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Tema: Idea de Europa en Blas Piñar

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    Idea de Europa en Blas Piñar

    “A la reconquista de Europa”


    R
    evista
    FUERZA NUEVA, nº 592, 13-May-1978

    Blas Piñar en Nápoles

    A LA RECONQUISTA DE EUROPA

    (Discurso pronunciado por Blas Piñar en la plaza de la Posta, de Nápoles –Italia-, el 20 de abril de 1978. Ofrecemos su traducción del italiano)

    Amigos, camaradas, hermanos:

    Estamos aquí por tres razones distintas:

    • En primer lugar, para devolver la visita que, en el pasado mes de febrero, hicieron a España los dirigentes del MSI, Pino Romualdi, Giorgio Almirante y Cesare Pozzo.

    En España pudieron, sin duda, apreciar dos cosas: una, negativa, el deterioro creciente de la situación política, social y económica, como fruto de la liquidación del régimen de Franco; y otra positiva, el resurgimiento del espíritu nacional promovido por FUERZA NUEVA, en torno a cuyos estandartes e ideario se congrega un movimiento de marcado carácter juvenil.

    • En segundo lugar, hemos venido a Italia a rendir el tributo de admiración y de respeto en la propia Italia:

    -a los antiguos combatientes de la guerra española, a los que lucharon, y a los que luchando murieron, por una causa común, codo a codo con los soldados de mi Patria, en una contienda por Europa, en la que Europa, la Europa verdadera, salió por primera vez, y Dios quiera que no sea la última, vencedora y victoriosa del comunismo;

    -a los cuadros directores y a los militantes del MSI, que durante treinta años, y en un clima de enfrentamiento civil continuo, nos dan ejemplo de tenacidad, de fortaleza y de abnegación. Sólo el hecho de permanecer, ya sería un éxito para una agrupación política como la vuestra, “que todos -como ha dicho Giorgio Almirante- sin excepción, tratan no como concurrente o adversaria, sino como enemiga”. Pero no sólo permanecéis, como permanece la roca, impasible ante el ímpetu machacón del oleaje; es que avanzáis, conquistando la voluntad y la inteligencia del pueblo italiano. Las ideas básicas de vuestro Movimiento son consustanciales con el ser nacional de Italia, y hoy, cuando el acontecer histórico avala vuestra doctrina y vuestra conducta, cualquier actitud de duda, cualquier tipo de confusión desaparece, de tal forma que ya, de un modo simple, que es, tanto en el mundo físico como en el mundo moral, un punto de partida, la adhesión del pueblo italiano a cuanto vosotros representáis, es un problema sencillamente de ser o no ser;

    -a los asesinados y ametrallados por las fuerzas del odio (Brigadas Rojas), liberadas por el sistema claudicante del centro-izquierda, por las exigencias de la apertura, del liberalismo y del llamado compromiso histórico; a los encarcelados y perseguidos (del MSI), víctimas de las campañas de difamación, que también nosotros padecemos, porque un enemigo, sin escrúpulos, necesita crear la nube de las imputaciones falsas, para esconder su propia y brutal acción terrorista, presentándonos ante la opinión como grupo subversivos y violentos. Pero hay posturas que decaen por sí mismas: por eso, porque la Democracia Cristiana no ha combatido al comunismo más que en términos propagandísticos, hoy sufre en su propia carne las consecuencias de su debilidad doctrinal y de su comportamiento erróneo. Aldo Moro no ha sido tanto víctima de un secuestro como oferta tácita para el mismo; como lo es sin duda Italia, como lo son las naciones de la llamada Europa libre, desangradas, desmoralizadas, desguarnecidas y preparadas, por la miopía o la ceguera de sus clases directoras, para su propio secuestro colectivo;

    - a la Italia de siempre, a la Italia que parece, vista desde el cielo, un camino hacia España, enviándole como un presente de amistad el saludo de Cerdeña; a la Italia que se extiende desde el Alto Adigio hasta Sicilia; a la Italia de Nápoles, tan llena de recuerdos españoles; a la Italia de Leonardo de Vinci, de Miguel Ángel, de Petrarca y de Dante, de San Pío X, del “Poverello de Asís” y de Benito Mussolini; a la Italia, en fin, de la Roma cristiana y eterna, principio y cuna del viejo orbe latino.

    • Y hemos venido, por último, a dar un paso serio hacia adelante en el servicio a Europa. Un paso decisivo, posiblemente histórico, en lo que hasta hoy ha sido una difícil andadura; quizá porque la puesta en marcha, la capacidad de decisión que requiere toda empresa, postula no solo de energía para iniciarla, sino una conciencia precisa y hasta exigente, tanto de su objetivo como de su necesidad.

    Yo estimo que esa necesidad de acometer la reconstrucción moral de Europa no se escapa a ninguna persona inteligente que reflexione sobre el tema; y, además, entiendo que urge, porque a los enemigos de Europa, que es tanto como decir a los enemigos de nuestras Patrias, les corre prisa su secuestro, y pisan el acelerador, porque vislumbran el renacimiento de las fuerzas nacionales que, sin dejar de serlo, y precisamente por serlo, se saben y se movilizan como europeas.

    Hoy, porque nos duele Europa, empezamos a tener conciencia de europeos. Y, pensadlo bien, mientras no haya europeos, Europa no será sino etiqueta geográfica, o recuerdo histórico o denominador común de una inmensa sociedad capitalista, cuyo único objetivo comunitario, totalmente mercantil, abarca ahora, según la legalidad o la tolerancia en que se mueve, desde el libre intercambio de productos agrícolas o industriales al comercio de los narcóticos y de la pornografía (…)

    Y es lógico que sean precisamente las fuerzas políticas de significación nacional las que asuman las tareas del rearme moral e ideológico de Europa, presupuesto sólido e indispensable de su conformación jurídica futura. Y es lógico, porque las naciones de Europa, cada una de ellas, al surgir la cuestión agobiante y decisiva de su razón de ser, amenazadas por fuera y por dentro, buscan sus raíces en la tierra vegetal y profunda de la cual esas raíces se alimentan. Y en esa labor de búsqueda –“buscad y hallaréis”, dice el Evangelio- palpan y saborean el encuentro gozoso de su comunidad, el feliz y hasta para algunos sorprendente descubrimiento de las antiguas e insustituibles piedras angulares: una fe religiosa idéntica, propagada por Pablo y Santiago o por Cirilo y Metodio; una idea sagrada del hombre, y por ello, de su dignidad y de su libertad intrínsecas; un amor profundo a la familia, fuente de vida, cuyos manantiales fecundos nadie tiene derecho a cegar; un esquema político que ordena la sociedad al hombre y el Estado a la Sociedad, y no viceversa; una concepción instrumental y subordinada de la economía; una participación jerárquica y orgánica de todas las instituciones integradas en el complejo tejido social, en el quehacer colectivo de la propia nación; una vocación por el trabajo constructivo, por la ciencia y por las artes; y un alto sentido del honor.

    Si este índice apretado y sintético de valores comunes lo detectamos con claridad, y si, una vez reconocidos y proclamados como tales, acometemos la empresa de edificar juntos y con ánimo sobre ellos, Europa, la Europa de las patrias, comenzó a resurgir; y en Europa, como dice el más bello de los himnos de la revolución nacional española, comenzará de nuevo a amanecer.

    A la visión catastrófica y pesimista de nuestra órbita cultural y geográfica, que halló con Spengler de “La decadencia de Occidente”, o con el Príncipe Sturdza de “El suicidio de Europa”, o con Muret de “El ocaso de las naciones blancas”, o con nuestro Díez del Corral de “El rapto de Europa”, nosotros, las fuerzas políticas nacionales, oponemos, no, por supuesto, una visión frívolamente optimista, que sería torpe y adormilante, pero sí una visión heroica, y por ello mismo, esperanzada y alegre.

    La gran amenaza comunista, la que pretende rodearnos y penetrarnos -rodearnos con las divisiones militares soviéticas y penetrarnos, como una infiltración cancerosa, con los partidos marxistas y sus colaboradores- equivaldría a una nueva y más terrible invasión bárbara. Y ante la invasión no caben compromisos históricos ni deserciones. No hay torres de marfil ni zonas neutrales garantizadas. Hay que tomar postura, como en todas las ocasiones decisivas. Y ésta es una de esas ocasiones.

    No es posible, pues, una Europa, o unas naciones europeas, como ha escrito Giorgio Almirante, “a medio camino, tercer-fuercista”, sino una “Europa en la libertad y por la libertad”, una Europa en cuyos pueblos, ya, afortunadamente, “el sentimiento nacional, unido al sentimiento religioso de la vida, resurge, inflama y determina”. Mas para que todo ello sea viable, es necesario que la visión heroica, lo mismo ante la barbarie que ante la entrega, se incardine en unas minorías abnegadas, dispuestas a todos los sacrificios, en actitud de salvar a sus Patrias, a pesar de la abulia, de la confusión, de la ceguera o de la cobardía de sus compatriotas.

    Si la concepción marxista, como se ha escrito con acierto, está impregnada de hostilidad hacia la esencia histórica de Europa; si hay que evitar y superar la catástrofe invasora y corruptora a la vez, superando todas las injusticias sociales en un sistema que guarde fidelidad absoluta a los valores del espíritu, sin los que ni la auténtica Europa ni la civilización verdadera son posibles, “hora est iam de somno surgere”, ya es hora de despertar y de ponernos afanosos al trabajo, sabedores de que la vocación nos exige mucho, y por lo menos tanto como a los profesos de aquellas órdenes religioso-militares de la antigua Edad Media, o a los imaginarios caballeros andantes de nuestra literatura.

    El hombre nuevo, sin el cual es irrealizable la tarea, tendrá que ser -y me consta que en muchos casos ya lo es, de hecho- mitad monje y mitad soldado, como quería nuestro José Antonio, porque lo religiosos y lo militar son los dos únicos modos enteros y serios de entender la vida; y es la vida en dignidad y en libertad la que está en juego.

    Si el marxismo carece de fe en Dios y trata por todos los medios de arrancarla; si el marxismo es la antipatria, porque odia los valores históricos que sirven de fundamento a las naciones; si el marxismo quiere instrumentar al servicio de su injusticia absoluta los fallos inherentes al liberalismo capitalista, levantemos los hombres y mujeres de Europa, frente a los bárbaros las banderas comunes de Dios, de la Patria y de la Justicia.

    Yo creo, y espero en Dios, que en jornadas intensas de trabajo, y ante vosotros, pueblo de Italia, hoy adelantado y testigo de todos los pueblos de Europa, hemos comenzado con brío nuestro quehacer común. Si Europa no es una patria, es, sin duda, la empresa unánime, colectiva y atrayente de todas nuestras patrias; de los que aún sobreviven y de los que fueron subyugados por los bárbaros.

    Para estas naciones hermanas, que gimen bajo la esclavitud bolchevique, aplastadas por el terror y por los tanques soviéticos, vaya desde aquí nuestro saludo fraterno y nuestra oración fervorosa por su libertad.

    Para los pueblos y para las fuerzas nacionales que no tardarán en unirse a nosotros en solidaridad de trabajos e ideales, nuestra petición anhelante de apresurar la andadura.

    Y para vosotros, amigos, camaradas y hermanos de Francia y de Italia, el abrazo entrañable de quienes en España, punta y promontorio espiritual de Europa, supieron vencer al comunismo, con Franco a la cabeza, como caudillo y capitán.

    Sean mis palabras de despedida en Nápoles, aquellas bien conocidas de Flaubert: “Hay que venir a Nápoles para bañarse de juventud, para amar la vida; para evitar la caída en el lago Averno y participar del júbilo de la fiesta de Santa María de Piedignotta”. Con esa vitalidad juvenil, que es prenda de amistad y garantía de victoria, gritad conmigo: ¡Arriba España! ¡Vive la France! e ¡Viva Italia!“ “Europa unida jamás será vencida” Y hoy más que nunca ¡Viva Europa!

    (Al final, un estruendosa salva de aplausos ratificó las últimas palabras del fundador de Fuerza Nueva, entre el delirio de una multitud en su mayor parte juvenil)

    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Idea de Europa en Blas Piñar

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    Discurso pronunciado por Blas Piñar, en la “Mutualité” de París, el día 27 de junio de 1978


    R
    evista FUERZA NUEVA, nº 600, 8-Jul-1978

    COMBATE POR EUROPA

    (Discurso pronunciado por Blas Piñar, en la “Mutualité” de París, el día 27 de junio de 1978)

    Camaradas y amigos: Hoy es un día grande. Otra vez, franceses, italianos y españoles y por eso mismo europeos, nos congregamos para hacer en público una profesión de amor y de fe: de amor a nuestras patrias y de fe en la patria común que se llama Europa.

    A nuestro lado y entre nosotros hay europeos de otras naciones: de la Europa que se denomina libre, aunque está subyugada por fuerzas ocultas, y de la Europa que perdió su libertad, esclavizada por la tiranía marxista.

    Para quienes aquí, y en este acto, de alguna manera representáis a tantas naciones hermanas, un saludo fraterno, y con ese saludo, una esperanza: que los movimientos de signo nacional, que combaten por la misma causa que los nuestros, se incorporen pronto a este Frente de lucha por y para Europa; y que los pueblos sojuzgados por los ejércitos comunistas de ocupación recobren, con el coraje y las ayudas que precisan, su independencia, su soberanía y su libertad.

    Para nuestros hermanos de la Europa comunista que sufre, de la Europa ausente, olvidada silenciada, y sacrificada; para los que agonizan en los campos de trabajo, en las comunas penitenciarias, en los islotes monstruosos del inmenso Archipiélago Gulag o en los manicomios, creados y mantenidos como cárceles de disidentes; para los que sueñan con el derribo del muro de la vergüenza de Berlín o la desaparición del Telón de Acero, vaya también nuestra mano levantada, como un gesto amigo; nuestra palabra fervorosa, como señal de aliento, y nuestra oración a Cristo, como una prenda de victoria.

    ***
    Este acto de afirmación europeo lo celebramos en París, como ayer lo celebrábamos en Nápoles (Italia) ante una inmensa multitud entusiasmada, con plenitud de conciencia histórica y, como, Dios mediante, lo celebraremos en Madrid -si nuestro Gobierno democrático no lo prohíbe- el 18 de julio, que no es sólo aniversario del Alzamiento nacional español, sino aniversario de la puesta en marcha de una doctrina que abanderó a Europa y al mundo; porque fue esa doctrina, hecha acción y combate, la que levantó a un pueblo, le dotó de una mística, le hizo recobrar su propia alma, alumbró todas sus energías espirituales y ganó al marxismo la primera, y quizá por ello, la más decisiva de las batallas.

    Me consta que permanece vivo en el corazón de Europa lo que aquella Cruzada tuvo de ejemplar y de trascendente; y ello no sólo por el heroísmo deslumbrante de sus gestas y por el martirologio de sus víctimas, sino porque la razón última de aquel enfrentamiento se ha planteado en términos existenciales y visibles, sin escamoteo ni veladura, a escala universal.

    Y ante este enfrentamiento ineludible no cabe, aunque se pretenda y se quiera, el neutralismo. Vuestro mariscal Pétain lo dijo con palabra certera: “La vida no es neutral: consiste en tomar partido arduamente. No hay neutralidad posible entre lo verdadero y lo falso, entre el bien y el mal, entre la salud y la enfermedad, entre el orden y el desorden”.

    Son cosas y valores imponderables y sagrados los que están en juego. De su conservación depende el curso inmediato de la Historia, el concepto mismo de la vida humana y la configuración de la comunidad política.

    José Antonio, con claridad meridiana, lo precisó para todos: “La revolución socialista es el triunfo de un sentido materialista de la vida y de la Historia; es la sustitución violenta de la Religión por la irreligiosidad, de la Patria por la clase cerrada y rencorosa; de la libertad individual por la sujeción férrea a un Estado que no sólo regula nuestro trabajo, como un hormiguero, sino también (e) implacablemente nuestro descanso. Es la venida impetuosa de un orden destructor de la civilización occidental y cristiana; es la señal de clausura de una civilización que nosotros, educados en sus valores esenciales, nos resistimos a dar por caducada”.

    Y porque en Europa había hombres y grupos en idéntico estado de alerta, y porque esa revolución socialista entendió lo mucho que en nuestro país se jugaba, acudieron a medir sus fuerzas en la punta suroccidental del continente las brigadas internacionales, mezcla de idealistas engañados, como Malraux, y de criminales como Marty, pero también los voluntarios de Alemania, de Italia, de Irlanda, de Portugal, de Rumanía y de Francia.

    Y Europa, la auténtica Europa, venció con España en España. Nuestro pueblo, como Juana de Arco. supo escuchar y obedecer las voces profundas, y como Teresa de Jesús, subir por el castillo interior hasta la séptima morada del místico desposorio, donde la cruz del sacrificio y la sangre de todas las llagas consigue la redención.

    ¡Cómo no recordar en París, corazón de Francia, a los amigos franceses, a los que se enrolaron en el Ejército Nacional y a aquellos que, con su pluma brillante y valiente, se constituyeron en adalides de nuestra causa! Y entre ellos a Pierre Hericourt que, en su libro “Pourquoi Franco vaincra”, profetizó el triunfo del Caudillo; a Charles Maurras, que escribió, con su estilo polémico, “L’Espagne de Franco c’est l’Espagne qui a raison”; a Paul Claudel, que escribió aquel emotivo y escalofriante poema a nuestros mártires, y a Robert Brasillach, el poeta joven, fusilado en el fuerte de Montrouge por el simple delito de haber amado y servido a Francia.

    Robert Brasiliach, con Henri Massis –el famoso autor de “Defense de l’Occident”- escribe “Los cadetes del Alcázar” y luego, con su cuñado Maurice Bardeche publica su “Histoire de la guerre d’Espagne”.

    Importa que resaltemos hoy aquí la figura señera -cuyas proporciones crecen por días- de Robert Brasillach. En él concurren tales características, por la sangre española que corría por sus venas, por su juventud, por su muerte trágica, por su exquisita y a un tiempo varonil sensibilidad, por su entendimiento fecundo y no sólo fotográfico, de la hora en que vivió, que bien vale la pena estudiarlo a fondo y proclamarle europeo de primera línea.

    Para Brasillach, España transformó “en combate espiritual y material a la vez, en cruzada verdadera, la larga oposición que lucha en el mundo moderno. Por todo el planeta, los hombres sentían (esta guerra) como su propia guerra”. Por eso, Brasillach concluía: “Los hombres de nuestro tiempo habrán encontrado en la España de estos años magníficos el lugar de toda audacia, de toda grandeza y de toda esperanza”.

    Fue una guerra civil universal, que libró en España su primer capítulo clamoroso y estremecedor, ardiente y macabro, entre lo sublime y lo miserable, entre el ángel y la bestia, la que marcó para siempre a los espíritus selectos. Maurice Bardeche lo reconoce así, y me parece que su testimonio, por muchas razones, hay que estimarlo de peso: “Nunca se dirá bastante cuanta fue la importancia capital de la guerra de España para nuestra generación. En julio de 1936 acaecieron cosas que marcarían vidas enteras. Una nueva manera de vivir y de sentir estaba en vías de nacer”.

    Pues bien, uno de los hombres tocados, traspasados más bien, por la dimensión espiritual y cósmica y por las perspectivas de futuro de aquel enfrentamiento, fue Brasillach. De aquí que, cuando los españoles venimos a Francia para hablar de Europa con los amigos franceses, la biografía intelectual y política y el pensamiento de Brasillach deben iluminarnos.

    Porque Brasillach , que conoció la Europa de su tiempo, que estudió la filosofía y el talante de los movimientos nacionalistas europeos, se sentía admirador de la doctrina, pero atraído y como imantado por las figuras gemelas del capitán de la Legión de San Miguel Arcángel, Cornelio Zelea Codreanu y por José Antonio Primo de Rivera.

    Le subyuga su destino idéntico, en el que veía reflejado el suyo, y pensando en ellos, y quizá en sí mismo, escribió en “Los Siete colores”: “Aquellos que mueren poco después de la treintena no son consolidadores sino fundadores”.

    Estamos, pues, en la línea de los fundadores. Adriano Romualdi, un italiano que se nos fue en sus años treinta, nos dirá, recogiendo más tarde la tarea fundacional en la Europa de hoy: “La idea de Patria no ha muerto, se ha transformado. Hoy nuestra Patria ya no es Italia, es Europa”.

    Para lograrla, será necesario un hombre nuevo, una “metanoia”, una “renovatio”, una purificación interna, sin la que será imposible construir la sociedad humana según el modelo de la “Civitas Dei”.

    La tradición no basta sin la misión, la historia no sirve sin la voluntad de hacer. No se trata de conservarlo todo, sino de vivir de aquello que ha de conservarse siempre por su valor de eternidad.

    No importa que hoy por hoy nuestra época se nos haga dura e insoportable; que nos dé náuseas. Adriano Romualdi, con palabra dura, proclama: “Lo que no perdono a mi tiempo no es su vileza, sino que trate de cubrirla difamando a los héroes”.

    Porque ahí está el mayor grado de envilecimiento: que no es otro que el que coincide con una conciencia acusadora de la propia vileza, con un complejo de inferioridad que reprende, y con un caudal arrollador, pero sucio por la envidia, que trata de eliminar el contraste y la acusación de la santidad y del heroísmo adversario.

    ***
    Nosotros, por ello mismo, debemos afianzar nuestro propósito de mantenernos allí donde somos invencibles, en aquella cota donde la santidad y el heroísmo resplandecen, porque sólo el heroísmo y la santidad vencen al mundo, no por aplastamiento, desde fuera, sino por elevación, desde dentro.

    La Europa vital que no se resigna a morir, ni por la gangrena de la corrupción moral, ni por el embrujo alienante de las falsas ideologías, ni por la hostilidad de quienes con los dispositivos atómicos a su servicio, la amenazan, nos envía, desde su alma metafísica, un mensaje íntimo, acucioso, de espiritualidad y de ascetismo.

    El Duomo de Milán, Notre Dame de París, la catedral de Burgos, son, en Italia, en Francia y en España, huellas de ese alma metafísica de Europa -de la Europa nuestra-, como lo son el Camino de Santiago, las Cruzadas, Lepanto, el sitio de Viena, Goethe, Dante, Moliere, Cervantes, Gabriel D’Annunzio, Charles Peguy y Marcelino Menéndez Pelayo.

    Todo ello, cosas y gestas, trabajos y hombres -cuya sola enumeración sería interminable-, son nuestros; constituyen nuestro patrimonio común, material y espiritual, fruto diverso de gentes diversas de una Europa unánime en su más alta vocación; esa vocación que adquiere virtudes escalofriantes en el Alcázar de Toledo, en la defensa de Dien-Bien-Fu (Indochina) y en ese drama horrendo, desconocido, algodonado para que se ignore, de la guerra civil que sacudió a las naciones del continente apenas terminada la segunda guerra mundial: desde Croacia hasta Polonia, desde Grecia hasta Francia.

    ¡De qué forma tan penetrante, tan desgarrada, nos ha legado Brasillach lo que significó este nuevo y cruento dolor acumulado sobre Europa!

    “Señor, he aquí la sangre de nuestra raza, sangre de combate guerrero, sangre de guerras civiles, sangre de negros hogares que cualquier llama borra, sangre de los que son fusilados en los fosos de nuestras ciudades”.

    Vuelven a nosotros, en este acto de afirmación europea, las palabras y el aliento de Brasillach. Y es lógico, porque las ideas no sirven si no se encarnan, y sobre todo, si no adquieren a la luz del supremo sacrificio la capacidad de sugestión y de arrastre que necesitan para su triunfo.

    Y Brasillach iluminó la idea con su vida y con su muerte; como lo hicieron Codreanu y José Antonio. La Europa que no ha renegado de sí misma busca esa luz para seguir caminando, sus voces para continuar la marcha, su entrega total para hacer suyo aquel joven dios que un francés ilustre, aunque adverso, Eduardo Herriot, llamó “coraje”.

    Codreanu -que nos trae el eco de la Europa fronteriza-, preso en la cárcel de Jilava, en vísperas de su fusilamiento en el bosque de Tancabesti, escribe ante la muerte próxima:

    “Me entristece profundamente. Pero he combatido la tristeza con la lectura de los cuatro Evangelios. Me he tranquilizado. Estoy aquí por la voluntad de Dios. Ha descendido la serenidad sobre el tormento de mi alma. He recobrado la fe, la esperanza y el amor”.

    Y tanto que, líricamente apunta cómo, al amanecer, ha volado el primer polluelo de gorrión del nido colgado en la ventana de su celda.

    José Antonio también, dos días antes de ser fusilado, redacta su testamento así:

    “En cuanto a mi próxima muerte, la espero sin jactancia, porque nunca es alegre morir a mi edad, pero sin protesta. Acéptela, Dios Nuestro Señor, en lo que tenga de sacrificio, para compensar en parte lo que ha habido de egoísta y vano en mucho de mi vida. Deseo (pues) ser enterrado conforme al rito de la Religión Católica Apostólica y Romana, que profeso, en tierra bendita y bajo el amparo de la Santa Cruz”.

    Y Brasillach, en verso, nos dejó su última voluntad, que yo leo con lágrimas, seguro de que en la hora germinal en que nos hallamos, las lágrimas vienen a los ojos como un don del Espíritu Santo.

    “En premier mon âme est laissée
    A Dieu qui fut son Créateur,
    Ni sainte ni pure, je sais,
    Seulement celle d’un pécheur”.

    Y luego de legar todo lo que tiene, que no es oro ni plata, agrega:

    “Et maintenant, à toi, Maurice
    A toi, frère de ma jeunesse,
    Que te donnerai-je qui puisse
    N’être à toi de ce que je laisse ?
    Voici Paris qui fut à nous,
    Voici Florence qui se dresse,
    Et, sur les chemins secs et roux,
    Voici notre Espagne sans cesse”.

    ***
    (…) ¡No desmayemos, no nos acobardemos, hombres y mujeres de Europa! La luz, la voz, el sacrificio de Codreanu, de José Antonio, de Brasillach, nos enardece. Si somos capaces de asimilar su doctrina y su ejemplo, nada puede impedir la liberación de Europa. Una fuerza imparable, la del genio y la audacia, una fuerza irresistible, la de la verdad y la del amor; una fuerza divina, la que fluye de los elegidos, arrancará todas las cadenas de Europa.

    Es cierto que, como exclamaba Adriano Romualdi, “hoy, en el horizonte de Europa, es solsticio de invierno, un interminable invierno de servidumbre y de vergüenza. Pero nosotros creemos, nosotros queremos creer en la inminente aparición de la aurora”.

    ¿Y cómo no, ante las figuras de estos jóvenes adalides de Europa? Los rayos del sol naciente irisan sobre ellos, diamantes duros y limpios, arrancados a las entrañas de la inmortalidad.

    Cuentan que monsieur Isorni recogió una gota de sangre que corría sobre la frente de Robert Brasillach. Esa gota de sangre, ha escrito René Pellegrin, nos pertenece a todos, como nos pertenece la sangre de Codreanu y la de José Antonio y la de quienes, en todas las latitudes y meridianos de Europa, creyeron en los mismos ideales, combatieron por ellos y obedecieron hasta la muerte; en muchas ocasiones, muertes más ignominiosas que la muerte de la cruz.

    ¡Vanguardia de la Europa en peligro! ¡Soldados civiles de la mayor contienda de la Historia universal! ¡Adelante! Digámoslo sin miedo, con José Antonio, “la función del político es religiosa y poética”, “el sentido entero de la política es como una ley de amor”.

    Sólo así podemos abandonar nuestro pequeño mundo confortable, vencer la tentación de quedarnos en casa, rechazar el susurro cómodo y egoísta del mal menor y del pacto cobarde con el gran enemigo. Sólo así quedará transida nuestra existencia, fiel a las tradiciones nacionales, del sentido de misión creadora. Sólo así podremos situarnos y contemplarnos a nosotros mismos como instrumento de Dios en la obra entera del Universo. Sólo así, y entonces, sabremos, como señalaba José Antonio, que “en las más humildes de nuestras tareas diarias, estamos sirviendo a la par que a nuestro modesto destino individual, al destino de España, de Europa y del mundo, el destino total y armonioso de la Creación”. (…)

    Con San Miguel como alférez, alcemos nuestros banderines de enganche por todas las ciudades de Europa. Sin lucha, ni siquiera el cielo se pudo librar de las huestes del padre de la mentira. Pero, con Mi-ka-el al frente, “volverán victoriosas las banderas al paso alegre de la paz”.

    “¡Reirá de nuevo la primavera
    que anuncian a los cielos todas las campanas.
    Arriba, legiones, corred a la victoria,
    un alba nueva se eleva sobre Europa!”

    (Con estos versos y una ovación prolongada y cerrada terminó su discurso el presidente de Fuerza Nueva)


    Última edición por ALACRAN; Hace 4 días a las 14:28
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