Por fin encontré tiempo para traducir el artículo del francés. Aquí lo tenéis (me he tomado alguna pequeña libertad, pero nada relativo al fondo del artículo. Meros ajustes con respecto a lugares o fechas relativos a Sevilla que no afectan en nada al contenido del artículo):
La Iglesia Católica y la Corrida
La tauromaquia y su relación con la religión
«Yo creo en la virtud purificadora de la corrida. Creo en aquella función que los griegos denominaban catarsis,
que nos lava de las pulsiones, de nuestras violencias interiores.»
Secretario de la Congregación para la Educatión Católica
Nuestra Señora de la Caridad en su Soledad
Capilla de la Hermandad del Baratillo, Sevilla.
Hace estación de penitencia el Miércoles Santo.
Ligada al mundo taurino y al barrio del Arenal.
La corrida, percibida por algunos como un arte noble y por otros como una bárbara carnicería, desata las pasiones. Esto no tiene nada de nuevo: detractores y defensores de la tauromaquia se enfrentan desde el siglo XVI. No obstante, si a primera vista parece difícil zanjar un debate delicado en el que las opiniones se contraponen con extraordinario vigor, nosotros nos limitamos a declarar que, más allá del arte taurino como mero espectáculo, el decoro y los elementos casi sagrados que rodean a la corrida (trajes de luces, sentido del sacrificio, devoción y sentimiento religioso, etc.), están inclinados por naturaleza a suscitar respeto y simpatía por esta tradición sigular que a lo largo de los siglos ha tejido estrechas ligazones con el catolicismo.
En efecto, el tiempo de la corrida, de la feria, es decir de la Fiesta, ya sea esta última la causa de las corridas o la corrida de la fiesta, está inseparablemente ligado al dominio religioso por los santos o el tiempo litúrgico al que están asociados los grandes espectáculos taurinos: San Isidro en Madrid, el Domingo de Resurrección en Sevilla, San Fermín en Pamplona [1], el Toro de la Vega de Tordesillas en honor de la Virgen de la Peña [2], el Corpus Christi de Toledo, Pentecostés en Nîmes, etc. A pesar de ello, paradójicamente la Iglesia se ha opuesto en ocasiones a las funciones taurinas que consideraba reminiscencias directas de antiguos juegos circenses, conocedora de que dichas ferias eran con frecuencia ocasión de excesos en diversos sentidos (alcohol, sexualidad, derroche económico etc.), en un clima de inmenso alborozo popular que recuerda a las claras al mundo pagano. Este es además uno de los aspectos excepcionales en que, más allá de los Pirineos, la por otra parte tan escuchada y reverenciada Iglesia Católica española se ha visto totalmente impotente para imponer su voluntad en algunos casos.
I. Reseña histórica
Los primeros espectáculos taurinos
son sin duda un recuerdode los sacrificios de animales
practicados en las culturas primitivas
Un vistazo rápido a los datos históricos aporta informaciones interesantes, ya que ante la falta de fuentes confiables son numerosas las tesis relativas al origen de la corrida. Lo que sí se puede afirmar es que los primeros espectáculos taurinos son indudablemente un resto que ha sobrevivido de los sacrificios de animales practicados en las culturas primitivas, así como que aparecieron primeramente en Roma [3], para resurgir verdaderamente en el sur de Europa hacia los siglos XI o XII en un contexto preciso: la nobleza guerrera a caballo vio en ella una excelente posibilidad de adiestrarse. El Conde de Las Navas (1855-1935) consideraba que el origen de la corrida estaba estrechamente ligado a los primeros tiempos de la humanidad, y atribuía a las cacerías prehistóricas de uros la supervivencia de la tauromaquia en España. En dicho país, tales juegos se impusieron además poco a poco en lugares diversos y en numerosas ocasiones (para celebrar la llegada de un personaje importante, la canonización de un santo, la consagración de un obispo, etc.). Al efecto, se acondicionaba la plaza de toros con gradas de madera y la población se congregaba para participar en un espectáculo en que unos diestros audaces y temerarios desafiaban a unas fieras dotadas de una energía excepcional.
II. La bendición de la Iglesia Católica
El clero católico español, que constató el entusiasmo por estos festejos, se preguntó cómo poner coto a los excesos, e hizo algo más en aquel entonces que apoyar las tradiciones taurinas: llegó a bendecirlas y a conferirles, sabiamente, un carácter religioso que todavía conservan. Por ejemplo, en un libro de de la Sociedad del Santísimo Sacramento de la Parroquia de San Pedro de Valladolid, se encuentra un texto que explica que dicha sociedad celebrará con regularidad «festejos taurinos». Las órdenes terceras, para señalar las celebraciones relativas a su fundación, organizarán festividades en las que habrá corridas; ciertas Hermandades, como Nuestra Señora de Sabor, en Cáceres, no admiritían entre sus miembros sino a «caballeros que corran toros». Cuando se beatificó a Santa Teresa de Ávila en 1614, se organizaron treinta corridas en las cuales se dio muerte a cien reses. Lo propio se hizo para celebrar la canonización de San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Isidro Labrador en 1622 y Santo Tomás de Villanueva en 1654.
Nuestra Señora de los Dolores
Los vínculos entre la Iglesia y la tauromaquia se estrecharán más, hasta el punto de dar lugar a lo que podríamos llamar milagros taurinos: Baltasar de Fuensalida, derribado de su caballo por un toro en 1612 en Toledo en el curso de una corrida, invoca a Nuestra Señora de la Esperanza mientras es cogido por el animal y se recupera de sus heridas. San Pedro Regalado, patrono de Valladolid, detiene con la mirada a un toro furioso. Santa Teresa de Ávila amansa sin ayuda a dos toros, que se postran a sus pies y la santa los acaricia.
Por lo que respecta a los muy católicos monarcas hispanos, no les van a la zaga, y al parecer ellos mismos apreciaron las prácticas en cuestión. Así es como vemos al Emperador Carlos I (1500-1558) tan contento por el nacimiento de su hijo primogénito que desciende él mismo al ruedo en Valladolid para lidiar un toro bravo. Por esta razón, con Carlos II, ya en el siglo XVII, el arte taurino llega a ser un verdadero fenómeno social. Los conquistadores introdujeron a su vez la tauromaquia en la América Hispana. En 1529, Hernán Cortés introduce el toro en tierras americanas, donde la fiesta tendrá todavía más apoyo de la Iglesia que en España. Los indios la aprecian y ven en ella un equivalente de sus ritos. Así, en los territorios conquistados por los españoles en el Nuevo Mundo, los capuchinos criarán toros y poseerán, como en Caracas, ruedos en los que se celebrarán espectáculos taurinos con motivo de festividades religiosas. Con el dinero recaudado en dichas corridas se costeará la construcción de iglesias, capillas y monasterios. Fue así cómo se edificó la iglesia del Castillo de Chapultepec en 1788, y también la de Guadalupe en 1808. Del mismo modo, en una Italia seducida por esta moda, César Borgia, hijo del papa Alejandro VI, reintrodujo las corridas, que ya se habían celebrado en Roma hasta la época de León X (1521), incluyéndolas en el programa de sus festejos preferidos. Sólo la subida al trono español de un francés, Felipe de Anjou, nieto Luis XIV, traerá consigo por un breve espacio de tiempo la prohibición a los señores de participar en ellas, dado que las corridas de la época eran mucho más peligrosas para el hombre que las de hoy, y los propios espectadores también corrían sus riesgos. Goya pintó un incidente ocurrido durante una lidia en la que murió el alcalde de Torrejón. Símbolo del estrecho vínculo entre el clero y el arte taurino, en 1761 un sacerdote de la localidad gaditana de Rota crea una dehesa para criar toros que cederá treinta años más tarde a una hermandad. En tiempos de Pepe Hillo hasta se conoció a monjes toreros.
III. La Iglesia y el desarrollo del arte taurino
Es además un eclesiástico, Don Gregorio de Tapia y Salcedo, quien codifica el toreo a caballo, reservado a la nobleza, con la publicación en 1643 del tratado Exercicios de la gineta al Príncipe Nuestro Señor d. Baltasar Carlos.
Por añadidura, el célebre toro de Miura, con sus excepcionales características que aún en nuestros tiempos hacen de él el rey de los ruedos, se debe al sacerdote Marcelino Bernaldo de Quiros, párroco de Rota, que cruzó vacas andaluzas de los dominicos del convento de San Jacinto con toros navarros, raza que proviene a su vez de las reses de los monjes de la Santísima Trinidad de Carmona.
Los festejos taurinos se convierten en un elemento central de las celebraciones en España, y tienen lugar con cada vez más frecuencia en lugares públicos con motivo de victorias, fiestas patronales o acontecimientos religiosos. Surge así el toreo a pie, el toreo popular, bastante menos reglamentado y que tiene lugar en las festividades religiosas. Finalmente, entre 1730 y 1750 la corrida se codifica, aparecen los tres tercios y, sobre todo, los pases de muleta. Se construyen entonces las primeras plazas permanentes. El toro deja de ser un animal semisalvaje para hacerse doméstico, conociéndose entonces las primeras selecciones genéticas para hacer de él un contrincante adecuado. Es sabido que las ganaderías eran propiedad de religosos (dominicos, cartujos), aunque con el tiempo las ganaderías laicas impusieran la supremacía del toro andaluz.
Francisco de Goya (1746-1828): La tauromaquia
IV. San Pío V y la bula De Salute Gregi Dominici
No obstante, ante el excesivo entusiasmo popular por el toreo, en 1567 san Pío V promulga la bula De Salute Gregi Dominici, que condena tajantemente los festejos taurinos. El objeto era abolirlos y privar de sepultura cristiana a quien encontrara la muerte enfrentándose a un toro.
El texto de la bula papal no dejaba lugar a dudas:
1-En numerosas villas y otros lugares, se organizan constantemente espectáculos privados o públicos que consisten en correr toros u otros animales salvajes, al objeto de hacer gala de fuerza y audacia. Dichas corridas ocasionan frecuentemente accidentes mortales y mutiliaciones, y son un peligro para las almas.
2- Por Nuestra parte, considerando que tales espectáculos en los que toros u otras bestias salvajes se lidian en un circo o una plaza pública son contrarios a la piedad y la caridad cristiana, y deseosos de abolir tan sangrientos y vergonzosos espectáculos, propios de demonios y no de hombres, así como de garantizar con la asistencia divina y en la medida de lo posible la salvación de las almas a todos los príncipes cristianos, sea cual sea su dignidad, eclesiástica, profana, imperial o real, e independientemente de su título y de la república a que pertenezcan, en virtud de la presente Constitución valida por siempre jamás prohibimos bajo pena de excomunión y anatema ipso facto, que tengan lugar espectáculos de tal género en que se cazan toros y otras fieras en sus provincias, ciudades, tierras y castillos. Igualmente, prohibimos a los soldados y otras personas rivalizar a pie o a caballo en tales espectáculos con toros y fieras.
3- Si alguno muere de tal manera, séale negada la sepultura eclesiástica.
4- Asimismo, prohibimos bajo pena de excomunión a los miembros del clero, sea regular o secular, beneficiados eclesiásticos y miembros de Órdenes sagradas asistir a los mencionados espectáculos. [4]
La religión católica y la tauromaquia han llegado a integrarse
de tal manera que el arte taurino se ha vuelto inseparable de las tradiciones de la Iglesia
Felipe II, conocedor de la pasión de su pueblo por la tauromaquia, no manda acusar recibo de esta bula ni publicarla, y negocia con Gregorio XIII, sucesor de San Pío V, el cual decide finalmente levantar la prohibición para los seglares. Por su parte, en 1583 Sixto V restablece las sanciones, las cuales a su vez levantará nuevamente y de forma definitiva Clemente VII en 1596. De esta manera en España, lo mismo que en Francia, la religión católica y el toreo, aunque en 1489 Tomàs de Torquemada lo había condenado considerándolo «un espectáculo inmoral, bárbaro, inicuo y cruel», vuelven a reencontrarse, y el arte taurino se vuelve inseparable del culto. Si las corridas estuvieron prohibidas durante un tiempo por las autoridades liberales de España a finales del siglo XVIII, serán nuevamente autorizadas por Fernando VII (1813-1833) a partir de 1814,dentro de su política de reacción conservadora a las ideas del Siglo de la Ilustración y de la Revolution francesa, que restablece igualmente la Santa Inquisición, trae de vuelta a los jesuitas y suprime la francmasonería. Su católica majestad Fernando VII crea en 1830 una escuela de tauromaquia a cargo de Pedro Romero, instituyendo con ello una verdadera cultura taurina indisociablemente ligada a la Iglesia y protegida y bendecida por ella. A partir de entonces se asocian de forma definitiva a los cosos taurinos capillas en las que se celebra misa antes de las corridas, y en las que los toreros vestidos de luces cumplen con su devoción, rezan a los santos tutelares y se santiguan varias veces antes de salir al ruedo, al tiempo que hay sacerdotes asignados a dichos lugares de culto construidos dentro de las plazas de toros.
V. Situación actual del toreo en un mundo descristianizado y enemigo de la tradición
Manuel Laureano Rodríguez Sánchez «Manolete»
(1917-1947)
Herido de muerte en Linares por Islero.
Sus restos descansan en el cementerio cordobés de San Agustín.
Si actualmente en España, en un mundo cada vez más descristianizado, no hay una procession de reliquias o una festividad religiosa que no sea seguida o precedida de corridas; si existen hermandades de toreros que en Semana Santa sacan en procesión a Nuestra Señora de la Soledad, de la Merced, del Rocío o de los Dolores; si una prestigiosa ganadería salmantina ha sido creada por el párroco de Valverde; si en la mayoría de las plazas, que tienen una capilla contigua, como Nîmes, el capellán bendice a los toreros antes salir al ruedo; que se levanten con rara e histérica virulencia contra el toreo aquellos a quienes el mundo actual considera las personalidades antitraditionalistas más représentativas (Michel Onfray, Cabu, Michel Drucker, Cavanna, Mgr Gaillot, Renaud, etc.), en nombre de una extraña concepción de la moral y de la virtud, refleja una aversión inexplicable que llega prácticamente a confundirse con un neto rechazo de lo sagrado.
«Lejos de estar impregnada de crueldad, la gesta de torear,
tener el valor de enfrentarse en público a un toro,
me parece en realidad una expresión simbólica muy bella de la fe peligrosa
que se necesita para vivir como hombre, y que no es en principio religiosa aunque pueda serlo.»
El padre Jacques Teissier, capellán de la plaza de Nîmes, 2004.
Así, se puede sonreír con amabilidad al ver, por ejemplo, a un pastor canadiense totalmente ignorante de la realidad del toreo increpar con términos ridículos al capellán de la plaza de Nîmes, o al oír argumentos antitaurinos que no brillan por su nivel, entre los que no faltan las clásicas apelaciones sentimentales contemporáneas, acompañadas de los típicos clichés de la sensibilidad ingenua que convierten en estrellas a los promotores de de la abolición, y la lacrimosa artillería pesada mediática, todo ello respaldado por la consabida cantinela izquierdista y modernista, a la que sólo le falta la clásica melopea de eslóganes antitradicionalistas para completar la partitura.
Más absurdo es prestar oídos a los adversarios de las corridas cuando todos y en su mayor parte con la conciencia tranquila consumen o dejan consumir alegremente y sin decir ni pío carnes producidas industrialmente de animales sometidos a tratamientos indignos, calzan zapatos de cuero, consumen en un año el equivalente a su peso en carnes y chacinas, así como pollos que han sido desplumados vivos, ancas de ranas arrancadas al batracio vivo, langostas cocidas vivas en agua hirviendo, etc. Personas que hacen esas cosas realizan campañas contra la «barbarie» de las corridas con miras a criminalizar, poniendo el grito en el cielo y realizando manifestaciones de dudoso gusto, una costumbre que ni procede de la industria alimentaria ni tiene que ver con la experimentación médica, sino que se trata de un ritual que evidentemente no es sádico ni satisface estúpidamente un placer sanguinario por el sufrimiento de una bestia. Al contrario, representa una de las últimas tradiciones occidentales aún vivas que conserva una profunda y privilegiada ligazón con la religión, y expresa la confrontación eterna del hombre con la fuerza indómita y nocturna de la naturaleza simbolizada por el toro, en un acto trágico penetrado de una belleza inquietante que transparenta, en la luz del ruedo, la esencia ritual de la vida.
Notas.
[1] Los célebres encierros de San Fermín, tan apreciados por Hemingway, tienen lugar todos los días de la Feria. Los toros corren sueltos por las calles de la ciudad persiguiendo a centenares de hombres. Todas las tardes de esos días hay corridas y desfiles por las calles pamplonicas, saliendo el 7 de julio una procesión en honor al santo patrón que congrega multitudes y cuyos orígenes se remontan al siglo XIII. La fiesta se celebra anualmente desde 1591, y la larga semana de fetejos en Honor al patrón de Navarra nos recuerda en el siglo III, cuando Pamplona formaba parte del Imperio Romano, un obispo francés convirtió a San Fermín: San Saturnino fue a predicar el Evangelio en Pamplona. Más tarde, su discípulo fue a estudiar a Francia y llegó a ser también obispo.
[2] El Toro de la Vega es una festividad importante que comienza el 8 de septiembre de cada año en honor de la Virgen de la Vierge de la Peña, cuya ermita se encuentra al otro lado del río en Tordesillas, a 25 km al sudoeste de Valladolid. El sábado por la tarde, todas las peñas recorren la villa con charangas y faroles, y el farol más vistoso se gana un premio. Esta conmemoración tiene su origen en las rondas de guardia de las antiguas murallas. Siguen varias jornadas festivas que culminan el martes siguiente con el Torneo del Toro de la Vega. El animal es desafiado por hombres a pie y a caballo, en ritual único en España que tiene sus reglas particulares.
[3] Al parecer, la Historia demuestra que las primeras corridas organizadas de toros con arreglo a un ritual determinado tuvieron lugar en la Roma imperial, formando parte de los espectáculos circenses. Más exactamente, se contaban entre las venationes o cazas. (Cf. Les Tauromachies européennes. La forme et l’histoire, une approche anthropologique, Éditions du Comité des travaux historiques et scientifiques, 1998).
[4] La bula De Salute Gregi Dominici prosigue del siguiente modo:
5- En lo que respecta a las obligaciones, juramentos y votos, sin excepción, hechos hasta el presente o prometidos de cara al futuro por cualquier persona, la Universidad o el Colegio, con relación a dichas cazas de toros, a raíz de una falsa piedad, en honor a los santos o con ocasión de una solemnidad o fiesta eclesiástica cualquiera, a los que por el contrario se debe honrar mediante alabanzas, regocijos espirituales y obras pías, no con espectáculos de tal género, los prohibimos y anulamos totalmente y, según los casos, juzgamos y proclamamos para siempre que se los debe considerar nulas y sin efecto.
6- Ordenamos a todos los príncipes, condes y barones feudatarios de la Santa Iglesia romana, bajo pena de privación de los feudos que han recibido de propia Iglesia, y exhortamos en el Señor a los demás príncipes y señores cristianos, ordenándoles en virtud de la santa obediencia por respecto y por honor al santo Nombre de Dios, observar estrictamente todo lo arriba prescrito, prometiéndoles una magnífica remuneración por parte de Dios en premio a tan buena obra.
7- Otrosí, ordenamos a todos nuestros venerables hermanos, patriarcas, primados, arzobispos, obispos y demás ordinarios, en virtud de la santa obediencia, bajo pena de juicio divino y de la condenación eterna, dar suficiente noticia en sus villas y diócesis respectivas de la presente y hacer cumplir las referidas prescripciones, igualmente bajo las penas y censuras eclesiásticas. [Bullarium Romanum, Titre VII, La Documentation catholique, 1935].
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