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Tema: Hay “otro” bicentenario

  1. #41
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    Riobamba: Noble, Fiel y Leal. Historia Secreta de América -10-. « coterraneus – el blog de Francisco Núñez Proaño


    Publico otra Real Cédula poco conocida y menos aún difundida. El documento habla por sí mismo:

    Real Cédula por la que se concede a la Villa de Riobamba los Títulos de Noble, Fiel y Leal con atención a su fidelidad y servicios en tiempos de la Revolución. [1]

    DON FERNANDO VII por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León, de las Dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Menorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algecira, de Gibraltar, de las Islas Canarias, de las Indias Orientales y Occidentales, Islas y Tierra firme del Mar Océano, Archiduque de Austria, Duque de Borgoña, de Brabante y de Milán, Conde de Absburgo, de Flandes, de Tirol, y Barcelona, Señor de Vizcaya y de Molina, etc., etc. En 22 de junio de 1813 dirigió al Presidente que fué de Quito, Don Toribio Montes, una representación documentada el Ayuntamiento de la Villa de Riobamba[2], en la que expuso y calificó que, desde el principio de las desgraciadas turbulencias de aquellas Provincias, dió pruebas auténticas del espíritu de rectitud y de fidelidad con que se condujo[3], dirigiendo todas sus miras a conservar ilesos mis Reales Derechos e impedir la introducción de un Gobierno opuesto a la subordinación y obediencia de su legítimo Soberano y de las Autoridades que lo representaban, contribuyendo con sus esfuerzos y ejemplo a reponer en su antigua tranquilidad las mismas Provincias, con riesgo de ser víctima de los causantes de la revolución; que luego que supo el Ayuntamiento que las Provincias de Guayaquil y Cuenca se oponían al sistema revolucionario de Quito, concibió esperanzas de que, unidas cuantas tropas y fuerzas pudiesen juntar a las de aquellas ciudades, sería posible la resistencia y destrucción del nuevo sistema, participó por Acta de 5 de Septiembre de 1809 a aquellos Gobernadores su proyecto y también a mi Virrey del Perú, quien en 6 de Noviembre, le contestó aprobando resolución tan noble y ofreció ponerla en mi Real noticia; que igualmente el Ayuntamiento inflamó los ánimos de los Corregidores de Ambato y Guaranda, los cuales se ofrecieron a sacrificar sus vidas por sostener la obediencia y fidelidad debidas a mi Real Persona; que por sus persuasiones, los Oficiales y soldados que guarnecían el punto de Alausí, y estaban destacados en los de Guaranda, al mando del Gobierno insurreccional, desistieron de su quimérico proyecto y se unieron a las tropas fieles de la misma Villa de Riobamba; que el propio Ayuntamiento franqueó la entrada del Exercito Real de Lima y Cuenca, dándole todos los auxilios necesarios para su internación a la Provincia de Ambato y Quito, sin los cuales hubiera sido imposible su entrada, siendo la Villa de Riobamba la primera que restableció el orden y puso en movimiento a la otras; y finalmente, haciendo una dilatada relación de la dura opresión que sufrió en tres años y tres meses en la segunda revolución de Quito; expuso había perdido sus fundos por falta de cultivo y los frutos no había podido vender en Guayaquil y Cuenca por la de comercio, y además dos mil bestias con que hacía su trata, todo lo cual manifestaba el noble esfuerzo con que la dicha Villa de Riobamba y los pueblos inmediatos habían sabido resistir los ataques de la seducción; en cuya atención solicitó me dignase concederla los títulos de NOBLE, FIEL Y LEAL, contemplándola el referido Presidente de Quito acreedora y digna de estas gracias. Y por quanto, vista esta instancia en mi Consejo de las Indias, he venido en acceder a ella a consulta de 16 de Octubre de 1815. Por tanto quiero y es mi voluntad que desde aquí en adelante pueda llamarse y nombrarse y se intitule y nombre la mencionada mi Villa de Riobamba NOBLE, FIEL Y LEAL, poniéndose así en todas las cartas, provisiones y privilegios que se le expidieren por mi y por los Reyes mis sucesores, y en todas las escrituras e instrumentos que pasaren ante los escribanos públicos de la misma Villa. Y por esta mi carta o su traslado, signado de escribano público, mando a los Infantes, Prelados, Duques, Marqueses, Condes, Ricos-Hombres, Priores de las Ordenes, Comendadores y Subcomendadores; a mis Consejos, Presidentes y Oidores de mis Reales Audiencias, así de, estos mis Reinos como de los de Indias, a los Gobernadores, Corregidores, Contadores Mayores de Cuentas, o otros cualesquier Jueces de mi Casa y Corte y Chancillerías, a los Alcaydes de los Castillos, Casas, Fuertes y Llanas; a todos los Concejos, Alcaldes, Alguaciles, Merinos, Caballeros, Escuderos, Oficiales y Hombres Buenos de las Ciudades, Villas y Lugares de todos mis Reinos y Señoríos, y a los demás mis vasallos de cualesquier estado, condición, preeminencia o dignidad que sean, guarden y hagan guardar los expresados títulos de NOBLE, FIEL Y LEAL a la referida Villa de Riobamba, sin contravenir ni permitir que se contravenga a ello en cosa alguna. Y de este despacho se tomará razón en las Contadurías Generales de la Distribución de mi Real Hacienda y en la de mi Consejo de las Indias dentro de dos meses de su data, sin cuya formalidad será nulo y de ningún valor ni efecto. Dado en Madrid, a diez y ocho de Diciembre de mil ochocientos diez y siete.- YO EL REY.
    Yo Don Silvestre Collar, Secretario del Rey Nuestro Señor lo hice escribir por su mandado.- El Duque de Montemar, Conde de Garciez.- Joaquín de Mosquera y Figueroa.- Don Manuel María Junco.
    Tomose razón en la Contaduría General de la América Meridional. Madrid, 20 de Diciembre de 1817.- José de Texada.
    Registrado.- Juan Ant° de la Muñoza. Teniente de Gran Canciller.- Juan Ant° de la Muñoza.

    [1] Extraído del Boletín de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos, Número 10, Quito, Enero – Febrero de 1920. En “Documentos Históricos. Para la Historia de Riobamba. Una Rectificación” de Cristóbal de Gangotena y Jijón. Digitalizado por Francisco Núñez Proaño.

    [2] “Riobamba no fue, pues, en tiempos coloniales, nunca Ciudad (nunca se le concedió ese título), sin que esto quiera decir aminorar su importancia: Madrid, la Capital de España e Indias, es hasta hoy, villa.” C.G.J. La supuesta Real Cédula donde según el padre Juan de Velasco se le concede a Riobamba el título de “ciudad de San Pedro de Riobamba” y de “muy noble y muy leal”, así como su escudo de armas, no existe.

    [3] Gracias a las gestiones de don Martín Jerónimo José Manuel Joaquín Chiriboga y León (Marqués del Chimborazo, furibundo realista criollo), se otorgó a Riobamba el título de Noble, Fiel y Leal.

  2. #42
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    C. L. A. M. O. R.: Guerrillas realistas
    Guerrillas realistas

    Se pueden distinguir en primer lugar los tipos de guerrillas que se componen de los habitantes autóctonos de su propia área de actuación, y que son las más numerosas y estaban formadas por indígenas generalmente; y cuyas poblaciones estarían integradas dentro de los territorios virreinales, como en el caso de los pastusos de Nueva Granada; o estarían integrados por indígenas de zonas periféricas de los virreinatos, como el caso de los araucanos del sur de Chile o los indios Guajira del Caribe neogranadino. En segundo lugar están algunas formaciones guerrilleras que tienen su origen en agrupaciones militares realistas que se han dispersado, y son del país pero no son autóctonos.


    En el escenario descrito más abajo, especialmente a lo que a los habitantes de Pasto y a los llaneros se refiere, es donde surge el decreto de “Guerra a Muerte” de Bolívar (dado en la ciudad de Trujillo el 13 de junio de 1813) con cuyos términos esperaba Simón Bolívar contrarrestar las acciones casi invencibles de los llaneros contra los criollos. En el período comprendido entre 1813 y 1814 tanto Bolívar, en el Norte, como Nariño, en el Sur, lograron, en empresas simultáneas, conducir los enfrentamientos entre “patriotas” y realistas al plano de una guerra de dimensiones continentales contra un enemigo común: España. Esto era lo que efectivamente se proponía el mencionado decreto de Bolívar. Aunque estaba dirigido a los venezolanos no dejaba de tener un halo de universalidad. En su parte final rezaba: “Españoles y Canarios, contad con la muerte, aún siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de Venezuela. Americanos, contad con la vida, aún cuando seáis culpables”. Si a alguien podían cobijar los términos del decreto era justamente a los pastusos por su doble condición de americanos y realistas. Que Venezuela era una nación en contienda lo afirmaba aquel otro pasaje del decreto que pretendía “... mostrar a las Naciones del Universo, que no se ofende impunemente a los hijos de América”. Lo cual deja patente, una vez más, la visión clasista de Bolívar al considerar únicamente como “hijos de América” a sus partidarios, cuando la realidad estaba tan lejana de sus afirmaciones propagandísticas.


    En Venezuela, tras el triunfo inicial independentista, las guerrillas de Siquisique, en la Provincia de Coro, al mando de Juan de los Reyes Vargas, apoyaron la llegada de una compañía del Cuerpo de Marina de Puerto Rico al mando del capitán de fragata Juan Domingo de Monteverde y Ribas, y tras su desaparición, los restos de las milicias realistas de esclavos y de llaneros se consolidaron en el territorio de los Llanos para formar un verdadero ejército que al mando de José Tomás Bobes que destruiría los ejércitos independentistas dominando toda Venezuela, antes y sin apoyo de la expedición española de Pablo Morillo y Morillo. Tras la caída de Puerto Cabello en 1823, las guerrillas siguieron actuando hasta el año 1829, y apoyaron una última incursión del Coronel Arizabalo.


    En la Región de Pasto, al sur de Nueva Granada, las guerrillas serán dirigidas por el General Agustín Aqualongo hasta junio de 1824, cuando es hecho prisionero y ajusticiado. Las guerrillas combatirán hasta el año 1830.


    San Juan de Pasto, donde nació Agualongo, es una ciudad llena de iglesias del barroco virreinal y se caracterizó por su fidelidad al Rey hasta el final. El autor Indalecio Liévano Aguirre indica que se trataba de una “población compuesta por la unión de esclavos fugitivos del Valle del Cauca con indios nativos del Valle del Patía.” Si el grito de independencia se dio en 1810, todavía en 1824 resistía Agustín Agualongo, a quien para cuando le llegó de Madrid el despacho de Brigadier General de los Reales Ejércitos, ya había sido fusilado por los liberales independentistas. La ciudad de Pasto había sido un bastión realista desde el comienzo de la emancipación neogranadina, el territorio entre Quito y Popayán estaba en poder de las guerrillas pastusas quienes destruyeron varios ejércitos “patriotas”. Llegaron a ser un componente muy importante de las guerrillas realistas que terminarían por propinarle a Nariño y a su ejército el estruendoso descalabro de 1814 con el cual se cerraría el primer ciclo de la oposición de Pasto a la independencia. La resistencia de la población unida a las guerrillas realistas bajo jefes como Agustín Agualongo lograron mantener su independencia por mucho tiempo. Luego, por ese realismo que aunque pasados tantos años todavía hoy se respira, fue objeto de un tratamiento brutal por parte del Ejército de Bolívar. Aún hoy los habitantes de Pasto declaran que perdieron en su intento de ser libres en una comarca donde Dios, el Rey y el trabajo honrado los sustentaban el pan diario en medio de la alegría de hermanos.


    Ya el 4 de abril del año 1814, el Cabildo de Pasto responde a una misiva del General Antonio Nariño, en la cual conminaba al pueblo del Sur a deponer las armas y acoger las nuevas ideas independentistas so pena de ser víctimas de una incursión por parte de los ejércitos libertadores. Los pastusos responden con franqueza e hidalguía: “Nosotros hemos vivido satisfechos y contentos con nuestras leyes, gobiernos, usos y costumbres. De fuera nos han venido las perturbaciones y los días de tribulación...”


    A comienzos de la década del veinte los realistas prácticamente tenían completo dominio sobre la antigua Gobernación de Popayán, aunque el área marcadamente realista se encontraba al sur, cubriendo desde Popayán hasta Pasto, pasando por el Valle del Patía. Para Bolívar, y en general para todos los “patriotas” colombianos, era prioritario liberar esta zona, pues entendían que solo una acción combinada por el norte y por el sur permitiría someter a los realistas refugiados en Quito. La misión fue encomendada al general Manuel Valdés, quien no contó con un ejército fuerte que permitiera enfrentar a las guerrillas del Patía o a los irregulares ejércitos pastusos que, comandados por el coronel Basilio García, se movilizaban gracias —decían ellos— al fanatismo que les generaba los sermones del obispo Salvador Jiménez de Padilla.


    La derrota de los ejércitos patriotas coincidió con la llegada de comisionados de Bogotá, quienes negociaron un armisticio que estableció una línea divisoria en el río Mayo, quedando la zona de Popayán en poder de los patriotas y la de Pasto en el del Rey, mientras que las guerrillas patianas fueron desmovilizadas.


    En la década de 1820 Pasto respondería con redoblada reacción a los intentos de los patriotas de dominar la provincia. De este período data la acción de la guerrilla realista, liderada por el General Realista pastuso Agustín Agualongo y responsable de la derrota del Mariscal Sucre (en la Batalla de Guachi del 12 de septiembre de 1821) antecedida por la victoria realista en la Localidad de Genoy (el 2 de febrero de 1821). La aniquilación de los “patriotas” en esta última contienda habría sido de grandísimas proporciones si no se hubiera producido el armisticio pactado entre Bolívar y Morillo el 25 de noviembre de 1820, cuyos términos ponían fin a la “Guerra a Muerte” que suponía el exterminio del enemigo. El armisticio disponía la regularización de la guerra y dentro de ésta, la preservación de la vida de los prisioneros.


    El episodio de la Batalla de Bomboná o Batalla de Cariaco, que nunca ganó Simón Bolívar, cuyo ejército huyó despavorido para regresar al Trapiche (Cauca). Aunque esto ha sido manipuladoramente narrado como “retirada heroica” de Simón Bolivar. Una retirada en la Bolivar dejó abandonados, en el caserío de Consacá a 200 heridos, entre ellos el General Torres, enviándole 2000 pesos al Comandante español para los gastos de los heridos mientras tardaba en volver...


    La población de Pasto, en masa, luchó contra el ejército de Bolivar. La guerrilla realista de Pasto volvería a emprender nuevas acciones en la segunda parte de 1822 como respuesta a las victorias de Bolívar y Sucre que condujeron a la capitulación de Quito y Pasto. En esta ocasión aquélla entraría a una fase muy singular. Sus líderes Agustín Agualongo y Benito Boves procederían (luego de la capitulación de Pasto en junio de 1822) a fugarse de la prisión y a tomar la ciudad, empresa en la que no contaron con el apoyo ni del clero ni de los notables aún cuando ésta se llevara a cabo en nombre de la causa del Rey.


    El fragor de la guerra duraría en Pasto hasta finales de 1822 al ocupar Sucre la capital provincial el 24 de diciembre de 1822. Sucre marchó a someter Pasto pero tuvo dificultades en el Guáitara y debió refugiarse, hasta superarlos, en Túquerres. Posteriormente paso el Guáitara, triunfó en Taindala y penetró en Pasto, el 24 de diciembre de 1822, en medio de crueles combates. A esto sucedería la siniestra “Nochebuena pastusa” en la que el ejército “patriota” cometió toda clase de desafueros, tan bárbaros que se presentaron como salvajes hordas destructivas, que asesinaron niños y violaron mujeres, entregados a la violencia con desesperación.


    La lectura de libro “Estudios sobre la Vida de Bolívar” del humanista pastuso José Rafael Sañudo, pone al descubierto las atrocidades de los “patriotas” en su paso criminal por Pasto. Leyendo ese libro, se comprende la resistencia de un pueblo al embiste brutal de una independencia no querida. A los héroes de Pasto, por haber vencido en Bomboná “se los cosió por la espalda, alanceados y arrojados al vórtice horripilante del Guaítara”. En ese libro se conoce la terrible noche del 24 de diciembre de 1822, la “Nochebuena fastuosa” donde “las manos de Sucre conocieron la vergonzante sangre de sus hermanos pastuosos torturados, vencidos y humillados. Las violaciones y la crueldad con que se enseñaron contra los habitantes de Pasto, obligaron a los pastuosos a defenderse con todo su ardor y valentía en defensa de su propia vida. Pero se acallan las voces de la historia cuando toda ésta hecatombe pudo evitarse si Simón Bolívar hubiese hecho caso de las palabras de Santander al advertirle éste sobre lo equivocado que era manejar a Pasto como se lo proponía, pues llevaría a confrontaciones innecesarias. La historia ha demostrado que tales palabras no fueron escuchadas y que primó la terquedad de Bolívar.”


    El mismo jefe patriota Obando dice: “No sé cómo pudo caber en un hombre tan moral, humano e ilustrado como el general Sucre, la medida altamente impolítica y sobremanera cruel, de entregar aquella ciudad a muchos días de saqueo, de asesinatos y de cuanta iniquidad es capaz la licencia armada: las puertas de los domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa, al hermano y hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas; hubo madre que en su despecho saliese a la calle llevando a su hija de la mano para entregada al soldado blanco, antes que otro negro dispusiese de su inocencia; los templos llenos de depósitos y de refugiadas, fueron también asaltados y saqueados; la decencia se resiste a referir por menor tantos actos de inmoralidad ejecutados en un pueblo entero que de boca en boca ha trasmitido sus quejas a la posteridad.” [Francisco Zuluaga, José María Obando: De soldado realista a caudillo republicano (Bogotá: Banco Popular, 1988), y Guerrilla y sociedad en el Patía (Cali: Ed. Facultad de Humanidades, Universidad del Valle, 1993).]


    “La esforzada resistencia de los pastusos habría inmortalizado la causa más santa ó más errónea, si no hubiera sido manchada por los más feroces hechos de sangrienta barbarie con que jamás se ha caracterizado la sociedad más inhumana; y en desdoro de las armas republicanas, fuerza es hacer constar que se ejercieron odiosas represalias, allí donde una generosa conmiseración por la humanidad habría sido, a no dudarlo, más prestigiosa que el ánimo de los rudos adversarios contra quienes luchaban para atraerlos a adoptar un sistema menos repugnante a la civilización. Prisioneros degollados a sangre fría, niños recién nacidos arrancados del pecho materno, la castidad virginal violada, campos talados y habitaciones incendiadas, son horrores que han manchado las páginas de la historia militar de las armas colombianas en la primera época de la guerra de la independencia; no menos que la de las campañas contra los pastusos, pues algunos de los jefes empleados en la pacificación de estos parecían haberse reservado la inhumana de emular al mismo Boves en terribles actos de sangrienta barbarie. Los prisioneros fueron a veces atados de dos en dos, espalda con espalda, y arrojados desde las altas cimas que dominan el Guáitara, sobre las escarpadas rocas que impiden el libre curso de su torrente, perdiéndose sin eco, entre las horribles vivas de los inhumanos sacrificadores y el ronco estrépito de las impetuosas aguas, los gritos desesperados de las víctimas. Estos atroces asesinatos, en el lenguaje de moda entonces, fueron llamados matrimonios, como para aumentar la tortura de aquellos infelices, tornándoles cruel el de suyo grato recuerdo de los lazos que los ligaron a la sociedad en los días de su dicha. Declaraciones de sus mismos verdugos han descorrido el velo que debiera siempre ocultar estas crueldades inauditas.” [Daniel Florencio O’Leary, Memorias (Caracas: 1879).]


    De ingrata recordación son las palabras de Bolívar escritas a Santander y la masacre de pastusos permitida por Sucre, que permanecen en la memoria colectiva y salen a relucir cuando el pueblo pastuso se siente golpeado o abandonado por el gobierno centralista. Bolívar dice en su carta enviada desde Potosí: “Los pastusos debe ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte dando aquel país a una colonia militar. De otro modo, Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto o embarazo, aun cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos aunque demasiado merecidos…” [Jaime Álvarez S. J., citado por Francisco Insuasty Sansón, Antecedentes históricos de la Contraloría de Pasto 1937 – 2000 (Pasto: Printer, 2000), p. 38].


    Los historiadores tratan de justificar “el error histórico” de los pastusos aduciendo que la gesta libertadora, en su paso por Pasto, siempre lo hizo con la bayoneta de frente, con alevosía y sevicia, sin nunca tratar de entender las aspiraciones de este pueblo: Incendios, depredación, saqueo, hombres pastusos, amarrados por parejas y tirados al Río Güáitara, jóvenes y viejos arrancados de sus hogares y llevados de manera infame y burlesca a Junín y Ayacucho hicieron parte de la gesta emancipadora. Era tal el odio de los patriotas hacia los pastusos que, para completar el cuadro dantesco, hace 186 años, la noche del 24 de diciembre de 1822 el Gran Mariscal de Ayacucho, Sucre, de tan sólo 27 años de edad, permitió que la soldadesca del Batallón Rifles, hiciera lo que le diera en gana con Pasto y su población, en una jornada de sangre saqueo y locura de la que no escaparon niños, mujeres, ni viejos y en la que no se respetaron ni siquiera las iglesias. Por ejemplo, en el lugar donde hoy se encuentra la Catedral de Pasto, en tiempos pasados, estuvo la Capilla de San Francisco de Asís, destruida después de la profanación y saqueo que sufrió la ciudad durante los incidentes del 24 de diciembre de 1822.


    La violencia empleada por las tropas de Sucre para someter a los pastusos, los decretos de Bolívar, su aplicación por parte del Gral. Bartolomé Salóm y el Cnel. Juan José Flores y las represiones, fusilamientos, asesinatos y conscripciones forzadas llevados a cabo por este último, produjeron que se generalizara la rebelión en Pasto, ahora encabezada por Agustín Agualongo, quien derrotó a Flores en Anganoy el 12 de julio de 1823, haciéndolo huir a Popayán. Esto obligó al regreso de Bolívar, quien derrotó a Agualongo el 17 de julio de 1823 en Ibarra. Y nuevamente regresaron a Pasto las masacres.


    Leemos en las órdenes de Bolívar a Salóm: “Marchará Ud. a pacificar la Provincia de Pasto. Destruirá VS. a todos los bandidos que se han levantado contra la República. Mandará VS. partidas en todas direcciones, a destruir a estos facciosos. Las familias de todos ellos vendrán a Quito, para destinadas a Guayaquil. Los hombres que no se presenten para ser expulsados del territorio serán fusilados. Los que se presenten serán expulsados del país y mandados a Guayaquil. No quedarán en Pasto más que las familias mártires por la libertad. Se ofrecerá el territorio a las familias patriotas que lo quieran habitar. Las propiedades privadas de estos pueblos rebeldes, serán aplicadas a beneficio del ejército y del erario nacional.”


    Agualongo, fue fusilado en Popayán el 13 de julio de 1824, luego de haber sido herido en batalla y tomado preso en Barbacoas por el General José María Obando.


    En 1830 Sucre viajaba en una caravana que salió de Bogotá, integrada por el diputado Andrés García Téllez, hacendado de Cuenca, el sargento de caballería Lorenzo Caicedo, asistente de Sucre, el negro Francisco, sirviente de García, y dos arrieros con bestias de carga. Después de pasar por Popayán, el grupo de viajeros salió de La Venta (hoy La Unión), el 4 de junio de 1830. Al pasar por las montañas de Berruecos, cerca de Pasto, era asesinado. En el proceso del crimen de Berruecos fueron inculpadas las siguientes personas: el coronel Apolinar Morillo, Andrés Rodríguez y José Cruz, soldados peruanos licenciados del ejército, y el tolimense José Gregorio Rodríguez. Los tres últimos trabajaban como peones de José Erazo, un mestizo de la provincia de Pasto, que se consideró uno de los cómplices del crimen. A los 10 años del asesinato de Sucre, José Erazo cayó prisionero en Pasto, y en los interrogatorios confesó el crimen. En el proceso se dictó sentencia de muerte para el coronel Apolinar Morillo, además se acusó al general José María Obando como autor principal del asesinato; el coronel Morillo, antes de subir al patíbulo, acusó también a Obando. Sin embargo, el crimen sigue sin esclarecerse, por el sinnúmero de factores condicionantes que hay a su alrededor: causas políticas, caudillistas, regionalistas e inclusive familiares. La esposa de Sucre, la marquesa de Solanda, volvió a casarse, cumplido el primer año de duelo, con el general Isidoro Barriga, quien había sido su subalterno.


    En Chile, Pedro Ordóñez de Ceballos nos cuenta de las guerrillas realistas, las guerrillas bajo los caudillos Vicente Benavides, Juan Manuel Picó, el coronel Senosiain y los hermanos Pincheira, con el apoyo de grupos mapuches “...como no fueran de tres naciones, Pijaos, Taironas y Araucos, que son las tres naciones de la gente más valiente de las indias…”. Los indígenas reches o araucanos -hoy mapuches-, pelearon por las banderas realistas, a sabiendas que la seguridad de justicia que tenían se perdería en el caso de la independencia, tal y como sucedió, y los pehuenches proseguirán la llamada guerra a muerte contra las autoridades de Santiago en territorio continental y en el norte de la Patagonia argentina. El general chileno Manuel Bulnes logró derrotarlos en la batalla de las lagunas de Epulafquen el 14 de enero de 1832 en territorio de la actual Provincia del Neuquén (Argentina). El bando realista contó con el apoyo de los lafkenches cuyos principales caciques eran Huenchukir, Lincopi y Cheukemilla. Y los pehuenches, liderados por Martín Toriano, Chuika y Juan Nekulman, apoyaron también a los realistas, lo mismo que los grupos del área de Xruf-Xruf y los boroanos. Así como se alinearon con los realistas los wenteches encabezados por Mariwán (o Marihuán) cacique del área de Victoria y Mangin Weno (o Mañil Bueno) y su hijo Ñgidol Toki Kilapán.


    Los hermanos Pincheira fueron cuatro hermanos y dos hermanas. Eran originarios de la Zona de Parral en Chillán: Santos (fallecido en 1823), Pablo, José, Antonio (nacido por 1804 y fallecido en 1884), Rosario y Teresa Pincheira. Todos fueron hijos de Martín Pincheira. En un principio trabajaron como inquilinos en la hacienda realista de Manuel de Zañartu. Antonio, el mayor, llegó a ser cabo del ejército realista y combatió en Maipú.


    El virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela encargó al chileno Vicente Benavides para sostener la resistencia armada en las posesiones del sur, aprovechando el apoyo de los grupos indígenas. Benavides controló los territorios fronterizos al sur del río Biobío dividido en tres frentes. Los llanos centrales estaban a cargo de Benavides, el cura Juan Antonio Ferrebú comandó el sector costero y los hermanos Pincheira se dedicaron al área cordillerana.


    Benavides fue fusilado en 1822 y le sucedió por poco tiempo Juan Manuel Picó ya que fue asesinado en 1824, ese mismo año Ferrebú fue fusilado. Desde ese momento José Antonio Pincheira se mantuvo al frente de la guerrilla hasta su derrota en 1832.


    Si en un principio la guerrilla la integraron principalmente campesinos, pronto se unieron otros miembros buscados por los patriotas. La persecución de sospechosos realistas por parte de los patriotas y los abusos de la dictadura de O’Higgins llevaron a muchos a unirse a los rebeldes. Parte de la tropa patriota, desesperada por la necesidad y falta de sueldo, según informes de la época, fue a dar también a sus filas.


    De esa forma, el contingente de los Pincheira creció y se transformó en una gran fuerza. Los informes hablan de entre 500 y 1.000 hombres a caballo, todos estaban bajo un mando monolítico jerarquizado militarmente.


    Desde 1822 entraron en alianza con caciques pehuenches que le permitieron asentarse a ambos lados de la cordillera de los Andes. En tierras pehuenches actualmente correspondientes a la provincia argentina del Neuquén crearon una aldea de 6.000 habitantes en los ricos Valles de Varvarco donde llegaron a establecer un fortín y en Epulafquen. Los caciques Neculmán, El Mulato, Canumilla y Martín Toriano fueron aliados de los Pincheira.


    Entre 1817 y 1832 asaltaron numerosas veces Chillán, Parral, Linares hasta llegar a Talca, Curicó y San Fernando. Durante dos años, y tras una emboscada patriota, se radicaron en la Argentina y sus correrías alcanzaron a “Mendoza, San Luis, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires”, según el historiador Barros Arana.


    En 1823 Pablo y José Antonio Pincheira logran repeler el ataque de 1.000 soldados que atravesaron los pasos de Epulafquen y Pichachén al mando del coronel Clemente Lantaño y del sargento Carrero respectivamente.


    En 1825 el gobierno chileno comisionó al capitán Barnechea para intentar convencer a los Pincheira a que se integren al Ejército Chileno, además de ofrecer un tratado de paz a los caciques pehuenches. Estos caciques se reúnen en Cayanta y deciden aceptar la propuesta, pero sólo la cumplen los caciques Manquel (del Reñi Leuvú) y Lancamilla (de Malargüe), Caripil (del Nahueve) se mantiene neutral y Neculmán sigue aliado a los Pincheira. Poco después asaltan Parral comenzando la guerra a muerte.


    En 1827 atacaron el fuerte de Carmen de Patagones, izando la bandera española en él.


    Los Pincheira se mantuvieron como uno de los últimos bastiones realistas de Sudamérica.


    En Perú, las guerrillas realistas de Ica, Huamanga y Huancavélica, se desarrollan tras el repliegue del ejército de La Serna a su bastión de la Sierra. En el año de 1823 la creciente reputación de las armas reales lograron la adhesión de los pobladores de Tarma, Huancavelica, Acobamba, Palcamayo, Chupaca, Sicaya y muchos otras ciudades y villas de la Sierra Central peruana, el mismo virrey intervino en la organización de fuerzas irregulares que brindaron importantes servicios combatiendo a las guerrillas independentistas, informando de los movimientos enemigos y cubriendo las bajas que tan prolongada campaña causaba en el Ejército Real.


    Las guerrillas de Iquichanos continuaron su beligerancia contra el proyecto republicano más allá de la capitulación del virrey, bajo la dirección de Antonio Huachaca, líder indígena que empezó como combatiente contra la rebelión del Cuzco de 1814. Antonio Huachaca era un campesino indígena que luchó por la causa española, enfrentándose a los independentistas cuzqueños, en 1814. Huachaca juró defender a su Rey, a su patria España y a su Fe Católica. Tan grande fue su fidelidad y firmeza en el combate, que durante la Guerra de Separación, el Virrey lo recompensó ascendiéndolo al alto rango de Brigadier General de los Reales ejércitos del Perú. Tuvo, así mismo un papel destacado en la rebelión indígena de 1827 en Iquicha (Provincia de Ayacucho) que rechazó la república y reclamó el retorno de la monarquía española. Hay documentos en los que Huachaca explica que ve a las fuerzas independentistas y patriotas como extrañas, abusivas y hasta paganas. En esta rebelión indígena de 1827, Antonio Huachaca estuvo acompañado por otros líderes, todos ellos indígenas a excepción del francés Nicolás Soregui, comerciante y ex oficial del Ejército Español en Perú. Un movimiento de resistencia indígena contra la República, contra el “infame gobierno de la patria” como ellos decían. Por esta razón las represalias no se hicieron esperar; “En castigo por su militancia realista, la Provincia de Huanta fue grabada en 1825 con un impuesto de 50.000 pesos por orden del Libertador” (Méndez: 1992, p. 23). Esta militancia leal y persistente era de vieja data y había sido reconocida en 1821, cuando el Virrey La Serna le otorgó a la ciudad un escudo con una divisa que rezaba “Jamás desfalleció”. Se originó, por parte de la República, una represión indiscriminada contra las comunidades Iquichanas.

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    Re: Hay “otro” bicentenario



    El Catoblepasnúmero 109 • marzo 2011 • página 11
    Origen y significado
    de las Juntas Hispano-americanas de 1810


    Ramón Peralta Martínez

    Texto base de la conferencia pronunciada el 16 de diciembre de 2010, en el Centro Riojano de Madrid, organizada por Nódulo materialista


    1. Verdaderas causas de la revolución hispano-americana
    En 1810 se erigen en importantes ciudades hispano-americanas una serie de Juntas populares de Gobierno que vienen a sustituir a los gobiernos coloniales constituidos. Con la constitución de estas Juntas se inicia un proceso político revolucionario que acabará derivando años más tarde en la separación total de la América hispana respecto de su metrópoli europea, España, y, también, en la disgregación de la unidad de Hispano-América con la proclamación de independencia de nuevas naciones como Estados soberanos, nuevas naciones soberanas que, en general, serán la evolución independiente de los antiguos virreinatos y capitanías generales en que se organizaba político-administrativamente el Reino de Indias.
    Mucho se ha escrito sobre las Juntas que se constituyeron en las ciudades de Caracas, Cartagena de Indias, Buenos Aires, Santafé de Bogotá, Santiago de Chile y Quito entre abril y septiembre de 1810, incluso se ha afirmado que la creación de esas tempranas y revolucionarias Juntas de Gobierno respondían a un «natural» impulso separatista respecto de España. Pero nada más lejos de la realidad. El movimiento juntista hispano-americano solo se concibe dentro del proceso político hispánico referido a la ocupación napoleónica y a la consiguiente reacción del pueblo español frente a dicha agresión acaecida en la primavera de 1808. Esa reacción, ese movimiento de resistencia antifrancesa que surge en multitud de ciudades españolas, se articulará con la creación de Juntas patrióticas como expresión del autogobierno popular en sus territorios, que proclaman la independencia de la nación española, una nación que se encuentra sin su rey legítimo, Fernando VII, retenido en Francia por Napoleón quien decide sustituirle por su hermano José Bonaparte. Las Juntas territoriales niegan la legitimidad de ese nombramiento entendido como una usurpación y acuerdan constituir una Junta Central Suprema como órgano de gobierno de la España libre depositario de la soberanía y conformado por representantes de las Juntas territoriales.
    El pueblo español asume la soberanía que es a quien revierte al desaparecer el rey legítimo siendo como es que la tradición política hispánica expresada por los doctos varones de la Escuela de Salamanca (Suárez, Vitoria, Mariana, Vázquez de Menchaca) afirma con nitidez que la soberanía reside en la comunidad del pueblo desde donde se deriva al rey como gobernante legítimo.
    La Junta Central, con sede en Sevilla durante todo el año 2009, dirige la guerra de independencia frente al ejército más poderoso de Europa. Pero en enero de 2010 las tropas francesas consiguen irrumpir en Andalucía y ocupar finalmente la ciudad de Sevilla. La Junta Central se disuelve y se acuerda la creación de un Consejo de Regencia como órgano soberano de gobierno sucesor de aquella Junta que se instala en la ciudad libre de Cádiz que no pudo ser capturada por el invasor napoleónico.
    ¿Qué sucedía entre tanto en la América Española? Lo primero que debe responderse a este interrogante es que fue el principio de adhesión leal al rey legítimo, Fernando VII, el elemento determinante de la revolución hispano-americana que se iniciaba en aquel año de 1810, una adhesión en bloque como «Reino de Indias», una de las dos partes constituyentes de la Monarquía Hispánica desde el siglo XVI: España e Indias; concretamente desde la Real Cédula de 1519 emitida por el rey Carlos I, documento en el que se autodeniega su potestad de autodisposición y la de sus sucesores los reyes de España respecto de las Islas y Tierras americanas, desde entonces nombrado oficialmente como Reino de Indias{1}. Desde ese momento se concibe Hispano-América primero como una unidad que no debe ser dividida ni amputada y, segundo, como una entidad diferenciada de España constituida por el territorio peninsular e islas adyacentes. Así pues, el rey de España gobierna legítimamente sobre dos territorios diferenciados y unitarios, España e Indias, unidos bajo una misma corona.
    Entonces lo que se proclama unánimemente en Hispano-América como Reino de Indias aquel año de 1810 es el reconocimiento y mantenimiento de la monarquía legítima representada por Fernando VII como única cabeza del espacio unitario y diferenciado que es Hispano-América. La proclamación de fidelidad a Fernando VII{2} supone el rechazo frontal del espurio e ilegítimo rey francés impuesto, José Bonaparte como usurpador, falso rey. Y es que la revolución hispano-americana no fue en absoluto antihispánica, siendo una variante regional de la revolución española que en aquellos momentos tenía lugar en la Península. A lo que se aspiraba en el nuevo mundo era a una unión más perfecta y consentida con la metrópoli con la finalidad de conseguir un reajuste político-administrativo general de la monarquía y, particularmente, obtener una mayor igualdad y una mayor autonomía pero siempre de la unidad general hispánica. Fueron causas posteriores las que desviaron la dirección inicial de la revolución americana que son las dieron el carácter separatista y disgregador final.
    La independencia de Estados Unidos, acaecida ya hace más de tres décadas, no fue causa determinante de la revolución hispano-americana de 1810 siendo ésta un movimiento político autóctono de reajuste hispánico y no de separación precipitado por la invasión napoleónica de la Península. Tampoco la desigualdad entre criollos y españoles para la provisión de cargos públicos justificó la revolución americana pues nunca existió desigualdad jurídica formal entre españoles europeos y españoles americanos (criollos y mestizos). La selección de los cargos públicos dependía esencialmente del criterio y las preferencias del gobernante de turno algo que no tenía que ver con el "sistema de gobierno". Algunos "clásicos" invocan también el monopolio comercial como causa determinante de la revolución americana. Primero hay que decir que todas las naciones colonizadoras de Europa consideraban el monopolio como sistema principal. Además, el libre comercio no beneficiaba más que a algunas zonas de Hispano-América como sucedía sólo con ciudades portuarias exportadoras. Las trabas comerciales, sin embargo, beneficiaban a muchas regiones permitiendo el desarrollo de industrias rudimentarias o nacientes. Las industrias manufactureras se sentían más protegidas con el sistema de monopolio mientras que en las regiones de economía ganadera o minera se tenía más interés en la libertad de cambios.
    Podemos destacar algunas causas que influyeron determinantemente en el cambio político: la crítica del favoritismo de los gobernantes peninsulares en la designación de cargos públicos; el déficit permanente en la hacienda pública debido sobre todo a las guerras internacionales y también a la debilidad de la industria y la falta de marina mercante; el mal funcionamiento de la administración de justicia bajo un régimen lento, de expediente difícil; el estado de guerras continuas en el que se encontraba España a causa de la perjudicial alianza contraida con Francia; el centralismo cada vez más acentuado de los Borbones, así como la influencia de las reformas y nuevas corrientes filosófico-políticas que recorría Europa a finales del siglo XVIII.
    Otros motivos que también marcaban la tendencia a los cambios eran la coexistencia problemática entre razas y subrazas, oponiéndose siempre los criollos a la elevación de aquellas personas cuya filiación consideraban dudosa; la gran diferenciación geográfica en el inmenso espacio hispano-americano conviniendo a algunas provincias un régimen de libertad comercial y a otras un régimen de trabas; la situación privilegiada que reclamaban los descendientes de conquistadores y primeros pobladores y los nobles venidos a América desde España con relación a las gentes trabajadoras o, incluso, los problemas derivados de la expulsión de los jesuitas.
    Sin duda alguna el concreto motivo desencadenante de la revolución hispánica en su conjunto euro-americano será la usurpación napoleónica ejecutada a primeros de mayo de 1808 con la retención del rey Fernando VII en suelo francés y obligado a ceder la Corona de España a Napoleón Bonaparte quien a su vez la otorgó a su hermano José. Fue una España sin rey legítimo la que se levantó casi unánimemente contra el usurpador-invasor francés, emprendiendo junto a la también conmovida Hispano-América –la otra parte constitutiva de la Monarquía Hispánica– el movimiento dirigido a reformar el orden político existente en orden a reorganizar dicha monarquía sobre bases constitucionales en superación del carácter absolutista-centralista de la misma.
    La revolución americana surge a partir del principio de adhesión al rey legítimo, Fernando VII, con el consiguiente rechazo del usurpador francés. Como hemos dicho no existe ningún ánimo separatista en el seno de las Juntas patrióticas que se forman entre abril y septiembre de 1810. Serían causas posteriores las que, años más tarde, harán desembocar la revolución en la independencia absoluta respecto de España cuando en 1810 eran muy pocos los criollos separatistas.
    2. La Junta de Cádiz y la formación de las Juntas Hispano-americanas
    Entre abril y septiembre de 1810 se produce en la América hispana un movimiento político juntista que afecta a importantes de la misma aunque sin llegar a ser general. La formación de una serie de Juntas patrióticas de autogobierno es lo que inicia la revolución americana, como hemos visto, una revolución estrechamente ligada a lo que sucede en la metrópoli en aquellos mismos años. Y es que el detonante de la explosión juntista de 1810 son los sucesos que tienen lugar en España en los dos primeros meses de ese año. El 31 de enero se disuelve la Junta Central como órgano de gobierno de la España libre a la vez que se constituye el Consejo de Regencia que sustituye a aquella autoridad.
    Pero, y aquí viene el dato fundamental respecto del juntismo hispano-americano, el día 27 de ese mismo enero se constituye la Junta Popular o Ciudadana de Cádiz, una Junta que desde su instalación se colocó, respecto a América, en la misma posición preponderante que había ganado la Junta de Sevilla desde 1808 una vez que esta ciudad fue el ejército francés. El Consejo de Regencia actuaba sin duda muy condicionado por las exigencias de la Junta gaditana. Así, los emisarios que la regencia envió a los territorios americanos para gestionar el reconocimiento de su autoridad heredera de la Junta Central también portaron comisión de la Junta de Cádiz para promover su régimen provisional y ciudadano de gobierno. Este dato es capital para poder comprender los sucesos revolucionarios que condujeron a la formación de las Juntas ciudadanas de gobierno en distintas ciudades hispano-americanas.
    A primeros de marzo de 1810 parten de Cádiz en misión del Consejo de Regencia para los territorios de Venezuela, Nueva Granada, y Perú Carlos Montúfar, Antonio Villavicencio y José de Cos Iriberri. Estos señores, además de las instrucciones que traían de la Regencia y que los otorgaba representación oficial, eran portadores de la «Proclama de la Junta Superior de Cádiz a la América Española». Esta Proclama debe entenderse en el marco del proceso juntista-revolucionario español iniciado en la primavera de 1808 tras la defección del rey Fernando y la verificación de la ocupación francesa del país, un proceso en el que las Juntas se reclaman depositarias de la soberanía en ausencia de rey legítimo. La Proclama gaditana se caracteriza por un fuerte sentido crítico respecto del «mal gobierno» de la Junta Central y, reconociendo la autoridad suprema del Consejo de Regencia, justifica su instalación por la necesidad de establecer mayores garantías para la libertad civil de españoles y americanos. Podemos extractar un párrafo especialmente trascendente en relación a los hechos que posteriormente sucederán en territorio americano:
    «Mas para que el gobierno de Cádiz tuviese toda la representación legal y la confianza de los ciudadanos, cuyos destinos más preciosos se le confían, se procedió a petición del pueblo y protesta de su síndico a formar una Junta de Gobierno que nombrada solemne y legalmente por la totalidad del vecindario, reuniese sus votos, representase sus voluntades y cuidase sus intereses. Verificóse así y sin convulsión, sin agitación, sin tumulto, con el decoro y concierto que conviene a los hombres libres y fuertes, han sido elegidos por todos los vecinos, escogidos de entre todos y destinados al bien de todos, los individuos que componen la Junta Superior de Cádiz: Junta cuya formación deberá servir de modelo en adelante a los pueblos que quieran elegirse un gobierno representativo digno de su confianza.»{3}
    Esta Proclama, fechada el 28 de febrero de 1810, supone una clara invitación de la Junta de Cádiz a los americanos para que sustituyan a las autoridades absolutistas constituidas y reputadas por su «mal gobierno» por gobiernos locales de origen popular electivo. Entonces, bajo el concepto de «Pueblo Libre», de lo que ahora se trata es de analizar cómo y de qué manera fue recibida la invitación gaditana en los territorios hispano-americanos adonde llegó.
    Caracas. 19 de abril de 1810
    Montúfar, Villavicencio y Cos desembarcan en La Guaira el 17 de abril y llegan a Caracas al día siguiente. Su misión, además del reconocimiento del Consejo de Regencia, es también entregar al gobierno y pueblo caraqueño la Proclama de la Junta de Cádiz, documento de carácter público que no debía ser ocultado de ninguna manera por los comisionados regios.
    No se puede poner en duda, pues, la decisiva, mejor, determinante influencia de dicha Proclama en los acontecimientos que se desencadenarán al día siguiente, sucesos que repiten el proceso gaditano. Los comisionados llegaban con la idea de aconsejar y patrocinar la aplicación de la «regla de Cádiz», concretamente allí donde los gobernantes fueran tachables de afrancesamiento o de fernandismo tibio o dudoso o donde los gobernantes se desempeñaran de modo despótico y contra la voluntad mayoritaria del pueblo siendo malquerido por éste. Justamente en esta situación se hallaba el Capitán General de Venezuela, Vicente Emparán, así como las otras autoridades tales como el Intendente del Ejército y Real Hacienda, Basadre, el auditor José Vicente Anca y la mayoría de los oidores.
    El documento de la Junta de Cádiz llegaba a Caracas el día 18 de abril de manos del bogotano Villavicencio y el quiteño Montúfar mientras que el chileno Cos permaneció, enfermo, en el Puerto de La Guaira. Con respecto a ellos y a los sucesos de aquellas horas dice el cronista Díaz{4}:
    «Toda la mañana del Miércoles Santo 18 de abril se pasó esta expectación agitada. Al mediodía llegaron a Caracas los comisionados Villavicencio y Montúfar; cabalmente dos hombres sediciosos por carácter y los más propios para dar impulso a la rebelión… Al momento fueron rodeados y abrazados por los Montillas, Bolívares, Sojos y demás de la gavilla. No perdieron tiempo los conjurados. En aquella misma tarde resolvieron (después de desechada la proposición de asesinar por la noche al Gobernador cuando saliese de la casa de sociedad, a donde incautamente concurría como un simple particular) que a las ocho de la mañana siguiente fuese llamado al Ayuntamiento, y obligado a resignar el mando en una Junta de la que él sería Presidente; la misma Junta con que aun permanecían alucinados los oligarcas»;
    una Junta que se proclamaba soberana asumiendo los derechos del pueblo de Venezuela siendo como es que la soberanía reside en la comunidad del pueblo a donde ha revertido tras la ausencia de rey legítimo y la amenaza real de la agresión de un usurpador extranjero.
    Constituida la Junta de Caracas el día 19 de abril, todo revela las claras afinidades de modo y forma con el proceso gaditano, teniendo bien claro los juntistas que había justificados motivos para aplicar sin vacilar la regla de Cádiz. Así, en las instrucciones de la Junta para sus comisionados en Londres se afirma lo siguiente:
    «Por otra parte, en el estado en que las más auténticas noticias nos pintaban a la Metropoli, no había más partido saludable para los Americanos que imitar el exemplo mismo de las Provincias de España, cada una de las cuáles formó una Junta compuesta de individuos de su confianza.»
    No existe duda acerca de la presencia activa de Villavicencio y Montúfar en los sucesos de Caracas del 19 de abril según noticias que envían al Virrey de Santafé con fecha de 10 de mayo{5}. Por oficio del Cabildo de Caracas a la Regencia sabemos que salieron de Venezuela por La Guayra el 30 de abril, pero no en la goleta S.M. Carmen que les trajo desde Europa, ya que ésta había seguido con Cos de Iriberri hasta Porto-Belo, sino que viajan rumbo a Cartagena de Indias en barco habilitado y pagado por la Junta de Caracas, en perfecta armonía con ella y con el nuevo régimen. En el citado oficio, con fecha de 8 de junio, se dice lo siguiente a este respecto{6}:
    «Baxo estos inalterables principios ha prometido una acogida fraternal a los Españoles Europeos y ha proporcionado a todos los empleados que han llegado a nuestros puertos quantos auxilios han solicitado para el desempeño y buen éxito de sus comisiones. Entre ellos han sido últimamente el capitán de fragata Don Antonio Villavicencio y el Teniente Coronel Don Carlos Montúfar que habiendo sido abandonados por la Goleta S. M. Carmen, fueron habilitados y costeados por este gobierno hasta el puerto de Cartagena y socorridos a su satisfacción en sus urgencias personales.»
    Cartagena de Indias. 22 de Mayo
    Cronológicamente, la de Cartagena de Indias será la segunda de las Juntas hispano-americanas instaladas en 1810 (22 de mayo). Los comisionados Villavicencio y Montúfar desembarcan el día 8 de mayo en la ciudad caribeña. La ciudad se halla gobernada por el General de Marina Francisco Montes desde el 8 de octubre de 1809. La «regla de Cádiz», como ya sabemos, era de aplicación preferente respecto de gobernantes despóticos, incapaces o afrancesados y Montes iba a resultar un objetivo muy adecuado respecto de dicha aplicación, siendo como era odiado por los más de sus gobernados, tachado de déspota, criticado agriamente por sus medidas contrarias al buen orden y fomento de la paz, tan necesitadas en aquellos momentos.
    La solución adoptada por los ciudadanos de Cádiz sería adoptada también en Cartagena de Indias sin que de ello se dedujera afán separatista alguno u hostilidad hacia España cuando era de la misma España de donde procedía dicha solución. La situación de grave crisis por causa de un mal gobernante y de algunos vecinos peninsulares afines al mismo es lo que motivó la acción del Cabildo de Cartagena dirigida al autogobierno. Así, en un oficio dirigido al comisionado regio, con fecha de 22 de mayo, este Cabildo afirma:
    «El Muy Ilustre Cabildo de esta Ciudad, a instancias y expreso pedimento del Síndico Procurador personero del Común, teniendo presente y meditando detenida y profundamente cuanto le ha expuesto en razón de las causas, razones y saludables fines que convencen la necesidad indispensable de establecer en esta plaza una Junta de Gobierno por el modelo que propone la de Cádiz para precavernos contra los diferentes géneros de funestos peligros a que están expuestos todos los dominios de S. M.»
    Sin embargo, el establecimiento de la Junta de Gobierno a partir de la «regla de Cádiz» no fue integral, sino que se decidió finalmente nombrar a dos diputados del Cabildo como acompañantes del gobernador Montes, una solución acorde con la tradición de la Legislación española. El propio Villavicencio nos explica esta modificación aplicada en Cartagena en un oficio dirigido a primeros de junio a la Regencia, partiendo del temor a que demasiados gobiernos locales completamente autónomos terminaran por dispersar y desorganizar los distintos territorios del Reino de Indias:
    «En mi oficio de 27 de mayo próximo pasado, di cuenta a V.E. entre otras cosas, todas de gravedad, de las causas, motivos y circunstancias imperiosas que habían obligado a este Ilustre Ayuntamiento (de Cartagena) a adoptar el temperamento propuesto por el Señor Don Antonio Narváez y = la Torre, electo Representante de este Reino para la Suprema Junta Central, al que no se puede menos de prestar mi aceptación, para evitar males mayores, de que el Gobernador de esta plaza y Provincia, Don Francisco Montes, se asociase para toda la administración de ella, con dos Diputados del Ayuntamiento, sustituyendo provisionalmente esta medida legal a la formación de una Junta provincial por el modelo de la establecida en la ciudad de Cádiz, mientras que con más pulso y madurez, y con la presencia de la voluntad de las demás Provincias del reino, se organizaba un establecimiento más sólido y uniforme, del cual trata el adjunto impreso que dirijo a manos de V.E., el cual también comprende una relación de los últimos procedimientos de este Ayuntamiento.»
    No cabe duda, pues, de que esta Junta provisional de Cartagena entronca sus orígenes con la Junta de Cádiz constituida cuatro meses antes.
    Buenos Aires. 25 de Mayo
    Buenos Aires fue la tercera ciudad en la que se formó un gobierno juntista en fecha de 25 de mayo de 1810. El virrey Hidalgo de Cisneros es depuesto constituyéndose entonces una Junta popular de gobierno con representantes de cada Cabildo del interior, una Junta para el autogobierno pero reconociendo la autoridad de Fernando VII, y nunca para formar un nuevo Estado. Se trata ahora de determinar si los protagonistas del Cabildo de Mayo fueron influidos determinantemente por la Proclama realizada bajo el signo del «Pueblo Libre» de Cádiz, considerando que la acción de los comisionados regios Villavicencio y Montúfar no pudo alcanzar las tierras del Plata.
    Lo primero que debemos tener en cuenta es que los buques que arriban al río de la Plata en el mes de mayo y antes de las jornadas revolucionarias de haber hecho escala en Cádiz o proceder directamente de esta ciudad habrían dejado dicho puerto en algún día de las tres primeras semanas del mes de marzo. Recordemos que el documento de la Junta de Cádiz está fechado en 28 de febrero y que durante este mes el puerto de Cádiz estuvo clausurado. Entonces, la Proclama gaditana pudo llegar a Buenos Aires en alguna nave que partiera de Cádiz dentro de los primeros veinte días de marzo y ello siempre antes de la Gran Semana revolucionaria. Son varios los buques que desde Cádiz o haciendo escala en esta ciudad arriban a los puertos de Montevideo y Buenos Aires entre el 13 y el 20 de mayo de 2010{7}.
    Así pues, sobraron los posibles conductores de la Proclama de la Junta de Cádiz hasta Buenos Aires, lo que nos permite afirmar que el documento gaditano fue elemento decisivo en el desencadenamiento de los sucesos revolucionarios que desembocan en la célebre jornada del 25 de mayo. Resulta, además, que la Proclama en cuestión fue parcialmente reimprimida en el Suplemento de la Gazeta Extraordinaria de 9 de junio, lo que también nos permite considerar justificadamente que ya llevaba largo tiempo en Buenos Aires. Esto es lo que literalmente transcribe la Gazeta del documento gaditano, párrafos que adjuntamos aquí por su significado y relevancia:
    «Desde el momento que oyó que los enemigos habían invadido la Andalucía y se encaminaban a Sevilla, el Pueblo en vez de abatirse hizo ver una energía digna en todo de la augusta causa a cuya defensa se ha consagrado. Habló sola la voz del patriotismo, y callaron todas las ilusiones de la ambición. Xefes y subalternos a porfía dan muestra de desprendimiento y generosidad. Dio el primero exemplo de ello el Gobernador de la Plaza que al anunciar al Ayuntamiento la ventaja del enemigo y el peligro de Andalucía, se manifestó pronto a resignar el mando en quien el pueblo tuviese mayor confianza reservándose servir a la patria en calidad de simple soldado. No lo consintió así el Ayuntamiento, ni a nombre del Pueblo el Síndico que le representa en él; y el General que tantas pruebas de desinterés, de valor y de patriotismo ha dado en el curso de esta Revolución quedó nuevamente encargado de la autoridad militar y política de la Plaza por la voluntad del pueblo, que ama su carácter, confía en sus talentos y respeta sus virtudes.
    Más para que el Gobierno de Cádiz tuviese toda la representación legal y toda la confianza de sus ciudadanos, cuyos destinos más preciosos se le confían, se procedió a petición del pueblo y propuesta de su Síndico, a formar una Junta de Gobierno, que nombrada solemne y legalmente por la totalidad del vecindario, reuniese los votos, representase las voluntades y cuidase de los intereses. Verificóse así, y sin convulsión, sin agitación, sin tumulto, con el decoro y concierto que conviene a hombres libres y fuertes, escogidos de entre todos, y destinados al bien de todos los individuos que componen hoy la Junta superior de Cádiz: Junta cuya formación deberá servir de modelo en adelante a los pueblos que quieran elegirse un gobierno representativo digno de su confianza.»
    El Cabildo de Mayo, clara manifestación de la tradición política castellana de representatividad popular y de autogobierno local-territorial, parece ejecutar la Proclama de la Junta de Cádiz renovando el gobierno del territorio rioplatense desde la fidelidad al rey legítimo en lo que debemos considerar una expresión de patriotismo americano fuertemente hispanista a la vez que antijacobino y antibonapartista. La posterior independencia de toda dominación foránea sería consecuencia subsidiaria de determinados hechos futuros que acabarían produciéndose en los años siguientes.
    El virrey Hidalgo de Cisneros se fue enajenando las simpatías de los criollos bonaerenses, sobre todo respecto de los patricios con Martín Alzaga a la cabeza, arrestado en su domicilio el día 22 de mayo. Se le acusaba de dudoso fernandismo a causa de estar apadrinado por Martín de Garay, secretario de la Junta Central, al que excesivamente se le tachaba de afrancesado por distintos grupos de la Península; incluso se llegó a acusar al virrey de criptocarlotista por no tomar medidas de aseguramiento respecto de la extensa frontera con el Brasil portugués. Su falta de tacto y de sentido político junto a su escasa sintonía con los porteños acabaron convirtiéndole en víctima propicia a la que aplicar, como vemos, la «regla de Cádiz». La Gloria del 25 de mayo surge bajo el signo auspicioso del Pueblo Libre de Cádiz.. Y es que en el horizonte de los revolucionarios criollos está la renovación del régimen político vigente en sintonía con el liberalismo español (mayoritariamente tradicional, moderado, y nada jacobino) que venía desarrollándose desde las tres últimas décadas: reformar la monarquía absoluta transformándola en otra limitada, moderada, constitucional, en el seno de la cual se hallarían los territorios americanos ahora ampliamente autónomos respecto de la metrópoli peninsular.
    Santafé de Bogotá. 20 de Julio
    El día 20 de julio se instaura en Santafé de Bogotá, capital virreinal, una Junta ciudadana de Gobierno tras la destitución del virrey Amar. Podemos afirmar aquí sin lugar a dudas que fue la «regla de Cádiz» lo que motivó y justificó la revolución de los santafereños. Y es que el virrey Amar era muy mayoritariamente considerado un déspota, un corrupto y un tibio fernandista tanto por el patriciado urbano como por la masa popular. Amar, además de otros graves atropellos, había desterrado a destacados y apreciados vecinos de la capital virreinal como Rosillo, Nariño o el Oidor Miñano, hechos que le hacían odioso en la opinión de la ciudad y que, finalmente, le haría correr similar suerte que a su procónsul en Cartagena, Montes, en aplicación de la Proclama de la Junta de Cádiz publicada cinco meses antes.
    El comisionado regio Montúfar, que se dirigía hacia su ciudad de Quito, llega a Santafé el 17 de junio donde es seguro que daría a conocer la Proclama gaditana, movilizando con ello la opinión a favor de una solución juntista en aplicación de la misma ante el problema de la existencia de un virrey despótico y de dudoso fernandismo. No es casual, por tanto, que uno de los promotores de la revolución de julio, Azevedo Gómez, se dirigiera a su paisano Villavicencio en carta fechada el día 29 de junio bajo la impronta de las previas conversaciones con Montúfar. Extractamos de ella aquello que no deja lugar a dudas sobre el origen y motivación del movimiento juntista bogotano como justificada reacción contra una autoridad indigna de la confianza popular en tan graves circunstancias históricas:
    "La circunstancia de haber sido una de las víctimas que proscribió el despotismo en este Reino, por haberme dedicado con el ardor y celo propios de los buenos patricios y fieles vasallos a sostener los derechos de mi Patria combinándolos con los de nuestro legítimo soberano el señor Don Fernando VII, es uno de los más urgentes motivos que me hacen tomar la satisfacción de molestar a Vuestra Merced desde ahora. La relación adjunta reservada que he formado con rapidez de los hechos más sustanciales de nuestra historia política en estos dos años, dará a Vuestra Merced una ligera idea de la opresión en que vivimos y de lo mucho que tenemos que temer los defensores de la buena causa, si con la llegada de Vuestra Merced no se aminora el influjo del Divan, se atempera el sistema de Gobierno, modificándolo a las actuales circunstancias y arreglándolo a los principios que adoptó el pueblo libre de Cádiz.
    Cada instante que corre hace más necesario el establecimiento en esta capital de la Junta Superior de Gobierno, a imitación de la de Cádiz, y compuesta de Diputados elegidos por las Provincias y, provisionalmente, por el Cuerpo Municipal de la capital.»
    Cuando el comisionado regio Villavicencio llega a Santafé de Bogotá el 1 de agosto la revolución ya se había consumado hacía diez días pero ello no obsta a que colaborara intensamente en prepararla y apoyarla puesto al corriente del despotismo de Amar. Así sabemos que el 20 de mayo dirigía una comunicación "reservadísima" al cuestionado virrey donde se refiere a la conveniencia del establecimiento de una Junta Provincial en Cartagena y de que el virrey mismo formara una Junta Central en Santafé de la que dependieran las demás del virreinato neogranadino{8}. También por los extractos de Torres Lanzas sabemos que Villavicencio dirige una carta al Secretario de estado y del despacho de Indias en la que le informa de los atropellos y arbitrariedades cometidas por el Virrey, los Oidores y el Gobernador de Cartagena de Indias, advirtiendo de las tormentas que amenazan a aquellos dominios de la Nueva Granada{9}.
    El mal gobierno de Amar junto a su tibia adhesión al rey Fernando iban a desembocar en los sucesos de julio en aplicación concreta de la «regla de Cádiz» verificada en la sustitución del Virrey por una Junta popular de Gobierno al modo gaditano.
    Santiago de Chile. 18 de Septiembre
    Santiago de Chile será la quinta ciudad hispano-americana que sustituirá a los mandatarios del Antiguo Régimen por una Junta ciudadana de Gobierno. En el caso chileno, el Capitán General García Carrasco fue previamente sustituido en julio por el Conde de la Conquista, hecho que iba a facilitar, a preparar la acción juntista de septiembre. Así que en este caso el detestado gobernante absolutista, aborrecido especialmente por los capitalinos santiagueños, ya había sido depuesto conforme al derecho público español para los casos de aguda crisis local como sucedía entonces. Así pues, tenemos en Chile un caso diferente al de Santafé de Bogotá, influyendo decisivamente en este caso el pleito interno entre grupos y facciones criollos, el conflicto entre partidos, la lucha entre familias rivales enfrentadas por cargos públicos y puestos de honor.
    La solución a estos conflictos con la pretensión de satisfacer a todos se halló precisamente en la aplicación de la «regla de Cádiz» que fue la que se invocó en la jornada del 18 de septiembre para dotar de legitimidad el cambio político que se provocaba. Y no puede albergarse ninguna duda del conocimiento de la Proclama de la Junta de Cádiz por los santiagueños al menos desde finales del mes de junio en que ya se tenía noticia de la instalación de la Junta de Buenos Aires, según indica Juan Egaña en su obra Epocas y Hechos Memorables de Chile{10}.
    Lo que está claro, pues, es que la solución juntista apoyada en los principios políticos recogidos en la Proclama gaditana circula por Santiago más de dos meses antes de los sucesos del 18 de septiembre. Prueba definitiva de ello es un escrito que su origen en Buenos Aires aunque sin fecha de impresión, un escrito redactado en forma de catecismo de modo que se entabla un esclarecedor diálogo en los siguientes términos{11}:
    «Pregunta. Los Representantes hechos por nosotros, cómo se llaman?
    Respuesta. Junta
    P. Qué es Junta?
    R. Unos hombres buenos elegidos por sus conciudadanos para defender la pureza de la Religión, los derechos del Rey y las vidas y las propiedades de los vecinos.
    P. La Junta es según la voluntad de Dios?
    R. Sí Padre.
    P. Y a donde fue?
    R. A la Isla de León.
    P. Y desde allí podrá venir aquí?
    R. Sí Padre.
    P. Cuándo vendrá?
    R. El día del juicio.
    P. Cuándo será ese día de juicio?
    R. Cuándo Bonaparte acabe en España con las Provincias que le quedan.
    P. A qué ha de venir acá la Junta?
    R. A refugiarse entre nosotros y darnos cuenta de lo sucedido.
    P. Y para entonces, qué haremos todos?
    R. Levantarnos del sepulcro de nuestra esclavitud, para hacer con tiempo lo que ha hecho Buenos Ayres antes de que llegase la polvareda.
    P. Y los buenos ciudadanos a dónde irán?
    R. A sus haciendas, casas, y a descansar en el seno de sus familias, defendidos y guardados por la vigilancia de los que hayan nombrado para custodia de sus derechos, vidas y propiedades.
    P. Y los malos adónde irán?
    R. A Malvinas, Baldivia y Juan Fernández.
    P. Porqué creéis todo eso?
    R. Porque España lo ha dicho.
    P. Dónde lo ha dicho?
    R. En todos los papeles públicos que han remitido a las Américas desde el principio de la instalación del Consejo de Regencia - Junta de Cádiz, que son los últimos que nos han llegado.
    P. Y qué nos dicen en ellos?
    R. Que las Américas son partes integrantes de la Monarquía, que son pueblos libres, que gozan de los mismos privilegios y fueros que los de España, que depende de ellos mismos la suerte de los que les han de mandar, y que por la regla de Cádiz, elixan un gobierno digno de su confianza.
    P. Habéis entendido esta doctrina?
    R. Sí Padre, porque está muy clara.
    P. Y quál es el gobierno digno de nuestra confianza?
    R. El mismo que de España.
    P. Quál es el gobierno de España?
    R. La Junta.
    P. Pues qué, la Junta es buena?
    R. Sí Padre, buena y muy buena; porque de no haberla en España ni la hubiera ni la mandara.
    P. Es buena para todos?
    R. Sí Padre, para todos es buena, como todos la hagan reuniendo sus ideas al bien común sin preferir el particular.
    P. Pues por qué declaman algunos contra ella?
    R. Por malicia, o porque no la entienden.
    P. Quienes declaman por malicia?
    R. Aquellos infelices que olvidando la Religión de nuestros padres desean entronizar en estos dominios a Napoleón y difunden entre nosotros la anarquía y divisiones intestinas, para que seamos una débil presa de sus garras.
    ……………
    P. Según esto los que se empeñan a desautorizar a las Juntas, pintándolas como un monstruo destructor de las Américas, son enemigos de ellas y tratan de perderlas?
    R. Es de fe humana.
    P. Lo creéis así?
    R. Así lo creo.»
    La «regla de Cádiz» es citada expresamente en este curioso y revelador escrito propagandístico del juntismo como su base doctrinal, un escrito nítidamente hispanista, partidario de la unidad hispano-americana y de la causa del rey legítimo Fernando VII, manifestando la opinión popular inmensamente mayoritaria en América. Los juntistas de Santiago consiguen su propósito en la jornada del 18 de septiembre en que se instala la Junta de Gobierno reconociendo al rey y al Consejo de Regencia.
    La Junta de Santiago envía un oficio a dicho Consejo notificándole y justificando su creación teniendo presente cómo la Regencia consentía la Junta de Cádiz y la presentaba, incluso, como modelo. En el mismo sentido esto es lo que se afirma en el Acta del Congreso de 18 de septiembre, confirmación evidente del determinante influjo de la «regla de Cádiz»:
    «I teniendo en cuenta a la vista el decreto de 30 de abril espedido por el Supremo Consejo de Regencia de que se niega toda provisión y audiencia en materias de gracia y justicia, quedando sólo espedito su despacho en la de guerra, con consideración a que la misma Regencia en su manifiesto de catorce de febrero último ha remitido el de la instalación de la Junta de Cádiz advirtiendo a las Américas que esta podrá servir de modelo a los pueblos que quieran elejirse un gobierno digno de su confianza, proponiéndose que toda discordia de la capital provenía del deseo de igual establecimiento, con el fin de que se examinase y decidiese por todo el Congreso la lejitimidad de este negocio: oído el Procurador Jeneral que la mayor enerjía espuso las decisiones legales; i que a este pueblo asistían las mismas prerrogativas i derechos que a los de España para fijar un gobierno igual, especialmente quando no menos que aquellos se halla amenazado de enemigos i de las intrigas que hace más poderosa la distancia, necesitando a precaverlas i preparar su mejor defensa con cuyos antecedentes penetrado el mui ilustre Señor Presidente de los propios conocimientos i a ejemplo de lo que hizo el señor Gobernador de Cádiz que depositó toda su autoridad en el pueblo para que acordase el gobierno más digno de su confianza i más a propósito a la observancia de las leyes y conservación de estos dominios a su lejítimo dueño y desgraciado monarca el Señor Fernando VII.»
    Quito. 22 de Septiembre
    El día 22 de septiembre se constituye la Junta superior de Gobierno de Quito, que ponía fin al gobierno del Conde Ruiz de Castilla en el que concurrían todas las causas referidas por la Proclama de la Junta de Cádiz necesarias para motivar su deposición e inmediata sustitución por un gobierno de índole popular. Es notorio que el Gobernador de Quito carecía de la confianza popular por motivo de sus actos de despotismo, abusos, corrupción y fernandismo vacilante, además del suceso que a la postre resultó determinante como fue la matanza de patricios del día 2 de agosto.
    Aquí destaca como figura clave en el movimiento juntista quiteño Montúfar, natural de la ciudad, como ya sabemos uno de los tres comisionados regios que arribaran al puerto de La Guaira por el mes de abril junto a Villavicencio y Cos de Iriberri. Podemos afirmar que la Junta de Quito es obra fundamental de Montúfar, ateniéndonos a lo que él mismo comunica a Antonio Villavicencio en carta confidencial fechada en 21 de septiembre con lo que queda demostrada la filiación de esta Junta con la de Cádiz:
    «Antonio, mio amadísimo: ya puedes figurarte mi cuidado y agitaciones en el estado en que he encontrado esto, de descontento general, desconfianzas mutuas, odios y venganzas; pero cumpliendo mi deber como Comisionado Regio y como buen patricio, he trabajado infinito a fin de conseguir la unión, el orden y tranquilidad tan terriblemente turbados. Desde que llegué empecé a acordar con este pobre Jefe a quien han manejado a su arbitrio personas mal intencionadas. Su situación y la desesperación universal le han hecho entrar en todos los partidos que le he propuesto. Mañana queda instalada una Junta Superior de Gobierno, formada en todo según la de Cádiz; en el correo venidero te remitiré el acta acordada por la voluntad general del pueblo.»
    Con la Junta de Quito cerramos nuestro análisis de las ciudades que protagonizan el movimiento juntista de 1810 en tierras americanas, un movimiento que es aplicación concreta de lo remitido por la Junta de Cádiz a todos los americanos: que se aplique la «regla de Cádiz» allá donde reine el mal gobierno indigno de la confianza popular, el despotismo, la corrupción y el dudoso fernandismo; que como pueblos libres los pueblos hispano-americanos asuman la soberanía y la ejerzan constituyendo Juntas populares de Gobierno en aquellos territorios donde ello resulte necesario, suponiendo la destitución de los gobernantes culpables y opresores.
    Venezuela, Nueva Granada, Río de la Plata, y Chile son los territorios donde se produjeron sustituciones de autoridades del Antiguo Régimen por Juntas populares de Gobierno a imitación de la Junta de Cádiz. Ciudades habitadas mayoritariamente por criollos como Caracas, Cartagena de Indias, Buenos Aires, Santafé de Bogotá, Santiago de Chile y Quito vieron como el odio y la censura hacia sus gobernantes era encauzado por lao dispuesto en la Proclama de la Junta de Cádiz que, desde la España libre de Bonaparte, ofrecía una solución legítima y liberal, una salida a una situación que se hacía insostenible en las especiales circunstancias de aquel año de 1810 en que el ejército napoleónico ocupaba Andalucía provocando la disolución de la Junta Central y amenazando muy seriamente el orden monárquico-unitario hispánico vigente en ambos lados del Atlántico.
    Si en otras importantes ciudades hispano-americanas también pobladas mayoritariamente por criollos no hubo revoluciones juntistas sólo lo podemos explicar por el hecho de que sus gobernantes gozaban de confianza popular y, en absoluto, eran sospechosos de bonapartismo o de tibio fernandismo. Así sucedió con ciudades como Lima, Cuzco, Trujillo, Montevideo, Asunción, Guayaquil, Cuenca, Maracaibo, Coro, &c., en las que definitivamente no procedía la aplicación de la «regla de Cádiz», indiscutible origen del movimiento juntista de aquel fatídico año.
    Ultílogo
    El juntismo de 1810 surge, esencialmente, como respuesta americana a la Proclama de la Junta de Cádiz fechada el 14 de febrero de ese mismo año. Se trata de una solución patriótica-democrática anclada inicialmente en la legitimidad hispánica de aquel difícil momento ante una situación de invasión extranjera y usurpación de la Corona, legitimidad representada por el conjunto Consejo de Regencia - Junta de Cádiz, una solución que evitó mayores derramamientos de sangre entre personas de una misma nacionalidad, súbditos de una misma Corona.
    El juntismo de 1810 nace sin el más mínimo propósito separatista respecto de España, sin la más mínima intención de disgregar, de dispersar a los pueblos hispano-americanos, conscientes de conformar una gigantesca y común nacionalidad continental. Serán hechos posteriores a la erección de las Juntas los que acabarán conduciendo a los pueblos hispano-americanos por los caminos del separatismo y la disgregación. El movimiento juntista americano es réplica del juntismo peninsular desarrollado desde la primavera de 1808; surge de la determinación de quienes son españoles de pleno derecho, «españoles americanos» que es lo que eran los criollos como protagonistas del proceso, una determinación tomada con madurez y conocimiento y puesta en práctica con moderación y beneficencia.
    La revolución hispano-americana iniciada en aquellos meses de 1810 no es un tumultuario y violento suceso pasajero con proclamación de abstractas e impracticables teorías «igualitaristas» como las de la del Revolución Francesa. De lo que aquellos criollos tratan, siendo como son legalmente españoles, es, desde el convencimiento práctico y generalizado sobre la necesidad de una reforma política, de constituir un gobierno interino durante la ausencia del indiscutido rey legítimo y en espera de que se restablezca la monarquía, eso sí, ahora sobre nuevas y legítimas bases. Los americanos no piensan en separarse de la Corona de España a no ser que finalmente se les obligue a ello a causa de decisiones peninsulares equivocadas o perjudiciales para sus intereses. Los americanos están inquietos y preocupados por esperar gobierno y dirección de un país separado por un mar inmenso y casi del todo ocupado por enemigos extranjeros, el enemigo napoleónico que sueña también con tiranizar la América hispana, un enemigo que se siente como un peligro real en el nuevo mundo.
    Las Juntas americanas consideran que América o las Indias son parte constitutiva de la Monarquía Hispánica, pertenecientes legítimamente a la Corona de España poseyendo los mismos privilegios que sus estados en Europa. Lo que ahora consideran los criollos como españoles americanos es cómo deben hacer uso de sus derechos como pobladores de los territorios americanos en aquellas fatales circunstancias una vez que ha desaparecido la autoridad del rey legítimo como cabeza de la Monarquía, Repetimos, el juntismo de 1810 no tenía intención de destruir o disolver la Monarquía Hispánica, monarquía cuyo principio esencial es la unidad: Hispano-América o las Indias son una unidad que junto a España conforman dicha monarquía hispánica, y así es, como hemos visto, desde la Real Cédula de 1519 por la que el rey Carlos I pone los cimientos de la luego denominada «política de los dos hemisferios».
    Las posteriores Leyes de Indias declaraban que América era una parte o accesión de la Corona de Castilla que jamás pudiera dividirse ni enajenarse a rey extranjero. De la ocupación de España por un usurpador extranjero y del consiguiente impedimento o ausencia del rey legítimo es de donde deriva el derecho de los criollos al autogobierno, resistiéndose a toda enajenación del territorio, resistiéndose a la posible pretensión usurpadora del bonapartismo sobre los territorios americanos. Los hispano-americanos son conscientes de que, dentro de la genérica unidad hispánica representada por el rey, constituyen un espacio unitario y diferenciado de España: España e Indias son las partes constitutivas de la bicontinental Monarquía Hispánica y por ello mismo dos entidades diferenciadas. Y es que la revolución americana, repetimos, es una variante regional de la revolución española iniciada por las juntas patrióticas de 1808. Los criollos aspiran a una unión voluntaria y perfeccionada con la metrópoli, luchando, al igual que los peninsulares, por concretar una reforma política como reajuste político-administrativo deseando alcanzar particularmente una plena igualdad con la parte europea de la monarquía y una amplia autonomía respecto de la misma pero sin cuestionar la unidad de la monarquía. Fueron causas posteriores las que desviaron la inicial dirección de la revolución americana hacia el separatismo y la ruina ya no sólo de la unidad bicontinental hispánica sino de la propia unidad hispano-americana.
    Las motivaciones y características del juntismo de 1810 pueden resumirse en los siguientes puntos aclaratorios:
    —los movimientos de 1810 instalaron juntas provisionales de gobierno para preservar en cada lugar la soberanía de Fernando VII en cuanto rey legítimo, rechazando al usurpador francés;
    —en las Juntas constituidas no se manifiesta ninguna postura separatista sino una clara lealtad para con el rey Fernando y España; precisamente de la última Junta constituida en España, la de la ciudad de Cádiz, es de donde procede el impulso y el modelo de las Juntas hispano-americanas como Juntas populares de Gobierno
    —la formación de estas Juntas de Gobierno provienen de una larga tradición hispánica, propia del derecho castellano, y niegan, por tanto, cualquier influencia de los filósofos franceses de la «Ilustracíón»;
    —la teoría política que fundamenta la formación de las Juntas hispano-americanas deriva esencialmente de la Escuela de Salamanca de los siglos XVI y XVII (Vitoria, Vázquez de Menchaca, Suárez, Mariana) en cuya doctrina política se establece que la soberanía, que proviene de Dios, reside en todo caso en la comunidad del pueblo y que éste la delega en el rey como su gobernante legítimo; en ausencia o impedimento del rey legítimo la soberanía revierte en el pueblo. También fue notable la influencia de los escritos del mejor representante del liberalismo moderado o conservador español, nada jacobino, Gaspar de Jovellanos, partidario de armonizar la tradición jurídico-política hispánica de la monarquía limitada o templada con los conceptos propios del constitucionalismo contemporáneo. Los fundamentos teóricos de la revolución hispano-americana de 1810 no proceden ni de la «Ilustración» francesa ni de los revolucionarios anglo-americanos, como ciertos autores se empeñaron en hacernos creer.
    La revolución americana no nace desde la ilegalidad, podemos concluir, al menos hasta el restablecimiento del rey legítimo de España en 1813, considerando que las provincias americanas, puestas en iguales circunstancias que las provincias españolas, poseían los mismos derechos políticos en cuanto que están habitadas por españoles (americanos) con los mismos derechos. Durante ese periodo de 1810-1813 los hispano-americanos se han visto en la necesidad de ejercer funciones de autogobierno ante las circunstancias excepcionales y hostiles que padecía la monarquía, descabezada y usurpada, con una metrópoli ocupada por un ejército extranjero. Los revolucionarios criollos actúan desde su propia identidad, desde su propia tradición política. Constituyen gobiernos «revolucionarios» de Junta –autogobierno– sin ninguna intención separatista o disgregadora, fundamentalmente para evitar la anarquía que podría producirse en aquellas circunstancias excepcionales ante la amenaza de un posible despojo ejecutado por el usurpador bonapartista apoyándose en posibles gobernantes afrancesados, nunca reconocido como rey. Incluso, en los próceres criollos encontramos una clara predisposición a favor de sus hermanos peninsulares concretada en su voluntad expresada de auxiliarlos con la finalidad de ayudarlos en la superación de su desgracia.
    Patriotismo, hispanismo, constitucionalismo, antijacobinismo, antibonapartismo, antibrasileñismo, fidelidad al rey legítimo y, subsidiariamente, independencia de toda dominación extranjera. Este es el auténtico repertorio ideológico que preside la revolución americana de 1810 que supuso el establecimiento de regímenes de autogobierno como gobiernos autóctonos de emergencia ante la situación de ocupación bonapartista de España tras la invasión de Andalucía en enero de aquel año.
    Los criollos que protagonizan los sucesos revolucionarios coinciden notablemente con los liberales españoles: desean reformar las instituciones de la monarquía haciéndola constitucional y ya no absoluta, considerando los perjuicios que ocasiona al conjunto de los pueblos hispánicos el absolutismo monárquico del «despotismo ilustrado» dieciochesco de origen francés. Los hispano-americanos profesan ideas reformistas en cuanto a la transformación del sistema virreinal-institucional de América pero sin renegar de la monarquia, estando especialmente molestos con la reformas centralizadoras realizadas durante la segunda mitad del siglo XVIII tendentes a convertir en meras colonias los territorios americanos de la Monarquía.
    Será entonces durante el reinado de Carlos III de Borbón cuando comienza a considerarse en serio el conjunto de la Monarquía Hispánica como Estado-nación español del que los territorios americanos serían territorios meramente dependientes, administrados centralizadamente desde la capital de la Monarquía como colonias. Esto suponía un cambio sustancial en la consideración jurídico-política de la América hispana en cuanto Reino de Indias, espacio diferenciado conceptualmente de España como estado europeo de la monarquía. El Reino de Indias, en realidad con respecto a lo sustancial, es una asociación de repúblicas municipales de carácter hispánico y cristiano-católico, unidas en torno a la figura del rey, que se distinguían entre sí por sus privilegios (verdaderas «cartas pueblas»), sus riquezas o su posición geográfica, actuando con una amplia autonomía para la gestión de sus propios intereses. Esto es lo que comienza a cambiar con el reinado de Carlos III que impulsa la reorganización político-administrativa a partir de la creación de «Intendencias» siguiendo la tradición borbónico-francesa, lo que supuso, en la práctica, una mayor intervención y centralización desde la metrópoli provocando con ello incomodidades, ofensas y cada vez más fricciones con la amplia autonomía de facto de los criollos, una autonomía que venía desarrollándose desde el siglo XVI y que caracterizaba la sociedad política y la institucionalidad hispano-americanas.
    El concepto moderno de Estado-nación acuñado a fines del siglo XVIII («Ilustración», Revolución Francesa) asumido por las Cortes Constituyentes de Cádiz en relación al conjunto euro-americano de la Monarquía Hispánica (España e Indias) iba a ser el verdadero motivo originador del posterior separatismo americano: las Cortes de Cádiz quisieron convertir dicha monarquía dual con 300 años de existencia en una sola Nación Española atribuyéndose ésta en exclusiva el ejercicio de la soberanía. Efectivamente, ese mismo año de 1810, en septiembre, se abrían las Cortes Generales y Extraordinarias en la Cádiz a modo de verdadero Congreso Constituyente de la Nación Española, proclamándose el principio de la soberanía nacional en la sesión inaugural de las Cortes en la isla gaditana de León. Aquel congreso extraordinario convocado por la Junta Central el año anterior supone un hito decisivo del proceso político revolucionario iniciado por las Juntas territoriales en la primavera de 1808 en rechazo casi unánime del rey ilegítimo otorgado por Napoleón Bonaparte. La Junta Central en ausencia del rey legítimo y asumiendo, entonces, la soberanía que reside en la comunidad del pueblo, resolvía el conflicto acudiendo a la tradición política hispánica, esto es, convocando unas Cortes Generales como gran Junta Nacional representativa y soberana, cuya misión sería la de preservar la nacionalidad, su integridad e independencia, estableciendo la oportuna y necesaria reforma política de la monarquía.
    El proceso político hispano-americano, como sabemos, es indisociable del proceso político español. Ya hemos visto como el movimiento juntista de 1810 es consecuencia de la invasión de Andalucía por el ejército napoleónico lo que supuso la disolución de la Junta Central, la creación del Consejo de Regencia como nuevo gobierno legítimo de la Monarquía y la formación de la Junta ciudadana de Cádiz cuya Proclama a los americanos fue principal elemento desencadenante de la revolución juntista americana.
    Pues bien, será el efecto de la acción de las Cortes de Cádiz sobre América lo que acabará desencadenando la deriva separatista en los territorios americanos de la Monarquía. Las Cortes Españolas declaran expresamente que la soberanía –concepto polémico per se– reside en la nación; declaran, así mismo, que la América hispana forma con España una sola nación, la Nación Española, conformada por los españoles de los dos hemisferios, de modo que constituyen una sola soberanía política. Las Cortes de Cádiz han declarado, por tanto, que las provincias de ambos continentes no solo forman una sola nación sino que españoles e hispano-americanos (criollos y mestizos) gozan de igualdad de derechos de manera que éstos no solo tienen parte en la soberanía, sino igualdad en la participación de la soberanía o en la formación y composición de tal Congreso Extraordinario y Soberano.
    Esa igualdad de derechos debe traducirse en representación igual, debiendo los americanos nombrar diputados a Cortes según el mismo reglamento existente para el nombramiento de los diputados españoles. Pero esta equidad en la representación en Cortes no se produjo en ningún momento. Siendo la población hispano-americana representable de unos 13 millones de habitantes en relación a los 11 millones de españoles, su porcentaje en las Cortes gaditanas fue muy inferior al que equitativamente les correspondía siendo, como eran, algo más de la mitad de la población de la monarquía: sólo 27 de los 101 diputados reunidos en Cádiz, siendo suplentes 26 de ellos. Siendo como eran provincias de la misma monarquía, tan sin fundamento proceden los que se oponen a la igualdad de representación argumentando que entonces los americanos tendrían en las Cortes más influencia que los europeos, como los habitantes de Castilla la Nueva que por estar en ella la capital Madrid se quejasen de que todas las demás provincias europeas de la monarquía tienen más representantes que ella en las Cortes.
    La proclamación de una única y exclusiva «soberanía nacional» en la jornada inaugural de las Cortes de Cádiz expresada aquel 24 de septiembre de 1810 por el diputado Muñoz Torrero suponía la extinción del sistema de reinos y provincias diferenciados de España e Indias para engendrar una nueva forma política de la Monarquía Hispánica, dando cabida a una sola «Nación Española», planteando a los americanos, que pronto se dividirán entre juntistas y regentistas, una situación muy problemática en aquellas difíciles y excepcionales circunstancias.
    Conforme al derecho y tradición política hispánicos, en ausencia del rey legítimo la soberanía revierte a la comunidad existiendo dos entidades políticas diferenciadas desde su origen en el seno de la Monarquía Hispánica erigida a fines del siglo XV a partir de la Real Cédula de 1519 y nunca derogada, esto es, España e Indias. Cada reino o provincia recuperaba el derecho integral e indeclinable al uso de su soberanía y así mismo y en consecuencia, el de sólo cederlo a otro en cada caso particular. La revolución americana de 1810, concretada en el autogobierno proclamado por las distintas Juntas Populares, conducía precisamente a lo inverso de lo adoptado por las Cortes Generales y Extraordinarias reunidas en Cádiz en septiembre de ese mismo año. Las Cortes Españoles se adueñaron para sí de los derechos de soberanía con la intención de instaurar un inmenso Estado bicontinental fuertemente centralizado y dirigido por una exclusiva voluntad peninsular, desdeñando, entonces, el «federalismo» natural bihemisférico, fundado sobre una comunidad real de sangre, religión y cultura, encabezada por un solo rey legítimo como su señor natural.
    La proclamación de aquella soberanía nacional exclusiva y excluyente de la soberanía de las provincias americanas suponía, pues, una ruptura con la tradición hispánica de los dos reinos, víctimas en este punto los diputados españoles del influjo de la Francia revolucionaria modelada por la Asamblea Constituyente de 1791. Según el derecho y tradición hispánicos, la proclamación de semejante concepto de la soberanía nacional, reservada para los peninsulares y ejercida integralmente por éstos sobre el conjunto de la monarquía como peculiar compuesto político de España e Indias, suponía una especie de golpe de Estado consistente en abrogarse por un lado el derecho de una de las partes al total ejercicio de la soberanía y, por otro, la incorporación-asimilación lisa y llanamente de América a España.
    Tras la proclamación de aquella «soberanía nacional» y como consecuencia del ejercicio integral de la misma por las Cortes gaditanas, el texto de la Constitución finalmente aprobada en marzo de 1812 consagraba en diferentes disposiciones una plena centralización peninsular de los órganos del Estado incluido el poder legislativo. La imprudente y desmedida proclamación de dichas Cortes aquella sesión inaugural del 24 de septiembre es lo que acabaría por separar radicalmente a españoles y americanos de manera que sólo la anulación de aquella declaración con todas sus consecuencias y el consiguiente reconocimiento del viejo y arraigado principio de los dos reinos bajo una misma Corona, lo que incluye la unidad e intangibilidad del Reino de Indias, sólo ello podría haber restaurado la armonía entre americanos y españoles para poder recomponer así una unidad bicontinental hispánica de índole confederal y constitucional. Y es que la declaración de las Cortes de Cádiz suponía la subordinación injusta, y por ello intolerable, de los criollos a los peninsulares siendo iguales en derechos, una declaración revestida de legalidad al haber sido adoptada en Congreso Constituyente. No admitir aquella afrancesada declaración, no aceptar su vigencia que disminuía y perjudicaba a los españoles americanos, conllevaría la lucha por la emancipación. Los criollos que no lo pensasen así y no reaccionaran en consecuencia comprometían su reputación de buenos patriotas.
    Y en este punto, seducidos y apoyados por ingleses y anglo-americanos, así como convencidos por el retornado despotismo de Fernando VII en 1814, muchos criollos derivaron hacia la solución independentista, esto es, la separación radical de España, destruyendo finalmente la Monarquía Hispánica pero, también, disgregando, deshaciendo el unitario Reino de Indias, descompuesto ahora en una constelación de Repúblicas absolutamente independientes unas de otras. Ese fue el proceso que a partir de 1814 aniquiló, entonces, toda posibilidad de solución confederal entre España e Hispano-América como conjunto de provincias o Estados soberanos conformadores de una verdadera Patria Continental, una solución acorde con su comunidad de historia, sangre, cultura y religión, acorde con sus intereses comunes y con su tradición jurídico-política e integridad territorial. Y todo ello para beneficio principal de ingleses y estado-unidenses (divide y vencerás) en perjuicio evidente de españoles e hispano-americanos como lo demuestra inequívocamente la historia de los dos últimos siglos.
    Queda, pues, explicado el movimiento juntista americano de 1810 como una variante regional de la Revolución Hispánica, polarizada en torno a las ideas de reorganización de la monarquía sobre bases de reajuste constitucional que armonizasen las nuevas ideas de libertad civil y política con los institutos del viejo derecho español desplazados últimamente por el centralismo despótico y afrancesado de los Borbones. Finalmente, y en todo caso, después del año 1810 y por causas posteriores, crece y prospera el ideario separatista impulsado por dos motores hacia una convergencia: la total desvinculación de España y la disgregación hispano-americana.
    Notas
    {1} «Y porque es nuestra voluntad y lo hemos prometido y jurado –comienza el monarca– que siempre permanezcan unidas para su mayor perpetuidad y firmeza, prohibimos la enajenación de ellas (las tierras que componen el Reino de Indias americano, desde California hasta Tierra del Fuego). Y mandamos que en ningún tiempo puedan ser separadas de nuestra real corona de Castilla, desunidas ni divididas en todo o en parte ni a favor de ninguna persona. Y considerando la fidelidad de nuestros vasallos y los trabajos que los descubridores y pobladores pasaron en su descubrimiento y población, para que tengan mayor certeza y confianza de que siempre estarán y permanecerán unidas a nuestra real corona, prometemos y damos nuestra fe y palabra real Nos y los reyes nuestros sucesores de que para siempre jamás no serán enajenadas ni apartadas en todo o en parte, ni sus ciudades ni poblaciones, por ninguna causa o razón o a favor de ninguna persona; y si Nos o nuestros sucesores hiciéramos alguna donación o enajenación contra lo susodicho, sea nula, y por tal la declaramos.» Ver Camilo Barcia Trelles, Doctrina de Monroe y Cooperación Internacional, Valladolid 1931.
    {2} Fue en nombre del rey legítimo y sus derechos sobre América, Fernando VII, sobre lo que se fundamentó e inicíó la revolución juntista hispano-americana, y así se hizo con sinceridad y convencimiento de la inmensa mayoría de los criollos. Es una explicación falsa, tergiversada, la de la «máscara de Fernando», en el sentido de que la utilización del nombre del rey era una impostura que ocultaba el "verdadero" significado independentista de las juntas populares de 1810. Esta es una interpretación «a posteriori» de los hechos reales acaecidos aquel año, una interpretación interesada sin ningún fundamento en la realidad.
    {3} Proclama de la Junta Superior de Cádiz a la América Española de 28 de febrero de 1810, Colección Lafragua, vol. 393, copia en BN.
    {4} José Domingo Díaz, Recuerdos de la rebelión de Caracas, Imprenta de León Amarilla, Madrid 1829, p. 14.
    {5} Torres Lanzas, Catálogo de Legajos del Archivo de Indias, Tip. Zarzuela, Sevilla 1921-22, tomo II, p&aacut= e;g. 194
    {6} Ver El Español de José Blanco White, tomo I, pp. 245 y ss.
    {7} «John Parish», Fragata alemana, arriba el 13 de mayo a Montevideo; «San Juan Bautista», Bergantín español, llega a Montevideo el 13 de mayo; «Venerable», Fragata inglesa, llega el 18 de mayo a Buenos Aires; «Carmelita», Fragata española, llega a Montevideo el 17 de mayo; «Maranzana», Fragata española, arriba a Montevideo el 20 de mayo. Todas estas naves atracaron en el puerto de Cádiz dentro de los 20 primeros días de marzo, desde donde partieron a Sudamérica. Sobre este particular ver el libro de Felipe Ferreiro, La disgregación del Reyno de Indias, Barreiro y Ramos editores, Montevideo 1981, págs. 104 y ss.
    {8} Ver Torres Lanzas, op, cit., tomo II
    {9} Torres Lanzas, op. cit. tomo II.
    {10} Juan Egaña, «Epocas y Hechos Memorables de Chile 1810-1814», en Colección de Historiadores y documentos relativos a la Independencia de Chile, Imprenta Cervantes, tomo XIX.
    {11} Recogido por Ferreiro en La disgregación del Reyno de Indias, op. cit., págs. 112-114.



    Ramón Peralta Martínez, Origen y significado de las Juntas Hispano-americanas de 1810, El Catoblepas 109:11, 2011

  4. #44
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    De la Monarquía en América, el Reino de Quito y el posterior Estado de Ecuador. Historia Secreta de América -11- « coterraneus – el blog de Francisco Núñez Proaño

    De la Monarquía en América, el Reino de Quito

    y el posterior Estado de Ecuador. [1]

    Armas de la monarquía ecuatoriana. (Diseño por Francisco Núñez Proaño basado en documentos históricos ©)
    El tema del monarquismo en la América Latina del siglo XIX ha atraído poco interés académico. La mayoría de los estudios sobre las nuevas naciones sudamericanas en los primeros años de independencia se han concentrado en los problemas de liderazgo, redacción de constituciones, relaciones entre la Iglesia y el Estado, federalismo frente a centralismo, militarismo, desarrollo económico y desorden fiscal. El análisis de todos éstos temas es importante e ilumina la difícil transición de América Latina del colonialismo hacia la nacionalidad,pero ignorar o dar poca importancia al gran atractivo que tenían las formas y creencias monárquicas en la región sería eliminar un factor muy importante de la ecuación política.
    Quizá la relativa facilidad con que los Estados Unidos pasaron del gobierno monárquico británico al régimen republicano ha hecho que muchos latinoamericanistas norteamericanos subestimaran la importancia del monarquismo en la América Latina del siglo XIX. Cierto que los Estados Unidos vivieron tiempos difíciles como nación incipiente, especialmente durante el período de la Confederación, pero estas dificultades iniciales sirvieron más bien para estimular la tendencia hacia un gobierno central más fuerte, bajo una nueva Constitución, y no hacia una restauración de la monarquía.
    También es verdad que hubo algunos que creyeron en la superioridad del sistema monárquico, durante la Guerra de la Independencia norteamericana y aún después, pero en realidad el monarquismo nunca contó con numerosos adherentes serios, varias cartas de Thomas Jefferson y algunas de sus observaciones en The Anas han dado la impresión de que el monarquismo era una fuerza amenazadora en las décadas de 1780 y 1790. Sin embargo, Jefferson exageró mucho la influencia del pensamiento realista y distorsionó los puntos de vista de sus oponentes políticos. Gordon S. Wood y otros autores han demostrado que los americanos eran “republicanos por naturaleza” y que el monarquismo sólo tenía el apoyo de un puñado de figuras públicas.
    Los historiadores latinoamericanos saben bien que la experiencia política de las naciones latinoamericanas después de la independencia difiere marcadamente de la de los Estados Unidos. En América Latina los nuevos países están amenazados por dificultades mucho más graves que las que tuvieron que enfrentar los Estados Unidos. Dos de esas naciones, Brasil y México, escogieron la monarquía al principio de su independencia como el mejor régimen de gobierno para sociedades imbuidas de realismo autoritario, resultado de tres siglos de gobierno colonial. En el Brasil del siglo XIX, el gobierno efectivo de dos emperadores de la familia real portuguesa proveyó a la nación de un alto grado de estabilidad y unidad hasta casi final del siglo. El primer ensayo mexicano de monarquía fue mucho menos afortunado que el de Brasil. El inepto (Nota editorial: observación muy personal y subjetiva del autor) Agustín de Iturbide (Agustín I) sólo logró hacerse a su corona durante menos de un año, antes de ser expulsado por un levantamiento militar.
    La penosa historia de los monarcas de México, primero con Iturbide y más tarde con Maximiliano, ha contribuido probablemente a la noción generalizada de que el monarquismo no merece la atención de los historiadores serios. La mayoría de los estudios sobre el realismo en México se ha centrado en episodios y personajes dramáticos, y especialmente en el fatal reinado de Maximiliano y Carlota hacia la mitad de la década de 1860. El proyecto monárquico del general Mariano Paredes, a mediados de la década de 1840, es poco conocido y quizá habría sido totalmente ignorado a no ser por el trabajo del historiador español Jaime Delgado.
    El único estudio general del monarquismo mexicano es una poco conocida tesis doctoral de Frank J. Sanders, ”Propasals for Monarchy in México, 1823-1860″.
    Aunque el monarquismo en Argentina fue menos importante que en México, ha recibido sorprendente atención de parte de los estudiosos. Los diversos esfuerzos realistas de Mariano Moreno, Bernardino Rivadavia y otros han sido estudiados a fondo por cierto número de historiadores, especialmente Ricardo Piccirilli, José Miguel Yrrázaval Larraín, Bartolomé Mitre, William Spencer Robertson, y Julián María Rubio. No es fácil determinar si los proponentes de la monarquía siguieron siendo importantes en Argentina entre 1834 y 1860, pero en 1861 Juan Bautista Alberdi se convirtió al monarquismo y redactó La monarquía como mejor forma de gobierno en Sud América.Sorprende que Alberdi, que tanta inspiración intelectual prestó a la Constitución liberal argentina de 1853, presentara argumentos a favor de la monarquía, pero lo hizo como respuesta a la crisis política Argentina y a la ola de pesimismo republicano que recorría gran parte de América del Sur, en un momento en que se estaban desarrollando planes para restaurar la monarquía en México y el Ecuador. El hecho de que un prominente intelectual argentino de la talla de Alberdi vacilara entre el republicanismo y el monarquismo en la década de 1860 indica que el atractivo de esta segunda forma de gobierno no se limitaba a unos pocos reaccionarios excéntricos mexicanos.
    Casi todos los monárquicos latinoamericanos pensaban que les era necesario ocultar no sólo sus opiniones políticas, sino especialmente sus planes para establecer tronos en el Nuevo Mundo, indudablemente, se daban cuenta de que sus puntos de vista chocaban con las opiniones populares y de que una franca declaración de sus planes provocaría una vigorosa reacción republicana. Las ideas realistas se mantenían en privado y sólo con gran circunspección se actuaba de acuerdo con ellas. Esto se puede observar en el caso del general José de San Martín, quien apoyó propuestas monárquicas tanto en Argentina como en Perú durante la lucha por la independencia. Incluso envió agentes a Europa en busca de un príncipe para el trono que proyectaba crear en Lima y, sin embargo, mantenía una capa de secreto sobre sus ideas y sus planes. Se descubrió el secreto, pero pocos admiradores del héroe argentino de la independencia estaban preparados para admitir la evidencia decía de que éste era monárquico. Un estudio biográfico, que mereció un premio y cuyo autor es Ricardo Rojas, insistía que San Martín estaba libre del pecado de monarquismo.
    No había nada de vergonzoso en ser monárquico en la América Latina de los primeros años del siglo XIX. Tres siglos de gobierno colonial habían moderado la sociedad y las instituciones gubernamentales bajo principios autoritarios y aristocráticos, notablemente diferentes de los de la sociedad anglosajona de Norteamérica. La escuela de filosofía política basada en los derechos naturales y un gobierno representativo, jugó un papel muy secundario en la experiencia y el pensamiento hispánicos. El brillante ensayo de Richard Morse en The Fouding of New Societies, compilado por Louis Hartz, subraya las diferencias entre anglosajones e hispanoamericanos. Morse señala que el colapso del estado patrimonial resultante de la independencia “requería la intervención de un fuerte liderazgo personalista”, o sea una dictadura. “Las energías de un gobierno de tal naturaleza”, continúa, “tenían que dirigirse a investir al estado común a legitimidad suprapersonal”. El énfasis gubernamental en las tradiciones culturales, el nacionalismo y el constitucionalismo puede proveer esta condición de legitimidad. Pero el gobierno personalista, según Morse, tiene serías debilidades, entre ellas la “legitimidad no transferible” y la tendencia a gobernar a base de impulsos e intimidación.
    Tomando en cuenta tales problemas, era natural que líderes tan penetrantes y responsables como Simón Bolívar y sus compañeros se preocuparan de la inestabilidad política y las dificultades inherentes a la creación de nuevas repúblicas, ostensiblemente basadas en la voluntad popular. Salvador de Madariaga, en una biografía fascinante aunque excesivamente crítica de Bolívar, ha descrito detalladamente la atención dada por Bolívar y algunos de sus consejeros a las fórmulas monocráticas para emplear la palabra utilizada por Madariaga y monárquicas para resolver los problemas políticos de Hispanoamérica. Basándose en un considerable conjunto de evidencias, Madariaga concluye que Bolívar deseaba el establecimiento de una monarquía, y que animó a personas de su confianza a entablar conversaciones con diplomáticos europeos, orientadas a crear un trono sudamericano, aunque al final el Libertador se decidió por un gobierno monocrático y no monárquico, porque temía que la imposición de un gobierno realista resultara contraproducente y destruyera su reputación.
    La biografía de Madariaga provocó una fuerte reacción entre los adoradores de Bolívar, en parte por la actitud negativa del autor español hacia el Libertador, pero sobre todo porque describía a Bolívar como monárquico. El historiador venezolano Caracciolo Parra-Pérez rápidamente refutó los asertos de Madariaga con un largo y meticuloso estudio, “La monarquía en Gran Colombia”, que defiende a Bolívar de toda imputación de monarquismo. El erudito ataque a la obra de Madariaga, aunque minucioso e impresionante, presenta a Bolívar como el proverbial pianista de un prostíbulo que dice ignorar lo que sucede en los cuartos de arriba. A pesar de todo, el estudio de Parra Pérez parece haber convencido a la mayoría de los bolivarianistas de que el Libertador jamás favoreció el monarquismo.
    Que Bolívar anhelara o no una corona para sí mismo es menos importante que el hecho, claramente demostrado por Madariaga, de que el Libertador y muchos de sus consejeros más íntimos prestaron gran atención a la monarquía y distintas formas de autocracia (dictadura, presidencia vitalicia), como alternativas para controlar las anárquicas fuerzas políticas de Hispanoamérica. En efecto, la principal contribución de Madariaga a nuestra comprensión de lo sucedido después de la independencia es la relación que señala entre monocracia y monarquía, que explica cómo la desilusión con los resultados de gobierno republicano condujo directamente a pensar en las de restauración de la monarquía. La opción por la monocracia era meramente una solución temporal, destinada a ejercer control por medio de la represión y la intimidación. Pero la dictadura no pudo resolver el problema subyacente, señalado por Morse, de la legitimidad y la sucesión ordenada. Desde este punto de vista, la monocracia no era adecuada.
    La historia de Hispanoamérica revela que los dictadores han realizado interesantes esfuerzos para resolver el dilema de la sucesión ordenada tratando de instalar dinastías nacionales. En el Paraguay, Carlos Antonio López logró que su inepto (Nota editorial: Nuevamente, esta acotación del autor es de un subjetivismo craso e insultante a la gran figura del Mariscal paraguayo) hijo, Francisco Solano López, le sucediera, aunque todas las esperanzas de una dinastía López se esfumaron con la Guerra de Paraguay (o de la Triple Alianza), al final de la década de 1860. Otro intento de cerrar la brecha entre autocracia y monarquía fue realizado por el general Rafael Carrera, de Guatemala. En 1854 Carrera se proclamó “Presidente Perpetuo” y declaró que debían sucederle primero su esposa y luego su hijo, éste cuando llegara la mayoría de edad. Los indios de Guatemala, que lo llamaban “Hijo de Dios”, proporcionaron algo de la mística de la monarquía, lo mismo que un sacerdote católico que decía en sus sermones que el “Presidente Perpetuo” era el “Representante de Dios”.
    Armas del Duque de Tarancón, Don Agustín Muñoz y Borbón(siglo XIX) "Principe del Ecuador" "Restaudrador de la Monarquía en Ecuador, Perú, y Bolivia en principio (con trono en Quito)" "...Rey no coronado de un nuevo Imperio y de una nueva Dinastía".

    La “presidencia perpetua” de Carrera ilustra la estrecha relación que existe entre la monocracia y monarquía. Ambas concepciones de gobierno eran atractivas para la filosofía política autoritaria y la experiencia histórica de los pueblos hispánicos. Ambas prometían restaurar el orden y mantener la jerarquía social tradicional. Pero la autocracia, que no contaba con la mística de la realeza y de la ordenación divina, no podía resolver los problemas paralelos de la legitimidad y la sucesión. La intención de Carrera de lograr el apoyo del clero para que sancionara “a divinis” la “presidencia perpetua”, en la que habría de sucederle su hijo, no tuvo más éxito que los esfuerzos de Iturbide en México. El fracaso de Carrera demostró la gran dificultad que había en convertir una dictadura en monarquía sin la mística de la realeza.
    La monarquía parecía ofrecer varias ventajas sobre el gobierno dictatorial. Resolvía problemas de la legitimidad y estaba en armonía con la tradición y el sistema social jerárquico. La aceptación general de un prestigioso príncipe europeo, según los monárquicos, eliminaría la necesidad de gobernar por medio de la intimidación. Bajo un gobierno monárquico se podía permitir mayor libertad y la existencia de una oposición moderada, sin temor de que los opositores derrocaran al régimen.
    Si excluimos la inverosímil elección de un descendiente de los gobernantes de los imperios indígenas del Nuevo Mundo, los monárquicos hispanoamericanos necesitaban hallar un príncipe europeo para llevar a cabo la restauración. La necesidad de apelar a la realeza europea era un dilema para los monárquicos. Por una parte, los gobiernos monárquicos europeos, con la excepción de España, no deseaban realmente proporcionar un príncipe y enredarse en los asuntos políticos internos de las naciones hispanoamericanas. Por otra parte, a los dirigentes europeos les halagaba que les pidieran ayuda, sobre todo cuando se trataba de otorgar protección contra los agresivos designios de Estados Unidos. Algunos de los planes monárquicos incluían propuestas para establecer protectorados europeos, en parte porque las crisis nacionales que estimulaban tales planes incluían la amenaza extranjera contra la nación que buscaba un príncipe europeo. Además, los realistas hispanoamericanos creían que la oferta de un protectorado podía ser un anzuelo tentador para las naciones europeas que anhelaban extender su influencia a través del mundo.
    Gran Bretaña, la mayor potencia marítima de siglo, y la más atractiva candidata a auspiciadora de monarquías, declinó todas las ofertas de los realistas hispanoamericanos. Los gobernantes británicos habían decidido que los riesgos de establecer una monarquía protegida eran mayores que sus posibles beneficios. El inmiscuirse a fondo en los asuntos de una nación hispanoamericana podría afectar las relaciones comerciales con toda la región y provocar acciones retaliatorias de los Estados Unidos. Francia desconfiaba de los planes monárquicos casi tanto como Gran Bretafia, aunque Napoleón III sucumbió a una oferta mexicana, en la década de 1860, con consecuencias fatales. España no era una buena posibilidad, dada su debilidad militar y su manchada aceptación de ex-madre patria. Sin embargo, los monárquicos hicieron ofertas a España, y las autoridades españolas estaban muy dispuestas a aceptarlas. A mediados de la década de 1840, líderes tanto de México como del Ecuador consiguieron ayuda de España para establecer tronos en sus países. Ambos proyectos, uno de los cuales es el tema principal de esta obra, fracasaron rotundamente.
    El mayor obstáculo para una exitosa restauración de la monarquía era el problema de cómo lograr la transición de república a su reino. La mayoría de los monárquicos evidentemente creían que sus ideas políticas no eran populares y que debían llevar a cabo sus planes en secreto. Meditaciones colombianas, de Juan García del Río, era una de las pocas publicaciones que defendían abiertamente las ideas monárquicas. El secreto con el cual se rodeaban los planes realistas no sólo hacía más dificil su realización, sino que oscureció la historia del monarquismo en la América española del siglo XIX.
    Como consecuencia, gran parte de esa historia se ha relegado al plano del rumor y el chisme, escapándose así del interés de la mayoría de los historiadores.
    Probablemente nunca se sepa la historia completa de las actividades monárquicas en la era post-independentista de Hispanoamérica. Los defensores de la monarquía no plasmaron por escrito sus pensamientos y planes. Pero, ocasionalmente, la corriente subterránea monárquica sale a la superficie, dejando una huella. Un ejemplo son las cartas de García Moreno a un diplomático francés, publicadas en 1861 en el Perú para avergonzar al presidente ecuatoriano por haber propuesto una monarquía respaldada por Francia. Pero ese es un caso único, y la revelación de proyectos de restauración monárquica ha sido rara.
    La correspondencia diplomática constituye la mejor fuente de información sobre las actividades monárquicas en Hispanoamérica, por la sencilla razón de que las invitaciones para instaurar tronos y protectorados tenían que dirigirse a los agentes diplomáticos de los gobiernos europeos. Los archivos diplomáticos de Inglaterra, Francia y España contienen gran cantidad de información sobre propuestas monárquicas, sobre todo referentes a México y al Ecuador, pero también a otros países. Los despachos británicos contienen la mejor información, pero la correspondencia de otras potencias es también valiosa. La calidad de la información provista por los diplomáticos norteamericanos varía grandemente y rara vez es de importancia, ya que nunca hubo propuestas monárquicas hechas directamente a ellos. Por supuesto, hay que tratar todos los materiales diplomáticos con cuidado, pues aún los agentes más capaces y experimentados tienen sus prejuicios y limitaciones.
    Aún cuando la información enviada por los diplomáticos españoles en el Ecuador no es de gran calidad, esta correspondencia ha provisto la información más importante para este estudio, por cuanto muestra concluyentemente que el general Flores presentó una propuesta monárquica, no solamente referente al Ecuador sino a Perú y a Bolivia, y que España la aceptó. Aunque los despachos diplomáticos españoles no contestan todos los interrogantes sobre la naturaleza del plan de restauración para el Ecuador, sí prueban de forma concluyente que el general Flores ocupó un lugar central en el complot para restaurar la monarquía en Sudamérica.
    Los mejores informes provienen de la pluma de Walter Cope, cónsul británico en Guayaquil y posteriormente encargado de negocios en Quito, redactados entre 1828 y fines de 1859 o 1860, fecha de su muerte. Cope recogía valiosas informaciones de presidentes, ministros, comerciantes y otras personas, y las transmitía al Ministerio de Relaciones Exteriores británico en largos despachos. En sus informes incluso se encuentran referencias a la opinión pública de aquel entonces, especialmente cuando informa de rumores y actitudes sobre la política del gobierno.
    Para una información general sobre el Ecuador en el período de las intrigas monárquicas floreanas disponemos de las fuentes históricas usuales: documentos gubernamentales, periódicos oficiales e independientes, panfletos, hojas sueltas y correspondencia particular. Estas fuentes arrojan mucha luz sobre el desarrollo del Ecuador durante sus tres primeras décadas; también muestran cuán frágil era gobernar el país, lo que a su vez explica por qué Flores, y más tarde García Moreno, trataron de restaurar la monarquía.Pero ni siquiera todas las fuentes no diplomáticas reunidas revelan incontestablemente que el general Flores tratara de imponer un gobierno realista en el Ecuador. Tampoco los documentos privados del general proveen información de importancia crucial, aunque se puede encontrar en ellos material suplementario de interés. La falta de información concreta y específica sobre las actividades en pro de la restauración monárquica de las fuentes ecuatorianas explica por qué Luis Robalino Dávila y Gustavo Vásconez Hurtado no afirmen claramente que Flores estuviera involucrado en planes monárquicos.
    Combinando las fuentes diplomáticas con todos los demás materiales históricos, se puede reconstruir de manera bastante completa las actividades del primer presidente del Ecuador. Los documentos demuestran que el general Flores llegó a convencerse de que el Ecuador era ingobernable bajo instituciones representativas y que sólo una monocracia bajo su propio control o un protectorado extranjero bajo un príncipe europeo podían rescatar al país del caos. Aunque Flores perdió el poder antes de realizar sus planes, nunca dejó de pensar que la monarquía era un régimen más adecuado para América Latina que la república. Los esfuerzos de Flores por recuperar el poder en el Ecuador contribuyeron a provocar una fuerte crisis interna y externa en 1859, lo que estimuló a otro líder, Gabriel García Moreno, a intentar un nuevo proyecto de restauración monárquica. El fracaso de la iniciativa garciana puso fin a todo pensamiento monárquico serio, así como el régimen de Maximiliano terminó con el monarquismo en México.
    (…)
    Con el beneficio del tiempo transcurrido, se ve claramente que la monarquía tenía poca o ninguna posibilidad de triunfar en las nuevas naciones hispanoamericanas (Nota editorial: Eso aún está por verse). Había demasiados obstáculos para que tuviera éxito un movimiento restaurador. Sin embargo, podemos afirmar que el monarquismo fue más importante de lo que generalmente se cree, especialmente en los países más conservadores y con insalvables problemas políticos y sociales, como el Ecuador y México (Nota editorial: Cabe recordar aquí que la Junta Suprema del 10 de Agosto de 1809 era eminentemente monárquica, al punto que hoy es aceptado por la historiografía que los montufaristas buscaban la proclamación del Marqués de Selva Alegre, “Su Alteza Serenísima” Juan Pío Montúfar como REY DE QUITO). También hubo brotes de monarquismo en otras naciones, tan diversas como Costa Rica, Guatemala, Perú y Argentina. Era una doctrina atractiva, especialmente para los líderes que desconfiaban de las instituciones representativas y aquellas reformas liberales que perturbaban el orden hispánico tradicional. Los monárquicos no siempre eran los conservadores más reaccionarios, pues muchos de los proponentes de las restauración argüían que al recobrar la legitimidad, un jefe de Estado coronado podía permitir más libertad que un dictador. Pero estos sueños de lograr una mayor libertad eran probablemente ilusorios, porque no tomaba en cuenta la fuerte oposición y probable guerra civil que ocasionaría la imposición de un príncipe extranjero, respaldado por tropas extranjeras. La monarquía probablemente no podría haber recobrado la elusiva legitimidad (ciertamente, la de Maximiliano no lo logró), porque la restauración monárquica parecía negar todo el movimiento independentista y el emergente sentimiento nacionalista.
    A pesar de su futilidad, el tema del monarquismo merece un cuidadoso examen histórico. La restauración monárquica tenía poca o ninguna posibilidad de éxito en Hispanoamérica, pero líderes importantes creían en ese ideal y a veces actuaban de acuerdo con él. Aunque los proponentes de la monarquía creían que un gobierno realista salvaría del desorden a sus países, no deja de ser irónico que aquellos que hacían tales planes, como el general Flores en el Ecuador, sólo lograron crear más desorden. Las diferencias irreconciliables en cuanto a creencias políticas que separaron a republicanos y monárquicos en el período post- independentista, eran parte de un defectuoso proceso político que continúa, aún hoy, perturbando y confundiendo los esfuerzos por lograr un gobierno republicano estable en América Latina.
    Por Mark Van Aken[2]

    [1] El artículo presentado es la reproducción de la Introducción al libro “El Rey de la Noche”, 2da Edición castellana, Quito, 2005, Ed. Del Banco Central del Ecuador. Digitalizado por Francisco Núñez Proaño. NO necesariamente comparto la totalidad de lo expresado.
    [2] Mark Van Aken, historiador estadounidense, doctor en historia por la Universidad Estatal de California, Berkeley, en 1952, ha sido profesor de la Universidad de California, Hayward, y ha publicado aparte de numeroso artículos especializados, Pan Hispanism: Its Origin and Development to 1866 (1959) y Los Militantes: Una historia del movimiento estudiantil uruguayo (1990)





    C. L. A. M. O. R.: Orígenes masónicos del escudo nacional argentino

    Orígenes masónicos del escudo nacional argentino

    Historia
    Símbolo patrio: la incógnita del escudo

    Un investigador francés destaca la similitud de nuestro emblema con un salvoconducto usado por miembros de un club revolucionario francés para acceder a la Asamblea Legislativa entre 1790 y 1793

    Domingo 15 de octubre de 2006 | Publicado en edición impresa La Nación

    Escudo de club masónico revolucionario francés,
    curiosamente casi idéntico al nacional argentino.

    Corría el año 1987 y, con la debida anticipación, Francia estaba inmersa de lleno en los preparativos para celebrar el bicentenario de la Revolución Francesa de 1789 con la pompa y el esplendor que evidencia el espíritu galo en las grandes ocasiones. Nada era dejado al azar. Todo era minuciosamente previsto, estudiado y supervisado por una Comisión constituida especialmente a esos efectos y por el ministerio de la Cultura y la Comunicación. Un Programa de 315 páginas consignaba centenares de actividades a desarrollar en Francia y el extranjero. Así, por ejemplo, en esa suerte de catálogo se anunciaba un coloquio en la Sorbona destinado a examinar la influencia de la Revolución sobre los movimientos independentistas en la América latina.
    Toda la nación se aprestaba a asociarse a los festejos que culminarían el 14 de julio de 1989 al conmemorar la toma por el pueblo de París de la fortaleza medieval y prisión de La Bastilla, símbolo del despotismo monárquico, que dos siglos antes había sido el punto de partida de la más profunda transformación política e institucional de buena parte del mundo. He creído oportuno mencionar esos preparativos porque considero que, ante la proximidad de nuestra propia celebración de aquí a cuatro años, deberíamos analizar a fondo lo hecho en Francia a raíz de esos fastos para beneficiarnos con tales experiencias.
    En esas circunstancias, y siendo embajador en ese admirable país, recibí una carta en la cual un caballero interesado en nuestra historia me sometía a una consulta que no dejó de sorprenderme. Preguntaba cuándo y por qué motivo la República Argentina había adoptado oficialmente como escudo nacional el emblema del que se valían como laissez-passer los miembros de un club revolucionario francés para acceder a la Asamblea Legislativa entre 1790 y 1793. En apoyo de su petición acompañaba copia de una ilustración que figura en la obra La Revolución Francesa, de Michel Vovelle (Tomo 3° página 216). Asimismo quería saber si el diseño había sido obtenido por un argentino durante ese turbulento período o llevado por un jacobino que podría haber viajado para combatir por la independencia argentina.
    La similitud con nuestro escudo - como podrá apreciarse por la reproducción que acompaña esta nota- era tan acentuada que no dejó de sorprenderme. Sobre todo teniendo en cuenta que esa credencial era utilizada dos décadas antes de que la Asamblea General Constituyente de 1813 resolviese adoptar el conocido blasón nacional. La curiosidad planteada en términos tan precisos estaba pues plenamente justificada. Como, por mi parte, no tenía ninguna explicación al respecto, tuve que contestarle a mi interlocutor que intentaría satisfacer su demanda consultando a alguien que tuviese cierta versación en la materia.
    Intenté conseguir la obra de Vovelle, historiador marxista que interpreta a su manera los sucesos del levantamiento popular contra el régimen de Luis XVI, pero no fue fácil. No había sido distribuida en el comercio y sólo podía adquirirse por una suscripción particular en una editorial vinculada al Partido Comunista.
    Me dirigí entonces a la Biblioteca Nacional donde fui recibido muy cortésmente por quien era la Directora del Departamento de Grabados y Fotografías, Laure Beaumont-Maillet, quien conociendo el motivo de mi visita ya había hecho los preparativos para exhibirme el emblema en cuestión conservado con todo cuidado en un voluminoso cartapacio clasificado con la denominación "Código de la Colección Qb.1 Año 1793", que indica el orden interno en que está ubicado en esa repartición. Con inocultable orgullo por la pieza histórica que mostraba ante mis ojos, me proporcionó otras informaciones.
    Las iniciales "BR" que aparecen en un círculo bajo la cinta roja que une a los laureles significan "Bibliothèque Royale", razón por la cual también está incluida la corona real. Las letras "Lat" que se ven en el borde derecho del escudo, a la altura de los rayos segundo y tercero del sol, corresponden a la "Colección Latarrade" de la que formaba parte esa estampa y cuyo propietario del mismo nombre vendió una parte a la Biblioteca Nacional en 1841. A su vez, la familia de Latarrade, en 1863, donó a la misma institución otros quince mil grabados, de donde surge que la proveniencia del referido emblema está perfectamente certificada.
    La directora agregó que, en su opinión, el movimiento del azul de la mitad superior del escudo, que se asemeja a pequeñas olas, podría indicar que los diputados que lo usaban como credencial para ingresar a la Asamblea Nacional provenían de una región marítima de Francia. Por último, tuvo la gentileza de entregarme varias fotos de distintos tamaños y a todo color sacadas por el fotógrafo oficial de la Biblioteca.
    Con esos datos y aprovechando un viaje a Buenos Aires conversé con Bonifacio del Carril, amigo de juventud, a quien expuse con lujo de detalles cómo había llegado a mi conocimiento el tema. Al ver la reproducción de la estampa revolucionaria no pudo reprimir su entusiasmo exclamando que ese documento bien podría llenar un gran vacío en nuestra historia dado que, en lo concerniente al escudo nacional, se desconoce quién hizo el dibujo que sirvió de modelo para hacer el cuño respectivo. Señaló que algunos autores han expuesto diversas teorías en ese sentido, pero que en realidad no han sido sino meras especulaciones carentes de toda base documental. En particular, porque las Actas de la Asamblea comúnmente denominada del Año XIII, que podrían haber arrojado alguna luz, desaparecieron después de 1852 cuando los vencedores de Caseros, que se instalaron en la casona de Juan Manuel de Rosas en Palermo, las incluyeron en un inventario.
    De los textos de investigadores como Dardo Corvalán Mendilaharsu,Carlos Roberts, Agustín de Vedia, Luis Cánepa, surge prácticamente un consenso de lo que se sabe con certeza y de lo que se ignora acerca del origen de nuestro escudo patrio. Se sabe que la Asamblea, con el propósito de ejecutar actos soberanos, comisionó al diputado por San Luis, don Agustín Donado, que se encargara de la confección de un sello para autenticar los escritos del gobierno en reemplazo del utilizado hasta entonces con las armas reales de España, y que además serviría para acuñar la primera moneda nacional, "uno de los atributos esenciales de la soberanía", según Joaquín V. González. Está también probado que Donado confió esa tarea al grabador cuzqueño radicado en Buenos Aires Juan de Dios Rivera y que, con el cuño por él tallado, fueron sellados algunos documentos emanados de la Asamblea; por último, en el Archivo General de la Nación figura el decreto del 12 de marzo de 1813, por el cual la Asamblea General Constituyente, con las firmas de su presidente, Tomás Valle, y el secretario Hipólito Vieytes, ordena "que el Supremo Poder Ejecutivo use el mismo sello de este Cuerpo Soberano, con la sola diferencia de que la inscripción del Círculo sea la de Supremo Poder Ejecutivo de las Provincias Unidas del Río de la Plata" . Con esa formalidad quedó registrada la fecha cierta de la creación de nuestro escudo, por más que "El Redactor de la Asamblea" publicara la noticia el día siguiente.
    A partir de ahí empiezan las divergencias y la incertidumbre acerca de quién fue realmente el autor del diseño respectivo. Ha sido atribuido al mismo Donado, al tallador Rivera, al artista peruano Isidro Antonio de Castro y a Bernardo de Monteagudo, entre otros, pero siempre haciendo la salvedad de que no existen constancias concluyentes que permitan sostener con total seguridad a quién de los nombrados cabe asignarle la paternidad del escudo. O sea, que es un debate sobre meras suposiciones.
    Corvalán Mendilaharsu, que investigó a fondo este problema, admite que " no se conoce precisamente al autor o inspirador del sello, ni los fundamentos filosóficos y políticos determinantes de los jeroglíficos que lo integran, lo que ha mantenido este asunto en una desesperante oscuridad para los investigadores como para los demás interesados en penetrar el concepto de símbolo máximo".
    Para suplir esa "desesperante oscuridad" proliferaron las interpretaciones un tanto antojadizas del significado que tienen las manos unidas, el gorro frigio o de los libertos romanos, la pica, los laureles, el sol incásico y demás elementos, pero ninguna de ellas nos acerca a la verdad histórica.
    El misterio subsiste desde hace 193 años. Tal vez el emblema revolucionario francés de 1790 pueda aportar una perspectiva diferente que aliente a los historiadores a tratar de develar la incógnita.
    Por Carlos Ortiz de Rozas
    El autor fue embajador argentino en Francia (1984-1989).


  5. #45
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    Re: Hay “otro” bicentenario

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    Armas de la monarquía ecuatoriana. (Diseño por Francisco Núñez Proaño basado en documentos históricos ©)
    El tema del monarquismo en la América Latina del siglo XIX ha atraído poco interés académico. La mayoría de los estudios sobre las nuevas naciones sudamericanas en los primeros años de independencia se han concentrado en los problemas de liderazgo, redacción de constituciones, relaciones entre la Iglesia y el Estado, federalismo frente a centralismo, militarismo, desarrollo económico y desorden fiscal. El análisis de todos éstos temas es importante e ilumina la difícil transición de América Latina del colonialismo hacia la nacionalidad,pero ignorar o dar poca importancia al gran atractivo que tenían las formas y creencias monárquicas en la región sería eliminar un factor muy importante de la ecuación política.
    Quizá la relativa facilidad con que los Estados Unidos pasaron del gobierno monárquico británico al régimen republicano ha hecho que muchos latinoamericanistas norteamericanos subestimaran la importancia del monarquismo en la América Latina del siglo XIX. Cierto que los Estados Unidos vivieron tiempos difíciles como nación incipiente, especialmente durante el período de la Confederación, pero estas dificultades iniciales sirvieron más bien para estimular la tendencia hacia un gobierno central más fuerte, bajo una nueva Constitución, y no hacia una restauración de la monarquía.
    También es verdad que hubo algunos que creyeron en la superioridad del sistema monárquico, durante la Guerra de la Independencia norteamericana y aún después, pero en realidad el monarquismo nunca contó con numerosos adherentes serios, varias cartas de Thomas Jefferson y algunas de sus observaciones en The Anas han dado la impresión de que el monarquismo era una fuerza amenazadora en las décadas de 1780 y 1790. Sin embargo, Jefferson exageró mucho la influencia del pensamiento realista y distorsionó los puntos de vista de sus oponentes políticos. Gordon S. Wood y otros autores han demostrado que los americanos eran “republicanos por naturaleza” y que el monarquismo sólo tenía el apoyo de un puñado de figuras públicas.
    Los historiadores latinoamericanos saben bien que la experiencia política de las naciones latinoamericanas después de la independencia difiere marcadamente de la de los Estados Unidos. En América Latina los nuevos países están amenazados por dificultades mucho más graves que las que tuvieron que enfrentar los Estados Unidos. Dos de esas naciones, Brasil y México, escogieron la monarquía al principio de su independencia como el mejor régimen de gobierno para sociedades imbuidas de realismo autoritario, resultado de tres siglos de gobierno colonial. En el Brasil del siglo XIX, el gobierno efectivo de dos emperadores de la familia real portuguesa proveyó a la nación de un alto grado de estabilidad y unidad hasta casi final del siglo. El primer ensayo mexicano de monarquía fue mucho menos afortunado que el de Brasil. El inepto (Nota editorial: observación muy personal y subjetiva del autor) Agustín de Iturbide (Agustín I) sólo logró hacerse a su corona durante menos de un año, antes de ser expulsado por un levantamiento militar.
    La penosa historia de los monarcas de México, primero con Iturbide y más tarde con Maximiliano, ha contribuido probablemente a la noción generalizada de que el monarquismo no merece la atención de los historiadores serios. La mayoría de los estudios sobre el realismo en México se ha centrado en episodios y personajes dramáticos, y especialmente en el fatal reinado de Maximiliano y Carlota hacia la mitad de la década de 1860. El proyecto monárquico del general Mariano Paredes, a mediados de la década de 1840, es poco conocido y quizá habría sido totalmente ignorado a no ser por el trabajo del historiador español Jaime Delgado.
    El único estudio general del monarquismo mexicano es una poco conocida tesis doctoral de Frank J. Sanders, ”Propasals for Monarchy in México, 1823-1860″.
    Aunque el monarquismo en Argentina fue menos importante que en México, ha recibido sorprendente atención de parte de los estudiosos. Los diversos esfuerzos realistas de Mariano Moreno, Bernardino Rivadavia y otros han sido estudiados a fondo por cierto número de historiadores, especialmente Ricardo Piccirilli, José Miguel Yrrázaval Larraín, Bartolomé Mitre, William Spencer Robertson, y Julián María Rubio. No es fácil determinar si los proponentes de la monarquía siguieron siendo importantes en Argentina entre 1834 y 1860, pero en 1861 Juan Bautista Alberdi se convirtió al monarquismo y redactó La monarquía como mejor forma de gobierno en Sud América.Sorprende que Alberdi, que tanta inspiración intelectual prestó a la Constitución liberal argentina de 1853, presentara argumentos a favor de la monarquía, pero lo hizo como respuesta a la crisis política Argentina y a la ola de pesimismo republicano que recorría gran parte de América del Sur, en un momento en que se estaban desarrollando planes para restaurar la monarquía en México y el Ecuador. El hecho de que un prominente intelectual argentino de la talla de Alberdi vacilara entre el republicanismo y el monarquismo en la década de 1860 indica que el atractivo de esta segunda forma de gobierno no se limitaba a unos pocos reaccionarios excéntricos mexicanos.
    Casi todos los monárquicos latinoamericanos pensaban que les era necesario ocultar no sólo sus opiniones políticas, sino especialmente sus planes para establecer tronos en el Nuevo Mundo, indudablemente, se daban cuenta de que sus puntos de vista chocaban con las opiniones populares y de que una franca declaración de sus planes provocaría una vigorosa reacción republicana. Las ideas realistas se mantenían en privado y sólo con gran circunspección se actuaba de acuerdo con ellas. Esto se puede observar en el caso del general José de San Martín, quien apoyó propuestas monárquicas tanto en Argentina como en Perú durante la lucha por la independencia. Incluso envió agentes a Europa en busca de un príncipe para el trono que proyectaba crear en Lima y, sin embargo, mantenía una capa de secreto sobre sus ideas y sus planes. Se descubrió el secreto, pero pocos admiradores del héroe argentino de la independencia estaban preparados para admitir la evidencia decía de que éste era monárquico. Un estudio biográfico, que mereció un premio y cuyo autor es Ricardo Rojas, insistía que San Martín estaba libre del pecado de monarquismo.
    No había nada de vergonzoso en ser monárquico en la América Latina de los primeros años del siglo XIX. Tres siglos de gobierno colonial habían moderado la sociedad y las instituciones gubernamentales bajo principios autoritarios y aristocráticos, notablemente diferentes de los de la sociedad anglosajona de Norteamérica. La escuela de filosofía política basada en los derechos naturales y un gobierno representativo, jugó un papel muy secundario en la experiencia y el pensamiento hispánicos. El brillante ensayo de Richard Morse en The Fouding of New Societies, compilado por Louis Hartz, subraya las diferencias entre anglosajones e hispanoamericanos. Morse señala que el colapso del estado patrimonial resultante de la independencia “requería la intervención de un fuerte liderazgo personalista”, o sea una dictadura. “Las energías de un gobierno de tal naturaleza”, continúa, “tenían que dirigirse a investir al estado común a legitimidad suprapersonal”. El énfasis gubernamental en las tradiciones culturales, el nacionalismo y el constitucionalismo puede proveer esta condición de legitimidad. Pero el gobierno personalista, según Morse, tiene serías debilidades, entre ellas la “legitimidad no transferible” y la tendencia a gobernar a base de impulsos e intimidación.
    Tomando en cuenta tales problemas, era natural que líderes tan penetrantes y responsables como Simón Bolívar y sus compañeros se preocuparan de la inestabilidad política y las dificultades inherentes a la creación de nuevas repúblicas, ostensiblemente basadas en la voluntad popular. Salvador de Madariaga, en una biografía fascinante aunque excesivamente crítica de Bolívar, ha descrito detalladamente la atención dada por Bolívar y algunos de sus consejeros a las fórmulas monocráticas para emplear la palabra utilizada por Madariaga y monárquicas para resolver los problemas políticos de Hispanoamérica. Basándose en un considerable conjunto de evidencias, Madariaga concluye que Bolívar deseaba el establecimiento de una monarquía, y que animó a personas de su confianza a entablar conversaciones con diplomáticos europeos, orientadas a crear un trono sudamericano, aunque al final el Libertador se decidió por un gobierno monocrático y no monárquico, porque temía que la imposición de un gobierno realista resultara contraproducente y destruyera su reputación.
    La biografía de Madariaga provocó una fuerte reacción entre los adoradores de Bolívar, en parte por la actitud negativa del autor español hacia el Libertador, pero sobre todo porque describía a Bolívar como monárquico. El historiador venezolano Caracciolo Parra-Pérez rápidamente refutó los asertos de Madariaga con un largo y meticuloso estudio, “La monarquía en Gran Colombia”, que defiende a Bolívar de toda imputación de monarquismo. El erudito ataque a la obra de Madariaga, aunque minucioso e impresionante, presenta a Bolívar como el proverbial pianista de un prostíbulo que dice ignorar lo que sucede en los cuartos de arriba. A pesar de todo, el estudio de Parra Pérez parece haber convencido a la mayoría de los bolivarianistas de que el Libertador jamás favoreció el monarquismo.
    Que Bolívar anhelara o no una corona para sí mismo es menos importante que el hecho, claramente demostrado por Madariaga, de que el Libertador y muchos de sus consejeros más íntimos prestaron gran atención a la monarquía y distintas formas de autocracia (dictadura, presidencia vitalicia), como alternativas para controlar las anárquicas fuerzas políticas de Hispanoamérica. En efecto, la principal contribución de Madariaga a nuestra comprensión de lo sucedido después de la independencia es la relación que señala entre monocracia y monarquía, que explica cómo la desilusión con los resultados de gobierno republicano condujo directamente a pensar en las de restauración de la monarquía. La opción por la monocracia era meramente una solución temporal, destinada a ejercer control por medio de la represión y la intimidación. Pero la dictadura no pudo resolver el problema subyacente, señalado por Morse, de la legitimidad y la sucesión ordenada. Desde este punto de vista, la monocracia no era adecuada.
    La historia de Hispanoamérica revela que los dictadores han realizado interesantes esfuerzos para resolver el dilema de la sucesión ordenada tratando de instalar dinastías nacionales. En el Paraguay, Carlos Antonio López logró que su inepto (Nota editorial: Nuevamente, esta acotación del autor es de un subjetivismo craso e insultante a la gran figura del Mariscal paraguayo) hijo, Francisco Solano López, le sucediera, aunque todas las esperanzas de una dinastía López se esfumaron con la Guerra de Paraguay (o de la Triple Alianza), al final de la década de 1860. Otro intento de cerrar la brecha entre autocracia y monarquía fue realizado por el general Rafael Carrera, de Guatemala. En 1854 Carrera se proclamó “Presidente Perpetuo” y declaró que debían sucederle primero su esposa y luego su hijo, éste cuando llegara la mayoría de edad. Los indios de Guatemala, que lo llamaban “Hijo de Dios”, proporcionaron algo de la mística de la monarquía, lo mismo que un sacerdote católico que decía en sus sermones que el “Presidente Perpetuo” era el “Representante de Dios”.
    Armas del Duque de Tarancón, Don Agustín Muñoz y Borbón(siglo XIX) "Principe del Ecuador" "Restaudrador de la Monarquía en Ecuador, Perú, y Bolivia en principio (con trono en Quito)" "...Rey no coronado de un nuevo Imperio y de una nueva Dinastía".

    La “presidencia perpetua” de Carrera ilustra la estrecha relación que existe entre la monocracia y monarquía. Ambas concepciones de gobierno eran atractivas para la filosofía política autoritaria y la experiencia histórica de los pueblos hispánicos. Ambas prometían restaurar el orden y mantener la jerarquía social tradicional. Pero la autocracia, que no contaba con la mística de la realeza y de la ordenación divina, no podía resolver los problemas paralelos de la legitimidad y la sucesión. La intención de Carrera de lograr el apoyo del clero para que sancionara “a divinis” la “presidencia perpetua”, en la que habría de sucederle su hijo, no tuvo más éxito que los esfuerzos de Iturbide en México. El fracaso de Carrera demostró la gran dificultad que había en convertir una dictadura en monarquía sin la mística de la realeza.
    La monarquía parecía ofrecer varias ventajas sobre el gobierno dictatorial. Resolvía problemas de la legitimidad y estaba en armonía con la tradición y el sistema social jerárquico. La aceptación general de un prestigioso príncipe europeo, según los monárquicos, eliminaría la necesidad de gobernar por medio de la intimidación. Bajo un gobierno monárquico se podía permitir mayor libertad y la existencia de una oposición moderada, sin temor de que los opositores derrocaran al régimen.
    Si excluimos la inverosímil elección de un descendiente de los gobernantes de los imperios indígenas del Nuevo Mundo, los monárquicos hispanoamericanos necesitaban hallar un príncipe europeo para llevar a cabo la restauración. La necesidad de apelar a la realeza europea era un dilema para los monárquicos. Por una parte, los gobiernos monárquicos europeos, con la excepción de España, no deseaban realmente proporcionar un príncipe y enredarse en los asuntos políticos internos de las naciones hispanoamericanas. Por otra parte, a los dirigentes europeos les halagaba que les pidieran ayuda, sobre todo cuando se trataba de otorgar protección contra los agresivos designios de Estados Unidos. Algunos de los planes monárquicos incluían propuestas para establecer protectorados europeos, en parte porque las crisis nacionales que estimulaban tales planes incluían la amenaza extranjera contra la nación que buscaba un príncipe europeo. Además, los realistas hispanoamericanos creían que la oferta de un protectorado podía ser un anzuelo tentador para las naciones europeas que anhelaban extender su influencia a través del mundo.
    Gran Bretaña, la mayor potencia marítima de siglo, y la más atractiva candidata a auspiciadora de monarquías, declinó todas las ofertas de los realistas hispanoamericanos. Los gobernantes británicos habían decidido que los riesgos de establecer una monarquía protegida eran mayores que sus posibles beneficios. El inmiscuirse a fondo en los asuntos de una nación hispanoamericana podría afectar las relaciones comerciales con toda la región y provocar acciones retaliatorias de los Estados Unidos. Francia desconfiaba de los planes monárquicos casi tanto como Gran Bretafia, aunque Napoleón III sucumbió a una oferta mexicana, en la década de 1860, con consecuencias fatales. España no era una buena posibilidad, dada su debilidad militar y su manchada aceptación de ex-madre patria. Sin embargo, los monárquicos hicieron ofertas a España, y las autoridades españolas estaban muy dispuestas a aceptarlas. A mediados de la década de 1840, líderes tanto de México como del Ecuador consiguieron ayuda de España para establecer tronos en sus países. Ambos proyectos, uno de los cuales es el tema principal de esta obra, fracasaron rotundamente.
    El mayor obstáculo para una exitosa restauración de la monarquía era el problema de cómo lograr la transición de república a su reino. La mayoría de los monárquicos evidentemente creían que sus ideas políticas no eran populares y que debían llevar a cabo sus planes en secreto. Meditaciones colombianas, de Juan García del Río, era una de las pocas publicaciones que defendían abiertamente las ideas monárquicas. El secreto con el cual se rodeaban los planes realistas no sólo hacía más dificil su realización, sino que oscureció la historia del monarquismo en la América española del siglo XIX.
    Como consecuencia, gran parte de esa historia se ha relegado al plano del rumor y el chisme, escapándose así del interés de la mayoría de los historiadores.
    Probablemente nunca se sepa la historia completa de las actividades monárquicas en la era post-independentista de Hispanoamérica. Los defensores de la monarquía no plasmaron por escrito sus pensamientos y planes. Pero, ocasionalmente, la corriente subterránea monárquica sale a la superficie, dejando una huella. Un ejemplo son las cartas de García Moreno a un diplomático francés, publicadas en 1861 en el Perú para avergonzar al presidente ecuatoriano por haber propuesto una monarquía respaldada por Francia. Pero ese es un caso único, y la revelación de proyectos de restauración monárquica ha sido rara.
    La correspondencia diplomática constituye la mejor fuente de información sobre las actividades monárquicas en Hispanoamérica, por la sencilla razón de que las invitaciones para instaurar tronos y protectorados tenían que dirigirse a los agentes diplomáticos de los gobiernos europeos. Los archivos diplomáticos de Inglaterra, Francia y España contienen gran cantidad de información sobre propuestas monárquicas, sobre todo referentes a México y al Ecuador, pero también a otros países. Los despachos británicos contienen la mejor información, pero la correspondencia de otras potencias es también valiosa. La calidad de la información provista por los diplomáticos norteamericanos varía grandemente y rara vez es de importancia, ya que nunca hubo propuestas monárquicas hechas directamente a ellos. Por supuesto, hay que tratar todos los materiales diplomáticos con cuidado, pues aún los agentes más capaces y experimentados tienen sus prejuicios y limitaciones.
    Aún cuando la información enviada por los diplomáticos españoles en el Ecuador no es de gran calidad, esta correspondencia ha provisto la información más importante para este estudio, por cuanto muestra concluyentemente que el general Flores presentó una propuesta monárquica, no solamente referente al Ecuador sino a Perú y a Bolivia, y que España la aceptó. Aunque los despachos diplomáticos españoles no contestan todos los interrogantes sobre la naturaleza del plan de restauración para el Ecuador, sí prueban de forma concluyente que el general Flores ocupó un lugar central en el complot para restaurar la monarquía en Sudamérica.
    Los mejores informes provienen de la pluma de Walter Cope, cónsul británico en Guayaquil y posteriormente encargado de negocios en Quito, redactados entre 1828 y fines de 1859 o 1860, fecha de su muerte. Cope recogía valiosas informaciones de presidentes, ministros, comerciantes y otras personas, y las transmitía al Ministerio de Relaciones Exteriores británico en largos despachos. En sus informes incluso se encuentran referencias a la opinión pública de aquel entonces, especialmente cuando informa de rumores y actitudes sobre la política del gobierno.
    Para una información general sobre el Ecuador en el período de las intrigas monárquicas floreanas disponemos de las fuentes históricas usuales: documentos gubernamentales, periódicos oficiales e independientes, panfletos, hojas sueltas y correspondencia particular. Estas fuentes arrojan mucha luz sobre el desarrollo del Ecuador durante sus tres primeras décadas; también muestran cuán frágil era gobernar el país, lo que a su vez explica por qué Flores, y más tarde García Moreno, trataron de restaurar la monarquía.Pero ni siquiera todas las fuentes no diplomáticas reunidas revelan incontestablemente que el general Flores tratara de imponer un gobierno realista en el Ecuador. Tampoco los documentos privados del general proveen información de importancia crucial, aunque se puede encontrar en ellos material suplementario de interés. La falta de información concreta y específica sobre las actividades en pro de la restauración monárquica de las fuentes ecuatorianas explica por qué Luis Robalino Dávila y Gustavo Vásconez Hurtado no afirmen claramente que Flores estuviera involucrado en planes monárquicos.
    Combinando las fuentes diplomáticas con todos los demás materiales históricos, se puede reconstruir de manera bastante completa las actividades del primer presidente del Ecuador. Los documentos demuestran que el general Flores llegó a convencerse de que el Ecuador era ingobernable bajo instituciones representativas y que sólo una monocracia bajo su propio control o un protectorado extranjero bajo un príncipe europeo podían rescatar al país del caos. Aunque Flores perdió el poder antes de realizar sus planes, nunca dejó de pensar que la monarquía era un régimen más adecuado para América Latina que la república. Los esfuerzos de Flores por recuperar el poder en el Ecuador contribuyeron a provocar una fuerte crisis interna y externa en 1859, lo que estimuló a otro líder, Gabriel García Moreno, a intentar un nuevo proyecto de restauración monárquica. El fracaso de la iniciativa garciana puso fin a todo pensamiento monárquico serio, así como el régimen de Maximiliano terminó con el monarquismo en México.
    (…)
    Con el beneficio del tiempo transcurrido, se ve claramente que la monarquía tenía poca o ninguna posibilidad de triunfar en las nuevas naciones hispanoamericanas (Nota editorial: Eso aún está por verse). Había demasiados obstáculos para que tuviera éxito un movimiento restaurador. Sin embargo, podemos afirmar que el monarquismo fue más importante de lo que generalmente se cree, especialmente en los países más conservadores y con insalvables problemas políticos y sociales, como el Ecuador y México (Nota editorial: Cabe recordar aquí que la Junta Suprema del 10 de Agosto de 1809 era eminentemente monárquica, al punto que hoy es aceptado por la historiografía que los montufaristas buscaban la proclamación del Marqués de Selva Alegre, “Su Alteza Serenísima” Juan Pío Montúfar como REY DE QUITO). También hubo brotes de monarquismo en otras naciones, tan diversas como Costa Rica, Guatemala, Perú y Argentina. Era una doctrina atractiva, especialmente para los líderes que desconfiaban de las instituciones representativas y aquellas reformas liberales que perturbaban el orden hispánico tradicional. Los monárquicos no siempre eran los conservadores más reaccionarios, pues muchos de los proponentes de las restauración argüían que al recobrar la legitimidad, un jefe de Estado coronado podía permitir más libertad que un dictador. Pero estos sueños de lograr una mayor libertad eran probablemente ilusorios, porque no tomaba en cuenta la fuerte oposición y probable guerra civil que ocasionaría la imposición de un príncipe extranjero, respaldado por tropas extranjeras. La monarquía probablemente no podría haber recobrado la elusiva legitimidad (ciertamente, la de Maximiliano no lo logró), porque la restauración monárquica parecía negar todo el movimiento independentista y el emergente sentimiento nacionalista.
    A pesar de su futilidad, el tema del monarquismo merece un cuidadoso examen histórico. La restauración monárquica tenía poca o ninguna posibilidad de éxito en Hispanoamérica, pero líderes importantes creían en ese ideal y a veces actuaban de acuerdo con él. Aunque los proponentes de la monarquía creían que un gobierno realista salvaría del desorden a sus países, no deja de ser irónico que aquellos que hacían tales planes, como el general Flores en el Ecuador, sólo lograron crear más desorden. Las diferencias irreconciliables en cuanto a creencias políticas que separaron a republicanos y monárquicos en el período post- independentista, eran parte de un defectuoso proceso político que continúa, aún hoy, perturbando y confundiendo los esfuerzos por lograr un gobierno republicano estable en América Latina.
    Por Mark Van Aken[2]

    [1] El artículo presentado es la reproducción de la Introducción al libro “El Rey de la Noche”, 2da Edición castellana, Quito, 2005, Ed. Del Banco Central del Ecuador. Digitalizado por Francisco Núñez Proaño. NO necesariamente comparto la totalidad de lo expresado.
    [2] Mark Van Aken, historiador estadounidense, doctor en historia por la Universidad Estatal de California, Berkeley, en 1952, ha sido profesor de la Universidad de California, Hayward, y ha publicado aparte de numeroso artículos especializados, Pan Hispanism: Its Origin and Development to 1866 (1959) y Los Militantes: Una historia del movimiento estudiantil uruguayo (1990)





    C. L. A. M. O. R.: Orígenes masónicos del escudo nacional argentino

    Orígenes masónicos del escudo nacional argentino


    Historia
    Símbolo patrio: la incógnita del escudo

    Un investigador francés destaca la similitud de nuestro emblema con un salvoconducto usado por miembros de un club revolucionario francés para acceder a la Asamblea Legislativa entre 1790 y 1793

    Domingo 15 de octubre de 2006 | Publicado en edición impresa La Nación

    Escudo de club masónico revolucionario francés,
    curiosamente casi idéntico al nacional argentino.

    Corría el año 1987 y, con la debida anticipación, Francia estaba inmersa de lleno en los preparativos para celebrar el bicentenario de la Revolución Francesa de 1789 con la pompa y el esplendor que evidencia el espíritu galo en las grandes ocasiones. Nada era dejado al azar. Todo era minuciosamente previsto, estudiado y supervisado por una Comisión constituida especialmente a esos efectos y por el ministerio de la Cultura y la Comunicación. Un Programa de 315 páginas consignaba centenares de actividades a desarrollar en Francia y el extranjero. Así, por ejemplo, en esa suerte de catálogo se anunciaba un coloquio en la Sorbona destinado a examinar la influencia de la Revolución sobre los movimientos independentistas en la América latina.
    Toda la nación se aprestaba a asociarse a los festejos que culminarían el 14 de julio de 1989 al conmemorar la toma por el pueblo de París de la fortaleza medieval y prisión de La Bastilla, símbolo del despotismo monárquico, que dos siglos antes había sido el punto de partida de la más profunda transformación política e institucional de buena parte del mundo. He creído oportuno mencionar esos preparativos porque considero que, ante la proximidad de nuestra propia celebración de aquí a cuatro años, deberíamos analizar a fondo lo hecho en Francia a raíz de esos fastos para beneficiarnos con tales experiencias.
    En esas circunstancias, y siendo embajador en ese admirable país, recibí una carta en la cual un caballero interesado en nuestra historia me sometía a una consulta que no dejó de sorprenderme. Preguntaba cuándo y por qué motivo la República Argentina había adoptado oficialmente como escudo nacional el emblema del que se valían como laissez-passer los miembros de un club revolucionario francés para acceder a la Asamblea Legislativa entre 1790 y 1793. En apoyo de su petición acompañaba copia de una ilustración que figura en la obra La Revolución Francesa, de Michel Vovelle (Tomo 3° página 216). Asimismo quería saber si el diseño había sido obtenido por un argentino durante ese turbulento período o llevado por un jacobino que podría haber viajado para combatir por la independencia argentina.
    La similitud con nuestro escudo - como podrá apreciarse por la reproducción que acompaña esta nota- era tan acentuada que no dejó de sorprenderme. Sobre todo teniendo en cuenta que esa credencial era utilizada dos décadas antes de que la Asamblea General Constituyente de 1813 resolviese adoptar el conocido blasón nacional. La curiosidad planteada en términos tan precisos estaba pues plenamente justificada. Como, por mi parte, no tenía ninguna explicación al respecto, tuve que contestarle a mi interlocutor que intentaría satisfacer su demanda consultando a alguien que tuviese cierta versación en la materia.
    Intenté conseguir la obra de Vovelle, historiador marxista que interpreta a su manera los sucesos del levantamiento popular contra el régimen de Luis XVI, pero no fue fácil. No había sido distribuida en el comercio y sólo podía adquirirse por una suscripción particular en una editorial vinculada al Partido Comunista.
    Me dirigí entonces a la Biblioteca Nacional donde fui recibido muy cortésmente por quien era la Directora del Departamento de Grabados y Fotografías, Laure Beaumont-Maillet, quien conociendo el motivo de mi visita ya había hecho los preparativos para exhibirme el emblema en cuestión conservado con todo cuidado en un voluminoso cartapacio clasificado con la denominación "Código de la Colección Qb.1 Año 1793", que indica el orden interno en que está ubicado en esa repartición. Con inocultable orgullo por la pieza histórica que mostraba ante mis ojos, me proporcionó otras informaciones.
    Las iniciales "BR" que aparecen en un círculo bajo la cinta roja que une a los laureles significan "Bibliothèque Royale", razón por la cual también está incluida la corona real. Las letras "Lat" que se ven en el borde derecho del escudo, a la altura de los rayos segundo y tercero del sol, corresponden a la "Colección Latarrade" de la que formaba parte esa estampa y cuyo propietario del mismo nombre vendió una parte a la Biblioteca Nacional en 1841. A su vez, la familia de Latarrade, en 1863, donó a la misma institución otros quince mil grabados, de donde surge que la proveniencia del referido emblema está perfectamente certificada.
    La directora agregó que, en su opinión, el movimiento del azul de la mitad superior del escudo, que se asemeja a pequeñas olas, podría indicar que los diputados que lo usaban como credencial para ingresar a la Asamblea Nacional provenían de una región marítima de Francia. Por último, tuvo la gentileza de entregarme varias fotos de distintos tamaños y a todo color sacadas por el fotógrafo oficial de la Biblioteca.
    Con esos datos y aprovechando un viaje a Buenos Aires conversé con Bonifacio del Carril, amigo de juventud, a quien expuse con lujo de detalles cómo había llegado a mi conocimiento el tema. Al ver la reproducción de la estampa revolucionaria no pudo reprimir su entusiasmo exclamando que ese documento bien podría llenar un gran vacío en nuestra historia dado que, en lo concerniente al escudo nacional, se desconoce quién hizo el dibujo que sirvió de modelo para hacer el cuño respectivo. Señaló que algunos autores han expuesto diversas teorías en ese sentido, pero que en realidad no han sido sino meras especulaciones carentes de toda base documental. En particular, porque las Actas de la Asamblea comúnmente denominada del Año XIII, que podrían haber arrojado alguna luz, desaparecieron después de 1852 cuando los vencedores de Caseros, que se instalaron en la casona de Juan Manuel de Rosas en Palermo, las incluyeron en un inventario.
    De los textos de investigadores como Dardo Corvalán Mendilaharsu,Carlos Roberts, Agustín de Vedia, Luis Cánepa, surge prácticamente un consenso de lo que se sabe con certeza y de lo que se ignora acerca del origen de nuestro escudo patrio. Se sabe que la Asamblea, con el propósito de ejecutar actos soberanos, comisionó al diputado por San Luis, don Agustín Donado, que se encargara de la confección de un sello para autenticar los escritos del gobierno en reemplazo del utilizado hasta entonces con las armas reales de España, y que además serviría para acuñar la primera moneda nacional, "uno de los atributos esenciales de la soberanía", según Joaquín V. González. Está también probado que Donado confió esa tarea al grabador cuzqueño radicado en Buenos Aires Juan de Dios Rivera y que, con el cuño por él tallado, fueron sellados algunos documentos emanados de la Asamblea; por último, en el Archivo General de la Nación figura el decreto del 12 de marzo de 1813, por el cual la Asamblea General Constituyente, con las firmas de su presidente, Tomás Valle, y el secretario Hipólito Vieytes, ordena "que el Supremo Poder Ejecutivo use el mismo sello de este Cuerpo Soberano, con la sola diferencia de que la inscripción del Círculo sea la de Supremo Poder Ejecutivo de las Provincias Unidas del Río de la Plata" . Con esa formalidad quedó registrada la fecha cierta de la creación de nuestro escudo, por más que "El Redactor de la Asamblea" publicara la noticia el día siguiente.
    A partir de ahí empiezan las divergencias y la incertidumbre acerca de quién fue realmente el autor del diseño respectivo. Ha sido atribuido al mismo Donado, al tallador Rivera, al artista peruano Isidro Antonio de Castro y a Bernardo de Monteagudo, entre otros, pero siempre haciendo la salvedad de que no existen constancias concluyentes que permitan sostener con total seguridad a quién de los nombrados cabe asignarle la paternidad del escudo. O sea, que es un debate sobre meras suposiciones.
    Corvalán Mendilaharsu, que investigó a fondo este problema, admite que " no se conoce precisamente al autor o inspirador del sello, ni los fundamentos filosóficos y políticos determinantes de los jeroglíficos que lo integran, lo que ha mantenido este asunto en una desesperante oscuridad para los investigadores como para los demás interesados en penetrar el concepto de símbolo máximo".
    Para suplir esa "desesperante oscuridad" proliferaron las interpretaciones un tanto antojadizas del significado que tienen las manos unidas, el gorro frigio o de los libertos romanos, la pica, los laureles, el sol incásico y demás elementos, pero ninguna de ellas nos acerca a la verdad histórica.
    El misterio subsiste desde hace 193 años. Tal vez el emblema revolucionario francés de 1790 pueda aportar una perspectiva diferente que aliente a los historiadores a tratar de develar la incógnita.
    Por Carlos Ortiz de Rozas
    El autor fue embajador argentino en Francia (1984-1989).


  6. #46
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    http://bicentenariodistinto.blogspot.com/2011/07/el-campo-de-concentracion-de-las.html

    El campo de concentración de "Las Bruscas": La vergüenza de la historia argentina



    Las Bruscas fue el principal campo de detención de prisioneros «realistas» (españoles) en el territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Establecido en 1817 cerca de la actual ciudad de Dolores (provincia de Buenos Aires), llegó a albergar a cerca de mil soldados y oficiales, capturados fundamentalmente en la campaña de liberación de Chile y en la Banda Oriental tras la caída de Montevideo.
    La posibilidad de liberar a los prisioneros fue tenida en cuenta en los principales proyectos españoles de reconquista del Río de la Plata, debido al refuerzo significativo y al conocimiento del territorio que podía aportar.

    Tras los conflictos civiles de 1820 y las subsecuentes invasiones de tribus indígenas del siguiente año, el campo o "depósito" de prisioneros dejó de existir.


    Entre abril y mayo de 1817 el Cabildo de Buenos Aires designó como "Comandante Militar y Juez Político de las Islas del Tordillo", al capitán de milicias de la Caballería Cívica Pedro Antonio Paz y decidió la creación de una capilla bajo la advocación de Nuestra Señora de los Dolores y un nuevo curato con el presbítero Francisco de Paula Robles como titular. Se aprovecharía también para construir un campo de concentración para los prisioneros de guerra españoles, que estuviera alejado tanto de las fronteras externas (expuestas a las acciones de guerra con España), como de Buenos Aires, Córdoba o el litoral (expuestas a la guerra civil).


    El capitán Ramón Lara estableció el campo de detención o «depósito» junto a la laguna Santa Elena. [Cerca de la actual Ruta 63, a 5 km al noreste de la ciudad de Dolores.] El establecimiento que pronto se lo conoció también como "las Bruscas" por abundar en ese campo la brusca o «brusquilla», arbusto duro y con espinas, concentró al escuadrón de blandengues que el capitán Lara debía estacionar en Kaquel, que permaneció como puesto de estancia con un destacamento.


    Paz, Robles y Lara se reunieron en la estancia de Domingo de Lamadrid en Monsalvo y el 21 de agosto de 1817 acordaron la fundación del nuevo pueblo más al norte del sitio previsto originalmente, Kakel Huincul, en unas lomas ubicadas entre la estancia Dos Talas de Julián Martínez de Carmona y la de Miguel González de Salomón, cerca del depósito.[La documentación no acredita la existencia efectiva del pueblo de Dolores en 1817, sólo hay oficios de ese año en el Archivo General de la Nación que hacen referencia al pueblo Santa Elena o Las Bruscas]


    El 26 de noviembre de 1817, el gobierno acordó que la población y depósito de prisioneros españoles conocido por las Bruscas, se denominase Santa Elena. [Miguel Navarro Viola y Vicente Gregorio Quesada: Revista de Buenos Aires.] Era un fortín hecho de palos «a pique» con paredes de tierra apisonada, y las construcciones eran de barro y paja. Cada prisionero tenía que levantar su rancho al llegar.


    Mapa del campo de concentración de Las Bruscas del 1 de enero de 1819. Tomado del libro La Villa de Dolores y el Banco de la Provincia de Buenos Aires, reproducido en Wikipedia. Pinchar para agrandar.


    En 1816 Juan Pablo Pérez Bulnes [Hermano del diputado por Córdoba al Congreso de Tucumán Eduardo Pérez Bulnes, su suegro era Ambrosio Funes, hermano del Deán Gregorio Funes] inició en Córdoba un levantamiento con el objeto de alinearse con la liga de Gervasio Artigas. En su intento de controlar la ciudad y avanzar posteriormente sobre la Provincia de Santa Fe, Bulnes liberó a los prisioneros realistas confinados en su territorio y los sumó a su ejército. Reprimido el movimiento, el gobierno resolvió trasladar a 300 prisioneros involucrados a la Guardia de Luján y de allí, junto a otros ya concentrados, a Las Bruscas de Chascomús. [Maricel García de Flöel: La oposición española a la revolución por la independencia en el Río de la Plata entre 1810 y 1820: Parámetros políticos y jurídicos para la suerte de los españoles europeos, pág. 78.]


    El 11 de junio de 1817 salieron los prisioneros de la Guardia de Luján y en septiembre ya estaban en Las Bruscas. [Historia Argentina, Clasa, 1981] A mediados del invierno el campo de concentración tenía más de 500 hombres, al haberse sumado algunos prisioneros de la batalla de Chacabuco. El futuro general Guillermo Miller confirma el número a fines de octubre de ese año cuando visita el puesto: «El depósito principal de los prisioneros de guerra estaba en Las Bruscas, distante tres leguas de Los dos Talos, en donde existían quinientos oficiales y sargentos». Para 1818 ya se encontraban allí más de 1000 prisioneros. [M. García de Flöel: La oposición española..., pág. 199.]


    En zona de frontera y con recursos escasos en momentos que la nación dirigía todos los disponibles a la guerra externa y a la civil, la voluntad y posibilidad de destinarlos a mejorar la calidad de vida de prisioneros realistas españoles o criollos «empecinados». [Muchos prisioneros criollos, especialmente de tropa, solían incorporarse al ejército vencedor, aunque muchas veces sólo para poder desertar más adelante. El hecho de que hubiera soldados prisioneros es indicador de que o bien eran europeos como los que encontró Miller, o se negaron a sumarse a las fuerzas revolucionarias.]


    Así, las condiciones de los prisioneros no eran las mejores. Si bien el comentario pertenece a un medio absolutamente tendencioso, refleja parte de la opinión de la época:


    La humanidad se estremece al recordar los padecimientos de nuestros hermanos en Las Bruscas. Allí están aquellos desdichados mil veces peor que los cautivos cristianos en las regencias berberiscas: con cualquier motivo se les encierra, se les carga de hierro, y se les azota con la mayor inhumanidad por mano de un negro.
    [El Censor, periódico político y literario, Madrid, 1821, tomo XIII, página 90.]


    Sin llegar a esos extremos, los memoriales redactados alrededor de 1818 y enviados a la corona en 1820 por algunos prisioneros de Las Bruscas como el Breve resumen de los padecimientos de los oficiales realistas prisioneros bajo el gobierno subversivo de Buenos Aires de Juan Ángel Michelena [Tras conseguir ser derivado a un hospital en Buenos Aires, fugó en 1820 a Colonia del Sacramento, de donde pasó a Río de Janeiro e informó al ministro español Casa Flóres. En Europa, a diferencia de la mayoría de los oficiales americanos se sumó al bando absolutista y participó de la invasión francesa de los Cien Mil Hijos de San Luis.], el teniente coronel Ambrosio del Gallo [Comandante del Batallón de América, capturado tras la caída de Montevideo y enviado al presidio por sorteo a raíz de la fuga de otros prisioneros (Biblioteca de Mayo, pág. 3464)] y Antonio Fernández Villamil [Comandante del Regimiento Provincial de Caballería de Montevideo, agregado a la artillería con motivo del sitio, capturado tras la caída de la ciudad], critican las condiciones de confinamiento. Cuando Thomas Cochrane reclamó al Virrey del Perú Joaquín de la Pezuela por las condiciones en que el general José de San Martín había encontrado a los prisioneros chilenos y argentinos cautivos en la isla de San Lorenzo, el Virrey le respondió citando como equivalente el maltrato de los prisioneros en La Bruscas. [San Martín se apoderó de la isla de San Lorenzo para destruir el puesto de señales allí levantado por los realistas. Rescató veinticinco prisioneros que encontró en la mas deplorable miseria y efectuando trabajos forzados cargados con grillos (Claudio Gay: Historia física y política de Chile según documentos adquiridos en esta república durante doce años de residencia en ella y publicada bajo los auspicios del Supremo Gobierno).]


    Las condiciones que encontró Miller, un visitante imparcial, no sólo por su origen, sino porque él mismo se compadece de la situación de los prisioneros, no es peor que las sufridas por las tropas de frontera y los gauchos en general. El oficial realista fugado E. M. Anaya desde Río de Janeiro informa a sus superiores que «los soldados andan descalzos y sólo tienen ración de carne».


    Muchos oficiales conocidos pasaron por Las Bruscas. A los citados Michelena, Gallo, Fernández de Villamil y E.M. Anaya, puede agregarse el teniente coronel de artillería Fernando Cacho [Tras la derrota realista en la batalla de Chacabuco en febrero de 1817, fue confinado en Las Bruscas, de donde consiguió fugar en compañía del entonces cadete don Ramón Castilla. Pasó a Montevideo y se trasladó a Brasil, de allí al Alto Perú y por Arequipa a Lima. El virrey Joaquín de la Pezuela le encargó la investigación de una conspiración a resultas de la cual el 26 de marzo de 1820 fueron presos José de la Riva Agüero, el padre Segundo Antonio Carrión de San Felipe Neri, los diputados Joaquín Mansilla, José Pezet, Félix Devoti entre otros, quienes finalmente recuperaron su libertad por falta de pruebas. En 1821 fue nombrado Subinspector de artillería, en 1823 fue ascendido a Brigadier y en la batalla de Ayacucho participó como Comandante general de la artillería. Después de la capitulación, se retiró a España donde aún vivía en 1851.], el entonces cadete Ramón Castilla y Marquesado [A los veinte años, como oficial de escolta del Brigadier Casimiro Marcó del Pont, cayó prisionero con él tras Chacabuco el 12 de febrero de 1817 en la hacienda "Las Tablas" cercana a El Quisco. Tras su fuga con el coronel Fernando Cacho pasó a Montevideo y a Río de Janeiro desde donde tras cinco meses de marcha a través del Mato Grosso y Beni llegó a Arequipa el 17 de agosto de 1818. Tras pasarse al ejército del General San Martín en agosto de 1821, fue incorporado como alférez al Regimiento de Caballería "Húsares de la Legión Peruana ", al mando del Coronel Federico Brandsen. Castilla llegaría a presidente de su nación en dos ocasiones, en los años 1845 a 1851 y 1855 a 1862, y al grado de Gran Mariscal del Perú], el teniente coronel de caballería Antonio Seoane [En Perú desde mayo de 1816, Antonio Seoane integró la logia realista "La paz americana del sud", dirigida por el Mariscal de Campo Jerónimo Valdéz, junto a Tomás de Iriarte entre otros. Participó de la entrada del general Pedro Antonio Olañeta de 1816 al norte argentino donde tras vencer al comandante general de vanguardia José María Pérez de Urdininea ocupó Humahuaca. En la entrada de Olañeta y el comandante Buenaventura Centeno de principios de 1817, Seoane, segundo de Centeno, recibió orden de adelantarse. El 3 de abril, en el paraje de Volcán, fue vencido y tomado prisionero por el comandante patriota capitán Alejandro Burela. Tras la fuga, y previo paso por Río de Janeiro, arribó al Callao en octubre de 1818. Participó de la sangrienta campaña del brigadier Mariano Ricafort Palacín y Abarca, del saqueo e incendio de Cangallo y la acción de Huancayo. Luego tuvo participación destacada en la deposición del Virrey Pezuela y fue comisionado por José de la Serna para justificar en España (en pleno Trienio Liberal) la medida y solicitar apoyo militar. En España participó de los conflictos civiles que sobrevendrían. Apoyó la causa de Isabel II de España en la Primera Guerra Carlista, fue capitán general de Madrid en 1836, capitán de guardias de la real persona, como Mariscal de Campo capitán general del ejército y reino de Galicia en 1838, Capitán General de Valencia en 1840 y testigo en esa ciudad de la renuncia de María Cristina de Borbón a la regencia de su hija, Isabel II de España, y su reemplazo por el general Baldomero Espartero, capitán general del segundo distrito y general en jefe del ejército de Cataluña en 1842. Fiel a Espartero cayó con él en 1843 tras la batalla de Torrejón de Ardoz.], el teniente coronel Andrés de Santa Cruz [Cayó prisionero del general Gregorio Araoz de Lamadrid el 15 de abril de 1817 en la Batalla de la Tablada de Tolomosa. Estuvo prisionero en Tucumán y luego fue trasladado a Las Bruscas. Fugó en un barco inglés a Río de Janeiro y volvió a Perú, donde tras caer nuevamente prisionero en 1820 en la Batalla de Cerro de Pasco, se pasó al ejército de San Martín. Actuó como jefe de estado mayor en la Batalla de Pichincha. Ascendió a Mariscal y gobernó Perú entre 1826 y 1827, Bolivia entre 1829 y 1836, y la Confederación Perú-Boliviana entre ese año y 1839.], etc.


    Muchos de los prisioneros, especialmente de tropa, eran destinados a trabajos en las estancias de la zona: «...a los soldados les permitían colocarse de criados en las casas ó de peones en los establos de los caballos». [Guillermo Miller: Memorias del general Miller. Buenos Aires: Emecé, 1997] «Aquel depósito se parecía a un laberinto. Unos salían con licencia a trabajar a las estancias o haciendas; otros entraban y otros salían». [Faustino Ansay: Relación de los acontecimientos ocurridos en la ciudad de Mendoza en los meses de junio y julio de 1810. Buenos Aires, 1960]


    O incluso de pueblos más alejados: «Muchos de ellos sin embargo, estaban destinados con fines de trabajo a distintos lugares de la provincia de Buenos Aires, como Chascomús, Luján, etc.».[Academia Nacional de la Historia (Argentina), Congreso Internacional de Historia de América, 1966, página 130]


    También la capilla del nuevo pueblo aprovechó el trabajo de los prisioneros: «Con respecto a la construcción de la primera capilla bajo la advocación de Nuestra Señora de los Dolores, se habría producido a mediados de 1818, desprendiéndose esta hipótesis de una nota del secretario de Estado, Matías de Irigoyen, que con fecha 3 de junio ordena franquear doce prisioneros del depósito Santa Elena al presbítero Francisco Robles, cura del nuevo pueblo de Dolores, para construir la capilla». [Pirali, Historia.]


    En Las Dos Talas (a 3 leguas de Las Bruscas) había una estancia, una pulpería y «tres cobertizos ocupados por treinta y ocho oficiales Españoles hechos prisioneros de guerra en Montevideo, en el año 1814» que cumplían trabajos en el lugar, contando con guardia permanente. [Miller, op. cit.]


    En estos casos el trabajo por forzado no era desdeñable. Mejoraba un tanto las condiciones de hacinamiento, mala alimentación y hastío del centro de detención. En otros casos, el trabajo forzado era dispuesto como represalia y quienes lo sufrían eran enviados encadenados a la ciudad.


    En 1817 el gobierno exigió a los españoles pudientes de Buenos Aires que contribuyeran al mantenimiento de los prisioneros de Las Bruscas. [M. García de Flöel: La oposición española..., pág. 185.]


    Por otra parte los hacendados de la zona aportaban ganados de manera más o menos voluntaria. El hacendado Manuel Martín de la Calleja, por ejemplo, debió entregar 900 reses anuales para la alimentación de los prisioneros y los blandengues.


    Kaquel Huincul permaneció como puesto de estancia donde se reunían los rodeos de ganados donados o expropiados. El puesto fue así conocido como Estancia del Estado, Estancia Kakel e incluso Fortín Kakel, más que por tratarse de un fortín en regla por encontrarse en el puesto principal el Capitán Lara con sus hombres reclutando los futuros blandengues. [Alfredo Pedrós: Guardia de Caquelguincul.]


    La carne era la base de su alimentación: «El gobierno de Buenos Aires tenía a aquellos oficiales desgraciados sujetos a la simple ración de carne y sal. La poca caza que cogían era un extraordinario de lujo; y el conseguir una taza de leche un acto raro de caridad». [Miller, op. cit.]


    Respecto de la caza, los prisioneros solían tener algunas bolas y lazos, aunque los usaban pocas veces, porque solo en algunas ocasiones les concedían el permiso de que uno o dos a la vez montasen a caballo; este favor dependía enteramente del oficial de la guardia, el cual perteneciendo a la milicia de los gauchos, creía que una indulgencia de esta especie era una falta que cometía. [Miller, op. cit.] Es interesante el uso de boleadoras para la caza a caballo por oficiales que eran españoles nativos, por revelar el nivel de adaptación a las costumbres del gaucho y el consiguiente aprendizaje y práctica y la relación que implicaba con sus guardias y peonada.


    Si bien los datos hacen a prisioneros de Las Bruscas que cumplían trabajos bajo guardia en estancias vecinas, las condiciones eran similares, y no muy diferentes por otro lado a la de cualquier habitante de un rancho en la campaña. Los prisioneros vivían en ranchos de barro o adobe y techos de paja que ellos mismos debían construir. Usaban camas de palos cruzados que fijaban por uno de sus lados a la pared de barro y por el otro con otros palos clavados en el suelo, con mantas de paño tosco. Rara vez tenían ventanas y cuando las tenían eran un pequeño agujero sin ventana o en el mejor de los casos con un saco viejo a manera de cortina. Por todo mueble podían tener un banquillo cubierto de un andrajo de lana, o un asiento improvisado con un tablón apoyado sobre los cuernos de dos cráneos de toro. [Miller, op. cit.]


    Al menos al alcance de los oficiales estaba el tener algunos utensilios domésticos: tenedores, cuchillos y cucharas de asta, cafeteras, sartén, banqueta que servía de asador, parrillas, fuente de barro, tazas y platos. [Miller, op. cit.]


    Los prisioneros se dejaban en general crecer la barba. Se excusaban en razón de que «el jabón artículo demasiado costoso para que pudieran comprarlo», lo cual indica que contaban con algún dinero y la posibilidad de gastarlos.


    Las tropas utilizadas en Las Bruscas y en Kakel Huinkul consistieron fundamentalmente en Blandengues. Estos eran milicianos que custodiaban las fronteras con el indio desde los tiempos virreinales.[El cuerpo fue disuelto en 1820 por problemas de disciplina entre otras razones y sus hombres reagrupados en dos regimientos de Húsares organizados durante el gobierno de Martín Rodríguez. En 1822 el cuerpo fue recreado (Julio César Ruiz: Blandengues, bonaerenses, fundadores y pobladores).]


    Las tropas no siempre tenían particular entusiasmo por el servicio.


    Ya la Primera Junta en 1810 había dispuesto la leva de todos los "vagos" sin ocupación conocida, desde la edad de 18 a 40 años. El 30 de agosto de 1815, el gobernador intendente Manuel Luis Oliden establecía que:


    Todos los pobladores de la campaña sin propiedad legítima, deben ser considerados de la clase de sirvientes... deben estar munidos de una papeleta, firmada por el estanciero para quien se trabaja y por el Juez de Paz, debiéndola renovar cada seis meses...quien transite con la papeleta vencida será reputado de vago y condenado a servir en el ejército.
    Decreto del 30 de agosto de 1815, en Historia de Dolores. [Las levas sucesivas afectaron crecientemente a la población rural y se ha estimado que pueden haber abarcado a un 10% de los varones solteros, es decir a uno de cada seis adultos (Juan C. Garavaglia: Ejército y milicia: los campesinos bonaerenses y el peso de las exigencias militares, 1810-1860, Anuario IEHS N.º 18, 2003, página 163).]


    En determinados momentos se utilizaron tropas del batallón de infantería de Cazadores, integrado por negros libertos o esclavos cedidos por sus dueños y que obtendrían la libertad luego de ocho años de servicio. Estas tropas operaron fundamentalmente en Tordillo, Tandil, Bahía Blanca y Carmen de Patagones. [Analía Correa: Relaciones fronterizas en las tierras del Monsalvo y Dolores, primera mitad del XIX.] En Las Bruscas no tuvieron buen desempeño para el control de los prisioneros. [Norberto Ras: La guerra por las vacas: más de tres siglos de una gesta olvidada, pág. 169.] El uso de estas tropas lo resaltan los realistas en El Censor, periódico político y literario, en un párrafo antes citado: «se les azota con la mayor inhumanidad por mano de un negro».


    En teoría no era difícil escapar de Las Bruscas: la fortificación en sí, de palos y paredes de tierra, era vulnerable, la dotación era reducida y de tropa muchas veces levada a la fuerza, familiaridad y rutina conspiraban contra la disciplina y había un constante flujo de prisioneros que cumplían trabajos en las estancias.


    No obstante la dificultad estaba en llegar a algún lado. La rodeaban por kilómetros innumerables lagunas y bañados que mutaban con las lluvias. El río Salado se encontraba a sólo cinco leguas, menos de 30 km [Desde la Real Orden de 26 de enero de 1801, la «legua castellana» equivalía a 20 000 pies, que equivalen a 5572,7 metros.], pero se requería de baqueanos para cruzarlo, y difícilmente podían contar con alguno, gauchos en su mayoría.


    Miller en sus memorias afirmaba: «En una extensión de cien millas alrededor de Las Dos Talas (una estancia a 3 leguas de Las Bruscas), no había más que veinte estancias, y estas estaban ocupadas por los gauchos, cuya antipatía por los españoles es grandísima». [Miller, op. cit.]


    En esas mismas memorias, relata un intento de fuga frustrado:
    Diez de los prisioneros dirigidos por el Mayor Lavinia, desesperados de verse separados del mundo civilizado, habían desertado dos años antes. Creyendo aquellos infelices poder llegar a sí mejor a Chile, que por entonces estaba por los realistas, se refugiaron entre los indios salvajes; pero al cabo de sufrir horribles privaciones, vagando sin dirección fija más de dos mil millas y haber perecido siete de hambre y cansancio, los treinta restantes, desconfiando de poder realizar sus deseos, se entregaron a un puesto avanzado de los patriotas cerca del territorio de Pehuenche, prefiriendo sufrir su triste suerte de prisioneros, a la vida que tenían que hacer entre los salvajes; cuyas maneras y costumbres, según lo describía el mayor eran en extremo desagradables.
    Guillermo Miller: Memorias.
    No obstante las fugas se dieron repetidas veces, especialmente en 1819 y 1820. Faustino Ansay relató:
    A pesar de las órdenes rigurosas que dictaron los insurgentes, se fugaron varios oficiales en número considerable. Aquel depósito se parecía a un laberinto. Unos salían con licencia a trabajar a las estancias o haciendas; otros entraban y otros salían... Muchos consiguieron sacar licencia para ir a Buenos Aires al hospital por enfermos...se marchaban de a dos, de a cuatro y hasta de a veinte prisioneros a la vez a causa de que los soldados de la custodia se iban retirando por no tener como mantenerse.
    Faustino Ansay
    En general, las fugas exitosas llevaban a Buenos Aires, donde recibían apoyo de los pocos realistas que quedaban, especialmente algunas damas de sociedad cuyas riquezas y lazos de familia les daban protección y oportunidad, como Melchora Rodríguez de Beláustegui [Melchora Rodríguez y Sacristán (1780-1850) era nativa de Montevideo, hija de Melchor Rodríguez, Capitán de los Reales Ejércitos, Gobernador Político y militar de la Provincia de Chiquitos, y estaba casada con el español Francisco Antonio de Beláustegui Foruria (1767-1851), dedicado al comercio con España y uno de los comerciantes mas acaudalados de la ciudad. Beláustegui adquirió el solar de los Riglos, fue miembro del Real Consulado, regidor en 1808, opositor a Liniers, votó en el cabildo del 22 de mayo la propuesta del oidor Manuel de Reyes, contraria a la formación de Junta, fue desterrado a Chascomús hasta agosto de 1811 en que por intervención de Domingo French pudo pasar a Montevideo. Volvió en 1815 pero emigró a Brasil por temor a ser asesinado. Allí apoyó las acciones de la embajada española. Volvió a Montevideo en 1817 y a Buenos Aires bajo el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Durante los años de ausencia, su esposa Melchora y los apoderados, Pedro Capdevilla (hermano de su primera esposa, cabildante y propietario de uno de los primeros saladeros) hasta 1815 y desde entonces, su yerno Felipe Arana, cercano al gobierno revolucionario desde 1815, atendieron sus negocios. En 1816 Juan Antonio, sobrino de Beláustegui, fue puesto preso por ocultar fugados. El mismo gobernador confió a Arana que quienes lo habían denunciado eran «algunos gallegos de los mismos que usted [Beláustegui] ha favorecido».] o Clara Nuñez de Azcuénaga, quien llegó a ocultar más de cien oficiales y soldados españoles [Clara Isabel Núñez Chavarría (1771-?), hija de Pedro Núñez y Alonso, escribano del cabildo, y de Isabel de Chavarría y del Castillo, casó en 1790 con Domingo de Azcuénaga y Basavilbaso(1758-1821), hermano del miembros de la Primera Junta Miguel de Azcuénaga, comerciante, regidor, doctor en leyes y poeta, considerado como el primer fabulista argentino colaboró en el "Telégrafo Mercantil" y fundó la "Sociedad Literaria del Plata". Aparte de valor, tenía un sentido del humor muy particular. En una ocasión organizó un convite «secreto» en su casa, en que reunió a perseguidos políticos que se ocultaban en una casa vecina. Asistieron así alvearistas y rodriguistas, patriotas y realistas, portugueses y españoles, ciudadanos de las Provincias Unidas del Río de la Plata, de Chile y Perú, una pausa de fraternidad probablemente única en la época.], o de aquellos ligados por lazos de familia. En muchos casos, el hospital al que conseguían el traslado, servía de primera etapa de la fuga, como fue el caso de Michelena.


    De Buenos Aires tentaban el paso vía Colonia a Montevideo, ocupada entonces por los portugueses. Allí recibían del cabildo un vale que les permitía ser alojados por ocho días gratuitamente por algún vecino, tras lo cual debían procurarse sustento. El principal agente de España en la ciudad era Feliciano del Río, quien desde la llegada a América del embajador en Río de Janeiro José Antonio Joaquín de Flóres Pereyra Maldonado y Bodquín, Conde de Casa Flóres (o Flórez), había recibido el encargo de procurar la evasión de los prisioneros y apoyarlos en la medida de lo posible en su huida. Procuraba ayudarlos a conseguir transporte para España o el Perú, o seguir a Río aunque en muchos casos, los refugiados se dispersaban por la campaña. Tras la redada de realistas efectuada el 27 de noviembre de 1819 por los portugueses, la situación se tornó más difícil para quienes huían. [La redada respondía a la actitud de muchos realistas que ante la promesa de la Gran Expedición actuaban abiertamente como si los portugueses ya hubieran abandonado la ciudad. Estaban también enfrentados al cabildo y la Logia Caballeros Orientales, integrada por los exiliados de las Provincias Unidas Alvear, Tomás de Iriarte y Larrea entre otros, incentivaba a los portugueses a sacarlos de en medio.]


    Llegados a Río de Janeiro, recibían el auxilio del activo embajador, el Conde de Casa Flóres, quien tras interrogarlos y recabar información de utilidad para la causa de España, les proveía dinero, alrededor de 3000 reales, y ubicación por unos días. Desde allí se regresaba a España o se intentaba el paso a Perú, a través del mar hasta el Callao para los afortunados, o tras una larga marcha por el Mato Grosso y el territorio de Beni.


    El castigo por intentar fugarse consistía muchas veces en ser cargado de cadenas y enviado a cumplir trabajos forzados en Buenos Aires u otras ciudades. El subteniente León Barrientos Alvarado, capturado con su hermano Santiago el 4 de febrero de 1817 en Las Hornillas por el Ejército Libertador, y detenido en Las Bruscas, fracasó al intentar fugar recibiendo por castigo trabajar en obras públicas encadenado entre el 13 de junio de 1818 y el 20 de enero de 1820, en que pudo huir a Brasil. [Gabriel Guarda: La sociedad en Chile Austral, A. Bello, pág. 234.]


    En ocasiones, de tener éxito la fuga, se aplicaban castigos similares a sus compañeros: «Cuando algún realista se fugaba, cinco de los prisioneros eran sorteados y enviados a Buenos Aires, acollarados y engrillados, para trabajar en las calles o en obras públicas». [Historia Argentina, Clasa, 1981.]


    En 1818 Pueyrredón afirmó que había que dar por terminada la tolerancia con los prisioneros ya que no habían «trepidado en fomentar y promover conspiraciones y en fugarse cuantas veces les fuera posible». [Maricel García de Flöel: La oposición española...]


    Las fugas continuaron, pero en 1819 ocurrió un hecho de gravedad, la sublevación de prisioneros en San Luis, donde se hallaban detenidos los prisioneros de cierto rango de la guerra con Chile, que fue percibida como un peligro real para la revolución, especialmente cuando se temía que había sido preparado en coordinación «con las montoneras que mantenían la anarquía en las provincias argentinas y que uno de sus instigadores era José Miguel Carrera, que esperaba recuperar con tales revueltas el gobierno de Chile». [Barros Arana: Historia general de Chile, pág. 88.] La situación en Chile era compleja y la posición de los patriotas distaba de ser segura: simultáneamente con el levantamiento de los prisioneros se producía la sublevación de los hermanos Prieto en la cordillera de Talca y se renovaba la guerra al sur del río Biobío por los realistas dirigidos por Vicente Benavides aliados con los mapuches.


    El levantamiento, planeado por el capitán Gregorio Carretero [Se sumaron luego a su dirección otros oficiales superiores, el brigadier José Ordóñez, el coronel Joaquín Primo de Rivera y Ortiz de Pinedo (hermano del capitán de fragata José Primo de Rivera y Ortiz de Pinedo), el coronel Antonio Morgado, el teniente coronel Lorenzo Morla, etc.] y puesto en marcha el 8 de febrero, preveía detener (o matar según se afirmó) al teniente gobernador Vicente Dupuy y a Bernardo Monteagudo [Monteagudo había llegado pocos días antes y había sido en realidad el detonante del conflicto. Los prisioneros hasta ese momento estaban incluso conformes con su suerte. Tenían quintas propias y solían asistir a eventos sociales. El teniente coronel Morla, incluso vivía en la casa de Dupuy y era amigo personal. Monteagudo impulsó a Dupuy a restringir sus libertades y a dividir a los prisioneros en grupos pequeños, con el consiguiente descontento.], copar la guarnición de San Luis, el pueblo y luego unirse a los montoneros en Córdoba o repasar la cordillera para unirse a las partidas realistas del sur de Chile.


    El movimiento fracasó gracias a las partidas del pueblo organizadas por el comandante de milicias José Antonio Becerra. Se distinguieron en la resistencia Juan Pascual Pringles y el entonces oficial de milicias Facundo Quiroga. Las represalias fueron injustificables, más allá del riesgo cierto a la revolución, de los numerosos antecedentes de actos similares cometidos por los realistas en el Alto Perú y en Chile y de los que se cometerían a futuro, especialmente por Benavides. El mismo Dupuy decía: «Ese fue el instante en que los deberes de mi cargo y de mi autoridad se pusieron de acuerdo con la justa indignación del pueblo. Yo los mandé degollar en el acto y expiaron su crimen en mi presencia y a la vista de un pueblo inocente y generoso donde no han recibido sino hospitalidad y beneficios». Treinta y tres prisioneros fueron muertos y sólo un miliciano. El proceso sumario conducido por Monteagudo finalizó con la ejecución de otras ocho personas.


    El 16 de febrero llegaron las noticias del levantamiento a Santiago de Chile, y San Martín, sin conocer aún que había sido reprimido, escribió desde su campamento a Bernardo O'Higgins:
    Ahora más que nunca se necesita que Ud. haga un esfuerzo para auxiliar a Cuyo. Yo partiré esta noche, y espero sacar todo el partido posible de las circunstancias críticas en que nos hallamos. Yo temo que todos los prisioneros de Las Bruscas hayan sido incorporados en la montonera. Chile no puede mantenerse en orden, y se contagia si no acudimos a tiempo. No quede libre un sólo prisionero. Reúnalos Ud.todos:eche la mano a todo hombre que por su opinión pública sea enemigo de la tranquilidad. En una palabra, es preciso emplear en este momento la energía más constante.
    Diego Barros Arana: Historia general de Chile, pág. 88.
    En España se acusó que existía un plan para ejecutar a los prisioneros realistas aprovechando la Ley de Fugas:


    Se hallaban reunidos en la Punta de San Luis una porción considerable de ilustres prisioneros procedentes en su mayor parte de la batalla de Maipú. Los había asimismo en Las Bruscas, otro punto perteneciente al Virreinato de Buenos Aires y los había también en uno de los fuertes de aquella capital. Parece que sus gobernantes, y señaladamente el director Pueyrredón y el generalísimo de Chile, San Martín, habían decretado el exterminio total de aquellas víctimas del honor y de la fidelidad...se hizo concebir a dichos prisioneros por el conducto de pérfidos emisarios y de una fingida correspondencia la halagüeña idea de recobrar su libertad. Se compraron hombres infames que declarasen haber sido heridos y maltratados por los prisioneros en el acto de hacer terribles ensayos para fugarse de las cárceles, de este modo trataron de dar una forma de legalidad a la muerte de los que gemían bajo las cadenas de las Bruscas y Buenos Aires.
    Mariano Torrente: Historia de la Revolución Hispanoamericana


    Afirma el autor furiosamente antirrevolucionario, y, de hecho, antiamericano, que en San Luis los prisioneros sobrevivientes fueron salvados de la «turba furiosa» por el oficial de guardia que «cierra sus puertas y se opone abiertamente a darles entrada protestándose de que no se ha de manchar su espada con la sangre inocente de aquellos desgraciados que aguardaban con la más religiosa conformidad su último fatal destino».


    Finalmente el supuesto plan del gobierno se suspendió: «Se apresuraron por lo tanto los más filantrópicos a poner en uso todos los recursos de su mediación a fin de contener la bárbara mano de los conjurados. Temió el gobierno insurgente de Buenos Aires los efectos de una conjuración ya descubierta, temió la ira de los gabinetes europeos de cuyo apoyo necesitaba para consolidar su malhadada independencia y despachó sin dilación órdenes presurosas para contener el puñal fratricida. Ya los detenidos en las Bruscas iban a ser inmolados al furor revolucionario cuando llegaron las citadas órdenes. [Mariano Torrente: Historia de la Revolución Hispanoamericana.]


    En El Censor, periódico político y literario, de similar tendencia, se afirmaba a raíz de la muerte de prisioneros sublevados en San Luis que «No satisfecho todavía de sangre estos caníbales intentaron deshacerse de igual modo de unos doscientos oficiales españoles prisioneros que estaban en las Bruscas. A este efecto se comunicó al oficial encargado de este depósito una orden facultándole para que á la menor sospecha que tuviese de ellos los exterminase a todos». No hay prueba alguna de tal plan y no parece razonable su existencia teniendo en cuenta la personalidad de los líderes involucrados, los intereses de la revolución y el trato previo. Sí es factible que ante la carencia de recursos, la situación civil y militar y el involucramiento de los prisioneros en los planes tanto españoles como rebeldes se tomara la decisión de aumentar los recaudos de cara a evitar sublevaciones o fugas masivas o reprimirlas con rapidez y severidad.


    El 10 de junio de 1819, el Congreso de Tucumán eligió como Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata al general José Rondeau, quien inició tratos con el general Carlos Federico Lecor, gobernador portugués de Montevideo, para atacar en conjunto a los federales, lo que implicaba ceder Entre Ríos y Corrientes a Portugal.


    Una alianza del gobernador de Santa Fe, Estanislao López, con el de Entre Ríos, Francisco Ramírez, fuerzas correntinas al mando de Pedro Campbell, del general chileno exiliado José Miguel Carrera y con el apoyo de Carlos María de Alvear inició las hostilidades.


    Las fuerzas destacadas en la frontera con el indio se redujeron al mínimo. Eso incluyó las de Las Bruscas, donde sólo quedó una compañía reducida de blandengues [Juan Carlos Walther: La conquista del desierto: síntesis histórica de los principales sucesos ocurridos y operaciones militares realizadas en la Pampa y Patagonia contra los indios (años 1527-1885)], con lo que recrudecieron las fugas. Tras vencer los federales en la batalla de Cepeda el 1 de febrero de 1820, Buenos Aires fue un caos, lo que fue aprovechado por muchos prisioneros que se encontraban en el hospital de la ciudad o cumpliendo trabajos forzados.


    Aprovechando las disensiones de las provincias del litoral, el nuevo gobernador de Buenos Aires y futuro líder federal, coronel Manuel Dorrego, salió a campaña para enfrentar a López. Las fuerzas de Alvear y Carrera se separaron del santafecino y ocuparon San Nicolás de los Arroyos, donde Dorrego los derrotó el 12 de julio. Las tropas capturadas por los porteños fueron enviadas a Las Bruscas. Carrera se dirigió con los restos de sus tropas hacia el sudoeste, al territorio de la frontera con el indio.


    Dorrego fue derrotado luego en la batalla de Gamonal el 2 de septiembre y fue reemplazado por Martín Rodríguez, comandante de las milicias rurales, con el apoyo de las tropas de Juan Manuel de Rosas, los Colorados del Monte, con lo cual Carrera no sólo no había conseguido suficientes fuerzas para invadir con éxito Chile sino que tanto los gobiernos de las provincias federales como el finalmente establecido en Buenos Aires le negaron autorización para cruzar sus territorios hacia el oeste.


    Carrera quedaba así bloqueado en la frontera de Buenos Aires. Con las pocas fuerzas que conservaba marchó sobre Las Bruscas donde «puso en libertad los chilenos prisioneros en San Nicolás que estaban encerrados quienes consintieron alistarse en sus filas bajo la solemne promesa de ser restituidos a su libertad tan luego como la capital cayera en sus manos». [Benjamín Vicuña Mackenna: El ostracismo de los Carreras, pág. 316.]


    No obstante haber negado apoyo a Carrera, la verdadera actitud de Buenos Aires dio lugar a suspicacias:
    Le han llegado por conductos muy seguros las noticias de que el gobernador de esa provincia facilitaba a José Miguel Carrera loa medios de invadir a Chile permitiéndole que reclute gente para la expedición entre los mismos soldados que este país prodigó para defender a Buenos Aires y aún concediéndole que para aumentar sus fuerzas saque a los prisioneros de las Bruscas.
    Juan Ascencio: Acusación pronunciada ante el Tribunal de Jurados de Lima.
    Ahora con cerca de 500 hombres, Carrera tomó la decisión de internarse y negociar el apoyo de los ranqueles para su tránsito a Chile, quienes aprovechaban el caos para iniciar una serie de ataques a poblaciones de la frontera al norte del Salado.


    Tras ayudar a Carrera a hacer un arreo de vacas y caballos robados en Arrecifes hacia la pampa, le propusieron participar de un malón sobre el pueblo de Salto. En conjunto con 2000 indígenas del cacique Yanquetruz, el 3 de diciembre de 1820 atacó, saqueo y destruyó completamente el pueblo, quedando cautivos 250 mujeres y niños. También sufrieron malones los pueblos de Rojas, Lobos y Chascomús. En febrero de 1821 Carrera se internó hacia el sudoeste.


    Ante la indignación pública por los malones, el gobernador Martín Rodríguez decidió responder pero como tanto Carrera como los ranqueles eran difíciles de alcanzar rápidamente, tras una infructuosa entrada hacia Tandil al regresar atacó a los indios que vivían pacíficamente al sur del Salado en la estancia de Miraflores, de Francisco Ramos Mejía, de las tribus de Ancafilú, Pichiman, Antonio Grande y Landao con el pretexto de que desde allí planificaban las invasiones: [Adriana Pisani: Historias del Salado y la Bahía: crónicas y documentos del pasado, Dunken] «No produjo ésta mayores resultados, si no al contrario más disposición en los indios para hacernos la guerra y no poca por haber traído preso en el mismo ejército a Don Francisco Ramos Mejía con toda la tribu de indios pacíficos que tenían sus tolderías en su estancia Miraflores». [Relaciones fronterizas en las tierras del Monsalvo y Dolores, primera mitad del XIX.] En efecto, el ataque injustificado provocó que las tribus que se habían mantenido hasta ese entonces en paz por voluntad, costumbre y en respeto de lo establecido en el Pacto de Miraflores del 7 de marzo de 1820 [Firmado por Martín Rodríguez con los caciques Ancafilú, Tacumán y Tricnín, quienes había sido autorizados en las tolderías del Arroyo Chapaleufú a representar también a los caciques Carrunaquel, Aunquepán, Saun, Trintri Loncó, Albumé, Lincón, Huletru, Chañas, Calfuyllán, Tretruc, Pichilongo, Cachul y Limay, ratificaba la paz en el territorio y declaraba como línea divisoria definitiva la alcanzada por los hacendados. Por los caciques firmó Francisco Ramos Mejía (Tratado de paz de la estancia Miraflores 7-3-1820)], se alzaran también contra las poblaciones de la frontera. En abril de 1821 un malón de 1500 hombres de lanza guiados por José Luis Molina, antiguo capataz de Ramos Mejía, destruyeron la naciente población de Dolores. [El baqueano Molina fue soldado del Regimiento de Granaderos a Caballo. Cuando Martín Rodríguez apresó al hacendado y a los indios que vivían en su estancia, Molina junto con dos peones más, huyó a las tolderías. Después de la destrucción de Dolores, donde obtuvieron más de ciento cincuenta mil cabezas de ganado, aliado a los caciques Ancafilú y Pichiman invadió por la costa del Salado hasta ser derrotado por los Húsares y Dragones Auxiliares de Entre Ríos. Molina escapó y acusado de traición por los indios recibió protección en los cuarteles. Útil por sus conocimientos fue indultado el 04 de julio de 1826 por Bernardino Rivadavia y se sumó como capitán de baqueanos a las expediciones de 1826 y 1827 del coronel Federico Rauch a la Sierra de la Ventana (Relaciones fronterizas en las tierras del Monsalvo y Dolores, primera mitad del XIX). En el levantamiento rural de 1829 en contra de Juan Lavalle tuvo un papel destacado en la dirección de una de las tantas bandas armadas que mantuvo en jaque al gobierno de facto. Regularizada la situación con la llegada al poder de Rosas, Molina pasó a servir como oficial en el Fuerte Independencia (Silvia Ratto: Caciques, autoridades fronterizas y lenguaraces, CONICET-UNQ-UBA, 2005).]


    Las Bruscas tuvieron un papel central en muchos de los planes que circularon en España y en Río para la reconquista del Río de la Plata, especialmente mientras se mantuvo el proyecto y la esperanza de la Expedición Grande. Como ejemplo, el teniente coronel Fernando Cacho presentó a Casa Flóres una Nota de las preparaciones que deben preceder a la llegada del ejército expedicionario del Río de la Plata para que tenga el feliz resultado que se desea. Allí planeaba rescatar a los prisioneros, que estimaba en alrededor de mil hombres, con tres buques, y con los soldados dispersos en la campaña oriental iniciar un movimiento de apoyo previo al desembarco de la expedición. [En su presentación Cacho demostraba un profundo odio por los revolucionarios de las Provincias Unidas. Decía que eran «vivos, emprendedores, obstinados y sanguinarios, y su genio fecundo en intrigas». Consideraba, al igual que la mayoría en España, que eran el verdadero centro de la insurrección en América, por lo que debían concentrar todos los esfuerzos y una vez dominados ser tratados de manera diferente al resto. Proponía que la vieja Intendencia de Salta fuera separada del restaurado Virreinato del Río de la Plata, que la sede del Virrey se trasladara a la ciudad de Santa Fe y la de la Audiencia a Córdoba, que se cerrara el puerto de Buenos Aires y se trasladara a España a las familias de los insurgentes. José María Mariluz Urquijo, Proyectos españoles para reconquistar el Río de la Plata, 1820-1833, Perrot, Buenos Aires, 1958, pág. 64.]


    Cecilio de Álzaga, hijo de Martín de Álzaga, proponía un plan similar. Afirmaba que «La Guardia de Las Bruscas en donde gimen 700 militares españoles dista de la costa por la parte del río Salado y el sur de este 18 leguas y 18 por la parte del puerto llamado Frontón del Norte. Sólo está guarnecido por cuarenta campesinos mal armados algunos de los cuales son chilenos que sirven con disgusto. Bastará enviar tres sumacas grandes o tres bergantines, un buen baqueano como Diego Martínez, que está en Río, y un aviso al oficial de mayor graduación para que se levante con sus compañeros y gane la costa en el momento en que lleguen los barcos». [J. M. Mariluz Urquijo: Proyectos españoles... (pág. 64 y 65).]


    El plan de Álzaga preveía llevar en los buques armas para los setecientos hombres, lo que ya armados serían desembarcados en Maldonado. Reuniendo a su alrededor a los soldados dispersos, a los realistas convencidos y a milicianos orientales descontentos con la idea de la revolución o con la ocupación portuguesa, confiaba en levantar un ejército de dos o tres mil hombres que daría a la expedición una base firme desde la cual operar.


    Otros planes fueron coincidentes en apoyarse en los soldados prisioneros y los establecidos en la Banda Oriental o en el Matto Groso, así como con menor grado de razonabilidad en la supuesta lealtad profunda a la monarquía de los pueblos indígenas o el descontento del pueblo con la revolución por la inestabilidad permanente. [La lealtad monárquica de los indios pudo tener algún grado de realidad, y sólo en algunos casos, al comienzo de la revolución pero para estas fechas la idea ya había penetrado en todos los estamentos. En cuanto a la desilusión con la revolución, aunque era cierto el agotamiento y descontento por el conflicto civil permanente, mal podía suspirarse por el regreso a la madre patria cuando España sólo mostraba más de lo mismo.] Tras el desvío de la expedición gracias entre otras cosas a las gestiones del agente de las Provincias Unidas en España Andrés Arguibel, y a la descomposición del ejército que desembocó en la rebelión de Rafael de Riego y en el Trienio Liberal, las esperanzas de una fuerza de auxilio se fueron desvaneciendo.


    FUENTE: Wikipedia: La enciclopedia libre, impresión del viernes 1 de julio de 2011.


    Nos limitamos a reproducir tal cual el artículo muy bien documentado. Obviamente ciertas afirmaciones "sentimentales" sólo son atribuibles a los anónimos autores del mismo. Los hechos son los hechos.




    El mito de la Independencia de Méjico « Nacionalismo blanco

    El mito de la Independencia de Méjico


    La Breve Historia de México, que José Vasconcelos escribió en 1936, corre bajo una premisa: mientras la civilización de origen español, criolla, domina en Méjico, hay prosperidad; cuando la barbarie autóctona se impone, nos ocurren desastres.
    En la entrada inaugural de este blog cité el inicio de uno de los capítulos de la Breve historia sobre la Independencia de Méjico, en la que incluí la lapidaria frase “El desprecio de la propia casta es el peor de los vicios del carácter”.
    Sin añadir puntos suspensivos entre los numerosos párrafos no citados, en esta entrada recojo el resto:



    La medalla de Bustamante decía: “Siempre Fieles. – Siempre Unidos. – 1838”. Y narra Alamán que en todo México hubo regocijo, cuando triunfaron los argentinos de los ingleses, cuando España se levantó contra los franceses. Y se hizo oferta de recursos o de voluntarios para la guerra al enemigo común que más tarde sugirió a Hidalgo, a Morelos, la guerra criminal, la matanza desleal, precisamente de los españoles, de nuestros padres, de nuestros hermanos. Y todavía andaban sueltos por nuestras plazas y calles, los demagogos con elocuencia de mezcal criollo vociferando en favor de las abstracciones: libertad, igualdad, fraternidad.

    LA DOCTRINA PERVERSA
    El padre Mier, que nos es presentado como el inspirador de los movimientos de la Independencia, desarrolló su propaganda en Londres, a sueldo siempre del almirantazgo británico. Afirmaba, en efecto la doctrina inglesa, que México se separaba de España porque habían sido violados los pactos de la conquista. ¿Cuales eran esos pactos? ¿A quién se le ocurrió que existieron, y, en caso de haber existido, cómo es que el fenómeno de la independencia latinoamericana alcanzaba mejor ímpetu en la Argentina, donde no hubo indios que pudieran celebrar tales pactos? ¿Por qué México, el país típicamente indio, era precisamente el que menos entusiasmo mostraba por la Independencia?
    Nada de esto sospechó Mier, y propagó la tesis de los intervensionistas tradicionales, la hipótesis de las reivindicaciones indígenas que entonces se hacían valer contra el español y que después se esgrimieron contra el criollo y hoy se aprovechan para desposeer, para perseguir al que habla español sin exceptuar a los indios. Se habla, en efecto, de reivindicaciones indígenas como si a la llegada de Cortés los indígenas hubieran sido propietarios, como si la propiedad y el concepto cristiano de los derechos de la persona humana no hubiesen aparecido precisamente con la conquista.
    Pero lo cierto es que la independencia de Nueva España la promovían los criollos y los españoles de Nueva España, los mexicanos todos de la más reciente generación y no para recuperar derechos usurpados de ningún genero. Al contrario, los descendientes de Moctezuma, así como los de otros muchos personajes de la época azteca, vivían en España en calidad de nobles y se oponían a la independencia que les hacía perder sus títulos y sus ventajas. Pero hablar de reivindicaciones indígenas en nombre de un nacionalismo que no existió jamás es algo que no podía nacer de la entraña del pueblo mexicano, sino que le era inspirado desde afuera, como una ponzoña destinada a envenenar su futuro.

    LA LEALTAD MEXICANA
    Y muy bien observa Alamán que “era poco generoso pretender apartarse de una nación con la que México estuvo ligado por tres siglos”. El mismo Hidalgo evocaba el nombre de Fernando Séptimo pensando, acaso, que una vez libertada España de la invasión francesa, la Independencia vendría. A México no vinieron, como fueron a Colombia, con Bolívar, batallones ingleses y estados mayores extranjeros, sin duda porque el sentimiento español era más fuerte entre nosotros.
    Una independencia lograda sin consejeros bastardos como los que desviaron a Hidalgo y a Morelos, se estaba ya logrando. Pero no era eso lo que querían los ingleses. Lo que ellos buscaban era echar fuera a los españoles de sus dominios de América, a efecto de dominar en seguida a los nativos como se dominan rebaños sin pastor… [El movimiento] se desvío, por inicua presión extranjera, hacia el caudillismo ignorante y destructor de los Morelos y los Guerrero, cuyo programa en esencia no iba más allá de la exigencia de matar gachupines, la consigna natural de los ingleses.
    En México la Independencia no libró batallas. Propiamente nunca ha habido en nuestro suelo batallas, sino sangrientas hecatombes de guerra civil. Y ha tenido que recurrir, como lo veremos en otro capítulo, al sistema peligroso de la exaltación de las derrotas. Pues son, en definitiva, derrotados todos nuestros caudillos de guerra extranjera. Pero concretándonos al caso de la Independencia, es un hecho auspicioso que no se librasen grandes batallas, que no hubiese grandes ejércitos y que Calleja, como constantemente lo repetía con toda lealtad, estuviese haciendo la guerra contra los caudillos de la independencia exclusivamente con tropas mexicanas. Y es que los mexicanos queríamos la independencia pero éramos leales. No queríamos una independencia en beneficio de los ingleses, sino en beneficio de nuestra patria. Por eso la nación, en sus sectores conscientes, no siguió a Hidalgo, no siguió a Morelos. Debe haber parecido a todo el mundo sospechoso ese afán de matar gachupines y esa insistencia de reclutar indios puros y negros de la costa de Guerrero, para echarlos sobre las poblaciones al saqueo, para destruir, que es lo único que logra el líder improvisado que no tiene plan ni visión.
    Para darnos cuenta de la táctica de Hidalgo y de Morelos, táctica de los precursores del partido americano, táctica que producía amistades en los Estados Unidos y promesas de ayuda, como la que llevó a Hidalgo hacia el Norte, como la que movió a Morelos a disponer de Texas, imaginemos un caso parecido en otra nación. Suponed que los franceses que ayudaron a la independencia norteamericana, en vez de encontrarse con hombres superiores como Franklin, como Wáshington, como Hamilton, hombres que supieron aprovechar la ayuda extranjera, pero sin someterse a sus fines, volviéndola más bien hacia el propio servicio, hubiesen recurrido en los Estados Unidos a la población mulata, ignorante y degradada, y, por lo mismo, predispuesta a la traición. A estos mestizos de negro y blanco el agente francés, enemigo de todo lo inglés, les habría dicho y lo habría dicho con razón:
    Lleváis tres siglos de estar dominados por una aristocracia de cuáqueros hipócritas que presumen de justicieros y helos aquí apoderándose de todas las tierras, de todas las riquezas, manteniendo en esclavitud a millones y millones de negros. El grito de guerra ha de ser “mueran los británicos”, y cada vez que ocupéis un poblado, haced fusilar a todos los súbditos de Inglaterra que logréis capturar.
    ¿Qué hubieran hecho los jefes de la Independencia norteamericana frente a una propaganda de esta índole? ¡Hubieran tardado no más de cinco minutos para mandar fusilar a los que hubiesen dado oídos a propaganda semejante! ¿Qué hubiera hecho el propio Wáshington si el capataz de los esclavos de sus fincas se lanza a la rebelión con el propósito de matar ingleses? En ese mismo instante, Wáshington, que era bien nacido se habría sentido inglés y hubiera procurado batir primero a los traidores de su sangre y después a los agentes del poder opresor que era Inglaterra. Pues eso mismo explica por qué tantos no siguieron a Hidalgo y a Morelos sino que los dejaron ajusticiar, sin perjuicio de seguir trabajando por la Independencia, sin perjuicio de consumar la independencia, pero ya no al grito caníbal de “mueran los gachupines”.
    Yo pregunto a los indios puros de mi país, y a mis compatriotas ya educados y despejados de la mente y el corazón: ¿Había o no había opresión, abuso, esclavitud secular de los negros en la región de América colonizada por los ingleses? Y, sin embargo, ¿qué hubiera pasado si los caudillos de la Independencia norteamericana, en vez de guerrear contra las tropas inglesas, convocan a los negros, los llaman y les dicen: “Ahora a matar británicos”? ¿Es verdad o no es verdad que los Estados Unidos se hubieran vuelto una cena de negros?
    Acabamos de decir que otra habría sido la suerte de México si sus líderes nacionales de la época de la Independencia hubieran tenido la categoría cultural y humana de los Franklin, los Hamilton, los Adams. Uno o dos tuvimos en ese período, que pueden parangonarse con los mejores de cualquier país. El obispo Abad y Queipo y el civil don Lucas Alamán. Un personaje de categoría constructiva se hubiera podido desarrollar tal vez con la figura del licenciado Verdad, Alcalde de México. Pero faltó inteligencia en la clase acomodada, en la clase ilustrada.
    El mayor crimen de la historia es revestir de oropeles sucesos que han sido la causa del atraso, la decadencia de las naciones. Y esto es lo que nosotros hemos hecho con la leyenda de la Independencia: erigir en culto y religión lo que fue yerro funesto y comienzo de todas nuestras desventuras. Vale más no tener ídolos que tenerlos falsos.

    LOS MOVIMIENTOS PRECURSORES DE LA INDEPENDENCIA
    Desde el principio, anota Pereyra, el criollismo netamente español llevará la bandera del indianismo contra la Metrópoli; se llamará aztequismo en México, incaísmo en la America del Sur, mosquismo en la Nueva Granada, caribdismo en Venezuela. Cada país encontrara en una remota glorificación precolombina el punto de arranque de sus aspiraciones nacionales.
    Pero todo esto era no sólo artificial y absurdo, era parte del programa británico que, junto con el salario, daba la lección a los precursores y a los actores de los grandes movimientos insurreccionales.
    Una oscura rebelión de indios que tenía por objeto suprimir las mitas fue magnificada como para hacerla bandera continental. Ocurrió que el cacique rebelde Condorcanqui fue bautizado por los que habían vendido el alma a Inglaterra, con el nombre de Tupac Amaru, el nombre del inca ajusticiado por los españoles. Y se le presentaba como aspirante a Emperador de toda la América, cuando, dice bien Pereyra, su antepasado el verdadero Tupac Amaru nunca tuvo pretensiones de conquistar siquiera hasta Bogotá. Todo lo que hizo el nuevo Tupac antes de ser derrotado estrepitosamente fue degollar hombres, mujeres y niños. En Calca acabó con todos los blancos. Lo que indica la tendencia de la insurrección. Y por lo que vuelve a surgir la pregunta: ¿Qué hubieran hecho los norteamericanos con una sublevación que a pretexto de la independencia nacional hubiese lanzado a los pieles rojas del Cañada contra los puestos avanzados de las trece colonias primitivas? Hubieran hecho lo que hizo Calleja cuando ya no hubo más grito de guerra ni más plan que matar gachupines: batirla hasta exterminarla.
    Los documentos que redactaban los ingleses no eran más eficaces para la consecución del propósito que serviría de base a la guerra: la difusión del odio entre criollos y españoles. Origen éste de la acción imperialista contemporánea que azuza el odio de los mestizos contra los criollos y de los indios contra los mestizos.
    Más que francesas igualitarias y liberales, las ideas de los precursores de la Independencia eran tomadas del “Intelligence Service” del Almirantazgo inglés; nos eran fabricadas por los enemigos de España que codiciaban nuestros territorios. Eran ideas de desquiciamiento social, útiles para producir lo que pronto definiría el imperialismo norteamericano, más practico y más franco que el inglés: el exterminio de las razas mezcladas inferiores que había producido España y la conquista de la tierra sin los hombres, “la jaula sin el pájaro”. En otros términos, la táctica que los norteamericanos aplicaban en sus propios territorios: “a good indian is a dead indian”. En nuestros países había que acabar primero con el español porque el español se había casado con la india, se había aliado con el indio y había llegado a formar el poderoso bloque mestizo. Atacándolas por la cabeza, destruyendo a sus aristocracias, es como mejor y más pronto se acaba con las razas enemigas. Por eso el grito de guerra, grito hipócrita y desleal, era de un extremo a otro del continente y aun allí donde no había indios que reivindicaran un solo derecho: “¡Arriba los indios, los Tupac Amaru de opereta y… mueran los gachupines!”
    Soñaba Miranda, como soñó al principio Bolívar, que con sólo establecer la libertad, todas las republicas de América vivirían en paz. No vio el peligro norteamericano, añadido al peligro inglés. Y si Bolívar lo vio, fue cuando ya en la decadencia y el destierro, le vino a su espíritu la lucidez del que ha fracasado en una empresa que juzgó noble.
    También Miranda cayó en la infantilidad de querer dar el gobierno de un vasto Estado americano al descendiente del inca. Por lo que se ve de qué modo, aun los hombres de genio del movimiento, servían al plan anglosajón de eliminar lo español de los territorios cuya conquista preparaban. Y eso que Miranda no tenía una sola gota de sangre indígena. Era nada más un alma mediatizada por el influjo de los ingleses.
    ¿En dónde está el criterio de todos estos hombres que veneramos como padres de la patria? Si todo un Miranda, hombre de mundo, ilustrado, genial casi, ofrecía provincias, ¿qué tiene de extraño que Morelos, escaso de luces, hablase con naturalidad de ofrecer Texas a los Estados Unidos a cambio de unos cuantos rifles?
    Aaron Burr también, personaje norteamericano caído después en desgracia, preparaba una expedición que bajó por el Missisipi. Su objeto pregonado por Jefferson, era la conquista de la Nueva España. No se llevó adelante porque detrás estaba España. Cuando nos faltó España, ocurrió el desastre del 47.

    LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
    El Virrey, entretanto, organizó nuevo ejercito que puso a las órdenes de don Félix María Calleja, general realista. En las llanuras de Aculco, al noroeste de la capital, esperó Calleja con diez mil hombres a los cien mil que traía Hidalgo. Eran estos una chusma pobremente armada, compuesta en su mayor parte de indios, y Calleja logró destrozarlos.
    La derrota insurgente fue total. Desde ese momento ya Hidalgo no pensó sino en la huida. Mientras se dirigía al Norte fue aprehendido, en las cercanías de Monclova. De allí se le condujo a Chihuahua, donde fue ajusticiado, tras de retractarse públicamente de toda su empresa.
    A su paso por Michoacán, Hidalgo había recibido la adhesión del cura don José María Morelos, su antiguo discípulo en el seminario de Valladolid. Morelos no tenía gran ilustración. Las ideas sobre su movimiento eran las que le comunicó Hidalgo, que las tenía confusas. Hidalgo veía con desagrado la matanza inmotivada de los españoles. Morelos, menos culto, se contagió más fácilmente de la irritación de los mestizos y los indios contra el español. Al lado de Morelos los agentes norteamericanos ganaron considerable influencia. A uno de estos agentes, según refiere Alamán, lo fusiló Calleja. Pero no antes de que hubiese presenciado con satisfacción las hecatombes de prisioneros españoles que consumaba Morelos. La destrucción de los españoles era necesaria para destruir el país.
    El afán de botín impulsaba a las multitudes contra el español, porque siempre el que no tiene odia al que tiene. Los Estados Unidos habrían degenerado en vez de prosperar si, como nosotros, se dedican a perseguir ingleses. Al contrario, la política yankee ha sido de favorecer a la inmigración de ingleses y nórdicos de todas las razas afines de las suyas. Y el poderío de la Argentina y del Brasil se debe a que siguieron recibiendo españoles y portugueses respectivamente, por la misma época en que nosotros matábamos y expulsábamos españoles. Era una sangría de nuestra aristocracia étnica.
    Si sobre estos hechos y otros parecidos no hay la menor duda; si no puede ser Morelos un modelo, ni como militar ni como patriota ni como caballero, ¿por qué esas glorificaciones ilimitadas? Levantar a la más alta cumbre de la fama patriótica a quien padece tales lacras, resta autoridad para exigir de los funcionarios y caudillos del día, las virtudes elementales del hombre de honor. Pues ¿cómo vamos a pedir al funcionario común lo que no se exige del héroe? Por otra parte, no hay nada más triste que un pueblo que ni la historia la tiene limpia. El mantenerla sucia no es culpa de los personajes que en ella figuran, sino de la caterva de inteligencias alquiladas a los más viles poderes de cada instante, y que repiten leyendas y otorgan consagraciones irreflexivas o perniciosamente motivadas, a menudo con el propósito de encubrir y justificar los crímenes del presente.

    ____________
    Mi opinión:
    “No es culpa de los personajes que en ella figuran, sino de la caterva de inteligencias alquiladas a los más viles poderes de cada instante…” escribió Vasconcelos hace ya setenta y cinco años. Actualmente, en el país aún vivimos en la mentira.
    El movimiento de la Independencia tal y como me lo enseñaron de niño y adolescente en Méjico, desde las escuelas católicas hasta el liberal y rojillo Colegio Madrid en que me eduqué, es una mentira, un mito. Y de esta leyenda o mito son culpables todos y cada uno de los intelectuales e historiadores mejicanos, incluyendo mis “ídolos” juveniles Octavio Paz y Enrique Krauze.



  7. #47
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    http://coterraneus.wordpress.com/2011/07/05/de-bicentenarios-y-profetas/

    De bicentenarios y profetas.


    "Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos los colores y razas." Simón Bolívar

    “Viva nuestro Rey legítimo y Señor Natural Don Fernando VII y conservémosle a costa de nuestra sangre esta preciosa porción de sus vastos dominios libre de la opresión tiránica de Bonaparte hasta que la divina misericordia vuelva a su trono o que nos conceda la deseada gloria de que venga a imperar entre nosotros.”
    Su Alteza Serenísima, Juan Pío Montúfar, Marqués de Selva Alegre.
    “Terribles días estamos atravesando: la sangre corre a torrentes: han desaparecido los tres siglos de cultura, de ilustración y de industria: por todas partes aparecen ruinas de la naturaleza o la guerra”.
    Simón Bolívar
    “Nuestra historia tiene errores grandes y pequeños que no se han corregido todavía, especialmente en lo que atañe a la independencia de Quito. Todavía se consigan en sus páginas que esa guerra es heredera de la Revolución Francesa, que los Cabildos nada tienen que ver con nuestra emancipación, que dicha guerra no fue una perfecta guerra civil y que las invocaciones a nombre de Fernando VII que a cada momento hacían los patriotas eran la máscara que ocultaban sus verdaderas y ocultas intenciones… amén de otras faltas a la verdad que ahora se demuestran y que han empañado la historia por el desconocimiento de los documentos en que debía apoyarse”.
    José Gabriel Navarro
    Hoy 5 de julio de 2011 se celebra con una estupidizante algarabía propia de la fecha, el bicentenario de la llamada “declaración de independencia” de Venezuela, y siendo que el “Libertador” era venezolano, no puedo menos que referirme a esta fecha.
    Desde el 2009 que el continente viene celebrando inconscientemente los distintos bicentenarios de sus “independencias”. Y hay que decirlo de una buena vez, de manera directa y sin rodeos, esas celebraciones son las celebraciones de la ruptura, división y rebajamiento de la Patria Grande, del inicio de nuestros males más atroces, es la celebración de nuestra miseria y nuestro olvido.
    La llaman independencia y la llaman libertad, y por ahí dicen que eso venimos celebrando en el o en los bicentenarios. Sinceramente me causan mucha risa y mucha pena aquellos que se llenan la boca hablando de independencia, libertad, unidad y “Patria Grande” y a la vez reivindican a Bolívar, a San Martín, a Sucre y a O’ Higgins y cía. (Que según algunitos sabelotodos querían unir algo que ya estaba unido). Dicen que estos nos dieron independencia: “independencia” es al parecer la entrega y expoliación del continente al imperialismo británico primero y al yanqui después, independencia es la crisis política y el endeudamiento económico consuetudinario desde hace 200 años, independencia es morirse de hambre, independencia es alienarse la cabeza de ideas e identidades que no son nuestras. Dicen que estos nos dieron libertad: “libertad” le llaman al látigo, al fusil y a la guerra; que hablen de libertad los fusilados, perseguidos y desterrados de Bolívar y sus descendientes en la ideas: que hablen de libertad los muertos en innumerables guerras civiles endémicas en lo que alguna vez fue un Imperio con siglos de paz; que hablen de libertad los indios sometidos y exterminados por la república: que hablen de libertad los cholos, los llaneros, los chagras, los huasos y los gauchos utilizados como carne de cañón en cuanta guerrita chauvinista se les ocurrió a los vende patrias; que hablen de libertad los oprimidos por la oligarquía y los cazados por la masonería y el liberalismo. Nuestros llamados próceres y quienes los reivindican como bandera de unidad, revolución y cambio son hipócritas, sinvergüenzas, vendidos y traidores, eso es lo que son, y lo digo sin empacho (y si algunos me quieren colgar, crucificar o fusilar por decir esto, les diré entonces háblenme de libertad y de independencia mamarrachos).
    Estos son los próceres, los hombres que hablan de patria y como dicen sus leguleyos seguidores, a confesión de parte: relevo de pruebas:
    Los liberales del mundo somos hermanos en todas partes.
    “En defensa de la patria todo es lícito menos dejarla perecer.”
    José de San Martín
    “Terribles días estamos atravesando: la sangre corre a torrentes: han desaparecido los tres siglos de cultura, de ilustración y de industria: por todas partes aparecen ruinas de la naturaleza o la guerra”.
    Simón Bolívar, 1814
    “Yo deseo continuar sirviendo a mi patria, para el bien de la humanidad y el aumento del comercio británico”.
    Simón Bolívar. 1815
    “Siento no depositar esta insignia ante la asamblea nacional, de quien la había recibido; siento retirarme sin haber consolidado las instituciones que ella había creído propias del país y que había jurado defender…Que se presenten mis acusadores. Quiero conocer los males que he causado, las lágrimas que he hecho derramar. Salid y acusadme. Si las desgracias que me hacháis en rostro han sido, no el efecto preciso de la época del poder sino del desahogo de malas pasiones, esas desgracias no pueden purgarse sino con mi sangre. Tomad de mí la venganza que queráis, que yo no os opondré resistencia. ¡Aquí está mi pecho!”
    Bernardo O’ Higgins.
    “Contra la fuerza y la voluntad pública he dado la libertad a este país y como esta gloria es mi fortuna nadie me puede privar de ella”.
    Simón Bolívar, 1828.
    “Un País devastado tanto tiempo por la guerra sangrienta y desastrosa que ha sufrido, necesita de un gobierno propio, que anhelan sus pueblos, para que remedie los males de las convulsiones políticas”
    Antonio José de Sucre.
    “Nuestro pobre país parece destinado a sufrir más que todos los demás de América. De un extremo de democracia, que era ya desorden, pasa al otro, ¡que rigor! ¡ay qué hombres!”
    Antonio José de Sucre
    “Créame Ud., nunca he visto con buenos ojos las insurreciones; y últimamente he deplorada hasta la que hemos hecho contra los españoles”.
    Simón Bolívar, 1830.
    “Seamos libres, lo demás no importa nada”.
    José de San Martín.
    Al Congreso Constituyente: “¡Conciudadanos! Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de todo lo demás”.
    Simón Bolívar, 30 de enero de 1830.
    La Hispania ultramarina desde entonces vive de tumbo en tumbo y sin levantar la cabeza. Y a la Hispania europea tampoco le ha ido muy bien que digamos, sabiamente dijo un compatriota del otro lado del charcho “Nos separamos para profundizas nuestros errores”. Históricamente hablando la Independencia estuvo mal, sin embargo es un hecho consumado y por tanto inalterable; pero debemos considerar que si la separación vino por medio de una guerra, entonces solo por otra guerra vendrá la unidad. Debemos revivir la unidad superior que no divida. Debemos revivir hispanoamérica.
    De tanta celebración bicentenaria solo sacamos una cosa: profetas, y el mejor de todos ellos fue Bolívar, y que nos lo diga con sus propias palabras en su última carta al general Flores (nuestro primer presidente republicano):
    “V. sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos. La América es ingobernable para nosotros. 2°. El que sirve una revolución ara en el mar. 3°. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4°. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos los colores y razas. 5°. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6°. Sí fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, este sería el último período de la América.”
    Una profecía cumplida al pie de la letra, tal vez por algún filón hebraico en la venas de su autor o por ser este el modelo de latinoamericano (que no hispanoamericano), quien lo arruina todo y después se arrepiente de todo.
    La nuestra, como diría Luis Corsi Otálora, es la Sinfonía Inconclusa de nuestros pueblos en la historia, gracias a los profetas de la calamidad diría yo. En estas tierras llenas de profetas que lanzan sus áridas y verdaderas palabras al viento para que se pierdan en la futilidad del futuro hecho, de la desgracia vivida y de la fatalidad realizada. En estas tierras de profetas estériles hacen falta y mucha, mucha falta, hombres virtuosos que no vivan de la palabra y la destrucción sino de la acción y la creación: a estos alguna vez los llamaron Reyes.
    Por Francisco Núñez Proaño.
    Y les dejo estas palabras de Wilfrido Loor para la reflexión:
    NOS ENVENENARON
    “¿No será que nuestros adversarios para destruirnos, nos envenenaron con falsos conceptos de libertad, democracia, independencia, palabras flexibles que se prestan a todas las interpretaciones, que cada cual las entendió como pudo y nos lanzó a la lucha fraticida, sobre ríos de sangre y montaña de incomprensiones hasta colocarnos en una dolorosa esclavitud económica y social, de rodillas ante los grandes pueblos o ante los grandes consorcios o trusts internacionales?”
    “…en más de una centuria (ahora ya van para dos) en que hemos vivido peleando sin visión del porvenir, con la sangre en las rodillas, el estómago vacío de pan y la cabeza vacía de los grandes ideales políticos, ciegos ante nuestra propia grandeza, denigrando lo que es nuestro y admirando lo ajeno, en un insensato afán de imitar a otros pueblos.”
    “Es tiempo de que comience ya la resistencia. De que volvamos a encontrar los que hemos perdido: nuestro espíritu, nuestra alma, nuestro propio yo…”
    “Sino comienza la resistencia, la destrucción seguirá adelante, continuaremos atomizándonos más y más, y un día en un lenguaje que no es el de Cervantes y el de la SantaDoctora de Ávila se dirá: por aquí paso un pueblo enfermo de libertad, democracia y anarquía.”
    (Wilfrido Loor fue un destacado historiador , académico y jurista, uno de los niños que ante el cual se efectuó el prodigio de la “Dolorosa del Colegio”, el 20 de Abril de 1906, miembro de la Academia Nacional de Historia, autor entre otrasobras de “Cartas de García Moreno”, “Manabí, Prehistoria y Conquista”, “Schumacher”, “Eloy Alfaro”, “La Victoria de Guayaquil”, “García Moreno y sus Asesinos”, “José María Yerovi”)




    C. L. A. M. O. R.: Belgrano revolucionario


    Belgrano revolucionario

    Como en la época de 1789 me hallaba en España, y la revolución de la Francia hiciese también la variación de ideas y particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre, fuese donde fuese, disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido, y que aún las mismas sociedades habían acordado en sus establecimientos indirectamente.

    -- Manuel Belgrano, Autobiografía.



    C. L. A. M. O. R.: Una mentira de la "leyenda rosa": La revolución no fue contra España

    Una mentira de la "leyenda rosa": La revolución no fue contra España

    Pues veamos un testimonio directo:




    Hasta el nombre de España es odioso a estas gentes.


    -- Carta de Gaspar de Santa Coloma a Juan José de Presilla y a Juan Antonio Santelires, dada en Buenos Aires, el 20 de noviembre de 1811.







  8. #48
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    http://bicentenariodistinto.blogspot.com/2011/07/confesion-de-parte-bolivar.html


    A confesión de parte: Bolívar


    “Terribles días estamos atravesando: la sangre corre a torrentes: han desaparecido los tres siglos de cultura, de ilustración y de industria: por todas partes aparecen ruinas de la naturaleza o la guerra”. (1814)


    “Yo deseo continuar sirviendo a mi patria, para el bien de la humanidad y el aumento del comercio británico”.
    (1815)


    “Créame Ud., nunca he visto con buenos ojos las insurreciones; y últimamente he deplorada hasta la que hemos hecho contra los españoles”. (1830)


    “¡Conciudadanos! Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de todo lo demás”. (1830)


    Vitral conmemorativo en una logia masónica de Caracas.

    Placa que señala el lugar donde vivió Bolívar durante su estancia en Londres.

    Libro británico que relata la historia de la Legión Británica de Bolívar .




    C. L. A. M. O. R.: El genocidio de San Juan de Pasto: La vergüenza de la historia colombiana


    El genocidio de San Juan de Pasto: La vergüenza de la historia colombiana

    Pasto, o San Juan de Pasto --como aún hoy se sigue llamando oficialmente--, es la capital del actual Departamento de Nariño (República de Colombia). Los pastusos --los nariñenses-- fueron realistas durante la Guerra de Independencia, y su rebeldía les costó sangre y desprecio. Esto, sumado a su situación geográfica, los mantuvo aislados configurándose una actitud conservadora, tradicionalista y de ensimismamiento cultural con respecto al resto del país. Aún hoy se destacan por su sentido de la autonomía, su valor y su idiosincrasia tan particular.


    Los colombianos (y todos los hispanoamericanos) aún ignoran que la mayor masacre de civiles de nuestros anales la cometió el general Antonio José de Sucre en la Navidad de 1822 cuando, para vengar la derrota sufrida por los "patriotas" en Genoy veintidós meses antes, entró a saco en Pasto y permitió que sus tropas fusilaran, violaran, robaran y destruyeran a su antojo. Tres días de vandalismo dejaron más de 400 muertos, en su mayoría civiles, mujeres y niños.


    No hay que sorprenderse, pues, de que Sucre fuera asesinado ocho años más tarde cerca de allí.

    Pocas guerrillas tan corajudas vio Colombia como la del indio de La Laguna Juan Agustín Agualongo, cuya lealtad al rey de España lo indujo a enfrentarse a Simón Bolívar hasta cuando fue preso y fusilado por José María Obando en 1824. Dice el historiador granadino Aníbal Galindo que, reclutados para los ejércitos "libertadores", muchos pastusos preferían ahogarse en los ríos antes que combatir contra la Religión y el Rey.

    Su tenaz resistencia le valió a Pasto toda suerte de diatribas.


    "Ciudad infame y criminal que será reducida a cenizas", anunció el Supremo Gobierno de Popayán.


    "Voy a instruir que los principales cabecillas, ricos, nobles o plebeyos, sean ahorcados en Pasto", escribió Francisco de Paula Santander.


    "Haced lo posible por destruir a los pastusos", ordenó Bolívar.


    Finalmente, cuando fue sometida la ciudad en 1822, el Libertador informó así a sus compatriotas: "La infame Pasto ha vuelto a entrar bajo las leyes tutelares de Colombia".


    Pero con el fin de la Guerra de la Independencia, los pesares de Pasto no terminaron.


    Entre 1839 y 1842, Pasto fue uno de los focos que reaccionaron frente a la supresión de los conventos que ordenó el presidente José Ignacio de Márquez. Foco que, con el alzamiento de otras ciudades y el fortalecimiento de los caudillos sureños conocidos como Supremos, dio origen a la Guerra de los Conventos.


    Durante las guerras civiles que caracterizaron todo el siglo XIX colombiano (ay, ¡"paz hispánica"!), en 1861 la ciudad fue durante seis meses capital de Colombia, cuando allí fijó su cuartel general el caudillo conservador Leonardo Canal González.


    Un año después, fueron el teatro principal de la guerra con el Ecuador de García Moreno.


    Recién en 1940 se construyeron en la región los primeros hospitales, luego de una devastadora epidemia de bartonellosis.


    En julio de 1944 protagonizaron un intento de golpe de estado, cuando el coronel Diógenes Gil, comandante de la VII Brigada del Ejército, lo tomó prisionero al presidente Alfonso López Pumarejo.


    En junioo de 2006 el Deportivo Pasto se alzaba con el título de Campeón Colombiano de Fútbol, ubicando nuevamente a esta región en el mapa de la antigua Nueva Granada. Decía entonces un comentador, "Comen cuy, hablan como serranos, oyen música andina, tienen más sangre inca que cualquiera otra comunidad nacional, son espléndidos anfitrones y amigos leales. Han aguantado dos siglos de burlas y desconfianza. Pero ahora los reivindica su equipo de fútbol. Y con ellos, se reivindica el fútbol de los pequeños y el espíritu de los marginales. Déjenme declararme pastuso, aunque sea por un día."





  9. #49
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    http://bicentenariodistinto.blogspot.com/2011/07/postura-de-la-iglesia-ante-la.html


    Postura de la Iglesia ante la Revolución hispanoamericana


    El Sumo Pontífice promulgó su encíclica “Etsi longissimo terrarum” dirigida a los obispos de la América hispana, tras culminar un año de negociaciones con los representantes de España.El 30 de enero de 1816, Pío VII promulgó su encíclica “Etsi longissimo terrarum” dirigida a los obispos de la América hispana, tras culminar un año de negociaciones con los representantes de Fernando VII. Es considerada, por algunos, un texto legitimista.
    Su Santidad Pío VII
    A los Venerables [Hermanos] Arzobispos y Obispos y a los queridos hijos del Clero de la América sujeta al Rey Católico de las Españas.PIO VII, PAPA.Venerables hermanos o hijos queridos, salud y nuestra Apostólica Bendición. Aunque inmensos espacios de tierras y de mares nos separan, bien conocida Nos es vuestra piedad y vuestro celo en la práctica y predicación de la Santísima Religión que profesamos. Y como sea uno de sus hermosos y principales preceptos el que prescribe la sumisión a las Autoridades superiores, no dudamos que en las conmociones de esos países, que tan amargas han sido para Nuestro Corazón, no habréis cesado de inspirar a vuestra grey el justo y firme odio con que debe mirarlas.
    Sin embargo, por cuanto hacemos en este mundo las veces del que es Dios de paz, y que al nacer para redimir al género humano de la tiranía de los demonios quiso anunciarla a los hombres por medio de sus ángeles, hemos creído propio de las Apostólicas funciones que, aunque sin merecerlo, Nos competen, el excitaros más con esta carta a no perdonar esfuerzo para desarraigar y destruir completamente la funesta cizaña de alborotos y sediciones que el hombre enemigo sembró en esos países.
    Fácilmente lograréis tan santo objeto si cada uno de vosotros demuestra a sus ovejas con todo el celo que pueda los terribles y gravísimos prejuicios de la rebelión, si presenta las ilustres y singulares virtudes de Nuestro carísimo Hijo en Jesucristo, Fernando, Vuestro Rey Católico, para quien nada hay más precioso que la Religión y la felicidad de sus súbditos; y finalmente, si se les pone a la vista los sublimes e inmortales ejemplos que han dado a la Europa los españoles que despreciaron vidas y bienes para demostrar su invencible adhesión a la fe y su lealtad hacia el Soberano.
    Procurad, pues, Venerables Hermanos o Hijos queridos, corresponder gustosos a Nuestras paternales exhortaciones y deseos, recomendando con el mayor ahinco la fidelidad y obediencia debidas a vuestro Monarca; haced el mayor servicio a los pueblos que están a vuestro cuidado; acrecentad el afecto que vuestro Soberano y Nos os profesamos; y vuestros afanes y trabajos lograrán por último en el cielo la recompensa prometida por aquél que llama bienaventurados e hijos de Dios a los pacíficos.
    Entre tanto, Venerables Hermanos e Hijos queridos, asegurándoos el éxito más completo en tan ilustre fructuoso empeño, os damos con el mayor amor Nuestra Apostólica Bendición. Dado en Roma en Santa María la Mayor, con el sello del Pescador; el día treinta de enero de mil ochocientos diez y seis, de Nuestro Pontificado el décimo sexto.
    http://cubaespanolaresumen.blogspot.com/2010/07/carlos-manuel-de-cespedes-y-perucho.html


    Carlos Manuel de Céspedes y Perucho Figueredo eran anexionistas



    De Carlos Manuel de Céspedes (El Padre de la Patria) podemos afirmar que tenía ideas anexionistas, en ese escrito que verán abajo, además de que su bandera es la copia de la de Texas. También Perucho Figueredo, quien escribió el Himno Nacional, firmó la carta.


    Apenas dos semanas después del alzamiento del 10 de octubre de 1868 los insurrectos enviaran una carta al secretario de estado norteamericano en la que decían como conclusión:


    Por eso al acordarnos de que hay en América una nación grande y generosa, a la cual nos ligan importantísimas relaciones de comercio y grandes simpatías por sus sabias instituciones republicanas que nos han de servir de norma para formar las nuestras, no hemos dudado un solo momento en dirigirnos a ella, por conducto de su Ministro de Estado, a fin de que nos preste sus auxilios y nos ayude con su influencia a conquistar nuestra libertad, que no será dudoso ni extraño que después de habernos constituido en nación independiente formemos más tarde y más temprano una parte integrante de tan poderosos Estados, porque los pueblos de América están llamados a formar una sola nación y a ser la admiración y el asombro del mundo entero. [En: Portell Vila, Herminio. Historia de Cuba en sus relaciones con los Estados Unidos y España. Miami: 1969, p. 217].Encabezando las firmas estaba el futuro Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, Pedro Figueredo, el hombre que le gustaba escribir himnos montado en un caballo y Bartolomé Masó, el mismo que lanzara en 1895 el famoso Grito de Baire.

    Meses después (6 de abril de 1869) los representantes camagüeyanos en una carta al recién elegido presidente norteamericano Ulysses Grant le decían:

    Parece que la Providencia ha hecho coincidir estos acontecimientos con la exaltación al poder del partido radical que representáis, porque sin el apoyo que de ese partido aguardamos, puestos en lucha los cubanos con un enemigo sanguinario, feroz, desesperado y fuerte, si se consideran nuestros recursos para la guerra, vencerán, sí, que siempre vence el que prefiere la muerte a la servidumbre, pero Cuba quedaría desolada, asesinados nuestros hijos y nuestras mujeres por el infame gobierno que combatimos, y cuando según el deseo bien manifiesto de nuestro pueblo, la estrella solitaria que hoy nos sirve de bandera, fuera a colocarse entre las que resplandecen en la de los Estados Unidos, sería una estrella pálida y sin valor. [En: Portell Vila, Herminio. Historia de Cuba en sus relaciones con los Estados Unidos y España. Miami: 1969, pp. 238-239.]

    Tampoco la mayoría del pueblo cubano sabe que éramos españoles de nacimiento desde 1821 cuando nos convertimos en una semi-provincia de ultramar, ni que 1837 ya éramos 6 provincias españolas de ultramar y mucho menos que el 25 de noviembre de 1897 hicieron extensivas las leyes de la península de 1890 hacia Cuba y Puerto Rico, ni que en enero de 1898 se comenzó la Comunidad Autónoma Cubana de España, hasta el 1 de enero de 1899 que EU gano la guerra.

    Siempre nos han dicho que éramos colonia, han engañado al pueblo cubano con mentiras y cuando te das cuenta de la manipulación, los historiadores pierden credibilidad y entonces uno se cuestiona todo lo escrito.

    No me gustan las mentiras, ni la manipulación.Tengo que ir repitiendo lo mismo en este blog, porque “El Arte de Aprender, es el Arte de Repetir, Repetir, Repetir”.Todo el mundo conoce la Coca Cola, sin embargo se gastan billones de dólares dando el mismo mensaje y por eso se conoce.

    Las personas tienen que ir conociendo como hemos sido engañados por la mayoría de los historiadores cubanos.

    Biografía:
    Algunos datos del blog de Enrisco; enrisco: Nuestros próceres y el anexionismo




  10. #50
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    http://bicentenariodistinto.blogspot.com/2011/08/vicente-benavidez-vida-de-un-aventurero.html


    Vicente Benavídez: Vida de un aventurero realista criollo





    Vicente Benavídez (o Benavides, 1777-1822), nació en Quirihue, unos 70 km al NO de Chillán y unos 80 al NE de Concepción.


    Fue funcionario del Real Estanco de Tabacos y, en 1810, ante los acontecimientos que estaban teniendo lugar en la Península Ibérica, se enroló en el Regimiento de Granaderos de Chile. Al año siguiente, creyendo aún en la sinceridad de la causa "patriota", se presenta voluntario en la División Auxiliar que, al mendo del coronel Alcázar, fue enviada a Buenos Aires.


    En 1813 lo vemos en Concepción como sargento de los Húsares de la Gran Guardia, comandados por José Miguel Carrera. Pero ante lo evidente de la deriva de la Revolución, deserta de las filas "patriotas" y se decide a luchar en el bando realista fiel al Rey legítimo.


    Durante la batalla de Membrillar, el 20 de marzo de 1814, es capturado. Al sur de Linares, durante un incendio que la propaganda revolucionaria le atribuirá, logra escapar. Se enrola en las fuerzas realistas y es designado como sargento en el Batallón de Infantería Ligera de Concepción.


    Participa del sitio de Rancagua, del 1º al 2 de octubre del '14, y se destaca con honores. Por este motivo y su fidelidad sin tacha, es ascendido a subteniente. Como oficial de los Ejércitos del Rey, continúa su vida en Concepción y, en el verano del '17, desposa a Teresa Ferrer y Santiváñez, de una aristocrática familia local.


    Pero tras la derrota de Chacabuco, se evacúa con su familia y los demás fidelistas a la plaza de Talcahuano. Los reveses que sufren las fuerzas leales lo convencen de internarse en la Frontera. A fin de ese año 1817, pasa finalmente a la Frontera y es bien recibido por los araucanos que, con razón, sospechan que los "patriotas" incumplirán los tratados que las naciones indias habían hecho con el Rey católico.


    La guerra de guerrillas en el sur de Chile es muy violenta. Los insurgentes matan familias enteras de mapuches y éstos no se quedan atrás en sus represalias. Benavídez logra notables éxitos con sus partidas de realistas, criollos, españoles e indios, y es ascendido a capitán por el Virrey del Perú.


    "Batalla de Maipú", cuadro de Mauricio Rugendas
    Participa en la batalla de Maipú, el 5 de abril del '18, y es capturado junto a su querido hermano Timoteo. Son sentenciados a muerte y ejecutados. Vicente sobrevive de manera casi milagrosa y, protegido por los hombres sencillos y su familia, vive oculto durante un tiempo en la propia Santiago.


    Descubierto, es llevado ante el general insurgente José de San Martín quien lo indulta a cambio de actuar en el bando "patriota". Estaba teniendo lugar una nueva evacuación de Concepción y las familias realistas partían hacia Los Angeles. Balcarce dirige la Segunda Campaña al Sur de Chile y ataca a los desprotegidos realistas durante la travesía. Benavídez se destaca al frente de una columna insurgente en la toma de la Isla de la Laja.


    Pero, cerca de la Frontera, cuando se dirigía a atacar al coronel realista Sánchez, razona que los juramentos dados bajo presión y amenaza de muerte son inválidos. Regresa al bando fiel al Rey y ayuda a Sánchez en su pase a Valdivia. Este lo deja al mando de todas las tropas realistas en la Frontera.


    Al enterarse de la "traición" de Benavídez, los "patriotas" santiaguinos declaran la Guerra a Muerte contra las montoneras realistas y sus aliados mapuches y pehuenches. Si acaso era posible, los revolucionarios en su desesperación convierten la guerra en la Frontera en algo brutal. Pero el apoyo popular a la causa del Rey no cesa.


    El virrey del Perú reconoce a Benavídez y lo nombra teniente coronel. En mayo de 1820, las montoneras realistas atacan Talcahuano con éxito y saquean la ciudad. El 2 de octubre de ese año llegan a tomar Concepción; sin duda con gran apoyo local.


    Pero la suerte de un combate desigual, sin aprovisionamiento ni apoyo material de ningún tipo, cambia. En las Vegas de Talcahuano y, poco después, en la Alameda de Concepción, el jefe revolucionario Freire los derrota. Y, desde Chillán, en 1821, el coronel "patriota" Prieto da inicio a una nueva campaña para conquistar el sur chileno.


    Benavídez es expulsado hacia el Arauco, aunque continúa la guerra de guerrillas contra el gobierno de Santiago. En un hecho confuso, capturan en la costa el bergantín Ocean que llevaba refuerzos al Perú.


    Finalmente, en la jornada del 9 al 10 de octubre del '21, los sobrevivientes de las montoneras de Benavídez son sorprendidos en las Vegas de Saldías y aniquilados perseguidos como criminales, ellos y sus familias. Don Vicente es convencido de escapar al Perú para encabezar la resistencia del realismo chileno desde allí. Se embarca en una barcaza, pero es capturado en Topocalma, cuando habían hecho tierra para aprovisionarse.


    Tras ser torturados, Benavídez y sus compañeros son conducidos a Santiago, donde llegan el 13 de febrero de 1822. Son sometidos al escarnio público y a toda clase de humillaciones. El 23 de febrero de ese año es ahorcado en la Plaza de Armas. Su cuerpo es mutilado: la cabeza, las manos y las piernas son enviadas a las ciudades del sur chileno como ejemplo de lo que sucedería a quienes no sostuvieran la causa de la Revolución. Sus restos fueron incinerados en el Llano de Portales. En la locura satánica de los "patriotas", a este valiente soldado realista se le negaría hasta una cristiana sepultura.


    http://psicoamnesia.blogspot.com/2010/11/simon-bolivar.html


    Pastusos asesinados por Simón Bolivar




    San Juan de Pasto, noviembre de 2010

    Pueblo pastuso:

    Mientras millones de colombianos celebran el segundo centenario de la independencia, hay que recordar que –hace doscientos años– en Pasto otra fue la historia que se vivió, pues el pueblo del sur fue invadido, pisoteado y abusado. Aquí la libertad se tiñó de sangre, se perfumo de muerte, se vistió de persecución, de masacres y sacrificios. Aquí sobre esta tierra al pie del Galeras, Bolívar bautizó con muertos las calles, con violaciones las iglesias, con represiones la valentía; no dejo un sueño vivo porque sólo su sueño era posible, porque la independencia debía depender solamente de sus ideales.


    El 23 y 24 de diciembre de 1822, después de rudo combate en el barrio Santiago de la ciudad de Pasto, cuenta O'Leary: "…en horrible matanza que siguió, soldados y paisanos, hombres y mujeres, fueron promiscuamente sacrificados y se entregaron los republicanos a un saqueo por tres días, y a asesinatos de indefensos, robos y otros desmanes; hasta el extremo de destruir, como bárbaros al fin, los libros públicos y los archivos parroquiales, cegando así tan importantes fuentes históricas”. Se asesinaron hombres, mujeres y niños, sin respetar los templos donde esta gente buscó protección; y las calles quedaron cubiertas de los cadáveres de los habitantes de Pasto…




    Este es el hombre que nos llevó a la libertad, el de la Navidad Negra, el de la temible espada, el del caballo blanco, el de uniforme rojo: el zambo Bolívar; el que llenó los ojos de los pastusos de dolor y de llanto. Bolívar el Libertador dejo cientos de niños huérfanos y una multitud de madres y viudas llorando a sus hombres inmolados. En defensa de sus creencias el pueblo pastuso no secundó la lucha por la independencia, no renunció a sus rancias convicciones por un hombre que los desterró y los humilló hasta la muerte.



    El cruel Libertador, el que manchó de muerte las calles, el que nos liberó de la corona pero que nos manchó de miseria, dolor y llanto.


    Pueblo pastuso: La cara convencional de la historia nos cuenta que el Libertador asesinó y sacrificó a nuestra gente en nombre de la libertad y de la independencia; pero no olvidemos que dejó las huellas de su espada en nuestras gentes, que sometió y humillo nuestros ancestros, que pisoteó nuestro pueblo y que creó una macabra obra pictórica –aunque efímera en el suelo de nuestra ciudad–, perenne en la memoria de los pastusos, quienes desde entonces la identificamos como “El Colorado”.




    º_º 13:23

  11. #51
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    http://coterraneus.wordpress.com/2011/07/28/carlos-iv-precursor-de-la-independencia-hispanoamericana-historia-secreta-de-america-12/

    Carlos IV, precursor de la independencia hispanoamericana.


    Carlos IV, por Goya.

    “…he reflexionado que sería mui político y casi seguro establecer en diferentes puntos de ella (América) a mis dos Hijos menores, a mi Hermano, a mi Sobrino el Infante Dn. Pedro, y al Príncipe de la Paz, en una Soberanía feudal de la España, con títulos de Virreyes perpetuos y Hereditaria en su línea directa”.
    -Carlos IV, Emperador de las dos Américas.
    “…la Patria, que es una, desde el Cabo de Hornos hasta las orillas del Mississipi”.
    - Manifiesto de la Junta de Guayaquil del 15 de mayo de 1821.
    José Gabriel Condorcanqui (autodenominado Túpac Amaru), Eugenio (Chusig) de Santa Cruz y Espejo, y Francisco de Miranda –entre otros- son considerados como los “precursores” de la emancipación americana respecto de España. Sin embargo, a todos estos personajes, debemos agregar el nombre de Carlos IV como justo precursor de la independencia americana, eso sí, de una independencia de un tono distinto a la obtenida históricamente.
    En un artículo anterior mío: ¿Carlos IV: Emperador de las dos Américas? Traté de dilucidar brevemente el enigma en torno al título de “Emperador de las dos Américas” de Carlos IV –de España- que hace deducir la instalación del Imperio en América, una independencia propulsada por la misma monarquía en otras palabras. Ahora puedo corroborar ese hecho, debido a que existió el plan para realizar este proyecto de independencia iniciada por el monarca.
    Víctima de una “historiografía inmisericorde”, Carlos IV, figura muy poco tenida en cuenta por la mayoría de historiadores españoles y americanos quienes lo consideraron o consideran un mediocre y un enclenque en muchos casos, en realidad se configura como uno de los reyes hispanos que destaca por su preclara visión de los sucesos de su momento y del futuro, tuvo que saber (sobre)llevarse como un estadista en medio del caos europeo y de la angustia americana. Así el mito histórico que señala que la ruptura del complejo bihemisférico de la monarquía española se produjo por la “falta de flexibilidad política en el genio gubernamental y director de la metrópoli”, es producto de la ignorancia o la mala voluntad en torno a los proyectos de independencia preparados por Carlos IV.
    La emancipación concordante.
    El planteamiento de las independencias americanas desde la metrópoli no era una novedad, ya en época de Carlos III y bajo la corriente del iluminista conde de Floridablanca y el ilustrado conde de Aranda (Secretario de Estado de Carlos IV, siendo reemplazado por Godoy posteriormente), este último propondría (con un pensamiento colonial ya) que España debía retener las Antillas y algunas plazas más, para servirse de estas como escalas para el comercio, y creándose con los restantes territorios tres grandes reinos: Nueva España, Costa Firme y Perú.[1] Sin embargo, tan solo con las premuras del nacimiento de lo que Eric Hobsbawn denominaría como el largo siglo XIX con la revolución francesa (subversión inglesa) de 1789 y ya bajo el reinado en España y las Indias de Carlos IV es que se vuelve una apremiante necesidad prever la mayoría de edad política de los reinos ultramarinos que lamentablemente no pudieron desenvolverse de la manera adecuada “al frustrarse su normal proceso, que obligaba al desenlace natural del desarrollo de los nuevos reinos, transformándose en nuevas monarquías” como señalara Demetrio Ramos Pérez[2].
    Son dos los factores principales que obligan a considerar la emancipación concordante (y no discordante), por un lado la madurez del mundo criollo, repleto de iniciativas y por el otro la aparición de la fórmula armonizadora de los diversos instintos nacionales amparados por un sistema confederativo imperial que prevaleciera por sobre la plurimonarquía española. Forzando así a conjugar en esta fórmula la compatibilización de los viejos y los nuevos reinos. Tradición y modernidad, podrían acaso encontrar un libre curso en la historia de un Imperio multisecular agotado por el peso de la geopolítica y de la gloria.
    Dos factores subalternos acaban de cooperar al proyecto: “el temor enfermizo sentido en las esferas del Gobierno español a que América llegara a contagiarse de de un deseo independentista y la prevención de que el espíritu de la Revolución llegara a provocar fenómenos de catastrófico mimetismo en el Nuevo Mundo, tal y como desgarradoramente se habían producido en las Antillas francesas.”[3]
    Independencias Solidarias.
    Sobre estos cuatro fundamentos, se sitúa el plan de independencias solidarias que se atribuye a Carlos IV y a Manuel Godoy, que a diferencia de los anteriores, respondía a eventos de actualidad y no a presuntos futuros. La participación del propio monarca, más allá de la influencia del Príncipe de la Paz, fue fundamental para los proyectos de independencia.
    El proyecto de monarquías americanas no surgió de la noche a la mañana, en las bases del memorial de Aranda y bajo la fuerte influencia que ejerció este sobre Carlos IV en su juventud y primeros años de reinado podemos concluir que este fue un precedente necesario, que encontraría su fermento en la independencia de los Estados Unidos, en el caos y la revolución europea y la pérdida de territorios hispanoamericanos como la Luisiana, cedida por presiones a Napoleón y pactada en el Tratado de San Ildefonso de 1800, finalmente vendida de manera infame por el emperador de los franceses a los Estados Unidos de Norteamérica.
    Podemos enumerar al menos tres proyectos conocidos de independencias solidarias promovidas por el monarca español para la creación de reinos independientes con monarcas propios a la cabeza de cada reino. El primero de estos se desarrolló en 1804, si bien la iniciativa surgió ya en 1800 –debido a los sucesos de la Luisiana española- , y Godoy en sus memorias nos dice de este: “Mi pensamiento fue que en lugar de virreyes fuesen infantes (príncipes) a la América, que tomasen el título de príncipes regentes, que se hiciesen llamar así, que llenases con su presencia la ambición y el orgullo de aquellos naturales, que les acompañasen un buen Consejo con ministros responsables, que gobernase allí con ellos un Senado, mitad de americanos y mitad de españoles, que se mejorasen y acomodasen a los tiempos las leyes de las Indias, y que los negocios del país se terminasen y fueren fenecidos en Tribunales propios de cada cual de estas regencias. Vino el tiempo que yo temía: la Inglaterra rompió la paz traidoramente con nosotros y en tales circunstancias no osó el Rey exponer a sus hijos y parientes a ser cogidos en los mares”.[4] Si bien no era una independencia plena, era un proyecto que consideraba regencias y no reinos particulares. Pocas consideraciones más podemos hacer al respecto, debido a la falta de información al respecto.
    El segundo proyecto se plantea en 1806, con la noticia de la pérdida inicial de Buenos Aires a manos de los ingleses, y en medio de las hostilidades de las guerras napoleónicas, que sin embargo no desaniman a Carlos IV a llevar adelante su planteamiento, y esperando la oportunidad adecuada cree tenerla en sus manos en este año, tan decidido se encontraba que lleva adelante una curiosa tramitación de “consultas” llevada a cabo por el mismo con su puño y letra mediante cartas fechadas en 6 y 7 de octubre[5] que remitió a ocho prelados y donde procede a consultar:
    “Habiendo visto por la experiencia que las Américas estarán sumamente expuestas, y aun en algunos puntos imposible de defenderse por ser una inmensidad de costa, he reflexionado que sería mui político y casi seguro establecer en diferentes puntos de ella a mis dos Hijos menores, a mi Hermano, a mi Sobrino el Infante Dn. Pedro, y al Príncipe de la Paz, en una Soberanía feudal de la España, con títulos de Virreyes perpetuos y Hereditaria en su línea directa, y en caso de faltar esta, reversiva a la Corona, con ciertas obligaciones de pagar un tributo que se imponga y de acudir con tropas y Navíos donde se les diga. Me parece que además de político van a hacer un gran bien a aquellos Naturales, así en lo económico como principalmente en la Religión, pero siendo una cosa que tanto puede gravar mi conciencia, no he querido tomar resolución sin oír antes Vuestro dictamen, estando muy cerciorado de Vuestro talento , Christiandad, Zelo de las almas que givernais, y del amor a mi servicio, y así espero que a la mayor brevedad respondáis a esta carta, que por la importancia del secreto va toda de mi puño, así lo espero del acreditado amor que tenéis al servicio de Ds. y a mi persona, y os ruego que encomendéis a Ds. para que me ilumine y me dé su Santa Gloria. San Lorenzo, y Octubre 7 de 1806.- Yo el Rey”.[6]
    En esta carta de consulta que realiza el Rey al Obispo de Orense, nos ayuda a comprender la amplitud y la seriedad del proyecto: se trata sobre la legitimidad de trasladar a hijos y hermanos suyos, además de al mismo Godoy, como Virreyes primero y como monarcas independientes después, Soberanía feudal es el término que Carlos IV utiliza, con las implicaciones de las juradas leyes de Indias que prohibían enajenar el territorio propiedad del monarca, buscando entonces un común acuerdo y aprobación de los prelados, sus consejeros, las Cortes y los Cabildos americanos.
    Las respuestas a la consulta no se hicieron esperar y en su mayoría se expresaron de forma favorable a la consolidación de estos gérmenes o semillas de nuevas monarquías americanas, el Obispos de San Ildefonso se expresaba así en su respuesta al Rey: “… establecidas en América algunas soberanías feudales de España, aunque comerciasen con ellas más directamente que ahora las demás naciones (independencia económica)… No tengo duda de que es muy justo y muy prudente el medio de las soberanías feudales para asegurar a la corona de España todo el esplendor, y a sus pueblos toda la prosperidad que pueden esperarse de la América. Y es gran ventaja que aquellos y de estos vasallos de V.M. el que puedan recaer las nuevas soberanías en personas tan propias de V.M.”[7] Este proyecto no prosperó debido a la derrota del Rey de Prusia en Jena a manos de Napoleón en octubre de 1806 y la posterior alerta y alarma que cundió por Europa, además debido a la desconfianza que produjo en muchos el hecho de que Godoy también sería uno de los nuevos soberanos feudales americanos.
    Finalmente el último plan se realiza, o se intenta realizar en 1807. En la articulación del avance napoleónico por Europa y de sus obligaciones con España según el Tratado secreto de Fontainbleau. Sobre el cual traté en un artículo anterior de este blog. Ahora se pretendía dejar al napoleonismo revolucionario en Europa y pasar a América a refugiarse en el Nuevo Continente enmarcados dentro de un sentido tradicional y monárquico. En esta ocasión el propio Rey junto a toda la familia real (como en el caso coetáneo portugués) se trasladarían a “imperar” en América[8]. Aún contra la oposición de muchos prelados, consejeros y militares. “En contraste con la artificiosa creación de los Estados que tan caprichosamente se montaban en Europa, los reinos americanos existían, eran una realidad jurídica y, además, una realidad de sentimiento… El pensamiento tradicional español estaba, por añadidura, acorde con esa idea de las patrias americanas, e incluso con la de la necesaria independencia de las mismas.” Conforme a esto, Carlos IV y su familia emprendieron el inicio de su viaje hacia América desde Madrid, hacia Sevilla, y desde allí a Cádiz para embarcarse hacia sus reinos ultramarinos. Lamentablemente, Carlos IV junto a su familia, fueron apresados por las tropas francesas cuando se encontraban en pleno viaje hacia Sevilla. El resto, descorazonadamente, es historia.
    Por Francisco Núñez Proaño

    [1] No solo en Europa de contemplaba estas independencias con nuevas monarquías en América, el intendente Ábalos de la Real Audiencia de Caracas ya propuso en su Representación del 24 de septiembre de 1781 esta idea. Ver: Pronóstico de la Independencia de América y un proyecto de Monarquías en 1781 en Revista de Historia de América, México, N° 50, 1960, págs. 439-473.

    [2] Ver: Ramos Pérez Demetrio, Entre el Plata y Bogotá. Cuatro Claves de la emancipación ecuatoriana, Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid, 1978.

    [3] Ídem, pág. 22.

    [4] Príncipe de la Paz, Memorias (24), I, pág. 49.

    [5]Ramos Pérez, Demetrio, Entre el plata… pág. 34. Vadillo, José Manuel de, en Apuntes sobre los principales sucesos que han influido en el estado de la América del Sur, Cádiz, 1836.

    [6] La carta de Carlos IV dirigida al Obispo de Orense fue publicada por Eugenio López Aydillo en El Obispo de Orense en la Regencia de 1810, Madrid, 1918, pág. 188.

    [7] Ramos Pérez, Ob. Cit., pág. 50 y sigs.

    [8] Vale resaltar que el acta de Quito del 10 de agosto de 1809, denominada “Primer grito” o “Acta de la independencia” reza así: “compondrán una Junta Suprema que gobernará interinamente a nombre y como representante de nuestro soberano, el señor Fernando Séptimo, y mientras Su Majestad recupere la península o viniere a imperar en América”.





    La Guerra de las Coplas en la Independencia de Quito « coterraneus – el blog de Francisco Núñez Proaño

    La Guerra de las Coplas en la Independencia de Quito

    “Ete maximus Orbis
    Auctorem frugum tempestatumque potentem accipiat”
    “En el Agosto un Ynvierno,
    ya brumaba el Orizonte:
    ya todo el zafir Quiteño”
    Quito, aislada en las alturas de los Andes en un rincón noroccidental de la América del Sur a principios del siglo XIX, en pleno desarrollo del proceso independentista o separatista, el Tibet de América como la llamó Bartolomé Mitre, la ciudad de los conventos como la denominó Bolívar, ensimismada: “Quito y el mundo” pudo decir algún amigo porteño; por eso tal vez tuvo vocación de ciudad literaria donde la copla política de algún modo como parte de la sal quiteña, fueron demostrando el modo natural de ser de los quiteños. Y durante la independencia de Quito la guerra de las coplas no se hizo esperar: El decepcionado prócer Juan de Larrea y Villavicencio (Ministro de Hacienda de la Junta Suprema de Quito de 1809) pudo escribir este poema: Ya no quiero insurrección, pues he visto lo que pasa: Yo juzgué que era melón lo que ha sido calabaza. Juzgué que con reflexión amor a la patria había; pero solo hay picardía; ya no quiero insurrección. Cada uno para su casa todas las líneas tiraba: No me engaño: me engañaba pues he visto lo que pasa. El rey de plata había sido, la patria todo de cobre; su gobierno loco y pobre, y de ladrones tejido.[1] Por su parte, los “godos”, los realistas criollos decían sobre la Junta de Quito del 10 de Agosto de 1809: ¿Qué es la “Junta”? Un nombre vano que ha inventado la pasión por ocultar la traición y perseguir al cristiano ¿Qué es el “pueblo soberano”? Es un sueño, una quimera es una porción ratera de gente sin Dios, ni Rey. ¡Viva, pues, viva la ley! ¡Y toda canalla muera! Y cuando llegaron las tropas colombianas “libertadoras”, comparando con los uniformes de los realistas, enseguidita no faltó quien dijera: Los diablos en el infierno se están finando de risa, de ver a los colombianos con casaca y sin camisa. El pueblo indignado con el reclutamiento forzoso para la guerra de “independencia”, repetía: Si me matan en la guerra, la ventaja ha de quedarme de que nadie tendrá el gusto de volver a reclutarme. Y ásperas diatribas a los arribistas de siempre, que se acomodan y pasan de apoyar al vencedor, luego de haber sido vencidos: Paisano, ¿no es un primor que quien fino sirvió al Rey, hoy nos quiera dar la ley. Metido a gobernador? Para cuando terminó la guerra, y finalmente fuimos “liberados”, alguien pudo resumirlo todo, presente y futuro en una sola copla: Cincuenta revoluciones en 50 años tenemos. Como no han sido bien hechas, hasta acertar las haremos.[2] Y así nos fue. Por Francisco Núñez Proaño
    [1] En Büschges, Christian, Familia, Honor y Poder, la Nobleza en la ciudad de Quito en la época colonial tardía, FONSAL, Biblioteca Básica de Quito, Quito, 2007

    [2] Todas las coplas son anónimas y fueron extraídas de “El quiteño libre” suplemento especial del diario El Comercio, Quito, 25 de mayo de 2002.

  12. #52
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    http://coterraneus.wordpress.com/2011/08/09/tres-ecuatorianos-dijeron-sobre-la-independencia-jaime-rodriguez-wilfrido-loor-y-jorge-chacon/


    Tres ecuatorianos dijeron sobre la independencia: Jaime Rodríguez, Wilfrido Loor y Jorge Chacón.


    Jaime Rodríguez: “La independencia del Reino de Quito, y la formación de la República del Ecuador tuvieron lugar dentro del contexto más amplio del derrumbe de la Monarquía española. Como parte de esta confederación mundial, el Reino de Quito como los demás miembros de la Monarquía –salió en defensa de su rey, su religión y su patria cuando los franceses invadieron la Península Ibérica. Dichas acciones dieron inicio al proceso de independencia en el Reino de Quito. La independencia de la América española no constituyó un movimiento anticolonialista, sino que se dio en el contexto de la revolución del mundo hispánico y de la disolución de la Monarquía española. De hecho España fue una de las nuevas naciones que surgieron del resquebrajamiento de aquel sistema político mundial. Ese fenómeno fue parte del proceso de transición de las sociedades del Antiguo Régimen a los estados nacionales modernos… A lo largo de toda su historia, y en particular durante los siglos XVI al XVII, las posesiones españolas en América constituyeron una parte de la Monarquía española –una monarquía “universal”- una confederación de reinos y territorios dispares que se extendían a lo largo de las porciones de Europa, África, Asia y América. Solo en forma tardía, durante el reinado de Carlos III (1759-1788), la Corona intentó centralizar la monarquía y crear un verdadero imperio (moderno), con España como su metrópolis… La Monarquía española no solo era representativa y descentralizada, sino que también era sensible a las necesidades de sus numerosos integrantes… El Reino de Quito, como el resto de la Monarquía española, constituía una parte integral de la Monarquía española. Como miembro de esta confederación mundial, Quito participó en la gran revolución del mundo hispánico.”[1] Wilfrido Loor: “González Suárez, como historiador, no vio en la Colonia esas grandes manifestaciones de arte en arquitectura, pintura y escultura que no alcanzaron a vivir en los tiempos de la república por el decaimiento del ideal religioso; tampoco vio esas inimitables leyes sociales que hicieron del blanco, del indio y del negro hijos del mismo Dios y súbditos del mismo rey, leyes que fueron olvidadas con el advenimiento del liberalismo económico en alas de la Revolución Francesa, y del espíritu sajón, que se quiso implantar en un ambiente que no le era propicio; tampoco pudo comprender esa gloriosa epopeya de dolores y sacrificios, que en menos de un siglo trajo al seno de la Iglesia todo un continente sometido antes a la más abominable idolatría: epopeya superada en la historia solo por la predicación apostólica; no vio a los heroicos hijos de Quito partir a la conquista de la Amazonía y juntar en pocos años en pueblos cultos a los salvajes dispersos en la selva; no pudo comprender que el Quito de la Colonia, el Ecuador actual, dio al Cielo y a la Patria esos territorios bañados por el rey de los ríos y sus afluentes, hoy ocupados por el Brasil, el Perú y Colombia, territorios que la República no supo conservar. Engreído con el espíritu de su siglo, González Suárez, no se dio cuenta de que el hijo de España se adaptó al medio geográfico y social de su tiempo para vivir de realidades, y el hijo de la República se independizó de ese medio para vivir con la teoría de cuatro soñadores que hicieron de América la tierra propicia de las revoluciones… Alterada así la verdad el Ilmo. Señor González Suárez pudo estampar esta frase: ‘La Colonia fue pobre oscura y olvidada’, a lo que quizá debió añadir: ‘el pueblo era supersticioso y fanatizado; los frailes eran en gran número, pero corrompidos, sedientos de placeres y de oro’. Esto no era mirar el sol, que no se ponía en los dominios del rey de España, sino deleitarse en la contemplación de sus manchas agrandadas y exageradas… Esta narración no debió llamarse Historia General sino Historia de unos pocos frailes viciosos y de los pecados de la Colonia”[2] R.P. Jorge Chacón:
    “Ha sido artículo de moda, para destacar la figura de nuestros próceres, el regodearse en el atraso intelectual de aquellos siglos, el describir con sádica complacencia aquella ‘auri rabida sitis’ la rabiosa codicia de oro que indudablemente manchó las manos de varios conquistadores, el repetir hasta la saciedad los excesos de la soldadesca y el despotismo inhumano de los Encomenderos y Presidentes de Audiencia y el correr un inmenso velo negro sobre una de las más brillantes hazañas de hacer historia.”
    “Y paralelo a esta campaña de difamación ha sido el silencio de tumba sobre la obra civilizadora de España en América. Pocas palabras para enaltecer el genio militar de sus capitanes, que como Cortés con un puñado de sus Regulares, conquista un imperio tan grande como Europa; o el celo de sus misioneros que inoculan en el alma del salvaje la savia civilizadora del Evangelio; o la justeza de su administración civil que, con las Leyes de Indias ató las manos del despotismo y rompió las cadenas de la esclavitud; o el anhelo de cultura que impulsaba a los de allende los mares a llenar las entrañas de sus buques con todos los libros que entonces inundaban la Península, y a los que vivían en América a sembrar las ciudades fundadas con Universidades y Colegios.” “Silencio, Señores, sobre la fusión de la sangre que España hizo con los aborígenes y que ninguna nación del mundo hiciera con los pueblos conquistados.” “Silencio sobre la fusión de lengua para unificar los doscientos dialectos en un labio y una lengua forjadores de la maravillosa unidad y fraternidad continental: la lengua de Castilla.” “Silencio sobre la fusión, digo mal, sobre la transfusión de Religión por la que no sólo los misioneros, sino los aventureros más desgarrados, arrancaron a millones de seres de sus horrendas supersticiones para llevarlos a los pies de Jesús Crucificado.” “Silencio es éste, sistemático, y pate de la consigna de las nuevas tendencias destructoras de la cultura colonial y de las fuerzas ocultas internacionales empecinadas en balcanizar tal vez la América Española rompiendo no ya el molde político, sino el molde religioso, racial y cultural en que se vació la unidad colonial y que, establecidas ya las diferencias políticas, podía ser el único inmenso dique para salvaguardar el tesoro de la raza, de la cultura, de la lengua y aun de nuestra integridad territorial.”[3]
    [1] Rodríguez, Jaime, La revolución política durante la época de la independencia - El Reino de Quito 1808- 1822,Coporación editora nacional, Biblioteca de Historia Volumen N° 20, Quito, 2006.
    [2] Loor, Wilfrido, Eloy Alfaro, segunda edición corregida, Quito, 1982, págs. 523 y 525.
    [3] Chacón, Jorge, Espejo-Oración Gratulatoria pronunciada en la Catedral Metropolitana de Quito, sin editorial, sin fecha.








    Crónica del fin de los tiempos: Miguel Hidalgo padre de la falsa independencia. HISTORIA RELIGION MEXICO

    Miguel Hidalgo padre de la falsa independencia. HISTORIA RELIGION MEXICO

    Cuando un historiador verdaderamente católico trata de personajes consagrados como héroes por el liberalismo imperante en la historia oficial mexicana, puede causar resquemores, dudas, incomprensión o franca antipatía aún entre los lectores que dicen pertenecer a la religión católica.
    Pero cuando se trata del llamado “Padre de la patria mexicana”, como aparece en los libros y documentos oficiales y cuando se le rinde el máximo homenaje popular en la llamada fiesta nacional del 15 de septiembre, entonces no falta quien descalifique, a priori, al que se atreva a derribar ese supuesto héroe de su pedestal.
    Durante casi doscientos años (1) ha sido tan intensa y constante esta falsa afirmación, dada desde las altas esferas políticas y gubernamentales hasta los más modestos ayuntamientos o alcaldías y, por supuesto, en todos los centros educativos laicos y no pocos religiosos, dentro y fuera del país donde existen comunidades mexicanas. Que aquí nos encontramos con un caso muy grave de distorsión de la verdad histórica, de suplantación de la realidad por ocultamiento de los motivos que llevaron a Miguel Hidalgo a semejante empresa revolucionaria. Y de la extraña paradoja que han contemplado unas diez generaciones de mexicanos; de ver elevado a los altares liberales anticristianos a un sacerdote de la Iglesia Católica nombrándolo Padre de la Independencia mexicana”. Pero, vamos a demostrar que no hay contradicción, que todo está lógicamente encadenado por el hilo conductor de la actuación de las sociedades secretas entre los individuos y los pueblos ajenos a ellas.


    También, el sentido cristiano de la historia nos obliga a reconocer a Jesucristo como centro y fin de la historia universal, Él marca los lineamientos para juzgar, para relatar los hechos y los personajes que han influido en las naciones a través de los tiempos.


    Las razones de la Independencia
    Cuando se estudia el periodo que va desde el año de 1767, cuando fuero expulsados los Padres de la Compañía de Jesús de todo el Imperio Español, hasta el año de 1808 en que aparecen los primeros intentos de Independencia americana; se va descubriendo que entre los inconformes con el gobierno de la Corona se encuentran numerosos religiosos, tanto frailes como sacerdotes de la Iglesia Católica. Estos van a ser los cerebros y muchos de los ejecutantes de la revolución de independencia hispanoamericana apenas tres décadas despues de la expulsión de los padres jesuitas. (2)
    Los padres jesuitas habían sido el brazo fuerte de la Iglesia desde que San Ignacio de Loyola creó la Compañía de Jesús en el siglo XVI para defender la institución del Papado, la ortodoxia de la Doctrina y la lucha contra la corrupción de los hombres de iglesia. La Compañía era por lo tanto, odiada por la masonería (3) enemiga jurada de la Iglesia Católica.
    El rey de España Carlos III, influido por sus ministros masones, decretó el edicto de expulsión de los padres jesuitas el 1º de abril de 1767. Con ese infeliz acto, la enseñanza verdaderamente católica quedó herida de gravedad. Tanto los hijos de las familias principales como los humildes indios de las misiones del norte quedaron sin su protección, a merced de las nuevas ideas filosóficas disolventes de la moral católica, porque los sacerdotes y religiosos de las otras órdenes no fueron capaces de conservar la ortodoxia de la Fe.


    Las ideas naturalistas y liberales de los filósofos ingleses, franceses y angloamericanos protestantes pronto influyeron en la mente de las clases educadas, tanto laicos como sacerdotes irreflexivos que quisieron ponerse a la moda de los franceses.


    Sin embargo, en el fondo de todo esto, estaba el movimiento de las logias para desmembrar el Imperio Español Católico a favor de las nacientes repúblicas democráticas y masónicas: Los Estados Unidos de América en 1776 y la República Francesa anticristiana de 1789.


    El joven Miguel Hidalgo y Costilla


    Miguel Hidalgo y Costilla tiene varias facetas en su personalidad, las principales son: su actuación pública como sacerdote y como revolucionario, y la privada, como todo ser humano.

    El cura Hidalgo nació el 9 de mayo de 1753 en la hacienda de San Diego de Corralejo, en la jurisdicción de Pénjamo, en la Intendencia de Guanajuato. Fué el segundo de los cinco hijos del matrimonio formado por Cristóbal Hidalgo y Costilla y Ana María Gallaga Mandarte Villaseñor, criollos ambos. Sus primeros estudios los hizo en la hacienda donde vivían sus padres. A los doce años de edad fue enviado junto con su hermano Joaquín, a la ciudad de Valladolid al colegio de San Francisco Javier, atendido por los padres jesuitas, de ellos fue alumno solamente dos años, privándolo de esa sólida formación la expulsión de sus maestros por el edicto de 1764.
    Eljoven Hidalgo regresó al colegio de San Nicolás donde destacó de forma brillante, graduandose a los 17 años como bachiller en letras con una beca de la Real y Pontificia Universidad de México, donde se puso a estudiar Teología escolástica, sin embargo no pudo terminar su carrera porque tuvo riñas con sus compañeros, que lo apodaban “el zorro” por su comportamiento astuto y sus ojos color verde amarillento. Miguel Hidalgo fue expulsado del Colegio, aunque perdonado mas tarde, terminó sus cursos con las más altas calificaciones, lo que le hizo recibir el honor de presentar su examen en la Pontificia de la ciudad de México.
    Siguió sus estudios canónicos con igual eficiencia y en 1778, a sus 25 años de edad, recibió de manos del Obispo Juan Ignacio de la Rocha la protestad de celebrar la Eucaristía y absolver los pecados.


    El cura y rector Miguel Hidalgo
    Ya como sacerdote comenzó a desempeñar diversas cátedras en el Colegio de San Nicolás de Valladolid, aprendió los idiomas francés e italiano, y entendía algunas lenguas indígenas. Desempeñó tan brillantemente su profesorado que en una década llegó a ser el Rector más joven en la historia del Colegio.
    Su actividad constante, su talento e inteligencia pero también su astucia, al acercarse al Obispo de Michoacán, Don Antonio de San Miguel Islas, hizo que este le concediera los beneficios de la rica parroquia de Santa Clara del Cobre con una renta de 500 ducados anuales; cantidad enorme para la época, 1790. Lo que le permitió hacerse de las Haciendas Jaripeo, Santa Rosa y San Nicolás. Después de esto su mira estaba puesta en ser Obispo. Pero cuando los biene de este mundo no están puestos al servicio de Dios corrompen a quien los detenta. Y este sin duda fue el caso del Rector Hidalgo.


    El cura impío Miguel Hidalgo
    Entre los años 1790 y 1800, el señor rector comenzó a olvidar sus deberes de eclesiástico dedicándose a la vida social, organizaba fiestas y tertulias literarias, leía los libros prohibidos por el Tribunal del Santo Oficio, especialmente los que llegaban de contrabando desde Francia y de los Estados Unidos, reunía en su casa a muchos sospechosos de profesar las ideas de la Revolución francesa, donde se comentaban con desusada libertad los principios anticristianos de los filósofos Juan J. Rousseau y Francisco M. Arouet alias Voltaire. (4).


    Hacia el año de 1792, el cura Hidalgo era un gran empresario en todo tipo de inversiones, mayormente en la agricultura y en las artesanías hasta hacerse un hombre rico. Sin embargo, su pasión por el juego le llevó a contraer cuantiosas deudas, se enemistó con el Cabildo de Valladolid y fue citado por el Tribunal de la Inquisición, acusado de trato deshonesto con mujeres y de vivir amancebado con una señora de quien tenía dos hijos. A causa de todo esto tuvo que renunciar a su rectoría en el Colegio, pagar sus deudas con una de sus haciendas y marcharse precipitadamente a la ciudad de Colima para servir un curato por orden del Obispo.


    Luego, en 1793 el Obispo le concedió los cargos de cura, vicario y juez eclesiástico de San Felipe en Guanajuato. Ahí formó una extensa biblioteca con autores franceses de libros señalados en el índice como Anticatólicos. Desde San Felipe hacía frecuentes viajes a Dolores, Lagos y Guanajuato donde tenía multitud de conocidos, la mayoría, desorientados súbditos que veían en el cura a una persona capaz de guiarlos en aquella época prerrevolucionaria.


    En el año de 1798 el Cabildo de Valladolid volvió a acusarlo de no pagar sus nuevas deudas de Juego, de leer libros prohibidos, de propagar actividades sediciosas y proferir herejías de corte protestante. En Abril de ese año había afirmado en una tertulia con los sacerdotes Joaquín Huesca, Manuel Estrada, Antonio Romero y José Martín García " que el gobierno de la iglesia estaba manejado por ignorantes, que la Biblia debía estudiarse con libertad de entendimiento y que las epístolas de San Pablo eran Apócrifas"

    Esta segunda llamada del Santo Oficio tampoco tuvo eco en quienes debían sancionar sus desvaríos doctrinales y morales, pues su expediente se archivó como había sucedido con el primero.
    En 1802 consiguió ser cura del pueblo de Dolores a la muerte de su hermano el cura José Joaquín, en esa localidad se asentó con toda su familia continuando su vida social y ocupándose de todo menos de sus fieles a quienes dejó encargados al padre Francisco Iglesias.


    Toda esa época hasta el año de 1810 se le ve ilustrándose y llenando su vida de toda clase de placeres y actividades fuera de la Religión viviendo amancebado con otra mujer de quien tuvo otras dos hijas: Micaela y Josefa. También Miguel Hidalgo y Costilla había perdido completamente la Fe no estamos seguros de si alguna vez la tuvo, ya que, tanto él como muchos de los candidatos a ser ministros de Jesucristo entraban en los seminarios para ser sacerdotes y disfrutar del ascendiente y bonanza económica que les daba ser cura de alguna parroquia, sin tener realmente vocación de servicio a Dios y a las almas. Esta es la principal razón de que hubiese tan gran número de sacerdotes revolucionarios.


    El masón Miguel Hidalgo y Costilla
    El norteamericano maestro masón Richard E. Chism en su “Historia masónica de México” afirma que en 1806 se formó en la ciudad de México una Logia masónica del rito de York, es decir, de obediencia inglesa. Y que en ese año en la casa no. 5 de la calle de las Ratas (hoy Bolivar) fueron iniciados Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio Allende, Miguel Domínguez corregidor de Querétaro y otros. El maestro masón grado 33 Dr. Julián Gascón escribe en su tratado “Los primeros masones y la formación del supremo consejo de México” exactamente lo mismo.
    Hidalgo tenía un Plan que le había proporcionado un antiguo jesuita que vivía en Querétaro. Era en líneas generales el Plan que la Logia de Nueva Orleáns en los Estados Unidos había confeccionado para llevarlo a cabo por medio de aquellos revolucionarios que fueran escogidos por ella.
    La razón de que los políticos liberales rindan homenaje a un sacerdote católico y lo llamen “Padre de la Independencia y de la Patria es precisamente porque este cura era masón obediente a los dictados de la secta, para destruir la Nueva España en beneficio del gobierno norteamericano. Entre las primeras disposiciones que emitió su gobierno itinerante estuvo la de mandar a Pascasio Ortiz de Letona a Estados Unidos pidiendo ayuda material y moral para los insurgentes.


    El revolucionario Miguel Hidalgo y Costilla
    Por la denuncia de la Revolución en la ciudad de Querétaro, los acontecimientos precipitaron el inicio de la revolución, el pueblo de Dolores, el 16 de septiembre a las 6 de la mañana se inició una auténtica guerra civil de muerte y destrucción.
    Vaciando las cárceles de criminales, armándolos y reuniendo entorno suyo a toda la plebe de los lugares que pasaba, incitándolos al robo del que algo tenía, marchaba como jefe absoluto, no de un ejército sino de una desordenada banda de forajidos. Los que tenían algún resentimiento, maldad, codicia o venganza contra alguien se le iban agregando. Tomó el estandarte de la Virgen de Guadalupe como bandera de la revolución para engañar mas fácilmente al pueblo devoto instándolos, con ello, a no hacer resistencia.

    Podemos afirmar que su carrera fue meteórica. Pronto cayeron bajo su férula San Miguel, Celaya Guanajuato, Valladolid y los principales pueblos de Michoacán, siguió hacia Toluca y se dirigió a la ciudad de México deteniendo su marcha a muy poca distancia de ella. Habían pasado menos de dos meses desde el llamado “Grito de Dolores” y su influencia crecía de semana en semana. Casi sin enfrentar ninguna batalla seria y por la ayuda de otros revolucionarios entró en Guadalajara el 28 de noviembre, esta ciudad, como las anteriores, estaba ganada por la infiltración de las logias entre las personas principales. El pueblo de la capital de la Nueva Galicia se le entregó lleno de júbilo, a tal grado que en la Catedral se cantó un Te Deum en su honor y después un suntuoso banquete y baile en el Real Palacio donde se alojó.


    Sus incondicionales comenzaron a dirigirse a él como “Su Alteza Serenísima”, pero, nada de lo anterior evitó que “Su Alteza” ordenara mas tarde degollar a todos los europeos prisioneros de las turbas, lo mismo hacía en todas las poblaciones que tomaba. En Guadalajara no bajaron de mil los asesinados.Hidalgo se presentaba como el “Libertador de los pueblos oprimidos”, ofrecía a las chusmas que serían dueños de las tierras y de las riquezas de los europeos.


    Hastiados de los excesos de Hidalgo, Allende y sus propios compañeros revolucionarios consultaron a varios sacerdotes sobre si sería lícito darle veneno para evitar tantos asesinatos. Después de ser derrotado Hidalgo por el general Calleja en Puente de Calderón, Allende y los otros jefes revolucionarios finalmente decidieron separarlo del mando amenazándolo de muerte. Comenzó entonces la declinación de su estrella, en la huída de los revolucionarios rumbo a los Estados Unidos iba prisionero con guardias para que obedeciera lo que se le dictaba.


    Los jefes revolucionarios decidieron huir hacia el norte hasta Texas para alcanzar después la frontera con la Louisiana y obtener la ayuda material y moral ofrecida por el presidente James Madison de los Estados Unidos. Así que emprendieron la marcha hacia la ciudad de Chihuahua, pero el 21 de abril y por medio de una estratagema del capitán Francisco I. Elizondo (6) fueron apresados todos en la población de Acatita de Baján y llevados maniatados con hierro a la ciudad de Chihuahua donde comenzó su proceso.


    Los interrogatorios, la degradación de Hidalgo de su condición sacerdotal, el juicio del Tribunal de la Inquisición, la Junta de Guerra y todo lo concerniente a sus delitos con los testigos etc., etc. tardaron más de dos meses. El 30 de julio de 1811 a la hora del alba Miguel Hidalgo y Costilla de 53 años cumplidos cayó muerto por el pelotón de fusilamiento. ¿Qué pensaría ese cerebro, cuyo corazón estaba corrompido hasta la médula antes de su ejecución? Cuando el capitán Simón Elías le preguntó por su último deseo antes de morir, Hidalgo pidió que le trajeran una jarra con leche y unos dulces….. (7)


    Efectos de la Revolución de Miguel Hidalgo y Costilla
    En tan solo 11 meses de campaña revolucionaria la sociedad de la Nueva España había quedado conmovida hasta sus cimientos, todas las capas de la población se veían con desconfianza. Había fomentado el odio entre españoles europeos y americanos, entre las diversas razas que poblaban el extenso país, entre los ricos y los pobres, entre los curas de pueblo y las autoridades de la Iglesia. En ese corto espacio de tiempo los trescientos años de estabilidad y paz se habían destruido para siempre.
    En cuanto a la Iglesia Hidalgo fue enemigo de las órdenes monásticas, humilló cuanto pudo a la jerarquía eclesiástica coartando la libertad de su jurisdicción y mandando asesinar a incontables sacerdotes, solamente por el delito de ser europeos.
    Su rebelión fue el principio de la destrucción del país cuya independencia fue lograda por don Agustín de Iturbide el 27 de septiembre de 1821 con el Imperio Católico que duró solamente dos años a causa de la intervención de la República democrática norteamericana y sus logias. Perdiendo, México, su verdadera independencia para siempre.


    La revolución de Independencia no fue ideada por Hidalgo ni su voluntad tampoco era la que imperaba en ella, pues es bien sabido que Hidalgo y Allende eran masones, y como tales, ciegos y dóciles a la voluntad de las logias. Las órdenes venían del jefe supremo de la masonería universal residente en Charleston USA.


    Por lo expuesto anteriormente, Miguel Hidalgo y Costilla, no fue prócer de la Independenciade México ni menos Padre de la Patria


    Colaboración de:
    Luis G. Pérez de León R.


    Notas y Bibliografía:
    En el año de 1823 la Asamblea o triunvirato que estaba encargada del gobierno después de la abdicación de Iturbide con Emperador, ya hablaba de constituir una república democrática de corte yanqui y había elevado a Miguel Hidalgo como Prócer de la Independencia.


    (2) Francisco María Arouet alias Voltaire, influyente filósofo, escritor y poeta, todo su pensamiento está impregnado de naturalismo y liberalismo, a pesar de haberse educado por los jesuitas en París, empleo su viva inteligencia en esparcir sus ataques a la Iglesia Católica.La masonería internacional adoptó su pensamiento destructivo para destruir el Orden Cristiano.
    La Masonería es el Misterio de Iniquidad de que habla San Pablo en su 2ª. Epístola a los Tesalonicenses, extrae de los individuos que selecciona, todos los instintos bestiales que un hombre pueda tener y los encausa para sus fines de destrucción del orden cristiano (5). Cualquier individuo, una vez comprometido bajo juramento con los jefes de la Secta va a poner en práctica los horrores de su innata maldad.
    El Capitán de milicias Francisco Elizondo que estaba retirado en el Norte y había dejado las huestes de Hidalgo poco antes, de acuerdo con los realistas, aparentó volver con los que huían y vitoreándolos los pudo desarmar y poner presos.
    (5) “La cuestión religiosa en México”, Fco. Regis Planchet ,1957
    BIBLIOGRAFIA:
    Alamán Escalada Lucas, “Historia de Méjico”, Fondo de Cultura Ec. S. A. de C. V. Ed. Facsimilar; México 1985. 5 Tomos
    ">Documentos Históricos Mexicanos, Consejo Nacional de Fomento Educativo, Ed. Facsimilar, México 1985.
    Enciclopedia de México, SEP. México 1988.
    Gascón Julián Dr. “Los primeros masones y la formación del Supremo Consejo de México”, Ed. Vertiente, México 1994.
    Gibaja y Patrón Antonio, “Comentario Crítico, Histórico, Auténtico a LAS REVOLUCIONES SOCIALES DE MÉXICO”, Ed. Tradición, México 1983. 5 Tomos
    Gran Enciclopedia “Círculo de Lectores”, Plaza y Janés, Barcelona 1987.
    Pérez de León Rivero Luis, Apuntes propios, “El Destino Manifiesto angloamericano es de origen calvinista”.
    Regis Planchet Francisco Pbro. La Cuestión Religiosa en México”, Imp. Moderna, Guadalajara, México 1987.
    Sánchez Ruiz Pedro “Nacimiento, Grandeza, Decadencia y Ruina de la Nación Mejicana Ed. Honor y Fidelidad 2005.

  13. #53
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    http://bicentenariodistinto.blogspot.com/2011/08/clerigos-revolucionarios-y-mito-de-la.html

    Clérigos revolucionarios y mito de la revolución católica


    El triunfo o derrota de la Guerra de la Independencia se deberá a lo que hicieron los sacerdotes.- Goyeneche.


    El triunfo se debe a los curas que siempre han estado de nuestra parte.- Castelli a la Junta.

    De los 24 sacerdotes que asistieron al Cabildo Abierto del 22 de mayo, 18 votaron por la deposición del Virrey, y 12 por la formación de lo que sería la Primera Junta.


    En la petición revolucionaria presentada al Cabildo, figuraban las firmas de 15 sacerdotes. En la Plaza, los más audaces entre los insurgentes fueron los llamados “manolos” acaudillados por el P. Ignacio Grela.


    Uno de los nueve sujetos electos para formar el gobierno independentista fue el P. Manuel M. Alberti. Éste se hizo cargo de La Gaceta, fundada en junio de 1810 como órgano de la Revolución, y la dirigió casi sólo hasta octubre.


    El 30 de mayo, el Pbro. Diego Estanislao Zavaleta fue el principal orador durante el Te Deum, intentando demostrar la legitimidad de todo lo actuado.


    La Junta eligió a fray Julián Perdriel O.P. para escribir una Historia de los Sucesos de Mayo, por ser uno de los principales intelectuales de la Revolución, aunque no pudo ser llevada a cabo. En 1816, el deán Gregorio Funes tomó el encargo y escribió su Historia Civil.


    Entre los portavoces de la Revolución enviados a las Provincias, fueron designados el Pbro. Ignacio Aráoz (hacia Tucumán), Julián Navarro (hacia Rosario), Pedro Ignacio Castro Barros (hacia La Rioja), Alejo de Alferro (hacia la Quebrada de Humahuaca) y otros.


    Pero, tal vez, ningún otro clérigo tuvo mayor protagonismo que Gregorio Funes. El Deán Funes, como es recordado por la historia, nació en 1749 en Córdoba del Tucumán en el seno de una acaudalada familia local. Estudió en el Colegio de Monserrat justo cuando los jesuitas, que regenteaban el colegio, estaban siendo expulsados de América. Siguió la carrera eclesiástica y fue ordenado sacerdote en 1773, justo durante un conflicto entre el rector de la Universidad (y el Obispo) y el Cabildo diocesano, a causa del reparto de los cuantiosos bienes de los jesuitas en la provincia eclesiástica. A pesar de ser un novato, Funes fue nombrado director del seminario, pero apoyó al Cabildo contra el Obispo. En castigo, éste lo envía de Párroco a Punilla, en ese entonces un pago rural alejado de la ciudad universitaria.


    Sin permiso de su Obispo, Funes obtiene el pase a España y en 1779 se doctora en Derecho Canónico en Alcalá de Henares. Allí, en la Península, se empapa de las ideas de la Ilustración y será firme y entusiasta defensor de las reformas eclesiásticas de Carlos III. Regresa a Córdoba junto al nuevo Obispo, José Antonio de San Alberto, y éste lo designa Canónigo. De allí en más, su carrera eclesiástica no para: en 1793 es nombrado Provisor del obispado y en 1804, deán de la Catedral (decano del Cabildo diocesano).


    Ese año murió el Obispo San Alberto y Funes quedó como Administrador de la diócesis, mientras se preparaba para ser consagrado. Pero en 1805 es designado el peninsular Rodrigo de Orellana O. Praem., quien, sin embargo, se demora años en embarcarse. Recién en 1809 llega a Buenos Aires donde es consagrado por el obispo local, Benito Lué. Y nuevamente se toma su tiempo, para llegar a Córdoba recién en octubre.


    Para ese entonces el deán Funes, fiel admirador del despotismo ilustrado, tenía el control absoluto de la diócesis. Desde 1807 era rector de la Universidad y del Colegio de Monserrat. Había reformado completamente los planes de estudio, introduciendo asignaturas ilustradas como Matemática, Física, Francés, Música y Trigonometría. Asimismo hizo una fuerte donación para sostener becas para estudiar Geometría, Aritmética y Algebra.


    Si bien se negó a introducir a Descartes, Locke o Leibnitz, impulsó la escolástica suareciana tal cual se estudiaba en España, es decir, impregnada de elementos “modernos” como las publicaciones de Feijóo y Jovellanos. Fruto de este suarecianismo mediatizado fueron sus ideas democráticas que le trajeron problemas con el gobernador mediterráneo, el Marqués de Sobremonte, ex Virrey muy desprestigiado por su actuación durante las Invasiones Inglesas.


    Ya desde 1809 estaba al tanto de los planes revolucionarios, a través de los oficios de Manuel Belgrano y Juan José Castelli. En una famosa carta al Oidor de la Audiencia de Charcas, su amigo Pedro Vicente Cañete, le recomienda apartarse del Virrey Cisneros dado que se aproximaba en Buenos Aires un cambio radical de gobierno. Cañete no tiene mejor idea que denunciar a su amigo ante el gobernador de Córdoba, Gutiérrez de la Concha, quien sin embargo nada puede hacer contra el poderoso canónigo.


    Estallada la Revolución de mayo de 1810, y mientras Concha y Orellana, con la ayuda del ex Virrey Santiago de Liniers que se encontraba retirado en la provincia mediterránea, organizaban la contrarrevolución, el poderoso Deán tramaba su traición. La Junta de Buenos Aires había enviado a José Melchor Lavín a Córdoba para entrevistarse con Liniers y luego con las autoridades provinciales. Pero Funes hospeda en su casa al emisario y se entera de primera mano de las novedades.


    Cuando las autoridades provinciales se reúnen para discutir el reconocimiento de la Junta revolucionaria, el Deán estaba enterado ya de todos los pormenores y había levantado una red de comunicación con sus amigos en el nuevo gobierno, principalmente Belgrano y Castelli. Rápidamente informa a los insurgentes de la postura de Concha, Liniers, Orellana y los demás, y organiza en la ciudad al partido revolucionario.


    Por lo que apenas Concha y sus aliados abandonan la ciudad ante la aproximación de la Expedición militar al Norte, Funes reúne inmediatamente al Cabildo y hace reconocer a las autoridades porteñas.


    Para ganarse el afecto de los revolucionarios, redactó la “justificación” de las ejecuciones de Liniers, Concha y los demás líderes contrarrevolucionarios.


    Poco después fue electo Diputado por el Cabildo cordobés y enviado a Buenos Aires en su representación para integrar la nueva Junta, llamada “Junta Grande” por la historiografía. Apoyó a Saavedra, contra la política de Mariano Moreno, y fue el redactor de la mayoría de las proclamas, cartas y manifiestos.


    Después del golpe de abril de 1811 contra la facción morenista, se quedó con la dirección de la Gaceta, órgano de propaganda del gobierno revolucionario de Buenos Aires. Desde allí, justificó el cisma religioso surgido de la Revolución, desarrollando su teoría sobre la reversión del derecho de patronato eclesiástico a la Junta.


    Tras la derrota de Huaqui, fue autor de la exhortación al pueblo para la resistencia. Pero la ida de Saavedra al Norte para reorganizar el Ejército, lo dejó sin su principal sostén y, fiel a su espíritu acomodaticio, fue uno de los firmantes del armisticio con el gobierno de Montevideo, fiel al Rey. Incluso aconsejó a su hermano Ambrosio y a sus amigos cordobeses, moderarse en sus expresiones de apoyo a la Revolución.


    El nombramiento del Triunvirato en septiembre de 1811, dejó a Funes a cargo de la Junta que se convertía en poder legislativo. Pero el secretario del poder ejecutivo, Bernardino Rivadavia, convirtió hábilmente a la Junta en un órgano meramente consultivo sin poder efectivo. Durante la represión del llamado Motín de las Trenzas, Funes fue acusado de ideólogo, la Junta fue disuelta y sus miembros expulsados de la capital.


    El otrora poderoso Deán regresó a Córdoba, donde se dedicó a escribir su Ensayo de Historia Civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán. A fines de 1817, regresó a Buenos Aires para integrar el Congreso que recientemente había abandonado Tucumán donde un año antes declarara, contra todo derecho, la independencia. Su actuación posterior excede los límites de este trabajo.


    Pero volvamos a los otros clérigos revolucionarios.


    La oración pública inaugural de la Revolución fue pronunciada por Diego Estanislao Zavaleta, canónigo porteño y profesor del Real Colegio. Tras el asesinato del Obispo Lué, fue nombrado por el Cabildo diocesano, influenciado por la Junta revolucionaria, como Provisor del obispado bonaerense. Fue miembro activo de la masónica Logia Lautaro hasta la caída de Alvear. Luego fue diputado y secretario del Congreso y colaboró en la redacción de la Constitución unitaria de 1819. Sostenedor del ministro Rivadavia, apoyó su reforma eclesiástica. Su posterior carrera política escapa el tema propuesto.


    Cuando en septiembre de 1810, luego de los fusilamientos de Liniers y compañeros, el obispo cordobés Orellana es enviado preso a la Guardia de Luján, Francisco Ortiz de Ocampo, gobernador puesto por la Expedición porteña, presiona al Cabildo catedralicio para nominar como Provisor y Vicario a José Gabriel Vázquez, quien haría las veces de obispo.


    En 1811, estando Manuel Belgrano al frente del Ejército del Norte en Salta, hizo detener al obispo Nicolás Videla del Pino, acusado de mantener supuestamente contactos con los realistas. De más está decir que Videla del Pino era adversario del deán Funes. La cosa es que el jefe revolucionario no se limitó a deponer al obispo, sino que sacrílegamente designó en su lugar a Juan Ignacio Gorriti, que en ese entonces era vicario castrense.


    Mientras tanto, y ya desde el 25 de mayo de 1810, se daba una verdadera persecución de los sacerdotes que no estaban dispuestos a aceptar las políticas cismáticas y sacrílegas de la Junta revolucionaria y sus clérigos aliados. Dejamos aquí constancia de unos pocos de estos mártires de la Revolución. Próximamente profundizaremos en sus poco conocidas vidas.


    Dionisio de Irigoyen, prior del convento porteño de San Francisco, es asaltado violentamente por un grupo de jóvenes. A Felipe Reynal se le prohibió guardar secreto de confesión. El rector del seminario, Francisco de la Riestra, fue destituido y expulsado del Río de la Plata. La abadesa de las Capuchinas fue exonerada. El prefecto de los betlemitas, Vicente de San Nicolás, fue confinado a Salta por orden de Saavedra. El obispo bonaerense, Lué, fue puesto bajo una especie de prisión domiciliaria, se le impidió decir Misa y recorrer su diócesis; sus sacerdotes le boicoteaban y, finalmente, en 1812, fue envenenado por su asistente, el canónigo Fernández.


    El motín realista encabezado por Martín de Álzaga fue la excusa perfecta para que recrudeciera la represión contra los clérigos y religiosos fieles al Rey, incluso llegando al fusilamiento o ahorcamiento.


    Fray José de las Ánimas, prior del convento betlemita, fue ahorcado en la Plaza Mayor. Su cuerpo fue dejado a la intemperie colgando de una cuerda. Los dominicos revolucionarios Julián Perdriel y Juan González, que solían dirigir a sus alumnos a presenciar las ejecuciones revolucionarias, por su interés didáctico, encabezaron un grupo que destrozó a balazos el rostro de Fray José.


    Orellana, luego de súplicas al gobierno y buenos informes de sus carceleros, fue restaurado en su diócesis. Pero pronto volvieron las inquinas de los revolucionarios. En 1814, el alcalde del Cabildo cordobés, denunciaba al gobernador la conducta del obispo: “desafecto al sistema de nuestra libertad, porque no ha predicado una sola vez a favor de la cauda de América”. Finalmente, los insurgentes no pudieron tolerar que el obispo para cubrir curatos de su diócesis que se encontraban vacantes, recurriera a sacerdotes franciscanos que se encontraban impedidos de ejercer su ministerio por orden de las autoridades revolucionarias. Fue confinado al convento de San Lorenzo, junto al Paraná, hasta que logró escapar a la Península.


    Por haber sido foco de la contrarrevolución, los insurgentes se ensañaron especialmente con el clero de Córdoba del Tucumán. Los betlemitas de allí también fueron perseguidos. El presidente de su Hospital, Felipe Baltazar de San Miguel, fue arrestado. Otros fueron remitidos a Catamarca como sospechosos. Del clero secular, Tadeo Llanos, canónigo, fue detenido junto al obispo Orellana y apresado en San Luis. El rector del Colegio de Monserrat, Juan Bernardo de Alzugaray, fue capturado en Santa Fe, junto a uno de los hijos de Liniers, mientras aparentemente iban a fugar a Montevideo. Mientras tanto, el cura rector interino de la catedral cordobesa, Benito Lascano, fue acusado de “revoltoso y perturbador de la tranquilidad pública” y detenido. Otros detenidos fueron los franciscanos Pedro Pacheco, Manuel Suárez, León Pajón, Mariano Lencinas, Juan Antonino, Vicente Sánchez y Matías Alvarez.


    ¿Esta es la revolución católica de la leyenda rosa?


    Discusiones de la Semana de Mayo, cuadro de Pedro Subercaseaux,
    conservado en el Museo del Cabildo de Buenos Aires,
    que se ha convertido en la imagen canónica de la Revolución de Mayo.
    En cualquier caso, puede apreciarse en él, la cantidad de clérigos que participaron de la Revolución.




    Fuentes:


    Valentina Ayrolo, Funcionarios de Dios y de la República: Clero y política en la experiencia de las autonomías provinciales (Bs. As., 2007).
    Efraín Bischoff, Historia de Córdoba (Buenos Aires: 1989).
    Cayetano Bruno S.D.B., Historia de la Iglesia en la Argentina (Buenos Aires: 1966).
    Nacy Calvo, Roberto Di Stéfano y Klaus Gallo, Los Curas de la Revolución (Buenos Aires: 2002).
    Rómulo D. Carbia, La Revolución de Mayo y la Iglesia: Contribución histórica al estudio de la cuestión del Patronato nacional (Buenos Aires: 1945).
    Roberto Di Stéfano, El Púlpito y la Plaza (Bs. As.: 2004).
    R Di Stéfano, “De la Cristiandad colonial a la Iglesia nacional: Perspectivas de investigación en historia religiosa de los siglos XVIII y XIX”, ANDES, nº 11 (Salta: Fac. de Humanidades, Univ. Nacional, 2000).
    R. Di Stéfano, “La Iglesia católica y la Revolución de Mayo”, Criterio, nº 2360 (Buenos Aires: VI/2010).
    Guillermo Furlong S.J., La Revolución de Mayo: Los sucesos, los hombres, las ideas (Buenos Aires: 1960).
    G. Furlong, “Algunos datos olvidados de la Revolución de Mayo”, El Mensajero, nº 475 (1960), pp. 32-34.
    Bernardo Lozier Almazán, Martín de Alzaga (Bs. As., 1998).
    Rosa María Martínez de Codes, La Iglesia Católica en la América Independiente: Siglo XIX (1992).
    Mons. Agustín Piaggio, La Influencia del Clero en la Independencia Argentina (Barcelona: 1910).
    Américo Tonda, El Obispo Orellana y la Revolución (Córdoba, 1981).
    A. Tonda, “Las secularizaciones de 1823”, Teología, nº 1 (1962).




    http://bicentenariodistinto.blogspot.com/2011/08/lord-cochrane-patriota-americano-o.html


    Lord Cochrane: ¿Patriota americano o ilustre súbdito de Su Majestad Británica?





    La historia oficial de Chile y Perú, y por extensión de todas las repúblicas sudamericanas, ha hecho del aquí llamado Lord Cochrane un “patriota americano”, un romántico guerrero por la causa de la libertad que ayudó a San Martín, O’Higgins, etc.


    Pero ¿quién fue realmente este marino y político británico que tuvo el rarísimo honor de ser enterrado en la Abadía de Westminster?


    Thomas Alexander Cochrane nació el 14 de diciembre de 1775 en Annisfield, en Lanarkshire (en el sur de Escocia). Fue educado en casa y pasó mucho tiempo de su crianza en la propiedad familiar de Culross, en Fife (en Escocia, un poco más al norte). A pesar de su nobleza, la familia tenía numerosos problemas económicos y la carrera militar era la única forma de asegurar su supervivencia. Thomas, con tan sólo 5 años, fue alistado como tripulante en la Armada Real —una práctica ilegal pero bastante extendida que aseguraba un lugar como oficial cuando no se tenían otros medios—.


    Durante un breve tiempo fue cadete en la academia militar Chauvet del Ejército Real y a los 17 años, como guardiamarina, ingresó propiamente en la Armada. Combatió en las guerras de la Revolución francesa y en 1798 obtuvo el mando de un buque francés capturado. La guerra hacía estragos entre los oficiales y el joven oficial obtuvo una rápida promoción a teniente y el mando del buque H. M. S. “Speedy”.


    Continuó su carrera militar pero comprendió que si quería escalar socialmente, necesitaba iniciar una carrera parlamentaria. Así fue que se presentó, y obtuvo en 1806 el escaño por Honiton (Devon, sur de Inglaterra), donde sus credenciales como joven oficial naval fueron bien apreciadas. Al año, ganó un mejor asiento: el de Westminster, para el Partido Radical (facción liberal que se entusiasmaba con los principios de la Revolución francesa).


    Mantuvo su membrecía en el Parlamento por diez años, pero su radicalismo y pedidos de reforma, lo convirtieron en un marginal. En 1814 fue acusado y encontrado culpable del famoso caso de fraude en la bolsa de Londres por difundir información falsa respecto a la guerra que en ese entonces peleaba el Reino Unido contra Napoleón.


    Como castigo, fue expulsado de la Cámara de los Comunes, sentencia a dos horas en el potro y un año en prisión, una multa de 1000 libras esterlinas y la privación de su rango militar y su título de caballero. A causa de su popularidad, evitó el potro, pero no la prisión. Sin embargo, escapó de ella, fue arrestado nuevamente y otra vez multado con mil libras.


    Pero sus seguidores, hicieron una colecta pública con los que se pagó la multa y nuevamente lo propusieron al Parlamento. Sin embargo, sus compañeros parlamentarios lo tenían como “persona non grata” y decidió aceptar el ofrecimiento que le hacía el gobierno de Chile para sumarse a su pequeña Armada.


    Estatua de T. A. Cochrane en Culross (Fife, Escocia)
    Los pormenores de su actuación en el teatro de guerra del Pacífico Sur, en las costas de Chile y Perú, son bastante conocidos y pueden consultarse en cualquier “historia nacional”. También es sabido que se sumó —con muchos otros británicos— a la embrionaria Armada del Imperio del Brasil.


    En todos estos años, jamás dejó de cartearse con el gobierno británico y firmar como fiel súbdito de Su Majestad. Prueba de esto es que en 1831 heredó sin problemas el título noble de su padre, convirtiéndose en el 10º Conde de Dundonald. También lo demuestra el hecho de que uno de sus hijos, Charles Stuart Cochrane, siendo capitán de navío en actividad fuese enviado en misión secreta a Colombia y Venezuela por el Almirantazgo, entre 1823 y 1825. Vale recordar que Cochrane hijo era uno de los socios de la Bolivar Mining Association, de la que hablaremos en otra oportunidad.


    En 1832, regresado a Londres, Thomas Cochrane fue readmitido en la Armada Real con el título de almirante. En 1847 la reina Victoria le hizo nuevamente caballero y, al año siguiente, el gobierno lo designó Comandante en Jefe de la Estación Naval de la América del Norte y las Indias Occidentales.


    En 1854, durante la Guerra de Crimea, fue pasado a retiro como contraalmirante del Reino Unido. Falleció el 31 de octubre de 1860 y recibió el muy raro honor de ser enterrado en la Abadía de Westminster, con la leyenda “ilustre en todo el mundo por su coraje, patriotismo y caballerosidad”.

  14. #54
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    http://cubaespanola.blogspot.com/2011/08/marti-fue-un-lobo-disfrazado-de-ovejita.html

    MARTÍ FUE UN LOBO DISFRAZADO DE OVEJITA. POR JOSÉ RAMÓN MORALES


    ( Foto de Internet )


    No cabe dudas que tras esos versos tan bellos y esa prosa elegante y fina, había otro ser humano. Martí hizo mucho daño tanto a Cuba como provincias españolas como a la Patria España en general. La guerra de Martí no era necesaria, sólo para limpiar su imagen, pues él puso por encima sus intereses personales cuando la Guerra de los Diez Años, de 1868 a 1878, y no fue a pelear, recuerden que se graduó en la Península de Abogado y Filosofía y Letras en 1874 y de ahí se fue a viajar por Francia, después llega a Centro América, Guatemala, le dá clases a la niña de Guatemala, que se enamora de él y éste se va a México a reunirse con su familia y casarse. Se muere la niña de Guatemala y regresa y le escribe el famoso poema, pero todo eso ocurre con edad suficiente para ir a unirse a los mambises a pelear y no estar estar escribiendo poemas y discursos. Los mambises no le perdonaron eso, pues puso sus intereses personales por encima de lo que ellos consideraban Patria Chica, Cuba. LLega el fin de la guerra en 1878 tras el Pacto del Zanjón y se les permite a todos los desterrados regresar a vivir a la Isla. Martí llega a la Habana, abre su Bufete de Abogado, se reúne para conspirar contra España, se postula para representante de Cuba Española ante las Cortes de Madrid, y los mambises no lo apoyan pues él no fue a pelear como ellos y pierde las elecciones. Su reputación está por el piso y la única forma de limpiar su imagen es creando una guerra.


    El lobo disfrazado de ovejita preparó todo de una forma maquiavélica, pues aunque siempre defendía el que una vez lograda la independencia, se respetaran a los españoles peninsulares, canarios etc., y además abogaba por un gobierno civil y no militar como quería Maceo y apoyaba Gómez, sus acciones fueron muy dañinas para Cuba y la Patria en general.


    La guerra creada por Martí, puso a pelear a hermanos, fue una guerra civil muy sangrienta entre compatriotas y el resultado fue dividir a las familias, mutilarnos, ya que nos quedábamos una Isla semi desierta con solo el 1% de las tierras cultivadas porque no había mano de obra que la trabajara y además sin buques de guerra para defendernos de ataques piratas, sin un ejército fuerte para evitar la invasión de otro país, etc. Pero su Égo estaba lleno, él fue el autor intelectuar de la separación familiar, y el asesino de Máximo Gómez, quien llevaba en su consciencia el haber peleado junto al ejercito español contra sus gentes en Santo Domingo o sea, ahí fue su primera traición, después cuando las tropas regresaron derrotadas a Cuba y él se encontraba en Santiago sin un duro, fue su amigo el entonces Capitán Valeriano Weyler, el que dió 5 pesos oro para que alimentara a su familia y ahí vino la segunda traición de Gómez a alguien que lo ayudó cuando más lo necesitaba, Más tarde se une a los mambises en 1868 y estos lo que querían era independencia y después anexión a EEUU, o sea que también fue anexionista. Pero siguiendo con Martí, su guerra le dió oportunidad a Gómez, de sacar todo ese odio que llevada adentro y crear la guerra más sangrienta jamás ocurrida en Cuba, fue de una forma no convencional, pues la idea de Gómez era convertir a la Isla en cenizas para que España perdiera interés en ella. Eso fue lo más cruel de todo. La Tea Incendiaria destruyó ferrocarriles, ingenios, quemaron cañaverales, sembradíos, vegas de tabaco, fincas, telégrafos, animales, pueblos, etc. y dió lugar a que el General Valeriano Weyler creara los campos de reconcentración como una forma de sacar a los campesinos de monte, pues ellos suministraban alimentos y le cuidaban a los heridos a los mambises y al hacer eso, vino la gran derrota mambisa, no cabe dudas que fue un gran militar y estratega y además un gran patriota tratando de salvar Cuba Española, pero la prensa norteamericana creó una leyenda negra y publicaron fotos de un cementerio de EEUU donde se habían sacado todos los cadáveres y dijeron que esos eran los campos de reconcentración de Weyler y resultó, pues las personas lo han creído hasta la fecha. Fijense que en Cuba nunca se ha sabido donde estan todos esos cadáveres de la foto. Weyler siempre ha sido muy querido en Canarias por cosas buenas que hizo y en Cuba solo hizo lo que tenía que hacer para salvar la Patria que la estaban hundiendo un grupo de revoltosos antipatriotas.


    La Guerra de Martí, trajo la destrucción de España, la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Las Marianas, Guam, y los mambises que habían perdido la guerra porque en realidad la ganaron los autonomistas, pidieron ayuda a EEUU que sólo estaba esperando la fruta madura para apoderarse de Cuba y ellos como buenos traidores le ayudaron a legitimarlos. Esa fue la última traición de Máximo Gómez.


    La Guerra de Martí nos dividió como País y nos hizo extranjeros tanto a los peninsulares e isleños de las Baleares, Canarias, etc., en Cuba, como a los cubanos extranjeros en la Península y demás regiones españolas. Para satisfacer su Égo, ese Lobo disfrazado de ovejita, destruyó a la familia española y aún cargamos el Karma Negativo de su traición, ni sus padres lo entendían.


    Silvio Rodríguez también tiene una prosa y unos versos muy lindos, cuando lo lées, no te queda otra que admirarlo, ver la Genialidad y pensar que sólo un Gran ser humano puede decir esas cosas, sin embargo es otro Lobo disfrazado de ovejita.

    http://cubaespanola.blogspot.com/2011/08/la-famila-de-maceo-tenia-un-esclavo.html


    LA FAMILA DE MACEO TENÍA UN ESCLAVO





    (Foto de Internet. Casa Natal de Antonio Maceo, mejor que la de cualquier peninsular y canario en Cuba y que muchísimos cubanos blancos. Todo no era tan malo!)





    CRÓNICAS
    1827. La familia de Marcos Maceo vive en una casa de la calle Providencia, número 16, hoy Maceo. Su buena posición económica le permite dedicarse al comercio y a la agricultura: café, tabaco y frutos menores, y a la cría de ganado, en sus tres fincas: la mayor de 120 hectáreas. Según documentos del Fondo del Gobierno Provincial, del Archivo Histórico de Santiago de Cuba, Marcos Maceo era dueño de “una caballería en el partido de Maroto, una caballería en el partido de Guaninicún, Vega La Carmelita (2 caballerías), una casa de mampostería en Santiago [la de la calle Providencia], una casa en la finca La Delicia, y un esclavo”.





    1862. Antonio se hace cargo de la venta de lo que producen las fincas de la familia. Sus frecuentes visitas a la ciudad lo pusieron en contacto con el pensamiento liberal y antiespañol de su padrino de bautizo, el licenciado Ascencio de Asencio, blanco, quien lo presentó en la Logia Oriente, de esa ciudad. Según testimonio de Enrique Collazo en su libro Cuba heroica, quien lo conoció desde su juventud, Maceo, “de joven, tuvo sus vicios, el juego y las mujeres; el primero lo perdió pronto, y el segundo lo conservó toda la vida”. Muchos años después, el general José Miró, jefe del Estado Mayor de Maceo, afirmaba en sus Crónicas de la Guerra: “...su pasión era la mujer, todas las mujeres le gustaban mientras no fueran provocativas o coquetas, pero sentía predilección por las que ostentaban aire sentimental...” En su Maceo: análisis caracterológico, Leonardo Griñán Peralta dijo: “No fue demasiado casto Antonio Maceo. A la normal satisfacción de su sexualidad se debió quizás en gran parte el equilibrio que fue uno de los rasgos más acentuados de su carácter”. El general Eusebio Hernández, en sus Dos conferencias históricas, añade al cuadro de la juventud de Maceo estos juicios: “Las cualidades morales de Maceo no eran aprendidas, formaban parte integrante de su naturaleza, y en cada caso su conducta obedecía a la influencia hereditaria, a la educación, al medio ambiente que lo circundaba y al ejemplo constructivo de sus padres, de sus padrinos y de sus maestros…”


    NOTA:
    "ESOS NEGROS VIVÍAN MEJOR QUE MUCHOS ESPAÑOLES PENINSULARES Y DE CUALQUIER ISLA ESPAÑOLA DE EUROPA Y CANARIAS QUE VIVIAN EN CUBA Y QUE MUCHOS CUBANOS BLANCOS, QUE NO TENIAN NI FINCAS Y ELLOS VARIAS Y HASTA CON UN ESCLAVO, QUE IRONÍA Y CUANTAS MENTIRAS SE NOS HAN DICHO. LA GRACIA QUE ME DÁ, ES QUE LOS MACEO EN VEZ DE QUEDARSE EN VENEZUELA INDEPENDIENTE, SE FUERON PARA CUBA ESPAÑOLA Y LOS GRAJALES EN VEZ DE SEGUIR VIVIENDO EN SU SANTO DOMINGO INDEPENDIENTE, TAMBIÉN PARA CUBA ESPAÑOLA, ESTOY SEGURO PORQUE SE VIVÍA MEJOR SIENDO ESPAÑA, HABÍAN MÁS OPORTUNIDADES, Y DESPUÉS A LUCHAR POR SEPARARLA. CRÍA CUERVOS Y TE SACARAN LOS OJOS, HAY QUE TENER CUIDADO CON LA INMIGRACIÓN J.R.M."

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    Re: Hay “otro” bicentenario

    Quito: de reino industrial a república bananera. Historia secreta de América -15-. « coterraneus – el blog de Francisco Núñez Proaño

    Quito: de reino industrial a república bananera.

    (Extraído de mi obra inédita “Quito fue España”)
    Involución hacia el subdesarrollo y la dependencia: “El costo de la campaña del Perú, en términos de dinero, vidas humanas y soldados, había sido cada vez más grave por varios años. El precario estado del erario de Quito y Cuenca había empeorado por la suspensión temporal del tributo indígena, fuente importante de recursos de la Sierra. La imposición por parte Bolívar de una ‘contribución directa’ de tres pesos por ciudadano provocó la airada oposición de personas de toda clase y raza. Otra fuente de fricción fue la política de bajos aranceles o ‘libre comercio’ mantenida por la Gran Colombia, la misma que permitía que los textiles británicos de bajo precio inundaran aquellos mercados que anteriormente habían sido abastecidos por obrajes serranos.”[1] En la Real Audiencia de Quito se desarrolló una industria textil notable[2].Quito exportaba productos animales terminados como ropa de lana a un precio bastante alto en relación a su volumen[3]. Tal fue el nivel de producción que a principios del siglo XVII es posible considerar a la industria textil como una industria que la Corona, los encomenderos y los empresarios coloniales competían por el control de la mano de obra y por los beneficios de la producción textil.[4] Acompañado de esta bonanza industrial y económica se produjo en el siglo XVII un auge demográfico en la Audiencia[5], durante el siglo XVIII el crecimiento poblacional se mantuvo e incluso se incrementó[6], exponiendo así la estabilidad social que permitía un crecimiento sostenido pese a la crisis económica producto de las reformas borbónicas; contrasta en cambio lo sucedido en el siglo XIX, constituido este como el siglo de la “libertad”, de las revoluciones y de las guerras de guerrillas, a partir de la Independencia la población en general y la económicamente activa en particular disminuirían de forma acelerada, desastrosa; entre 1821 y 1915, un período de 94 años los continuos conflictos armados internos cobraron la vida de una tercera parte de la población masculina activa del Ecuador[7], puntualizando que el porcentaje anotado corresponde solo a la guerrilla, sin considerar el alto porcentaje de muertos que dejaron loas grandes batallas ni los muertos ocasionados por las múltiples rebeliones indígenas en todo el territorio nacional, que solo ellas, cuadruplican la cifra de muertos que arroja la guerrilla[8]. “Esta contante mortandad causaba el desmoronamiento creciente de la estructura sico-social de la población, aumentaba la escasez de mano de obra dedicada a actividades productivas, el deterioro de la economía, el estancamiento del desarrollo, el deterioro demográfico y demás funestas consecuencias de todo orden” sentencia el antropólogo, historiador, investigar y científico social Alfredo Costales Samaniego. Las ganancias económicas que habían propiciado un apogeo económico durante los siglos XVI, XVII y la primera mitad del XVIII, se vieron detenidas y finalmente destrozadas primero por las reformas borbónicas, sobre todo por la apertura del libre comercio y por la posterior secesión o independencia[9]. Sin dilaciones la industria quiteña había sido arruinada a lo largo del proceso de la guerra civil entre 1809 y 1824, curiosamente siguiendo los planes del mentado plan inglés de humillar a España. “Quito perdió su principal industria por razones fuera de su control… Los métodos tradicionales de producción y de transporte cayeron víctimas de la política liberal de intercambio transatlántico…” señalaría el investigador histórico Robson Brines Tyrer[10]. Los datos de las exportaciones lo revelan, desde 1768 estas se redujeron en un 64%. Los astilleros de Guayaquil, floreciente durante los dos siglos anteriores, producían en 1822 un tonelaje inferior en dos tercios a su mejor período[11]. Las armerías de Latacunga (cuya calidad de pólvora tanto admiraba Humboldt) y los obrajes de Otavalo no son más que sombras de lo que fueron hacia solo 40 años[12]. Para cuando fuimos anexados a la Gran Colombia, el país vivía ya del cacao; el 70% de los ingresos económicos provenían de esta fruta, único producto que en el momento tenía una productividad alta[13]. Los inicios de la república bananera. Las exportaciones comenzaron a limitarse a productos de tipo agrícola, y comenzaba la expansión del comercio inglés en Quito y toda Sudamérica[14]. La primera globalización económica. Las poderosas factorías británicas se encontraban paradójicamente necesitadas de conquistar el mundo para poder subsistir, consecuencia del capitalismo y de la ética protestante, que veía en el lucro el signo de predestinación. La economía debe subordinarse a la política, pero para la mentalidad moderna y capitalista la política debe someterse a la economía; la ayuda de la gran gerencia de las compañías comerciales anglosajonas, también conocida como corona británica, al prestar apoyo indispensable a la secesión o independencia intentaba no solo acabar con la geopolítica hispana sino y sobre todo alcanzar la hegemonía económica en el continente americano primero y en el mundo después. Las ramas fundamentales del desarrollo, esencialmente la industria, no pudieron resistir la presión de los productos ingleses que, como resultado de la independencia de Guayaquil, comenzaron a invadir todo el país[15], desplazando al producto nacional por su menor precio (logrado por la economía de escala) y por el prestigio cultural de los productos importados. La disyuntiva era clara: o se protege a la industria nacional, castigando arancelariamente las importaciones, o estaríamos condenados a transformarnos del país industrial que éramos en un simple productor de bienes agrícolas y materias primas con todo lo que ello de peligroso implicó de hecho para el futuro. La independencia favoreció, sin duda alguna, a los comerciantes, que comenzaron a levantar el mito de que somos un “país agrario”, incluso afirmando que es “eminentemente agrícola”, lo que es falso y contraviene los hechos de la historia. En resumen: al no apoyar sino que además destruir la industria, el país quedó en manos de unos pocos comerciantes de cacao y banana. Solo estimulando las manufacturas tradicionales y restringiendo el comercio importador, podríamos habernos dado el lujo de ser independientes. La república bananera y de opereta había comenzado. Por Francisco Núñez Proaño.

    [1] Van Aken, Mark, El rey de la noche, Ed. Banco Central de Ecuador, Colección Histórica Vol. 21, Quito, 2005, pág. 56

    [2] Brines Tyrer, Robson, Historia demográfica y económica de la Audiencia de Quito, Ed. Del Banco Central del Ecuador, Biblioteca de Historia Económica Vol. 1, Quito, 1988, pág. 85.

    [3] Ibídem, pág. 86.

    [4] Ibídem, pág. 119.

    [5] Ibídem, pág. 78

    [6] Ibídem.

    [7] Costales Samaniego, Alfredo, La guerrilla azul, Ed. Abya Yala, Quito, 2002, pág. 33

    [8] Ibídem.

    [9] Brines Tyrer, Robson, Ob. Cit., págs. 177, 178

    [10] Ibídem, pág 179.

    [11] ¿Es rentable ser independientes?, en “El quiteño libre” suplemento especial del diario El Comercio, Quito, 25 de mayo de 2002.

    [12] Ibídem.

    [13] Ibídem.

    [14] Ibídem.

    [15] Ibídem.




    C. L. A. M. O. R.: Los mártires de la lealtad y las visiones de Sor Lucía del S. Sacramento


    Los mártires de la lealtad y las visiones de Sor Lucía del S. Sacramento

    El 26 de agosto de 1810 el gobierno revolucionario de Buenos Aires hacía fusilar a don Santiago de Liniers, ex virrey del Río de la Plata y héroe de la reconquista y defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807, al brigadier don Juan Antonio Gutiérrez de la Concha, gobernador legítimo de Córdoba del Tucumán, al Dr. don Victorino Rodríguez, asesor de gobierno cordobés, el coronel don Alejo de Allende, comandante de armas de la Intendencia de Córdoba del Tucumán, y al primer oficial real don Joaquín Moreno, tesorero delegado de la Real Hacienda en dicha intendencia. Todos hombres devotos y leales.


    Monasterio de Carmelitas
    Descalzas de Córdoba (Las Teresas)
    “En los días aciagos ya referidos vivía en olor de santidad en el monasterio de las Teresas de Córdoba Sor Lucía del SSmo. Sacramento. Por mandato del confesor escribió la monja su autobiografía con el título de Amores de Dios con el alma. La parte de la misma que alude a los sucesos del 26 de agosto de 1810 los reprodujo, en 1947, Carlos A. Luque Colombres como apéndice documental de su monografía El Doctor Victorino Rodríguez, primer catedrático de Instituta de la Universidad de Córdoba. [Edición Imprenta de la Universidad de Córdoba, 1947, p. 125 a 129. Apéndice n. 7. El manuscrito, que es copia trasladada del original por una religiosa del monasterio de Las Teresas, se conserva en el archivo del mismo.]


    “Van aquí los datos de algún interés.


    “Describe la impresión que trajo a las religiosas la entrada del ejército libertador en Córdoba. Ve las abundantísimos gracias que Dios ‘derramaba a manos llenas’ sobre los jefes de la ciudad encomendados en sus oraciones. Los contempla ‘en el campo donde estaban, asechados de multitud de demonios, guardados y defendidos de multitud de ángeles’.


    “El 6 de agosto por la mañana, después de encomendarse fervorosamente a la Virgen Nuestra Señora, ‘vi y entendí y oí —apunta en al autobiografía citada— serían muertos los Señores, que efectivamente murieron, los superiores de esta Ciudad y distrito perteneciente a ésta’. Narrólo en recreación a las hermanas, pero todas lo tuvieron ‘por bobada, desvarío o cosa semejante’.


    “La noticia de la tragedia final —continúa— fue ‘cosa que sentimos muy mucho, cosa no esperada ni creída’. Parecía inconcebible a aquellas buenas religiosas que hubiera podido perecer así trágicamente lo más granado de la sociedad cordobesa: ‘Daban tantas razones para afirmar que sólo había sido estratagema todo lo que se había dicho y hecho con ellos; decían los tenían vivos y muy ocultos, se creía más esto que lo contrario… Dudo se pasase día que no se hablase de lo dicho: va a cumplirse ya un año…’ De buen grado se hubiera Sor Lucía desdecido de su fatídico anuncio. ¡Pero estaba tan segura! Sin embargo, ‘lo que oía las razones que daban para tener una grande esperanza de que estaban vivos los dichos Señores, yo me consolada y deseábalo tanto a mi sentir o parecer, como la persona más inmediata o llegada a ellos…’


    “Ve sus almas en la Gloria. Dícele ‘Nuestro Señor de cada una en particular con lo que se habían hecho dignos y merecedores de tal corona’. Conversa con ellas familiarmente. Le encargan comunicar a sus allegados ‘no tuviesen pena, que era tan grande y tal sus felicidades que no se puede explicar…; bendecían y alababan al Dios de las misericordias que había usado de tanta liberalidad para con ellos, bendecían sus suertes y entonaban cánticos de gratitud al Omnipotente…’


    “Contempla, en fin, otro día, luego de comulgar, al Obispo ‘a las orillas de un embravecido mar, tan atribulado y penado, combatido y amenazado de peligros terribles y espantosos, pero al punto mismo —continúa— vio mi alma en una como en forma de nube a las cinco almas santas de quien he hablado poco adelante, que lo protegían, guardaban y defendían…’


    “Sor Lucía frisaba a la sazón en los 39 años de edad. Murió el 4 de mayo de 1824, ‘después de llevar una vida admirable en virtudes y favores del Señor’, estampa la monja que transcribió sus apuntes.”


    (Cayetano Bruno, S.D.B., La Virgen Generala: Estudio documental [2ª edic., 1994].)

  16. #56
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    C. L. A. M. O. R.: Postura de la Iglesia (II): Encíclica "Etsi Quam Diu" de León XII (1824)

    Postura de la Iglesia (II): Encíclica "Etsi Quam Diu" de León XII (1824)


    A los venerables hermanos, los arzobispos y obispos de América.


    LEÓN XII, PAPA.


    Su Santidad León XII
    Venerables hermanos, Salud y la Bendi*ción apostólica. Aunque Nos persuadimos habrá llegado hace ya tiempo a vuestras manos la encíclica que, en la elevación de nuestra humildad al solio de san Pedro, remitimos a todos los obispos del orbe católico, es tal el incendio de caridad en que nos abrasamos por vosotros y por vuestra grey, que, hemos determinado, en manifestación de los sentimientos de nuestro corazón, dirigiros especialmente nuestras palabras.


    A la verdad, con el mas acerbo e incom*parable dolor, emanado del paternal afecto con que Os amamos, hemos recibido las funestas nuevas de la deplorable situación en que tanto el Estado como a la Iglesia ha venido a reducir en esas regiones la cizaña de la rebelión, que ha sembrado en ellas el hombre enemigo, como que conocemos muy bien los graves perjuicios que resultan a la religión, cuando desgra*ciadamente se altera la tranquilidad de los pueblos. En su consecuencia, no pode*mos menos de lamentarnos amargamente, ya observando la impunidad con que corre el desenfreno y la licencia de los malva*dos; ya al notar como se propaga y cunde el contagio de libros y folletos incendia*rios, en los que se deprimen, menospre*cian y se intentan hacer odiosas ambas potestades, eclesiástica y civil; y ya, por último, viendo salir, a la manera de lan*gostas devastadoras de un tenebroso pozo, esas juntas que se forman en la lobreguez de las tinieblas, de las cuales no dudamos afirmar con san León papa, que se concreta en ellas como en una inmun*da sentina, cuanto hay y ha habido de más sacrílego y blasfemo en todas las sectas heréticas. Y esta palpable verdad, digna ciertamente del más triste descon*suelo, documentada con la experiencia de aquellas calamidades que hemos llorado ya en la pasada época de trastorno y confusión, es para Nos en la actualidad el origen de la más acerba amargura, cuan*do en su consideración prevemos los inmensos males que amenazan a esa heredad del Señor por esta clase de de*sórdenes.



    Examinándolos con dolor, se dilata nues*tro corazón sobre Vosotros, venerables hermanos, no dudando estaréis íntima*mente animados de igual solicitud en vista del inminente riesgo a que se hallan ex*puestas Vuestras ovejas. Llamados al sagrado ministerio pastoral por aquel Señor que vino a traer la paz al mundo, siendo el autor y consumador de ella, no dejaréis de tener presente que vuestra primera obligación es procurar que se conserve ilesa la religión, cuya incolumi*dad, es bien sabido, depende necesaria*mente de la tranquilidad de la patria. Y como sea igualmente cierto que la religión misma es el vínculo más fuerte que une tanto a los que mandan cuanto a los que obedecen, al cumplimiento de sus diferen*tes deberes, conteniendo a unos y otros dentro de su respectiva esfera. conviene estrecharlo más, cuando se observa que con la efervescencia de las contiendas, discordias y perturbaciones del orden público, el hermano se levanta contra el hermano, y la casa cae sobre la casa.


    La horrorosa perspectiva, venerables hermanos, de una tan funesta desolación, Nos obliga hoy a excitar vuestra fidelidad por medio de este nuestro exhorto, con la confianza de que, mediante el auxilio del Señor, no será inútil para los tibios ni gravosa para los fervorosos, sino que, estimulando en todos vuestra cotidiana solicitud, tendrán complemento nuestros deseos.


    No permita Dios, nuestros muy amados hijos, no lo permita Dios, que cuando el Señor visite con el azote de su indignación los pecados de los pueblos, retengáis vosotros la palabra a los fieles que se hallan encargados a vuestro cuidado con el designio de que no entiendan que las voces de alegría y de salud sólo son oídas en los tabernáculos de los justos; que entonces llegarán a disfrutar el descanso de la opulencia y la plenitud de la paz, cuando caminen por la senda de los man*damientos de aquel Señor que inspira la alianza entre los príncipes y coloca a los reyes en el solio; que la antigua y santa religión, que sólo es tal mientras permane*ce incólume, no puede conservarse de ninguna manera en pureza e integridad cuando el reino dividido entre si por fac*ciones es, según la advertencia de Jesu*cristo señor nuestro, infelizmente desolado; y que vendrá con toda certeza a verifi*carse, por último, que los inventores de la novedad se verán precisados a reconocer algún día la verdad y a exclamar, mal de su grado, con el profeta Jeremías: Hemos esperado la paz y no ha resultado la tran*quilidad; hemos aguardado el tiempo de la medicina, y ha sobrevenido el espanto; hemos confiado en el tiempo de la salud, y ha ocurrido la turbación.


    Pero ciertamente nos lisonjeamos de que un asunto de entidad tan grave tendrá por vuestra influencia, con la ayuda de Dios, el feliz y pronto resultado que Nos promete*mos si Os dedicáis a esclarecer ante vuestra grey las augustas y distinguidas cualidades que caracterizan a nuestro muy amado hijo Fernando, rey católico de las Españas, cuya sublime y sólida virtud le hace anteponer al esplendor de su grandeza el lustre de la religión y la felici*dad de sus súbditos; y si con aquel celo que es debido exponéis a la consideración de todos los ilustres e inaccesibles méritos de aquellos españoles residentes en Euro*pa, que han acreditado su lealtad, siempre constante, con el sacrificio de sus intere*ses y de sus vidas, en obsequio y defensa de la religión y de la potestad legítima.


    La distinguida predilección, venerables hermanos, para con vosotros y vuestra grey, que nos estimula a dirigiros este escrito, nos hace, por el mismo caso, estremecer tanto más por vuestra situa*ción, cuanto os consideramos mayormente oprimidos de graves obligaciones en la enorme distancia que os separa de vues*tro común padre. Es, sin embargo, un deber que Os impone vuestro oficio pasto*ral el prestar auxilio y socorro a las perso*nas afligidas, el descargar de las cervices de todos los atribulados el pesado yugo de la adversidad que los aqueja, y cuya idea obliga a verter lágrimas; el orar, por último, incesantemente al Señor, con humildes y fervorosos ruegos, como de*ben hacerlo todos aquellos que aman con verdad a sus prójimos y a su patria, para que se digne su divina majestad imperar que cesen los impetuosos vientos de la discordia y aparezca la paz y tranquilidad deseada.


    Tal es sin duda, el concepto que tenemos formado de vuestra fidelidad, caridad, religión y fortaleza; y en tanto grado Os consideramos adornados de estas vir*tudes, que Nos persuadimos cumpliréis de modo todos los enunciados deberes que Os hemos recordado, que la Iglesia dise*minada en esas regiones obtendrá por vuestra solicitud la paz y será magnífica*mente edificada, siguiendo las sendas del santo temor de Dios y de la consolación del divino Espíritu.


    Con esta confianza, de tanto consuelo para Nos, para esta santa Sede y para toda la universal Católica Iglesia, que nos inspiren vuestras virtudes, ínterin el cielo, venerables hermanos, derrama sobre vosotros y sobre la grey que presidís el auxilio y socorro que le pedimos, os da*mos a todos con el mayor afecto la bendi*ción apostólica.



    Dado en Roma, en San Pedro, sellado con el sello del pescador, el día 24 de setiem*bre de 1824, año primero de nuestro pontificado.


    [El lugar del sello del pescador]




    C. L. A. M. O. R.: Un relato sobre el asesinato de Liniers y compañeros mártires de la lealtad

    Un relato sobre el asesinato de Liniers y compañeros mártires de la lealtad

    Los sucesos revolucionarios de mayo de 1810 sorprendieron a Santiago de Liniers, héroe de las invasiones inglesas y anterior virrey rioplatense, en Córdoba, en viaje ya desde Tucumán a la Península Ibérica. Allí Liniers decidió marchar al Perú con unos pocos leales para desde allí organizar la contrarrevolución.


    Los revolucionarios, desde Buenos Aires, querían que se les uniera. Pero, como dijo uno de sus biógrafos, Exequiel C. Ortega, "los años, la miseria y la desgracia, la lucha y lo conocido del mundo sólo aumentaban su fe. Ella era auténtica y sentida. Tampoco en este aspecto tan especial e íntimo puede cuestionarse su sinceridad, o encontrarse alguna inconsecuencia."


    A su suegro, Martín de Sarratea, hundido como los otros comerciantes porteños en la Revolución y que quería convencerlo apelando a la suerte de sus hijos, le respondió:



    “¿Cómo yo un general, un oficial quien en treinta y seis años he acreditado mi fidelidad y amor al soberano, quisiera Ud. que en el último tercio de mi vida me cubriese de ignomia quedando indiferente en una causa que es la de mi Rey, que por esta infidencia dejase a mis hijos un nombre hasta el presente intachable con la nota de traidor? […] Cuando los ingleses invadieron a Buenos Aires […] no trepidé un momento en emprender una hazaña tan peligrosa y abandonar mi familia bajo el auspicio de la Providencia en medio de los enemigos […] Que si entonces era buena, la que defiendo en el día no solamente es buenísima, sino santa y obligatoria […] bajo la pena de caer en el delito de perjuro habiéndole jurado fidelidad. […] Pero si por sus altos designios hallase en esta contienda el fin de mi agitada vida, creo que me tendría en cuenta y descargo de mis innumerables culpas este sacrificio, al que estoy constituido por mi profesión […]; el que nutre a las aves, a los reptiles, a las fieras y a los insectos proveerá a la subsistencia de mis hijos, los que podrán presentarse en todas partes sin avergonzarse de deber la vida a un padre que fuese capaz por ningún título de quebrantar los sagrados vínculos del honor, de la lealtad y del patriotismo, y que si no les deja caudal, les deja a lo menos un buen nombre y buenos ejemplos que imitar.”


    Por eso, uno de sus descendientes, Santiago de Estrada, reconocía: "sin la fe de su alma, sin la entereza de su carácter, a esta hora hablaríamos inglés en vez de español." No hay otra forma de explicar las victorias de 1806 y de 1807 en completa desigualdad de condiciones frente a regimientos que posteriormente vencerán en Waterloo a Napoleón.


    La Junta Provisoria de Buenos Aires envió a Córdoba una expedición al mando del coronel Antonio González Balcarce con el fin de perseguirlo y capturarlo. En los bosques que rodeaban el camino entre Córdoba y Santiago del Estero, Liniers fue atrapado.





    La Junta revolucionaria dispuso que los prisioneros fueran pasados por las armas y destacó al Dr. Juan José Castelli y a los comandantes Domingo French y Juan Ramón González Balcarce para dar cumplimiento de la orden. En un paraje boscoso conocido como Monte de los Papagayos, a dos leguas de la posta Cabeza de Tigre, fueron arcabuceados el ex virrey Santiago de Liniers, el teniente de gobernador Juan Gutiérrez de la Concha, el coronel Alejo de Allende, el oficial real Joaquín Moreno y el asesor legal Dr. Victorino Rodríguez.


    El relato, según las fuentes más verosímiles, es estremecedor y pinta por entero el carácter de nuestro homenajeado. Apresados Liniers, Gutiérrez de la Concha, Rodríguez, Allende, Moreno, monseñor Antonio Rodríguez de Orellana (obispo de Córdoba) y fray Pedro Alcántara Giménez (secretario del obispo), fueron conducidos hacia Buenos Aires en una galera facilitada por el vecino Eufrasio Agüero.



    Al pasar por la ciudad de Córdoba, por el frente de Santo Domingo, don Santiago de Liniers obtuvo permiso del jefe de la escolta para ingresar al templo. Allí, en manos de su protectora, la Virgen Santísima del Rosario, depositó su bastón de Virrey, como recuerdo al pueblo cordobés, según dijo.




    El 25 de agosto de 1810, llegaron a la Posta de Gutiérrez (a 67 leguas de Córdoba), donde los esperaba Domingo French, con tropas venidas de la capital.



    Temiendo por el prestigio y la calidad de los presos, los sacó de la guardia del capitán Manuel Garayo e hizo sustraer sus navajas a los mismos. A las 8:30 hs. del 26 partieron bajo custodia de French. Alcanzando a las 10 hs. el paraje El Puesto, donde los esperaba el teniente coronel Juan Ramón Balcarce y el vocal de la Junta Juan José Castelli. Éstos separaron a los presos de sus equipajes y criados, y dirigieron los coches hacia un monte llamado de los Papagayos o Chañarcito de los Loros, a dos leguas de la posta Cabeza de Tigre.


    "Hoy compareceremos en el tribunal de Dios", dijo el Dr. Rodríguez. Vale decir que don Victoriano Rodríguez fue el abuelo materno del Dr. Tristán Achával Rodríguez, célebre tribuno católico y defensor de los derechos de la Iglesia en los rudos debates de fines del siglo XIX. También fue tío abuelo del Dr. Santiago Derqui Rodríguez, futuro presidente de la Confederación Argentina durante unos meses entre 1860 y 1861. Y, además, fue también tío abuelo de Sor Catalina de María Rodríguez, fundadora de las Esclavas del Corazón de Jesús y sierva de Dios, cuya causa de canonización se tramita.


    Conociendo su destino, Liniers pidió explicaciones a su ex subordinado, Balcarce, quien se limitó a contestar: "...otro es el que manda".


    Al llegar al monte, un cuerpo de húsares formado los esperaba. No atreviéndose a usar criollos, la Junta había reclutado extranjeros para llevar a cabo este crimen político, la mayoría de ellos ingleses que no habían regresado a su patria tras los hechos de 1807.


    ¡Mercenarios ingleses para matar al héroe de 1806 y 1807! Tal vez esto ayude a explicar algunos hechos poco conocidos de nuestra historia, como que la escuadra británica saludó con salvas de honor el 25 de mayo de 1810 y que un enviado de Londres fue el primer exntranjero en entrevistarse con la Primera Junta.



    Continuando con el relato. Bajaron a los prisioneros contrarrevolucionarios de los coches, los amarraron por detrás y les leyeron la sentencia. Tras los ruegos del obispo, se les concedieron tres horas para prepararse a bien morir (Castelli agregó luego una hora más).





    Cuando el Obispo requirió un juicio justo, French lo calló, diciendo: "Calle, Vd., Padre, que aún no sabe la suerte que le espera". No se les permitió escribir testamento.




    Ante lo indeclinable de los hechos, tomó la palabra Liniers: "Vamos, Sres., a prepararnos. Siquiera, gracias a Dios, tengo la suerte de que esté Vd. (refiriéndose al Obispo) a mi lado en este último instante". Luego pidió a éste que le ayudará a tomar el Santo Rosario en sus manos, para rezarlos mientras se preparaba para su última confesión. Liniers y el coronel Allende se confesaron con el obispo, mientras que los tres restantes lo hicieron con el P. Giménez.


    Terminado el tiempo concedido, Castelli retiró a los eclesiásticos y preparó a los presos para su ejecución. Liniers se negó a ser vendado e imploró a la Santísima Virgen del Rosario, para luego fijando su vista en el pelotón de fusilamiento decirles: "Ya estoy, muchachos". Balcarce hizo la señal y se escuchó la descarga.


    Perturbados por la dignidad del condenado, los soldados sólo acertaron 6 tiros, con los que Liniers cayó en tierra aún con vida. Se ordenó un nuevo tiroteo a los de la segunda fila, pero sólo dieron en el blanco dos. Cuando se disipó el humo, se notó que Liniers, malherido en la cabeza y brazos, musitaba con el estertor de la agonía el nombre de la Virgen María, cuyo auxilio parecía implorar. Entonces, el mismo French, antiguo ayudante del Virrey, debió descargar un pistoletazo en la sien como tiro de gracia.


    Los restos mortales fueron conducidos a Cruz Alta, distante a 5 leguas hacia Buenos Aires, siendo sepultados en una zanja en el campo junto a la iglesia. El teniente cura de la misma, los hizo desenterrar al día siguiente y los colocó en una más amplia sepultura en el mismo sitio, agregando una cruz en su cabecera y el anagrama LRCMA, para que sus familias pudiesen algún día recoger los cadáveres.


    A los pocos días, apareció en un árbol de Cruz Alta una inscripción con letras grandes que decía CLAMOR, formadas con las iniciales de los apellidos de los reos: Concha, Liniers, Allende, Moreno, Orellana (que, finalmente, no fue ejecutado) y Rodríguez.



    Años después, los restos de Liniers fueron trasladados a Cádiz, donde, en el mausoleo del Panteón de los Marinos Ilustres de San Fernando, descansan.


    Hasta 1830, al menos, la sociedad cordobesa siguió recriminando a la Revolución de Mayo por el atroz asesinato. Hasta un cultor de la leyenda rosa nacionalista como el R. P. Guillermo Furlong S. J. lo reconoció.


    Dijo su bisnieto, José Manuel Estrada, líder católico de fines del siglo XIX: "Liniers y sus compañeros fueron pasados por las armas. Esta tragedia puso sangre en la bandera revolucionaria, ¿y por qué velar mi pensamiento? ¡Sangre inútil y cruelmente derramada!"


    Otro de sus biógrafos, Paul Groussac, a pesar de su liberalismo, reconoce:


    "Los prisioneros de guerra, fusilados sin juicio en la Cruz Alta, fueron mártires de la lealtad, y no necesitan ser rehabilitados."

  17. #57
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    http://bitacorapi.blogia.com/2011/092701-el-imperio-perdido.php

    EL IMPERIO PERDIDO


    José Luis ONTIVEROS¡Maldito el día en que renegamos de España y nos entregamos a los yanquis!”, frase profética de Don Lucas Alamán y de los mexicanos patriotas que vieron en la fratricida, sanguinaria, estúpida, interminable, falsa guerra de independencia, la mejor manera de autodesintegrar el poder del virreinato de Nueva España, la joya de la corona de los reinos de América. Y hay que aclarar tanto mi radical repudio a celebraciones fratricidas como mi rechazo a la actual España depredadora de las trasnacionales, de la banca, mendiga-otanesca y mono de loseurópidos. La historiografía liberal-fracmasónica, que ha sido rasgo en una tiranía del pensamiento único, ha construido una mitologización sobre la independencia, mejor dicho de dependencia hacia Estados Unidos, y la figura portentosa y visionaria de su Majestad Imperial Agustín I. Por principio, es mejor formar parte del Imperio español que ser una colonia bananera como es el caso patético de la aldea Tenochca, sumida en ritos antropófagos. Y si bien es cierto que prefiero, y con mucho, el arquetipo femenino español que las regordetas mexicanitas tragadoras de tacos, la postura sobre el proceso de absorción, mal llamada independencia, hacia EU, en una serie de degradaciones sucesivas que costaron el despojo por EU de más de la mitad de la parte más rica del territorio en 1847 y la imposición política -en el colmo de la abyección de sus instituciones- afán plasmado en aquello de “Estados Unidos Mexicanos” gringadera mayor, lo importante es analizar cómo Don Lucas Alamán, malqueriente del gran Iturbide, advierte que la guerra de castas, la imitación servil de la Ilustración que practicó el vejete de Hidalgo, quien en Guadalajara se hizo nombrar “Alteza Serenísima”, rodeado de criollos privilegiados, todos los cuales juntos no formaban un solo cerebro, iba a provocar una larga carnicería de debilitamiento y desastre, sin tener un plan político que pudiese dar cohesión al “Águila del Septentrión”, al poder imperial de México, fundador de Filipinas, explorador de Alaska, defensor hispánico en las Antillas de la piratería británica y francesa, factor decisorio en Perú, logro máximo de la arquitectura, centro de cultura, pintura, música, bibliotecas conventos, caminos, metrópoli de América del Norte que sería destruido por unos falsos independentistas miméticos que babeaban con la Ilustración y seguían “las luces” de Nueva Orleans, a falta de las “mariposas equivocadas” de Nueva York. Don Lucas Alamán previó que la falsa guerra de independencia sería terrible y demoledora, que a sus rasgos de crueldad inaudita, que activaron los atavismos prehispánicos y sus ritos de sevicia, tendría como fruto podrido un único resultado: la precipitada pérdida del poder imperial y el ser subsumidos por EU, al punto de perder toda originalidad. Argumenta Alamán que la tradición prehispánica es monárquica y que ésta es la “forma natural y armoniosa de organización social entre los mexicanos”, y que cada pueblo deber marcar su propio genio. En tal sentido no es conveniente aplicar fórmulas extranjeras que dispersen la unidad y nos enfrenten en facciones como ocurriría en el s.XIX. Su Majestad Imperial Agustín I fue la única figura que pudo rescatar a la independencia de su potencial destructor con el Plan de Iguala, obra de articulación política, pero su sangre bendita fue derramada en Padilla, y como advirtió Don Lucas Alamán: “no se extrañen de ver ondear en el Palacio de los virreyes la bandera yanqui: es el castigo que merecemos por nuestra falsa independencia”.
    27/09/2011 19:41. bitacorapi #. Mundo Hispánico
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    utor: Leovigildo-RokanUn saludo desde Hispania; uno del Señorío de Vizcaya- Corona De Castilla.-

    Rokan.-

    Fecha: 28/09/2011 22:36.




    https://coterraneus.wordpress.com/20...de-america-17/


    El 9 de octubre de 1820 Guayaquil declara su independencia, el 3 de enero de 1821 en el combate de Tanizahua los realistas criollos guarandeños derrotan a los independentistas:
    Guaranda, reducto realista.

    (Extraído de mi obra inédita: “Quito fue España”)
    San Pedro de Guaranda, entre 1820 y 1822 dio bastante que hacer a los republicanos separatistas en campaña. Los habitantes del asiento y posterior ciudad de Guaranda se caracterizaron por ser empecinados realistas, entiéndase empecinados patriotas, Alfredo Costales Samaniego pudo decir de uno de los dirigentes de los realistas guarandeños el criollo Francisco Benavides: “no hay que olvidar… el patriotismo y tenacidad del guerrillero de Guaranda, doctor Francisco Benavides, quien supo honrar a su pueblo y a su causa”[1]; Guaranda se constituyó en el cuartel general de las fuerzas realistas en la zona sur del país bajo la dirección del doctor Víctor Félix de San Miguel y Cacho natural de la Nueva Granada, “furibundo realista”, el principal factor de la “tenaz resistencia opuesta a la Causa de la Independencia”[2], juntamente con el cura Benavides y el Púñug Camacho. Los “libres de Guayaquil” se habían propuesto seguir adelante en su campaña subversiva ahora con el apoyo de las tropas anglo-caribeñas al mando de Antonio José de Sucre, Luis Urdaneta y el coronel José García y Zaldúa. El cura Benavides había intentado dialogar con los ejércitos insurgentes para evitar una confrontación innecesaria, pero los buenos oficios de su persona y del Cabildo de Guaranda fueron inútiles[3], debido a que para los separatistas “no habían de valer recursos ni trapacerías” a juicio de ellos, evitando así una posible conciliación y propiciando una guerra fratricida como la venían llevando a cabo desde hacía varios años. Tras el inicial triunfo de los insurgentes en el combate de Camino Real, se instalarían en Guaranda en noviembre de 1820. Vencidos en la batalla de Huachi a finales del mismo noviembre de 1820, los insurgentes se replegaron hacia la costa. El coronel José García[4] reorganizó el ejército subversivo con los restos que le quedaron y emprendió nuevamente campaña. El cura Benavides al mando de una guerrilla realista –arremangándose la sotana claro está- como lo hemos detallado anteriormente le prestó una tenaz resistencia y finalmente derrotó a los separatistas el 3 de enero de 1821 en el combate de Tanizahua, “dos leguas distantes de Guaranda”[5]. Fueron muertos 410 hombres del bando insurgente. El comandante García cayó prisionero, siendo fusilado posteriormente por delitos de traición e ilegítima insubordinación, su cabeza fue cortada después de muerto siendo enviada a Quito y colocada en una jaula sobre el río Machángara para aleccionamiento de la población, la mano derecha del subversivo fue cortada a la altura de la muñeca y puesta en una picota se colocó en un árbol de capulí. Posteriormente y partir de la batalla de Cone o Yaguachi en agosto de 1821, la suerte se inclinaría para los insurgentes y lograrían penetrar hacia la sierra centro de Quito, logrando aislar a Guaranda, que fácticamente estaba derrotada. Ocupando ya el “ejército republicano” la plaza de Riobamba el 22 de abril de 1822[6], el Corregidor de Guaranda, “ese mismo empecinado realista”, el doctor Víctor Félix de San Miguel y Cacho y el pueblo realistas de Guaranda, se insurreccionaron a poco de la ocupación de Quito por parte de los ejércitos bolivarianos. Ante estos sucesos el general Sucre envió al conocido cruel y genocida coronel Hermógenes Masa junto a su soldadesca, “y entonces sufrieron los realistas el castigo tremendo…”[7], tanta era su fama de criminal que después de la victoria de Pichincha para los subversivos, la población de Guaranda huyó en desbande general y el propio San Miguel pediría protección ante las autoridades colombianas, dirigiéndose a Sucre: “¿Cómo no ha de contar seguramente con su alta protección un americano desgraciado, que tiene una virtuosa mujer y seis hijos tiernos, dignos de la mayor compasión?”[8]. El conspicuo liberal y reconocido historiador guayaquileño Camilo Destruge, nada afecto a los realistas, pudo decir sobre este aspecto y sobre la crueldad de Hermógenes Masa: “Ahora, en cuanto a la razón que tuviera el realista Dr. Víctor Félix de San Miguel para que de él se apoderara el terror y considerase en grave peligro de muerte si caía en manos de las tropas de Masa, debemos contestar que era razón muy poderosa y bien justificada, ya porque dicho Corregidor San Miguel era el principal autor de la insurrección realista, ya por las demasías a que, en efecto, se entregasen los republicanos, y que experimentó durante el español Campana… Según informes del General don Fernando Ayarza, quien por entonces era Capitán, y fue con las tropas republicanas a Guaranda: informe al que se refiere el historiador Cevallos. ‘Masa que era un hombre de mal corazón, cometió horrendos atropellamientos contra los vencidos; y debe entre otros, citarse el cometido con el anciano español Campana, a quien hizo azotar, y le obligó llevarse a sus espaldas una carga de víveres hasta Babahoyo’. Justificado, pues, por tal proceder, el terror de los dos realistas…”.[9] Y el guarandeño Ángel Polibio Chaves dijo de la rebelión realista de Guaranda después del triunfo de Sucre en Yaguachi y de Masa: “…solo Guaranda se rebela el primero de Mayo, con el fin de picar la retaguardia a los patriotas y distraer su atención. Sucre no olvida las penalidades sufridas en este Asiento… y no quería dejar estorbos atrás, destacó 300 hombres del batallón Alto Magdalena y 25 lanzeros al mando del Coronel Hermógenes Maza y el capitán Fernando Ayarza; designación que manifiesta el castigo que quería imponer a los porfiados; pues nadie ignoraba el temple de este Jefe ya célebre, no solo por sus hechos heroicos en Arure y Achaguas, sino más por sus actos en Panamá y Cartagena, donde llegó a eclipsar el salvajismo de sus contrarios.”[10] Una fuerte represión contra el pueblo y los principales del Asiento siguió después de la ocupación de Guaranda por las tropas colombianas, nuevamente Chaves nos lo detalla: “Después de Pichincha (24 de mayo de 1822), lució al fin la paz para el Ecuador y todos los pueblos comenzaron a convalecer de sus males, entre ellos el corregimiento de Guaranda, pero vino de Gobernador el Coronel D. Carlos Araujo, y las desagracias renacieron como con riego. Este jefe comenzó a perseguir a los vencidos, les impuso contribuciones, les encarceló y los redujo a la condición más degradada, pues se gozaba en humillar a las personas principales, hasta el extremo de hacerles cargar alfalfa y municiones de guerra.”[11] Se destaca entre estos realistas criollos el Púñug José Camacho, testimonio de la fidelidad de la plebe de Quito, de Guaranda en particular, quien participara desde un principio en la campaña realista, adhiriéndose al batallón de 600 locales que se formó en Guaranda para avanzar sobre Quito en 1810 por el coronel Arredondo. Después de la “Independencia de Guayaquil” en 1820, se incorporó al mando bajo el coronel Fominaya con otros 22 jinetes locales todos, y fueron estos los únicos que se midieron con las avanzadas de Urdaneta. Con sus fieles jinetes que ya sobrepasaban la treintena siguió combatiendo contra los separatistas. Púñug –dormilón en quechua- era alto, fornido, blanco, de nariz aguileña, barba y pelo azafranados; hablaba de corrido y se caracterizaba por sus generosidad y por su profunda fe católica, en su dormitorio conservaba un Cristo con potencias de oro y un cuadro de la Sacra Familia en marco de plata, junto a estos estaban sus lanzas, pistolas y trabucos, un “híbrido menaje”. Después del triunfo de los independentistas, Camacho no pudo sentar plaza en su querida Guaranda debido a la tenaz persecución que llevaban a cabo los colombianos del nuevo gobierno, siendo Púñug el más perseguido, inclusive poniendo precio a su cabeza. Sin poder vivir en el pueblo, arruinado en sus negocios, siguió prestando resistencia, “vitoreando al Rey” y dando “mueras a la República”. El gobernador Araujo quien aborrecía a José Camacho, finalmente dio con él en 1823 gracias a una delación traicionera. Es capturado en una cueva dónde se había refugiado en la campaña de la sierra central y es llevado a Babahoyo en la costa, dónde es sometido a un tribunal sumario o consejo de guerra, ante este exclama: “Agradezco al Señor Defensor; mas exceptuando lo de ladrón, que nunca lo he sido, todo lo demás es cierto, y aun digo que se ha omitido mucho de lo poco que he hecho por mi Rey”. Es sentenciado a muerte por su fidelidad, se dirige al patíbulo, sacerdotes le auxilian, besa el crucifijo que le presentan y se dispone a morir; “Se acerca, el oficial de la escolta y le ordena se arrodillé: se niega resueltamente; pero vuelven los sacerdotes a exhortarle, y les obedece. Mas en el instante de sonar los tiros, se levanta y recibe de frente la descarga” alcanza a clamar -¡Viva el Rey! siendo las últimas palabras de Púñug Camacho, guarandeño del estado llano, fusilado por orden de los “libertadores” en nombre de la libertad, los derechos del hombre y la independencia a costa de todo lo demás.[12] Irónicamente en 1884 la Convención Nacional designa a Guaranda como la capital de la nueva provincia de Bolívar. Por Francisco Núñez Proaño Vista panorámica de la ciudad de Guaranda, capital de la provincia de Bolívar.


    [1] Costales Samaniego, Alfredo, La guerrilla azul, Ed. Abya Yala, Quito, 2002, pág. 10

    [2] Destruge, Camilo, Los realistas de Guaranda, aparecido en el Boletín de la Biblioteca Municipal de Guayaquil N° 2, Guayaquil, 1911, pág. 337 y siguientes.

    [3] Ibídem.

    [4] El comandante José García Zaldúa nació en Santa Cruz de Mompós (Nueva Granada) el 14 de Junio de 1776 y fue bautizado el 25 del mismo mes y año. Hizo la carrera de las armas en el ejército realista llegando a Primer Teniente del Batallón de Voluntarios de Castilla en 1798 y a Teniente del Regimiento Fijo en Buenos Aires en 1799. Fueron sus padres el Brigadier de los Reales Ejércitos Ramón García de León y Pizarro, Caballero de la Orden de Calatrava, Gobernador interino de la Provincia de Río Hacha, Gobernador sucesivamente de Mainas y Guayaquil, Capitán General de la Provincia de Salta (por lo que se le conocía como “argentino” al coronel García), fundador de Villa Nueva de Oráis, Presidente de la Audiencia de Charcas, Creado I Marqués de Casa Pizarro; y Mariana de Zaldúa y Ruiz de la Torre.

    [5] Destruge, Ob. Cit.

    [6] Jaime Rodríguez indica en su obra citada pág. 99 que: “Las autoridades en Riobamba, por ejemplo, declararon que gran parte de la población temía tanto a los insurgentes que había huido al campo.” Y “Las autoridades de Cuenca se hallaban preocupadas por los subversivos que estaban decididos a abrir la ciudad a los insurgentes de Guayaquil

    [7] Destruge, Ob. Cit.

    [8] Ibídem.

    [9] Ibídem.

    [10] Chaves, Ángel Polibio, Libro de recortes, Imprenta Escolar, Ambato, 1929, págs. 322 a 345.

    [11] Ibídem.

    [12] Ibídem.
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  18. #58
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    Re: Hay “otro” bicentenario



    El Catoblepasnúmero 115 • septiembre 2011 • página 13
    Un intempestivo toque de campanas

    Iván Vélez

    Sobre el libro de José Manuel Rodríguez Pardo, La independencia del Paraguay no fue proclamada en mayo de 1811, Servilibro, Asunción 2011, 179 páginas

    El prolífico filósofo José Manuel Rodríguez Pardo, ha publicado un libro de curioso título: La independencia del Paraguay no fue proclamada el 14 de mayo de 1811 (Servilibro, Asunción 2011). El libro, ya desde la portada y después en el prólogo, escrito por el propio autor, no responde a un ensayo de Historia positiva, sino que se plantea de forma polémica, crítica, filosófica en suma a la hora de realizar el análisis de relatos y reliquias en torno a la independencia de la República de Paraguay. Así pues, la negación que figura en su título, avisa al lector de que en sus páginas, muchas de las habituales afirmaciones que gravitan en torno a la historia de Paraguay serán cuestionadas e incluso trituradas. El libro, en cualquier caso, es mucho más que una obra centrada en la disputa de una importante efeméride –el 14 de mayo de 1811–, pues en su desarrollo, Rodríguez Pardo se enfrentará a asuntos de mucha mayor escala, y ello será debido en gran medida a la figura central de esta obra, el Doctor José Gaspar Rodríguez de Francia (1766-1840) padre del integracionismo americano, y a quien va dedicado el volumen.
    Estas circunstancias, y el hecho de que la obra aparezca en el contexto de la celebración de los bicentenarios, permiten al autor de El alma de los brutos en el entorno del padre Feijoo, referirse en extenso a un período que conoce con gran solvencia, pudiendo, por ello, enfrentarse a muchos de los lugares comunes, fuertemente ideologizados, que giran en torno a estos turbulentos episodios históricos que condujeron a la transformación del Imperio español en el conjunto de naciones hispanas soberanas hoy existentes. Los célebres procesos de independencia, surgirán a partir del cautiverio de Fernando VII en Francia y de la ocupación del trono español por parte de José I. De hecho, la llamada Revolución del 14 de mayo de 1811, se hará con el propósito de salvaguardar la provincia del Paraguay de posibles usurpaciones, entre las que destacan las ambiciones, no sólo de la Junta de Buenos Aires, con quienes se mantendrá un larguísimo litigio, sino también con las ambiciones anexionistas portuguesas, dueñas del Brasil de Carlota Joaquina de Borbón (1775-1830), hermana del propio Fernando VII que trató de hacerse con el trono español durante los días de Bayona
    Presentados los hechos que envolvieron la famosa fecha, Rodríguez Pardo opondrá las figuras de Francisco Suárez (1548-1617) y de Juan Jacobo Rousseau (1712-1778), a quien se atribuye, en virtud de su célebre obra El contrato social, gran parte de la inspiración de estos procesos emancipatorios. Sin embargo, en unas páginas escritas con gran claridad, se demuestra que la democracia cristiana de Suárez, autor estudiado en la Universidad de Córdoba por el propio Doctor Francia, es la que sirve de apoyo a tales procesos. No es la voluntad general la que actuó durante el ocaso del imperio hispano, sustentado en un modelo virreinal ya transformado a estas alturas históricas, sino el pactum translationis, según el cual la soberanía popular, proveniente de Dios y dada a los hombres «unidos en ciudad o comunidad política perfecta», es cedida a un monarca.
    La Monarquía Hispánica estaba fundada en la aceptación del monarca por parte del pueblo, según un modelo que tiene hondos precedentes entre los que podemos citar las behetrías castellanas y el común de vecinos aún existente en algunos municipios españoles que conservan tierras e instituciones pertenecientes a tal colectivo vecinal. La ruptura de este pacto, en el caso que nos ocupa, fue posible debido a una violación consistente en la ilegítima imposición de José I como rey de España. Es precisamente este tipo de ilegitimidad la que conduce a la acepción clásica en español del concepto de «tiranía», delito que pesó, desde las coordenadas españolas, sobre los propios imperios azteca e inca, pues sus emperadores habrían ocupado, de forma irregular, estructuras políticas preexistentes. La llamada translatio imperii daría legitimidad, precisamente al emperador español, que habría desplazado a los tiranos con los que se encontró, llevando instituciones civilizatorias a unas tierras dominadas por la herejía y el mal gobierno. Tras pasar por el filtro civilizatorio hispano, las repúblicas de las Indias Occidentales, podrían emanciparse –tal es la doctrina de Francisco de Vitoria–, como de hecho así ocurrió con el retorno de la soberanía a unos pueblos cuya pieza de cohesión, Fernando VII, había sido capturada por Napoleón.
    La democracia cristiana virreinal, queda nuevamente evidenciada, y así lo hace don José Manuel, al tratar el caso de la Revolución de los Comuneros (1717-1735) frente a los jesuitas, antes de demostrar la impertinencia de vincular la independencia paraguaya a las ideas roussonianas.
    Tras estas consideraciones, el libro trata en torno a la cuestión, cuyo rótulo es debido a Feijoo, de los «españoles americanos» y de la fragmentación virreinal antes aludida. Será en estos partimientos dieciochescos donde se larvará gran parte del problema paraguayo, pues la constitución del virreinato del Río de la Plata (1776) propiciará el fortalecimiento bonaerense con el que tantos conflictos tendrá la provincia guaraní. Con el comienzo del siglo XIX, lo acecido en los territorios del cono sur, será una sucesión de guerras civiles en las que se enfrentarán muy diversas facciones sobre un escenario que no puede ser identificado con la actual configuración política del subcontinente.
    De entre las alternativas que se plantean en plena crisis imperial, destacará la propuesta por Francisco Miranda seguida por Bolívar, quien contaría con el apoyo inglés para sus proyectos. Sin embargo, la propuesta unitarista, fracasaría. Será entonces cuando el unitarismo del Doctor Francia, surja con fuerza al proponer la constitución de lo que él llama «Nuestra América», basada en los lazos existentes entre los españoles americanos huérfanos de su rey. La no renuncia a las raíces hispanas queda demostrada por la elección del 12 de octubre de 1811 para hacer público el proyecto de un Tratado de esta naturaleza que no llegó a cuajar. Dos años más tarde, el 12 de octubre de 1813se proclama la independencia de «la primera República del Sud», esto es, una república del Paraguay independiente, que no renuncia al integracionismo americano.
    En esta situación, y ante el hostigamiento porteño, la Provincia de Paraguay se dispondrá a cristalizar como una estructura política propia y autónoma. A su cabeza, y elegido democráticamente, se situará el Supremo Dictador, el Doctor Francia. El modelo escogido será el romano, modelo del que en gran medida fue continuador el Imperio español. Tras la efímera formación de un triunvirato, se terminará por instaurar una dictadura en 1814, no sin antes ensayar la fórmula de una bicefalia simbolizado por la presencia de dos cónsules a los que se destinaron un par de curules rotulados con los nombres de César –reservado para el Doctor Francia– y de Pompeyo –en el cual se sentó por poco tiempo Fulgencio Yegros (1780-1821). La fijación con las formas de gobierno romanas, no fue exclusiva del caso paraguayo, pues el propio Bolívar se proclamó César en una fecha más tardía: 1826.
    Con el Doctor Francia como Supremo Dictador Perpetuo del Paraguay a partir de 1816, llama poderosamente la atención el hecho de que éste no introdujera cambios sustanciales en las leyes que regían la provincia desde los tiempos virreinales. Las leyes españolas siguieron siendo válidas junto a algunos cambios entre los que destaca el mestizaje forzoso que impulsó el Doctor Francia (pág. 94) al prohibir a los españoles casarse con personas de raza blanca. Acaso el Supremo recordaba los problemas que acarreó, durante el siglo XVIII, la llegada de españoles peninsulares que, al casarse con mujeres criollas, se hacían con las fortunas familiares forjadas en suelo americano, desplazando de paso a los varones herederos.
    Pero, sin duda, uno de los rasgos más característicos del proceder del Doctor Francia, fue el cierre de fronteras decretado en 1822 y su posterior política autárquica, decisiones que, por controvertidas que fuesen, no supusieron la renuncia al proyecto integracionista con base hispana, integracionismo que se inspira en la denominada Provincia Gigante de Indias, iniciada con la conquista y que perduró hasta 1617, con la partición de Buenos Aires diferenciada del Paraguay, y que sería el modelo que siglos después inspiró el naciente estado paraguayo como integrador de todo el virreinato del Río de la Plata.
    No parece tampoco casual el frecuente uso de la fecha del 12 de octubre, para firmar importantes documentos, como el citado Tratado que se hizo público el 12 de octubre de 1811 en el que se pretenden establecer lazos con el resto de provincias del Río de la Plata.
    Antes de proseguir con el caso paraguayo, el doctor Rodríguez Pardo vuelve a ampliar su campo de análisis para referirse a un tema de especial interés: la supuesta presencia, en tierras americanas del apóstol Santo Tomás, quien, bajo diversos nombres –en el caso paraguayo sería Pa´i Tume–, habría evangelizado a los indígenas antes de la llegada de los españoles, una presencia que impedía que aquellas gentes hubieran estado «dejadas de la mano de Dios». La cuestión sirvió, durante siglos, para verter ríos de tinta y para que, incluso, algunos consideraran la posibilidad de que la separación entre continentes se debiera a una catástrofe natural o que, incluso, los indios hubieran pasado a América a través de lo que hoy es el Estrecho de Bering, teoría que la arqueología parece avalar. La figura de un Santo Tomás predicando por América, sería aprovechada ideológicamente. Así, los españoles se volverían prescindibles por cuanto la evangelización ya se habría producido antes de su llegada. Los pueblos nativos, podían recuperar de este modo su soberanía perdida al haber figurado en el orbe cristiano desde fechas muy lejanas.
    Pero regresemos al célebre aislacionismo paraguayo (págs. 123-150). La explicación que el autor da a este fenómeno, vendrá dada por el hecho de que Paraguay, como nación, se formará precisamente a la contra de las presiones de la Junta de Buenos Aires –que bloqueará comercialmente a Paraguay–, la Confederación Argentina, la amenaza brasileña e incluso, y aquí el indigenismo encontrará un escollo para su particular historia del continente americano, de los indios chaqueños, para cuya neutralización, el Doctor Francia deberá realizar un acercamiento a Brasil que reconoce su independencia en 1820 (pág. 135).
    La pregunta del título, sigue, sin embargo sin responderse. Los avances en materia diplomática, mediante el reconocimiento progresivo de terceras naciones, por un lado, y el citado aislacionismo –vinculado este al anexionismo porteño–, irán blindando la soberanía paraguaya, Será el 16 de marzo de 1844, cuando se redacte la primera Constitución de la República del Paraguay, bajo el mandato de Carlos Antonio López (1792–1862), quien seguía teniendo muy presentes los fundamentos vitorianos si reparamos en un fragmento de su obra La soberanía del Paraguay, publicada en 1845:
    «Fue justamente lo que aconteció con el Monarca de España. Diferentes pueblos le reconocieron por su Rey, y conservaron sobre su trono depositadas sus delegaciones políticas, para que cuidase de su felicidad. Invadida España, y dominada por los ejércitos franceses, derribado el Monarca de su solio, y robado el cetro por mano usurpadora, no había vínculos, delegación ni condiciones algunas de pacto o asociación política» (pág. 94, apud JMRP, pág. 158).
    Años más tarde, en 1852, el nuevo presidente de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza (1801-1870), hijo de Joseph de Urquiza, político y militar español (c. 1760–1829), reconocía, gracias en gran medida a los arbitrios de Santiago Derqui Rodríguez (1809–1867), la independencia paraguaya, en una ceremonia celebrada en Asunción el 17 de julio de ese año.
    La rúbrica de tan importantes documentos fue seguida del vuelo de campanas. Cuatro décadas antes, en la noche del 14 de mayo de 1811, y según lo recoge Blas Garay (1873-1899), en su Compendio elemental de Historia del Paraguay (1896), las campanas –que en México acompañaron al cura Hidalgo en Dolores– también se habían hecho sonar con fuerza. Se trató de «un intempestivo toque de campanas en la catedral».


    Iván Vélez, Un intempestivo toque de campanas, El Catoblepas 115:13, 2011

  19. #59
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    http://bicentenariodistinto.blogspot.com/2011/10/saavedra-tradicionalista.html


    ¿Saavedra tradicionalista?


    El comerciante altoperuano Cornelio Saavedra se convirtió, tras las Invasiones Inglesas, en el comandante de los Patricios, el cuerpo militar compuesto exclusivamente por criollos. Pero, desde ese momento, se convirtió también en actor político de renombre, como conspirador nato que era. Sin él, la Revolución de Mayo de 1810 no hubiese tenido éxito, del mismo modo que fue él quien frustró la de 1809 para deponer a Liniers.


    Hábil calculador, en esta ocasión estaba convencido de que las brevas ya estaban maduras (según expresión que solía usar con sus complotados), y se puso al frente de la Revolución.


    Como comerciante de buena posición que tenía mucho que ganar con el cambio de autoridades (rompiendo así con el monopolio que beneficiaba fundamentalmente a los comerciantes peninsulares -y a las pequeñas industrias locales), pero que podía también perder bastante si estallaba la anarquía jacobina (que pudiese hacer peligrar los buenos negocios con las importaciones inglesas), lo suyo fue el conservadurismo. El saavedrismo representó así la versión porteña del girondismo revolucionario francés.


    Pero hete aquí que para la historiografía revisionista nacionalista, Saavedra se ha convertido en uno de los próceres máximos de la patria (esa "patria" pequeña conseguida con la independencia revolucionaria a costas de la gran "patria", las Españas, donde nunca se ponía el sol). Es más, algún autor contemporáneo oriundo de Cuyo, llega a decir que Saavedra era tradicionalista. Así, como lo lee.


    Como puede confirmarse con algunos de los textos que aquí en esta bitácora se enlazan en el margen derecho bajo el título "Leyenda rosa nacionalista", los autores nacionalistas o revisionistas suelen despreciar la Memoria Autógrafa de Saavedra. Texto que ya de por sí da con tierra con unos cuantos mitos historiográficos del nacionalismo. Pero, dicen ellos, la Memoria es un texto de un Saavedra ya anciano, donde los recuerdos no son claros (¡sólo habían pasado 19 años!) y donde existe la intencionalidad de no privar a sus hijos de los "beneficios" de la Revolución (pensiones y privilegios... ¡ay de las revoluciones igualitarias!).


    Pues bien, vamos, entonces, a traer un texto de Saavedra bien contemporáneo a los hechos: el voto particular de este traficante devenido jefe militar en el Cabildo abierto del 22 de mayo de 1810. Anotó allí de su puño y letra:
    Y que no quede duda de que el Pueblo es el que confiere la autoridad, o mando.
    ¡Qué tradicionalista! Un tradicionalista defensor de la teoría de Juan Jacobo Rousseau de la soberanía del pueblo.


    (Por no hablar de los que pretenden falsear la historia convirtiendo a esta proclama revolucionaria en un silogismo suareciano... demostrando no haber leído jamás a Francisco Suárez.)


    Cornelio Saavedra, el Bonaparte del Río de la Plata,
    sólo que sin la genialidad militar del Gran Corso,
    ni la posibilidad de implementar su plan para coronarse Rey






    https://www.facebook.com/notes/chris...50328963671809

    Aprovechando la coyuntura independentista


    de Christian SJ, el El miércoles, 12 de octubre de 2011 a la(s) 20:33 ·

    “[…] cuando el Sol del Perú se levante sobre el Océano, la estrella que ha brillado hasta aquí, se eclipsará para siempre […]”

    Recurrir a esta cita, nos grafica los intereses de fondo de la naciente burguesía chilena eclipsada por más de trescientos años por parte del Virreinato del Perú. Una burguesía muy particular que entendió claramente, desde los inicios de la guerra por la independencia, que sus designios en el siglo XIX y hasta la actualidad eran y son consolidarse económicamente en el Pacífico sudamericano.

    Este es un aspecto de la independencia peruana que debe ser analizado con detenimiento. Evidentemente la coyuntura era propicia para controlar al moribundo mercado del otrora poderoso Virreinato del Perú, una lucha feroz por parte de los grupos hegemónicos, obteniendo los mayores beneficios. Tras ello, claro está, estuvo el gigante mundial, Inglaterra, que no escatimaba esfuerzos por brindar préstamos a las “empresas militares” (corrientes libertadoras) en aras del dominio comercial mundial del siglo XIX.

    Uno de los primeros personajes que comprendió claramente los intereses de la burguesía chilena fue Manuel Vidaurre, quien con una claridad poco acostumbrada por sus congéneres de la época, escribió lo siguiente:

    “[…] los beneficios comerciales de Cádiz y Lima (Tribunal del Consulado) que hasta aquí han hecho los mayores sacrificios por defender los derechos de la Corona, se reducirán a la clase de mendigos […] sus caudales se convierten en humo y se disipan. Entrar a nuestros puertos los buques estrangeros (Chile, Inglaterra) es inundar nuestros países de mercancías que no se consumirán en muchos años […] por complacer a unos pocos se abren nuestros puertos a los estrangeros […]”

    Pero el párrafo siguiente, es más específico en referencia la Expedición Libertadora, su vinculación con los mercaderes chilenos, y estos a su vez con sus pares ingleses:

    “[…] es sin duda el contrato (Expedición Libertadora), que se paga con trigo; y conducirlos al Callao en buques ingleses […] este es el modo de sostener a nuestros enemigos, y que se destruyan y arruinen los infelices hacendados (peruanos) que están procsimos a recoger sus cosechas.”

    La cita anterior, nos indica claramente que: la Expedición Libertadora se financiaba con dinero inglés, así como era el momento propicio para invadir el mercado peruano con trigo chileno, duro competidor de su par peruano en la Colonia; esto sin duda ocasionaría la ruina de los hacendados y con ella de toda nuestra economía.

    Otro de los aspectos pocos conocidos, es que a la llegada de San Martín y sus soldados, en ese mismo instante, en caletas contiguas a Pisco y Paracas fondearon barcos comerciales chilenos que traían productos a muy bajo precio, y con ello inundaron nuestro mercado con bienes a bajo costo. Ya para el año de 1822, señalaba el viajero inglés Proctor que casi la totalidad de casas comerciales que existían en Lima y Callao eran de origen chileno y argentino ¿qué casualidad no?

    La tesis que sostengo es que el quiebre del circuito comercial Callao – Valparaíso, luego del triunfo sanmartiniano en Maipú (1817), trajo dos consecuencias: la primera fue la emergencia de la burguesía chilena en el espectro comercial del Pacifico sudamericano, eclipsando a su rival peruana y, la segunda, que los ricos hacendados criollos y sobre todo del Norte Chico en particular, ante esta ruptura comercial no tenían otra oportunidad que la de independizarse (España se convertía en un obstáculo); era preciso pues, mirar hacia otros potenciales mercados para colocar sus productos, es así que lo manifiestan políticamente dos años después en la Jura de la Independencia de Supe (1819).

    Sin duda, la historia oficial del Perú y hasta su versión nacionalista/ chauvinista, nos señala que los inicios del problema con Chile parten de la guerra de esta nación para destruir la Confederación Perú – Boliviana. Craso error. Hay que derribar este mito sobre su origen. El problema venía de antigua data, cuyo embrión estuvo en el dominio comercial del Pacífico Sur, a raíz de las reformas borbónicas que permitieron a las colonias comercializar entre sí. Esto lo comprendió claramente el terrateniente conservador Bernardo O´Higgins, primer Presidente de Chile, posteriormente sentando sus bases doctrinarias el rico comerciante Diego Portales, primer ministro durante la guerra contra la Confederación (1836 -1839) y se aplicó en toda su extensión en la llamada Guerra del Guano y del Salitre (1879 -1884) bajo las ordenes de Baquedano, Lynch, Escala, Del Canto etc. apoyados por Inglaterra, la cual también está llena de mitos, mentiras y traiciones, pero que hasta ahora no hemos aprendido las lecciones que de ella se desprenden.

    N. de R. La dirección del diario LA PRIMERA Edición de Lima Provincias, no se solidariza necesariamente con las ideas aquí expuestas por el distinguido docente César Christian Sánchez Jara.

  20. #60
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    http://bicentenariodistinto.blogspot.com/2011/10/la-logia-lautaro-y-la-francmasoneria.html


    La Logia Lautaro y la francmasoneria




    Uno de los mitos cultivados por el revisionismo, especialmente en su faz nacionalista-católica, es negar la pertenencia masónica de la famosa Logia Lautaro.


    La Logia Lautaro fue una sociedad secreta que integró a los “patriotas” criollos y españoles que vinieron a Buenos Aires en 1812 a bordo del buque de Su Majestad Británica “George Canning”, con el fin de tomar el control de las hordas revolucionarias americanas emergidas en 1810 y encaminarlas hacia la independencia definitiva de España.


    La Gazeta de Buenos Ayres anuncia la llegada de militares españoles
    provenientes de Londres en la fragata britanica "Jorge Canning" (sic)


    En su mejor momento, la Logia estuvo integrada por José de San Martín, Carlos María de Alvear, José Matías Zapiola, Ramón Eduardo de Anchoris, Bernardo de Monteagudo, Juan Martín de Pueyrredón, Antonio Álvarez Jonte, Nicolás Rodríguez Peña, Julián Álvarez y José Antonio Álvarez Condarco, entre otros notables “patriotas”.


    Como hemos hecho en notas anteriores en este cuaderno de bitácora, procederemos a demoler el “mito” cultivado por el nacionalismo católico con citas de primera mano.


    Consta en las Memorias de Tomás de Iriarte que Manuel Belgrano rechazó la posibilidad de ingresar en la organización Logia Lautaro, “aduciendo, precisamente, la condenación eclesiástica que pesaba sobre la secta”.


    Vicente Fidel López afirma que la Lautaro no fue una vaguedad revolucionaria ni un título de ocasión sacado de la Araucana de Ercillia sino una palabra intencionadamente masónica y simbólica cuyo significado específico no era “guerra a España” sino “expedición a Chile”, “secreto que sólo se revelaba a los iniciados al tiempo de jurar el compromiso”.


    “No creo conveniente que hable usted lo más mínimo de la Logia de Buenos Aires. Estos son asuntos enteramente privados y aunque han tenido y tienen gran influencia en los acontecimientos de la revolución de aquella parte e América, no podrán manifestarse sin faltar por mi parte a los más sagrados compromisos.” Carta de San Martín al general británico y “patriota” Guillermo [William] Miller del 19 de abril de 1827.


    “Siguiendo fielmente las ideas de mi verdadero señor padre político [José de San Martín] que no quiso en vida que se hablase de sus vinculaciones con la masonería y demás sociedades secretas, considero debo abstenerme hacer uso de los documentos que poseo al respecto.” Carta de Mariano Balcarce, desde París, al Gral. Bartolomé Mitre del 30 de noviembre de 1860 y que explica por qué Mitre no quiso hablar del tema en su obra biográfica sobre San Martín.




    ECUADOR: EL APORTE MASÓNICO AL ESTADO REPUBLICANO « coterraneus – el blog de Francisco Núñez Proaño

    ECUADOR: EL APORTE MASÓNICO AL ESTADO REPUBLICANO



    “Todo estudio cabal de la historia ecuatoriana debe enfocar, de modo indispensable, el papel que la Masonería y los masones jugaron en la vida política y cultural del país. Y ello porque la masonería es una institución que estuvo hermanada a la historia de la nación ecuatoriana desde los matinales orígenes de ésta, y porque sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad han estado presentes en nuestra historia desde la época de Eugenio Espejo y su ‘Escuela de la Concordia’ hasta los tiempos actuales.” “Vistos los hechos desde la perspectiva de la historia, podemos apreciar que esta institución filosófica fue el principal agente difusor del pensamiento ilustrado, las ideas de la independencia, los principios políticos republicanos y finalmente de muchos proyectos de reforma social aplicados en el país, contribuyendo con su acción a cimentar la vida pública y los derechos ciudadanos. De ahí que su presencia en la sociedad republicana haya sido fundamental para el desarrollo de una conciencia nacional, primero, y para la progresiva democratización del país y el impulso a su progreso, después.” Extracto de la introducción del libro “Ecuador: el aporte masónico al Estado republicano” del historiador Jorge Núñez Sánchez (Miembro de número y actual Subdirector de la Academia Nacional de Historia del Ecuador). Puede leerse esta obra en su versión digital en el siguiente enlace: Un post relacionado de este blog: IMPERIALISMO ANGLOSAJÓN, LOGIAS MASÓNICAS Y LA INDEPENDENCIA DE HISPANOAMÉRICA.


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