A principios de 1974, aun en vida de Franco, fue ajusticiado el anarquista Puig Antich como autor del asesinato de un policía. La "Iglesia catalana" (obispos Jubany, Camprodón...) condenaban la no aplicación del indulto y se deshacían en lágrimas por el malhechor. Cuando se ajusticiaba o perseguía a facinerosos y criminales, los obispos condenaban la “violencia”... “viniera de donde viniera”, o sea la violencia legítima del Estado, ¡¡equiparándolo a las bandas criminales!!, como ya sabemos.
Rafael García Serrano, indignado, escribía en el diario ‘El Alcázar”, en su más puro estilo:
“Nos asombra a los modestos ciudadanos, la soberbia seguridad de algunos prelados y clérigos. Según ellos, la Iglesia, en uso de su nunca negada libertad, tiene derecho a todo, mientras que el Estado solamente goza del privilegio de tutelar esta libertad y callar modestamente ante la voz de los sabios doctores.
Uno está en condiciones de tener memoria y no recuerda, desde 1931 hasta esta misma noche, una tan arrogante actitud eclesiástica ante los incendios de mayo del 31 o de la primavera del 36. Entonces no se alzó ninguna voz comparable a estas que hoy resuenan (hasta después de que soldados y paisanos, en rebeldía por la defensa por la unidad e independencia de España y de la fe de Cristo, se levantaron en armas contra un poder tiránico y asesino). Calvo Sotelo tuvo menos lágrimas en los púlpitos que Puig Antich (por lo menos hasta que en la calle gallearon las cornetas del estado de guerra; después a la sombra de las espadas, ya fue otra cosa).
En extraña armonía para los ojos de un cristiano viejo y español cabal, se combinan ahora algunas voces de la clerecía vasca y catalana, junto a llamadas o incitaciones exteriores a la violencia y confusas ceremonias de adhesión a la Iglesia por parte de quienes jamás se ocuparon para nada de temas religiosos, salvo para leer con fruición los encarnizados episodios de la gran caza al católico abierta entre 1936 y 1939.
Los pueblos que olvidan repiten sus errores. Alguien está olvidando mucho, quizá demasiado. La iglesia, según estos olvidadizos, puede invadir todos los campos. El Estado, al parecer, debe contemplar esta invasión y someterse a ella. ¿Porqué nadie ha recordado que el documento primero de este tumulto está en manos del fiscal? Porque los fiscales, sencillos seres humanos, pueden equivocarse, pero rara vez pecan de ligeros.
¿Tendremos los españoles que ver convertida a nuestra Iglesia en una triste Iglesia del silencio, precisamente por hablar demasiado? “
9 de marzo de 1974
(Extraído de “La paz ha terminado”, Ed. Planeta, 1980)
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