Miguel del Pino Los tres milagros del toro bravo
La protección de las joyas naturales ibéricas es una cuestión de patriotismo.
Dehesa con toros bravos | Wikimedia
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La muestra fotográfica inaugurada en los espacios culturales de la Plaza de Toros de las Ventas el pasado miércoles 25, titulada "La Tauromaquia es ecología" me permitió presentar una ponencia acerca de la importancia que presenta la supervivencia del toro bravo como pieza clave de una serie de valores ecológicos que sumar a los socioculturales que presenta esta raza bovina, una verdadera “raza de razas”.
Las bellas fotografías de toros bravos en el campo, obra de
Gorka Azpilicueta y
Arsenio Ramírez, recrean el ambiente de una dehesa en los pasillos bajos interiores de la plaza.
Borja Cardelús, director de la Fundación Toro de Lidia definió las imágenes como otros tantos argumentos que vienen a decir, en palabras textuales, que aunque una persona no sea aficionada a los toros o no le gusten para nada, la Tauromaquia es un bien a defender por encima de otras consideraciones en cuanto garantía de preservación del toro bravo.
Las seis fotografías murales vienen avaladas por los correspondientes titulares: 1 Raza Bovina más antigua del mundo. 2 Joya del patrimonio genético español. 3 Guardián de la dehesa ibérica. 4 Ejemplo de crianza sostenible. 5 Factor de fijación rural humana, especialmente en zonas deprimidas. 6 Patrimonio cultural material e inmaterial irreemplazable.
Como destacó
Juanma Lamet, periodista de Expansión, más de 540.000 hectáreas de dehesa ibérica están dedicadas al toro bravo, más que la superficie total de Cantabria, de la Rioja o de las Islas Baleares. Una de cada siete hectáreas de dehesa en España gira en torno al toro bravo.
Añadió
Lamet que "las 1.281 ganaderías de bravos mantienen 194.931 reses, casi la mitad de ellas reproductoras, y más de 15.000 personas trabajando en las explotaciones. Verdaderamente produce un "miedo ecológico" pensar en las consecuencias que acarrearía la extinción del toro de lidia y de su mundo, como proponen los antitaurinos más radicales. Otra cosa es plantear la evolución del espectáculo, como en ocasiones hemos planteados desde estas mismas páginas digitales".
Tres milagros se complementan
Resulta insólita la concatenación de fenómenos que se ha producido en la Península Ibérica, también en las marismas del Sur de Francia, que ha conducido a la
existencia del toro bravo. En el resto de Europa el ganado bóvido arisco ha sido extinguido por la mayor dificultad de su manejo en relación con el del ganado manso, y si en nuestras tierras no ha sucedido así hay que asociarlo a la costumbre, al menos desde tiempos celtibéricos, de lidiar con estos toros en justas y lides cuyas características y circunstancias hoy desconocemos.
El
primer milagro del toro bravo se encuentra en dichas circunstancias históricas y culturales. Sólo en la civilización micénica encontramos restos de algo si no similar, al menos remotamente parecido.
El
segundo milagro del toro de lidia es un milagro genético. La selección ganadera desde el Siglo XVII en el que comienza a registrase la evolución de las llamadas "Castas fundacionales" ha ido perpetuando las reatas más agresivas, pero al mismo tiempo eligiendo los ejemplares más bellos y armónicos y los de embestidas más fijas, o si se quiere "nobles", como las califica la terminología taurina.
El resultado final es la consecución de una "raza de razas". La más antigua entre las bovinas, ya que el toro de lidia ha demostrado poseer los genes más remotos en comparación con otras estirpes de su especie. Son además representantes de la "condición eumétrica", o de belleza en la especie Bos taurus. Los ganaderos, poco a poco y sin ser conscientes de ello, han reconstruido en sus dehesas y pastizales un animal muy similar a lo que debió de ser el ancestral Uro (Bos taurus primigenius) extinguido en Europa en tiempos medievales.
El
tercer milagro, precisamente el que se glosa en la exposición fotográfica a que aludimos, es un milagro ecológico. En primer lugar, los toros ariscos se alojaban en las tierras más improductivas desde el punto de vista agrícola, como las salinas, hasta el punto de que los tratados clásicos suelen relacionar la condición agresiva con los pastos salitrosos, en una interpretación sin duda errónea. La sal no hace la bravura. La bravura empujaba a las tierras salinas a los ancestros del toro bravo.
Pero el fenómeno de la mesta hace posible que en nuestros campos se mantengan
sin desertizar amplias extensiones de terreno en las que el arbolado no se elimina sino simplemente se aclara. Encinas, alcornoques, robles y quejigos sobreviven entre un mar de pastos que configuran un ecosistema creado por el hombre y muy comparable a la sabana africana. Como ésta, también la dehesa es un paraíso para el mundo animal y en particular para el ganado, bravo, lanar y porcino.
Sin la plus valía que implica la crianza sostenible de toros y cerdos ibéricos sería muy difícil el mantenimiento de nuestras dehesas. La pérdida de estos ecosistemas únicos sería una verdadera catástrofe ecológica, y no sólo para toros, cerdos, ovejas y otros mamíferos, también la supervivencia de buena parte de los efectivos de numerosas aves migratorias de la fauna europea, como las grullas. En sus llegadas a nuestra querida Península necesitan encontrar las dehesas en buen estado.
Ante el peligro que supone para el mantenimiento de la raza bovina de lidia que conocemos como "Toro Bravo" el desarrollo actual de los movimientos antitaurinos radicales, parece necesario recordar las implicaciones ecológicas que presentaría la conducción masiva a los mataderos de este animal triplemente milagroso. Como argumentaron en su momento los eminentes científicos Bernis y Valverde cuando se encontraban amenazados los terrenos de la Marismas del Guadalquivir que hoy constituyen el Parque Nacional de Doñana, la protección de las joyas naturales ibéricas es una cuestión de patriotismo.
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