Se trataba de la introducción del "Psicoanálisis" en el monasterio benedictino de Santa María de la Resurrección, de Cuernavaca, Méjico, a cargo del belga P. Lemercier en complicidad con mons. Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, a principios de los años 60.
Más o menos, la historia fue así:
En 1944, el P. Gregorio Lemercier, capellán del ejército belga en la Segunda Guerra Mundial, y estudioso de la terapia psicoanalítica, llegó a Méjico con el propósito de edificar un monasterio. Tras dos intentos malogrados en 1950, la tercera fundación, situada a 12 kilómetros de Cuernavaca, recibió el estatuto canónico y denominación de monasterio de Santa María de la Resurrección, donde se impuso la regla de San Benito. Ya allí se oficiaba la misa en español y de cara a los feligreses, en el espíritu de la innovación litúrgica practicada en varias parroquias belgas y francesas, para lo cual Lemercier preparó la traducción y una edición rústica del Breviario. La modernización litúrgica se acompañó de la moda arquitectónica encargando la construcción de una capilla circular en el claustro.
A Lemercier le importaba la “estabilidad emocional” de los monjes y trataba de prepararlos adecuadamente. Lemercier hizo confluir para favorecer sus propósitos modernizadores las directrices del Concilio Vaticano II (el obispo Méndez Arceo llevó a la Asamblea del Concilio al fraile belga en calidad de experto) y la institucionalización del psicoanálisis en Méjico.
A finales de 1965 aparece en la Prensa un escandaloso experimento de “psicoanálisis” realizado en el monasterio benedictino de Cuernavaca “¡¡PSICOANÁLISIS ENTRE FRAILES!!”, experimentado durante cuatro años...
Con la prensa sensacionalista encima y la atención de la opinión pública internacional, fue acusado por el Vaticano de querer mezclar la ciencia con la religión.
Mientras tanto, el progresista obispo de Cuernavaca, mons Méndez Arceo, asumió varias de las ideas y prácticas litúrgicas de Lemercier; le protegió frente a las sanciones vaticanas (otro tanto hacía con Iván Illich -personaje austro–croata–sefardita–americano)- y argumentó públicamente en favor de la terapia psicoanalítica en el afán de “poner al día” a la Iglesia. Lamentó que en la “Gaudium et spes” del Vaticano II no se mencionara el PSICOANÁLISIS, "descubrimiento semejante a los de Copérnico y Darwin...”, escribía el obispo.
El fraile belga intentó salvar el proyecto fundando el Centro Psicoanalítico Emaús, en abril de 1966. La entidad privada, a 100 metros de distancia del monasterio, recibía a los aspirantes y a cualquier persona dispuesta a tratarse.
En el verano de 1967 es descubierto el CIDOC, tinglado marxista-liberacionista del P. Lemercier y del activista Iván Ilich, protegidos por el obispo Méndez Arceo. Camuflado como ‘Cursos de Psicoanálisis’, habían adoctrinado para el marxismo a cientos de religiosos (y hasta obispos), en los últimos años...
Finalmente, un decreto de Roma, prohibió la práctica del psicoanálisis en Santa María de la Resurrección, so pena de suspensión a divinis de Lemercier, quien sometió a consideración de la comunidad monacal la clausura del claustro, cosa que ocurrió a escasos días del decreto.
A finales de los años 60, Roma redujo al estado laical a Lemercier y el monasterio de Santa María, abandonado por la Orden Benedictina, fue cerrado.
El P. Lemercier, cincuentón, tras colgar los hábitos y como solía ocurrir en estos casos, contrajo matrimonio con una jovencita de 20 años; les casó, por supuesto, su “compadre” Méndez Arceo.
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