Marquetería pontificia
La “revolución” del Papa Francisco tiene sus peligros y consecuencias. Desde la blogósfera venimos adviertiendo con mayor o menor acierto sobre esta situación desde el nefasto 13/3/2013 (¡vaya numerito!). Sin embargo, hay un elemento que no siempre tenemos en cuenta pero que, a la postre, es el más importante de todos. Lo llamaría “el efecto distractivo del Papa Francisco”. Concretamente, Bergoglio es un arma de distracción masiva que, con sus payasadas, oculta el problema más grave que implica su jocoso pontificado, al que ha encarado como un típico producto posmoderno. Las “cosas sólidas” de la Iglesia, como la doctrina y la liturgia, no tienen importancia y las deja como objeto de discusión de teólogos sabelotodos, y prioriza las “cosas líquidas”, como el problema de la inmigración, el calentamiento global o el ecumenismo flué. Pero la cuestión es que esa estrategia política posmoderna no se puede hacer con el papado, sencillamente, porque el papado es una cosa seria, mal que le pese a Bergoglio.
Veamos un ejemplo. La semana pasada el Santo Padre espetó esta frase: "¡Cuánto quisiera que las comunidades parroquiales en oración, al entrar un pobre en la iglesia, se arrodillaran en veneración, así como hacen cuando entra el Señor!" Hasta un niño de catecismo se da cuenta que la frase es un disparate: el Papa está asimilando -o confundiendo- la presencia verdadera, real y sustancial de Nuestro Señor en la Sagrada Eucaristía con su presencia en los pobres. Si seguimos el criterio pontificio, deberíamos arrodillarnos con mayor razón cuando el que entrara en la iglesia fuera un hombre en gracia de Dios puesto que en él inhabita la Trinidad, y también deberíamos arrodillarnos cada vez que nos topáramos con una Biblia e, incluso, cuando viéramos un clavel o cualquier otra especie vegetal o animal, porque en definitiva, Dios está también presente en toda la Creación. Lo curioso es que nadie se “escandalizó” de estos dichos, y fue así porque nadie los tomó en serio. ¿Qué hubiese ocurrido si la frase la hubiera dicho un pontífice en serio, pongamos como ejemplo Gregorio XVI o Pío XI? Inmediatamente, el cardenal prefecto de la Congregación de Ritos habría comenzado a preparar las ceremonias necesarias para recibir a los pobres en las iglesias y el prefecto del Santo Oficio hubiese encargado a sus teólogos la redacción de un tratado De praesentia Christi in pauperibus.
Sin embargo, más allá que el papado de Francisco sea un pontificado líquido, el pontificado en cuanto tal es una cuestión sólida, y seria. Dicho de otro modo, un día Bergoglio no estará más –Festina tempus, Domine!- pero la Iglesia continuará pero, ¿de qué modo podrá continuar después de esta catástrofe? ¿Qué hacer con la colección de disparates que no se cansa de esparcir al mundo día a día? Este es, creo yo, el elemento más preocupante de su pontificado: que el papa argentino sea capaz de cambiar no ya los atuendos pontificios sino la misma doctrina de la Iglesia a fuerza de debilitarla y deslegitimarla como consecuencia de la liquidez de su magisterio.
Aquí entra en juego la guerra sorda que se está librando en los palacios vaticanos, una “guerra de marquetería”, pues se trata de batallar por los “marcos” o “encuadres” en los cuales deben ser leídas las afirmaciones pontificias. El cardenal Kasper hace algunas semanas afirmó que para que las palabras del Papa Francisco sean correctamente comprendidas por teólogos y académicos, deben ser encuadrados dentro de la tradición de la Iglesia, tarea que, ciertamente, él pretende realizar (recordemos su argumentación para permitir la comunión sacramental a los divorciados). Pasando en limpio, para que las los dichos de Bergoglio puedan ser tomados en serio y tengan gravitación en la Iglesia, deben ser dichos “teológicamente”, o sea, resignificados en lenguaje y argumentaciones teológicas.
Pocos días después, el cardenal Müller, Prefecto de la Doctrina de la Fe, respondía: «La llegada a la Cátedra de Pedro de un teólogo como Benedicto XVI es probablemente una excepción. Juan XXIII no era tampoco un teólogo de profesión. Papa Francisco es también más pastor y la Congregación para la Doctrina de la Fe tiene una misión de una estructuración teológica del Pontificado». Es decir, se arrogaba con toda lógica para sí y para su dicasterio la función de “marquetero” pontificio: a él le corresponde “estructurar teológicamente el Pontificado”. Y es lo que el pobre teuotón viene haciendo desde hace dos años: ir detrás del farabute porteño tratando de arreglar y componer católicamente lo que dice.
Por cierto, los sectores progresistas se levantaron como leche hervida. El mismo Vatican Insider, donde apareció la noticia, se encargó de decir, citando documentos, que la Congregación de la Doctrina de la Fe no tiene como función “estructurar el pontificado”. No reparó que, cuando esos documentos fueron redactados hace décadas, nadie pudo imaginar de que el magisterio petrino iba a caer en tales manos. Otros se asombraron del inaceptable paternalismo demostrado por Müller, propio de otras épocas, que pretende poner cerco a las iluminadoras e inspiradas palabras que el papa argentino nos regala todos los días.
La pregunta a la que se reduce la cuestión no es ya “¿Quién le pone el cascabel al gato?” sino “¿Quién le pone el marco al Papa?” Veremos como se resuelve esta batalla en la que se juega, me parece a mí, lo poco que está quedando de la autoridad magisterial de la Iglesia.
The Wanderer
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