Fuente: The New Age, 23 de Febrero de 1922, nº 17, Vol. 30. Páginas 216 – 218.



Una consulta sobre el Crédito



THE NEW AGE ha propuesto en los últimos meses (o años) una muy original y, a los ojos de sus autores, concluyente solución de ciertas dificultades actuales. Ésta puede describirse de manera general como el Control del Crédito por los Productores o, de manera alternativa, el Rescate del Crédito de manos de una cierta camarilla profesional e interesada que actualmente lo gobierna. Muy bien. Pero esta última solución de nuestros grandes problemas siempre me ha parecido que sufre de tres impedimentos u obstáculos.

En primer lugar, ese crédito no constituye la palanca última del moderno –ni de ningún otro– proceso productivo. En segundo lugar, que el control del crédito por los productores no es algo a lo que se pueda llegar de manera suficientemente clara y definida. En tercer lugar, que sin un Rey (o cualquier otro nombre que uno elija para denominar al poder moderador de la Comunidad) uno no tiene garantías de que los nuevos poseedores no vayan lentamente a hacerse distintos de la masa de hombres y, por tanto, sus señores.

Ahora bien, a los fines de esta breve nota no puedo discutir los puntos 2 y 3, pero sí me gustaría discutir el punto 1, o, más bien plantear en relación al punto 1 lo que yo pienso que constituye una pregunta pertinente.

¿Qué es el Crédito?

Todos los problemas y proposiciones económicas se expresan de la mejor forma acudiendo a un caso extremo o primitivo. De esa manera, uno puede del mejor modo alcanzar y conseguir los primeros principios.

Supongamos un hombre en posesión de fuerzas naturales (digamos, un campo fértil, y una corriente de río, y leña, y el resto de ellas). Supongámosle también en posesión de los implementos o instrumentos de producción de acuerdo a un cierto estándar (digamos, una provisión de ropa para un año, cobijo contra las inclemencias del tiempo, una provisión de comida para él y sus caballos, sus caballos, un arado, una grada, ovejas, un serrucho, una rueca de hilar, un telar, etc…), y supongámosle libre junto con su familia para producir lo que quieran. Aquí no entra ninguna cuestión de Crédito. Éste cesa de existir. Queda eliminado. Pues todo el proceso se encuentra bajo un solo control.

Tomemos ahora el tipo ampliado de eso mismo: la comunidad en la que todos los hombres son esclavos (concepto marxista), con los oficiales de la comunidad conduciéndolos y dirigiéndolos. Aquí otra vez tenemos los medios de producción, las provisiones imprescindibles para durante la espera hasta que la producción se haya completado, y el resultado de la producción bajo un solo control. El Crédito no aparece en esta fórmula.

Ahora tómense las verdaderas condiciones humanas que siempre han existido. Éstas suponen la existencia de un número de unidades (individuales, colegiadas, etc…). Cada uno de esos cuerpos individuales o corporativos, tal y como muestra la historia humana, poseen control sobre determinadas parcelas de los medios de producción. El Crédito aparece entonces en seguida.

A posee un arado y una yunta.

B posee las provisiones de comida, ropa y semilla.

C posee la tierra (estoy presentado el asunto lo más toscamente posible a efectos de análisis).

Parecería que el crédito consistiría en lo siguiente. Tomándose en consideración a uno cualquiera de los tres, entonces cualesquiera uno de los otros dos, o dos cualesquiera de ellos, necesitarán del consentimiento de aquel primero antes de poder ponerse a trabajar. No puede significar ninguna otra cosa. El A que posee la tierra puede decir a B y C, “Sal y ve a producirme una cosecha. Te permitiré usar la tierra para ese fin, pero de la cosecha yo querré tanto”. O el B que posee los instrumentos puede decir, “Encargo a A y C que produzcan una cosecha, y les dejaré que tengan mis instrumentos, pero de la cosecha yo querré tanto, etc., etc.”.

Es verdad que el Crédito, en este sentido, implica cierto cálculo de producción futura, pero, ¿no se basa esencialmente en los medios existentes? Uno no puede prestar la nada. Uno sólo puede prestar trigo, o casas o máquinas (u otras cosas). El control yace o radica en la propiedad de estas cosas, ¿no es así?

Yo pienso que es así; y, por tanto, pienso que el control real y verdadero de los medios de producción constituye el fundamento de todo el asunto, y no aquello a lo que llamamos Crédito. En otras palabras, me vuelvo a mi antigua tesis de que si la propiedad estuviera bien distribuida, la función del crédito se arreglaría ella misma: una bendición que os deseo a todos.

H. BELLOC



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Quizás esté bien que el Sr. Belloc no haya procedido a desarrollar sus “impedimentos u obstáculos” números 2 y 3, ya que, como la mayoría de nuestros lectores podrán percibir por sí mismos, la descripción general de la solución de Douglas hecha por el Sr. Belloc, es decir, “el Control del Crédito por los Productores”, constituye el mismísimo reverso de su verdadera descripción, que consiste en “el Control del Crédito por los Consumidores”. De vez en cuando, incluso, hemos llegado a considerar si no sería aconsejable designar así el objetivo de esta propaganda; especialmente más cuando resulta que un buen número de propuestas se están presentando, aquí y en América, en favor de un supuesto control del Productor. El control del Crédito por el Productor es exactamente lo que el mundo ha estado sufriendo desde los días en que el Crédito se creó socialmente por primera vez. Recientemente y de manera creciente, el productor actual ha tendido a caer en la posición de agente de los manipuladores del Crédito financiero; en otras palabras, el fabricante actual y el capitalista real han estado cayendo más y más de manera completa bajo el control de los bancos. Pero la ficción del control del productor es mantenida todavía –principalmente, como pantalla para el efectivo control del banco– y, como hemos dicho, la restauración de un control real del productor constituye ahora el objetivo declarado de varios cuerpos propagandistas tales como la Liga de Moneda Sana en este país y la Liga de Dinero Libre de América. Aparte, sin embargo, de la dificultad de recuperar el control real del productor de manos de los bancos que hoy día lo han usurpado (la mayoría de las acciones de prácticamente todas nuestras grandes empresas capitalistas están ahora en manos de los financieros), la restauración del control real del productor quedaría infaliblemente anulada en un periodo muy corto por la reaparición del control financiero. El control del productor, dicho de manera resumida, es solamente una etapa en el camino hacia el control financiero; y puesto que esta evolución ya se ha efectuado, no puede haber ninguna puesta hacia atrás del reloj; y, aun si eso fuera posible, el reloj se movería de nuevo hacia delante hasta su actual posición de control financiero. El Sr. Belloc, por tanto, debe revisar de un modo radical su descripción de la solución de Douglas. No consiste precisamente en un control del Productor; sino que consiste en un control del Consumidor.

Aun así, eso, sin embargo, no constituye el mayor error o, digamos, falta de entendimiento, que se encuentra en la breve nota del Sr. Belloc. Pues resulta perfectamente claro de su tratamiento resumido acerca de la naturaleza del Crédito que, o bien él no ha leído la bibliografía de Douglas sobre este asunto (y, en particular, las páginas 156-166 de “Credit Power and Democracy”), o bien no ha podido comprender la distinción, fundamental para toda la teoría, entre Crédito Real y Crédito Financiero. Mas realmente no podemos seguir adelante hasta que no la hayamos hecho. En la medida en que el Crédito Real (o la correcta estimación de nuestro poder para suministrar bienes y servicios reales) se confunda con el Crédito Financiero (o la estimación de nuestro poder para suministrar Dinero a la orden), en la misma medida será el problema, no sólo insoluble, sino también incapaz de una correcta formulación. Exponer correctamente un problema es ya media batalla ganada hacia su solución; y puesto que, en el actual caso, el problema consiste en la interacción de dos factores distintos, esto es, el Crédito Real y el Crédito Financiero, resulta indispensable, tanto para la formulación como para la solución, que éstos deban quedar claramente diferenciados.

Volviendo a los ejemplos del Sr. Belloc, estamos de acuerdo en que en su primer ejemplo la cuestión del Crédito no surge ni se presenta. Más allá de su “creencia” de que la Naturaleza permanecerá siempre la misma, una Familia Suiza tipo Robinson Crusoe, tal y como la concibe el Sr. Belloc, no está bajo la necesidad de “acreditar” nada a nadie. La sociedad no ha comenzado; y, en consecuencia, no hay necesidad de asociación, ni de ninguno de los medios de asociación. El dinero vendría a ser superfluo.

En el segundo caso del Sr. Belloc, por el contrario, existe indudablemente una cuestión de Crédito, puesto que no se trata ya más de un asunto de acreditación de uniformidad a la Naturaleza, sino de acreditación, a otra gente, de poder para conceder o negar artículos de primera necesidad y privilegios. Si asumimos el Estado Servil hipotético de Belloc, en donde los oficiales controlan todos los medios de producción y distribución, ¿cuál es la motivación, cuál es la creencia, que les lleva o conduce a los esclavos a producir aquello que ellos personalmente no consumen? ¿Por qué, por ejemplo, haría un esclavo carreteras cuando lo que realmente quiere es pan? Claramente, la base del Crédito Real de esa comunidad –la constante fuerza motivadora que está implicada o envuelta en la expectativa de una tal o cual cantidad de producción– es el Miedo mantenido por la Fuerza. En otras palabras, el incentivo para la cooperación mediante la división del trabajo en la producción de los bienes y servicios reales viene dada por la amenaza de una pena infligida de una u otra forma. Si un esclavo no quiere trabajar (produciendo aquello que él personalmente no quiere) tampoco comerá, es decir, no obtendrá aquello que sí quiere. El Crédito Real de un Estado Servil no difiere esencialmente del Crédito Real de un Estado Libre. Ambos dependen igualmente de la cooperación y la división del trabajo. En el caso del Estado Servil, sin embargo, el incentivo para esta cooperación consiste en el miedo sancionado por la fuerza; mientras que, en el caso del Estado Libre, el incentivo para la cooperación es creado, no por el miedo, sino por la esperanza y la expectativa de participar más o menos equitativamente en el producto común.

El tercer ejemplo del Sr. Belloc, tomado, como él dice, de las verdaderas condiciones humanas que siempre (?) han existido, no introduce ningún rasgo nuevo en relación al Crédito Real, ya que el Crédito Real es inherente al trabajo asociado del Estado Servil de su segundo ejemplo. Sí introduce, sin embargo, el factor del Crédito Financiero. En el caso del Estado Servil, el dinero, en el sentido estricto del término, viene a ser algo superfluo. Los oficiales del Estado organizan la producción como a ellos les dé la gana, y disponen del producto a su propia discreción; pueden subsidiar y repartir a los trabajadores, mediante un ticket o de cualquier otra forma, exactamente tanto más o menos del producto común como a ellos les parezca. Pero, en el caso del Estado Libre, en donde A, B y C cada uno controla un instrumento de producción –arado, comida, tierra o lo que sea– su asociación para la producción común no está directamente forzada o impuesta por el miedo, sino que está inducida por la esperanza: por la expectativa o creencia de que, mediante la asociación, cada uno obtendrá más del producto común de lo que podría esperar obtener individualmente sin ayuda. Pero la cuestión práctica consiste en cómo se han de valorar o estimar sus respectivos derechos sobre el producto común. ¿Qué es lo que constituye o crea su título? ¿Cómo se va a hacer efectivo? ¿Cómo se llega a su cantidad por adelantado antes de venir el producto en acto? Todas estas cuestiones abren demasiadas materias como para poder ser discutidas en la presente nota al pie de la consulta del Sr. Belloc; y, por otra parte, a menudo se han examinado de manera suficiente tanto en las obras de Douglas como en estas páginas. Pero confinándonos lo más estrictamente posible a la cuestión que tenemos entre manos, podemos decir que el medio a través del cual se expresan todas estas estimaciones, cálculos, valoraciones y derechos no son (como resulta obvio) los bienes reales y los servicios reales, sino el Dinero. A, B y C, que controlan respectivamente un arado, comida y tierra, no negocian, en las presentes circunstancias, el uno con el otro en términos o en función de su eventual producto común; sino que negocian en términos de Dinero. Y es precisamente este nuevo factor del Dinero, que entra dentro del problema de los bienes reales e intercambio real de servicios, lo que constituye la china en nuestro actual zapato. Miremos de nuevo al ejemplo. A, B y C controlan cada cual uno de los indispensables instrumentos con los que producir, digamos, trigo (separadamente, ninguno de ellos podría producir nada). El arado, por sí mismo, es inútil; la semilla sin tierra es inútil; y la tierra sin la semilla es inútil. ¿Cómo se reúnen entre ellos? No, como Belloc sugiere, diciendo A a B y C una cosa u otra; sino obteniendo A, B, o C, cualquiera de ellos, de alguna fuente, Dinero (o moneda de curso legal, es decir, un derecho legal a los bienes y servicios), con el cual puede comandar u ordenar, en la práctica, la cooperación de sus compañeros. Normalmente, por supuesto, la fuente de la que A o B o C obtienen su poder legal para controlar los instrumentos de los otros dos consiste en un banco o financiero, es decir, alguien cuyo negocio especial consiste en comerciar con dinero de curso legal. Pero lo mismo pasaría (hasta el momento en que lo descubriera) si su fuente de Dinero consistiera en una falsificación “bancaria” o una falsificación simple. Moneda de curso legal es moneda de curso legal y, con tal de que esté por encima de toda sospecha, ni A ni B ni C dudarían en aceptar moneda de curso legal a cambio del uso del instrumento que tiene cada uno bajo su control. Éste es, de todos modos, el caso en las actuales circunstancias de la sociedad moderna.

Ahora bien, el Sr. Belloc está bajo la impresión de que el Dinero emitido de esa forma viene a constituir algo más que un medio a través del cual el creador del Dinero se asegura el control de la propiedad de otras gentes. Él dice que “uno no puede prestar la nada”. Por extraño que pueda parecer, no obstante, eso es precisamente lo que los prestamistas de dinero (grandes y pequeños) realmente y habitualmente hacen. No es función suya la de saber si, de hecho, hay algo real para poder comprar con el dinero que prestan. Su dinero podría realmente llegar al mercado y no encontrar nada allí. ¿Acaso un falsificador hace una pausa para preguntar si su “dinero” aparece oponiéndose a valores existentes en ese momento? Él se contenta con saber que, si hay algo que comprar, su “moneda de curso legal” podrá adquirirlo. Y lo mismo ocurre con los bancos. Cada unidad de poder adquisitivo emitido por los bancos constituye un derecho adicional sobre cualesquiera bienes reales y servicios reales existentes en la comunidad. Sea mucho o poco, el dinero comprará todos ellos; y de esto se sigue que aquél que tenga el control sobre ese medio del dinero se encontrará realmente en una posición de poder controlar tanto los instrumentos de producción (independientemente de quien pudiera ser el “propietario” de ellos) así como la disposición del producto que surgiera de la cooperación de éstos. “El control real y verdadero de los medios de producción”, como dice el Sr. Belloc, constituye verdaderamente el fundamento del crédito; pero ese control real y verdadero no se encuentra en manos de los propietarios de dichos medios, sino que se encuentra en manos de aquéllos que, en virtud de su monopolio de poder de creación de dinero, pueden controlar a los propietarios mismos. Las únicas alternativas para estos últimos serán, o bien dejar inactivos sus instrumentos por falta o carencia de esos medios con los que poder asociarlos con otros instrumentos igualmente indispensables, o bien recurrir al primitivo y antiguo trueque. Y estas dos alternativas acarrean una considerable pérdida para la comunidad. La conclusión que se ha de sacar es que, independientemente de lo bien que estuviera distribuida la propiedad sobre los medios existentes de producción, su verdadero control seguiría permaneciendo en manos de los monopolistas de ese medio (dinero) con el cual, y sólo con el cual, los susodichos medios pueden efectivamente reunirse. Nuestra labor consiste en controlar el crédito financiero.