Textos leídos en la conferencia de prensa que siguió a la Acies Ordinata
Michael Matt
El camino sinodal hacia un holocausto espiritual
Por mi condición de germano-estadounidense cuyos abuelos nacieron cerca de aquí,
agradezco esta oportunidad de hablar de la situación en la Iglesia Católica alemana,
que no podría ser más calamitosa, y que ha suscitado considerable preocupación entre
muchos católicos de EE.UU.
El camino sinodal de los obispos da la impresión de ser un intento de crear una iglesia a
imagen y semejanza de los prelados de Alemania, que por lo visto se consideran
capaces de definir doctrina y fundar una iglesia nacional propia, una especie de
nacionalismo elitista que se opone a la Iglesia Católica universal, que tiene una sola fe,
un único sistema de sacramentos y una disciplina común en todo el mundo.
Unos estatutos elaborados en colaboración con el Comité Central de Católicos
Alemanes suponen un peligro al plantear la ordenación de mujeres y la abolición del
celibato sacerdotal como medidas para remediar la crisis ocasionada por los abusos
sexuales. Ahora bien, sin duda alguna los prelados alemanes son conscientes de que la
ordenación de mujeres vulnera abiertamente la Ley de Dios, reafirmada con autoridad
por la carta apostólica Ordinatio sacerdotalis de Juan Pablo II en 1994: «La Iglesia no
tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y
este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia».
¿Se han enterado bien los obispos alemanes de que la Iglesia no tiene autoridad para
incumplir la Palabra de Dios? Toda iniciativa destinada a ordenar mujeres sería un acto
de rebeldía contra la Esposa de Cristo digno de un Lutero. Por eso no tenemos otra
alternativa que resistir el proceso sinodal de Alemania, que de dejarse continuar sentaría
peligrosos precedentes para toda la Iglesia.
Durante la Segunda Guerra Mundial, mi padre, germano-estadounidense, dedicó tres
años de su vida a luchar en el ejército de los EE.UU. contra un nacionalsocialismo que
aspiraba a transformar el mundo según conceptos de superioridad germánica. Por el
amor de Dios, no permitan que los obispos alemanes avergüencen nuevamente a su
patria estableciendo en la Iglesia un nuevo orden basado en ideas de supremacía
germánica sobre la Palabra de Dios y el magisterio infalible de su Iglesia.
Ojalá la historia demuestre que hubo una resistencia alemana a lo de ahora como la
hubo entonces. En 1956, mi abuelo Joseph Matt, caballero de San Gregorio Magno, se
tomó tan en serio su deber de resistir parecidas agresiones alemanas que el gobierno
germano de posguerra lo condecoró con la Cruz Federal al Mérito por su defencosa
contra el nazismo.
Con el mismo espíritu, he venido hoy a hablar contra el azote de un totalitarismo
eclesiástico orquestado por alemanes. Lo que menos necesita hoy en día el mundo es
otra rebelión en la Iglesia Católica como la llevamos viendo desgarrarla desde hace
cincuenta años. Y aun así, la Asamblea Sinodal promete ni más ni menos eso al
pretender actualizar el magisterio de la Iglesia, que sólo se puede cambiar mediante una
revolución contra la propia Iglesia.
Los obispos alemanes quieren hacernos creer que suprimir el celibato clerical reduciría
los abusos sexuales por parte del clero. Pero ello no es sólo comprobadamente falso,
sino que entraña el peligro de anteponer una ideología liberal a la protección de futuras
víctimas. Los llamados a la vocación de la vida célibe --las vírgenes consagradas y los
sacerdotes-- no son unos reprimidos sexuales. Han hecho del celibato una ofrenda de
todo corazón a su Dios. La sola idea de que necesiten casarse para sofocar la tentación
de abusar de menores equivale a un satánico insulto al concepto mismo de la vocación
religiosa. Y tampoco tiene en cuenta los millones de menores que son objeto de abuso
por parte de alguno de sus padres casados, o por ambos.
No sólo eso. Teniendo en cuenta que en la mayoría de los casos los abusos de menores
por parte del clero tienen que ver con sacerdotes que acosan a varones que han llegado a
la pubertad (estudiantes de secundaria y seminaristas), insinuar que eliminando el
celibato se reduciría en la mayoría de los casos la atracción hacia personas del mismo
sexo revela una vez más una abyecta ignorancia tanto de lo que es la homosexualidad
como de la naturaleza de la crisis de los abusos.
Por último, ¿insinúan realmente los prelados alemanes que la salud de la Iglesia
Católica --aquejada de una grave escasez de sacerdotes-- mejorará cuando los pocos que
queden estén casados y tengan la casa llena de criaturas a las que criar? Sólo un varón
soltero que no sepa lo que es el matrimonio puede proponer semejante absurdo.
La conclusión es la siguiente: suprimir el celibato no tendrá el menor efecto para reducir
la plaga de abusos sexuales por parte del clero. Y sin embargo los obispos de Alemania
lo proponen a pesar de todo, como si sus planes particulares tuvieran precedencia sobre
la autoridad magisterial de la Iglesia, la Palabra de Dios y el carisma singular del
sacerdocio.
Dado que las mujeres y los sacerdotes sexualmente activos contribuirían también a
protestantizar el sacerdocio, el proyecto en cuestión acarrearía inevitablemente
deserciones entre los fieles, que verían en ello una concesión más de la Iglesia al mundo
moderno y una falta de resolución para mantener la lealtad a sus propias enseñanzas y
mandamientos. Y si a los sacerdotes ya no se les exige estar a la altura de su vocación,
¿por qué motivo iban a hacerlo otros? No podemos consentir otro holocausto, que en
esta ocasión sería un holocausto de almas desilusionadas por la revolución eclesiástica
contra la autoridad de las Escrituras y la Tradición.
Así pues, añado mi voz a la de quienes exhortan al pueblo alemán a actuar con el
espíritu de Stauffenberg, Sophie Scholl y el cardenal Von Faulharber, haciendo frente al
nuevo régimen que se instaura en la Iglesia Católica alemana, negándose a pagar el
impuesto eclesiástico y comprometiéndose a ser fiel a las enseñanzas inmutables de la
Iglesia.
Lo que necesita hoy este mundo en que vivimos, sofocado en sexo e inmundicia, es que
se restablezca la autoridad moral de la Iglesia Católica, la cual se basa en la Ley de Dios
y la Ley Natural, defendidas por el abnegado ejemplo de los sacerdotes célibes que
están dispuestos a negarse a sí mismos a fin de iluminar con la Luz de Cristo un mundo
en tinieblas.
Como católico alemán y estadounidense, insto a los obispos alemanes a no dar marcha
atrás, al pueblo alemán a resistir y al Papa a condenar esto con todo el peso de su autoridad.
[La siguiente declaración es del joven que tiró las pachamamas al Tíber:]
Alexander Tschuggel
¡La Iglesia no es una ONG!
La Iglesia no puede convertirse en una ONG. Iglesias y parroquias tienen que salir a la
calle si no nos queremos convertir en una ONG.
Eso lo dijo el papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro
en 2013. Forma parte del famoso discurso en que exhortó a los jóvenes católicos a hacer
lío.
La estrategia para impedir que la Iglesia se convierta en una ONG incluye, por lo que se
ve, los proyectos que se estudiaron durante el reciente Sínodo para la Amazonía. En
general, las ONG se definen como grandes organizaciones activas a nivel internacional,
en su mayoría de izquierda. Por ejemplo Greenpeace, Amnistía Internacional, Open
Society, la Fundación Gaia Amazonas y otras entidades que defienden una
interpretación izquierdista y liberal de los derechos humanos, la inmigración
incontrolada o la lucha contra el «cambio climático provocado por el hombre».
Desde la perspectiva actual es difícil saber si en 2013 existía el peligro de que la Iglesia
pudiera llegar a volverse imposible de distinguir de las organizaciones mencionadas.
Con todo, si nos fijamos en el marcado compromiso político actual de la Santa Sede,
sobre todo a partir de la encíclica Laudato sii, salta a la vista que ha habido un
acercamiento, en vez de un distanciamiento entre la Iglesia y las ONG escoradas hacia
la izquierda. Desde el Sínodo para la Amazonia, cada vez se oye hablar más de una
Iglesia nueva de rostro amazónico.
A primera vista, ese rostro amazónico se manifiesta mediante cambios efectuados o
efectuables en la liturgia y en muchos aspectos de la vida diaria de la Iglesia. Por
ejemplo, según monseñor Kräutler, en la vida de los católicos de la región se deberían
incorporar elementos paganos. Según la prensa, una ONG conocida como Fundación
Gaia Amazonas, dirigida por el estadounidense nacionalizado colombiano Martin von
Hildebrandt, parece haber desempeñado una papel destacado tanto antes como durante
el Sínodo para la Amazonía.
Von Hildebrandt defiende una idea que ya existía desde hacía décadas: que la región
amazónica debería dejar de estar bajo soberanía brasileña y pasar a estar bajo
administración internacional. Entre los que promovían la idea se encuentran François
Mitterrand, Mijail Gorbachov, John Major y Al Gore. Según el periodista británico
Edward Pentin, en vísperas del Sínodo se temía que la Iglesia respaldase abiertamente
este proyecto político. Hasta después de reunirse con destacadas autoridades brasileñas
no garantizó el cardenal Hummes que el Sínodo no haría ninguna declaración en ese
sentido.
Con respecto a la inmigración procedente de África y Asia, el papa Francisco ha
asumido posturas mucho más próximas a las de las ONG (y a las deal gobierno de
Merkel y la Conferencia Episcopal Alemana) que a las de sus predecesores.
Esto nos lleva a preguntarnos qué quiso decir el Papa al afirmar que la Iglesia no debe
convertirse en una ONG. La Iglesia de rostro amazónico centra al parecer sus esfuerzos
en promover una política de corte ecológico, verde e izquierdista y en glorificar
prácticas paganas de Sudamérica, al tiempo que mira con malos ojos las actividades
misioneras.
Hace poco el Papa lo confirmó al decirles a unos escolares italianos que la Fe no debe
proclamarse de palabra. ¿Qué es una Iglesia que ya no predica, que ya no obedece el
mandato de Cristo de llevar el Evangelio a todos los pueblos, una Iglesia que se limita a
realizar las actividades políticas y sociales mencionadas? A todos los efectos, sería una
ONG.
Parecer ser que los principales partidarios de esa Iglesia de rostro amazónico que asume
más cada vez las características de una ONG son los prelados de Alemania. Sobre todo,
el vicepresidente de la Conferencia Episcopal germana, Franz-Josef Bode, ha dejado
claro en más de una ocasión que las decisiones que se tomaron en el Sínodo para la
Amazonía deberían también ponerse en práctica en Alemania.
La introducción del camino sinodal supondrá, sin duda, que el proceso avance con
mucha rapidez en Alemania. La Iglesia alemana está tratando de abrir camino en ese
sentido.
Al examinar más detenidamente estos acontecimientos se hará bastante evidente que los
supuestos problemas de la región amazónica no son más que un pretexto. Hace muchas
décadas que en Alemania se alzan voces pidiendo la abolición del celibato y la
ordenación de mujeres, mucho más que en la propia Amazonía, donde --según han
demostrado sondeos realizados localmente-- la mayoría de la gente los encuentra
incomprensibles.
En la Amazonía, los católicos son minoría dentro de los cristianos. Aproximadamente el
80% de los cristianos son evangélicos, not least porque la Iglesia Católica lleva
décadas funcionando esencialmente como una ONG en desmedro de sus obligaciones
misioneras. Además, el 80% de los católicos viven en ciudades con parroquias y tienen
una vida religiosa reglamentada. A ello hay que añadir que en EE.UU. viven varios
miles de sacerdotes procedentes de países como Colombia, Ecuador, Brasil, etc. Dicho
de otro modo: la posible escasez de sacerdotes en aldeas muy apartadas en esos países
se podría resolver de otra manera.
Por lo que parece, la región amazónica está destinada a ser un laboratorio de
experimentación para los católicos liberales y modernistas de Occidente, en particular
de Alemania. Cabría plantearse si la sonrisa de la Iglesia de rostro amazónico no sería
en realidad una tapadera para ocultar el viejo rostro de la Conferencia Episcopal
Alemana.
Teóricamente, la solución a la crisis de la Iglesia en Alemania, Sudamérica y el mundo
entero es mucho más fácil, pero en la práctica es mucho más difícil que eliminar el
celibato y ordenar sacerdotisas. Digo mucho más fácil porque bastaría con que cada
católico hiciera sacrificios personales y resistiera los errores del espíritu de la época
actual.
A lo largo de sus dos mil años de historia, la Iglesia ha afrontado muchos desafíos,
crisis y desviaciones del buen camino. Y la única forma en que siempre ha podido
renovarse ha sido volver al magisterio verdadero. Esta vez no será de otra manera. Ha
llegado la hora de determinar cuántos derroteros erróneos habrá de seguir todavía la
Iglesia, cuánto más se destruirá, hasta que encontremos el camino de vuelta a la verdad, la doctrina y la Tradición.
Jeanne Smits
Por qué no aceptamos una revolución del papel de la mujer en la Iglesia
En una carta enviada conjuntamente el pasado diciembre por el cardenal Reinhard Marx
y el profesor Thomas Stenberg, presidente del Comité Central de Católicos Alemanes,
se invitó a los fieles a «"recorrer juntos un camino de transformación y renovación»".
Todo partió del deseo de «hacer la Iglesia más segura» a raíz de los casos de abusos
sexuales.
Junto con dicho camino de transformación, encaminado en una dirección única por la
comisión que organiza el camino sinodal, uno de los cuatro temas principales fue el
lugar de la mujer en la Iglesia y los ministerios eclesiásticos. ¿Qué tendrá que ver eso
con los abusos sexuales al interior de la Iglesia? Poca cosa, a no ser que consideren que
la presencia de mujeres en el presbiterio evitará que una minoría de pervertidos se sienta
atraída hacia los jóvenes acólitos.
Mientras leía las conclusiones de la conferencia conjunta sobre el camino sinodal, me
llamaron la atención los ataques directos a la doctrina de la Iglesia sobre el papel de la
mujer. De modo explícito, la cuestión es adaptar la enseñanza tradicional, en el mundo
entero, a lo que denominan teología científica, así como la idea general y la vaga idea
de que la situación ha cambiado y hay que permitir a la mujer ocupe todos los puestos.
Incluido el de diácono y tal vez hasta el sacerdocio.
En una época en que la ideología de género campa a sus anchas, puede parecer una
buena idea proponer una forma de intercambiabilidad entre hombres y mujeres que a la
larga llevaría a la ordenación de hombres y mujeres indistintamente de su sexo: el
colmo de la confusión sexual.
Quieren una Iglesia con igualdad de género, que a sus ojos sería la única Iglesia
verdadera. En la Iglesia a la que aspiran, las mujeres seguirían haciendo cosas que ya
hacen, en muchos casos a las mil maravillas: dar clases de catecismo, comunicar la fe y
el amor de Dios.
Pero desean también una Iglesia en la que ellas hagan cosas que no han empezado a
hacer hasta tiempos muy recientes: participar activamente en la liturgia, administrar la
Comunión, quizás predicar --como propuso hace poco el cardenal Marx-- y administrar
en general parroquias, diócesis y, quién sabe, dicasterios enteros. Si en el ejército hay
mujeres que ejercen el cargo de general, ¿por qué no va a haber obispas? El único
inconveniente es que contra la idea de que haya generalas no se puede discutir sin que te
acusen de sexismo y discriminación. Da la impresión de que el camino sinodal alemán
quiere meter a la Iglesia en una encerrona.
Hoy en día sería políticamente incorrecto burlarse de la mujer del párroco omnipresente
en las congregaciones protestantes, pero en esencia parece ser que los reformadores
sinodales quieran multiplicar en el seno de la Iglesia la cantidad de esas formidables
señoras que tal vez disuaden a los hombres para que no sean fieles practicantes...
Se habla incluso de un número mínimo de mujeres en puestos directivos o administrativos,
como si la Iglesia no estuviera moldeada conforme al plan de la familia, sino en el
mundo empresarial.
La profunda igualdad, pero también las profundas diferencias y la complementariedad
entre hombre y mujer se han expresado a lo largo de los siglos a través de la honda
sabiduría de la Iglesia, que quiere que los hombres sirvan a Dios como tales y las
mujeres como mujeres. Los reformistas --mejor dicho, los revolucionarios-- que quieren
examinar y reevaluar el Evangelio y ver si es vinculante la negativa tradicional a la
ordenación de mujeres afirman que en ello la iglesia se equivoca.
Como mujer, periodista --he sido directora y redactora-jefe de varias publicaciones-- y
católica, no puedo menos que expresar lo lamentable que me resulta esta actitud
igualitaria. Es lamentable e incluso peligrosa para mi fe y para la Iglesia que amo,
porque no le preocupa trastornar totalmente la Redención, la verdad y la belleza de las
misiones respectivas de Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, y de la más perfecta de
las criaturas humanas, su Virgen Madre.
Ella no hizo hizo campaña para desempeñar una misión destacada. Dirigió nuestros
ojos hacia su Hijo, y por ello sabía que todas las generaciones la llamarían
bienaventurada. Estuvo al pie de la Cruz, no para inmolarse sino para ofrecer. Padeció
con su divino Hijo para redimir a la humanidad, pero no sometió su cuerpo a los clavos
ni a la lanza de los verdugos. Allí se le encomendó la misión de ser la Madre
misericordiosa de todos nosotros. Su honor estaba en servir, así como ahora está en
reinar sobre todo el Universo como reina hasta de los mismos ángeles. No puede haber
mejor teóloga que Ella, que llevó al Logos en su pensamiento, en su corazón y en su
vientre.
Creo que no puede haber mejor ejemplo, y es muy difícil de imitar, incluso para una
mujer. Me apena que la Iglesia Católica Alemana intente restar importancia al
fundamental papel que tradicionalmente ha desempeñado la mujer para que jueguen a
ser hombres. Es injusto para los hombres, y lo es también para la mujer. Y ante todo, no
es justo para con Dios, que delineó el papel de unos y otras desde el mismo principio, y
concedió a la mujer el mismísimo primer lugar, en razón de la humildad de ella.
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