para actuar; mas si era la propia Monarquía la que le hacía fracasar, las derechas no tendrían razón ni medios de hacer labor eficaz.
“Señor –dijo Gil Robles al Rey–, yo soy monárquico; pero estoy dispuesto a gobernar con la República en defensa de altísimos intereses, y si gobierno con la República, le seré totalmente leal, porque una Monarquía traída por un desleal no duraría en España un trimestre. Si puedo servir a España dentro de la República, lo haré, aunque ello sea en detrimento de la restauración de la Monarquía”.
Cuando nos refirió este histórico episodio, Gil Robles, preso de intensa emoción, con los ojos humedecidos, nos dijo que el Rey se levantó para abrazarle, diciendo:
“Por el bien de España, yo sería el primer republicano. Tarea inmensa la tuya. Nada haré por estorbarte”».
He copiado estos párrafos del artículo del Señor Gutiérrez-Ravé, de 28 de Febrero de 1964, en «ABC», para que se vea lo informadísimo que estaba sobre el libro en preparación que Gil Robles había de publicar cuatro años después.
A pesar de su minuciosa información, el Señor Gutiérrez-Ravé me acusa gravemente
Sin embargo, parece que no estaba informado sobre el viaje mío. Dice:
«Aún hubo otra posterior entrevista secreta, ésta en Fontainebleau, con Don José María Valiente, Diputado afecto a Gil Robles, quien parece que la buscó sin contar con expresa autorización de su Jefe. Además, por una indiscreción periodística, fue conocida, y el Señor Valiente dimitió de su cargo tras la obligada y pública desautorización que recibió».
Y añade, al pie de una fotografía:
«Don José María Valiente, Diputado de la CEDA y Presidente de las Juventudes de Acción Popular (JAP), quien, a consecuencia de una visita a Fontainebleau a Don Alfonso XIII, desautorizado por su Jefe, Don José María Gil Robles, se vio obligado a dimitir sus cargos».
El Señor Gutiérrez-Ravé, tan minuciosamente informado, como digo, afirma que mi entrevista la hice sin contar con expresa autorización de su Jefe. Es una grave acusación de infidelidad. Y no es cierto. Tampoco es cierto que Gil Robles me desautorizase. Se limitó a negar el hecho de la entrevista.
No es posible comprender esta actitud del Señor Gutiérrez-Ravé. Me hace una acusación extremadamente grave. Gil Robles cuenta sus entrevistas con Don Alfonso XIII y la mía, por encargo suyo, en su libro «No fue posible la paz», en 1968. Es la primera vez que lo ha hecho. Pero más de cuatro años antes había informado al Señor Gutiérrez-Ravé, el cual dice en su artículo citado, de 1964, que conoce esas entrevistas, que da por primera vez alguna referencia, y que sus detalles completos quedan para un libro en preparación. El Señor Gil Robles le dijo que estaba preparando dicho libro. (Por cierto, que las palabras del Señor Gutiérrez-Ravé coinciden extraordinariamente con las que luego habíamos de leer en el libro de Gil Robles cuatro años más tarde).
Pero el Señor Gil Robles no pudo decirle nada referente a mí que autorizase la acusación tan grave que me hace el Señor Gutiérrez-Ravé.
No acierto a encontrar la explicación de esta actitud del articulista de «ABC». Para acusar de infidelidad a un hombre político, hay que tener alguna prueba. Pero no quiero hacer comentarios sobre el artículo del colaborador de «ABC». Lo he recordado porque «ABC» fue el creador de este episodio escandaloso (según su corresponsal Daranas) de Fontainebleau. Vamos a leerlo en el capítulo siguiente.
El Marqués de Luca de Tena, ordena que se dé publicidad a la entrevista de Fontainebleau
Luca de Tena lo cuenta muy por menudo en un artículo de 5 de Abril de 1968. En este artículo asume gallardamente toda la responsabilidad. Dice:
«[…] yo fui el único responsable de su publicación […]».
Esta frase la leemos en el párrafo siguiente:
«Me interesa poner en claro que no hubo el menor conato de ofensiva monárquica contra la CEDA en la publicación dada por “ABC” de aquella noticia, a la que voy a referirme y que molestó tanto al Señor Gil Robles, que la desmintió agriamente a las pocas horas de su divulgación. Pero la noticia era cierta. Yo me pude equivocar al ordenar su inserción, y siempre he estado muy lejos de tenerme por infalible, pero deseo dejar muy diáfano que yo fui el único responsable de su publicación, y que nada tuvieron que ver con ella ciertos elementos monárquicos, como el Señor Gil Robles insinúa pluralmente en su libro».
Los hechos se produjeron del modo que puntualiza Luca de Tena:
«Estaba yo –decía– indispuesto la noche del 6 de Junio de 1934, cuando, a primera hora de la madrugada, me llamó al teléfono desde “ABC” el redactor-jefe, Don Luis de Galinsoga, para decirme que nuestro corresponsal en París, Don Mariano Daranas, quería hablarme. Oí a poco la voz distante de nuestro corresponsal, que me dijo: “Tengo una noticia sensacional. El Rey se ha entrevistado, el Domingo por la mañana, con el Presidente de las Juventudes de Acción Popular, Don José María Valiente”. El Señor Valiente era Diputado de la CEDA y persona de la máxima confianza política del Señor Gil Robles. Daranas me preguntó: “¿Puedo transmitirla?”».
Luca de Tena rechaza las opiniones contrarias a la suya
Tomada la decisión por Luca de Tena y publicada la noticia en «ABC», el día 7, cuando yo aún no había llegado a Madrid, según he dicho antes, Luca de Tena dice que tomó esta decisión en contra de las opiniones siguientes:
1.ª La de su corresponsal en París, Señor Daranas.
Sigamos leyendo a Luca de Tena:
«Daranas: “¿Se da usted cuenta, Director, de la gravedad e importancia que la noticia tiene?”.
Yo: “Claro que me la doy. Por eso le pido que la transmita. Mañana saldrá en ‘ABC’”».
2.ª La del embajador, Señor Quiñones de León.
Hemos visto en el artículo de Daranas, de Marzo de 1964, que el Embajador le había informado no sólo del hecho de la entrevista, sino también de:
«[…] los términos de la conversación de Fontainebleau».
Quiñones de León pidió a Daranas su palabra de que lo mantendría en secreto. Daranas le prometió:
«Que nadie sabría por mí, ni pública ni privadamente, que él (Quiñones) me puso al corriente, mientras hubiera República en Madrid».
3.ª La del Jefe monárquico, Jefe de Renovación Española, Don Antonio Goicoechea.
El Señor Goicoechea dijo a Luca de Tena:
«Que el Rey le acababa de llamar por teléfono, desde París, para que me viera urgentemente y me transmitiera su ruego personal de que no insistiese “ABC” en la información de su entrevista con Valiente».
Luca de Tena contestó a Goicoechea:
«He dado desde el 14 de Abril suficientes pruebas de mi lealtad a la Corona, y me es muy doloroso no atender, por primera vez, un ruego del Rey. “ABC” no puede por menos de publicar la ratificación que su corresponsal le enviará por teléfono».
4.ª La de Don Alfonso XIII, como acabamos de ver.
Daranas puntualiza sobre este extremo que Don Alfonso XIII…
«[…] en el salón del Meurice, me reprochó crudamente, a boca de jarro, que se supiera por mí la embajada de la CEDA».
También pidió que no se insistiese en la publicación de esta noticia el Marqués de Oquendo, a quien se lo encargó por teléfono el Duque de Miranda.
Del mismo modo, hizo otra gestión en este sentido el Marqués de Lema.
5.ª La del Señor Marqués de la Vega de Anzo.
Íntimo amigo de Luca de Tena, según dice, y al cual contestó:
«[…] un poco indignado por el categórico mentís del Jefe de la CEDA, que sentía mucho no poder acceder a los deseos de Gil Robles, y le anuncié que el siguiente “ABC”, en una nueva crónica, daría pruebas detalladas».
Daranas se ratifica en su noticia
En efecto, al día siguiente, 8 de Junio de 1934, Daranas se ratificó en la noticia, y añade que me acompañó el Marqués de Oquendo, lo cual era verdad, aunque tampoco sé cómo lo pudo saber Daranas. Pero se equivoca cuando alude a la otra persona que me acompañó. No dice el nombre:
«[…] ni le logré identificar».
A pesar de ello, asegura:
«[…] le volví a ver, sin que él me viera, el Jueves por la tarde, en compañía de algunas personas de la familia de Don Alfonso XIII, en el “hall” del Hotel Meurice».
Aquí falla la puntualísima información de Daranas, porque la tercera persona que me acompañó era José María de Alarcón, que no estuvo en la tarde del Jueves 7 en el Hotel Meurice, porque a esas horas iba conmigo en el tren y estábamos llegando a Madrid. Pero esto no tiene importancia. Lo que tiene importancia es que Daranas estaba enteradísimo de todos los pormenores de la entrevista y del contenido de la misma. Daranas no tenía solamente la noticia del hecho de la entrevista.
Luca de Tena afirma que no hubo el menor conato de ofensiva monárquica contra la CEDA
Afirma Luca de Tena que ordenó la publicación de la entrevista sensacional, pero:
«[…] que no hubo el menor conato de ofensiva monárquica contra la CEDA».
Aunque reconoce que esta publicación tenía importancia política:
«Por cierto, que era el 6 de Junio de 1934, y no de 1933, como podría creerse leyendo la versión del Señor Gil Robles, puesto que la inserta entre los sucesos del 33, después de su triunfo electoral, casi en vísperas de su participación en el Gobierno; de ahí su importancia».
Pasados los años, ya tantos años, Luca de Tena recuerda su gallarda actitud de entonces, pero reconoce con la misma gallardía:
«Yo me pude equivocar al ordenar su inserción, y siempre he estado muy lejos de tenerme por infalible».
Y añade:
«Deseo que mis últimas palabras de hoy sean para repetir que, políticamente, pude equivocarme al publicar la noticia e insistir en ella. Aún no estoy seguro de que me equivocara, pero me place admitirlo».
Lo que no podrá aceptar Luca de Tena es que su colaborador, Señor Gutiérrez-Ravé, diga:
«[…] que la noticia se conoció por una indiscreción periodística».
Daranas es periodista, pero no indiscreto. La publicación de la noticia se debió a la decisión terminante del Marqués de Luca de Tena, según ha reconocido en su artículo del año pasado, con indudable y no fácil grandeza de espíritu.
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