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ALACRAN
3. LA CAVERNA ÉTNICA COMO REPRESENTACIÓN COLECTIVA
En “Cantabria” la presente búsqueda de rasgos demarcadores de identidad, que aún se halla en fase de formación y acuñación de un capital socio-simbólico (signos, símbolos, representaciones, organizaciones, etc.), se encuentra afectada por la dialéctica “tradición/modernidad” y por el correspondiente sistema de anclajes/desanclajes que conllevan ambas maneras de entender la organización social de la tradición y de afrontar las consecuencias de la modernidad. No obstante, son las fuerzas centrifuguistas (de lealtad local, opuestas a las centripetistas, de lealtad centralista) las que están orientando el proceso de regionalización de “Cantabria”...
Si nos preguntamos ¿cómo se produjo la actual invención de la tradición cántabra?, la respuesta necesariamente ha de ser: creando, organizando y difundiendo entre la ciudadanía un corpus ideológico, amalgamado de visiones etnicistas que utilizan y manipulan la historia como arma política al servicio de una mitografía instauradora, de carácter performativo y esencialista, con la que se pretende dar sentido, y significación, a un imaginario colectivo que se define metafísicamente e ignora el hecho multicultural, a la hora de fijar el contenido de la conciencia regional y los patrones normativos de lo que se considera la auténtica manera de ser “cántabro”: “cantabrismo” .
Dado el carácter difuso de la identidad “cántabra” y la fragilidad discursiva de sus raíces históricas, las perspectivas construccionistas de su regionalismo se han visto obligadas a desarrollar una intensa búsqueda de esquemas interpretativos con los que poder crear marcos de referencia y de movilización identitaria. Para ello, se ha recurrido a una “mitología retrospectiva”, expresada en un mitologema o conjunto de representaciones (imágenes y símbolos) amalgamadas en un todo que, mediante la abstracción de los condicionamientos históricos, soslaya lo negativo y destaca lo positivo, convirtiendo, al tiempo, lo social en natural.
La vigencia del mito histórico requiere que éste sea arropado por una conveniente funcionalidad: comunicar y contribuir a la satisfacción de las necesidades históricas de una determinada representación colectiva.
En este sentido es preciso que el mitologema opere como una narración fundante, con tres finalidades básicas:
1) Mantener, en el ámbito de la memoria colectiva, determinadas formas de solidaridad social y de cohesión grupal.
2) Legitimar, con referencias forzadas a un tiempo inmemorial, las actuales instituciones sociales y las tradicionales normas de conducta de un pueblo.
3) Crear demarcadores simbólico-ideacionales que nos remiten a una estructura social preexistente (en ocasiones también premoderna) y a una ritualidad institucionalizadora que, a través del poder normativo de la tradición, se constituye en una astucia política orientada a reimprimir, en la sociedad postradicional, lecturas neotradicionalistas afirmativas del pasado, concebido como modelo ideal a imitar por la presente organización social.
Veamos, en el caso paradigmático de “Cantabria”, cuál es el principal mitologema de referencia utilizado por los diferentes sectores regionalistas/nacionalistas como signo diacrítico de diferenciación étnica, sobre el cual quiere vertebrarse la legitimación historicista de la autonomía regional:
1) La primitiva etnia "cántabra" formaba parte de una nación indómita, invicta e independiente, dotada de fronteras propias y de unidad política con conciencia “superior” de nacionalidad.
2) "Cantabria" fue patria de Don Pelayo y capital de la Reconquista; creadora de Castilla y del idioma castellano; raíz de España y origen de su Monarquía.
3) "Cantabria", ya en el siglo VII, se hallaba configurada, administrativamente, en forma de Provincia, bajo dominación ducal.
4) "Cantabria", a lo largo de su historia, ha contado con instituciones autónomas, democráticas y asamblearias (behetrías y concejos abiertos ) en las que sus habitantes, miembros modélicos de unas comunidades armónicas, decidían sobre sus modos de vida y disfrutaban, secularmente, de la privilegiada condición que les otorgaba su inveterada hidalguía universal.
5) "Cantabria" siempre ha poseído una cultura propia y ha mantenido su independencia respecto a la región castellana, valiéndose de instituciones de integración político- territorial propias.
6) Existe una continuidad histórica, sin rupturas, entre las instituciones tradicionales y las modernas, cuyo eje socio-genético sería el siguiente: Provincia de Nueve Valles ( 1544-1581) - Provincia de Cantabria ( 1778 ) -Provincia Marítima de Santander (1801) - Provincia de Santander ( 1833 ) -Comunidad Autónoma de Cantabria (1981).
Llegado este momento, conviene recordar que la historia constituye una poderosa reserva de hechos siempre a disposición del discurso regionalista/nacionalista, facilitándole la necesaria coartada para autentificar la producción y difusión del relato identitario...
De este modo, el mito impone su realidad, al presentarse como un factor de legitimación, un sistema de valores tomados por hechos. Ahora bien, si nos atuviésemos a la lógica de la historia empírica, estableciendo una distancia analítica, veríamos cómo el mito se desvanece y también cómo deforma el objeto al que se refiere, a la vez que otorga a lo deformado un rango de verdad. En este sentido se puede afirmar que el mito es la expresión de una conciencia objetivamente falsa, aunque no lo sea subjetivamente.
Los elementos del mitologema, considerados atributos orgánico-naturalistas, en este caso de la región “cántabra”, articulan las claves genético-estructurales de una buena parte del actual proceso social de su construcción identitaria. En el plano de su estructura semiológica cabrían destacarse: la etnia, el territorio, la cultura autóctona y la propia historicidad, como factores que conforman el repertorio de la semantización de base de la dinámica regionalizante, donde la forma lexical "Cantabria" es la palabra llave, o referente principal, de los diferentes campos semántico-conceptuales que vertebran los distintos discursos “cantabristas”.
- La etnia, concebida, desde la lectura culturalista y primordialista dominante, como algo secularmente preestablecido, se nos presenta con la máscara de una realidad perenne, sustancializada y contenida en el soporte infraestructural del territorio, en tanto espacio propio de la etnia que se concibe autónoma y autosuficiente. De esta manera, el locus (espacio del espíritu del pueblo) se convierte en demarcador simbólico de una identidad étnica que delimita unas determinadas fronteras caractereológicas de la “cantabridad”.
- El territorio, que, por otro lado, representa una evidente realidad material, sufre, así, un proceso de sobresignificación incuestionable que se retrotrae hasta los orígenes mismos de una etnicidad indómita, que, algunos fundamentalistas (inmunes al desaliento), una vez establecida la relación sintagmática “Cantabria” = etnia, proponen, en su semantización victimista de la comunidad, como un modelo conductal para el presente vindicativo. Modelo sobrecargado de prestigiosas connotaciones, al mostrársenos la tierra “cántabra”, mediante un proceso metonímico, como el incólume territorio fundacional de España: su lengua y su Monarquía originaria.
- Por otro lado, la supuesta cultura autóctona, en su faceta de elemento estructural del proceso etnogenético, aparece como la manifestación última y totalizadora de la etnicidad. Y, al igual que la etnia, es objeto de una sobredeterminación que la transfigura en una forma naturalizada, anterior a cualquier organización política.
La exaltación de la existencia de una pretendida cultura propia cumple funciones integradoras y de autoidentificación de los consumidores del mito, unidos por iguales lazos primordialistas. Restituye los sentimientos difusos de la colectividad y moviliza las voluntades a favor de la defensa de la etnicidad, concebida como idea-fuerza y persistencia histórica...
El análisis pormenorizado del anterior menú de falsificaciones históricas, sin duda alguna, desbordaría las dimensiones de este trabajo. No obstante, sí quisiera, con independencia de la plausibilidad social que dicho constructo haya llegado a obtener, llamar la atención sobre algunos de los aspectos más evidentes de este inconsistente repertorio mitográfico. En él, cualquier lector de valía que sepa reconocer la importancia de la razón histórica como limitadora de la credulidad y de la fantasía mítica sobre las sociedades del pasado puede observar cómo la racionalidad histórica se distorsiona y simplifica, encerrándola en el útero matricial de una falsa tradición inventada.
Estas visiones etno-históricas (lo irreal soñado frente a lo real interpretado) son, en suma, un mecanismo de cohesión social, destinado a provocar una toma de conciencia regionalista/nacionalista entre aquellos sectores de votantes que se sienten, o pueden llegar a sentirse, emocionalmente comprometidos con la estrategia de una religión civil que pretende hacernos ver el pasado, y su orden jerárquico, convertido en futuro.
De esta manera, se hace un uso manipulador de la historia con una clara voluntad política. Baste, a este respecto, advertir el carácter esencialista del mitologema histórico, puesto de manifiesto en el nulo valor analítico y en la arbitraria utilización a-histórica de las formas lexicales: nación, democracia, hidalguía, independencia, cultura, etc.
A lo que ha de añadirse la absoluta carencia de un mínimo rigor científico en la narración, sin duda fantástica, del pasado "cántabro", entendido éste como un tiempo histórico homogéneo, sin sometimiento alguno al devenir y a una continua dialéctica de cambios, adaptaciones y persistencias.
En estas representaciones (una manera de lobotomización de la memoria social) se evidencia, de igual modo, la perspectiva estática con la que este tipo de historiografía inmanentista contempla la supuesta realidad dorada de las comunidades rurales tradicionales, ilusamente percibidas como sociedades armónicas sujetas al orden de un microuniverso de reglas inmutables. En definitiva, se está respondiendo a la (creada) necesidad social de una conciencia del pasado colectivo con planteamientos mitohistóricos.
En este empeño se sustituyen el diagnóstico científico y la crítica cultural por la dimensión apologética y autojustificativa de la ideología regionalista/nacionalista, cuyos sujetos portadores se obstinan en defender y perpetuar unas estructuras de relación social y unos sistemas de creencia y de valor anclados en el contexto de la sociedad tradicional en la que tuvieron su origen.
Todo lo cual configura el atrezzo de la manipulación discursiva de la supuesta diferencialidad histórica con el objeto de convalidar interpretaciones sesgadas del pasado, utilizándolo para subvertir la complejidad del presente. Se trata del rescate instrumental de un tiempo pretérito mitificado, en respuesta a coyunturas nuevas, mediante la exaltación de situaciones antiguas, cuyo propósito último no es otro que imponer, y arraigar, en el presente una visión mito-histórica del pasado.
¿Quiénes son los actores sociales del proceso constructivista de la actual invención de la tradición en "Cantabria"? .... En una fase inicial son los líderes políticos, establecidos en los medios urbanos, los principales encargados de promover intensas movilizaciones a favor de la reivindicación identitaria, con el apoyo de los servicios auxiliares de la intelligentsia descubridora y propagadora de las esencias regionales, que, en un segundo momento, asumirá el liderazgo de la pausada, y pautada, labor de construcción cultural de la región / nacionalidad.
¿Cómo han desarrollado estos grupos la puesta en escena de sus narrativas regionalizantes?
En primer lugar, liberando a ciertas capas de la población de los anteriores marcos cognitivos de referencia y de obediencia centralistas, mediante el acceso al monopolio de los discursos y de las movilizaciones públicas, en favor de la construcción social de un consenso identitario de carácter centrífugo, sobre el cual se van armado los campos de identidad ( protagonistas, antagonistas y audiencias) y los esquemas interpretativos propios de los marcos de referencia ... que soportan los nuevos procesos de atribución de significado y las nuevas construcciones cognitivas de reivindicación, protesta y cohesión social, fundamentadas en la transformación mediática (comunicación persuasiva) de las creencias, identidades y plausibilidades sociales, anteriormente compartidas.
En segundo lugar, articulando y promoviendo, desde las instituciones autonómicas, redes clientelares (económicas, culturales e ideológicas) en distintos ámbitos de la vida pública (prensa, editoriales, fundaciones e industrias culturales mantenidas con fondos públicos y dedicadas a la política patrimonial, museológica y de conmemoración regionalista) con el fin de obstaculizar la verdadera democratización cultural y potenciar, hasta la desmesura, el crecimiento de los relatos de autoctonía, imponiendo la memoria oficial como memoria colectiva, en detrimento de las modernas formas de trans-regionalización cultural.
¿Para qué tan ingente y onerosa construcción identitaria?
Desde mi perspectiva de análisis crítico, tras la mascarada de la defensa a ultranza de un modelo identitario esencialista, generalmente, suele ocultarse el uso instrumental de la tradición, inventada con el objeto de:
1) Dar curso a los postulados ideológicos y programáticos del proyecto político neotradicionalista, reforzando su hegemonía populista entre la clientela electoral con hábitos de obediencia pasiva.
2) Falsear la historia para justificar la legitimidad y el papel redentorista de las élites delegadas: los buenos cántabros , fieles al esquema argumental de todo nacionalismo/ regionalismo: paraíso original perdido, decadencia y resurgimiento nacionalista/regionalista.
3) Obtener, desde el victimismo protestatario, el agravio comparativo y la supuesta humillación colectiva, ventajas fiscales y presupuestarias.
4) Conservar los poderes y privilegios de las capas etnocráticas que, mediante su reasentamiento en las esferas del poder autonómico, controlan el manejo de los recursos disponibles y su redistribución prebendataria entre las redes del moderno clientelismo de partido.
5) Reforzar la imagen atávica de un unanimismo idílico de naturaleza comunitarista, doctrinario y coactivo, que contenga los efectos entrópicos del multiculturalismo realmente existente, sin reparar en las consecuencias xenófobas y el deterioro democrático que de ello se derivan.
6) Imponer una visión del mundo social y una homogeneidad forzosa que niega, y estigmatiza, la memoria disidente del otro (forastero o nativo) y no admite el derecho a la distinción entre las múltiples identidades existentes. Proceso éste en el que se cuenta con la ayuda aliada de la intelligentsia regionalista/nacionalista, formada por auténticos grupos de presión (favoritos, beneficiarios y aduladores) que pugnan por asegurarse el control de las prebendas, materiales y simbólicas, repartidas por el mesogobierno.
ANTONIO MONTESINO
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